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Capitulo XI
LA CUESTION IDEOLÓGICA
Para tentar una observación dentro del parámetro de rigor y objetividad, será preciso
-como ha sido señalado en anteriores capítulos- considerar las condiciones históricas
que pesaban sobre el mundo y nuestro país. Una tajante división que se remontaba al
inmediato final de la II Guerra Mundial, a través de la cual chocaban la ideología
marxista-leninista con diversos aliados extraídos del nacionalismo, de la liberación de
los antiguos dominio coloniales, tanto en América, como Oriente Medio, África y el
Sudeste Asiático, contra las potencias capitalistas de occidente.
En torno a estos objetivos globales Perón aplica tácticas muy flexibles que implican
una amplitud muy grande. internacionalmente acepta vínculos con gobiernos del
Tercer Mundo, o con las fuerzas de liberación que luchan por imponerse, asentado
en su enorme prestigio y en su condición de antecedente válido para dichas corrientes.
En relación a la Argentina mantiene intacta su inalterable relación con el Partido
Justicialista y con el movimiento, del que encuentra apoyatura plena en la casi
totalidad del gremialismo organizado; también toma conexión con fuerzas que sin ser
peronistas, tienen en común su lucha contra el gobierno militar y aspiran retornar a la
democracia.
Estas condiciones, aunque útiles a los fines tácticos para alcanzar las metas
fundamentales, iba a mediano plazo a producir situaciones confusas y ambivalentes, a
las que sólo Perón, con su carisma y autoridad, podía mantener bajo control.
Estas eran en grandes líneas las corrientes que luego irían a chocar ferozmente,
arrastrando a quienes estaban ajenos a estos sutiles manejos de la política, una vez
alcanzados los objetivos primordiales de Perón: forzar a negociar al gobierno militar,
hacerlo convocar a elecciones y comenzar el retorno definitivo a su patria.
Realizadas las elecciones, triunfante con toda amplitud la fórmula del FREJULI, Héctor
Cámpora-Vicente Solano Lima, las juventudes se sienten artífices de la victoria,
estimando que es momento de participar y compartir el ejercicio del poder.
Pero este es otro Perón, sintiendo el paso de los años, la salud quebrantada, -e
incluso conservando una perfecta lucidez- su voluntad disminuida. Cada día es más
prisionero de las extravagancias de José López Rega, su ex custodio y valet, y de su
cónyuge.
Esta tensión culmina precisamente durante el acto de celebración del Día del
Trabajador, el 1 de mayo de 1974, que es cuando ante la provocación de cánticos y
carteles, Perón condena a todos estos grupos en general, quienes se retiran de la
Plaza de Mayo y asumen una clara posición de ataque hacia el anciano líder y su
gobierno.
Baja esta techumbre de equívocos y de violencia estaba Salta, como todo el país, ante
una toma de posiciones desmesuradas, que la superaban con largueza, forzadamente
supeditada a un esquema de conceptos que chocaban sin medida entre sí.
Alguien que conociera a Ragone y lo hubiera tratado ¿Podría creer que él comulgaba
con el comunismo o que podía en su defecto ser -según la terminología de la época-
un criptocomunista?.
Del mismo modo que la negativa será unánime, debemos sostener que lo que
caracterizaba a Ragone era su extremada sensibilidad ante las miserias, el hambre, la
enfermedad, la pobreza que hacen al ser humano perder su dimensión; lo propio su
rechazo ante la injusticia, especialmente cuando de injusticia social se trataba.
Ragone sentía preocupación por aquellos jóvenes que estaban haciendo sus primeras
incursiones en la política y no quería que sus ilusiones se vieran defraudadas. A él no
le molestaban algunas exteriorizaciones juveniles -como los atuendos, los cánticos, la
proclama pública de pertenecer a tal o cual organización-, cosas que sí podían
espantar a muchos burgueses bienpensantes, que se sentían ya en medio de una
revolución total.
A su hora y por su lado, también muchos de los jóvenes que se creían depositarios de
la verdad iniciaron los ataques contra el gobernador, o extremaron sus imprudencias y
exagerando la nota del rol revolucionario que se habían otorgado. Así era la
radiografía de las fuerzas que se entrecruzaban, definiendo un punto de convergencia:
Ragone; agotándolo, limitándolo, desprestigiándolo, haciéndolo víctima de la insidia y
socavando su autoridad ante el gobierno nacional.
Pero si esa función era deletérea, no iban a poder doblegar a Ragone, dispuesto a no
transigir con sus preceptos básicos, inflexible ante las presiones para que reverenciara
al gobierno nacional, dispuesto a no transar con la directiva de ponerla policía
provincial a órdenes de un jefe militar en actividad, sabedor de lo que junto con ello
vendría para los salteños, en orden a la violación de los Derechos Humanos.
No obstante esa dureza en atrincherarse en sus principios liminares, Ragone sabía ser
dúctil cuando el caso así lo acreditaba y la gobernabilidad lo exigía. Basten dos
ejemplos: establecer un acuerdo con su cercano adversario, el doctor Ricardo Durand,
jefe del Movimiento Popular Salteño, a los fines de lograr el apoyo de los ocho
legisladores que este partido tenía en la Cámara de Diputados, alcanzado así una
mayoría parlamentaria (que le estaban negando sus propios compañeros del sector
"verticalista"). Y la otra oportunidad, en que sin hacerle mella las invectivas del
gremialismo, sella una paz con la CGT oficial, hasta ese momento adversa a su
gobierno.
Y así se llegó a la intervención federal y luego ni su sobrio retiro fue capaz de detener
el odio y el rencor, culminando con una oscura conspiración que canallescamente lo
hizo desaparecer un 11 de marzo de 1976.
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TESTIMONIO
Ragone era un hombre muy querido. Nosotros que vivimos esos años desde el plano
legislativo, notábamos algo distinto. La Unión Provincial llega a participar en el cuerpo
legislativo gracias a una ley electoral de esa época, la cual estaba dividida por
secciones electorales y Salta quedaba repartida en cuatro de éstas. La nuestra, la de
los Valles Calchaquíes era la primera, comprendía desde Cafayate a San Antonio de
los Cobres. Entonces, en esta sección se elegían 6 senadores y 6 diputados
provinciales; nosotros sacamos un senador (Luis Herrero) y un diputado, que era yo.
No ganamos, pero fue un resultado importante, teniendo en cuenta el rival que
teníamos enfrente. De forma tal que el Poder legislativo quedaba compuesto por el
peronismo -que tenía amplia mayoría, el Movimiento Popular Salteño, la Unión Cívica
Radical y la Unión Provincial.
- Creo que, al menos en los Valles, no se tenía un concepto cabal sobre la lucha por la
gobernación, sino que se decidía en base a lo local. Más allá de los partidos están las
personas, a quienes la gente conoce y hacen que la gente decida votar a tal o cual
candidato, sin importar el partido. En el interior, en el hombre de campo, no influye la
ideología en sí, sino quién es el que se postula. Pero no era "el" peronismo en el plano
legislativo, tan es así que a poco de andar, de tener los dos tercios luego de la
elección, se dividió en dos sectores. Era la lucha interna del peronismo que llegaba a
la Cámara, y de tener un solo bloque de 42 diputados se dividen en dos bloques: uno
respondía al gobernador y otro al vice Olivio Ríos. ¿Cómo nace esa fractura?
- Parecía venir del año 73. Asumimos en marzo y ya en junio se notaba la diferencia.
Yo debo haber tenido unos 35 años, por ese entonces. Uno llegaba a la Legislatura
con todo el empuje de querer hacer, querer devolver en hechos y obras, ante lo cual
debo reconocer que ahí se trabajaba en un ámbito de respeto entre oficialismo y
oposición. El presidente de la Cámara de Diputados era una gran persona a la cual me
unía una cordial amistad, a pesar de las diferencias naturales, y era don Abraham
Rallé. Un excelente titular del cuerpo. Por ejemplo, a veces el presidente de la Cámara
salía a un acto oficial fuera de la provincia e invitaba a legisladores peronistas y de la
oposición para acompañarlo. Salta vivía una especie de conmoción que nosotros en la
Legislatura no vislumbrábamos con claridad. Ahí empezaba a ser importante la
oposición, al tener dos bloques oficialistas divididos, por lo cual necesitaban de
nosotros para aprobar uno u otro proyecto. Yo era el único legislador de mi partido, no
podía contra cincuenta y nueve, así que decidimos hacer una suerte de liga de
diputados de Valles Calchaquíes. Una vez viajamos a Bariloche, a un encuentro de
legisladores de todo el país, al año y medio de asumir, y ahí nos sorprenden con la
versión que se podía intervenir Salta. Estaba el Ministro del Interior (Rocamora), le
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pedimos explicaciones y el nos dijo que había una convulsión en la provincia, que
Salta estaba copada por gente extraña.