Sie sind auf Seite 1von 71

EL ESPLÉNDIDO TACAÑO (SAINETE CÓMICO EN TRES

ACTOS)

Jose Ramón Henríquez de Luna


PERSONAJES

PERSONAJES QUE HABLAN, POR ORDEN DE INTERVENCIÓN:

FELIPE VALLEJO

SEÑORA (DOÑA TERESA)

ENCARNA DE INESTROSA

TELESFORO (MESONERO)

ENRIQUE DE MIRANDA

TIMOTEO DEL ARROYO

UNA SEÑORITA

OTROS PERSONAJES QUE INERVIENEN PERO NO HABLAN:

VIANDANTES

CLIENTES DEL MESÓN

DOS AGENTES DE ORDEN PÚBLICO

PÚBLICO DIVERSO, EN LA CALLE Y EN EL MESÓN


PRIMER ACTO

MADRID, CALLE GRAN VÍA, ENTRE MONTERA Y TRES CRUCES. SEIS DE LA


TARDE DE UN DÍA NUBLOSO DE MEDIADOS DE ENERO DEL AÑO 1.985

Se levanta el telón y, entre no mucho público que pasea por la calle,


aparece en escena Felipe Vallejo, un hombre de mediana estatura, de
apariencia unos 40 años y de vestimenta un tanto desaliñada. Va
caminando tranquilamente por la acera de la izquierda en dirección a
Callao; la vista al frente, pero mirando de reojo a sus alrededores. Antes de
llegar al último tercio del escenario, se dirige a los espectadores diciendo:

FELIPE.
Permitan que me presente.
Yo soy Felipe Vallejo,
hombre algo independiente
y según dice la gente,
del ahorro un fiel espejo.
Nunca suelo derrochar,
consumo lo necesario,
y si puedo escatimar,
lo que dejo de gastar,
voy guardando en un armario.
Siempre, antes de acostarme,
me gusta hacer un balance,
para así asegurarme
que lo que pude gastarme
no se excedió de mi alcance;
y, si el debe no supera
a la cifra del haber,
como, siempre, viene a ser,
¡qué buena noche me espera,
ya que dormiré a placer!
Se me tacha de tacaño,
llevan algo de razón;
tiempo ha que no me baño
y en lo que va de este año
no gasté en calefacción.
Si hace frío, es mi lugar
la pública biblioteca,
aunque a veces, por variar,
suelo las tardes pasar
leyendo en la hemeroteca.
A darme una vueltecita
por las calles de la villa,
he salido de casita
después de mi siestecita
que sienta de maravilla.
Me gusta pasear tranquilo,
sin pausa, pero sin prisa,
y pocas veces vacilo
en pedir con gran estilo
a las que salen de misa.
Buenas propinas me gano,
aunque no las necesito,
pero es deporte muy sano
eso de poner la mano
y sacarse algún durito.
Por ejemplo, esa señora
que con torpeza se mueve,
¿qué se apuestan a que ahora,
el que les habla le implora
y le saca lo que lleve?
(Se dirige a una señora de unos 60 años que
lentamente viene caminando por la acera.)
Perdone que le moleste:
¿Me podría usté ayudar?,
pues llevo ya sin cenar
catorce días con éste;
cuando esta noche me acueste,
si nadie me echa una mano,
ni el perro del hortelano
tan mal lo pudo pasar,
que otra noche sin cenar,
más que duro, es inhumano.

SEÑORA.

Suelto, llevo cinco duros,


yo sé que es poco dinero,
pero con ellos, espero
pueda sacarle de apuros;
vivimos tiempos oscuros
mas, pronto llegará el día
en que el hombre de valía
cual usté a mí me parece,
viva como se merece,
de su propia plusvalía.

FELIPE.
Quedo muy agradecido,
dama noble y generosa,
mujer, la más virtuosa
como no la he conocido.
Le juro por mi apellido
al que siempre yo honraré
que jamás olvidaré
su gentileza, señora;
sepa usted que desde ahora
a su servicio estaré.

SEÑORA.
(Aparte, alejándose poco a poco, algo emocionada
por lo que acaba de escuchar de Felipe.)
Qué tipo tan educado,
por tan poquito dinero
como le di, considero
que no lo vi más salado,
su lisonja me ha encantado;
ni a mis dieciocho años,
cuando mis ojos castaños
conquistaban a cualquiera,
lo hubo quien me dijera
unos piropos tamaños.
Si me lo vuelvo a encontrar
pidiendo, por donde fuere,
como que me llaman Tere,
mil duros le pienso dar,
que este hombre es singular
y si por cinco monedas
alucinada te quedas
con las cosas que te dice,
¿qué será cuando analice
que darle un billete puedas?

FELIPE.
(Aparte.) Vaya cuento el que le he echado
a esa vieja tan coqueta;
toda la historia completa
que le conté, se ha tragado;
de que yo soy un parado,
se ha marchado convencida.
¡La verdad, no hay quien me impida
vivir sin pegar ni chapa!
¡Estafo igual a una guapa
que a la peor parecida!
(Se queda de pronto mirando a la acera de
enfrente.)
Mas... ¿Es cierto lo que veo,
o mi cerebro delira?
¿No es aquella que me mira
la novia de Timoteo?
Estaría un poco feo
que me viese mendigar.
¡Tengo que disimular!,
pues, si que pido sospecha,
desde la presente fecha
mal me va a conceptuar.

ENCARNA.

(Corriendo como loca hacia él, jugándose el físico al


cruzar la Gran Vía, con el semáforo en rojo.)
¡Mi buen Felipe Vallejo!
¡Cuantismo tiempo sin verte!
Esto sí que es una suerte
el hallarte, y lo festejo.
Te encuentro un poco más viejo.
¿Es qué llevas mala vida?

FELIPE.
No es nada de eso querida,
es que tiempo me ha faltado,
y un tanto desarreglado,
hoy salí de mi guarida.

ENCARNA.
No te me enfades Vallejo,
lo dije sin intención;
pero para mala acción,
la que me hiciste, diablejo:
Pedí, recuerdo, consejo
a tu gran sabiduría,
y te esfumaste aquel día,
tan pronto como supiste
por mi voz sincera y triste
que por ti, yo me moría.
No tuve noticias tuyas
por mucho que pregunté,
en mil sitios indagué,
me dije: ¡Por más que huyas,
o aunque en el mar te diluyas,
Felipe te he de encontrar!
Creía que para amar
tú venías a mi casa,
mas pronto supe por Blasa
que lo hacías por cenar;
y no me importa cacique
que te aproveches de mí,
ni que digas por ahí,
como le dices a Enrique,
que con tal de dar palique
doy de cenar a cualquiera,
(Felipe intenta tomar la palabra pero Encarna se lo
impide.)
no he terminado aún. ¡Espera!
Aunque no puedas quererme,
no olvides venir a verme,
tuya es siempre mi nevera.

FELIPE.
Gran tontería sería
escapar de la mujer
que mejor da de comer
en calidad y en cuantía;
pero Encarna, amiga mía:
si yo me enrollo contigo,
Timoteo que es mi amigo
se llevaría un disgusto,
pues son tu boca y tu busto
para él, luz, pan y abrigo.
¡Nunca Encarna! No podría
hacer daño a una persona
que mi amistad no cuestiona,
y además, ¡me mataría!
¡Si sabré yo que lo haría!
Cuántas veces le he escuchado
decir muy mal humorado
que a cualquiera que intentase
ligar contigo, él matase;
y hasta incluso, lo ha jurado.
Pero aquello que me dices
de tu repleta nevera...
¡Mala cosa, nunca fuera!
¿Porqué no, un par de perdices
nos cenamos y felices,
tus dos mejores botellas
nos bebemos, y con ellas,
brindamos por la amistad,
y por tu inmensa beldad,
a la luz de las estrellas?

ENCARNA.
Date pues por convidado,
y aunque no he de asegurarte
que perdices pueda darte,
sí que estarás encantado
degustando un estofado
de ternera con patatas
y después un par de latas
de pulpo a la vinagreta
junto con paté de seta
y de un centollo, las patas.
Tengo también un buen vino,
de ese que tanto te gusta
de "Bodegas Viña Justa",
o si prefieres, hay fino;
y luego un postre divino,
algo sin par, te aseguro;
después: café, copa y puro.
¿Qué te parece bien mío?
Pero, acepta un desafío...
el salón estará oscuro.

FELIPE.
En absoluto me opongo,
y acepto los requisitos,
que son platos exquisitos
centollo y paté de hongo,
y en cuanto a luces, ¡al Congo!,
contigo en ello coincido,
siempre será más sentido
un brindis en la penumbra.
¿Qué de pronto amor alumbra?
¡Bendito sea Cupido!
Dime pues si te parecen
las diez una buena hora
porque allí estaré señora
tan puntual como merecen
las virtudes que engrandecen
a tan divina persona.

ENCARNA.
Tu propuesta no cuestiona,
y aunque será larga espera
a esa hora, allí en Montera,
aguardará tu anfitriona.

FELIPE.
Pues no te entretengas más,
que la cocina te espera;
yo sigo por esta acera
hasta Callao.

ENCARNA.
¿Me traerás
alguna flor, o quizás
una caja de bombones?

FELIPE.
¡Y dos pimientos morrones!
¿Es que aún no me conoces?
Si ya se comenta a voces
que carezco de atenciones.

ENCARNA.

(Aparte, marchándose algo triste.)


No me explico que habré visto
en este gran desalmado;
siempre duro me ha tratado
y me huye si le envisto.
¿Qué puedo hacer Jesucristo?
¡Dios Santo, me tiene loca!
Por un roce de su boca
daría yo cuanto tengo:
casa, coche y abolengo;
y mi pasta que no es poca.

FELIPE.

(Aparte.) Estuve un poco grosero


con lo último que dije;
mi cabeza ya no rige,
ni siquiera fui sincero,
que aunque me gusta el dinero
como a nadie en este mundo,
noté un empuje profundo
de darlo todo por ella;
presiento que en mí hizo mella
y me cambió en un segundo.
En mi vida yo me vi
tan imbécil como ahora,
mi mente calculadora
no es quien domina ya en mí.
¡Algo gordo pasa aquí!
¿No estaré un poco hechizado,
o peor, enamorado?
¡Calla! ¡Nunca! Que es mejor
padecer cualquier dolor
que estar de amor afectado.
Me marchó todo tan bien
viviendo como he vivido
que no tendría sentido
el cambiar, y no habrá quien
troque el rumbo de este tren
de vida que yo me he impuesto.
La verdad, no estoy dispuesto
a que ahora en un momento,
de pronto se lleve el viento
cuanto logró un hombre honesto.
No quiero dar, ni un momento,
rienda suelta al corazón;
siempre debe la razón
mandar sobre el sentimiento;
sé que es duro, mas lo siento,
no te permito alma mía
seguir con la tontería
que ahora mismo estás tramando.
¡Ya puedes ir olvidando
esa loca fantasía!
Con Enrique en el mesón
sobre las ocho he quedado,
y como falta un montón,
por no quedarme sentado
sin nada hacer, la ocasión
es propicia y oportuna
para pedir nuevamente
alguna ayuda a la gente.
¡Por allí se acerca una!
(Vuelve a aparecer la misma señora a quien pidió
con anterioridad.)
Mas, es la de antes. ¡Detente!
(La señora habiéndole reconocido, viene hacia él
sonriendo.)

SEÑORA.
¿Qué tal? ¿Cómo va la tarde?
¿Es la gente generosa?

FELIPE.
No se crea, hoy la cosa
no está para mucho alarde.

SEÑORA.
(Entregándole un papel doblado que Felipe se
guarda en el bolsillo.)
Tenga usted buen hombre y guarde
estas señas que le doy,
por si acaso, tal vez hoy,
o cuando usted tenga hambre,
sepa que pan y fiambre
no faltarán, que allí estoy.

FELIPE.
No se puede imaginar
lo mucho que le agradezco
este detalle sin par.
Pronto la iré a visitar
si de hambres yo padezco.

SEÑORA.
Se ve que no es madrileño;
dígame. ¿Dónde ha nacido?

FELIPE.
Soy de un pueblo muy pequeño,
castellano y avileño,
y bastante conocido.

SEÑORA.
¿Es acaso Fontiveros,
el de San Juan de la Cruz?

FELIPE.
No señora, que es Cebreros,
tierra de buenos terneros
y el lugar donde dio a luz
una mujer que ignoraba
que quien al mundo traía,
con los años llegaría
a ser duque, pues medraba
como ninguno lo haría.

SEÑORA.
Yo he nacido en Tomelloso,
provincia de Ciudad Real.

FELIPE.
Lo conozco, no es hermoso
pero el queso es muy sabroso
y el vino fenomenal.

SEÑORA.
Si viene un día a mi casa
como espero que así sea,
tengo un vino, que no vea,
yo me lo bebo sin tasa
pues me alegra y no marea.
Fíjese que hoy me he venido
del pueblo en la camioneta
y además de la maleta
me he traído un garrafón,
que aunque ya no tengo fuerzas
para cargar mucho peso,
sin mi vino y sin mi queso
nunca voy a la estación.

FELIPE.
(Mirando el reloj.)
Me tendrá que disculpar
porque tengo que marcharme.

SEÑORA.

Venga pronto a visitarme


y así podremos charlar
más tranquilos.

FELIPE.
A cenar
el día menos pensado,
allí me tiene sentado
en su mesa. Me despido;
el haberla conocido,
de verdad que me ha encantado.
(Besa la mano de la señora haciendo una gran
reverencia y continúa ésta con su lento caminar.)

SEÑORA.
(Aparte.) Lo tengo dentro del bote,
éste hoy viene a cenar
y le pienso preparar
un banquete de bigote.

FELIPE.
(Aparte.) ¡Qué bárbara! ¡Lo que casca!
Menos mal que ya se ha ido,
porque esta vieja no atasca
y si la dejo, se enfrasca,
terminando yo molido.
(Saca el papel que la señora le dio y sin mirarlo lo
tira en una papelera.)
Este papel que me dio,
su sitio es la papelera.
¿Tan acabado me vio?
¡Por Dios, ni que fuese yo
un muerto de hambre cualquiera!
TELÓN
SEGUNDO ACTO

TÍPICO MESÓN DEL MADRID DE LOS AUSTRIAS, EN LA PARTE CENTRAL UNA


BARRA Y A AMBOS LADOS ALGUNAS MESAS Y TABURETES CASI VACÍOS DE
PÚBLICO.

Entra Felipe en el mesón, y tras echar una ligera ojeada por las mesas, se
dirige hacia el mesonero que se encuentra al otro lado del mostrador y le
saluda con un fuerte apretón de manos.

FELIPE.
Buenas noches Telesforo.

MESONERO.
Buenas noches don Felipe;
digo buenas como un loro
que de rentas de este aforo
no creo yo que participe.

FELIPE.
Quejas y lamentaciones
tu lengua, que bien dibuja,
pero luego en vacaciones
y vida sin privaciones,
nadie te iguala granuja.
Aún es pronto todavía
para llenarse el mesón;
perdóname la osadía,
mas creo que en demasía
tienes clientes, bribón.
MESONERO.
Clientes puede que sí,
si así se puede llamar
a quienes vienen aquí;
dan voces con frenesí
y se van sin degustar;
y no me refiero a usted,
ni a don Enrique, su amigo,
que aun sin ser de mucha sed,
bien me hacen la merced
de brindar siempre conmigo.

FELIPE.
Pues, ahora que le mentas,
estará pronto al caer;
ocho y media van a ser
y si no fallo en mis cuentas
ya debe comparecer.
Forillo, mientras él llega,
vete sirviéndome un chato
de ese vino tan barato
y que buenos golpes pega
al digestivo aparato.
Es Enrique un impuntual
como no lo he conocido,
raya casi en lo anormal
y su retraso habitual
se pasa de lo debido.
Lo más gracioso del caso,
es que inventa cada excusa
que el día que colme el vaso
con su excesivo retraso,
le haré ensaladilla rusa.
(Entra Enrique por la puerta del mesón, viste de
modo elegante, destacando una bufanda llamativa y
coloreada, muy a la última moda.)
MESONERO.
Ya está entrando por la puerta
don Enrique de Miranda.

FELIPE.
¡Dios bendito! ¡Qué bufanda,
seguro que no es de oferta!

ENRIQUE.
¡Aquí estoy, como Dios manda!

FELIPE.
Tarde acudes a la cita,
cosa en ti frecuente, Enrique.

ENRIQUE.
Permíteme que te explique,
fue culpa de una visita
que se personó en mi casa
en el preciso momento
(Comienza Felipe a reírse.)
en que salía, y no es cuento.
¿A qué viene tanta guasa?

FELIPE.
Deja al menos que me ría,
no de tu asidua demora,
porque lo extraño sería
que quedásemos un día
y llegases a tu hora.
No te lo tomes a mal,
pero tiene tanta gracia,
que de forma accidental
por la calle de Arenal
y al salir de una farmacia
de comprar bicarbonato,
me tuviese que encontrar
con tu amigo Fortunato.
Díjome que hacía un rato
te acababa de dejar
pues que te ibas a jugar
con Julio, Orobio y Jesús,
una partida de mus
hasta la hora de cenar;
y, me empiezan a cansar
tus historias rebuscadas,
que más bien son cuentos de hadas
apropiados para infantes,
y no argumentos sobrantes
entre buenos camaradas.
Lo que te ocurre Miranda,
es que pretendes estar
a la par que de parranda,
de rezos ante un altar;
y ello debe terminar.

ENRIQUE.
Está claro que no puedo
por más que intente, engañarte;
avergonzado me quedo,
pusiste en la llaga el dedo,
mas por hoy, punto y aparte.
Y, para cambiar de tema.
¿Cómo van esas finanzas?

FELIPE.
Ya bien conoces mi lema:
"Si en el bolsillo te quema
el dinero, firme avanzas
sin remedio a la rüina,
pero dormirás tranquilo
si el ahorro te domina
que es la mejor medicina
para no vivir en vilo."
Esta mañana, por cierto,
he pasado por el banco,
que ya en los tiempos de Franco
en contar me hice un experto;
mi dinero está en buen puerto,
y pues me gusta palparlo,
para mejor controlarlo
por si tuve algún devengo,
saqué todo cuanto tengo
y así, después de contarlo,
de nuevo volví a ingresarlo.

ENRIQUE.
(Aparte.) ¡Qué absurdo!, mas me contengo.

FELIPE.
Tengo en mi cuenta corriente
siete millones y medio
que me rentan un promedio
mensual bastante decente,
treinta "Bonos del Estado"
que me desgravan bastante,
y lo que es más importante,
este jueves me he comprado
cien acciones de Banesto,
y orgulloso estoy de esto,
pues es seguro, yo entiendo,
que con solo el dividendo
que darán el mes que viene,
amortizado se tiene
todo el capital expuesto.
Y, para hablar de otra cosa.
¿Sabes a quién me he encontrado
esta tarde y me ha invitado
a cenar hoy?
ENRIQUE.
Sí, a Rosa.

FELIPE.
No, que va, es más hermosa
y guisa mucho mejor;
me ofreció una vez su amor...

ENRIQUE.
¡Es Encarna de Inestrosa!
Felipe, ¿tendrás valor
de acudir a esa cita?

FELIPE.
¿Porqué no?, si es muy bonita
y además está soltera.

ENRIQUE.
Soltera sí, pero espera...
novia es de Timoteo,
y sería lo más feo
que tú, su mejor amigo,
a quien dio techo y abrigo,
y hasta incluso de comer,
le pudieses hoy hacer,
y además a sus espaldas.

MESONERO.
Son los asuntos de faldas
huesos duros de roer.

FELIPE.
Tú, dedícate a lo tuyo
Telesforo y sirve vino,
si tu oído es harto fino
te lo tapas.
MESONERO.
¡Bien, concluyo!
Perdónenme la confianza
que sin deber me tomé;
y para alegrar la panza,
lo mejor de mi matanza
ahora mismo sacaré,
y de balde que hoy invita
el dueño de este mesón.

FELIPE.
Bien te ganaste el perdón,
eres un gran diplomático;
debo por mi parte yo,
disculparme por mi tono
que si hoy yo desentono,
no es algo en mí sistemático.

ENRIQUE.
¿No te habrás enamorado
locamente de Encarnita?

FELIPE.

No quisiera, pero... ¡Quita!


Creo que un poco tocado
me dejó de la cabeza.
No sé que me pasa Enrique.

ENRIQUE.
Aunque te duela y te pique,
no cometas la torpeza
de seguir con el asunto,
pues conozco a Timoteo
y si se entera, te veo
dentro de nada difunto.
FELIPE.
Me da miedo y soy consciente
del alto riesgo que corro,
no es solamente mi ahorro
quien peligra; mayormente,
yo que nunca fui valiente
y la sangre me marea,
me bombardea la idea
de terminar en el hoyo,
que es don Teo del Arroyo
un buen gallo de pelea.
Pero mucho me fastidia
que no se la tome en serio,
y considere adulterio
el que otro entre en la lidia.
Hasta hoy, por mi desidia
y mi respeto hacia él,
rechacé siempre la miel
que gustosa me ofrecía;
pero hoy es otro día,
y me voy tras del pastel.
Decidido estoy del todo,
sé que me juego el pellejo,
pero a Felipe Vallejo
nadie le pondrá el apodo
de cobarde, que ante todo,
con sus vicios y virtudes,
ni teme a los ataúdes
ni a venganzas sin sentido.
¡Qué él se pasa! ¡Yo le envido!
¡Basta ya de esclavitudes!

MESONERO.
(Aparte.) No es posible lo que escucho,
sin verlo no lo creería.
ENRIQUE.
Felipe, te mentiría
si negase que no es mucho
lo que pides, pero lucho
por ahuyentar esa idea
que persiste en tu azotea;
por ello insisto, hazme caso.
¡Pasa, por Dios!

FELIPE.

¡No, no paso!
¡Y, que pase lo que sea!

ENRIQUE.
¡Llena las copas Forillo
que hoy bebemos más aprisa!

MESONERO.
¡No te fastidia! ¡Qué risa!
Como no es de su bolsillo
porque el tonto de Forillo
se precipitó un montón,
al decir que del mesón
su dueño, hoy correría
con los gastos.

ENRIQUE.
¡Faltaría!
¡Las cosas son como son!
Y así aprendes otra vez
a estarte más calladito;
pagarás hoy tu delito
con tu gran esplendidez.
(Entra por la puerta Timoteo, un hombre fuerte y
robusto, de unos treinta y cinco años, con mal
encare y barba de una semana.)
MESONERO.
Si señor, hoy la embriaguez
de ustedes dos, yo la asumo
pero paso del consumo
de quien entra por la puerta.
(Se vuelven Felipe y Enrique hacia la puerta,
quedándose ambos estupefactos.)

ENRIQUE.
¡Santa María de Huerta!

FELIPE.
¡Cielo Santo, yo me esfumo!

TIMOTEO.
(Abalanzándose sobre Felipe y dándole un abrazo
que le deja casi sin respiración.)
¡Vallejo, dale un abrazo
a tu amigo Timoteo!

MESONERO.
(Aparte.) ¡Esto va a ponerse feo!

ENRIQUE.

(Aparte.) No, si al fin le parte el bazo


este bestia.

FELIPE.
(Dando un grito lastimero.)
¡Ay, mi brazo!
Un poco más y me dejas
hecho trizas.

TIMOTEO.
Va, te quejas
por quejarte Felipito.
¿Qué tomamos? ¡Qué yo invito!
¿Una ración de mollejas?

FELIPE.

Es que tengo que marcharme


ya mismo, pues he quedado.

TIMOTEO.
Te noto un poco alterado;
no vayas a defraudarme,
primero debes contarme
tus últimas fechorías,
porque creo que estos días
las estás haciendo gordas;
se me ha dicho que ahora bordas
todas las rufianerías.

ENRIQUE.
Cuéntale lo de anteayer
en el bar que inauguraron,
donde nunca te sacaron
cuanto pudiste beber.

FELIPE.

¡Como qué era menester!

TIMOTEO.
Enrique, perdona hombre,
la verdad, no tengo nombre
pues no te he saludado.

ENRIQUE.
Tranquilo, estás perdonado.
(Se dan la mano efusivamente.)

TIMOTEO.
Telesforo, no te asombre
lo que te voy a decir:
Sirve cuanto se te pida,
igual licor que comida,
porque quiero compartir
con todos, el gran sentir
que hoy invade el alma mía.

MESONERO.
¿Le tocó la lotería?

TIMOTEO.

No, que va, algo mejor,


rebosando estoy de amor
y me caso.

ENRIQUE.
(Aparte.) ¡Madre mía!

TIMOTEO.
Mas, sigamos escuchando
con atención a Vallejo.

FELIPE.
(Aparte.) ¡Me ha dejado perplejo!

MESONERO.
(Aparte.) ¡Menuda se está formando!

FELIPE.
Pues como os iba contando,
es que era menester,
y lo que tuve que hacer,
ellos mismos lo buscaron;
tal vez, a otro estafaron,
conmigo no pudo ser.
Todo empezó de este modo:
Yo salía de mi casa,
más contento que un rey godo,
con la intención, sobretodo
de bajar algo la grasa;
llevaría caminado
treinta metros a lo sumo,
cuando leo anonadado
en el cartel de un vallado,
lo que ahora mismo resumo:
"Entre y beba cuanto quiera
porque hoy inauguramos
nuestro bar y le invitamos
a que no se quede fuera."
Yo me dije: ¡Ésta es la mía!,
pues que era gratis supuse.
¡Santo Dios, cómo me puse!
¡Más de diez me bebería!
Me chocaba que la gente
andase tan comedida,
y me percaté enseguida
que era caro el aguardiente
cuando vi que el camarero,
a la pareja de al lado,
por dos copas que han tomado,
les pide mucho dinero.
¡No es justo, me han engañado!,
grita un pollo allí, en la barra,
el camarero le agarra
por el cuello exasperado
y le dice: ¿Yo engañarle?,
usted mismo se ha engañado,
ya que nadie le ha invitado
a beber aquí de gorra;
eche mano a su cartera
y pague cuanto ha tomado,
no me vea yo obligado
a tener que usar la porra.
Se puso fea la cosa,
ya me veía perdido.

TIMOTEO.

... Y te escapaste bandido


cual sigilosa raposa.

FELIPE.
No era fácil escapar,
pues poca gente quedaba,
mucho pánico me daba
que me pudiesen cazar.
Pero había que actuar
con astucia y sangre fría,
y el plan que prepararía
no me podía fallar.
¿Dónde está el cuarto de baño?,
le pregunté al camarero.
Allí al fondo caballero,
¡Cuidado con el peldaño!
Los dos grifos del lavabo,
abrí yo de par en par,
me llegué casi a duchar
entero, de cabo a rabo;
y después de salpicar
suelo, paredes y techo,
corriendo me fui derecho
hacia la barra del bar.
Oiga usted buen camarero,
le dije; en el servicio
se está armando un estropicio
de aquellos de aquí te espero.
No hube aún terminado
toda la frase completa,
cuando cogió una bayeta
y se marchó escopetado.
Aproveché yo el momento
para salir del lugar,
y así me fui sin pagar
de lo que no me arrepiento.

TIMOTEO.
Felipe, eres genial,
no discurres una sana.

FELIPE.
Mi pecado fue venial
pues el coste era brutal
y no me daba la gana
que por sucia propaganda
quebrase mi presupuesto.
¡Ni soñando! ¡Vamos anda!

TIMOTEO.
¡Hiciste lo que Dios manda!

ENRIQUE.
También coincido yo en esto.

MESONERO.
Pues yo, si me lo permiten,
quisiera dar mi opinión.

FELIPE.
Dile a aquellos que no griten,
y habla que se te admiten
tus ideas.

MESONERO.
Con razón
mi padre, gran mesonero,
decía siempre al servir:
Abóneme caballero
que de este modo, primero
yo ya no he de sufrir
cuidando sus movimientos,
ni haciendo luego cuentas;
y segundo, cumplimientos
y atenciones a elementos,
a parientes o parientas
que aparecen sonrientes
a la hora de pagar,
se las puede usté evitar
feliz, porque a esos clientes,
yo me encargué de cobrar.
Yo, más torpe que mi padre,
no sigo en eso sus pasos
y obtengo enormes fracasos
por parecerme a mi madre
que es quien fregaba los vasos.
Recuerdo aquella quincena
en que mi padre enfermó,
por poco nos arruinó,
pues no cobró ni una cena,
y eso que muchas sirvió.
Y es que mi madre tenía
un corazón tan inmenso,
que a veces incluso pienso,
de dónde lo sacaría,
porque mi abuelo y mi abuela,
sus padres, eran capaces
de morir sin hacer paces
con quien debiese una pela.
Voy a acercarme a esa mesa
a cobrarles el consumo,
no sea que como el humo
se me esfumen.

FELIPE.
Mi promesa
de acudir pronto a una cena
me impide continuar
por más tiempo.

TIMOTEO.
Es gran pena
que hoy que estoy de enhorabuena
y dispuesto a celebrar
con quien es mi gran amigo
la decisión que he tomado,
tú te pongas el abrigo
y aquí me dejes tirado.

FELIPE.
Tirado no, y soy testigo
de que en buenas manos quedas.

TIMOTEO.
Eso es cierto, y hoy Enrique
tendrá que ser quien me explique
hacia donde van tus ruedas.

FELIPE.

Enrique te contará
con más detalle este asunto,
y también te explicará,
el porqué a las diez en punto
tengo que estar en Princesa;
me juego pasta a montones
y sin ya más dilaciones
digo adiós aunque me pesa.
(Se marcha con paso rápido.)

TIMOTEO.
Le encontré bastante raro,
algo gordo le sucede.
¿Es alguna apuesta?
ENRIQUE.
Puede.

TIMOTEO.
¿Y muy importante?

ENRIQUE.
Claro.
(Aparte.) Como la cosa se enrede
y me siga preguntando,
no sé si seré capaz
de seguir improvisando.

TIMOTEO.
¡Me estás Enrique engañando!
No soy yo muy perspicaz,
pero algo estáis tramando
entre los dos contra mí.

ENRIQUE.
¡Eso es falso!

TIMOTEO.
¿Estás seguro?

ENRIQUE.
Tan seguro como oscuro
fue el lugar donde nací,
que si no es porque mi madre
pudo alumbrar sin problema,
hubiese sido un poema
y de los buenos, compadre.

TIMOTEO.
(Agarrando con fuerza a Enrique por la bufanda.)
Pues cuéntame con detalles
a dónde Felipe ha ido
porque yo soy todo oído.
¡Vamos, empieza y no calles!

MESONERO.
(Aparte.) En menudo compromiso
se ha metido el de Miranda.

ENRIQUE.
(Aparte.) ¿Qué le digo? ¿Qué improviso?
Timoteo, un inciso.
Cuidado con mi bufanda
que es de seda y de la buena,
no la vayas a romper;
el sueldo de una quincena
me ha costado, y la faena
peor no podría ser.

TIMOTEO.
Pues yo, si te soy sincero
la encuentro del todo horrible.
¡Qué lástima de dinero!
¡Pero habla, que te espero!

MESONERO.

(Aparte.) ¡Don Timoteo es terrible!

ENRIQUE.
La cosa es harto sencilla,
ya conoces a Vallejo,
nunca juega de boquilla
y pues no tiene complejo,
cuanto tiene en la cartilla
se apostó con Juan Bermejo
a que tendría el valor
de sentarse hoy a cenar
en un lujoso asador,
y a la hora de pagar,
simular un gran dolor.
Llegará incluso a rodar
por los suelos sin puntilla,
cayéndose de la silla
desplomado tras gritar:
Yo me muero intoxicado,
que alguien me eche un capote,
avisen a un sacerdote,
quiero morir confesado.

TIMOTEO.
Y, lo lógico es pensar
que no intentarán cobrarle;
mas, si fracasa...

ENRIQUE.
Matarle
bastante mejor sería,
ya que entonces perdería
cuanto ha podido ahorrar
estos dos últimos meses,
incluso los intereses
desde entonces producidos;
todos serían barridos
por Bermejo sin dudar.

TIMOTEO.
Y, si cena sin pagar
y su truco no descubren...

ENRIQUE.
De gloria entonces se cubren
las cuentas del buen Vallejo.
Ya me imagino el festejo
cuando lo vaya a ingresar.
TIMOTEO.
¡Qué tío! ¡Cómo las gasta!

ENRIQUE.
La verdad, tiene un cartel,
que apostaría por él
a ciegas toda mi pasta.
Y, cuéntame Timoteo,
¿cómo de pronto te casas?
¿No será otra de tus guasas?,
porque yo, no me lo creo.

TIMOTEO.
Puedes darlo por seguro,
he cambiado de repente,
decisión muy conveniente
y en la que arriesgo el futuro;
yo que siempre fui muy duro
y del amor me reía,
he pensado que sería
buena cosa el matrimonio.
¡Qué se vayan al demonio
tanto vicio y correría!
Yo, ya no busco el placer,
se acabaron esos días
de borracheras y orgías,
que hoy he llegado a saber
que el amor de una mujer,
si es sincero y verdadero,
no se paga con dinero,
y da más satisfacción,
más encanto y emoción
que un romance pasajero.

ENRIQUE.
Ya lo creo que has cambiado
Timoteo del Arroyo;
puedes contar con mi apoyo.
Supongo que habrás hablado
con Encarna...

TIMOTEO.
No me ha dado
tiempo aún de hablar con ella,
pero como es una estrella
que jamás sale de noche,
ahora mismo cojo el coche
y enseguida estoy con ella.

ENRIQUE.
No me parece oportuno,
mejor, aguarda a mañana.

TIMOTEO.
Es que tengo tanta gana
de decirle que este uno,
ha dejado de ser tuno
y se propuso cambiar
de vida.
(Hace intención de despedirse.)

ENRIQUE.
(Aparte.) Se puede armar
una gorda si le dejo.
¡He de salvar a Vallejo!
¡No te puedes aún marchar!

TIMOTEO.
¿Porqué no? ¿Quien lo prohíbe?

ENRIQUE.
Yo.
TIMOTEO.
¿Quién? ¿Tú?

ENRIQUE.
Yo lo prohíbo,
pues no estimo de recibo
ese ímpetu, inclusive
tratándose de un asunto
trascendental e importante
como lo es; y otro instante
mejor será, yo barrunto.
Además, has prometido
brindar aquí, en el mesón,
por tu nueva situación,
y todos lo hemos oído.

TIMOTEO.
Pues lo que dije, lo cumplo;
y como tengo palabra,
que Telesforo nos abra
una última botella.
Aprisa la beberemos,
contigo yo brindaré
y al instante partiré
a reunirme con la bella.
Y mientras que Telesforo,
las copas nos va llenando,
al aseo voy volando
y enseguida estoy aquí.
(Marcha Timoteo al cuarto de baño.)

ENRIQUE.
(Dirigiéndose al mesonero.)
Igual que yo, lo has oído,
tenemos que intervenir,
no podemos permitir
que aparezca por allí.

MESONERO.

Mas señor, no es cosa mía


estos líos que se traen
entre ustedes, bien me caen
lo confieso y sentiría
que algo malo le suceda
a su amigo; pero a mí,
que de enredos siempre huí,
no ha nacido aún quien pueda
hacerme tomar partido
en este tipo de tramas.

ENRIQUE.
No he de andarme por las ramas
porque no tendría sentido
y de tiempo no dispongo,
pero por Dios te lo ruego,
ayúdame en este juego
que ahora mismo te propongo:
A la vuelta de la esquina
hay de guardia una farmacia,
compras cualquier medicina
que duerma con eficacia,
y si se muestra reacia
la licenciada, con gracia
dale una buena propina.
Aquí tienes un billete,
del que las vueltas son tuyas,
(Le da un billete de cinco mil pesetas que Telesforo
agarra con fuerza, mostrándose dispuesto a
colaborar.)
por hecho doy el que intuyas
que has de echar en el clarete
el mejunje; conque vete,
¡no hay que perder ni un momento!

MESONERO.

(Marchándose con lentitud.)


Ya me puse en movimiento,
pero me asusta la idea.

ENRIQUE.
Tú, cumple con tu tarea
y, por favor, no tan lento.

TIMOTEO.
(Que ya regresa del lavabo.)
¿Dónde anda el mesonero
y dónde están esas copas?

ENRIQUE.
Tú, ya no corres. ¡Galopas!
Se marchó a cambiar dinero
a la Venta del Gaitero,
pues para dar unas vueltas,
de siete pesetas sueltas
ahora mismo carecía.

TIMOTEO.
(Fijándose en dos mozas bastante aparentes que
entran en el mesón y se sientan en una mesa.)
¡Cómo están! ¡Qué anatomía!
¡Vaya dos hembras esbeltas!
Si no fuese porque hoy
decidí cambiar de vida,
te aseguro que enseguida
comprobarías quien soy.

ENRIQUE.
(Aparte.) (Sería la solución
ligarnos a esas chavalas.)
¡Bah!, te falta decisión
y apuesto a que no te embalas
y junto a ellas te instalas
en la mesa.

TIMOTEO.
¡Qué bribón!,
tú lo que quieres canalla
es conseguir que trasnoche;
me animas para que vaya
y con ellas por pantalla
me retienes esta noche.

ENRIQUE.
Yo, solamente te digo
que cambiaste demasiado;
era mejor el lanzado,
el burlador del castigo,
ese Timoteo amigo
que jamás te defraudaba
y en la vida te dejaba
tirado en cualquier lugar,
quien reía sin parar
hasta que el día llegaba.
No, ya no existe ese hombre,
ha nacido otra persona,
comedida y tranquilona,
el más vulgar gentilhombre.
No es extraño que me asombre
pues de ti, no lo esperaba;
ni soñando imaginaba
transformación similar.
Me dan ganas de llorar,
ya no vales para nada.
TIMOTEO.
¡Basta ya de tonterías
y sermones gratuitos!,
que para hacer de las mías
en juergas y correrías,
recursos tengo infinitos.
Pero hoy, amigo Enrique,
no caigo en las tentaciones,
que hasta mi dedo meñique
es más duro que un tabique
bien sobrado de hormigones.
Mucho tarda Telesforo.
Como no venga enseguida,
comenzará mi partida
cual ligero meteoro.

ENRIQUE.
Ten un poco de decoro,
por la puerta está al entrar.
(Aparte.) Como éste tarde en llegar
estará todo perdido.

MESONERO.

(Entrando por la puerta congestionado, viene


corriendo hacia Timoteo, casi sin respiración.)
Discúlpeme, se lo pido.

TIMOTEO.
¡Pronto! Empieza a descorchar
y brindemos.

ENRIQUE.
¡Sí! Brindemos
por el señor del Arroyo,
a quien pronto perderemos
por lo que todos sabemos.
TIMOTEO.
¿Acabarás con tu rollo?

MESONERO.
(Aparte. Sirviendo el vino con un pulso que
prácticamente se lo impide.)
Sin comerlo ni beberlo,
me estoy metiendo en un lío...
¡Quién me mandará Dios mío!

TIMOTEO.
(Que no para de observar al mesonero y se
empieza a impacientar.)
¿Te has propuesto verterlo?

ENRIQUE.
Nervioso vas a ponerlo.
¿No ves que viene excitado
del carrerón que se ha dado?
Déjale servir tranquilo
y fíjate con que estilo
la dama se ha levantado.
(Vuelven ambos la vista hacia una de las señoritas
de la mesa que viene contoneándose hasta la barra
para hablar con el mesonero.)

SEÑORITA.
Si dispone de un momento,
sería de agradecer
se dejase usted caer
por la mesa.

MESONERO.
¡Oh! Lo siento,
debí de estar más atento.
Hacia allá voy enseguida.
(Ofreciendo a Timoteo y a Enrique dos copas de
vino.)
La bebida está servida.

ENRIQUE.
(Aparte.) ¿Cuál tendrá el medicamento?

TIMOTEO.
(Dando a Enrique una de las copas.)
Disfrutemos del momento
antes de la despedida.
(Se bebe su copa de un trago.)
¿Qué te pasa? ¿No te gusta?
¡Vamos, de un trago valiente!
Da la impresión que te asusta
el vino de Viña Justa.

ENRIQUE.
No, que va, es que de repente
una especie de mareo
corrió veloz por mi frente,
mas ya pasó, eso creo;
y como tú, Timoteo,
porque también soy valiente,
de un trago y sin respirar
voy a beberme mi vaso.
(Aparte.) Es para echarse a temblar,
quizás me voy a tomar
el suyo. ¡Vaya fracaso!
(Se bebe también de un trago su copa poniendo una
expresión un tanto extraña.)
(Aparte.) No hay duda de que éste era
el que llevaba el somnífero,
me está entrando una ceguera...

TIMOTEO.
¿Qué te ocurre calavera?
ENRIQUE.
(Aparte.) ¡Menos mal que no es mortífero!
(Se desmaya, cayendo desplomado.)

TIMOTEO.
No sé que le habrá pasado.
¡Échame un cable Forillo!

MESONERO.
(Aparte.) Éste se ha obsesionado,
porque valor me ha faltado
y nada le eché al vinillo.
(Le sujetan entre los dos y se lo llevan hasta una
banca de madera donde le dejan apoyado.)

TIMOTEO.
Debe ser algún bajón
de tensión, pues borrachera
no es posible que lo fuera.
Prepárale una infusión
y le traes un almohadón
para que apoye el cogote.
¡Yo tengo que darme el bote!
Toma, cóbrate con esto
(Saca de la cartera un billete de mil duros y se lo
entrega.)
cuanto tomamos, y el resto
que se quede para el bote.
(Se marcha y deja solo al mesonero que se queda
sujetando a Enrique.)

MESONERO.
Pues menuda situación
la del pobre don Felipe,
es fácil que le destripe
o le saque el corazón.
Ya no tiene solución;
por lo menos yo he cobrado
y bien, porque me ha soltado
un billete de mil duros;
Vallejo estará en apuros,
mas yo, salí bien parado.
TELÓN
TERCER ACTO

SALA-COMEDOR DE LA CASA DE ENCARNA DE INESTROSA. A LA IZQUIERDA, LA


PUERTA DE LA CALLE Y A LA DERECHA, UN BIOMBO. HAY TAMBIÉN OTRAS DOS
PUERTAS QUE COMUNICAN CON LA COCINA Y HABITACIONES INTERIORES.

Aparece en escena Encarna, en ropa de andar por casa. Se encuentra


hablando con la misma señora a la que Felipe pidió dinero en la calle.

ENCARNA.
¿Tan complicado te era
comunicar tu llegada?

SEÑORA.
La verdad, si soy sincera
nunca pensé que pudiera
fastidiarte una velada;
y me vine convencida
de que te haría ilusión,
me esperaba otra acogida
mas, no temas que enseguida
dejo de darte el tostón,
porque cojo las maletas
y me voy a una pensión
que las hay, y muy discretas,
donde por cuatro pesetas
te incluyen calefacción.

ENCARNA.
No escuché en toda mi vida
de mi madre tal sandez;
siempre serás bien venida,
eso de irte enseguida
no es mas que una estupidez.
¿Cuánto tiempo he de gozar
de tu grata compañía?

SEÑORA.
Hasta el verano llegar,
en Madrid quisiera estar;
es la idea que traía.

ENCARNA.
Y... ¿Qué va a ser del gorrino,
de la vaca y las gallinas?

SEÑORA.
Para eso está el vecino
que es un muchacho divino
y me los cuida. ¿Qué opinas?

ENCARNA.
Pues que no se que decir,
tú bien sabrás lo que haces,
no me gusta discutir
mas, no es digna de aplaudir
la forma en que te deshaces
de ciertas obligaciones
que tú misma te has creado;
te vienes de vacaciones
y sin más explicaciones
dejas todo abandonado.

SEÑORA.
Si es que ya estoy aburrida
de la vida que allí llevo;
apenas casi me muevo,
me levanto y enseguida,
a preparar la comida,
y al terminar de comer
me pongo un rato a coser
hasta que Antonia me avisa
para marcharnos a misa;
y ese es todo mi quehacer.

ENCARNA.
Puedes salir de visita
por las tardes, o leer;
te puedes entretener
también con cualquier cosita,
aunque sea pequeñita
y de poquito valor,
porque no hay nada peor
que caer en la rutina,
ya que al final se termina
siendo presa del sopor.
Y, no vayas a creer
que no quiero que te vengas
a mi casa cuando tengas
ocasión para ello hacer.
No hay en mí mayor placer
que tu grata compañía,
por algo eres madre mía,
aquella que me dio el ser,
la que me ha visto crecer
y por quien todo daría.

SEÑORA.
Pues claro que no, hija mía.
¿Cómo iba yo a pensar
que te fuese a ti a estorbar
tu madre? ¡Qué tontería!
Pero que elegí mal día
para venir, claro está;
lo comprende tu mamá,
y por si estás intranquila,
te voy a hacer una tila
que te tranquilizará.
(Se marcha a la cocina.)

ENCARNA.
Siempre tan inoportuna
es mi madre cuando viene
que lo cierto es que no tiene
lo que se dice ninguna
gracia, y aunque la fortuna
no acostumbra a acompañarme
cuando viene a visitarme,
esta vez será distinto
porque me dice mi instinto
que algo bueno va a pasarme.
No sé, tal vez me equivoque,
mas esta corazonada,
me anima para que enfoque
con ilusión la velada,
y aunque a mí misma me choque,
quizá salga bien parada.

SEÑORA.
(Que vuelve de la cocina con una taza en la mano.)
Ya estoy aquí con la tila,
tómatela despacito
y tras el tercer sorbito
te encontrarás más tranquila.
¿A qué hora está fijada
esa cita que te inquieta?

ENCARNA.
A las diez, dentro de nada
y aún no estoy arreglada,
seré por lo tanto escueta:
Deberás de retirarte
cuando llegue quien yo espero;
una vuelta puedes darte
por la calle, o acostarte
y así no gastas dinero.

SEÑORA.
Tranquila puedes estar,
porque no voy a estorbarte,
pienso salir a cenar
y después, me iré a tomar
una copa a alguna parte.
Descuida que hasta las dos
no me voy a recoger;
estaréis solos los dos.

ENCARNA.
Mucho cuidado por Dios
dónde te vas a meter,
porque hoy día no se sabe
lo que te puede pasar.

SEÑORA.
¡Me cuidaré cuanto cabe!

ENCARNA.
Acuérdate de la llave,
no se te vaya a olvidar.

SEÑORA.
Y... ¿Se podría saber
quien vendrá a acompañarte?

ENCARNA.
¡No te lo vas a creer!
SEÑORA.
Timoteo, ¿quién va a ser?
No quisiera importunarte,
pero sabes que me opuse
siempre a esa relación,
pues me molesta que abuse
y falsamente engatuse
a tu tierno corazón.
Es un tipo peligroso
al par que mala persona;
él, presume de gracioso
mas, resulta empalagoso
a la vez que desentona
en cualquier sitio que vaya.
No se sabe comportar,
sus idioteces no calla,
y sin motivos estalla
y se pone a vocear.

ENCARNA.
Como siempre, criticando
a todas mis amistades.
¿No crees que te estás pasando?
No le sigas insultando,
aun siendo todas verdades;
que aunque como tú bien dices,
carece de educación,
quizás fuésemos felices
y comiésemos perdices
pues es todo un ricachón;
pero a quien yo he convidado,
tranquila, no es Timoteo;
es aquél de quien te he hablado
tantas veces con agrado...
SEÑORA.
¿Felipe? No me lo creo.

ENCARNA.
Pues te lo puedes creer,
que esta tarde en la Gran Vía,
empezando a anochecer,
de lejos creílo ver,
y vaya que si sería.
Yo me hice la distraída
cual si no le hubiese visto,
mas él, con gesto suicida
cruzando arriesgó la vida
para hablarme.

SEÑORA.
¡Jesucristo!
Ese hombre debe estar
loco por ti, Encarnita,
porque cruzar sin mirar,
tan solo por saludar,
nadie lo hace. ¡Quita, quita!

ENCARNA.
Comenzó a decirme cosas
tan bonitas y agradables;
me comparó con las rosas
y del Olimpo sus diosas;
afirmó que insuperables
son las niñas de mis ojos,
y llamando a la florista
de la esquina, dos manojos
de lindos claveles rojos
me compró.

SEÑORA.
¡Qué detallista!
Debe valer un montón
ese Felipe Vallejo
por lo que dices, y son
muy dignas de admiración
sus acciones; mi consejo
es que te dejes querer
y olvides a Timoteo.
Hoy, gran día puede ser,
ya que lo vas a tener
esclavo de tu deseo.
(Se escucha un reloj de cuco dar las diez.)

ENCARNA.
Las diez en punto están dando,
Felipe estará al llegar.
(Suena el timbre de la puerta de la calle.)
¡Qué te dije, están llamando!
Voy a vestirme volando,
ábrele tú y hazle entrar.
Que se vaya acomodando,
ofrécele una cerveza
y mientras voime arreglando,
te quedas con él charlando,
con mucha delicadeza.
(Se marcha Encarna por la puerta que comunica
con las habitaciones interiores, mientras la señora
se dirige con paso lento hacia la puerta de la calle.)

SEÑORA.
Por fin voy a conocer
a tan famoso galán.
¡Qué nervios! ¿Cómo ha de ser?
¡Pronto lo voy a saber!
(Abre la puerta y aparece Felipe, quedándose
ambos helados.)
FELIPE.
(Aparte.) ¡Ay mi madre!

SEÑORA.
(Aparte.) ¡Por San Juan!
¡Hay que ver la que has armado
Teresita de Inestrosa!

FELIPE.
Disculpe, me he equivocado
de piso.

SEÑORA.
No, no ha errado,
pero sí pasó una cosa
que me impide socorrerle
en mi casa, mas tranquilo
porque voy a proponerle
en otro sitio ofrecerle
una chuleta de un quilo.
Mire, bájese a la calle
y aguárdeme en la esquina,
o mejor, en la cantina
de la otra bocacalle.
Ahora bajo y con detalle
le contaré lo que pasa.

FELIPE.
(Aparte.) ¡Merezco cuanto me pasa!
¿Porqué vive esta mujer
con Encarna? Debe ser
su madre. Pues es escasa
la gracia que tiene el caso.
¿Qué hago ahora? ¡Vaya lío!
Este si es un desafío
y gordo, pues un fracaso
me llevaría al ocaso.
La tengo que despistar,
ya que podría acabar
con los planes que traía.
La llevaré a la Gran Vía
porque allí, sé de un lugar
donde acuden a cenar
bastantes amigos míos,
y como son buenos tíos
a quienes gusta ayudar,
me entretendrán a la vieja
mientras yo me doy el piro,
y sin tomarme un respiro
regreso con mi pareja.
(A la señora.) En la cantina le espero,
no tarde mucho en bajar.

SEÑORA.
Tranquilo, no he de tardar
ni un minuto caballero.
(Se va Felipe, la señora cierra la puerta y con voz
alta le habla a Encarna para que la pueda oír desde
su cuarto.)
Encarna, fue confusión;
tu invitado no ha llegado
y aunque me habría gustado
conocerle, no hay razón
para seguir aguardando;
así que te quedas sola,
voy a ponerme la estola
de visón y desfilando.

ENCARNA.
(Contestando desde su cuarto.)
Adiós, que lo pases bien
y no cenes demasiado,
con el vino ten cuidado,
no bebas mucho...

SEÑORA.

¡Sí, amén!
(Se va a su cuarto, vuelve con una estola sintética y
muy llamativa puesta sobre los hombros y tras
componerse un poco delante del espejo del salón,
se marcha a la calle cerrando la puerta.)

ENCARNA.

(Que regresa con un elegante vestido de noche.)


Qué extraña es esta tardanza
en un hombre tan puntual;
esto me huele algo mal
mas, debo tener confianza.
Seguro que se ha encontrado
con alguien cuando venía,
o, tal vez, una avería
su reloj ha retrasado;
algo así debe de ser,
no he de pensar otra cosa
pero me pongo celosa
pensando que a otra mujer
pueda deberse el retraso.
No es muy tarde todavía,
rezaré un avemaría
mientras viene por si acaso
ha tenido algún problema
y en apuros pueda estar.
(Llaman a la puerta.)
Ves, acaba de llegar.
¡Ya se terminó el dilema!
(Corre hacia la puerta, la abre y aparece Felipe con
gesto de cansancio.)
Pasa, Felipe querido,
ya todo está preparado
y el banquete prometido
al punto será servido.

FELIPE.
Qué bien siempre me has tratado
desde que nos conocemos;
y yo, qué mal te he pagado
esos detalles supremos.

ENCARNA.

¡Deja de hablar y empecemos


que se enfría el estofado!
(Le acompaña hasta la mesa y toman asiento.)
(Aparte.) Lo encuentro yo muy cambiado,
nada en él parece igual,
no sé qué le habrá pasado
pero el ser tan educado,
no es en Felipe habitual.

FELIPE.
Un poco tarde he llegado,
cosa rara en mi persona,
espero ser perdonado.

ENCARNA.
Perdonado y con agrado.

FELIPE.
¿Te he dicho que estás muy mona?

ENCARNA.
(Aparte.) ¿Es cierto lo que he oído?
¡No me lo puedo creer!
Te noto desconocido,
no sé que te ha sucedido
mas, otro pareces ser.
FELIPE.
Algo Encarna me ha pasado
cuando esta tarde te vi.
¡Yo no sé lo que sentí!
Cuando te hubiste marchado,
me encontraba trastornado
sin saber que me ocurría,
mi corazón me decía
que al tuyo necesitaba,
mas mi mente se negaba
y proseguir le impedía.
Sabes bien que soy muy frío
e incapaz de conmoverme,
que el destino quiso hacerme
un hombre duro y vacío,
paraje seco y baldío
carente de toda flor,
paraíso del dolor
donde reina el egoísmo,
un amante de sí mismo
y enemigo del amor.
Pero hoy en mí ha brotado
un enorme manantial
con suficiente caudal
para dejarme inundado,
y con ello ha germinado
la semilla del querer;
cuesta trabajo creer
este cambio tan rotundo
mas, un empuje profundo
hizo de mí un nuevo ser.
Yo, que siempre me reía
de todos los sentimientos,
hoy grito a los cuatro vientos
que sin ti, me moriría,
que no sé ya que sería
de mi vida sin la tuya,
y nada que no te incluya
me podría conformar.
Si me llegases a amar,
no habrá mayor aleluya.

ENCARNA.
Cuántas veces he soñado
con oír estas palabras,
pero siempre he despertado
y a mí misma me he gritado:
¡Tonta, estás como las cabras!
Felipe no puede amarte
porque no es de carne y hueso,
no debes más engañarte,
y tendrás que conformarte
con alguien de menos seso.
Y, sin embargo, volvía
a cultivar ilusiones.
¡Cuántas noches rezaría
y llorando pediría
de los santos mediaciones!
Hoy veo que me han oído
y de mí se han apiadado.
¡Milagro del cielo ha sido,
nunca mejor me he sentido,
que el Señor sea loado!
(Se abrazan y en esos momentos suena el timbre
de la puerta.)

FELIPE.
Alguien viene, están llamando.

ENCARNA.
No acierto quien pueda ser.
Voy a abrir, vuelvo volando.
FELIPE.
(Aparte.) ¡Es la vieja!, estoy temblando.
Yo me tengo que esconder,
pues como ésta me vea
se puede armar un buen lío.
El biombo, pienso sea
un buen lugar, conque ¡Ea!,
hacia allá mis pasos guío.
(Se esconde detrás del biombo. Suena de nuevo el
timbre mientras Encarna está abriendo al mismo
tiempo que observa por la mirilla.)

ENCARNA.
Tranquilo, no se impaciente;
estoy quitando el cerrojo.
¡Qué me muestra el anteojo!
¡Es Timoteo!

FELIPE.
(Aparte.) ¡Ni un diente
me va a quedar en la boca!
¡Qué tragedia se avecina!
(Se abre la puerta y entra Timoteo.)

TIMOTEO.
¿Qué se cuenta mi menina?

ENCARNA.
Poquita cosa, muy poca.
¿Qué te trae por aquí
a estas horas de la noche?

TIMOTEO.
Tomó esta ruta mi coche
y yo no se lo impedí.
ENCARNA.
Pasa, no te quedes fuera
y dime qué te sucede,
yo sé que viniste adrede
porque hay algo que te altera,
te desvela y preocupa;
así que, dilo sin miedo,
tranquila escucharte puedo,
ya que no va a hacerme pupa.

TIMOTEO.
¿Conque no te afectaría
lo que pudiera contarte?
¿Ibas igual a quedarte
si supieses que me había
ocurrido una desgracia?
¿Es qué nunca me has querido?
¿Acaso, siempre has fingido
y tu amor fue una falacia?

ENCARNA.
Has sido tú, Timoteo
quien jugaste de boquilla,
cariño de pacotilla
es el tuyo, así lo creo;
mas, no deseo por nada
que algo malo te suceda
pues no es ésa la moneda
que uso, ni aficionada
a gozar del mal ajeno,
lo he sido ni lo seré;
ahora bien, sí te diré
que no me pareces bueno,
y que sé y estoy segura
que si hoy vienes a verme,
no es para buenas traerme,
es por algo que te apura,
que te inquieta, te zozobra
y no te deja dormir;
ya me lo puedes decir
sin rodeos, pues me sobra
fuerza, valor y entereza
para afrontar cualquier cosa;
por suerte, no soy tu esposa,
así que, sin más, empieza.

TIMOTEO.
(Aparte.) No sé por donde empezar,
estoy un poco nervioso.

FELIPE.
(Aparte.) El momento es horroroso,
está a punto de implorar
que lo acepte por marido,
y, como ella consienta...
¡Ay de mí! Estaré perdido,
y en este hueco escondido,
me saldrá una cornamenta.
(Se escucha un ruido en la cerradura de la puerta
de la calle, como si alguien estuviese intentando
abrir con una llave distinta de la suya.)

TIMOTEO.
Hay alguien que está forzando
con afán la cerradura.

ENCARNA.
Es mi madre, estoy segura,
el pulso le está fallando.

FELIPE.
(Aparte.) Como tres no era bastante,
acude también la vieja.
¡Esto ya es una madeja
que se enreda a cada instante!
(Se abre por fin la puerta y entra doña Teresa que,
al ver a Timoteo, se encara con Encarna.)

SEÑORA.
¿Conque no era Timoteo
el que venía a cenar?

ENCARNA.

No, y te lo puedo jurar.

TIMOTEO.
¿A qué viene este careo?
¿Es qué hay algo que yo ignoro
y debería saber?

ENCARNA.
Sí, lo hay.

TIMOTEO.
¿Qué puede ser?
¿No dispones de decoro
para hablarme con franqueza?
Ya me empiezo a impacientar
y no me gusta esperar,
así que vamos, empieza.

FELIPE.
(Aparte.) No puedo más consentir
que la siga interrogando,
y a pesar que estoy temblando
de miedo, no he de seguir
cobardemente escuchando
aquí, tras de la mampara.
La hora de dar la cara
ha llegado; pues marchando
y que Dios reparta suerte
a quien más la necesite;
abandono el escondite
aunque me cueste la muerte.
(Sale de detrás del biombo, volviéndose todos hacia
él.)

TIMOTEO.
No he de creer lo que veo.
¿Será un espíritu inmundo?

SEÑORA.
¡Pero si es el vagabundo!

FELIPE.
Soy Felipe, Timoteo,
el que hasta hoy fue tu amigo,
y pongo a Dios por testigo
que es mi intención y deseo
mantener esa amistad
que por siempre hemos tenido,
te lo digo convencido
pues es la pura verdad.
Esta noche cuando oí
que te ibas a casar;
en lugar de confesar
que quería para mí
a tu novia, te engañé,
y ocultándote esta cita,
yo me declaré a Encarnita
en la primera que hallé.
Sé que limpio no he jugado,
mas con ella fui sincero,
y si en su amor me has ganado,
al menos ser perdonado
es cuanto pido y espero.
(A doña Teresa.)
En cuanto a usted, gran señora:
esta tarde ha conocido
al Felipe que lo ha sido
hasta hace media hora:
Un hombre ruin y egoísta,
tacaño y avaricioso,
tan cínico y mentiroso
cual no creo que lo exista;
pero esta tarde su hija,
sin saberlo, cautivó
al canalla y transformó
a la vulgar sabandija
en el hombre más sincero.
Si le podéis perdonar,
él sabrá bien demostrar
que ahora es todo un caballero.

SEÑORA.
Enorme sinceridad
demuestran esas palabras,
con ellas Felipe labras
una profunda amistad
en esta pobre mujer
que no sólo te perdona,
sino que mucho ambiciona
tu suegra llegar a ser.

ENCARNA.
Aunque sé que es un diablejo,
escuchad mi decisión:
Ha de ser mi corazón
para Felipe Vallejo.

TIMOTEO.
Pues que sea enhorabuena
como lo es para mí,
ya que yo venía aquí
cargando una enorme pena,
al pensar que una faena
te podría ocasionar,
porque quería aclarar
que hoy existe otra mujer,
la dueña de mi querer,
con quien me voy a casar.
Soy por tanto muy feliz,
he salido bien parado,
nadie hay perjudicado
ni quedará cicatriz.
(A Felipe.)
Vallejo: tuviste suerte,
pues la mujer que te llevas,
apostar puedes, a ciegas,
que muy dichoso va a hacerte.
(Se escucha el timbre de la puerta de la calle y la
voz de Enrique al otro lado de la misma que grita
desesperadamente.)

ENRIQUE.

¡Abrid por Dios esta puerta!


¡Dad paso a la autoridad!

ENCARNA.
Parece Enrique. ¿Verdad?

FELIPE.
Sí, lo es a ciencia cierta.
(Abre Encarna la puerta y entra Enrique asustado y
acompañado por dos agentes de orden público.)

ENRIQUE.
A Dios gracias que está vivo,
ya me temí lo peor;
y sin embargo, es festivo
el ambiente...

TIMOTEO.
No hay motivo
para que hubiese dolor.

FELIPE.
Todo Enrique está arreglado,
no hay nada de qué temer,
con Timoteo he hablado....

TIMOTEO.
Sí, y estoy enamorado,
... pero de otra mujer.

FELIPE.
Encarna y yo, desde hoy
comprometidos estamos,
tan loco por ella estoy
que con su permiso voy
a anunciar que nos casamos.

ENCARNA.

Felipe, cariño mío,


no sabes lo que me alegra
el verte tan decidío.

SEÑORA.
Si señor, esto es un tío.
¡Dale un abrazo a tu suegra!
(Se abrazan efusivamente Felipe y doña Teresa.)

FELIPE.
Puesto que estoy muy contento,
a todos los que me oís,
aunque sois un regimiento,
os hago este planteamiento:
Conmigo, ahora os venís
al lugar más afamado
que existe en la capital,
donde yo estaré encantado
de invitaros y al contado
pienso abonar el total.
Brindaremos con champán,
y del bueno, ¡qué narices!

ENRIQUE.
Mejor cava catalán,
los gabachos no me van.

SEÑORA.
¡Me complace lo que dices!

FELIPE.
Se acabó el atesorar,
un nuevo hombre ha nacido,
y sin gastar por gastar,
ahora pienso disfrutar
que ahorrador empedernido,
eso lo he sido hasta ayer;
yo lo afirmo y no os engaño,
como pronto vais a ver.

ENRIQUE.
Pues desde hoy vas a ser:
"el espléndido tacaño".
TELÓN
ÍNDICE

PERSONAJES 1

PRIMER ACTO 3

SEGUNDO ACTO 17

TERCER ACTO 48

Das könnte Ihnen auch gefallen