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mitología azteca

basado en textos de George C. Vaillant

concepción del mundo


La religión azteca trataba de atraer a las fuerzas naturales favorables a la
existencia humana y rechazar las que le eran perjudiciales. Los objetivos
morales no existían, no había un salvador de la humanidad, ni cielo o infierno
para recompensar o casti gar las consecuencias de la conducta humana. Esto
último caía en el dominio de las costumbres sociales, más que religiosas.

Los aztecas creían que las fuerzas de la naturaleza obraban para el bien o para
el mal, así que ellos terminaron personificando a los elementos como dioses y
diosas. Practicaban el rito, ofrecimiento de regalos, oraciones, y realización de
actos simbólicos para inducir a los dioses a obrar en favor del hombre.

La naturaleza funciona mediante repeticiones de ciclos que producen el efecto


de ritmos. Nacimiento, madurez y muerte; la noche que sucede al día; las
estaciones; los planetas... De acuerdo con la filosofía azteca descubrir cuáles
son esos ritmos y seguir sus vibraciones complicadas aseguraría la
supervivencia de la comunidad.

Los aztecas creían que el mundo había pasado por cinco edades o soles según
la versión oficial de la Piedra Calendario de Tenochtitlán.

-1ª edad: Cuatro Ocelotl, tenía a Tezcatlipoca como dios reinante, quien al final
se convirtió en sol mientras los jaguares devoraban a los hombres y gigantes
que en aquel entonces poblaban la tierra.

-2ª edad: Cuatro Viento, Quetzalcóatl era la divinidad regente. Al término de


este sol los huracanes destruyeron el mundo y los hombres se convirtieron en
monos.
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-3ª edad: Cuatro Lluvia, Tlaloc, el dios de la lluvia, dio luz a esta edad, que
terminó con una lluvia de fuego.

-4ª edad: Cuatro Agua, Chalchihuitlicue, una diosa del agua, presidió el cuarto
sol en el que tuvo lugar una inundación que convirtió a los hombres en peces.

-5ª edad: Cuatro Terremoto, nuestra era presente bajo el dominio del dios sol:
Tonatiuh, será destruída a su tiempo por terremotos.

El universo se concebía en sentido religioso más que geográfico y se dividía


horizontal y verticamente.

El universo horizontal reconocía 5 direcciones: los 4 puntos cardinales y el


centro. El Dios del Fuego gobernava la zona central. El oriente estaba asignado
a Tlaloc y Mixcoatl (dios de las nubes) y era la región de la abundancia (la fértil
zona de veracruz fuente de las lluvias de estación). El sur era considerado
infernal, quizás por las áridas zonas al sur de Morelos y Puebla, aunque las
deidades que lo protegían eran dioses asociados con la primavera y las flores:
Xipe y Macuilxóchitl. El occidente tenía una significación favorable que se
asociaba con Quetzalcoatl, la serpiente emplumada, el Dios de la Sabiduría. El
norte era una región sombría y terrible gobernada por Mictlantecuhtli, Dios de la
Muerte, quien a veces también estaba relacionado con el sur.

El mundo vertical estaba dividido en paraisos e infiernos que no tenían


significación moral. El número de los paraisos era de trece y eran moradas de
dioses según su rango en la jerarquía. En el paraíso superior vivía el creador
original y así hacia abajo. Uno de estos paraísos pertenecía a Tlaloc, quien
recibía a los que morían ahogados, o por otras causas relacionadas con el
agua o fulminados por un rayo. La mayoría de los muertos iban a Mictlan, o
mundo inferior. Tenían que vencer varios peligros antes de que pudieran
continuar su vida allí, de manera que iban provistos de amuletos y obsequios
para el viaje, que duraba el sagrado número de cuatro días. El caminante tenía
que viajar entre dos montañas que amenazaban con aplastarlo, escapar de una
serpiente, de un cocodrilo monstruoso, cruzar ocho desiertos, subir ocho
colinas y soportar un viento helado que le arrojaba piedras y cuchillos de
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obsidiana. Después llegaba a un ancho río que cruzaba montado en un


pequeño perro rojo, el cual a veces se incluía en la tumba junto a los demás
objetos funerarios. Al llegar a su destino el viajero hacía obsequios al Señor de
los Muertos, quien lo enviaba a una de las nueve diferentes regiones.

Los grandes dioses del cielo desempeñaban un papel importante en la dualidad


del mundo azteca, en el cual se sostuvo una eterna guerra simbólica entre la
luz y la oscuridad, el calor y el frío, el norte y el sur, el sol de levante y el de
poniente... Incluso las estrellas estaban agrupadas en ejércitos de oriente y
occidente. Los combates gladiatorios, con frecuencia a muerte, expresaban
esta idea en el rito; las grandes órdenes guerreras, los Caballeros Águila de
Huitzilopochtli y los Caballeros Ocelote de Tezcatlipoca, reflejaban igualmente
el conflicto entre el día y la noche. Esta guerra sagrada dominaba el rito y la
filosofía de la religión azteca.

los dioses

A la cabeza del panteón en sentido teológico estaba Tloque Nahuaque el


espíritu creador, aunque su culto se vió limitado a un único templo en
Texococo.

A continuación una pareja suprema: Tonacatccuhti y Tonacacíhuatl, señor y


señora de la subsistencia, quienes realizaban las funciones de paternidad y
origen de otras divinidades.

Tonatiuh, el dios sol, señor celeste, el culto solar estaba más asociado con la
expresión activa de la religión azteca que los anteriores.

Había varios dioses que intervenían en los asuntos humanos y que eran
venerados sobre todos los otros. Generalmente uno de ese grupo era el
espíritu tutelar de una comunidad y se le atribuían poderes supremos. A este
dios se le honraba con el templo principal.

Huitzilopochtli, El Colibrí Hechicero, dios de la guerra y tutor de Tenochtitlán.


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Tezcatlipoca, el Espejo Humeante, a veces aparecía en escena como


adversario de la divinidad tolteca Quetzalcóatl. Fue adorado en muchas partes
y sus poderes eran compartidos por otros dioses importantes. Un manuscrito
mixteca presenta a esta divinidad governando sobre las cuatro direcciones,
pero con color diferente en cada caso. El Tezcatlipoca rojo de occidente tomó el
nombre de Xipe. Huitzilopochtli, el gran dios de la guerra de los Tenochca (los
aztecas de Tenochtitlán), asumió las funciones y atavíos del Tezcatlipoca azul
del sur y fue igualmente un Dios Solar. Pero su adversario y deidad opuesta de
la noche, retuvo el nombre de Tezcatlipoca y se le representaba como al
Tezcatlipoca negro del norte. Quetzalcoatl era representado a veces como
Tezcatlipoca blanco, asociable con el oriente como una estrella de la mañana y
con el poniente como una estrella de la tarde, rigió el destino de Cholula bajo el
nombre de Serpiente Emplumada pero con los atributos y los poderes de
Tezcatlipoca. Tezcatlipoca tiene otras versiones de sí mismo entre las que cabe
destacar a Yaotl, cuyo nombre significa El Enemigo.

Tlaloc, el Dios de la Lluvia, es un antiguo dios que se remonta a la época de los


toltecas. Sus anteojeras, sus colmillos y la voluta sobre sus labios hace que
sea una figura fácil de reconocer. En Tenochtitlán compartía los grandes
templos con Huitzilopochtli, y su dominio sobre la lluvia hizo que sus poderes
fueran esenciales para la supervivencia en la meseta mexicana. Tlaloc regía el
crecimiento y la vegetación.

Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, Dios de la Civilización y el planeta


Venus, fue adorado extensamente bajo diferentes apariencias. En contraste
con Tezcatlipoca, cuyas funciones y aspecto fueron atribuídos a dioses tribales
con nombres diferentes, Quetzalcóatl tenía varias formas compartidas por
deidades. Las esculturas de Teotihuacán y de Chichén Itzá muestran que se
adoraba una serpiente emplumada y las crónicas locales mencionan a
Quetzalcóatl y a Kukulcán, nombres náhuatl y maya que tienen el mismo
significado. En Tenochtitlán hay abundantes pruebas del culto a una serpiente
emplumada, sólo que las crónicas hacen referencia a Xiuhcóatl, Serpiente de
Fuego. El término Quetzalcóatl se aplica también a un dios barbado de
máscara saliente, también llamado Ehécatl, Dios del Viento. En algunas partes
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de la zona Mixteca-Puebla y del valle, el Tezcatlipoca blanco tenía el nombre


de Uno Caña, el nombre de la fecha sinónimo de Quetzalcóatl. Además, las
leyendas hablan de Quetzalcóatl, el gran rey que civilizó a los toltecas y partió
hacia el oriente para regresar después. Los frailes se apoderaron de este mito
como una prueba de que Santo Tomás, el apostol, había visitado Mexico y
convertido a sus pobladores, quienes después volvieron a las costumbres
paganas. [Nota de Disorder: hay que joderse] . El nombre de Quetzalcóatl fue
tambien dado a gobernantes toltecas de Teotihuacán, los sacerdotes mayores
de Tenochtitlán...

Xolotl, Doble, dios monstruo, gemelo de Quetzalcóatl.

Huehuetéotl o Xiuhtecuhtli, Señor del Año, Dios del fuego, divinidad de los
tiempos antiguos.

Chalchihuitlicue, compañera de Tlaloc, reinaba sobre lagos y ríos. Esta diosa


era el centro de una cultura importante, y aparece representada como una
encantadora doncella bellamente ataviada.

Xipe, El Desollado, simboliza la primavera, y su vestido característico, una piel


humana, representa el nuevo verdor con que la tierra se atavía cada año. En
las ceremonias en su honor, sus sacerdotes llevaban este simbolismo en las
vestiduras, usando pieles de cautivos acabados de desollar.

Chicomecóatl era la Diosa de las Cosechas, representada por el maíz, el


alimento básico.

Xilonen (Madre del Maíz Tierno), y Xochiquetzal (Pájaro Flor), eran los espíritus
personificados del nuevo crecimiento, de la juventud y de los juegos, y tenían
como contrapartida masculina a dioses como Cintéotl (Dios del Maíz), Xochipilli
(Príncipe Flor), y Macuilxóchitl.

Mayauel es la diosa representativa de la planta del Maguey. Sus cuatrocientos


hijos estaban asociados con el pulque, el licor que se elabora de esta planta.
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Los dioses de la tierra y de la muerte eran de gran importancia, ya que el


crecimiento tiene lugar en la tierra y los muertos son recibidos en ella. El sol, al
elevarse, parece nacer de la tierra, y al ponerse parece que esta lo oculta,
pasando así aparentemente, al mundo de los muertos.

Tlaltecuhtli, Señor de la Tierra, era representado como un monstruo masculino


de aspecto aterrador, y compartía los atributos de un sapo y de un cocodrilo.
Su boca abierta podía tragarse al sol mismo, puesto que el sol poniente
entraba en la tierra, de acuerdo con las ideas astronómicas de los aztecas.

Coatlicue era la madre de los dioses, aunque también era venerada como la
madre de Huitzilopochtli. Coatlicue era representada como una madre que
llevaba un niño en sus brazos. Tomantzin que puede haber sido un aspecto de
esta diosa o de Cihuacóatl (La Mujer Serpiente), tenía un templo en el Tepeyac,
actualmente el asiento de la capilla de la Virgen de Guadalupe [Nota de
Disorder: hay que joderse otra vez].

Mictlantecuhtli y Mictlancíhuatl: Señor y Señora de la Región de la Muerte,


llevaban máscaras hechas de cráneos humanos y sus ornamentos eran huesos
humanos. Gobernaban la región del norte y también los infiernos, en las
entrañas de la tierra. No había ejercicio expiatorio, todo el que moría, a menos
que fuera en guerra o en sacrificio, en el parto o ahogado, pasaba después de
la muerta a su dominio: Mictlán.

el ritual

Los sacerdotes dirigían las ceremonias y los adoradores concedían su


devoción a las divinidades especiales de cuyo patronato dependía
directamente su vida. Las ceremonias eran ejecutadas de acuerdo con las
exigencias rituales del calendario y las estaciones.

Las grandes ceremonias aztecas se celebraban de acuerdo al año solar, que


se componía de dieciocho meses de veinte días y un período de cinco días que
se consideraba nefasto. La terminación de un ciclo y el comienzo de uno nuevo
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se celebraba con gran pompa cada año. Durante dicho período nefasto al final
del año, el pueblo dejaba apagar sus fuegos y destruía sus enseres
domésticos. Mientras esperaba la catástrofe ayunaba y se lamentaba. Las
mujeres preñadas eran encerradas en graneros por temor de que se
convirtieran en animales salvajes, y a los niños se les hacía caminar y se les
conservaba despiertos por temor a que el dormir en esa noche fatal los
convirtiera en ratas. A la puesta de sol los sacerdotes ascendían al Cerro de la
Estrella, con vestiduras solemnes de todo el panteón azteca. Dicho cerro es un
cráter volcánico estinguido que se eleva bruscamente del nivel del valle y es
visible desde casi todas partes. En la cima del templo, los sacerdotes
escudriñaban ansiosamente el cielo a medida que pasaba la noche, esperando
la hora en que determinada estrella o estrellas, Aldebarán o las Pléyades,
llegaran al centro del cielo para dar la señal de que el mundo continuaría. En el
preciso momento en que estas estrellas pasaban el meridiano, los sacerdotes
tomaban unos aperos de madera y encendían un fuego nuevo en el pecho
abierto de una víctima que se había sacrificado a este fin. Todo el pueblo era
feliz, unos veloces portadores de antorchas llevaban el fuego y se encendían
de nuevo todos los fuegos en los altares de los templos y las aldeas. El pueblo
hacía nuevos utensilios domésticos y se celebraban festines con comidas
especiales. Los sacrificios tanto con derramamiento de sangre propia como de
prisioneros, expresaban la gratitud del pueblo.

Otra ceremonia impresionante se celebraba el día 4 Terremoto, signo de la


edad presente, y simbolizaba el paso del sol por los cielos. Al amanecer, un
prisionero ataviado como Tonatiuh, el Dios Solar, ascendía a la plataforma
donde estaba colocada la Piedra del Calendario. Cuatro sacerdotes extendían
a la víctima y otro más le abría el pecho para arrancarle el corazón, como una
ofrenda a los dioses. El pueblo estaba de fiesta hasta el mediodía, hiriéndose
las orejas y el cuerpo con ojas de obsidiana. En la tarde, los Caballeros Águila
y los Caballeros Tigre, consagrados al culto solar, tomaban parte en una danza,
dramatización de la guerra sagrada en la que se daba muerte al sol, que
renacía al día siguiente. La danza culminaba en un sacrificio gladiatorio.
Caballeros Águila y Caballeros Tigre escogidos, con armas auténticas,
mataban a un guerrero cautivo por su alto rango militar, a quién se amarraba a
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un piedra circular que representaba el disco solar, y quien se defendía con


armas fingidas.

Los aztecas celebraban una ceremonia horrible en honor de Huehuetéotl, Dios


del Fuego. Los prisioneros de guerra y sus captores participaban en una danza
en honor del dios y al día siguiente los cautivos ascendían a lo alto de la
plataforma donde se les arrojaba yauhtli en la cara, polvo que los anestesiaba
para que no se dieran cuenta de su horrible destino. Después de preparar un
gran fuego, cada sacerdote se apoderaba de un cautivo y atándole manos y
pies, se lo colocaba en la espalda. Alrededor de las brasas quemantes se
celebraba una danza macabra y uno por uno iban arrojando su carga a las
llamas. Antes de que murieran, los sacerdotes enganchaban al cautivo con
grandes garfios y arrancaban el corazón de los cuerpos ampollados.

La ceremonía en honor del dios Tezcatlipoca era impresionamtemente


dramática y conmovedora. Un año antes de su ejecución se escogía al
prisionero de guerra más hermoso y valiente. Los sacerdotes le enseñaban
modales regios y mientras se paseaba tocando la flauta recibía los homenajes
que se le tributaban al mismo Tezcatlipoca. Un mes antes del día del sacrificio
cuatro doncellas encantadoras, se convertían en sus diosas y complacían
todos sus deseos. El día de su muerte se despedía de sus consortes para
encabezar una procesión en su honor que se distinguía por los festines.
Entraba a un pequeño templo, acompañado de ocho sacerdotes que lo habían
atendido todo el año. Los sacerdotes subían primero las gradas del templo y él
los seguía, rompiendo en cada grada una flauta. En lo alto de la plataforma los
sacerdotes lo tendían en la piedra de sacrificios y le arrancaban el corazón. En
consideración a su calidad divina anterior, su cuerpo era conducido, en lugar de
arrojado por las escaleras, aunque su cabeza iba a reunirse con los otros
cráneos ensartados en una empalizada colocada junto al templo.

Cada uno de los grandes sacrificios mensuales tenía una significación


dramática. El rito se extendía sobre todas las actividades tribales, así es que
aun los juegos y los deportes se transformaban en actos con significado
religioso. El juego de pelota, tlachtli, era de esta clase. En este juego, los
participantes competían para hacer pasar una pelota a través de un aro
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colocado verticalmente, y solo podían tocar la pelota con codos, caderas y


piernas. Pero existían otra multitud de deportes y juegos de azar con
significación religiosa.

La práctica del sacrificio humano como acción de gracias se explica así: la idea
de sacrificar preciosas posesiones para conservar la vida humana debió
conducir a la ofrenda más valiosa de todas: la vida humana. Para que el
hombre sobreviviera, los dioses que permitían su existencia debían también
vivir y fortalecerse. Estos dioses sin embargo, recibían su mejor alimentación
de la más preciosa de las ofrendas: los corazones de los hombres. Esto
conducía a un círculo vicioso que provocaba el sacrificio en escala creciente.
Los dioses demostraban a los aztecas su valor y su fuerza, permitiéndoles
prosperar; pero los aztecas por su parte tenían que sacrificar corazones a los
dioses para conservar su buena voluntad. Una gran parte de la prosperidad
tribul provenía de los éxitos militares, así es que los sacrificios más gratos eran
los corazones de los adversarios, ya que era necesaria la victoria militar para
hacer prisioneros. Por otra parte, un éxito militar solo podía lograrse
conseguiendo el favor divino, de esta manera el sacrificio conducía a la guerra
y la guerra nuevamente al sacrificio, en una progresión creciente.

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