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CUADRO 1: Tasa de participación de la mujer en el mercado de trabajo.
Venezuela.
La comparación entre países nos enseña que este indicador puede variar, aunque
la tendencia general de algunos de los países del “primer mundo” es a mostrar tasas
de participación más altas que las venezolanas. El cuadro 2 muestra estas diferencias.
La cifra de 55 por ciento representa en el caso venezolano un cambio drástico en
la medida en que hasta la década de los 80, la participación de la mujer en la fuerza de
trabajo se había mantenido estable en alrededor de 30 por ciento; el crecimiento de 25
puntos porcentuales ha ocurrido desde finales de los 80 (OAEF-AN 2003).
Proporcional- mente, sin embargo, países como Colombia muestran una tendencia más
igualitaria en cuanto a género y fuerza de trabajo. Notemos cómo, por otra parte, la
tasa de participación de la mujer en el mercado de trabajo en Japón es relativamente
baja; igual ocurre en países como, Bélgica (43 por ciento en 2002) o España (42 por
ciento en 2002).
CUADRO 3: Ingresos de las mujeres comparados con los ingresos de los hombres, de
acuerdo con años de escolaridad completada: 1999 (%)
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que ha perjudicado doblemente a las mujeres, en la medida en que la brecha de gé
nero en cuanto a ingresos por la actividad económica prácticamente se duplica cuando
pasamos del sector formal al informal.
Segundo ejemplo. A medida que se sube en las escaleras del poder hay cada vez
menos mujeres. Los puestos de liderazgo todavía suelen estar reservados
primariamente para los hombres, aunque algunas mujeres logran colarse en el camino.
Esta afirmación vale tanto para el sector público como para el privado; tanto para la
política como para el liderazgo empresarial. A modo ilustrativo, hemos venido
siguiendo las listas que originalmente fueron de “los cien gerentes más exitosos” y que
a partir de 2002 incluye a “los cien líderes de la sociedad”, lista que la revista Gerente
publica anualmente. El gráfico 1 muestra el perfil de género de estos líderes.
La primera vez que escribimos sobre estos temas cuestionamos el hecho de que
la proporción de mujeres fuese tan escasa-, Cuando la lista comenzó a incluir a los “lí
deres de la sociedad”, pensamos: ¡Qué bueno! Esta lista por definición debe ser más
inclusiva de las mujeres, porque el concepto de “líder de la sociedad” es más amplio.
Se impuso sin embargo una visión muy parecida a la que imperaba en cuanto a los
100 mejores gerentes, y la proporción de mujeres no aumentó. Está claro que esta
lista no es una muestra representativa; es también cierto que muchas mujeres ocupan
posiciones importantes de liderazgo formal e informal, aunque no necesariamente
obtengan tanto espacio en la prensa como seguramente merecen. Y es que la propia
definición de quién merece o no estar en esa lista pertenece a un mundo que sigue
dominado por la visión masculina de la historia.
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Algo parecido ocurre con la proporción de mujeres venezolanas que ocupan
cargos en los diversos gobiernos. La representación de mujeres en la Asamblea
Nacional subió de 7 por ciento en 1993 a 12 por ciento en 2003. Es, indudablemente,
un progreso, pero no simboliza una tendencia que continuará subiendo en el tiempo
hasta alcanzar un nivel de igualdad. De acuerdo con la información disponible, en 1996
ya escala ministerial las mujeres ocupaban 12,5 por ciento de las posiciones en
Colombia; 14,3 por ciento en Estados Unidos, 15,8 f por ciento en México, 14,3 por
ciento en Chile y ninguna en Bolivia. , En 2004, el tren ministerial del gobierno
venezolano tiene 3 integrantes mujeres, del total de quince ministros que componen el
gabinete ejecutivo, es decir 15 por ciento. En países como Suecia o Noruega la
proporción de mujeres en los ministerios es considerablemente mayor (Suecia: 38,1
por ciento, Noruega: 28,6 por ciento, 1996). De- pendiendo de con quién nos
comparemos, nuestro 12 por ciento puede ser elevado o bajo; en todo caso, no refleja
necesariamente una tendencia que vaya a traducirse en un aumento significativo.
Lo mismo vale para el análisis de la proporción de mujeres que acceden a los má
s altos puestos en las organizaciones. La regla infalible es: mientras más se sube en la
escalera organizacional habrá menos mujeres. La integración de las mujeres en los
puestos más altos tiene límites. 1ercer ejemplo. Las condiciones económicas adversas
perjudican más a las mujeres que a los hombres. El cuadro 4 así lo demuestra, usando
como ejemplo las tasas de desempleo de hombres y mujeres en países seleccionados
de América Latina y el mundo.
Tal como se ve en el caso de las mujeres en posiciones de poder político, las
cifras venezolanas son mejores que en algunos países r peores que en otros. El hecho
es sin embargo que las mujeres sufren más el desempleo que los hombres. Para el
segundo semestre de 2003, la tasa de desocupación de los hombres fue de 17,5 por
ciento, mientras que la de las mujeres fue de 21,8 por ciento. La realidad del con-
texto de las diferencias de género en Venezuela está marcada, de manera persistente
en el tiempo a pesar de aparentes o reales avances, por la desigualdad.
¿DISCRIMINACIÓN O AUTOMARGINACIÓN?
Los datos que hemos presentado muestran que la integración de la mujer, una
vez que alcanza un “pico” determinado, se estanca y tiende permanecer de ese modo
en el tiempo, excepción hecha del número mujeres que se siguen integrando a la
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fuerza de trabajo (empujadas por la realidad económica y la necesidad de contribuir o
de ser las únicas proveedoras de sus familias) y del número de mujeres que siguen
obteniendo más educación que los hombres. Lo complejo, sin embargo, es
preguntarnos el porqué de esta situación.
La respuesta más sencilla a la pregunta de por qué esta naturaleza paradójica de
la integración de las mujeres en los espacios públicos, se sume en una palabra:
discriminación. Sin embargo, hablar de la existencia de “discriminación” no debe
equipararse automáticamente con existencia de políticas expresas que busquen
discriminar explícitamente contra las mujeres.
Por otra parte, el contexto en que la discriminación existe y se perpetúa es
complejo y no se presta para cambios que surjan como resultado de movimientos polí
ticos o del feminismo tal como se ha entendido en el pasado. El feminismo que hoy en
día podemos llamar tradicional” sostiene que las mujeres deben influir en la política de
tal modo que logren hacer valer sus derechos y contribuyan así con los, cambios
sociales necesarios. Este modo de pensar ha prevalecido en la mayoría de los países
que se han ocupado de los asuntos de género. Un ejemplo de ello: la Comisión
Europea ha declarado que su meta es que la distribución de género en todas las
ocupaciones sea de 50/50, con especial énfasis en las posiciones más elevadas dentro
de cada categoría ocupacional. Lo mismo ocurre en Venezuela, donde el Instituto
Nacional de la Mujer (Inamujer) ha iniciado una campaña llamada “50 y 50”, para
lograr 50 por ciento de representación de mujeres en todos los niveles
gubernamentales.
El problema de este tipo de planteamientos es que plantea metas imposibles,
pues se establecen metas cuyo logro no podría ocurrir exclusivamente por la existencia
de políticas o leyes, sino que depende de las propias mujeres, quienes se
desenvuelven en condiciones que no favorecen el logro de total equidad. Esta es otra
de las paradojas centrales: las mujeres, con frecuencia, toman decisiones a lo largo de
sus vid.15 que afectan sus carreras profesionales hasta el punto de que se vuelven
agentes activos de lo que podemos llamar “integración limitada.” La mejor manera de
demostrar este punto es por la vía de ejemplos.
El artículo “Where are the women?” (Fast Company, www. fastcompany.com,
febrero 2004) se plantea la pregunta de por que considerando los avances de las
mujeres, aún encontramos que la mayoría de los puestos más altos siguen ocupados
por hombres. La res. puesta que obtienen es un reto para las visiones simplistas de la
discriminación por género: numerosas mujeres, en algún momento de su tránsito por
la escalera corporativa o de poder, se “salen del juego” se retiran, o cambian su vida
profesional radicalmente para tener más tiempo para otras prioridades. Es un fenó
meno que ocurre principalmente con mujeres, y no con hombres. ¿Cuáles son las otras
prioridades? El deseo de construir una familia y de dedicar tiempo a los hijos.
En Venezuela este fenómeno se reproduce de manera idéntica. Cuando le
preguntamos a una mujer en un alto puesto ejecutivo en la industria petrolera por qué
no seguía su ascenso corporativo, ella nos respondió: “Es que eso no es vida”. Otras
mujeres no llegaban a tomar decisiones en cuanto a “salirse de la carrera”, pero
hablaban del sentimiento de culpa que llevaban consigo por no lograr dar cuenta de
sus diversos roles de la manera más satisfactoria. También encontramos la “
supermujer”, quien armada de celulares, mujer de servicio con carro y cuenta en el
banco, y la mejor disposición a dar a luz en la oficina si era necesario (no
exageramos), piensa que sí lo puede todo. Pero las “supermujeres” son las menos.
Esto se debe a que, aunque haya mujeres con capacidad indiscutible para dirigir
organizaciones, ellas enfrentan retos específicos a su condición de mujeres en cuanto a
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sus roles como hija, madre, esposa y gerente del hogar. Algunos investigadores han
llamado a esta realidad el “doble turno”: las mujeres trabajan doble, en tanto que
asumen roles profesionales y familiares mientras que los hombres tienden a estar más
centrados en el trabajo ya lo como prioridad. Otros van más allá y hablan de la triple
carga: el trabajo remunerado, la mayor parte del trabajo de cuidado de los hijos, y el
ocuparse de todos los asuntos del hogar, y es que, aunque un ejército de personal de
servicio en quien la mujer delegue, ella sigue siendo el responsable principal.
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participación ciudadana, donde incluiríamos a la mujer, o si es un fenómeno pasajero y
coyuntural.
Dentro del rol hiperdimensionado que han jugado los medios de comunicación en
este conflicto, algunos eventos protagonizados por mujeres han sobresalido una y otra
vez. Son eventos marcados por las consecuencias extremas del conflicto: mujeres de
la oposición enfrentando a guardias nacionales; mujeres del sector más radical del
chavismo, como Lina Ron, gritando consignas y epítetos obscenos a los cuatro vientos
en defensa de la “revolución”. Mujeres con la cara pintada, vestidas de negro o de
blanco, marchando por las calles gritando “ni un paso atrás”, o mujeres con las caras
también pintadas gritando “con Chávez así me muera de hambre”. En ambos casos ha
habido mujeres valientes, que han salido a la calle a defender lo que creen justo. Son
dos extremos, y se tocan. Se tocan porque no representan necesariamente nuevos
parámetros de participación de la mujer; representan en todo caso cómo las mujeres,
como grupo social y en tanto que categoría discursiva, han sido víctimas de la
polarización tanto como el resto de los sectores sociales y políticos venezolanos.
Ninguno de los extremos representa, además, una opción novedosa, una manera
innovadora de pensar, trabajar, o proponer alternativas para los escenarios de
integración de las mujeres, o para posibles escenarios de disminución de la
desigualdad de género.
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Este texto parece tener un problema de redacción que citamos verbatim para respetar la fuente original. El proyecto de
ley se encuentra en www.el-nacional.com/canales/parlamento/Bancodeleyes/Acrobat/plomujeres.pdf
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partidos políticos como Primero Justicia, no encuentra que el tema de género sea
considerado como relevante. Sus valores incluyen la igualdad de oportunidades, sin
hacer referencia a la igualdad de género; tampoco mencionan la discriminación
(www.primerojusticia.org.ve).
En cuanto a propuestas relacionadas con género en la actualidad del país, en el
marco del Proyecto Acuerdo Social, que según su página web “pretende contribuir con
la reconstrucción de la gobernabilidad en Venezuela” (www.acuerdosocial.com), un
grupo de investigadores de varias instituciones académicas ha preparado una serie de
documentos donde proponen políticas sociales para un eventual futuro. El documento
Agenda de Reconstrucción, por ejemplo, menciona dos veces la palabra género. La
primera es en el área de educación ya segunda es en el área de justicia. Otro
documento del mismo proyecto, la Propuesta de Política Social, no incluye mención
alguna a los asuntos de género, a pesar de que dedica unos cuantos párrafos al aná
lisis de la desigualdad social y económica en el país.
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hombres como a mujeres. Se trata de valorar la importancia del balance entre el
trabajo y la familia no como tema exclusivo de la mujer, sino como un tema que puede
y debe tocar a hombres y mujeres por igual.
Escribimos estas líneas, sin embargo, en momentos en los que el país se
encuentra una vez más convulsionado, presa del momento presente y con escasa
capacidad para pensar con claridad en el futuro. La polarización se apodera del
escenario político y de prácticamente todos los espacios públicos que no se encuentran
paralizados. Más aún: de nuevo se comprueba que el rol de la mujer no
necesariamente es de vanguardia, sino que las mujeres de cada bando se convienen
en otras víctimas de este proceso de violencia, en sus manifestaciones extremas de
violencia física de y contra mujeres; violencia que según supuestos líderes del
chavismo podría estar legitimada pues ocurre aparentemente “entre mujeres.” Lo
cierto es que mientras sea ésta la cotidianidad en la que nos desenvolvemos, pocos
logros reales podemos sumar a la historia del lento y encrespado camino hacia la
integración de la mujer en los espacios públicos venezolanos. En la medida en que el
conflicto en Venezuela continúe radicalizado, las mujeres seguirán siendo víctimas,
entre otros grupos, de la postergación indefinida, no ya de progresos, sino incluso de
la posible legitimidad que hablar sobre mujeres y sobre género podría llegar a existir
en Venezuela.
REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA
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