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Jordi Capdevila Compañeros de Piso 4

Jaime 1

Miguel 2

Lucas 3

Jordi 4

David Fersan
Jordi Capdevila Compañeros de Piso 4

Jordi
Sentí unos gemidos lejanos que no podía saber de donde provenían. Por
más que intenté agudizar el oído me era imposible encontrar el foco. Giré
sobre mi estómago y entonces impacté contra una superficie dura y fría.

—Merda d'Oh! Puta merda boles! —me quejé tontamente por el impacto
contra el suelo y lo peor de todo, es que ni si quiera podía moverme.

Enfoqué la vista en la televisión y entonces supe de dónde venían aquellos


gemidos. Una rubia escultura estaba agachada a cuatro patas, mientras un
tipo negro le metía el bastón hasta los huevos. Giré mi cabeza para estar en
consonancia con las imágenes y en décimas de segundo ya estaba muy
duro.

No habían pasado más de cuatro horas desde que me había follado a Clara
y después había bebido un montón y luego tomé un par de pastillas y
después volví a follar, esta vez con María y en ese momento tenía un gusto
extraño en mi boca y mi cuerpo no reaccionaba como quería.

Alguien me abrazó por la espalda y llevó su mano a mi entre pierna.


Desabrochó el pantalón e introdujo su mano bajo mis calzoncillos y atrapó
mi dura polla. Comenzó suavemente a meneármela y en un gesto por saber
quién era me giré.

En uno de los sofás estaba María. Estaba completamente desnuda


introduciendo un par de dedos en su rosada entrada. Los sacó de su húmeda
raja y los llevó a su boca, allí los lamió lascivamente y después se los
volvió a introducir en un acto por follarse con sus propios dedos.

—Veo que no hace falta que te toque para que te pongas duro, —dijo en mí
oído Clara, que con su mano derecha seguía pajeándome—. Ya te está
babeando, —ella sacó la mano y lamió su palma—. Me chifla el sabor de tu
líquido preseminal.

Clara me giró bruscamente haciendo que quedara boca arriba. Se deshizo 3


de mis pantalones y mis calzoncillos y quedé tendido en el frío suelo con la

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polla apuntando al techo. Cuando estoy duro, a mí no se me inclina ni a la
derecha ni a la izquierda, o arriba o abajo, simplemente es como una gruesa
flecha que apunta al frente. No había coño que amedrentara mi polla. Y
perdonad si parezco un cerdo o un ordinario hablando, pero para mí el sexo
debe ser cerdo que es como realmente me pone.

Clara lamió mis abdominales uno a uno, mientras con sus dos manos me
masturbaba firmemente. María me observaba fijamente mientras seguía
introduciéndose sus dedos, ella había abierto más sus piernas y que me
mataran si la vista no me pareciera el paraíso.

—¿Necesitas una lengua?, —le pregunté.

—¿O una polla? —le dijo Clara apartándose de encima de mí, para que su
amiga pudiera ver mi polla en todo su esplendor.

Nos observó por unos instantes más, mientras seguía con su cadencia
masturbándose y cuando decidió que ya estaba lo suficientemente caliente,
se dirigió hacia mí.

Clara me estaba mordisqueando la cabeza de mi polla. Me gustaba esa


sensación raspándome que hacía que quisiera gemir. Ella chupaba con
fuerza en el borde, mientras acariciaba mis huevos y presionaba el tronco.

María se puso a horcajadas sobre mi boca, dejando su entrada justo en mis


labios.

Di un lengüetazo antes de pasar mis brazos por encima de sus muslos para
agarrarme a los cachetes de su culo. Sentí su sabor en mi lengua y fue
como si una corriente eléctrica fuera directamente a alojarse a mis huevos.
Adoraba el sabor espeso y el olor de su humedad.

Seguí lamiendo haciendo ruidos sordos mientras me metía en mi boca sus


labios, ella daba pequeños gemidos, mientras que Clara chupaba
salvajemente mi polla.

Noté cuando María se inclinó hacia adelante y en ese momento, sentí dos
lenguas lamiéndome el capullo, mientras seguí comiendo coño, que era
algo que se me daba muy bien. Eso, aguante y la marcha atrás, eran mis 4
bazas estrella.

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Cuando María se levantó, dejando mi boca huérfana, me quejé. Pero solo
pasaron dos segundos, hasta que vi lo que iba a hacer. Pasó una pierna por
encima de mi cintura, con una mano sujetó mi polla y con la otra se abrió
sus labios y entonces presionó.

Ella había estado trabajándose un rato y todo fue puro placer. Noté como su
vagina iba tragándose mi polla, su cálida humedad extendiéndose a la
misma vez que ella engullía mi rabo.

Gemí mientras el largo camino de bajada hacía que me pusiera ansioso por
puntear, pero antes de darme la oportunidad. Clara se sentó en mi cara, y
eso fue suficiente para hacerme callar, mientras me deleitaba lamiendo.

María estuvo sentada con toda mi tranca dentro durante unos segundos. Se
meneaba en círculos, presionando tanto que pensé que quería partirme la
pelvis. Deduje que ellas se estaban comiendo los morros. Nunca antes
habíamos follado los tres juntos, pero me había follado a ambas y sé que
ellas eran amigas de hacía mucho tiempo. Clara me comentó una vez que
se lo habían montado entre ellas y eso fue el detonante para decidirme a
follármela. Si te follas a la abeja reina, acabas follándote todo el panal.

María comenzó a cabalgarme a una buena velocidad y tengo que decir que
yo no seré Nacho Vidal, pero calzo bien y el recorrido entre mi capullo y la
base era suficiente para hacerla humedecer y gemir como si fuera una
posesa.

Me sentía como en el cielo y aunque el día había comenzado de un modo


fenomenal, jamás pensé que acabaría de un modo excepcional. Por la
mañana había ganado un importante partido de fútbol con mi equipo de la
universidad y desde entonces lo habíamos estado celebrando entre los
colegas. Llegué a casa en la tarde y me duche y me encontré con Clara en
la puerta del piso para ir de fiesta.

—¿Qué? —me quejé preguntando cuando María se sacó mi polla


completamente.

—¡Me estoy corriendo! —dijo dándose unas palmadas con su mano en sus
labios—. Ya sabes que me gusta correrme sin la polla dentro.
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Observé sus fluidos y los míos convertidos solo en uno, deslizándose
lentamente por mi polla, desde el capullo hasta la base. Di un masaje para
extenderlos bien, cuando Clara se tumbó en el sofá con sus piernas abiertas.
Prácticamente me gritó “clávamela”.

Sujeté una de sus piernas mientras me puse de rodillas y con la mano libre
apunté al centro de la diana. Entré suavemente, solo la cabeza. Estuve
frotándola durante unos instantes, mientras ella se pellizcaba sus pezones.
Di un pequeño empujón hasta clavarle la mitad, Clara lo recibió de buena
gana. Me introduje hasta el fondo y comencé a bombear suavemente.

Me abracé a sus dos piernas a la altura de sus rodillas, mientras las


embestidas aumentaron la velocidad y el ritmo se intensificó. Tenía más
confianza con Clara, así que, con ella follaba de un modo más rudo. Le di
un par de buenos azotes en el culo. Ella los disfrutaba y cuando no se los
daba me los solía pedir.

Cuando decidí que ya era tiempo de cambio, hice que Clara se pusiera de
pie y le elevé su pierna para que la apoyara en el espaldar del sofá, me
agaché un poco y comencé a lamerle su entrada, ahora bien abierta por el
grosor de mi cipote.

A las lamidas y chupetones de su clítoris, María se unió. Su lengua


jugueteaba con la mía y su boca me disputaba aquella carne suave y rosada.
Viendo que allí yo era el hombre, ella se bajó al pilón y comenzó a chupar
mi cabeza. Me empujé en su boca mientras con la mía chupaba a su amiga.

Ni si quiera cuando comencé a entrar en Clara, María se despegó de lamer


toda mi tranca mientras me follaba a su amiga. Lamía todo como si fuera
un cachorrito bebiendo de su cuenco.

Cuando la unión de Clara y mía, ya sonaba a “cloc, cloc, cloc”, María me


palmeó el culo duramente, encontrándole por primera vez un poco de
placer al dolor.

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Seguí introduciéndome al estilo salvaje, salía y entraba completamente
mientras los gemidos ahogados de Clara, ocultaban completamente los
“cloc, cloc, cloc” que tanto me excitaban.

Cuando sentí a Clara gemir con cada embestida, la levanté del sofá y la
tumbe en el suelo boca arriba. Con mis rodillas abrí sus piernas y de un
golpe seco me enterré completamente en su interior.

Que el misionero es una postura muy trillada y todo lo que queráis, es


cierto, pero para mí dominar desde arriba y entrar hasta el fondo me pone
mogollón. Ver entrar y salir completamente mi herramienta de esa cueva
cálida y húmeda, me sobre excita.

María sujetó las mañecas de Clara cuando esta comenzó a tocarse el clítoris
y comenzó a lamerle ella. Cuando sentí las convulsiones debajo de mí, supe
que podía concentrarme en correrme, mi labor de hacer correrse a las dos
chicas estaba más que cumplida.

No tuve que esforzarme demasiado y después de hincársela varias veces,


supe que llegaba mi momento.

—¡Voy a correrme! —exclamé cuando los movimientos arrítmicos en la


penetración hicieron que mis piernas comenzaran a temblar, avisando del
inminente orgasmo. Seguí bombeando hasta que sentí el placer llegándome
al perineo, para mí eso significa que la leche ha salido de los huevos y va
camino del tronco. Hay que salirse.

Al salirme completamente, Clara se incorporó, mientras María se agacho y


ambas comenzaron a chuparme la polla que para ese momento parecía que
me iba a explotar. No me dio tiempo a capullar y descapullar un par de
veces, cuando las bocas ávidas de mis dos amigas, comenzaron a sorber
directamente el néctar de su envase. Chuparon entre ambas y me
masajearon, durante unos segundos.

—¡Uff!, —exclamé cuando los tres nos mirábamos ante lo que habíamos
hecho—. No habéis dejado nada para el desayuno.

Clara se tragó entera mi polla y como acto reflejo me incliné hacia


adelante. No os hacéis ni una idea de la sensación que sentimos los 7
hombres cuando nos hemos corrido y seguís meneándola, cabalgándola o

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solo chupándola. Es una sensación dolorosa, eso sí, dura a lo sumo un
minuto y luego ya estoy preparado de nuevo.

Chuparon y chuparon hasta dejarme seco, exhausto y adolorido. Desnudo y


aún morcillón, me dejé caer de espaldas al sillón y entré en un profundo
sueño, tan profundo que ni si quiera sueñas.

Sentí un extraño ruido el cual ni si quiera intenté saber de dónde provenía,


estaba agotado. La claridad me molestaba a través de los párpados, pero yo
seguía durmiendo en un nivel superficial, en el cual era consciente de
algunas cosas, pero no reaccionaba.

Alguien pasó a mi lado, y trajo tras de sí un olor que me hizo salivar y


detrás de ese olor, un ruido ensordecedor que pareció estar tragándose todo
lo que había a su alrededor. Seguí sin moverme.

El dolor de cabeza martilleaba a más velocidad de lo que podía soportar e


instantáneamente mis ojos cegados por la luz del día parpadearon
torpemente. Todo era blanquecino claro. Pasé mi mano por la boca
intentando quitar toda aquella baba que se había ido escapando mientras
roncaba de lado en el maldito sofá.

Cuando conseguí centrar la visión de mis ojos paulatinamente, me encontré


con un hermoso culito redondo. No estaba desnudo, probablemente las
chicas ya se habían vestido. Lo observé en silencio y llegué a la conclusión
que aquel culo había sido perfectamente moldeado y yo estaba más que
preparado para montarlo. Hasta que pasó lo inevitable.

—¿Jaime? —pregunté demasiado sorprendido, cuando el chico se irguió—.


¿Qué estás haciendo aquí?

Mi compañero de piso ni si quiera se giró para hablarme. El pasaba el


aspirador por encima del suelo como si estuviera buscando diamantes.

Con su pie, dio en algún lugar de la aspiradora y el ruido atronador se


detuvo en un par de segundos. Jaime me observó con cara de pocos amigos.

—¡Vivó aquí!

Buen punto. 8

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—Sí, ¿pero no estabas en tu pueblo?

—Tenía que volver y ¿desde cuándo me vuelves a hablar?

Eso era cierto y él estaba picado. Yo había estado poco cercano estos
últimos días con Jaime y con Michel, pero después de que Michel ¿casi me
pajeara, que querían estos dos?, ¿que saltara a sus pies?

—Tienes que hablar con él. No creo que fuera tan grave lo que sucedió
entre vosotros. ¿Y yo que pinto?, ni si quiera te la vi —dijo quejándose—.
¿De qué pueblo eres?

Muchas preguntas para como tenía la cabeza. Yo iría por partes. —De
Lleida —contesté rápidamente.

—¿Y qué pasa que allí no os hacíais pajas grupales a los 13 o 14 años?

—¡No! —exclamé secamente—. ¿Tú si las hacías?

—¡Por supuesto que sí!, —me contestó como si no cupiera alguna duda—.
No es la gran cosa. Quedábamos en la casa de algún compañero del colegio
y veíamos clandestinamente una peli porno, otras veces estábamos jugando
en los bancales de los alrededores del pueblo y siempre había alguien que
lo sugería y ¿sabes lo mejor de todo?

Negué con la cabeza.

—Que el 95% de ellos hoy tienen pareja femenina. Incluso tres de ellos son
papás. Pueden que hayan corrido demasiado, pero ahí están todos, sin
ningún trauma y ninguno se asustaba o salía corriendo.

—¿Y el 5%?

—Otro amigo y yo. Nos gustó tanto que seguimos nuestro propio camino.
—Jaime abrió sus manos como pidiendo que reaccionara—. No es que
todos fueran a dejar que los masturbaras y ellos te lo harían a ti. La mayoría
se dejaban hacer y hacían.

Lo observé abiertamente sin saber que decir.

—¿Por qué demonios te lo ha contado? 9


La cara de Jaime se contrajo con la expresión de una enorme pregunta.

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—¿Qué? ¿Eso es lo que me respondes? ¡Jódete tío!

Y con su pie dio un pisotón en la base de la aspiradora y comenzó a aspirar


como si un loco estuviera revolcándose por encima de los sofás.

Me levanté del sofá medio enfadado y di un pisotón donde él lo había


hecho, la máquina se detuvo.

Jaime me miró más enfadado aún, pero yo lo estaba taladrando con la


mirada.

—Por el mismo motivo que tú me contaste que le pusiste los cuernos a


Laura. ¡Esa novia tuya que tanto quieres y que lleva cuernos de media
España!

Así que, Michel se sentía culpable. Yo se lo conté a Jaime, porque


normalmente los gays dan buenos consejos o quizás porque necesitaba
contárselo a alguien que no fuera a decir nada. Quise desahogarme con él.

—¿A caso has empezado a sentirte gay?

Negué con la cabeza.

—Anoche tuve un trío con dos chicas.

—¿Por qué demonios me lo cuentas? —la pregunta fue hecha a la


defensiva—. Deberías ducharte. Apestas a oso y ya de paso ponte algo.
Creo que tienes un gusanillo colgando. —Jaime aguanto una media sonrisa
y comenzó a aspirar de nuevo.

Observé por debajo de mi cintura y sí. Estaba desnudo completamente.

Intentar quitarme aquella extraña sensación mientras me duchaba, fui


imposible. Me sentía como flotando por el cansancio, la cabeza me daba
vueltas y el hambre hacía que doliera mi estómago.

Cepillé mis dientes todo lo que pude. El regusto me hacía tener mal sabor
de boca y por supuesto mal humor. Me puse desodorante y até la toalla a la
cintura. 10

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Me quedé observando a Jaime que estaba de rodillas encima del taquillón
del pasillo. Estaba limpiando la moldura del espejo que había encima.

—¿Te vienes de tu pueblo para limpiar a fondo?, —negué con la cabeza—.


El chico era increíblemente maniático, pero limpiaba y cocinaba como si se
tratara de mi madre. Lástima que tuviera un rabo entre las piernas.

—Es que si cada uno hicierais algo de vez en cuando esto no pasaría.
Luego me doy una pasada impresionante.

—La semana pasada también estaba sucio y no te importaba tanto.

—La semana pasada si me importaba, pero como sabía que hasta hoy tu
compañero de equipo no vendría a estudiar. Pues para que iba a hacerlo dos
veces.

—¿Qué compañero de equipo?

—Germán Torres.

—¿De qué sois amigos? —pregunté incrédulo.

—De clase.

Hay algunas cosas muy famosas en la universidad y una de ellas, son las
macrofiestas que celebran los Torres en su chalet a las afueras de Madrid.
Pero era demasiado complicado que te invitaran a una de ellas.

—¿Sabes que hace una fiesta el fin de semana que viene?

—Estoy invitado, —contestó Jaime con mucha autosuficiencia mientras se


bajaba del taquillón.

Me sonrió enigmáticamente. Como si él guardara un as bajo la manga.


Como si fuera a ganar un premio que ansiaba o simplemente me fuera a dar
una patada en los huevos.

—¿Qué?, —pregunté a la defensiva.

—No te ha invitado. ¿Verdad?

Él comenzó a andar por el pasillo y yo antes que se alejara lo sujete por el 11


brazo. Él sabía algo y me iba a encargar de que me lo dijera.

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—¿Qué es lo que sabes?

—Habla con Michel, no tiene que ser la gran cosa. Algo así como; siento lo
extraño que me he comportado estos últimos días, espero que me
entiendas, nunca antes otro tío me había tocado.

—¿Por qué demonios iba a hacer eso?

—Por tres cosas, —me contestó Jaime como si él llevara las de ganar—.
Uno, por mi salud mental. Dos, si lo haces, me encargaré personalmente
que Germán te invite a la fiesta y tres, eliminaré las fotos y el video que he
grabado de ti mientras estabas durmiendo, roncando y babeando en el sofá,
sin contar que estabas desnudo.

—¡Dame el móvil!, —dije tirando de él bruscamente.

Jaime negó con la cabeza y puso esa sonrisa de autosuficiencia que me


molestaba tanto, sobre todo cuando yo salía perdiendo. —Solo tienes que
hacerlo.

—No lo haré como tú quieras. Si me chantajeas no lo haré. ¡Eso que lo


sepas! —le amenacé.

—Pues entonces no me quedará más remedio que subirlo a Facebook.

Fui a golpearlo, cuando la puerta se cerró con un portazo.

Jaime y yo nos giramos por el susto.

Aitor otro de los compañero de piso se erguía tras nosotros. Era como un
armario empotrado, “Made in País Vasco”. Fue el primero que llegó al
piso, dos años antes que yo, pero desde el primer momento conectamos
aunque solo por nuestras ideas nacionalistas. Él es una persona muy
encerrado en sí mismo, aunque últimamente se estaba abriendo un poco
más.

—¿Qué mierda está pasando?, —normalmente no era muy simpático—. Si


rompéis algo lo pagaréis entre los dos.

—Solo estábamos jugando, —aprovechó Jaime para liberarse de mi


agarre— ¿Vas a almorzar aquí?, —le preguntó directamente a Aitor. 12

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—¿Qué hay?

—Si no se han quemado, canelones.

Creo que en ese momento el olor a chamuscado comenzó a inundar el


ambiente. Los tres nos miramos temiéndonos lo peor. Aitor pasó entre
Jaime y yo a toda velocidad, dirección hacia la cocina. Llevando su
mochila y su macuto con él.

—No es tan complicado, solo ¡hazlo!

Y entonces comenzó a caminar tranquilamente por el pasillo. Él iba a salir


de rositas de aquel pulso.

Al final iba a tener que hacerlo. Yo no quería disculparme, aunque


realmente no había sucedido nada, eso sí, analizándolo una semana
después. Porque en el primer momento no me gustó ni una pizca y no
porque no me diera placer que me acariciara, sino porque lo había hecho
otro hombre.

Cuando llegué a mi cuarto para vestirme mi teléfono móvil estaba sonando


sobre la mesita de noche.

—¿Si?

—Soy Luis, estamos abajo esperándote.

Mierda yo había olvidado por completo que había quedado con algunos
compañeros del equipo para tomarnos unas cañas.

—¡Dadme un par de minutos y bajo!

—Ok, pero no tardes.

Miré a mí alrededor buscando unos pantalones limpios y una camiseta que


no oliera a tigre. Puede que yo tuviera 20 años y estuviera viviendo
independiente de mi familia, pero en casa, lo hacían todo mi madre y mi
hermana mayor. Y aquí, en mi dormitorio, todo parecía un desastre.

Una vez que me vestí salí derrapando de mi habitación, llevándome por


delante a Michel, que se estampó contra la puerta de la habitación de Aitor. 13

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Lo miré sorprendido y él me miró, pero ninguno de los dos dijimos nada.
De todas formas, cuando regresara en la tarde noche hablaría con él. No me
importaría una foto mía en internet con la polla dura. Pero no iba a permitir
una foto o video con babas en la boca y durmiendo. Para mí era caer
demasiado bajo.

Solo Luis, Bernardo y Julio vinieron a tomar cañas. Parecía ser que el resto
de los chicos del equipo estaban de resaca aún, y por supuesto, Germán,
que estaba en casa estudiando con Jaime.

Mientras tomábamos nuestras cañas, hablamos sobre el partido de fútbol,


aun sorprendidos por la victoria ante un equipo tan complicado. La terraza
del bar se fue llenado de gente y a nuestro lado un grupo de chicas tomaron
asiento. Aunque no fue por elección, sino por obligación al ser la única
mesa que quedaba libre.

Cuando cuatro chicas se sientan al lado de cuatro chicos en celo, ¿sabéis lo


que pasa? Pues que comenzamos a comportarnos como gilipollas para
llamar su atención, hasta que el dueño del bar, nos pidió amablemente que
dejáramos el lugar.

Antes de eso, escribí en una de aquellas servilletas mi nombre y el número


de mi teléfono móvil y se lo tendí a una de aquellas bellezas.

Ella lo cogió sin saber que era, aunque supuse que eso no era nada nuevo,
la chica estaba bien formada, con sus tetas resultonas, una estrecha
cinturilla y culo palpable. Así era como me gustaban a mí.

—¡Llámame! —la animé muy convencido.

Deslió la servilleta rápidamente.

—¡Tengo novio!.

—Y yo novia, además no soy celoso.

Ella se quedó mirando un poco sorprendida y cuando vi que ni había roto el


papel ni se había deshecho de él, me di la vuelta sabiendo que había
triunfado. Por lo menos había sembrado la duda en su cabeza. Quizás no
fuera hoy o la semana que viene, pero ella había entrado por el aro y de eso 14
estaba seguro.

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Los chicos quisieron ir a tomar unas copas, pero después de unas partidas
en los recreativos y que ya estaba anocheciendo, decidí acabar el día de
salida y volver al piso. Ahora tenía una charla un poco complicada.

Al entrar al portal, recibí un mensaje de texto. Era un número desconocido,


el remitente decía llamarse Germán y me advertía sobre guardar el código
que me había enviado para poder entrar a la fiesta. Sonreí tontamente.
Jaime había conseguido una invitación para mí.

Subí por las escaleras mientras intentaba poner en orden mi mente para
montar alguna especie de discurso que decirle a Michel. Jaime me había
indicado la senda de lo que podría decirle, pero me parecía muy infantil,
aunque visto de otro modo, si intentaba dar una charla más seria y formal
sería como si el asunto hubiera sido demasiado importante. Lo que debía
pretender era quitarle hierro al problema y algo sencillo sería la solución.

Lucas entraba en casa cuando yo asomé por las escaleras de nuestro


rellano.

—¡Menuda cara de resaca! —me dijo riendo el asturiano.

—Anoche estuve de fiesta —le dije cerrando la puerta tras de mí.

—Yo no pude, ya que hoy tenía que volver a Madrid.

Solía pasar que las semanas que iba a Lleida, las noches de sábado que
salía, no me recogía tarde, porque a otro día tenía que volver y cuatro horas
de viaje caían seguro.

—He vuelto, —gritó Lucas desde la entrada a su dormitorio—. Estos están


haciendo pizza, —dijo a la misma vez que alzaba su nariz y olfateaba el
ambiente.

Sonreí. Aitor, Lucas y yo, comíamos demasiado, eso era una verdad como
un templo. Pero éramos de estómago grande y siempre estábamos
dispuestos a echaros algo a la boca.

Toqué con los nudillos en el dormitorio de Jaime.

—¡Pasa!, ¿no habréis quemado la masa? ¡Ya os dije que sólo la dejarais 15
veinte minutos!

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Asomé la cabeza por la rendija.

Jaime estaba tumbado en el suelo con los pies encima de la cama. Su libro
abierto por las dos manos. Él se giró para verme.

—Ya me ha llegado el mensaje.

—Lo sé. Germán se ha ido ahora. Por nada del mundo pierdas el código.

—¿Te estás enrollando con él?, —le pregunté sin rodeos.

Jaime se carcajeo suavemente.

—¿Por qué tiendes a relacionarlo todo con el sexo? Tengo amigos


absolutamente heteros con los que he dormido, me he duchado y he hecho
cientos de miles de cosas que hacéis entre heteros.

Eso era nuevo para mí. No es que fuera homófobo o algo por el estilo.
Simplemente era pura curiosidad.

—Desde el primer día de clase nos sentamos juntos y nuestra amistad


aumentó más, cuando conseguí que se enrollara con Alicia. —Jaime me
miró dándose cuenta que no sabía quién era ella—. Alicia es otra amiga de
clase. Ambos estaban pirrados el uno por el otro, pero ninguno daba un
paso adelante y entonces lo hice yo. Germán es más cortado de lo que
parece.

—Aún no he hablado con Michel.

—Lo sé, —dijo cortándome.

—¿Y entonces?

—No existen las fotos ni el video, y lo de la fiesta, es porque sé que quieres


ir. No pretendo obligarte a que hagas algo que no quieras, pero tenía que
intentarlo. Michel es mi amigo, —guardó silencio un segundo— y supongo
que tú también. Odio los silencios y las miradas cargadas de indiferencia.

—¡Gracias! —dije levantándome para salir de su dormitorio.

—No tienes por qué.


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Por el silencio que se había hecho, supe que Jaime estaba preparando algo.
Él solía ser directo incisivo y gracioso la mayoría de las veces.

—¡Por cierto! —Me detuve justo con la manivela en la mano—. No puedo


culparlo por tocártela.

Lo observé con aparente duda en mi rostro.

—Aun con babas y roncando tienes una excelente vista y mejor


constitución, —y acto seguido volvió a alzar el libro y comenzó a leer de
nuevo.

No supe por qué, pero aunque ese cumplido había salido de la boca de un
hombre, hizo que mi pecho se hinchase. Dicen que los gays son muy
críticos ¿no? Pues parece que yo había pasado mi examen con buena nota.

Me detuve unos segundos frente a la puerta de Michel. Giré mi cabeza de


un lado a otro, esperando a que crujiera para relajarme, pero nada de nada.

Abrí la puerta y la vista casi me echa para atrás. Michel se encontraba


agachado, desnudo pero agachado. Con todo su culo en pompa frente a la
puerta. Su entrada era rosada y lejos de darme unas ganas locas de vomitar,
sólo sentí curiosidad. Un poco más debajo de su entrada, colgaban sus
huevos, pero apretujados por la postura.

Michel tenía unas piernas delgadas y largas, y parecía que no tenía bello.

Cuando hizo un par de esfuerzos mientras estaba agachado, su entrada se


contrajo. Me pareció erótico.

—¡Bonito culo! —exclamó Lucas asomándose tras mi espalda.

Michel se giró incrédulo aun en la misma posición, y puede ver como su


cara se descompuso, se contrajo y se volvió a descomponer.

—¿Qué estáis haciendo? ¡Sois unos salidos! —gritó mientras intentaba


taparse con la toalla de baño.

Debí haber fotografiado su cara de sorpresa porque no tenía desperdicio.

Entré al cuarto rápidamente cerrando la puerta tras de mí y dejé a Lucas 17


fuera. Creo que no le di en la cara porque el chico tuvo buenos reflejos.

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—¡Sal del cuarto! —me avisó con su dedo como si fuera el guizque de un
escorpión—. ¿No puedes tocar antes de pasar?

—No exageres, —le dije con mi espalda pegada a la puerta—. Ya estamos


en paz.

—¿Cómo que en paz? —parecía que no había entendido lo que le había


querido decir.

—Tú me la tocaste y ahora yo te he visto tu culo, —aunque lo correcto


había sido decirle, que había visto el último tramo de su intestino, pero para
que íbamos a caldear el ambiente.

Él aún estaba guardando la compostura en el rincón donde se había


cobijado tras la violación de la intimidad que le habíamos hecho, Lucas y
yo.

—¿Se te ha pasado ya el enfado?

Y ahora era cuando me surgían las dudas. Podía decirle la verdad, mentirle
o simplemente hablar a medias.

—Realmente no estaba enfadado, —elegí el camino de la verdad—. Diría


que más bien estaba sorprendido. ¿Sabes que puedes vestirte mientras
hablo contigo?

Me estaba empezando a irritar que fuera tan vergonzudo.

—Es un poco difícil, —dijo sin moverse aún del sitio.

—¿Quieres que me desnude para hacértelo más fácil?

Michel negó con la cabeza y se ató la toalla a la cintura, mientras dejaba su


imberbe pecho al desnudo. El cogió una camiseta y se la puso rápidamente
ocultando de mi vista, su piel blanca y suave. ¿De dónde coño había saludo
suave?

—Como te iba diciendo. Lo que me molestó fue, que me gustara que me la


tocaras. No es que quiera que me lo hagas de nuevo, —le dije rápidamente
ante su cara de sorpresa—. Pero siempre había pensado que el tacto de un
hombre en una zona tan íntima no se sentiría tan bien. 18

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Michel se había puesto sus calzoncillos sin quitarse la toalla. Ese era un
rasgo característico de los chicos gays que son vergonzudos. Normalmente
los heteros no nos cortamos al desnudarnos delante de otros hombres.
Quizás porque desde pequeños estamos acostumbrados a desnudarnos en
duchas al practicar deportes. Mierda, yo no entendía ese pudor.

—Siento haberme comportado de un modo tan inmaduro e infantil.

Michel sonrió, mientras se subió los pantalones de chándal anchos.

—Realmente lo debería de sentir yo. Creo que fui demasiado lejos. Aun
sabiendo que eres hetero, no lo pensé y…, —se calló pensando en cómo
decirlo pero no le llegaba la inspiración divina.

—Me pajeaste, seamos adultos, —dije intentando ayudarle.

—No fue una paja porque no lo hice más de tres veces.

—De acuerdo, me la sacudiste.

Ambos sonreímos.

—¡De cualquier forma, lo siento! —dijo Michel.

—Yo también lo siento. Así que volvemos a estar como antes de que
pasara nada ¿no?

—Vale. Eso me gustaría. Lo he pasado un poco mal con todo el lío.

—Ahora ya no tiene importancia.

Nos miramos en silencio por unos segundos, que parecieron una eternidad.

—¡Cena! —gritó Jaime desde el salón de casa.

Michel y yo salimos juntos del dormitorio. Y aquello me dio la impresión


de la típica estampa de una familia. Lucas estaba trayendo algunos platos
vacíos hacia la mesa pequeña del salón, donde Jaime estaba colocando las
botellas de cerveza, agua y un par de latas de refresco.

Aitor salió de la cocina con una pizza del tamaño de la bandeja grande del
horno y Lucas dio otro viaje con una bandeja más pequeña, en la que 19
algunos de los canelones del medio día, habían sido calentados de nuevo.

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Troceamos las pizzas y repartimos alguna porción en los platos.

—Hay doritos, conos, cheetos y pajitas y he alquilado, “Crepúsculo”, —


dijo Jaime muy serio.

—¿No te habrás atrevido? —preguntamos sorprendidos Aitor, Lucas y yo.

—No, —contestó Jaime riendo—, pero hubiera merecido la pena por la


cara que habéis puesto. He alquilado “Los Mercenarios” y “La Red Social”.

Todos respiramos a la misma vez. Si llega a ser cierto lo de la película


Crepúsculo lo hubiéramos lanzado por la ventana. Ya tuve suficiente con
llevar a Laura al cine a ver esa película tan cutre y mal actuada, como para
tener que verla después de cenar.

—Párteme de esos canelones de ahí, —le dijo Lucas a Aitor.

Entre risas y charlas tontas, vacías de contenido terminamos de preparar la


mesa para la cena. Aunque al siguiente día era lunes, no teníamos clase
hasta media mañana, ya que había unas jornadas de charlas orientativas que
duraban la mitad de las horas lectivas.

Cuando comenzábamos a cenar, el portero de casa sonó. Como era el que


estaba más cerca de la salida, fui yo el que se dirigió a abrir.

—¿Quién? —pregunté al levantar el telefonillo.

—Hola, ¿está Miguel?, —preguntó la voz de un hombre que no me sonaba


de nada— Si, un momento, ¿de parte de quién?

—Puedes decirle que soy Daniel.

Me dirigí hacia el salón y encontré a Lucas sentado en el mismo lugar que


hacía dos segundos había ocupado Michel.

—Un tal Daniel pregunta por ti.

Fue claro el cambio que dio su cara. Pareció ponerse nervioso y su


expresión relajada y divertida ahora era la de un auténtico manojo de
nervios.

Jaime que estaba sentado junto a Aitor, se puso de pie en un salto.


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—Invítalo a cenar. Que suba a por los apuntes y ya lo invitas.

—¿Cómo voy a hacer eso?, —preguntó Michel.

—Pues diciéndoselo. Dile; estamos cenando quieres quedarte, hay comida


para la mitad de viviendas del bloque.

—¿No va a parecer que estoy desesperado?

—¡Por supuesto que no!, actúa con normalidad.

Michel respiró varias veces y salió hacia la puerta de entrada.

Lucas, Aitor y yo lo miramos con muchas preguntas en nuestra mente.


Pude sentir el acoso silencioso que le hicimos entre los tres a Jaime.

—Es un chico de la clase de Miguel. Trabaja y le es imposible asistir a


todas las clases cuando su turno coincide con las horas lectivas.

No sé cuánto tiempo pasó, pero Michel entró en la habitación con su


amigo. Respiré un poco aliviado al ver que parecía completamente hetero.
Aunque no sé por qué demonios debía importarme su inclinación.

Nos saludó a todos y tomó asiento junto a Michel, en el sofá frente a Lucas
y a mí y al lado más cercano a Jaime.

—Dice Jaime que estudias y trabajas.

El chico asintió con la cabeza.

—Soy Guardia Civil y en mis ratos libres, estudiante de arquitectura. —Él


sonrió mostrando una dentadura perfecta.

Jaime no había contado esa información y por su mirada, supe que lo había
hecho a posta.

En ese instante observé a Aitor, que se había inclinado en el asiento hacia


adelante. Como si en cualquier momento fuera a saltar sobre el amigo de
Michel y Jaime.

El tipo era muy agradable. Charló con Jaime y Michel y en menor medida
con Lucas y conmigo. 21

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Cenamos como osos y vimos las dos pelis. Tengo que decir que el
ambiente cambió un poco desde la llegada de Daniel, pero lo pasamos
genial. Fue una de esas noches que recuerdas toda tu vida y eso que no
hubo sexo o nada que se le pareciera.

Simplemente fue un grupo de amigos pasando un rato sano, entre comida,


sonrisas y dos buenas pelis.

Cotinuará….

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David Fersan

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