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GOMIAM, conflict and cooperation on small scale gold mining in the Amazon View project
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Narda Henríquez
Gerardo Damonte
Marianne Braig
Barbara Göbel
(editores)
De esta edición:
© Pontificia Universidad Católica del Perú, 2015
Departamento de Ciencias Sociales
Centro de Investigación Sociológicas, Ecónomicas, Políticas y Antropológicas (CISEPA)
Derechos reservados, prohíbida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin
permiso expreso de los editores.
ISBN: 978-612-45732-8-6
Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú: 2016-042222
Impreso en el Perú – Printed in Peru
Introducción
Gerardo Damonte y Narda Henríquez 9
Antes, en relación a los procesos de modernización, como ahora respecto de una nueva
etapa en la expansión neoliberal del capitalismo, surgen interrogantes sobre los modos
en que la globalización de la naturaleza, el desarrollo tecnológico, la transnaciona-
lización de las corporaciones incide en la reestructuración de las desigualdades y se
estructuran jerarquías.
En las últimas décadas, y sobre todo desde comienzos del siglo XXI, los circuitos de
producción y circulación del conocimiento han sido subvertidos. Se trata de debates en
curso y perspectivas teóricas, no solo entre circuitos especializados sino también entre
los propios actores que se afirman como sujetos de derecho y que actúan en el escenario
local como en el global produciendo discursos y estrategias sobre sí mismos, entre ellos
las poblaciones originarias y las organizaciones de mujeres. A la vez, se producen sig-
nificativas rupturas en las Ciencias Sociales y en las tradiciones filosóficas, respecto del
tratamiento de la diferencia y la diversidad, la valoración de la naturaleza pero también
su depredación.
En América Latina como en otras latitudes, la literatura sobre desigualdades nos in-
forma sobre los modos en que se relacionan la realidad cambiante y los marcos inter-
pretativos (Therborn 2011; Jelin 2014). La centralidad de las clases como referente
teórico para explicar las desigualdades sociales, fue desplazada en medio de la creciente
expansión de las políticas neoliberales que se constituyen no solo como modelo econó-
mico sino como proyecto político cultural. En ese contexto, Fraser (1997) anota que la
matriz de la redistribución fue desplazada por la matriz de reconocimiento. Si bien esta
última puso en evidencia otros ejes de desigualdad antes invisibilizados, resultan a me-
nudo en caminos paralelos, suscitando falsas polarizaciones; ella propone, en cambio,
que ambas matrices deben confluir en una nueva noción de justicia.
Es necesario señalar entre los cambios más relevantes del siglo XX, el giro en el trata-
miento de la igualdad y la diferencia, a nivel de los individuos como de las colectivida-
des. Touraine ha señalado al respecto que con ello, se resquebrajan los planteamientos de
la ilustración que siempre se refirió al «universalismo y condenó los particularismos»1.
Por otro lado, el legado colonial se reproduce y superpone a otros ejes de identificación/
diferenciación; así cobra especial relevancia la articulación clase y etnicidad como or-
ganizadora de jerarquías y relaciones de poder no siempre explícitos. Entre los autores
pioneros, se encuentra Stavenhagen quien señaló que el sistema colonial como las rela-
ciones de clase subyacen a las relaciones interétnicas luego de la independencia, a pesar
de la «igualdad jurídica»2. En las últimas décadas, desde la perspectiva de la coloniali-
dad del poder, Quijano coloca la raza como criterio de jerarquización que da lugar a un
nuevo patrón de poder anclado en las relaciones de trabajo como en las subjetividades,
el género y la producción del conocimiento (Quijano 2014).
Luego del ajuste de los años ochenta y la expansión de políticas neoliberales, el Esta-
do gira hacia políticas focalizadas y de transferencia de ingresos replegándose en sus
funciones de reactivación del empleo y de la expansión de derechos sociales. Algunos
autores han señalado los límites de esta estrategia que se ha expandido en la región y
que depende del contexto de crecimiento o de los niveles de renta para un mayor im-
pacto pero que también resulta en reproducción de la segmentación social (Barrientos
1 Touraine (2001: 38) considera que «…el descubrimiento cultural» de la segunda mitad del siglo
pasado …«es que hombres y mujeres pueden ser, a la vez, iguales y diferentes». Esto no quiere decir que
se eliminan las desigualdades, sino que se resquebraja «la vieja filosofía social de la Ilustración, del raciona-
lismo».
2 Jelin (2014) cita a Stavenhagen (1969) quien ha continuado trabajando sobre derechos de los pueblos
indígenas.
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La región sigue enfrentando desigualdades persistentes3 a las que se suman otras di-
mensiones como las que se derivan de las actividades extractivas, los conflictos so-
cioambientales y las interdependencias transnacionales (Göbel y Ulloa 2014).
3 Parafraseamos las nociones de Ch. Tilly (2000) quien se refiere a las desigualdades persistentes en el
mundo contemporáneo, a las que existen entre categorías (de personas, grupos) asimétricamente institu-
cionalizadas, y a los mecanismos que hacen que las desigualdades se reproduzcan al limitar sus posibilida-
des de bienestar.
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Por otro lado, viejos problemas se recontextualizan bajo las nuevas dinámicas de
articulación transnacional. Las políticas de extracción son una de ellas. Ampliando
el abanico de actividades extractivas e integrando actividades como la agricultura a
gran escala, revela que las prácticas de extracción no solo se vinculan con condiciones
desiguales en la distribución de beneficios para comunidades locales, sino que inclu-
yen la deprivación de las condiciones de seguridad para garantizar la subsistencia,
poniendo en peligro inclusive los conocimientos locales de manejo de la naturaleza
(Ballard 2003).
En los últimos años en el Perú se han publicado trabajos sobre la relación entre el creci-
miento económico y las desigualdades redistributivas, (León e Iguíñez 2011; Gonzales
de Olarte 2011), las brechas sociales y la discriminación (Sanborn 2012), la relación
entre los movimientos sociales y las percepciones de las desigualdades (Durand 2011).
Desde otra perspectiva se ha indagado sobre «las bases no materiales de la desigualdad»
para analizar la persistencia de las mentalidades y culturas de la desigualdad (Ames
2011), así como sobre los argumentos entre clases medias empresariales que legitiman
las desigualdades (Vich y Zavala 2015).
Sin duda, una de las mayores preocupaciones radica en la relación entre desigualdad y
democracia. Como apuntan Cotler y Cuenca (2011, p. 11) la mayor parte de la pobla-
ción en América Latina no puede hacer suyas las «promesas de libertad e igualdad de la
democracia» porque las desigualdades extremas no solo restringen sino que «impiden el
acceso a los recursos sociales e institucionales, materiales y simbólicos que le permitan
desarrollar de manera autónoma sus intereses, individuales y colectivos».
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En América Latina enfrentamos también desafíos de orden teórico y político; sobre los
modos en que las tradiciones académicas y las comunidades epistémicas podrían dialo-
gar sobre y en sociedades fragmentadas, los modos en que podamos avanzar en atender
las aspiraciones para mejorar la vida y la dignidad de las personas y de los pueblos, las
perspectivas de futuro y el déficit de horizontes utópicos. En tiempos de la globaliza-
ción, el diálogo abierto entre diversas perspectivas y el intercambio académico es una
exigencia; este libro es en parte expresión de ese diálogo.
Este libro forma parte de una colaboración entre la Red DeisguAldades.net y la Pon-
tificia Universidad Católica del Perú. La red de DesiguALdades.net, es interdisciplina-
ria, internacional y multiinstitucional de investigación sobre desigualdades sociales en
América Latina. En esta red, que cuenta con el apoyo financiero del Ministerio Federal
de Educación e Investigación de Alemania, colaboran más de cincuenta investigadores
de las Américas, la gran mayoría de América Latina y de Europa.
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Los artículos
Entre los trabajos incluidos en este libro, los textos de Durand y Schild abordan
de manera sistemática los procesos de neoliberalización y captura de los Estados,
refiriéndose a los casos peruano y chileno respectivamente, mientras que Damonte
y Peralta analizan los regímenes de gobernanza corporativa de alcance global e in-
cidencia local. Por su parte, Braig nos ofrece una nueva mirada histórica sobre las
interdependencias entre Europa y América Latina y los cambios ocurridos en las
últimas décadas y Góngora analiza las desigualdades socioambientales que resultan
de la globalización de la naturaleza. Glave y Vergara alertan sobre los límites de la
economía verde y León sobre los impactos de las industrias extractivas a gran escala y
sus repercusiones en las desigualdades. Poniendo especial atención al caso peruano,
Henríquez se refiere a las estrategias de movilización y negociación de pueblos y co-
munidades locales en el marco de la expansión de las industrias extractivas y Sulmont
aporta información cuantitativa respecto de la identificación étnico/racial.
Debemos hacer mención aparte del artículo de Braig, Costa y Göbel que presen-
tan la perspectiva de investigación de la Red desiguALdades.net y sus fundamentos
referidos a la multidimensionalidad de las desigualdades y a las interdependencias
transregionales4. El artículo dialoga con la producción académica latinoamericana
e identifica momentos claves, destaca los aportes de la teoría de la dependencia que
pone de relieve las conexiones entre la región y los procesos mundiales, y señala que
es solo desde los noventa que estos relacionamientos se retoman, vinculándose a los
conflictos ambientales y las actividades extractivas. Asimismo señala que en la tra-
dición latinoamericana se han estudiado las interdependencias entre clase, género,
etc., no así las interdependencias globales, que permitirían abordar desafíos teóricos
y metodológicos sobre las relaciones y estructuras transregionales que van más allá
del Estado nación. Los autores hacen una revisión crítica de conceptos como confi-
guración y régimen, y buscan aportar al estudio del medio ambiente en tanto dimen-
sión de la desigualdad que ha merecido menos atención.
4 Dicho artículo fue escrito en alemán y difundido como working paper y este año publicado en español.
14
El artículo de Durand se ubica en la teoría crítica sobre la captura del Estado relevante
tanto para América Latina como para países del mundo desarrollado, lo que se eviden-
cia cuando se produjo el salvataje de los bancos en la crisis del 2008. El estudio muestra
la gran influencia que logran las corporaciones en el Estado peruano, que trasciende
tres gobiernos en el período 1990/2012, y que ha cobrado fuerza en la última década,
que explica la asimetría de poderes entre las corporaciones y la sociedad civil, lo que
permite a los primeros lograr que los gobiernos adopten políticas no regulatorias en la
extracción y explotación de recursos naturales.
Schild, analiza la conformación del estado social neoliberal desde una perspectiva di-
námica y procesual; refiriéndose al caso chileno aborda el problema de la «neoliberali-
zación» del estado social tomando en cuenta la contribución de casi cuarenta años de
prácticas, discursos y políticas feministas.
En muchas partes del mundo y en algunos países como el Perú, la protesta social se ha
intensificado en torno a la explotación de los recursos naturales, la asimetría de infor-
mación y de poder que vincula a poblaciones locales y comunidades con corporaciones
transnacionales, en tanto que el Estado se replegó en la función regulatoria. A estos
problemas se refiere el artículo de Henríquez analizando estrategias de negociación y
movilización que se resuelven localmente como a conflictos paradigmáticos en Perú y
Bolivia.
Por su parte, Braig se refiere a las interdependencias entre América Latina y Europa,
como una historia entrelazada bajo la hegemonía europea que se modifica en las últi-
mas décadas sin que las reciprocidades sean evidentes. Reconoce aportes importantes
15
Por último, el artículo de Glave y Vergara nos explica el surgimiento del concepto de
economía verde y analiza los desafíos para constituirse en una opción de desarrollo sos-
tenible y de erradicación de la pobreza. Entre los retos identificados se encuentran: la
adaptación a los efectos del cambio climático; la conservación de la diversidad social y
biológica como elementos inseparables; el cambio de uso de tierra y matriz energética,
y los patrones de producción y consumo. El artículo muestra los límites que afronta
el «enverdecimiento» de la economía si no se efectúan cambios sustanciales en los mo-
delos productivos y se afianzan políticas territoriales sostenibles en el uso de recursos.
Así, el artículo sugiere una relación intrínseca entre la superación de los desafíos para
el desarrollo de una economía más verde y la posibilidad de palear las desigualdades
económicas y ambientales.
16
Agradecimientos
17
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20
La creciente brecha social entre ricos y pobres se ha vuelto una vez más una problemática
social importante. Junto con su prominencia en los debates políticos recientes, la temá-
tica atrae una mayor atención en el área de las ciencias sociales. Aunque el estudio de las
desigualdades sociales ha sido tema central de la sociología moderna desde hace tiempo,
el análisis enfrenta retos empíricos y heurísticos que revelan los límites de las teorías
sociales comunes, a la vez que pone énfasis en la necesidad de superar el nacionalismo
metodológico. En el contexto de las crecientes implicaciones globales, ya no parece que
sea adecuado utilizar solo al Estado-nación como unidad primaria de análisis. Más bien,
se deben desarrollar unidades de análisis relacionales alternativas que tomen en cuenta las
estructuras transregionales en las que se incrusta el Estado-nación. Una cooperación más
sólida2 con estudios de área puede ampliar la perspectiva de las disciplinas de las ciencias
sociales, y salir de la camisa de fuerza tradicional del Estado-nación.
1 Este artículo fue publicado por primera vez en la Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales (año
LX, No. 223, pp. 209-236).
2 Lo que incluye la cooperación con la investigación crítica sobre el desarrollo.
21
América Latina representa un punto de arranque empírico apropiado por una variedad
de razones. América Latina —incluyendo el Caribe— es la región del mundo que
muestra la mayor desigualdad social: 40% de su población se considera pobre y casi
20% extremadamente pobre. Sus sociedades se caracterizan por una distribución del
ingreso en extremo polarizada. Los coeficientes Gini de la mayoría de los países lati-
noamericanos (después de impuestos y transferencias) excede 0.5, mientras que en los
países europeos occidentales gravita 0.3 (CEPAL 2012). Aunque las diferencias de in-
gresos han disminuido recientemente en algunos países, la estructura básica de las des-
igualdades económica y social difícilmente ha cambiado. El gran nivel de desigualdades
económicas y de asimetrías de poder en América Latina no es algo nuevo. Se trata de
fenómenos históricamente persistentes, que no se pueden considerar en su longue durée
sin sus vínculos con la época colonial y el fundamento histórico de cada Estado-nación
en el curso del siglo XIX. Al mismo tiempo, las configuraciones tanto históricas como
contemporáneas de las desigualdades en los países latinoamericanos se han configurado
—y lo siguen haciendo— por sus interdependencias transregionales.
Además de estas razones empíricas, América Latina también representa un buen punto
de enfoque para promover un intercambio más concienzudo entre los estudios de área
y las disciplinas de las ciencias sociales en el contexto de los estudios sobre desigual-
dad. En América Latina, la investigación científica social sobre desigualdades se ha
desarrollado a lo largo de varias décadas para llegar a captar su multidimensionalidad y
pensar en términos de dependencias. Con la excepción de las teorías de la dependencia
de la década de 1960, el conocimiento que se produjo en esta tradición no ha llegado
a un público amplio en Alemania. Una de las metas del diseño de investigación de
desiguALdades.net, por lo tanto, es introducir los resultados de la investigación de las
ciencias sociales latinoamericanas en los debates de Alemania y Europa.
A partir de los enfoques estándar (Dubet 2001; Kreckel 2004; Tilly 1998), definimos
desigualdad social como la distancia entre las posiciones de individuos y grupos en la
jerarquía de acceso a bienes socialmente relevantes (ingreso, riqueza, etcétera) y a recur-
sos de poder (derechos, participación política, cargos políticos, etcétera). A diferencia
de la investigación convencional sobre desigualdades, que examina estas posiciones
al interior de los espacios del Estado-nación, empleamos unidades de análisis que ni
son fijas, ni están predeterminadas espacialmente. Las desigualdades interdependientes
consideradas de esta manera requieren tomar en cuenta los entramados y flujos espa-
ciales entre territorios que trascienden el marco del Estado-nación. En concordancia,
las unidades de análisis se definen de manera relacional, esto es, según las estructuras
relacionales relevantes para cada pregunta de investigación específica.
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1. Las desigualdades sociales en los contextos de entramados globales, yendo más allá
del nacionalismo metodológico, que ha dado forma a la investigación de las cien-
cias sociales sobre desigualdades, tanto en Alemania como en América Latina. Esto
incluye la expansión de las unidades de investigación por lo general definidas de
manera espacial, para también incluir unidades de análisis relacionales.
a. Una forma son las interdependencias entre distintos ejes de desigualdad (clase, gé-
nero, etnicidades, «raza», lugar de residencia, etcétera), desde los que una persona o
grupo se posicionan y desde los que participan en las jerarquías socioeconómicas y
de poder político. Investigar las desigualdades desde la perspectiva del nacionalismo
metodológico implica conceptualizar la sociedad y lo social desde el Estado-nación,
sin reflejar sus implicaciones.
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El análisis de las interdependencias entre distintos ejes de desigualdad tiene una larga
tradición en América Latina y permanece como una de las áreas centrales de inves-
tigación para las ciencias sociales de la región (Fernandes 1965; Stavenhagen 1969).
En el caso de las interdependencias globales, desde principios de la década de 1960 la
investigación social en Latinoamérica hizo contribuciones importantes e innovadoras
hacia una comprensión más profunda de las desigualdades interdependientes dentro
de un contexto global, así como entre espacios sociales más allá del Estado-nación. Las
ciencias sociales, en particular aquellas que se desarrollaron en el contexto de las teorías
de la dependencia y la marginalización, produjeron estudios sobre las sorprendentes
diferencias en riqueza tanto entre regiones del mundo, como al interior de sociedades
nacionales en América Latina. Al mismo tiempo, pusieron énfasis en la naturaleza
recíproca de las relaciones entre Estados-nación, y entre regiones del mundo. Estos en-
foques interpretaban las dependencias como consecuencia de las relaciones asimétricas
dentro de la economía mundial (Cardoso y Faletto 1979) y al interior de los Estados
latinoamericanos, para los que se toma en cuenta las dimensiones históricas.
No obstante, los debates de las ciencias sociales que dieron lugar a las teorías de la
dependencia y la marginalización se interrumpieron debido a varias discontinuidades
y a un cambio de paradigmas. A lo largo de la década de 1980, la investigación en
Latinoamérica se alejó de la perspectiva de la dependencia. Como en otras regiones
del mundo, los enfoques econométricos dominaron el campo de la investigación de
las desigualdades (Deiniger y Squire 1996; Psacharopoulos, Morley, Fiszbein, Leey y
Wood 1997), centrándose tan sólo en variables explicativas en el ámbito nacional. De
este modo, las ciencias sociales en América Latina perdieron cierto grado de profun-
didad histórica y atención teórica, distanciando el énfasis de la investigación sobre las
desigualdades sociales, para llevarlo a estudios sobre la pobreza y «la guerra contra la
pobreza». Estos estudios tuvieron el impulso, en gran medida, de las agencias de de-
sarrollo internacional, en particular del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del
Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo (Banco Mundial), que se convir-
tieron en las financiadoras más relevantes de la investigación sobre pobreza en América
Latina. En particular, el Banco Mundial (BM) proveyó del formato y la concentración
de la investigación mediante sus World Bank Reports (Shiraishi, Yamagata y Yusuf
2009). Los estudios de ambas instituciones promovieron y alentaron una forma de
producción de conocimiento que accedía a sus propios programas. Éstos tuvieron una
enorme influencia en las agendas de investigación y en las directrices de los proyectos
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No fue sino hasta fines de la década de 1990 que el campo de la investigación en Amé-
rica Latina experimentó una reconfiguración; los estudios, una vez más, modificaron el
interés central para volver a la desigualdad social. El enfoque puramente económico se
complementó con investigaciones más amplias sobre las desigualdades. Desde enton-
ces, diversas disciplinas como la sociología, el derecho, la antropología cultural y social,
las ciencias políticas, la economía política, la geografía y la historia, han contribuido
al desarrollo de nuevas perspectivas teóricas y metodológicas, y han conducido a una
cantidad considerable de nuevos hallazgos.
Éstos son los antecedentes que incitaron una discusión más extensa en América
Latina acerca de las dimensiones, causas e institucionalización de las desigualdades.
La perspectiva clásica, centrada en la clase y el estrato, se amplió, y se colocó un
énfasis reforzado sobre factores tales como el género, la etnicidad o raza, y se asentó
la naturaleza complementaria e interdependiente entre los ejes de estratificación.
En años recientes, proliferaron los análisis cualitativo y cuantitativo que analizan las
desigualdades sociales, políticas y económicas desde una óptica específica de género,
así como estudios que documentan y analizan patrones de desigualdad cultural, étnica
o con base en la raza, como aquellos que examinan grupos poblacionales indígenas y
afrolatinoamericanos (Barros, Ferreira, Molinas Vega y Saavedra Chanduvi 2008).
El consumo global de materias primas (minerales, gas, petróleo, etcétera), así como de
productos agrícolas de América Latina (soya, palmas de aceite, entre muchos otros), ha
vuelto a adquirir importancia durante los últimos años. Esto se debe, en parte, a la de-
manda de los países en crecimiento, tales como China e India, de modo que se forman
nuevas (inter)dependencias transregionales (Gudynas 2012; Orlove, Taddei, Podestá y
Broad 2011). Las consecuencias del nuevo auge de la extracción orientada a la exporta-
ción en los ámbitos nacional y subnacional, varían ampliamente. En el caso ideal, la ten-
dencia a la extracción permitiría que el Estado tuviera entradas independientes de su base
económica nacional, con las que podría financiar transferencias sociales (dependiendo de
la orientación política del gobierno en cuestión). Localmente, el consumo global de tierra
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26
Existe una serie de perspectivas que pueden usarse de manera fructífera para el análi-
sis de los entramados transregionales de las desigualdades sociales. La mayor parte de
las miradas comparativas adoptan perspectivas socioeconómicas basadas en la teoría
del sistema-mundo de Immanuel Wallerstein para estudiar brechas de ingreso entre
grupos de países (países centrales, semiperiféricos y periféricos) (Bornschier 2008a;
Korzeniewicz y Moran 2009).
Otro enfoque importante que toma en cuenta las desigualdades interdependientes que
existen más allá de las fronteras nacionales es el enfoque del transnacionalismo. Resul-
tan particularmente innovadoras aquellas contribuciones que investigan las desigual-
dades interdependientes de los actores, como es el caso de los migrantes (Weiβ 2005;
Weiβ y Berger 2008; Pries 2008a y 2008b), en sus marcos específicos transnacionales y
translocales. Tales estudios demuestran cómo se pueden reducir o mitigar las desigual-
dades sociales por la vía del capital social y cultural, así como por la etnicidad, en el
caso de la migración3. Las contribuciones que investigan4 las reconfiguraciones de las
estructuras sociales como la clase en espacios transnacionales, también son relevantes
(Schwinn 2008).
Esto sin duda ha abierto nuevos caminos para la investigación de las desigualdades
dentro del contexto global. De todos modos, en la mayoría de los casos se presta poca
atención al hecho de que las desigualdades sociales son parte de una historia contin-
gente de la modernidad, que ensambla su producción en Europa, con estructuras de
desigualdad en otras regiones del mundo mediante el sistema colonial y el comercio
3 Véase: Collaborative Research Center 882 «De la heterogeneidad a las desigualdades», en especial
el Proyecto C, «De la heterogeneidad las desigualdades más allá del Estado-nación», en la Universidad
de Bielefeld. Disponible en: <http://www.sfb882.uni-bielefeld.de/de/areas/c > Fecha de consulta: 17 de
octubre de 2014.
4 Una vez más, el papel de la ciudadanía en la configuración de las desigualdades globales se investiga,
de manera predominante, utilizando perspectivas que se basan en la teoría del sistema-mundo. Véanse:
Shachar (2009); Kreckel (2006) y Greve (2010).
27
Puntos de partida
5 Hasta ahora, los procesos globales de desigualdad difícilmente se han incluido en la evaluación crítica
del papel del conocimiento sobre pobreza y desigualdad social en el desarrollo de la teoría. Un ejemplo
para el caso de los Estados Unidos son O’Connor (2001) y Shiraishi, Yamagata y Yusuf (2009).
28
2010; Fraser 2010; Pries 2008a; Weiβ 2005). Las contribuciones que se fundamentan
en la teoría del sistema-mundo lidian con procesos históricos globales como el colo-
nialismo, la esclavitud, y las asimetrías en el comercio mundial, que aún dan forma a
las desigualdades contemporáneas (Bornschier 2008b; Korzeniewicz y Moran 2009;
Korzeniewicz 2011). La perspectiva de la teoría del sistema-mundo, así como la del
transnacionalismo, no limitan el rango de sus investigaciones a la comparación de
sociedades contenidas dentro de fronteras nacionales; también desarrollan unidades de
investigación analíticas (Pries 2005, 2007 y 2008b) que permiten que la investigación
se centre en flujos entre espacios con diferentes niveles de entramados. La investigación
en ciencias sociales, tradicionalmente se enfocaba en el estudio de las sociedades nacio-
nales en Europa Occidental y América del Norte; esta perspectiva debe expandirse para
incluir los entramados entre distintas regiones y desigualdades del mundo, y buscar
nuevas unidades de análisis.
Resulta importante subrayar en este punto que las unidades de referencia constituidas po-
líticamente, relacionadas con el Estado-nación, continuarán teniendo significado6. Más
allá de esto, utilizar unidades analíticas que no se limitan al espacio nacional o subnacional,
nos permite demostrar cómo las desigualdades sociales en América Latina fueron creadas
y adquirieron forma (y aún es así), de manera significativa, por interdependencias
transnacionales y procesos globales. Nuestros resultados muestran al mismo tiempo que
—pese a la aceleración de la globalización— las arenas políticas donde las negociaciones
en torno a acceso a recursos, participación política y social, distribución de riqueza y
recursos han permanecido, ha sido principalmente en el contexto nacional y en el subna-
cional. Aunque las arenas políticas actualmente se ven más influidas por factores globales
como los actores transnacionales, la división internacional del trabajo, y marcos legales
internacionales (que ejercen efectos particulares sobre la economía, el comercio, el medio
ambiente y las poblaciones indígenas, así como sobre la producción de conocimiento),
éstas permanecen en gran medida orientadas hacia unidades ligadas a fronteras territo-
riales nacionales y subnacionales. Por tanto, los procesos globales y las interdependencias
transnacionales que crean y/o dan forma (parcialmente) a las estructuras de desigualdad,
no tienen un espacio correspondiente en las arenas políticas en las que las negociaciones
sobre políticas redistributivas y participativas toman lugar.
6 El llamado a contar con un enfoque investigativo más amplio y abierto ante las desigualdades no
busca descartar los «factores nacionales» de las mismas. Las instituciones estatales de bienestar social (na-
cionales), por ejemplo, juegan un papel central en el equilibrio de las asimetrías; dimensión que también se
toma en cuenta en el trabajo que lleva a cabo la red investigativa desiguALdades.net. Véase: Bach (2008);
Esping-Andersen (1990).
29
30
9 Cuantos más entramados de interdependencia estén difundidos sobre toda la humanidad, y más estre-
chos se vuelvan estos entramados entre los distintos Estados, es menos beneficioso dividir estos dos niveles
de la sociedad humana en disciplinas de investigación independientes (…) Dondequiera que miremos,
encontramos la interdependencia entre procesos internos e interestatales.
10 Investigamos al Estado como traductor y mediador entre las interdependencias globales y los ejes
internos de Desigualdad.
31
Resultados iniciales
Desigualdades
Sistema mundo Transnacionalismo
entramadas
Configuraciones de de-
Unidad de Regiones del mundo cen- Espacios transnacionales sigualdad relacionales, no
análisis tro/ semiperiferia/ periferia plurilocales definidas de manera espacial
Perspectiva
temporal Diacrónica Sincrónica Diacrónica y sincrónica
Flujos globales (comer-
Centro de cio internacional, flujos Clases transnacionales, fa- Movimientos, estructuras y
atención financieros, etc.) milia, redes de migrantes actores transregionales
Fuente: Costa (2011a, p. 16).
Para poder describir de manera concreta los aspectos relevantes de una configuración
transregional de desigualdad específica, mediante categorías y conceptos intermedios
que provengan de distintas disciplinas y tradiciones teóricas, tales como «régimen» (por
32
Conceptos de régimen
Por estos aspectos, es mejor un tipo de enfoque diferente, uno que vincule el concepto
de régimen con la gubernamentalidad de Michel Foucault (1994). Aquí, régimen sig-
nifica la urdimbre de discursos, instrumentos y prácticas que una potencia disciplinaria
puede utilizar para hacer que el sujeto y sus interacciones sociales se conformen res-
pecto a la norma y, de ahí, que su supervisión y control llegue a todas las esferas de la
vida social. Partha Chaterjee (2006) aplica exitosamente este tipo de conceptualización
de régimen, caracterizado por el poder, en el contexto de los estudios poscoloniales.
Examina los procesos que se imbrican en la interdependencia entre distintas socie-
11 Robert Keohane y Joseph Nye (1977) fueron figuras centrales para la inclusión de las interdependen-
cias en el estudio de los regímenes.
33
dades, así como la influencia del régimen sobre distintos ejes de estratificación. Estos
ejes consisten de técnicas y tecnologías de gobierno, que hacen de los ciudadanos me-
ros objetos de políticas públicas, más que sujetos políticos autónomos; los regímenes
supervisan y regulan todos los aspectos de la vida. En particular, aquellas sociedades
que experimentaron un gobierno europeo colonial, muestran una conexión entre la
fragmentación de la ciudadanía y una resistente jerarquización y categorización de la
población en subgrupos. En este proceso perpetuo de clasificación y reglamentación, se
utilizan categorías que datan de la época colonial y se incorporan a la vida cotidiana, así
como al comportamiento social de los individuos. Las configuraciones de desigualdad,
como los regímenes de raza y género, se pueden analizar de esta manera (Costa 2011b).
Un tercer componente del concepto de régimen relevante para nosotros ha estado pre-
sente durante un período considerable de tiempo. El uso del concepto de régimen en
la investigación sobre desigualdad data del estudio de regímenes de bienestar social en
Europa Occidental, desarrollado por Gøsta Esping-Andersen (1990). En este estudio,
utiliza el clásico concepto de régimen de la ciencia política, que incluye la regulación
de las formas de la vida social mediante un conjunto institucionalizado de principios,
normas y procedimientos formales e informales. Sin embargo, estos tipos de perspec-
tivas hasta ahora solo se han aplicado para dar forma a campos en torno a políticas
públicas, tales como políticas sociales, fiscales y familiares, así como al papel de género
en sociedades limitadas a Estados-nación, y a comparaciones entre regímenes europeos
occidentales. Aplicar el concepto a América Latina (Martínez Franzoni y Sánchez-An-
cochea 2012; Schachar 2009; Wehr 2009) requiere de una meticulosa consideración
de las intersecciones entre los diferentes ejes de desigualdades (además de la clase, la
etnicidad, el género y la raza), los procesos transnacionales y los desarrollos históricos.
Los procesos transregionales que afectan de manera directa la regulación de las formas
de la vida social —en este contexto de regímenes de bienestar social— pueden incluir:
34
Estos conceptos se han aplicado de manera exitosa y fructífera en una serie de proyectos
de investigación empírica —en especial en tesis doctorales— desde la Red Interna-
cional de Investigaciones sobre Desigualdades Interdependientes en América Latina12.
Debe subrayarse que no solo estamos reconociendo una dependencia estructural sim-
plista respecto a las configuraciones globales. Para nosotros, el mercado global no es
solo una fuerza exógena. Más bien tomamos en cuenta cadenas concretas de produc-
ción extractiva y de mercancías (por ejemplo, en la minería o en la agroindustria) que
conectan distintos espacios naturales, económicos, políticos y culturales; vinculan a
actores sociales y grupos de poder en contextos supranacional, subnacional o local, del
mismo modo que a las corporaciones multilaterales que producen en el ámbito local
sobre redes transregionales, con consumidores locales que obtienen materiales agrícolas
de otras regiones del mundo, sobre modelos de consumo globalizados, dominados por
bienes cárnicos (por ejemplo, productores de soya de la región del Chaco argentino y
consumidores de carne en Beijing y Berlín). Mediante tales cadenas se crea valor y se
(re)distribuye en distintos sitios; el acceso tanto a los recursos como al valor producido
se asigna de manera muy desigual. Al mismo tiempo, la explotación de los recursos na-
turales incurre en ciertos costos y riesgos ecológicos (por ejemplo, la pérdida de bienes
ambientales y el daño a la integridad de los ecosistemas). Las ganancias de algunos se
acompañan de pérdidas distribuidas de modo desigual, tanto en lo espacial como en
lo temporal. Estas pérdidas no se manifiestan exclusivamente en el presente; también
tienen un impacto futuro que —a su vez— se distribuye de manera desigual. Además,
es la población local que vive en el lugar de origen de los recursos la que acarrea las
consecuencias de los costos y riesgos actuales y futuros, mucho más que otros actores
35
que forman parte de la cadena de valor y se quedan con la mayor parte de las ganancias.
Mientras que los beneficios de la recuperación y el procesamiento de materias primas
minerales y agrícolas se cosecha más allá de lo local, y a menudo incluso más allá del
contexto nacional (incluso, en su mayoría se acumulan en el transnacional), los costos
medioambientales de la explotación de los recursos se externalizan solo localmente, es
decir, se transfieren sobre todo a la población local.
Para demostrar cómo se puede utilizar el concepto de configuración para definir aún
más el concepto de régimen, presentamos a continuación tres ejemplos de proyectos
de investigación que se llevan a cabo en la Red Internacional de Investigaciones sobre
Desigualdades Interdependientes en América Latina.
36
Nuestro primer ejemplo parte de una investigación sobre las desigualdades sociales en
la población afrolatinoamericana. Estimada en alrededor de 160 millones de personas,
representa una tercera parte del total poblacional de América Latina y el Caribe. Desde
los puntos de vista socioeconómico, cultural, y político, los afroamericanos en la ac-
tualidad son tan heterogéneos como el total de la población del subcontinente (Costa,
2011a). Por tanto, esta configuración transregional de la desigualdad no está consti-
tuida por un grupo demográfico homogéneo difuso a la largo de distintos contextos
nacionales, sino por sus interdependencias, que son las que ligan a esta población entre
sí. Desde una perspectiva histórica, el comercio de esclavos y la esclavitud representan
una red transregional de interdependencias. El intercambio actual (y muy activo) entre
organizaciones antirracistas transnacionales y la difusión de políticas antirracistas a lo
largo de los países del norte y del sur de América, constituye el entramado más impor-
tante que puede llevar a una reducción de las desigualdades entre los grupos afrolati-
noamericanos y otras poblaciones que habitan la región.
37
Más allá de esto, nuestros intereses se centran en los efectos de los entramados trans-
regionales sobre los regímenes de bienestar social. Hemos observado, en primer lugar,
cambios radicales en el mercado laboral. La apertura de los mercados laborales latinoa-
mericanos condujo no solo a una migración masiva transfronteriza, sino también a la
informalización de los modos de ocupación, en conexión con el aumento de activida-
des comerciales informales (como la venta callejera) y de servicios personales (como el
trabajo doméstico y el transporte por taxi). Esto afectó a los sistemas sociales nacionales
de manera directa, tanto en la dimensión de los ingresos (por ejemplo, con la reducción
de la base de contribuidores y, por tanto, del ingreso para los sistemas de seguridad
social), así como para los egresos (por ejemplo, con el recorte de los derechos de los
contribuyentes, déficits presupuestales, divisiones entre tipos distintos de beneficiarios
38
En segundo lugar, los procesos externos que dieron forma a la política social en Amé-
rica Latina merecen un examen. Se trata de los flujos financieros provenientes del exte-
rior que, o se redistribuyen entre instituciones estatales (ingresos por productos de ex-
portación, transferencias para el desarrollo, préstamos de los mercados internacionales
de bonos) o se trata de remesas conectadas con la migración masiva que modifican de
manera directa la distribución del ingreso entre las unidades domésticas. Lo que estas
fuentes financieras tienen en común es que dirigen las políticas sociales, locales o na-
cionales, hacia una red de interdependencias entre cadenas de valor, que existe más allá
de la economía nacional. Los Estados latinoamericanos también intentan intervenir en
esta red de interdependencias. Los ingresos externos adquiridos durante el auge de las
materias primas de años recientes, han posibilitado que los Estados latinoamericanos
aumenten sus gastos y transfieran pagos (por ejemplo, en las áreas de la educación y la
salud), sin modificar la distribución nacional del ingreso mediante el cobro de impues-
tos sobre la propiedad o el ingreso. Sin embargo, tal combinación de falta de aumento
de los impuestos sobre la renta y la expansión de los gastos por transferencias ha tenido
un efecto regresivo, que resulta en pocas mejoras en el intento por reducir las diferen-
cias entre la distribución de la renta primaria y secundaria en América Latina (después
de ingresos y transferencias), en especial en comparación con la mayoría de los países
europeos. La experiencia histórica muestra que una fuerte dependencia de los procesos
globales para el crecimiento (como la exportación de materias primas), es objeto de una
alta inestabilidad y de distorsiones periódicas, lo que limita, al mismo tiempo, el rango
de opciones de reacción estatal de cara a la estructuración global de las desigualdades.
Para poder revisar críticamente el concepto de régimen, tal como lo usa Esping-Ander-
sen (1990) en el contexto latinoamericano, y para ilustrar los procesos de desigualdad
en sus interdependencias históricas, debemos colocar los entramados presentes en su
contexto histórico cabal. El cuadro siguiente representa una consideración inicial de los
tipos de regímenes de bienestar social interdependientes:
39
Conclusión
40
Nuestros resultados empíricos iniciales, que han sido útiles en el proceso de desarrollo
de nuevas unidades de análisis, revelaron claramente las discrepancias entre la estructu-
ración global de las desigualdades sociales y la negociación de los elementos de redistri-
bución que se localizan principalmente en las arenas políticas nacionales y subnaciona-
les. Estos hallazgos iniciales nos han permitido especificar la pregunta de investigación
planteada al principio de nuestra pesquisa: los procesos globales, ¿cómo estructuran
las desigualdades en la actualidad e históricamente? Ahora podemos formular pregun-
tas más específicas sobre la discrepancia entre los procesos globales de estratificación
y las negociaciones políticas nacionales y subnacionales. Las preguntas centrales que
planteamos para el desarrollo ulterior de nuestros análisis son: ¿en qué arenas políticas
específicas se llevan a cabo las negociaciones en torno a las desigualdades sociales, tanto
para mantener la distancia social, como para promover una redistribución progresiva?
¿Qué discrepancias surgen de las estructuras de desigualdad creadas y (en parte) con-
formadas globalmente y las arenas políticas de negociación en gran medida nacionales
y subnacionales?
41
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47
Francisco Durand
La discusión teórica e interpretativa sobre la captura del Estado peruano por las cor-
poraciones (grupos de poder económico y multinacionales, y los gremios asociados a
ellos) ha cobrado fuerza en la segunda década del siglo XXI a raíz de la llegada al poder
de Ollanta Humala (2011-2016). Las principales razones que alimentaron este debate
fueron que siendo o pareciendo un líder de izquierda, no teniendo contacto previo
con estos agentes económicos, ni considerando sus puntos de vista en su programa
de gobierno, giró de pronto hacia ellos apenas elegido y formado su gobierno. Esta
reorientación, que el gobierno llama «pragmática» y sus críticos «traición», implicó
para Humala aceptar sus recomendaciones para colocar en puestos claves del aparato
económico a técnicos que «dieran confianza al sector privado» y abrazar sin reservas el
modelo económico de libre mercado que da prioridad a las grandes inversiones.
Sin embargo, esta discusión data de mucho antes. Tanto en el Perú como en otras
partes del planeta se ha discutido si la prevalencia política de diverso tipo de intereses
económicos llega al punto en que pueden «comprar» o «dictar» leyes. No es, como
mal podría interpretarse, una discusión limitada a países del Tercer Mundo o antiguas
repúblicas soviéticas. También en los países desarrollados el concepto se ha utilizado
a raíz del salvataje bancario ocurrido luego de la crisis global del 2008-2009. Las ra-
zones son la incapacidad de los organismos regulatorios de actuar con independencia
antes de la crisis, y por el hecho que durante y luego de la crisis no se manifestaron
signos de que los Estados actuarán con independencia de los intereses financieros.
Más bien organizaron un salvataje que los convertía en los primeros beneficiarios de
las políticas y programas de los Estados, y debido a que luego de la crisis la respuesta
fiscalizadora y regulatoria fue considerablemente débil, a pesar de considerarse a los
grandes intereses financieros de Wall Street de Nueva York y la City de Londres los
49
Debido a esta riqueza de casos y usos del concepto en varios continentes, la impresión
que queda es que estamos viendo el nacimiento de un nuevo campo de estudio, la
captura del Estado, a nivel global. A continuación, un recuento teórico del round más
reciente de discusión sobre el polémico tema y un análisis de los factores que impulsan
este fenómeno, considerando las variaciones que muestra, en el caso peruano.
Este artículo desarrolla un enfoque crítico en base a un caso de captura y busca con-
tribuir analizando elementos específicos que otros estudios no toman en cuenta. El
Perú terminó generando la condición de captura del Estado después de 1990, en un
contexto de debilidad estatal, fragilidad de la sociedad civil y concentración del poder
político y económico, pero experimentando un proceso de democratización a partir de
2000 que hizo variar la modalidad de captura de «extrema» a «moderada» sin dejar de
expresar una continuidad durante tres gobiernos consecutivos.
El debate
En las décadas de 1980 y 1990, cuando América Latina y los países de Europa oriental
experimentaron una transición económica y política, los analistas se concentraron en
estudiar los llamados «mercados emergentes» y los procesos de «consolidación demo-
crática». En el siglo XXI, cambió el énfasis dado que numerosos países en desarrollo
seguían abrumados de problemas y todavía luchaban por lograr un mayor crecimiento
e inclusión social. Temas como la corrupción, la debilidad institucional y la escasa
consolidación democrática comenzaron a ser considerados como importantes factores
para entender «qué pasa» y «qué no funciona». En este contexto más realista emergió el
tema de la captura del Estado.
La mayor preocupación en los primeros estudios sobre captura del Estado fue que los
políticos y los hacedores de políticas fueran seducidos por la posibilidad de generar
rentas en un contexto de arbitrariedad decisional, debilitando la posibilidad de conso-
lidar el modelo recomendado de market democracies. De ahí la necesidad de determinar
«qué salió mal» durante las transiciones en algunos países, de estudiar cómo se usó el
50
nuevo poder económico y político, y precisar cuáles eran los costos (mala asignación
de recursos, baja calidad de las políticas, desarrollo institucional y un clima de negocios
inestable).
Los estudios se centraron en la corrupción, siendo los países de la antigua Unión Sovié-
tica, en particular Rusia y sus «oligarcas», los casos más críticos, o México, Colombia
y Perú en el caso de América Latina. Estos estudios, auspiciados por organizaciones fi-
nancieras internacionales, conceptualizaron a la captura del Estado como una forma de
corrupción y utilizaron encuestas para comparar casos. Debido al poder institucional
de dichas organizaciones, se volvió a despertar un debate desarrollado tiempo atrás por
sociólogos y economistas políticos (Drazen 2000; Neuman 2005).
Dos perspectivas básicas sobre la captura del Estado han emergido desde entonces. La
convencional, que concibe la captura del Estado como una desviación peligrosa del
camino correcto del desarrollo, que se manifiesta cuando las empresas de todos los
tamaños «compran […] leyes y decretos» (Hellman y otros 2000a). Las corporacio-
nes son vistas como influyentes, como actores que tienen la «capacidad […] de tener
un impacto en la formulación de las reglas de juego básicas sin necesidad de recurrir
necesariamente a los pagos privados» (Hellman y otros 2000b). En esta perspectiva,
las «malas redes» corruptas pueden controlar a los gobiernos y obtener incluso repre-
sentación en organizaciones internacionales, mientras las corporaciones constituyen
las «buenas redes» (Moreno 2007, p. 3). Este acercamiento normativo asume que las
naciones pueden desarrollarse y prosperar con mercados fuertes y Estados mínimos,
pero deben ser cuidadosos con las «mafias» y la captura del Estado.
De a pocos fue surgiendo un enfoque alternativo con una mirada crítica a la captura del
Estado, yendo más allá de la corrupción y argumentando que las corporaciones eran en
realidad los «actores captores» debido a que obtenían acceso privilegiado e influencia
indebida sobre el aparato estatal, logrando que los funcionarios «cedan a la presión» y
defiendan los intereses privados a costa del interés público (Eisner 1993; Campbell 1998;
Bruszt 2001; Távara 2005). Este enfoque tenía una mirada amplia en tanto veía la inte-
racción entre la concentración del poder económico y el político, el sistema de rendición
de cuentas y la calidad institucional del Estado, indicando también que podían existir
distintas modalidades de captura (Omelyanchuk 2001). En términos de propuestas, bus-
caba una mayor y mejor regulación para balancear los intereses públicos y privados.
El estudio del caso peruano intenta profundizar el análisis de la captura del Estado des-
de la perspectiva crítica y contribuir ilustrando empíricamente hasta donde es posible
51
dicha captura y especificando cuándo, cómo, en qué contexto y qué costos genera. La
hipótesis principal es que la captura del Estado se logra principal pero no únicamen-
te vía el control de las designaciones en áreas claves del gobierno. Intenta asimismo
explicar las modalidades de captura (extrema, moderada) al estudiar las variaciones
experimentadas en el pasado inmediato (1990-2012). De esta forma, los dos lados
de la ecuación de la captura del Estado, la oferta (las corporaciones) y la demanda (el
Estado), se analizan en detalle.
El estudio de ambas modalidades de captura del Estado se basa en los siguientes funda-
mentos analíticos. La captura del Estado empieza con la introducción de políticas neo-
liberales en 1990. Esta es una variable contextual clave. El neoliberalismo fortalece el
ambiente en el que la captura del Estado emerge: facilita el crecimiento del sector privado
y dentro de este, de corporaciones nacionales y multinacionales, mientras que reduce los
poderes estatales, abriendo los aparatos encargados de la toma de decisión a la influencia
del sector privado, al mismo tiempo que dispersa y le dificulta actuar a la sociedad civil.
Las políticas para disminuir el rol regulador del Estado, reducir el personal, privatizar,
abrir los mercados y desregular, hacen que el Estado sea un blanco mucho más fácil para
los «capturadores corporativos». En nuestra visión, la captura del Estado florece bajo el
neoliberalismo y allana el camino hacia la extrema concentración del poder económico
(una de las variables independientes clave), proceso que se introduce sin mayor debate y
que se refuerza con el autoritarismo. El objetivo de las corporaciones es el Ejecutivo, limi-
tándose a esa esfera de influencia en condiciones autoritarias, pero luego, con el retorno
de la democracia, recurren a otros instrumentos, como la financiación de campañas y el
lobby, para lograr darle continuidad a la captura del Estado.
La meta principal de los actores económicos más poderosos es tener una influencia
directa y permanente en áreas claves del gobierno que tienen que ver con los asuntos
económicos. Hacen esto con el fin de generar políticas, prevenir cambios, monitorear
su implementación y defender «derechos adquiridos». Este estudio, entonces, no se
restringe a las entidades regulatorias, como otros (Eisner 1993), sino que observa los
mayores centros decisionales.
La captura del Estado es más una cuestión de acceso que de influencia. Se ejerce prin-
cipal pero no únicamente a partir de una presencia directa en áreas claves. La captura
del Estado se vuelve una realidad debido a la habilidad de los privados para colocar a
los creadores de políticas y, visto en el mediano plazo, en el uso de la «puerta giratoria»
entre el sector público y el privado.
Adicionalmente, la sociedad civil lucha por ejercer libertades y derechos, y para hacer
que las corporaciones y el Estado rindan cuentas, especialmente pero no únicamente
cuando disfruta de libertades.
52
Elaboración propia.
El trabajo enfatiza la necesidad de especificar los costos de la captura del Estado, es-
cogiendo casos de obtención de renta mediante impuestos y/o corrupción que están
medianamente documentados e investigados. El estudio se enfoca en los Convenios
de Estabilidad Tributaria (CET) suscritos por grandes corporaciones, exoneraciones
53
Neoliberalismo
La captura del Estado contemporánea está relacionada con las políticas neoliberales.
Esta variable contextual es importante porque el neoliberalismo definió nuevas reglas al
especificar las áreas de políticas públicas desde donde se generaba una mayor captación
de rentas, y al provocar cambios en la fuerza relativa de los actores que favorecieron a
las corporaciones.
El giro radical en políticas públicas fue en parte gatillado por las necesidades de fi-
nanciamiento del Estado, la carencia de reservas internacionales y la fuga de capitales.
Estos factores hicieron del Perú un Estado más dependiente del capital internacional
que otros países. El financiamiento externo fue el único recurso disponible de ayuda
económica. El crédito se otorgó bajo la condición de que los cambios en las políti-
cas, monitoreados por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, fueran
adoptados para «estabilizar la economía». La insólita influencia de instituciones neoli-
berales internacionales, una situación económica desesperada —y la correspondiente
concentración de poder político para corregirla—, llevaron a la introducción de una
de las formas más drásticas y autoritarias de neoliberalismo en el continente (Gonzales
de Olarte 1998).
54
Fue precisamente en ese momento, definido por el entonces ministro Carlos Boloña
como un «paréntesis constitucional», que los responsables de políticas del MEF emi-
tieron 745 decretos en unos pocos meses, representando el 80% del total del tsunami
legislativo. Tras las elecciones de 1995, el MEF inició reformas y generó rentas con apo-
yo de un Congreso controlado (Arce 2006). El cambio se consolidó con la aprobación
de la Constitución neoliberal de 19931.
Cabe anotar algunas áreas grises. Las reformas neoliberales fueron inicialmente más
institucionales y menos orientadas a la generación de rentas. Dado el contexto y las
influencias externas, las políticas apuntaron a cambios generales para modernizar la
parte económica del Estado. Como ocurrió en otros países, el proceso de reforma fue
coherente (Grindle y Thomas 1991), pero no carente de intereses. En este momento
el Estado peruano experimentó una reforma administrativa parcial, un hecho que hizo
que la captura del Estado fuera más difícil y presentara desafíos en el largo plazo.
55
tendencias y agencias subordinadas, así como para reducir su autonomía y de ese modo
facilitar la captación de rentas. Coincidentemente, el MEF no experimentó ninguna
reforma administrativa de importancia, hecho que podría indicar que los captores no
estaban verdaderamente interesados en reformarlo sino en utilizarlo.
La razón por la cual algunas ramas y agencias del gobierno se modernizaron durante la
crisis se relaciona a la necesidad sistémica de tener mejores instituciones con el fin de
mejorar la implementación de políticas. Sin embargo, a medida que la crisis se disipó
y los intereses corporativos se fortalecieron a mediados de la década de 1990, este sen-
tido de urgencia para formular políticas coherentes desapareció. Cuando se pasó a una
situación poscrisis de «business as usual», las agencias autónomas como el BCRP y la
SUNAT fueron neutralizadas o capturadas para facilitar los favores económicos.
En este contexto, el MEF fue rápidamente fortalecido como el principal centro de de-
cisión económica, convirtiéndose así en el objetivo principal de los captores. El MEF
preparaba y ejecutaba el presupuesto, diseñaba y ejecutaba políticas económicas en
las pocas ocasiones que el Congreso intervino, o las decidía por decreto. También su-
pervisaba a las agencias reguladoras, con excepción del BCRP y, por un tiempo, de la
SUNAT. Mientras el gobierno de Fujimori concentraba poderes y le daba al MEF carta
blanca, se institucionalizó la captura del Estado. El MEF se dedicó entonces a elimi-
nar los mecanismos de control interno dentro del poder Ejecutivo, a subordinar a la
SUNAT y aislar al BCRP, mientras que Fujimori y el aparato de seguridad controlaba
todos los canales para la supervisión ejecutiva, congresal, judicial y de la sociedad civil,
eliminando lo poco que tenía el país en materia de rendición de cuentas. Vladimiro
Montesinos y los servicios de inteligencia, un aliado de los intereses empresariales, dis-
puestos a organizar la corrupción a gran escala, hicieron el resto, incluyendo un control
creciente de los medios de comunicación de masas (Dammert 2001).
En este contexto depredador se aceleró una modalidad extrema de captura del Estado
que derivó en la conformación de un sistema organizado de rentas, mezclado con actos
de corrupción, situación en la cual las «redes buenas» (corporaciones, organizaciones
internacionales) interactuaron con las «redes malas» (funcionarios de Estado corrup-
tos), que operaban casi con plenos poderes.
56
2 150 empresas estatales fueron vendidas al mejor postor por un total de $9200 millones, comenzado el
sector privado a reinar en la economía. De ellas, las 16 compañías más grandes fueron vendidas por $4500
millones de dólares, facilitando la concentración económica.
3 La República, Lima, 12 de febrero de 2003.
57
cioso durante los años noventa, dando una impresión falsa de vivir en un tiempo de
«paz, prosperidad y orden».
La captura del Estado se produjo una vez que los intereses del sector privado empeza-
ron a determinar el proceso de nombramientos en el aparato económico del Estado. El
objetivo principal de los captores vinculados o respaldados por grandes empresas fue-
ron los centros principales de toma de decisiones, para de esta manera influir en todo
el ciclo de políticas públicas: formulación, implementación y evaluación de políticas
económicas.
La influencia empresarial sobre los presidentes y los partidos de turno, antes y durante
el proceso de nombramientos, activó la captura del Estado, estableciendo un criterio
para limitar las candidaturas a un puñado de individuos con las «credenciales correc-
tas». De producirse elecciones libres, los financiamientos de las campañas crearon o
recrearon el contexto donde la captura del Estado sería iniciada y continuada. Una vez
ocurrida, las fuerzas internas y externas del sector corporativo monitorearon la captura
del Estado para garantizar su continuidad. La influencia de los grandes negocios no se
limitó a la parte capturada del aparato estatal, en tanto varios mecanismos de defensa
e influencia comenzaron a operar para garantizar la captura o reinstaurarla si se perdía
o debilitaba.
Debe tomarse en consideración que aunque la captura del Estado fue muy fuerte en los
años noventa, no fue uniforme ni exenta de problemas. Algunos organismos y funcio-
narios, de acuerdo a las circunstancias, lucharon por bloquearla. Los captores entonces
no pudieron controlar todos los organismos en todo momento. Por lo mismo, cada
vez que la situación política o económica entraba en crisis, se generaba incertidumbre
entre los captores. Lo mismo en periodos electorales, dado que la mayoría pobre tiene
predominio en el voto, por lo que la modalidad moderada de captura del Estado es
más factible bajo regímenes democráticos. Existe un balance más alto de poder entre
las ramas gubernamentales y formas más eficientes de activar mecanismos de rendición
de cuentas verticales y horizontales. Los regímenes políticos, entonces, condicionaron
la captura del Estado.
Debido a que el MEF tenía la posición ministerial más relevante —seguida por la
SUNAT, dada la predominancia de la recaudación tributaria—, enfatizamos estas dos
instancias para analizar el nombramiento y rotación de su personal dirigente. Una
captura exitosa depende de factores como la tradición burocrática, la calidad de las ins-
tituciones, las relaciones interorganizacionales, los niveles de autonomía que tiene y las
58
normas que regulan los procesos de nombramiento. El MEF siempre fue un ministerio
heterogéneo: era dirigido por un pequeño círculo de administradores que ganaban
salarios elevados, quienes convivían con una masa burocrática poco capacitada y con
bajas remuneraciones. El ministerio nunca se modernizó, de modo que los funciona-
rios en la cima y la base están acostumbrados a idas y venidas de cabezas de los ciclos
políticos sin ofrecer mayor resistencia. En el círculo dirigente los políticos colocaban
a asesores legales privados, de consultoras y/o empresas que intentaron o planearon
cambiar políticas a favor de sus clientes. En suma, el MEF se acostumbró fácilmente a
la captura del Estado.
Las preguntas básicas de las dinámicas específicas de la captura del Estado (cuándo,
cómo, quiénes, a qué costo) son usualmente las más difíciles de responder. Los inves-
tigadores enfrentan problemas en determinar las causales de los procesos de nombra-
mientos, identificar las rentas, estimar acuciosamente los costos y entender, más gene-
ralmente, la racionalidad en la toma de decisiones en condiciones de captura. Aun así,
59
existen casos paradigmáticos que están mejor documentados o investigados. Una vez
identificados, es posible analizar cómo los actores actúan en el largo plazo y contestar
esas preguntas.
Las personas designadas al MEF nos dan la primera clave para iluminar el problema
y revelar patrones que emergen una vez que se observa el uso de la «puerta giratoria»
entre el sector privado y público (Durand 2003). Nótese el cambio. Desde 1990 hasta
2006, a diferencia de anteriores gobiernos, la selección de ministros del MEF pasó
de políticos a economistas de organismos internacionales y corporaciones. Durante
el gobierno populista de García (1985-1990) todos los ministros del MEF fueron o
miembros del partido o economistas independientes asociados, o leales al partido. Con
Fujimori ello cambió y este nuevo patrón, que continuó más allá de su gobierno, era
un indicador del nuevo peso adquirido por el sector privado con Fujimori y el neoli-
beralismo, así como la mayor influencia de los organismos financieros internacionales
y las corporaciones.
Desde julio del 1990 hasta noviembre de 2000, el presidente designó a empresarios
como Juan Carlos Hurtado Miller, Carlos Boloña, Jorge Camet, Víctor Joy Way y
Efraín Goldenberg. También se designaron economistas trabajando para corporaciones
o asesores íntimamente asociados a las grandes empresas como Jorge Baca.
El segundo gobierno de García (2006 - 2011) siguió el mismo patrón, designando a Luis
Carranza —un economista del Banco Bilbao Vizcaya Argentaria, quien fue brevemente
viceministro del MEF en 1998 y el 2005— como cabeza del MEF. Luego salió del gabi-
nete en la crisis del 2009 para ser reemplazado por Luis Valdivieso, que venía del Fondo
Monetario Internacional (FMI). Cuando renunció Valdivieso, Carranza entró nueva-
mente por un tiempo siendo seguido por Ismael Benavides, del grupo Interbank. Con
Humala, entró al MEF Miguel Castilla, el viceministro del gobierno de García.
60
Por lo tanto, ningún economista autónomo proveniente del ámbito académico o del
gobierno, que fuera independiente de los intereses corporativos o los organismos inter-
nacionales, ha sido considerado para presidir el MEF en más de 20 años.
El criterio empleado indica que, con algunas excepciones, la meta en la SUNAT fue
seleccionar a administradores profesionales o expertos en tributación. De todos estos
superintendentes, los únicos que han gozado de un mayor nivel de autonomía y han
peleado para defender el interés público, fueron los primeros dos dispuestos por el go-
bierno de Fujimori (Estela y Fuentes, desde febrero de 1991 hasta mayo de 1994); Díaz
(quien duró solo dos meses empezando desde julio de 2000); y Arias (seleccionado por
el gobierno de transición de Paniagua en noviembre del año 2000, defenestrado luego
por Toledo en julio de 2001).
Es importante señalar que todos ellos formaron parte del equipo de reforma original
que modernizó y limpió la SUNAT a principios de los 90. El resto vino de otros
ámbitos, estando sujetos a una fuerte presión desde el MEF, o fueron directamente
designados por dicho ministerio con el objetivo de garantizar la captura de la SUNAT.
La pérdida de la autonomía de la SUNAT ante el MEF se volvió evidente con la desig-
nación de Baca en mayo del 1994 (Estela 2002; Taliercio 2001).
La autonomía de la SUNAT duró muy poco, lo que era previsible al avanzar la captura
del Estado. Sin embargo, a pesar de los episodios de arbitrariedad, corrupción y bús-
61
La captura del Estado en el Perú empezó durante una transición política, cuando el
presidente Fujimori decidió destacar como ministros de Economía y Finanzas solo a
personas íntimamente conectadas o pertenecientes al sector privado y los organismos
del Consenso de Washington. El golpe de 1992, la aprobación de la Constitución
pro empresarial del 93, las políticas públicas y la represión, tuvieron un doble efecto:
fortalecieron a las corporaciones y debilitaron a los sindicatos y a la sociedad civil.
La captura del Estado se acentuó con el nombramiento de Jorge Camet como Ministro
de Economía y Finanzas, antes Ministro de Industria y exlíder de la Confederación
Nacional de Instituciones Empresariales Privadas (CONFIEP) —la confederación de
negocios peruana—, en reemplazo de Carlos Boloña. Camet se mantuvo en el poder
por cinco años y seis meses (desde el 9 de enero de 1993 hasta el 6 de junio de 1998),
convirtiéndose en el ministro de Economía con más años en servicio. Una vez en el
poder, rápidamente él y su círculo cercano de asesores internos y externos extendieron
su influencia sobre la SUNAT y otras agencias regulatorias, mientras que, al mismo
tiempo, limitaron el rol del BCRP a asuntos monetarios.
La captura del Estado post era Camet fue facilitada por la extrema concentración de
poder político y económico que continuó bajo la batuta de otros ministros de Eco-
nomía en escenarios políticos más complicados. En 1998 la crisis financiera forzó al
gobierno a suspender algunas exoneraciones fiscales a pesar de la oposición de la indus-
tria, al tiempo que Fujimori intentaba otra reelección para el año 2000.
62
2002). Hacia fines de los años noventa no existía una rendición de cuentas hori-
zontal ni vertical.
La crisis política del fujimorismo provocó cambios en el modo de la captura del Estado,
gracias a que ocurrió en ese contexto una repentina activación de organizaciones de la
sociedad civil y la democratización, que demandaron una mayor rendición de cuentas.
Antes de la crisis, pocos medios de comunicación y organizaciones de la sociedad civil
escaparon de la tendencia opresiva del régimen, mientras que solo en contadas oca-
siones se atrevían a retarlo. La forma más extrema de concentración de poder político
abrió las puertas al abuso, las rentas y la corrupción, beneficiándose colectivamente el
sector corporativo y un pequeño círculo de firmas «políticamente conectadas».
Las rentas se hicieron visibles en dos áreas de política fiscal. La ley de fusión —DS 120-
94-EF— hizo posible fusiones libres de impuestos y la subsiguiente revaloración de los
bienes, lo que disminuyó la carga tributaria de las empresas. Bajo las reglas existentes,
los bienes revaluados libremente se basaron en estimados de las compañías y fueron
realizados sin supervisión alguna del Estado. En principio, la ley de fusión buscaba la
consolidación de empresas con el fin de contar con firmas más fuertes y competitivas;
sin embargo, fue en realidad una norma rentista. Dos hechos hacen de esta ley un caso
perfecto de legislación sastre, hecha a la medida de intereses privados: a) se emitió en
secreto por el ministro Camet y sus asesores privados a pesar de la oposición de los
expertos legales del MEF y la SUNAT —hecho que los comités de investigación del
Congreso demostraron tras la caída de Fujimori—; b) inicialmente tuvo vigencia de
setiembre a diciembre de 1994, pero su aplicación fue extendida hasta el año 1998,
probablemente por presión de las empresas (Arias 2003).
63
La ley de fusión generó un ambiente propicio para las rentas y la corrupción que poco
tenía que ver con el incremento de la eficiencia en los negocios. El hecho que la ley
sirviese para revalorar los bienes a fin de bajar la presión fiscal sobre ellos, distorsionó
sus objetivos pues las ganancias de las compañías repentinamente se volvieron más
importantes que su consolidación comercial. La ley fue aprobada en setiembre de 1994
estando vigente hasta 1998 como una norma provisional que fue autorizaba año a año.
En más de cuatro años, cerca de 1500 compañías apelaron a esta norma para fusionar
bienes por un total de S/. 62 mil millones (Campodónico 2006). Las cifras son altas
porque a medida que pasaba el tiempo más compañías se enteraron de los beneficios
tributarios y muchas realizaron fusiones ficticias o innecesarias simplemente para re-
bajar su contribución al fisco. Muchas compañías también revaloraron sus bienes por
encima del valor del mercado y así disminuyeron sus contribuciones fiscales. Incluso
hubo casos que caen bajo la categoría de evasión fiscal y corrupción que no fueron
investigados.
El caso más sonado fue de las compañías que ligaron los CET, que les daba los bene-
ficios tributarios por un plazo largo al momento de firmarse, a la ley de fusión. Cinco
corporaciones importantes decidieron interpretar la legislación de una manera en la
que prácticamente dejaron de pagar impuesto a la renta. Ellos consideraban que los be-
neficios podían ser incorporados a los CET y durar hasta la fecha límite de expiración
de esos acuerdos, a pesar de que el gobierno la suspendió en 1998. Lo lógico, como lo
hicieron muchas otras empresas, es que las normas temporales no podían sujetarse a los
beneficios del CET. Este grupo de cinco interpretó las normas a su favor de modo que
los beneficios se extendieron más allá de lo establecido por la ley.
Las eléctricas Edelnor, Endesa, Luz del Sur, Edegel y la minera Barrick Misquichilca
generaron al Estado una pérdida estimada en S/.1335 millones entre 1999 y 2001
(Campodónico 2006). Una de ellas, por ejemplo, pagó cero en impuesto a la renta
por cinco años consecutivos. Este hallazgo corrobora la hipótesis que cuando ocurre la
captura del Estado, es decir, «una vez que un país ha caído en la trampa de la captura
económica, la inversión directa extranjera puede magnificar el problema» (Hellman y
Kaufmann 2001).
64
después que Fuentes, un miembro del equipo de la SUNAT que impulsó la reforma y
manifestó su oposición al DS 120-94-EF—, el ministro Camet extendió su influencia
sobre la SUNAT al presionar constantemente al jefe de la superintendencia. Más tarde,
en febrero de 1997, el MEF se hizo del control de esta cuando Baca, propuesto por
Camet, reemplazó a Revilla (Durand 2011).
Otro caso importante se relaciona con las exoneraciones tributarias sectoriales otorga-
das por el MEF para bajar o eliminar los pagos del impuesto a la renta. Estas disposi-
ciones eran «negocio de todos los días» en la era Camet. De acuerdo a estudios de la
SUNAT y el MEF posteriores a la caída de Fujimori, las pérdidas fueron considerables.
El 2000, las exoneraciones representaron un costo fiscal estimado de US$ 815 millones
en minería; US$ 577 millones en agricultura; US$ 171 millones en gas y petróleo; US$
549 millones en la región Amazónica (siendo los beneficiarios directos de las compañías
petroleras); US$ 42 millones en turismo; US$ 100 millones en construcción (el sector
donde la firma familiar del ministro Camet operó con éxito de acuerdo a los comités
de investigación del Congreso y reportes de prensa); y US$ 105 millones en el sector
servicios. Todas estas exoneraciones se hicieron conocidas a finales de los 90 al filtrarse
un estudio del FMI que puso en alerta a la prensa. El reporte estimó un total de US$
2360 millones en pérdidas, lo que era alrededor del 1.34% del Producto Bruto Interno
(PBI) de la época. La situación era inclusive más seria, ya que el estudio no incluía las
65
4 Los resultados del estudio fueron publicados en: La República, Lima, 19 de agosto de 2001.
5 Caretas, Lima, 19 de julio de 2002.
6 Gestión, Lima, 19 de julio de 2003.
66
bierno enfrentaba una difícil situación fiscal. Sin embargo, gracias a la organizada opo-
sición empresarial, gran parte de las otras exoneraciones tributarias se mantuvieron. Las
corporaciones, una vez fortalecidas, consideraron las rentas de los años noventa como
un «derecho adquirido» y contaron con la voluntad y los medios para defenderlos. La
SUNAT estuvo paralizada durante el mismo periodo (1998 - 2000) y falló estrepitosa-
mente en iniciar operaciones de auditoría, inclusive si el superintendente, preocupado
por sus disminuidos ingresos y bien informado por el FMI sobre los costos fiscales
de las exoneraciones tributarias, pedía permiso al MEF para lidiar con los casos más
extremos de elusión o evasión. Este patrón de comportamiento continuó básicamente
inalterable en los siguientes gobiernos.
La crisis del régimen fujimorista condujo a niveles más altos de rendición de cuentas
sobre casos de corrupción y algunos casos de rentismo, generando un mayor balance
entre poderes y expresando un rol más activo de la sociedad civil, lo que ayudó a mo-
derar, mas no a cancelar la captura del Estado. Un hecho decisivo en esta «recaptura»
fue la concentración acelerada del poder de mercado de grandes corporaciones, proceso
muy visible en la agricultura, donde la tierra pasó a ser controlada por diez grupos de
poder. Asimismo, este mayor poder económico se tradujo en mayor capacidad de fi-
nanciación de campañas y lobby más intenso y variado.
67
influenciado por los intereses económicos, pero todos los que le siguieron sí: Toledo,
García y Humala. No hay mayor evidencia empírica del uso de estos mecanismos, pero
los resultados lo sugieren y en ello coinciden los analistas políticos más serios (López
2011).
En este breve periodo de 8 meses, la SUNAT investigó las causas del declive de la re-
caudación y decidió auditar a Telefónica del Perú y las cinco compañías que abusaron
de la ley de fusiones. Todas ellas, a pesar de tener ganancias, pagaron poco o nada de
los impuestos acumulados a finales de los años noventa (Arias 2003).
Las acciones de la SUNAT activaron iniciativas de parte del sector privado de influir en
la campaña presidencial de Toledo y el círculo personal del candidato, quien para mayo
del 2011 era considerado el favorito. Toledo se hizo eco de los intereses empresariales,
invocando iniciativas para corregir la «maldita SUNAT». Días antes de la toma de
mando de Alejandro Toledo, dos de sus futuros ministros, Raúl Diez Canseco y Ku-
czynski, llamaron a Arias para demandar que no audite a las compañías eléctricas. Arias
rechazó esta exigencia y la consideró como una interferencia contra la autonomía de la
68
SUNAT, obteniendo apoyo presidencial para proceder con las mencionadas auditorías.
Este incidente lo reportó a un comité del Congreso8. Una vez elegido Toledo, con un
MEF dirigido por el empresario Kuczynski, criticaron duramente a la SUNAT. Su
visión era que el Estado, no las grandes empresas, abusaba de su poder. Adoptada esta
perspectiva, las siguientes decisiones apuntaron a detener las acciones de la SUNAT.
Apenas elegido el nuevo presidente Arias fue depuesto y reemplazado por Merino, una
abogada y ejecutiva de negocios conectada a círculos conservadores. Merino moderó
las acciones de la SUNAT, concentrándose solo en los casos ya iniciados por Arias,
negándose a ampliar las investigaciones sobre otros casos de elusión o evasión. En
paralelo, el MEF anunció que las cinco compañías tenían el derecho de reclamar un ar-
bitraje argumentado que se había violando los CET, designando una comisión arbitral
compuesta por abogados pro corporativos que terminó dándole la razón a las empresas.
Primero, en el 2002, la comisión arbitral falló a favor de las cinco compañías investiga-
das por la SUNAT. Sin embargo, el Tribunal Fiscal sugirió que la SUNAT continuase
con sus investigaciones, pues existían indicios de que las compañías evadían impuestos
deliberadamente formando pequeñas empresas con el solo propósito de comprar otras
más grandes. La SUNAT continuó con las investigaciones iniciadas por Arias apelando
al Artículo V del Código Tributario, aunque limitando las investigaciones a los cinco
casos en lugar de expandir la pesquisa, tal como el Congreso y algunos expertos que
apoyaban a la SUNAT se lo demandaban. Ello se consideró un retroceso.
69
Cuarto, las exoneraciones continuaron mayormente inalterables al igual que las propues-
tas de un impuesto especial a las sobreganancias mineras. Ni el Congreso ni el MEF, a
pesar de contar con autorización para emitir decretos ejecutivos en materia tributaria,
fueron capaces de eliminar la mayoría de exoneraciones. En agosto del 2006, por ejem-
plo, bajo la presidencia de García, el MEF tuvo el poder, pero le faltó la voluntad para
introducir cambios. Solo la región amazónica perdió los subsidios —una decisión que
provocó movimientos regionales violentos—, mientras que los sectores económicos y las
corporaciones permanecieron intactas, y continuaron disfrutando de sus rentas. El nuevo
ministro del MEF, Carranza, siguió con la tradición del Estado capturado establecida en
1990, al igual que el presidente Humala al nombrar a Castilla apenas llegado al gobierno.
En este contexto, los movimientos sociales emergieron con mayor fuerza, intensificán-
dose particularmente en los casos de enclaves mineros y en las regiones. Desde el año
70
Sin embargo, otra consecuencia importante fue la pérdida reputacional sufrida por las
corporaciones y, en mayor medida, el aumento del consenso que existe en que «quienes
pierden las elecciones ganan los gobiernos», reforzado en el hecho que gobierno tras
gobierno se reproduce el fenómeno de la captura del Estado, imagen que se ha hecho
más fuerte con las elecciones de García el 2006, quien mantuvo posiciones de centro
izquierda en el pasado, y de Humala en el 2011, quien adoptó posiciones críticas al
poder corporativo cuando era candidato (López 2011). En este contexto, la reputación
del sector privado y la legitimidad de las empresas fueron afectadas negativamente, al
mismo tiempo que los movimientos sociales son más persistentes y violentos.
Conclusiones
71
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Ugarteche, Oscar (2005). Vicios públicos: poder y corrupción. Lima: Casa de Estudios del So-
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74
Los desarrollos de las últimas décadas en el ámbito de las políticas sociales en un núme-
ro creciente de países en América Latina sugieren un cambio importante de los estados
reducidos —los así llamados «estados subsidiarios»— que supuestamente fueron el
fruto amargo de las reformas estructurales implantadas durante los años ochenta y
noventa, y que fueron caracterizadas en su momento en el debate feminista transna-
cional como una «remasculinización» del Estado. Este trabajo se plantea examinar la
contribución a estos cambios hecha por las agendas, discursos y prácticas feministas de
las últimas décadas. Busca específicamente profundizar en la relación entre este legado
feminista y el estado social en su momento actual y sugiere una fuerte presencia de
mujeres en la reconfiguración de este Estado.
75
Resulta importante, después de una década de estas reformas, tomar nota de las obser-
vaciones hechas por Virginia Vargas en su intervención en la undécima Conferencia
Regional sobre la mujer de América Latina y el Caribe de la CEPAL. Esta reunión, con-
vocada en Brasilia en julio de 2010, invitó a las participantes de la región a reflexionar
sobre el tema «Qué Estado para Qué Igualdad». Vargas nos recuerda que la «tensión
entre democracia y desarrollo económico, entre los derechos de las ciudadanías y los
intereses del mercado» no persiste sino que ha ido en aumento y es ahora agudizada e
irresoluble hasta la fecha (Vargas 2010, p. 2). No solamente es América Latina la región
más desigual del planeta, sino que también es la más violenta como lo comprueban
la militarización de la seguridad ciudadana, la criminalización de las protestas y de la
pobreza, la criminalización del aborto y el racismo institucionalizado. La socióloga
costarricense Montserrat Sagot en una reflexión posterior sobre la realidad de Cen-
tro América, señala que hay una «contradicción entre un modelo económico que le
da predominancia al mercado y la democracia; y para resolver esas contradicciones
las democracias neoliberales generan altos niveles de violencia, formas renovadas de
represión, individualismos, y relaciones cercanas con los fundamentalismos religiosos»
(Sagot 2012 p. 78)1. En este contexto cabe preguntarse ¿de qué tipo de democracia
social y de qué estado social estamos hablando hoy en día? ¿Estamos realmente ante la
presencia de un estado social comprometido con la solidaridad social como elemento
de una ciudadanía incluyente, basada en el principio de universalidad, como sugiere
la visión normativa de la democracia social clásica? O bien, ¿presenciamos la construc-
ción de un estado social ya no mínimo sino más expansivo, pero igualmente neoliberal?
1 Como señala Sagot, la desigualdad en Centroamérica llega a «extremos tan dramáticos que en países
como Guatemala, el 53% de la población en general padece desnutrición y más del 60% de los niños y
niñas de las zonas rurales padecen desnutrición crónica; es decir aquella que tiene efectos irreversibles (Or-
ganización Panamericana de la Salud 1990, citado en Sagot, 2012, p. 87). Además, continua Sagot, «dos
países de la región, Nicaragua y Honduras, figuran entre los más pobres del continente, con cerca del 70%
de sus habitantes viviendo bajo la línea de la pobreza» (Gallardo 2009, citado en Sagot, 2012, p. 87).
76
Este trabajo se apoya en el debate académico crítico sobre el actual estado social y su-
giere que los cambios institucionales y políticos de la última década no han resultado
en la superación del proyecto neoliberal pero, al contrario, han facilitado su profun-
dización. Estaríamos entonces ante un neoliberalismo maduro, o un neoliberalismo
regulado (Schild 2013; Peck y Theodore 2012; Peck y Tickell 2002). Este es un con-
texto de democracias mínimas y ciudadanías limitadas, como dejan en evidencia las
recientes y masivas protestas ciudadanas en distintos países de la región y la respuesta
violenta a ellas.
El presente trabajo se ocupará de la discusión de una dimensión del problema que re-
cibe poca atención analítica en los debates sobre el estado social, la dimensión de géne-
ro en su construcción como estado social neoliberal. Esta es una dimensión necesaria
de considerar para un ejercicio analítico serio sobre el Estado en América Latina. Cabe
preguntarse desde esta perspectiva, ¿cuál es la implicancia cultural política de los así
llamados procesos de institucionalización de ciertos sectores del feminismo latinoamer-
icano y sus agendas de igualdad transnacionalizadas en la profundización del proyecto
neoliberal? Este trabajo comparte la preocupación del feminismo crítico sobre las im-
plicaciones y los efectos de la creciente convergencia entre estos proyectos feministas y
el proyecto neoliberal (véase Schild 2013, 2014; Fraser 2009; Eisenstein 2009; Luxton
y Sangster 2013). Ofrece una reflexión teórica y empírica a partir del caso paradigmáti-
co chileno de un neoliberalismo maduro y se basa en una investigación de casi 30 años
en ese país sobre las implicancias político culturales de cambios en los feminismos,
las prácticas de solidaridad del movimiento de mujeres, y sus efectos para las mujeres
populares. El principal argumento de este trabajo es que el estado social en formación
es un estado neoliberalizado y a su vez «refeminizado».
2 Esta investigación empírica de larga data ha sido financiada por el IDRC y por diversos fondos de la
Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Western Ontario y de otras instancias de la Universidad
de Western Ontario.
77
78
Los debates académicos feministas sobre los estados neoliberales han caracterizado la
reestructuración neoliberal del estado social como «remasculinizados». El término de la
remasculinización del Estado en contextos neoliberales hace referencia a los supuestos y
valores individualistas de mercado que están asociados con la política neoliberal imper-
ante, y a las políticas de privatización y subcontratación cuyo impacto fue una fuerte
reducción de las áreas de acción típicas del estado social, tanto de los servicios sociales
como de personal en las áreas de salud, educación y bienestar. La crítica feminista que
se le hizo en un primer momento a la reestructuración del Estado y al impacto nefasto
de estos cambios para la mayoría de las mujeres, tiene como punto de comparación el
análisis feminista de una época anterior, aquella caracterizada por la formación de los
estados sociales de bienestar como estados de «cuidado», o feminizados. A partir de esta
literatura feminista sobre el Estado y sobre la relación de las mujeres con el Estado —de
proveniencia europea y norteamericana—, los análisis de los cambios más recientes
vinculados con el neoliberalismo y la implantación del liberalismo de mercado como
sistema valórico único, se concluye que estos nuevos estados magros y mezquinos son
indiferentes al tema del cuidado —en gran parte porque constituyen una pérdida de lo
que fueron las conquistas feministas de otra época con el recorte de personal mayori-
tariamente femenino y de programas sociales que aspiran al cuidado de la población4.
A partir de un concepto dinámico del Estado como el que se sugiere aquí, y de una
aproximación crítica al tema del «cuidado», surge una interrogante adicional que será
el tema central de este capítulo: hasta qué punto los estados sociales neoliberalizados
pueden seguir siendo considerados como estados «remasculinizados» o simplemente
«masculinizados».
4 Véase Niki Craske (1999) para un análisis de la reestructuración neoliberal en América Latina desde
esta perspectiva. Existe a su vez una amplia literatura feminista sobre el Estado. Para un análisis teórico
complejo de la relación género y estado, véase Wendy Brown (1992).
79
y los proyectos neoliberales en el momento actual. Cabe decir que la así llamada con-
tribución feminista al proyecto cultural neoliberal es hoy en día el punto central de un
debate feminista crítico (Eisenstein 2009; Fraser 2009; Schild 2014). Mi investigación
busca anclar este argumento en la materialidad de los cambios recientes en el sector
público en los países de América Latina. Principalmente, el aumento significativo del
trabajo femenino público y de las prácticas de cuidado, elemento invisible, poco val-
orizado, pero fundamental para el quehacer en el sector público, son elementos claves
para entender lo que llamaré estados sociales neoliberales feminizados. Estos elementos
están a su vez enmarcados por el contexto de un capitalismo global que el geógrafo
David Harvey denomina un «capitalismo de despojo», quiere decir, de un modelo de
acumulación basado en la flexibilización laboral, la precarización social, y la destruc-
ción sin precedente del medio ambiente cuyo impacto en la vida de las comunidades
ha sido brutal (Harvey 2005). Según los datos existentes el impacto mayor lo viven las
mujeres (CEPAL y otros 2013).
Desde los noventa, la administración pública en los distintos países de la región ha vivi-
do una reestructuración fundamental impulsada por proyectos de «modernización del
Estado» del Banco Mundial y sus programas de gobernanza que rescatan la noción de
un Estado eficaz y capaz, regidos en el fondo por la lógica del sector privado. A su vez,
este proyecto de rescate del Estado fue claramente inspirado por la movida ideológica
de la así llamada «Tercera Vía», y su neoliberalismo humanizado, comprometido con
la igualdad de oportunidades, la responsabilidad personal, la descentralización y la
preferencia por los «public-private partnerships». Insiste al mismo tiempo en mantener
los equilibrios presupuestarios (balanced budgets) y rechaza la distribución del ingreso
como mecanismo de promoción de la igualdad5. El estado social vuelve a cobrar vigen-
cia pero a su vez es reestructurado como un estado habilitador (enabling state). Cabe
notar que estaríamos entonces presenciando no solo un cambio presupuestario, o au-
mento en el gasto social, sino también una expansión y modificación del sector público
y del trabajo necesario para coordinar, implementar y evaluar programas y proyectos
en las distintas instancias, tanto privadas como públicas —en municipios, agencias y
ministerios. Los recursos sociales para el desarrollo social y para la promoción de ac-
ciones novedosas de protección social en las instancias encargadas del «cuidado de la
población», al decir de Michel Foucault, son fuertemente femeninos. Con esto quiero
poner énfasis en lo siguiente: el estado social depende históricamente del trabajo fe-
5 Véase World Bank (1997). Es indudable que la propuesta del influyente sociólogo Anthony Giddens
de una social democracia renovada, o la Third Way, marcó un hito importante (Giddens 1998). Este
académico de la London School of Economics se convirtió en asesor transnacionalizado, con visitas fre-
cuentes a Chile, Brasil y otros países de la región en los años noventa. Entre sus pupilos célebres se suman
Fernando Henrique Cardoso y el socialista Ricardo Lagos, quien fuera el tercer presidente de la Concert-
ación.
80
Un eje importante de la reestructuración de este estado social son los programas de aliv-
io y superación de la pobreza. Chile durante la dictadura fue pionero en el diseño de
mediciones de la pobreza y diseño de programas focalizados a los más necesitados6. Esta
modalidad de protección social se ha instalado en toda la región con el apoyo del BID y el
Banco Mundial. Aunque en un primer periodo los programas focalizados de protección
social, pusieron énfasis en el concepto de «capital humano», actualmente se comprome-
ten con el de «capacidades humanas»7. Lo que se mantiene permanente es el compromiso
de modificar las así llamadas dimensiones no materiales de la pobreza, quiere decir, las
actitudes y comportamientos de los pobres. El objetivo central de estos programas sería
entonces convertir a los beneficiarios en personas capaces de hacerse responsable de su
propio desarrollo y de apoyarlos para que superen por sí mismos su situación precaria.
6 Esta focalización formaba parte del desmantelamiento del estado social existente y la defensa de un
estado social «subsidiario» con participación mínima, y más que nada de apoyo al sector privado en
materia de protección social. Para una síntesis de la continuidad entre las innovaciones de los ochenta y
las políticas actuales en Chile, véase Raczynski (2008). El documento The State in a Changing World del
World Bank (1997) reconoció los límites del mercado como agente único para la reducción de los niveles
altos de pobreza y de la desigualdad como también le reconoció un papel necesario al Estado, defendió
como un estado «moderno» con la capacidad de aprender las lecciones de eficiencia del mercado.
7 Véase Agudo Sanchiz y Gonzáles de la Rocha (2006) para una discusión de las transformaciones de los
conceptos guías y objetivos del Programa Oportunidades.
81
La clave para desencadenar este proceso de cambios culturales asociados con el proyec-
to neoliberal para adaptar a los individuos y comunidades al modelo de acumulación
actual, está en el cambio de comportamientos, lo que Jacques Deleuze llamara la «re-
sponsabilización» de la sociedad. El mercado supuestamente es el espacio para sacar
adelante proyectos sociales y personales de desarrollo y para aquellos que quedan al
margen del mercado, los programas ofrecen la ayuda que fomenta las capacidades per-
sonales y de emprendimiento necesarias, tanto como individuos, familias y comuni-
dades para insertarse exitosamente al mercado.
Siguiendo la valiosa observación de Foucault, diríamos que estos estados sociales neo-
liberalizados se preocupan profundamente por el bienestar de sus poblaciones, enten-
dido como el mejoramiento de los sujetos y de sus comunidades, con el propósito de
incentivar su inserción en el mercado. Esta es una dimensión política del «cuidado» que
el presente trabajo enfatiza y que vista desde una dimensión de clase y raza, y tal como
la versión de los estados de bienestar clásicos, y sus versiones reducidas en América
Latina, no sería una preocupación inocente. El énfasis en la autonomía individual y las
capacidades racionales de los individuos en que estos proyectos de disciplinamiento y
mejoramiento (en un sentido moral) de la población se apoyan, apuntan a una conver-
gencia con prácticas y discursos desarrollados en el trabajo solidario y conceptual fem-
inista. Concretamente esto se traduce en un trabajo de asistencia social con marcado
contenido socio-educacional, lo que en Chile pasó a llamarse trabajo de intervención
sicosocial con énfasis en el empoderamiento y en el acceso a, y defensa de, los derechos
de los pobres.
Lo que queda claro revisando las experiencias de esta nueva modalidad de asistencia
social, es que las mujeres son una pieza clave para su éxito aun cuando se las interpela
como mujeres en familia y de que el trabajo socio-educacional se nutre de elementos
culturales y prácticas feministas. Estaríamos entonces ante un concepto cambiado de la
«feminidad», instalado en la política social por un debate transnacionalizado feminista
y que se hace realidad en las prácticas cotidianas y relaciones sociales que producen
los proyectos de mejoramiento de la población. En vez de «clientes» de programas, las
nuevas políticas forman «usuarios» o consumidores, quiere decir ciudadanas activas y
capaces de buscar soluciones —inclusive las ofertas de protección social— y de decidir
el curso de su propia vida y aquella de sus familias. Esta sería la contribución cultural
al neoliberalismo hecha por los discursos, y más que nada, las prácticas de trabajo
feministas.
82
8 Como señala Raczynski, durante la dictadura se «tecnifica» la política social. La ficha CAS «es el in-
strumento en base al cual se discrimina quién tiene y quién no tiene acceso a la red social […] la Encuesta
83
de Caracterización Nacional (CASEN), [es el instrumento] que se ha aplicado cada 2 o 3 años desde 1985
hasta la fecha». Durante ese periodo también se elaboró «el primer Mapa de Pobreza del país en base a los
datos censales de 1970, se instauró el Banco de Proyectos en la Oficina de Planificación Nacional (hoy
Ministerio de Planificación) y elaboró una metodología de evaluación social (ex - ante) de proyectos»
(2008, 4). Con todos estos cambios es importante recordar que el gasto social por persona durante todo el
periodo de la dictadura fue inferior al de 1970» (Raczynski 2008, p. 4, nota 6).
9 La creación del nuevo ministerio se propone «derrotar la pobreza extrema» durante el periodo de
gobierno de Piñera quien al aprobar la ley en octubre de 2011 sugiere que «no solamente significa cum-
plir un compromiso de nuestra campaña, significa también una inmensa esperanza para 2 y medio
millones de chilenos que viven en pobreza y también para una clase media emergente, que muchas
veces vive con permanente temor de volver a la pobreza». Esta cartera pasa a funcionar directamente en
el palacio de gobierno, la Moneda, y funciona a partir de dos subsecretarías: la Subsecretaría de Servicios
Sociales, encargada de articular las acciones del SENAMA, CONADI, FOSIS, INJUV Y SENADIS, y
coordinar con otros ministerios el sistema de protección social; y la Subsecretaría de Evaluación Social,
que buscará mejorar el impacto de las políticas y programas sociales, y que además se encargará de evaluar
y controlar los ya existentes.
10 Entre estos otros están Presidencia, Subsecretaría de Previsión Social, Subsecretaría de Salud, Sub-
secretaría de Vivienda, FONASA (Fondo Nacional de Salud), SERVIU, Subsecretaría de Educación,
JUNAEB, SENAME, SENCE, INDAP, SERCOTEC, CONAF, INJ, INP, CORFO, CONADI, SUB-
DERE, Corporación de Asistencia Judicial. También hay que considerar la reestructuración de municipal-
idades, intendencias y gobernaciones.
84
11 Sonia Álvarez (1999) refiriéndose a la tendencia regional de este proceso, lo caracterizó en su momen-
to como una «ongeización» del feminismo latinoamericano. Para el caso chileno, véase Schild (2001).
85
Al mismo tiempo se abre un nuevo mercado para organismos técnicos que ven la en-
trada de un sinfín de nuevas organizaciones. Un destino parecido sufrieron aquellas
educadoras populares que lograron en un primer momento integrarse a las actividades
de una nueva institución de asistencia a mujeres en situación de pobreza, la Fundación
PRODEMU. Esta fundación se creó en 1990 con el propósito de continuar con la
tradición de trabajo clientelar de corte político con mujeres de sectores populares —
los Centros de Madres— establecida durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva
(1964-1970), que permanece legalmente en manos de los militares. PRODEMU se
basó en un primer momento en la modalidad de trabajo de talleres de educación pop-
ular, con un fuerte componente de voluntariado femenino y resultó ser una fuente
laboral para muchas exeducadoras populares de las ONG. Sin embargo, durante los
años noventa esta institución también se profesionalizó lo cual significó reemplazar a
las educadoras populares con profesionales jóvenes13. Claramente, la racionalidad de
mercado, competencia y licitación de proyectos, resultó ser no solo un mecanismo
poderoso para disciplinar a la sociedad en su conjunto sino también para restablecer
la estructura rígida y excluyente de oportunidades en un país profundamente clasista
como es Chile.
Una visión «desde abajo» de los cambios institucionales en el área social nos permite
superar la visión del Estado como ente fijo y también considerar su relación con el
contexto histórico más amplio del capitalismo contemporáneo. Desde esa perspectiva,
como ya se mencionó, la reconstitución de instituciones desocupadas por la salida del
12 En un estudio con exintegrantes de la ONG Tierra Nuestra del sector sur de Santiago a mediados de
los años noventa, por ejemplo, pude comprobar que para muchas que se habían formado en la organi-
zación o en la Vicaría Sur, como educadoras populares y monitoras, y habían trabajado en proyectos con
mujeres financiados por fondos de la solidaridad Europea, la alternativa laboral actual era «la misma de
siempre», quiere decir, volver al servicio doméstico. Esto se repitió en entrevistas con muchas exintegrantes
de ONG que habían trabajado en otros sectores periféricos de Santiago, como San Joaquín, Pudahuel,
La Pintana y la Granja. Para una discusión de este proceso de exclusión en la reestructuración de nuevas
posibilidades para mujeres de las ONG y su impacto sobre el movimiento de mujeres populares, véase
Schild (2001). Esta dimensión incómoda de los logros feministas de los últimos 25 años, que obviamente
se refiere a la reproducción de diferencias y desigualdades de clase dentro del feminismo chileno, se man-
tiene invisible en los recuentos de éxitos logrados y retos y habría que preguntarse por qué sigue siendo tan
fuerte este silencio.
13 Entrevista con Virginia Rodríguez, Directora Ejecutiva de PRODEMU. Santiago, diciembre 2007.
86
«Las mujeres son la cara social del Estado», anunció la Asociación Nacional de Em-
pleados Fiscales (ANEF) en 2014 en un contexto de denuncia por la precarización
laboral del trabajo femenino. Aunque en términos cuantitativos el Estado chileno es
pequeño, representando solo el 5.7% de la fuerza laboral total, es el mayor empleador
de mujeres, quienes representan el 60% de su fuerza laboral (ANEF 2014). La ree-
structuración del Estado chileno comenzó durante la dictadura con las privatizaciones
y la drástica reducción de su tamaño institucional en el ámbito social, pero han sido las
modernizaciones de los años noventa bajo la Concertación las que introdujeron la flex-
ibilización laboral, sobre todo a partir de la tercerización de sus actividades. Después
de diez años de Concertación, el gobierno de Ricardo Lagos mejoró las condiciones
laborales de profesionales y «apoyos técnicos» al permitir por primera vez un cambio en
la modalidad de pago por servicios de «a honorario» (sin contrato o beneficios) a «con-
trata». Este cambio permitió a muchas optar por primera vez a trabajos con beneficios
y cobertura de salud pero al mismo tiempo les significa renovar contratos anualmente.
Estas condiciones laborales invitan inevitablemente a la autocensura y autoexplotación.
Es muy difícil tocar el tema de las desigualdades laborales dentro del Estado, por ejem-
plo, o protestar por exigencias laborales extremas, o altamente peligrosas como es el
14 PRODEMU es una fundación privada, establecida en 1991 y presidida por la esposa del presidente
de turno. Se financia con un presupuesto de la nación, pueden también tener apoyo privado nacional o
internacional. La fundación ha experimentado cambios importantes desde su inicio cuando se apoyaba
en el trabajo de educadoras populares que habían sido preparadas en las ONG para el trabajo de talleres
con mujeres populares. PRODEMU es ejecutora directa de programas dirigidos a las mujeres y ha llegado
a establecerse como interlocutora legitima de agencias como SERNAM y FOSIS. A partir del gobierno
de Lagos, experimenta un proceso riguroso de profesionalización del personal que significó el reemplazo
de educadoras populares por profesionales jóvenes con títulos universitarios. Curiosamente, a pesar de su
importancia clave para entender los procesos de institucionalización del feminismo en Chile, los cambios
en el movimiento de mujeres, y sobre todo la organización de mujeres populares, esta fundación no ha sido
estudiada. Para un intento preliminar, véase Schild (2007).
87
caso de los apoyos técnicos que salen a realizar trabajos de campo con las beneficiadas
de programas, por miedo a perder el contrato. Este tipo de arreglo laboral se presta para
abusos que no son sancionados por la ley, por ejemplo, despedir a alguien «a contrata»
consiste sencillamente en no renovar su contrato con lo cual no se incurre una infrac-
ción del código laboral15.
Podríamos concluir entonces que por la fuerte presencia del trabajo femenino, el im-
pacto de las condiciones laborales y calidad de los empleos públicos y privados, la
expansión del ámbito de la acción social durante los veinte años de Concertación con-
stituye una feminización del estado social neoliberalizado16. La feminización del actual
estado social dice relación con una segunda dimensión, la de las políticas con conteni-
do explícito de género. Ésta es la dimensión que se analiza en la siguiente sección.
15 Este fue el caso de dos entrevistadas en Concepción en 2012 cuyos contratos en el SERNAM de la
región no fueron renovados en diciembre de 2011. Una de ellas había trabajado por veinte años en el
SERNAM de la región y la otra por cuatro pero tenía una larga trayectoria laboral con el tema de políticas
dirigidas a mujeres pobres, primero como encargada de la Oficina de la Mujer en uno de los municipios
de Santiago, y luego con el programa Jefas de Hogar de la Región Metropolitana del SERNAM.
16 Para un estudio sobre la situación de las trabajadoras del sector público, véase Ibáñez (2011), SER-
NAM (2004). Véase Druck (2011) para una revisión del debate, sobre la flexibilización y precarización
laboral y su relevancia para América Latina y Brasil. Queda pendiente un estudio cuidadoso de la flexi-
bilización y precarización en el ámbito público tanto de Brasil como de Chile aunque algunos estudios
indican una tendencia generalizada en la región a partir de las modernizaciones de los años noventa. Para
Brasil, véase Bolzan (2014) y Weishaupt y Henrique (2003). Para el caso argentino, véase Jueguen (2013).
Graca Druck confirmó mi análisis de la precarización y feminización laboral en el programa chileno de
transferencia condicionada, el Puente de Chile Solidario, con el comentario que en Brasil, las personas
encargadas de hacer realidad en terreno el programa Bolsa Familia se conocen como las «chicas del pro-
grama» (as garotas do programa). Intercambio personal, Berlín, octubre 2013. En su estudio Bolzan (2014)
analiza las condiciones laborales precarias de las trabajadoras sociales que desarrollan el trabajo socio-edu-
cacional del Bolsa Familia en los municipios de Brasil.
17 Dos corrientes de políticas sociales se desarrollaron durante los años noventa, por un lado políticas
sectoriales con perspectiva universal en educación y salud, y en cierta medida habitabilidad y por otro,
programas específicos dirigidos a los pobres y a otros grupos identificados como vulnerables, entre ellos
niños, jóvenes, mujeres, sobre todo jefas de hogar, discapacitados e indígenas (Véase Frenz 2007).
88
18 La Encuesta CASEN se aplica en Chile cada dos o tres años desde el 1985. Para una descripción
de objetivos y metodología, véase <http://observatorio.ministeriodesarrollosocial.gob.cl/casen_obj.php>.
Fecha de consulta: 12 de noviembre de 2014.
89
programa se propone acabar con la miseria en que vivían alrededor de 225 mil famil-
ias y establece una modalidad de trabajo individual con familias indigentes a quienes
«invita» a «través de la asunción de compromisos de conducta, además de entregar
beneficios materiales a trabajar con ella en una dimensión psicosocial y no tangible de
la pobreza» (Raczynski 2008, p. 8).
19 Este es un tema importante en el análisis feminista del impacto en las mujeres de este tipo de pro-
gramas. Véase, por ejemplo, Molyneux (2008; 2006).
20 Chile Crece Contigo según la página web del gobierno de Chile, «tiene como misión acompañar,
proteger y apoyar integralmente, a todos los niños, niñas y sus familias, a través de acciones y servicios de
carácter universal, así como focalizando apoyos especiales a aquellos que presentan alguna vulnerabilidad
mayor: “a cada quien según sus necesidades”». Véase <http://www.crececontigo.gob.cl/sobre-chile-crece-
contigo/que-es/>. Fecha de consulta: 7 de octubre de 2014.
90
Como se mencionó anteriormente, el Programa Puente forma parte del sistema Chile
Solidario que intenta sacar de la indigencia a las más de 200 000 familias que fueron
identificadas como en situación no solo de extrema pobreza sino también de «vulner-
abilidad», y que desde el gobierno de Ricardo Lagos ha pasado a ser un sistema o red
coordinada de programas sociales, o el así llamado Sistema o Red de Protección Social.
Lagos, al inaugurar el Chile Solidario en 2003, hizo un llamado a las familias en situ-
ación de indigencia, pero queda muy claro que los verdaderos destinatarios son las mu-
jeres. Ellas son el puente entre el estado social local —funcionando claramente como
facilitador, y por lo tanto con la participación de otros actores sociales— y sus familias.
En otras palabras, la responsabilidad exclusiva de hacer cruzar a sus hijos y parejas ese
puente imaginario entre la indigencia y la pobreza recae sobre ellas. Previo a dar este
salto, la familia debe comprometerse a lograr cambios en su actitud y comportamiento
que le permita desarrollar las capacidades personales y de emprendimiento necesarias
—y supuestamente ausente en este estrato de la población— para poder desarrollar sus
propios «proyectos de vida».
El Programa Puente cumple con el primero de tres componentes del Chile Solidar-
io, que se autodefine como programa de «apoyo sicosocial» a las familias clientes; el
21 El gasto social en Chile era 16% del PIB en el año 2003 y se mantuvo estable por los siguientes diez
años. El monto para 2010 del gasto social para combatir la pobreza destinado a transferencias monetarias
correspondía a un 0.7% del PIB. Este es un monto bajo comparado con países de igual desarrollo en
América Latina (o 1.2% del PIB). En su evaluación crítica del gasto social Claudia Sanhueza observa que
«Chile Solidario, el programa más importante contra la pobreza en Chile, gasta aproximadamente 0.08%
del PIB» (Sanhueza 2010). Según datos de CIEPLAN el gasto social en la gestión del gobierno de Piñera
baja en relación a los gobiernos de la Concertación (CIEPLAN 2013).
91
segundo, ofrece subsidios monetarios garantizados a las familias cuando estas cum-
plen con las distintas fases del programa. El tercer componente es la promesa de
un acceso preferencial de las familias clientes a los programas de avance social, de
prestaciones laborales y a la seguridad social. El programa define siete dimensiones
mínimas de calidad de vida, en el área de salud, de educación, de habitabilidad, de
trabajo, de ingresos, de dinámica familiar e identificación. A través de un trabajo
individual con el personal técnico o Apoyo Familiar (AF), se compromete a cada
familia beneficiada a cumplir con una serie de requisitos ordenados bajo cada una
de las siete dimensiones.
La ejecución del programa depende de los municipios y del FOSIS. Ambos contratan
el personal, y cabe recalcar que esta es una contratación mayoritariamente de personal
femenino como ya se ha mencionado, en condiciones de trabajo altamente precar-
ias, con contratas, no contratos, es decir, con beneficios reducidos o no existentes y
por plazos renovables pero limitados. El Apoyo Familiar, preferentemente asistentes
sociales, educadores y psicólogos, trabaja con un número específico de familias, y pref-
erencialmente con las mujeres por un periodo de 24 meses, a quienes les ofrece un
«acompañamiento» personalizado a través de visitas periódicas en cada domicilio22.
Esta es una actividad mal remunerada, con sobrecarga de trabajo y con riesgos per-
sonales. En el caso de regiones este trabajo tiene sus propios desafíos, entre ellos las
distancias enormes a recorrer para cumplir con la atención de las familias asignadas23.
Es típico que las mujeres que trabajan como Apoyos Familiares tengan una cuota de
compromiso fuerte con sus clientas y esto puede explicarse también como la extracción
y utilización de su propio trabajo de cuidado como trabajo implícito y voluntario. O
sea, ellas mismas son objetos de un despojo de sus capacidades de cuidado, algo que no
se mide en la evaluación de programas ni se discute en los análisis feministas. Con este
programa, entonces, se instala definitivamente ese trabajo invisible de cuidado de las
mujeres que tiene una larga trayectoria en Chile como voluntariado femenino y tanto
beneficiarias como Apoyos Familiares terminan participando en la explotación de su
propio trabajo.
22 Véase Raczynski (2008) para una descripción detallada de los componentes del programa.
23 El tema de la baja remuneración y alto riesgo para las Apoyo Familiares en barrios periféricos de San-
tiago que están controlados por el narcotráfico y también de la falta de adaptación regional del programa,
empezando por la adecuación de las exigencias al caso de regiones rurales entre otras dadas las distancias
a cubrir, en temas tales como el número de familias asignadas por Apoyo o tan básicos como los viáticos,
fueron tema constante en mis entrevistas con Apoyos Familiares en un municipio del sector periférico sur
de Santiago (mayo de 2010) y con ex funcionarias del SERNAM de la región de Bío-Bío (abril de 2012).
Estas preocupaciones son corroboradas en la revisión de evaluaciones del programa hecha por Raczynski
(2008, p. 36).
92
La experiencia concreta en terreno con estos programas muestra que los resultados
son contradictorios, que las mujeres no necesariamente se gradúan del programa,
que no necesariamente logran controlar y manejar los bonos. O sea, las metas que
se propone este programa de educación en temas de relación de pareja, presupuesto
familiar y otros, que se basan en una visión valórica de comportamiento adecuado de
corte clasista, no se cumplen necesariamente. En algunos casos sí se logra «empoder-
ar» a la mujer, pero en la mayoría de los casos, según el encargado del programa en un
municipio del sector sur de Santiago, el Apoyo Familiar pasa a jugar un rol perma-
nente de «paño de lágrimas» para sus clientas, muchas de las cuales están sumidas en
situaciones de violencia y precariedad extremas (por ejemplo, por la presencia masiva
de esa economía paralela del tráfico y consumo de la droga que ofrece ingresos y
también escape aunque sea temporal de la condición generalizada de miseria). Cabe
señalar en este contexto el resultado de una investigación hecha por FOSIS en el
2011 con beneficiarios del Puente en el marco de una nueva política del gobierno de
Piñera. El estudio muestra que las familias más pobres de Chile son las más endeu-
dadas. Un 78% de las familias calificadas como en extrema pobreza gasta el 60% de
su ingreso en deudas25. El programa de Inclusión Financiera, Chile Cuenta, propuso
93
La pregunta que habría que plantearse es la siguiente: ¿pueden estos programas míni-
mos competir con las posibilidades que ofrece la economía paralela de la droga? Según
el cálculo hecho en 2009: «Más de 660 mil santiaguinos viven alejados de los servicios
básicos y en medio de traficantes, asaltos, riñas y balaceras. CIPER cotejó estudios e
investigó a fondo en las zonas más pobres y vulnerables de la capital y detectó que al
menos en 80 poblaciones, policías, ambulancias, bomberos, carteros y técnicos de las
empresas que suministran agua, luz, y teléfono no se atreven a ingresar. Las bandas y
grupos de narcos dominan, mientras los vecinos deben vivir con miedo y hacinados
en sus casas» (Figueroa, Fouillioux y Sullivan 2009). En las palabras de una vecina
de La Legua Emergencia, una de las más de 80 poblaciones clasificadas como «zonas
ocupadas» por el narcotráfico y la violencia: «Aquí en La Legua solo somos pobres los
que nos mantenemos al margen del negocio de la droga, porque el resto los verás con
ropa de marca muy caras y vistiendo siempre los últimos modelos de zapatillas» (Vil-
larubia 2011). Los datos de encarcelamiento, de hecho, muestran que el número de
mujeres encarceladas por delitos asociados al tráfico de drogas, o «narcomenudeo», va
en aumento y afecta mayoritariamente a aquellas que residen en áreas denominadas las
«zonas ocupadas» de las poblaciones.
Más allá de que si cumple o no cumple sus metas el Programa Puente como programa
de transferencias condicionadas, que es el tema de una abundante literatura, lo que
quiero recalcar aquí es que bajo las condiciones de un modelo de acumulación por
despojo como lo describiera Harvey, y de un Estado facilitador comprometido con el
«mejoramiento» de la población, las condiciones estructurales no ofrecen un contex-
to para el ejercicio real de las capacidades. La inserción de las mujeres en el mercado
laboral sigue siendo muy precaria. De acuerdo a datos recientes de la OIT, una gran
cantidad de trabajadores, y de mujeres en particular, sufren muy malas condiciones lab-
orales caracterizadas por bajos sueldos, inestabilidad laboral y falta de protección legal
dada su condición de trabajadoras tercerizadas. La situación laboral de las mujeres de
sectores urbanos y rurales pobres es de particular preocupación (CEPAL y otros 2013).
de su ingreso mensual. Ver FOSIS «En búsqueda de estrategias pertinentes de Inclusión Financiera para
familias en condición de extrema pobreza» (abril 2012).
94
Conclusiones
Los estados capacitadores son incluyentes y al mismo tiempo son excluyentes como
sugieren Vargas y Sagot al inicio, y como lo ilustra esta discusión sobre el caso chileno.
Mientras más intensos sean los efectos polarizadores del modelo de acumulación capi-
talista imperante en los países de América Latina, más urgente se hace la necesidad de
contener a aquellos sectores de la población que quedan necesariamente marginados
y excluidos y que se resisten al orden económico y social emergente, según nos dicen
expertos como el sociólogo francés Loic Wacquant y más pareciera hacerse necesaria su
contención en recintos carcelarios (Wacquant 2009). Pero ¿hasta qué punto podemos
reducir el tema del Estado en este momento neoliberal a su cara punitiva? En este tra-
bajo he intentado desarrollar un argumento más complejo sobre la naturaleza de los
estados neoliberales en América Latina. Basándome en el ejemplo de neoliberalismo
clásico y extremo que es Chile, y no obstante las experiencias disímiles de los países
de la región, he sugerido que a partir de la modernización de los Estados de los años
noventa hay tendencias en común que valdría la pena examinar. Nadie niega hoy en
día, que a pesar del impacto de la crisis financiera del 2008 y de los distintos intentos de
renovar proyectos social demócratas, o abiertamente alternativos de izquierda, lo que se
perfila es la construcción de un nuevo Estado. La preocupación central de este trabajo
ha sido rescatar una visión de género que nos permita reconocer la contribución cul-
tural —entendida desde la materialidad de las relaciones sociales y las prácticas cotid-
ianas— de los feminismos de la región a este proyecto de construcción de un nuevo
Estado. Ante una participación femenina importante en el quehacer del ámbito social
del Estado, y de la centralidad de la labor socioeducativa anclada en el empoderamien-
to y el acceso a los derechos con que se regula a los más pobres de la sociedad, sugiero
que la construcción de este Estado neoliberal, en su cara social, es en gran medida un
esfuerzo femenino. Referirse solamente a un Estado neoliberal o neoasistencial, nos ob-
ligaría una vez más a invisibilizar las contribuciones específicas de este esfuerzo, sobre
todo su dimensión de cuidado anclada en el trabajo emocional concreto y a minimizar
el impacto cultural y lecciones sociales de una producción de conocimientos y prácticas
feministas de larga data. Al final de cuentas, podría decirse que la lección para todo
movimiento social es que en cuestión de impactos, «nadie sabe para quién trabaja».
95
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100
101
países del área andina, usualmente caracterizados como aquellos con mayor densidad
étnica y hasta hace poco ubicados entre los países con menor estabilidad política, com-
parten con el resto de la región una matriz histórica y cultural; sin embargo los procesos
políticos difieren sustantivamente.
Entre los años setenta y noventa, el conflicto distributivo en las sociedades latinoa-
mericanas se expresaba principalmente en términos de capital-trabajo, no solo en las
relaciones concretas de producción de las sociedades latinoamericanas sino también
en los imaginarios. En los años setenta, en los países más industrializados el peso de la
clase obrera era significativo, en tanto que en otros como el Perú, la población asala-
riada y el proceso de sindicalización fueron menores; a pesar de ello el peso político y
el efecto de irradiación obrera y clasista impregnaba el discurso político. Al lado de las
movilizaciones de gremios laborales y agrarios, en Bolivia como en el Perú se producían
movilizaciones denominadas cívicas o regionales que expresaban el malestar de las pro-
vincias alejadas respecto del desarrollo desigual y la concentración del poder político1.
Cuando las relaciones de trabajo se flexibilizaron, entre los años ochenta y noventa,
las estrategias cotidianas de supervivencia, que tenían ya antecedentes en los barrios
populares de varios países, se intensificaron, generando espacios de acción colectiva de
las mujeres que confluyen con colectivos feministas y otras organizaciones de base. En
ese período, cuando los estudios sobre la protesta social se centraban en las relaciones
clásicas capital trabajo, otros ejes de desigualdad como las brechas regionales y las de
género recibían menor atención.
Los países de la Región Andina, están entre los que muestran mayor número de con-
flictos2 como se puede observar en el gráfico 1.
Calderón señala al respecto que países como Perú, Ecuador y Bolivia, están en un
escenario de «orden inestable e insuficiente de alta conflictividad y movilización», con
dificultades para «gestionar el conflicto». Honduras o Guatemala muestran notorias
vulnerabilidades y rupturas para procesar los conflictos según el autor en tanto que
Costa Rica y Uruguay muestran alta capacidad para ello. Calderón plantea que la «ca-
pacidad de procesar»3 el conflicto no solo se refiere a la capacidad de la sociedad para
actuar colectivamente movilizándose, sino también para asumir acuerdos, construir
1 Sobre movimientos cívico-regionales en Bolivia y Perú ver Calderón y La Serna (1983) y Henríquez
(1986).
2 El estudio mencionado se realizó el 2011 en 17 países en base a información de periódicos (Calderón
2012b, p. 9). Según esta fuente el número más alto de conflictos corresponde a Bolivia, Perú y Argentina,
«con un total de conflictos superior a los 200», seguido de Guatemala y Ecuador.
3 Calderón (2012b, p. 29) denomina a esta perspectiva «política constructivista», apoyándose en diver-
sos autores.
102
visiones de conjunto, así como la de los Estados para desarrollar capacidades institu-
cionales y partidarias.
Fuente: Gráfico elaborado por la Fundación UNIR Bolivia con datos proporcionados por la empresa
Notilog. (Calderón 2012a, cuadro 4.1)
Podemos derivar de lo anterior que esta capacidad está vinculada a la historia social y polí-
tica de cada país. Al respecto planteamos que en sociedades como el Perú, con precariedad
institucional y fragmentación social, habría que explorar también los modos en que a nivel
local se están procesando los conflictos, lo que abordaremos brevemente más adelante.
Desde los noventa entramos en un nuevo período que otorga una nueva centralidad a
poblaciones usualmente ignoradas o consideradas en los márgenes: las movilizaciones
indígenas de fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI que otorgan visibilidad a un
sujeto siempre presente en la existencia de los países andinos pero a menudo olvidado
por propios y ajenos.
103
En este texto4 nos referiremos a hitos que marcan este nuevo período en América La-
tina: la dinámica de la protesta vinculada a los recursos naturales y el territorio. En
una segunda parte, nos referiremos a diversos contextos sociopolíticos locales y a casos
paradigmáticos de conflictos ocurridos sobre todo en Perú y Bolivia mostrando las
estrategias de movilización y negociación y su repercusión en las políticas publicas, la
construcción de discursos y la relación cercana o lejana con el Estado nacional.
Entre los hitos que marcan este nuevo momento, comento tres de los más significati-
vos. El primero se refiere al retorno de lo social, que se expresa en las agendas y en la
constitución de nuevos sujetos sociales como interlocutores en la escena nacional; de
manera específica las poblaciones indígenas5 como sujeto social. En el Perú también
se trata de pueblos y comunidades movilizados por el territorio y el medio ambiente,
y de movilizaciones por los derechos humanos de nuevas generaciones de ciudadanos.
Un segundo hito está vinculado a la redefinición de la relación con la naturaleza y los
recursos naturales, debido a la expansión acelerada de esta etapa del capitalismo basada
en las industrias extractivas, a la vez que a la expansión de una conciencia ambientalista
y la visibilización de formas de vida diferentes. Uno tercero, vinculado al papel del
Estado en contexto de globalización, en el que se redefinen también los mecanismos de
mediación política y de gobernanza.
4 Este trabajo es una versión ampliada de la exposición efectuada en el marco de la Escuela de la Red
DesiguAldades.net que se llevó a cabo en Lima en octubre del 2013.
5 La referencia a indígenas en este texto se basa en los procesos de autoidentificación en torno a refe-
rentes de etnicidad y en los sentidos de pertenencia a comunidades nativas, originarias o autóctonas y a
comunidades campesino indígena.
6 Ver Álvarez (2009) respecto del neoliberalismo, Hoetmer (2014) respecto del extractivismo.
104
1. El retorno de lo social
La puesta en marcha del proyecto neoliberal más radical del continente en el Perú, abre
las compuertas a concesiones no reguladas8. La expansión de concesiones para la explo-
tación de recursos naturales se produce en medio de una cruenta guerra y desinstitu-
cionalización del país. Es un período en que dos proyectos autoritarios: el senderismo
y el fujimorismo están en acción, mientras que la subsistencia y la vida diaria de las
personas recae en las familias y las comunidades.
Al referirme al retorno de «lo social» aludo a este giro en las agendas, pero también a la
presencia en la escena pública nacional de nuevos sujetos sociales; en el caso del Perú,
las movilizaciones indígenas de la Amazonía, pueblos y comunidades por los recursos
naturales y, como señalamos arriba, las movilizaciones por los derechos humanos, etc.
Respecto de la presencia en la escena pública nacional del sujeto social indígena, se tra-
ta de acciones colectivas en demanda de reconocimiento y en disputa por los recursos
7 En el sentido de Castel (1997) también citado por Sojo (2002, p. 13), respecto del modo en que logró
«domesticar» al mercado.
8 Fujimori dispone un conjunto de medidas que afectan a las comunidades e incentivan las inversiones
mineras, ver al respecto Chase y Salazar (2014).
105
En el caso del Perú, la visibilización de las poblaciones indígenas en el siglo XXI está
vinculada, principalmente, a la protesta desde la Amazonía y a la oposición a las políti-
cas del gobierno en la gestión del territorio y de los recursos naturales. Esto se produce
en las últimas décadas a pesar de que las trayectorias organizativas en sierra y selva son
de larga data, y a pesar de que la cuestión indígena está en el ombligo de las fracturas
sociales y políticas y en los textos de políticos e intelectuales desde J.C. Mariátegui
hasta Quijano pasando por Flores Galindo y De la Cadena. La etnicidad es un com-
ponente fundante de la nación peruana, está en los cimientos de las ciudades pobladas
por antiguas civilizaciones, en las familias que migran a las ciudades, en lo cholo y lo
mestizo como en lo indio, sobre lo que habría que elaborar con más detenimiento en
otro momento. Aquí nos referimos al sujeto social indígena que habla con voz propia
como colectivo local o nacional, y que es reconocido como interlocutor en medio de
situaciones a veces profundamente conflictivas, lo que en el Perú es un hecho social de
este siglo.
9 Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, en los últimos 60
años, el 40% de los conflictos se vinculan con los recursos naturales. En: Decenio internacional para la
Acción «El agua fuente de vida» 2005-2015. <http://www.un.org/spanish/waterforlifedecade/event-
sarchive_2013.shtml>. Fecha de consulta: 4 de diciembre 2014.
10 Hay una amplia literatura sobre la reproducción de las comunidades campesinas y nativas, y creciente
consenso contemporáneo sobre su dinamismo y vigencia como espacio de reproducción y sobrevivencia.
Ver al respecto Diez (2012).
106
Los marcos de referencia de las reformas en los años setenta aludían a las reformas de
propiedad cuyo ejemplo más claro es la reforma agraria. Las reformas en los noventa
aluden a las reformas de Estado que buscan mayor competitividad y eficiencia. La des-
centralización es una reforma que transita a lo largo del siglo veinte y expresa la tensión
centro-periferia: por un lado representa las aspiraciones de las ciudades y pueblos de
107
Un estudio especializado (Tanaka 2005, pp. 39-40) pone de relieve el papel de refor-
mas institucionales y señala que a pesar de que en cinco países andinos se registraban
indicadores económicos parecidos, inestabilidad política y violencia social, en el caso
de Perú y Venezuela había colapso el sistema de partidos, en tanto que en Colombia,
Bolivia y Ecuador había una evolución. Según dicha fuente, una mirada más atenta
muestra que ello no se explica por problemas de representación política sino por la
«reforma institucional» impulsada en los tres países mencionados, cambios basados
en procesos de descentralización, reformas electorales y reconocimiento de derechos a
sectores tradicionalmente excluidos, entre ellos la población indígena. Asimismo, que
dichas reformas buscaron abrir espacios de participación a nuevos actores y así respon-
der a la crisis de legitimidad.
14 Esos cambios se producen luego de la Marcha por la Tierra y la Dignidad que se produjo en el Beni
en 1991 de la Coordinadora de pueblos indígenas del Beni. Al respecto ver Tanaka (2005, p. 46).
108
A lo largo de los años ochenta y noventa, en Perú y Bolivia el acceso a la gestión mu-
nicipal acercaba las poblaciones al Estado. En el Perú, desde 1980 en que se ejerce por
primera vez el voto universal, se llevan a cabo elecciones municipales, lo que permite
a poblaciones rurales aymara o quechua hablantes no letradas elegir y ser elegidos; con
ello se trastoca progresivamente el poder local. En Bolivia, según consignan diversos
autores, dos terceras partes de las autoridades se autodenomina indígena (Diez 2012,
p. 16). En este contexto, sin embargo, las autoridades comunales coexisten con las
autoridades municipales.
Por otro lado, las vías seguidas por los gobiernos de los países andinos respecto de las
propiedades de las comunidades como del tratamiento de las poblaciones indígenas,
han sido radicalmente diferentes. Mientras que en Bolivia la Constitución de 1994 re-
conoce «territorios comunales de origen», en Perú la Constitución del 93 y posteriores
disposiciones del gobierno de Fujimori mellan sustantivamente la propiedad comunal,
poniendo fin a las garantías constitucionales para las comunidades15.
109
Por último, respecto del tratamiento de las poblaciones indígenas, Yrigoyen (2006,
p. 555) afirma que en términos del Derecho se pueden identificar tres modelos cons-
titucionales en las repúblicas latinoamericanas: a) el constitucionalismo liberal que se
adopta luego de las colonias, hace una «promesa» de ciudadanía pero resulta en some-
timiento. b) el constitucionalismo social en el siglo XX, reconoce a las comunidades
pero mantiene el ideal de Estado nación y la propuesta de indigenismo integracionista,
c) el constitucionalismo que surge a finales del siglo XX como un «horizonte pluralista»
que se concreta en la Constitución de Guatemala 1985, Nicaragua 1987 y Brasil 1988
con diversos matices, lo que también se recoge como nuevos derechos en el Convenio
169 de OIT. Sin embargo, mientras se avanza en reformas pluralistas hay otras políticas
que neutralizan su impacto; Yrigoyen cita al respecto a De Sousa Santos para advertir
que pueden haber muchas fuentes del pluralismo legal pero también «desregulación al
interior del propio Estado y un pluralismo transnacional» impuesto por las empresas
más allá de las disposiciones locales17.
4. Significación histórica
La confluencia de los tres procesos antes aludidos tiene especial significación histórica;
se sintetiza en la presencia de sujetos sociales que ponen de relieve los clivajes étnicos
y la condición de sujeto de derechos. Se trata de una presencia que interpela la pro-
ducción del conocimiento que opone individualidad y colectividad, los mecanismos
convencionales de representación y de tratamiento de la diversidad cultural, a la vez
que el eje de la actividad productiva del capitalismo contemporáneo basado en el ex-
tractivismo y la gestión pública. Debemos enfatizar que uno de los cambios, menos vi-
sibles pero sumamente relevante para la existencia de las poblaciones locales y pueblos
indígenas, se refiere a los modos de relacionamiento entre subsistencia y acumulación.
Por otro lado, la presencia del sujeto social no se expresa solo y necesariamente en el
despliegue de movimientos indígenas semejante a países como Ecuador y Bolivia o
17 Yrigoyen (2006, p. 537, en cita 2) hace referencia a una entrevista de De Souza con ella en Desfacien-
do Entuertos, Nº 3/4, pp. 27-31, 1994.
18 Al respecto surge el término «glocalización» de Robertson en 1995 (citado en Albó 2011). Ver tam-
bién Paredes (2014). Con ello se alude a la interacción entre lo global y lo local.
110
Es la confluencia de los factores antes señalados lo que tiene significación histórica para
la región y en particular para los países andinos: no se trata solo de una deuda histórica
con poblaciones indígenas, están en juego nuevas formas de relación política entre
minorías y mayorías, entre lo individual y lo colectivo, desafíos de orden político para
la convivencia nacional. Por supuesto que en ese horizonte político existen también
tendencias a la inercia, la integración subordinada y a proyectos autoritarios.
19 Ver al respecto CIM/OEA (2013) que retoma los planteamientos del PNUD/OEA (2010).
111
nuevos marcos de acción colectiva que requieren también de marcos cognitivos para su
comprensión y de marcos legales que los respalden.
Uno de los aspectos más saltantes de las últimas décadas radica en los procesos de auto
identificación individual y colectiva como «indígenas». En muchos países ello podía
constituir un procedimiento para lograr reconocimiento legal de sus tierras, un recurso
instrumental; en otros también un proceso subjetivo de identidad y de autovaloración.
En los últimos años estos procesos de autoidentificación forman parte de estrategias
discursivas y de movilización de nuevas «masas críticas» conformadas por líderes indí-
genas como por aliados expertos de redes y ONG.
20 Albó (2011, pp. 157-158) señala que en el contexto boliviano se puede ser «indígena» o «campesino»,
las dos identidades están presentes y que hay preferencia por lo indígena; lo mismo podría estar ocurriendo
en el Perú contemporáneo.
21 Marisol de la Cadena (2004) muestra que para muchos en el Cusco ser «mestizo» es una opción polí-
tica y no necesariamente significa dejar de ser indígena.
112
Analizar los regímenes de identidad que se están configurando en nuestros países, per-
mite entender el contexto en que se producen los procesos de autoafirmación colectivos
y los cambios históricos de los que forman parte. Un nuevo régimen de identidad in-
cluye cambios políticos y movilizaciones sociales pero no siempre estos cambios tienen
la misma visibilidad, radicalidad o espectacularidad. Desde nuestra perspectiva, los
cambios también pueden producirse en el orden de la vida cotidiana o de la institucio-
nalidad local, que a menudo merecen menos atención.
Las movilizaciones indígenas en Ecuador y Bolivia desde los años noventa, levantaron
grandes expectativas, primero como actores culturales luego como actores políticos.
En Ecuador las movilizaciones indígenas se constituyen a fines de los noventa en el
«fenómeno político» de la década, cuando organizaciones indígenas de la sierra y de la
Amazonía en defensa de la tierra se articularon con «demandas étnicas y económicas».
(Jacome 2010, p. 367). Posteriormente, el movimiento indígena estableció alianzas
políticas y respaldó gobernantes que impulsaron reformas constitucionales suscitando
transformaciones en sus respectivas sociedades nacionales.
Mientras esto ocurría, el Perú salía de un cruento conflicto armado y del período fu-
jimorista que dejaba una herencia de puertas abiertas a la explotación desregulada de
recursos naturales, iniciando así una conflictiva transición democrática. Por cierto que
las movilizaciones también han repercutido en cambios en el gabinete o modificación
de disposiciones legales. Estos cambios, sin embargo, son medidas aisladas, respuestas
a la presión de la movilización; la política de explotación de recursos naturales y de
atención a los conflictos es reactiva, no se condice con los problemas de fondo para
atender el desarrollo nacional y local.
113
Lo que debe llamar la atención en el Perú no es por qué no hay un movimiento indí-
gena al estilo de Bolivia o Ecuador, sino cómo, en medio de los procesos de fragmen-
tación social y desestructuración señalados, desde las fracturas sociales y culturales que
hay entre peruanos, desde el núcleo duro de exclusión, surge un sujeto social. Por cierto
no es el Estado el que promueve sus condiciones de ciudadanía sino las propias pobla-
ciones que van al reclamo de sus condiciones de vida y de sus derechos en modalidades
diversas, en proyectos de desarrollo local, en movilizaciones paradigmáticas o en nego-
ciaciones complejas que no siempre reciben atención de los medios.
Pero también me interesa abordar otras preguntas, por ejemplo qué pasa cuando no
hay movilización en las calles, acaso hay un silencio social. A menudo se señala que en
el Perú ha habido un silencio social, refiriéndose tanto a los años del conflicto armado
como al gobierno fujimorista, pero como está documentado, se produjo un repliegue
pero nunca silencio social, tanto a nivel regional como laboral y de mujeres. (Henrí-
quez 2009, Ballón 1986). Lo que ocurre es que para referirnos a la protesta usualmente
vemos en la coyuntura los picos en la movilización, las confrontaciones, las coyunturas
calientes; no prestamos mucha atención a los ciclos y redefiniciones de la protesta, a
las coyunturas grises, donde hay un aparente silencio pero en los que se pone en juego
la capacidad de las redes de retroalimentar las cuestiones en juego, construir alianzas o
discursos. En muchos casos se trata más bien del silencio de los medios de comunica-
ción, el que imponen los poderes fácticos o de la indiferencia de los gobernantes.
114
En el Perú de hoy, el escenario local rural es el que se está transformando más acele-
radamente y sus cambios se conocen menos o de modo parcial. En ese escenario las
comunidades reelaboran sus códigos de tradición/modernidad, desde allí construyen
sus estrategias y tejen sus redes. Quiero llamar la atención sobre ese escenario, para
reconocer su trascendencia, así como los hilos conductores que los vinculan o separan
de algunos conflictos paradigmáticos de repercusión nacional.
22 La Defensoría de Pueblo en el Perú emite informes periódicos al respecto, en base a información que
procede de los propios actores y otras fuentes proporcionadas por sus 37 oficinas en el país.
23 Defensoría del Pueblo del Perú: Reporte de Conflictos Sociales N° 70 (diciembre 2009); N° 130
(diciembre 2014) y N° 131 (enero 2015).
24 Ver glosario en Defensoría del Pueblo, Reporte de Conflictos Sociales N° 118, diciembre 2013.
115
Un estudio que ausculta de modo específico los conflictos mineros (Glave y Kuramoto
2007, pp. 160-161), señala que en ellos prevalece el problema de la contaminación y
del uso del recurso hídrico: la mayoría (60%) de los mismos se refieren al agua, siguen
los conflictos por tierra y territorio (15%), seguidos de los conflictos por calidad del
aire debido a emanaciones de gases tóxicos. Respecto de los conflictos por agua, la ma-
yoría se deben a «contaminación del agua» (64%), seguidos de escasez de agua (18%) y
utilización de excedentes de agua (18%). Asimismo Glave y Kuramoto encuentran que
esos conflictos se deben también a «nuevos problemas» relacionados con la oposición
de la población a nuevas operaciones de la actividad minera que afectaría la produc-
ción agrícola, así como a planteamientos de las poblaciones respecto de la necesidad
de contar con licencia social antes del inicio de las operaciones, demandas que en los
últimos años se mantienen.
Hoetmer (2014, p. 72) de alguna manera reconoce lo anterior, cuando señala que no
hay un solo tipo de conflicto ecoterritorial y propone diferenciar entre conflictos de
convivencia y conflictos de alternativa. Los primeros, son «conflictos de negociación
entre las poblaciones locales y los actores extraterritoriales como son las empresas res-
pecto a las condiciones de explotación de los recursos naturales o la reparación de sus
daños». Conflictos de alternativas son aquellos conflictos en los que «el proyecto de
vida de las poblaciones locales choca frontalmente con el proyecto extractivista». Según
el autor estos últimos han ganado terreno en el Perú, pero también ocurren en otras
partes del mundo.
A continuación nos referiremos a los escenarios locales del conflicto para ver primero
las relaciones en juego y los escenarios sociopolíticos, luego nos referiremos a los casos
paradigmáticos y finalmente a los imaginarios.
116
1. Demandas y propuestas
La desagregación es útil para tomar nota de las instituciones y actores varios que po-
drían estar involucrados, así como del horizonte político ideológico en que se ubican
los discursos y estrategias. Estos conflictos han ampliado el horizonte político ideológi-
co del debate nacional; en algunos países han repercutido en cambios constitucionales,
en otros sus repercusiones son limitadas.
Los conflictos en una etapa inicial pueden plantear demandas en el campo de los re-
cursos naturales pero en la negociación a menudo surgen también demandas por obras
locales y puestos de trabajo para los miembros de los pueblos o comunidades aledañas.
117
ocurre en todos los campos de conflicto, lo nuevo es que se trata de figuras del mundo
rural y/o de comunidades nativas.
Podríamos concordar en que el conjunto de las demandas esgrimidas por las movili-
zaciones de pueblos indígenas se sintetizan en el «buen vivir». En efecto, en muchos
casos lo que está en juego son las formas de vida de las poblaciones indígenas. Pero no
debemos desconocer que muchas de las negociaciones se hacen en el terreno específico
de las demandas y no en el campo de las estrategias generales del presente y del futuro.
Asimismo, que muchas protestas y negociaciones en torno a las actividades extractivas
siguen pautas vinculadas al desarrollo local con poca articulación nacional, Hay que
advertir también que en el Perú no hay propuestas políticas autonómicas, ni proyectos
de carácter étnico a nivel nacional.
Los desafíos que han surgido de las demandas y protestas antes reseñadas no podrán ser
ignorados a riesgo de intensificar la conflictividad y de reproducir las fracturas que hoy
nos aquejan, sobre todo en años en que el crecimiento económico desacelera y los pre-
cios de los minerales disminuyen. En la última década, los debates programáticos sobre
los límites del modelo económico se perfilan cada vez con mayor claridad e ingresan al
discurso político/electoral.
118
Los conflictos se desenvuelven en escenarios concretos en los que hay diversos arreglos
institucionales y sociales, con mayor o menor presencia del Estado y de las empresas, y
con sistemas de autoridades comunales y municipales. Puede haber diversas formas de
colaboración y redes de reciprocidad, así como formas de organización local en asocia-
ciones de productores, formas de autodefensa, frentes de defensa, etc., pero también
puede haber disputas al interior de la comunidad o entre comunidades.
Al graficar los cuatro escenarios sociopolíticos queremos mostrar la relevancia de las re-
laciones Estado - comunidades - empresas. Se trata de escenarios de actuación política
local donde las comunidades campesino-indígenas o nativas establecen relaciones de
diálogo, movilización o negociación formando parte de los actores políticos locales. En
el gráfico 2 mostramos dichos escenarios identificando la menor o mayor presencia del
Estado y de la empresa.
movimiento social
+ Empresa + Empresa
+ Estado - Estado
A C
comunidad comunidad
B D
- Empresa - Empresa
+ Estado - Estado
organización
119
En los escenarios A y B los marcos de acción están delimitados por la iniciativa del
Estado en tanto regulador de las inversiones; en el caso de los escenarios C y D, la
dinámica se deriva de las estrategias de las comunidades.
Escenario A.- con mayor presencia del Estado y de las empresas, pero con actuaciones
reguladas por el Estado. Las comunidades y/o pueblos tienen mayor grado de articula-
ción y participación —vía organizaciones o movimientos— en las decisiones políticas
y económicas locales y nacionales.
Escenario B.- es un escenario parecido, con presencia predominante del Estado. Co-
rrespondería a situaciones en las que los gobiernos pueden estar involucrados en in-
versiones asociadas con el sector privado. La iniciativa también está en el Estado, inte-
resado en inversiones público/privadas en cuanto a explotación de recursos naturales.
Puede o no haber movilizaciones sociales pero éstas podrían ser también contra el
gobierno en cuestión.
Los escenarios A y B serían más frecuentes en Bolivia y Ecuador, cuyos gobiernos han
desplegado iniciativas y políticas en el campo de la explotación de recursos naturales y
tienen un discurso nacionalista sobre el desarrollo; o, como en Bolivia, donde se aspira
a impulsar la «industria nacional y la minería nacional»27.
27 Rodríguez, Carmona y Castro (2013, p. 37), comentan esta iniciativa de los trabajadores con el apoyo
del gobierno para la explotación del litio, propuesta que a pesar de que cuenta con el apoyo del presidente
Evo Morales, ha avanzado muy lentamente.
120
Escenario D.- En este escenario hay una débil presencia de la empresa y del Estado. La
fragmentación de los intereses de la comunidad favorece la relación directa de las em-
presas, con las familias. Este es un escenario de aparente vacío político, que favorece la
explotación ilegal (deforestación, minería ilegal, etc.) así como a los circuitos perversos
del narcotráfico y la corrupción.
En todos y cada uno de estos escenarios hay redes de ONG, aliados posibles, grupos
de transnacionales, iglesias, cuyo papel puede variar a lo largo del ciclo del conflicto.
También hay comunidades, familias, organizaciones que pueden o no estar articuladas
a gremios nacionales y movimientos sociales.
Llamamos la atención sobre los escenarios C y D en los que podemos apreciar diversas
estrategias de parte de las comunidades y nuevas formas de intervención de las empre-
sas en la vida cotidiana.
Damonte (2007, p. 121) al estudiar comunidades trastocadas por las empresas mineras
ha encontrado que hay resistencia y reproducción de las comunidades, así como diver-
sos niveles de articulación política local, regional y nacional, procesos en los que los
líderes de la comunidad elaboran mensajes articuladores que actúan como «discursos
hegemónicos locales», que expresa el consenso comunal. Al respecto se refiere a dos
comunidades andinas, una ubicada en Áncash, Perú, y; otra en el altiplano boliviano,
cuyas relaciones con la minera deben entenderse a la luz de sus trayectorias históricas29.
121
A menudo nos referimos a los conflictos en función de las tendencias nacionales, asu-
miendo una hipótesis sobre la homogeneidad de las locaciones del mismo; con lo ante-
rior hemos querido mostrar la diversidad y complejidad de los contextos locales y cómo
al lado de resistencia, movilización, negociación, también hay construcción de poder
político, discursos locales. Las comunidades y sus familias se constituyen así en actores
políticos locales y pueden movilizar aliados en el Estado y/o redes globales.
Tomar en cuenta estas dinámicas no solo permitirá comprender mejor los cambios que
vienen ocurriendo y sus repercusiones en los procesos de politización y transnaciona-
lización de la economía local sino también informar mejor a la opinión pública. En la
opinión pública, proliferan estereotipos sobre la protesta como resultado de conspira-
ciones, poblaciones manipuladas o antimineras, lo que también conlleva un desprecio
por la ciudadanía de los comuneros en el interior del país. Sin duda, puede haber
personajes oportunistas pero ninguno tiene la capacidad de superponer sus intereses a
la trama compleja de relaciones económicas y políticas que hemos esbozado. Asimismo
oportunistas puede haber en los tres lados de las relaciones señaladas.
122
30 Es el caso del Pacto de Unidad de las Organizaciones Indígenas del Perú, respecto de la Ley 30230 (título
III) sobre los derechos territoriales de los pueblos indígenas, suscrito (set. 2014) por numerosas organizacio-
nes campesinas, indígenas, de mujeres y de ronderos, que se puede ver en: Chase y Salazar (2014: anexo 5).
123
A continuación, nos referiremos brevemente a tres casos, Bagua y Conga en el Perú que
surgen como protestas contra las empresas pero repercuten de modo significativo en las
políticas gubernamentales. El TIPNIS en Bolivia es una movilización de resistencia a
la inversión gubernamental.
• AIDESEP y Bagua
31 Sobre los sucesos de Bagua ver Alimonda y otros (2009) y Cavero (2014).
32 Es el caso de Andoas en Loreto que denunció contaminación petrolera el 2004, el de las comunidades
indígenas por concesiones mineras a la empresa Afrodita en áreas protegidas el 2007.
33 El decreto legislativo 1090 aprobaba la Ley Forestal y de Fauna Silvestre y el decreto legislativo 1064
aprobaba el Régimen Jurídico para el Aprovechamiento de las Tierras de Uso Agrario, los mismos que, como
señala Cavero (2014), se esperaba sean revisados en el Congreso pero la sesión prevista para ello se posterga.
124
Defensoría emitido a los pocos días, en 33 víctimas fatales: 23 policías, 5 civiles indíge-
nas y 5 civiles no indígenas; 200 heridos: 82 de ellos por impacto de bala y el resto por
lesiones diversas, y un desaparecido: el Mayor PNP Felipe Bazán. Luego de este trágico
evento el gobierno retrocede y deroga los decretos cuestionados, y posteriormente el
nuevo gobierno adopta la consulta previa aunque con carácter no vinculante.
AIDESEP tenía más de veinticinco años cuando suceden estos hechos, a lo largo de los
cuales se venía configurando una «masa crítica» propia que se nutre tanto de los lideraz-
gos que conforman las directivas de sus gremios como de los egresados del programa de
formación bilingüe para maestros35 y de los jóvenes universitarios indígenas.
Los conflictos que se produjeron en Cajamarca se relacionan, por un lado, con la ex-
plotación minera en las cabeceras de cuenca donde se encuentran las fuentes de agua
que abastecen a poblaciones de sierra y costa y, por otro lado, con la desconfianza de la
población respecto de los estudios de impacto ambiental (EIA).
125
nistas poco visibles los ronderos. Muchas familias se resisten a dejar la zona del proyecto,
entre ellas Máxima Chaupe que viene librando un proceso legal con la minera.
Si bien la opinión pública apoyó las protestas inicialmente, esto disminuye luego del
peritaje. Asimismo las protestas se radicalizan y politizan y repercuten en largos proce-
sos de diálogo con escasos resultados. Como De Echave y Diez (2013, p. 146) señalan,
este conflicto pone de relieve varios problemas derivados de la minería a tajo abierto,
pero también la debilidad del Estado para articular proyectos de desarrollo y ejercer
funciones de regulación.
En los últimos años en Bolivia hay debates abiertos sobre el papel de los pueblos indí-
genas en relación al gobierno de Evo Morales, sobre todo debido al conflicto que se ha
suscitado en torno a la construcción de la carretera que uniría San Ignacio de Moxos,
en el departamento del Beni, con Villa-Tunari, en Cochabamba, atravesando la zona
de alta protección del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS),
que se expresa en las movilizaciones recientes.
Blanes (2014) señala al respecto que los antiguos aliados ponen ahora en cuestión la
legitimidad del gobierno al resistir la construcción de la carretera y lograr la solidaridad
de muchos en el país. Según el autor, el presidente boliviano alentó la movilización y
la presión social con la que había llegado al poder, pero a la vez construye un liderazgo
personal que contribuye a la desinstitucionalización.
Las Marchas Indígenas de 2011 y 2012 de la población del Beni se insertan en un largo
proceso de acumulación de experiencias, proceso organizativo, prácticas y formas de re-
lacionarse con la «sociedad nacional» a lo largo del siglo XX36. Es necesario señalar que
en este caso el enfrentamiento de las poblaciones es con el Estado, situación compleja
teniendo en cuenta que el reconocimiento de los territorios indígenas en el Beni es pre-
vio a la Constitución boliviana que se dio en 1994 y que es el actual presidente quien
defendió y promulgó una serie de medidas legales a favor de los derechos indígenas y
la integridad de sus territorios.
2. Imaginarios en disputa
126
campañas a nivel local y nacional tratando de influir en la opinión pública así como
en las autoridades locales a través de incentivos y relaciones clientelares. Desde el otro
lado, encontramos un conjunto de percepciones de parte de las poblaciones locales en
oposición a la presencia de las mineras que también expresa el desencanto por los pocos
resultados de las mesas de negociación.
En el caso de Yanacocha en Cajamarca, por ejemplo, se ha fomentado la idea que «la agri-
cultura es una actividad de subsistencia que no permite salir de la pobreza»; a ello deno-
minan Rodríguez, Carmona y Castro (2013, p. 40) el «imaginario de la pobreza» como
puerta de entrada a las transnacionales. La minera Yanacocha ha desplegado una intensa
estrategia de comunicación en que apela a la política de «buena vecindad», tratando de
lograr legitimidad apoyando fiestas populares y eventos culturales en la zona. En esas
campañas la minera busca minimizar la peligrosidad de los elementos contaminantes.
Por otro lado, los gobernantes como parte de sus propuestas de desarrollo pueden
promover nuevos imaginarios, es el caso del «imaginario de la minería nacional» en
Bolivia. Es menester recordar que el gobierno peruano no promueve que la empresa
estatal entre a la producción de hidrocarburos pero la mayor parte de la producción en
127
ese sector en el país, está en manos de empresas estatales extranjeras38. Mientras el Perú
sigue descuidando estas posibilidades, en recientes declaraciones39, el Presidente Mora-
les habla sobre el impulso a una «nueva política estratégica» pasando de la nacionaliza-
ción a la industrialización de los hidrocarburos. Aunque el futuro de estas propuestas es
incierto y el apoyo de las poblaciones indígenas se haya debilitado, podemos apreciar,
que de este modo el Estado boliviano apela discursivamente a un imaginario nacional.
En la última década, el desempeño de los Estados en los países andinos muestra ten-
dencias preocupantes respecto del tratamiento de los conflictos, por ello se han ex-
presado crecientes críticas sobre la «criminalización» de la protesta así como sobre la
«represión de la disidencia»40. En efecto, a pesar de las múltiples mesas de negociación,
se han producido enfrentamientos con armas de fuego y lamentables pérdidas de vida
así como diletantes procesos judiciales a los dirigentes visibles de las movilizaciones.
Reflexión final
Como reflexión final y a modo de agenda, quisiera referirme a cuatro asuntos. En pri-
mer lugar, las protestas se desarrollan en el marco de coaliciones políticas y económicas,
que en algunos casos se consolidan y en otras se resquebrajan. En el caso de Bolivia,
como hemos señalado, hay un resquebrajamiento en la coalición que permitió las re-
formas constitucionales.
En el caso de Perú, la coalición hegemónica está constituida por élites asociadas a las
inversiones transnacionales tanto en minería como en petróleo. Los primeros años del
gobierno actual levantaron gran expectativa sobre cambios en el tratamiento de los
recursos naturales pero a lo largo de su gestión se ha consolidado la alianza. En este
contexto la protesta en torno a los recursos naturales tiene campos de acción delimita-
dos y restringidos, espacios poco favorables para el diálogo. A pesar de ello, la protesta
como instrumento político logra la reglamentación de la consulta previa, la revisión de
estudios de impacto ambiental y, sobre todo, generar una opinión pública favorable.
128
pueblos. Si bien puede haber confrontaciones, la protesta y los reclamos están destina-
dos a influir en las decisiones de política y en la adopción de estrategias nacionales de
parte de los gobiernos así como a construir canales institucionales para la vigilancia y
la consulta.
Por lo general, una confrontación abierta permite observar todos los intereses en cues-
tión, los pronunciamientos explicitan las agendas y los actores hablan con voz propia.
Pero como hay asimetrías en la información, en el conocimiento y en el poder, tam-
bién puede haber «agendas en la sombra». En otras ocasiones hemos explicado que
las agendas en la sombra son aquellas que no visibilizamos, subterráneas, latentes, por
ejemplo respecto del conflicto armado, cuando las élites apelan al miedo que el posible
retorno de Sendero suscita. Gobernantes y élites pueden permanecer indiferentes ante
estas poblaciones afectadas por el conflicto armado, pero no pueden hacer lo mismo
respecto de las poblaciones y comunidades en cuyo territorio se asientan las inversiones
extractivas, y por tanto se encuentran en el meollo de las bases de acumulación en el
Perú contemporáneo.
129
Es de esperar que en el Perú a nivel local y nacional surjan nuevos imaginarios y visio-
nes de país, que puedan generar consensos ciudadanos sobre los derechos individuales
y colectivos de los pueblos indígenas, con un tratamiento respetuoso de las diferencias,
se trate de cholos, mestizos, indios, blancos. Ello debe abrir las compuertas a la inter-
culturalidad, no solo como orientación de políticas sectoriales (educación, salud), sino
como perspectiva política para el mutuo reconocimiento. No está en juego el éxito o
fracaso del movimiento indígena nacional o de los actores políticos locales, están en
juego sus proyectos de vida y con ello cómo se configuran el tejido social e institucional
de la sociedad del futuro. En el día a día como en la disputa política se produce apren-
dizaje de derecho y se ponen a prueba los cánones de la justicia, las capacidades de los
Estados y los modos de convivencia.
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133
El proyecto PERLA
135
aplicado fue bastante extenso; las preguntas tenían como objetivo evaluar diferentes
indicadores de identificación étnico racial y su relación con desigualdades sociales, ex-
periencias de discriminación y actitudes y opiniones sobre diversos temas relacionados
con las relaciones interétnicas y raciales en la sociedad peruana.
Una manera de visibilizar los efectos de estos procesos de racialización es utilizar una
herramienta como la paleta de colores. Como se verá en los resultados del proyecto
PERLA, al igual que en muchos países de América Latina, el color de la piel de las per-
sonas en el Perú está asociado de manera importante con diferencias socioeconómicas
y de estatus social2.
136
Uno de los objetivos de la encuesta PERLA fue examinar y analizar diferentes indica-
dores y aproximaciones cuantitativas para «medir» las identificaciones y autoidentifica-
ciones étnico – raciales. Uno de los principales problemas que tiene toda investigación
que busca analizar las identidades étnico raciales, y en un caso como el peruano las
asociadas al concepto de lo indígena, es que no existen consensos claros acerca de las
definiciones que deben emplearse, especialmente si se adopta una aproximación cuan-
titativa al estudio de estos fenómenos sociales.
• Clasificación étnico racial del encuestado de acuerdo con la percepción del encues-
tador (categorización externa o del encuestador). En este caso contábamos con 6
categorías étnico raciales (indígena, mestiza, blanca, mulata, negra, otros) que debía
emplear el encuestador para clasificar al entrevistado antes del inicio de la entrevista.
Estas categorías son las mismas que emplea la encuesta del Barómetro de las Américas
de LAPOP en las encuestas que realiza periódicamente en los países de la región. De
ahora en adelante nos referiremos a estas categorías como las del «tipo LAPOP».
137
Idioma materno
Indígenas
Mestizos
Pregunta LAPOP
Blancos
Afrodescendientes
Pregunta ENAHO
Otro
Encuestador
0% 10% 20% 30% 40% 50% 60% 70% 80% 90% 100%
% de entrevistados
138
(agrupando quienes declaran tener como idioma materno el quechua, el aymara o al-
guna otra lengua nativa); así como en la pregunta abierta y en el caso de las categorías
de las diversas preguntas que apuntan a identificar a las poblaciones afrodescendientes
del Perú (negro, mulato, zambo).
45.0%
40.0%
35.0%
% de entrevistados
30.0%
25.0%
20.0%
15.0%
10.0%
5.0%
0.0%
Pregunta Encuestador Pregunta Idioma Pregunta Ambos Madre Padre Cualquiera Algún
LAPOP abierta materno ENAHO padres de los padres antepasado
3 En este último caso, la pregunta específica fue: «¿Alguno de sus antepasados en su familia es o
era de origen indígena?», las alternativas de respuesta eran Sí o No.
139
140
Los resultados de los indicadores explorados nos muestran las tensiones que existen en
las dinámicas de categorización y autoidentificación étnico racial en la sociedad perua-
na. Parecen indicar también una resistencia social a racializar el tema de las poblaciones
indígenas. Cuando se aborda esta problemática desde una clave racial, el temor o la
conciencia del estigma y de lo «políticamente incorrecto» que puede resultar concebirse
como una sociedad de diferentes razas lleva a las personas a utilizar categorías algo más
neutrales como lo mestizo, que si bien no deja para nada de tener resonancias raciales,
aparece como una categoría menos excluyente, a diferencia de otras que marcan fron-
teras más rígidas o delimitan claramente grupos étnicos o raciales. De alguna forma
ello puede reflejar los efectos en el imaginario social de los procesos de transformación
social, cultural y política que ha experimentado la sociedad peruana a lo largo de la
segunda mitad del siglo XX y la irrupción de las masas, de ascendencia indígena, al
centro de la vida social y política del país a través de la migración, la urbanización, la
educación y la extensión del sufragio universal.
¿Hasta qué punto la apariencia del color de la piel está relacionada con la clasificación
de los entrevistados en diferentes categorías étnico raciales?
Como varias investigaciones en la sociedad peruana han señalado, muchas personas fu-
sionan características físicas con comportamientos sociales, fijando estereotipos raciales
con la finalidad de categorizar a los individuos. En el cuestionario PERLA se buscó
abordar esta dimensión fenotípica de la categorización étnica racial utilizando una pa-
leta de colores de 11 tonos de color de piel, que van desde lo más claro hasta lo más
oscuro. Antes de iniciar las entrevistas, los encuestadores debían tratar de identificar a
qué tono se parecía más el color de la piel del rostro de los entrevistados.
141
55.7% en los tonos medios y 22.7% en los tonos oscuros. En el siguiente gráfico se
muestra la distribución de los entrevistados que se autoidentifican con las categorías de
la ENAHO en estos tres grupos de tonos de color de piel. En el gráfico se agruparon
las categorías indígenas en un solo grupo:
100
75 Claro (1-3)
Medio (4-5)
Oscuro (6+)
50
25
Una primera conclusión de este gráfico es que para un observador externo, no existen
marcadas diferencias fenotípicas entre los que se autoidentifican como mestizos y los
que podrían clasificarse como indígenas usando las categorías de ENAHO. Las diferen-
cias en la distribución del color más notables son respecto de quienes se autoidentifican
como blancos y como afrodescendientes.
Uno de los campos en donde se expresan las desigualdades sociales entre personas que per-
tenecen a diferentes grupos étnicos es la educación. Existen varios trabajos que dan cuenta
de la brecha educativa entre las poblaciones indígenas y las no indígenas en la sociedad
peruana. Los resultados de la encuesta PERLA no hacen sino confirmar esos hallazgos.
142
categoría indígena. Asimismo, las personas con color de piel más claro también tienen
en promedio más años de educación formal.
14
14
Educación
de educación
12
12
Añosde
Años
10
10
8
8
Indigena
Indigena Mestizo
Mestizo Blanco
Blanco Afrodescendiente
Afrodescendiente
Autoidentificación Étnica
Autoidentificación Étnica
14
Años de Educación
12
10
143
15
15
entrevistados
%%deentrevistados
10
10
5
5
0
0
Indigena
Indígena Mestizo
Mestizo Blanco
Blanco Afrodescendiente
Afrodescendiente
Autoidentificación Étnica
Autoidentificación Étnica
15
Años de Educación
10
144
Los datos presentados muestran una sociedad donde las desigualdades socioecónomi-
cas se mantienen asociadas a diferencias tanto étnicas como raciales, configurando y
reproduciendo una estructura social pigmentocrática. Sin embargo estas desigualdades
son dinámicas. En los gráficos siguientes se muestra cómo ha evolucionado el prome-
dio de años de estudio formales por grupos de edad, según autoidentificación étnica
y color de piel. Puede verse que las generaciones más jóvenes han experimentado un
incremento bastante significativo de sus niveles de educación formal, en comparación
con las generaciones mayores. Este incremento ha sido experimentado tanto por gru-
pos indígenas como no indígenas, así como por diversos grupos clasificados según el
color de su piel. Sin embargo, a pesar de estos progresos también podemos apreciar
que se mantiene una brecha o distancia entre los niveles educativos de quienes se au-
toidentifican como indígenas y quienes no; así como entre quienes tienen un color de
piel más oscuro y los de color más claro. Si bien las brechas tienden a acortarse en las
generaciones más jóvenes, éstas no desaparecen, contribuyendo de esta manera a la
reproducción de las desigualdades étnico raciales.
12
10
Años de Educación
Ni indígena
8
Indígena
4
<=25 26 - 35 36 - 45 46 - 55 56 - 65 66 +
Grupos de edad
145
Gráfico 9. Promedio de años de educación según grupos de edad por color de piel
12
Años de Educación
Claro (1-3)
10 Medio (4-5)
Oscuro (6+)
<=25 26 - 35 36 - 45 46 - 55 56 - 65 66 +
Grupos de edad
146
50.0%
45.0%
40.0%
35.0%
% de entrevistados
30.0% Blanco
25.0% Mestizo
20.0% Indígena
15.0% Afrodescendiente
10.0%
5.0%
0.0%
Color de piel Status socioeconómico Idioma o forma de hablar
Motivo de discriminación
50.0%
45.0%
40.0%
35.0%
% de entrevistados
147
Estas experiencias pueden reforzar la percepción de que el Perú es país donde el racismo
sigue estando presente de manera importante. El 75% de los entrevistados consideran
que la sociedad peruana es una sociedad «muy o algo racista», aunque el 46.6% opina
que es menos racista que hace 10 años. Estas percepciones no difieren mucho entre los
entrevistados que se autoidentifican en diferentes grupos étnicos o raciales, pero sí se
diferencian entre los que han experimentado algún tipo de discriminación racial. El
36.4% de las personas que han experimentado algún tipo de discriminación por el co-
lor de su piel consideran que el Perú es un país muy racista, en contraste con el 22.57%
de los que piensan igual pero no han sido víctimas de ese tipo de discriminación.
Más allá de que muchos de estos resultados reflejen respuestas «socialmente espera-
bles», el hecho de que la reivindicación del rol de las poblaciones indígenas en la so-
ciedad peruana sea considerado como parte de «lo políticamente correcto» es un factor
que puede ayudar a impulsar políticas públicas destinadas a reducir las desigualdades
sociales y la discriminación en contra de las poblaciones indígenas en el Perú4.
4 Por ejemplo, siguiendo los resultados de otras preguntas del cuestionario PERLA, encon-
tramos que el 86% de los encuestados estarían de acuerdo con que las universidades garanticen
lugares para los estudiantes indígenas; el 85% que se debería establecer leyes más estrictas para
que los indígenas no sean tratados injustamente.
148
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149
Los desarrollos históricos del continente americano y europeo están unidos política-
mente por más de 500 años. Los entrelazamientos fueron y son muy amplios y han
sufrido múltiples cambios a través del tiempo. Se consolidaron formas de contacto
muy diferentes, las mismas que variaron su estructura y no se mantuvieron siempre en
la misma dirección. Solo una constante parece clara: los miembros de los respectivos
continentes nunca fueron considerados de igual valor. Una pluralidad de actores euro-
peos han explotado a América Latina en diversas fases de la globalización. Se creó una
dependencia estructural con Europa, como lo han mostrado los análisis de la Teoría de
la Dependencia latinoamericana, en parte con referencia a las teorías sobre el imperia-
lismo de los años sesenta y setenta (Frank 1975; Cardoso y Falleto 1984). Al mismo
tiempo estos entrelazamientos fueron sometidos a grandes transformaciones y no fue-
ron producidos solamente por la competencia entre las grandes potencias europeas,
sino que surgieron a partir de cambios globales y a raíz de movimientos y corrientes
transregionales en las Américas con otras regiones del mundo, en donde también ac-
tores no-europeos fueron significativos. Este sería el caso de China, quien de nuevo
adquiere un peso importante.
151
sociales y políticas que están relacionadas con desigualdades específicas más recientes.
Más allá de esto, la intención de estas observaciones es hacer un aporte para aclarar las
asimetrías mundiales y sus cambios, los mismos que han estructurado los diferentes
tipos de relación entre Europa y América Latina en diversas fases de la globalización.
Con la incorporación del Nuevo Mundo, Europa logró hacer frente a problemas coti-
dianos fundamentales como lo era el mejorar la nutrición de la masa de la población,
introduciendo una serie de plantas alimenticias. Al mismo tiempo, el viejo continente
logró consolidar durante siglos primero, una posición colonial a expensas del Caribe,
de Centroamérica y de América del Sur, para más tarde asumir una posición imperial
en el mundo. Estas relaciones de desigualdades transformaron las relaciones, tanto al
interior de América Latina como con otras regiones del mundo. En estos procesos
jugaron un papel muy importante las transferencias de conocimientos sobre los bienes
alimenticios, tanto como las formas de explotación de recursos naturales minerales y
agrícolas y, sobre todo, el tener bajo control la producción de plata.
152
para la población. Así la introducción del cultivo de papa en Europa modernizó la for-
ma de la producción agrícola y mejoró al mismo tiempo la situación vital de millones
de seres humanos, sin que la economía agrícola andina tuviera por esto desventajas in-
mediatas. La apropiación tanto de los frutos como del saber de otra cultura fue decisiva
para el consiguiente desarrollo de Europa.
El destino de la agricultura en las colonias fue muy diferente, ya que tras la Conquis-
ta se dio una transformación radical de la producción agrícola y de las relaciones de
propiedad, así como de la orientación de amplias esferas de la economía agrícola a la
exportación. Ciertamente se puede mostrar un cruce de relaciones de desigualdad en
el caso de la caña de azúcar proveniente de Asia (Mintz 2007), ya que con el estableci-
miento de plantíos de producción se modificaron tanto las formas de vida como la pro-
ducción agrícola. Aunado a esto se produjeron impactos masivos en la estratificación
social de las Américas (por ejemplo a través de los esclavos de África) y del surgimiento
de conceptos y representaciones basados en «diversos grados del ser humano o de su
humanidad». Estas legitimaron la esclavitud y la división de seres humanos en «razas» y
a través de ideologías como las de la «pureza de sangre» en el tiempo colonial y del racis-
mo científico a partir del siglo XX (Stolcke 1974), las cuales acuñaron profundamente
y por largo tiempo las desigualdades del Nuevo Mundo (Costa 2007).
Desde el siglo XVI el azúcar llegó a ser el producto agrícola más importante de la región y
una parte esencial de la dieta europea. La introducción de los plantíos de producción en
las colonias de América vinculó a través del comercio de esclavos vastas regiones como el
nordeste de Brasil, las Islas Caribe y el sur de lo que sería más tarde Estados Unidos con
África. Comerciantes portugueses vendieron y enviaron a Brasil más de tres millones de
esclavos africanos, consolidando a Portugal hasta el siglo XIX como la nación mundial-
mente líder en el comercio de esclavos. Brasil abolió como último país la esclavitud en
1888. Sin embargo, otras potencias coloniales europeas como España, Inglaterra, Fran-
cia, Holanda, etc. y sus comerciantes, también participaron en el comercio de esclavos
y en la constitución del llamado Black Atlantic (Gilroy 1993). Estos países trasladaron
aproximadamente a 11 millones de personas de África a las colonias americanas.
Hasta hoy son innumerables las materias primas convertidas en mercancías (commodi-
ties) que son cultivadas en América Latina y que vinculan al subcontinente con Euro-
pa. El caucho, el sisal, el abono y los pigmentos naturales como el índigo y el carmesí
fueron sustituidos parcial o totalmente en el curso del siglo XIX y a comienzos del siglo
XX, por productos industriales europeos perdiendo así su importancia para Europa.
Mientras que el café (originario del suroeste de Etiopía) y los plátanos (originarios
del Asia subtropical) aumentaron en gran medida su valor para el consumo europeo y
más tarde para el consumo global. Al mismo tiempo, nuevas materias primas se inte-
gran continuamente a través de cadenas mercantiles (commodity chains) en el mercado
153
Esto es válido también para las hojas de coca, las cuales eran desconocidas fuera de su
lugar de origen. Estas fueron consumidas solo por poblaciones autóctonas y fueron
denominadas por las élites de América del Sur despectivamente como «indígenas». Esta
planta empieza a ser atractiva fuera del consumo local solo al final del siglo XIX en Es-
tados Unidos cuando pasa a formar parte de la producción de Coca Cola y accede por
esta vía al consumo de masas. Y de forma semejante, cuando las hojas de coca gracias a
la industria química alemana se logran transformar en cocaína, ésta se destina a cubrir
la creciente demanda del consumo de droga, tanto en Estados Unidos como en Europa
(Gootenberg 2006).
Otro rasgo de las formas de relación asimétricas se hace patente en el caso de la soja.
Esta planta originaria del noreste de China forma parte de los productos agrícolas que
conquistan las zonas de producción en América Latina. Una vez más el cultivo de una
planta que fue introducida desde afuera, transforma las relaciones de producción, de
propiedad y de dependencia en América Latina, alterando profundamente las formas
de vida de la población. En los últimos decenios, el frijol de soja se ha convertido en
la simiente más importante y se extiende en grandes regiones de Argentina, Brasil,
Paraguay, Uruguay y Bolivia. Esto incluye sobre todo al bosque tropical y a la pampa.
En esta región hubo un flujo en 2012 de más del 50% de la cosecha global de soja para
la exportación.
154
Uno de estos países es Brasil, donde la investigación agrícola europea puede realizarse
en cooperación con grandes centros de investigación como el EMBRAPA con un alto
nivel de saber tecnológico. De esta forma se externalizan los riesgos específicos que se
contraen con los nuevos procesos agrícolas de manipulación genética. Sin perder de
vista que la valorización global de la naturaleza en América Latina perjudica a más sec-
tores. A diferencia de Europa y de otras regiones del mundo, cualquier clase de riesgo
que está ligado a la extracción de materias primas afecta a América Latina ecológica-
mente de forma especial, ya que es el líder mundial de la exportación y producción de
materias primas minerales. Desde luego, las ventajas son múltiples, ya que las empresas
globales y sus consumidores se benefician de las desigualdades socioecológicas que van
ligadas a este liderazgo, estando muy lejos de los lugares de extracción y de los sitios
donde se localizan las cargas y riesgos para los seres humanos y el medio ambiente, y
sin sostener nexos ni responsabilidad con las generaciones futuras, que tendrán que
padecer esto.
155
de los manantiales de agua, las exportaciones de materias primas están siempre relacio-
nadas con la insustituible pérdida masiva de nutrientes y de agua no renovable. Esto
tiene como consecuencia que América Latina con sus creciente exportaciones de ma-
terias primas, pierde cada vez más agua y nutrientes en sus zonas de por sí ya con muy
bajos niveles de agua, exportándolas justamente a regiones como Europa, ricas en agua
(Braig y Göbel 2013). Sin embargo, no solo es Europa el centro de estas asimetrías. A
la par de Estados Unidos, quien se beneficia de estas desigualdades, en los últimos años
también está implicada China, quien acusa una demanda enorme de materias primas,
la cual ha traído consigo un alza de precios y el fomento de la explotación en regiones
con ecosistemas frágiles. Sin olvidar a los global players de la región, sobre todo a Bra-
sil, ya que éstos también obtienen claras ventajas económicas de la explotación de los
recursos naturales de sus vecinos.
Cabe destacar que una materia prima mineral destaca en América Latina por su doble
cualidad; siendo mercancía (commodity) y dinero a la vez, fue la que hizo posible que
Europa modificara su posición económica frente a otras regiones del mundo, sobre
todo frente a Asia. Tras el descubrimiento de grandes minas, la plata fue el producto
a través del cual se impulsó el desarrollo del comercio mundial hacia Europa. Los ya-
cimientos con el mineral precioso de mayor calidad en el mundo, fueron localizados
en Potosí (Bolivia) y en diversos lugares de México. En ambos sitios se hizo uso de
mercurio de Europa y del trabajo forzado de la población indígena para su extracción.
Justo en la historia de este metal precioso se hacen visibles especialmente las «formas
tempranas de la globalización» o de la «protoglobalización», donde se convierte la plata
«que fue obtenida bajo el uso de la coerción en México y en el espacio andino, en el
portador de un verdadero tráfico global desde el siglo XVI» (Feldbauer y Liedl 2009, p.
41). Tanto las barras de plata que se produjeron, así como las monedas que se acuñaron
(peso de plata) en la América española se encontraron con una demanda de diversos ac-
tores globales y locales. Los comerciantes activos en el comercio transatlántico usaban
la plata como medio de intercambio y de pago; los bancos de comercio internacionales,
disponían de la plata como seguridad y para fines de especulación; los estados usaron
la plata como divisa propia y para pagar el gasto militar y su uso favoreció a los pro-
ductores de materias primas, que atendían una alta demanda internacional (Marichal
2006, p. 27).
Para las casas de comercio y para los estados europeos fue especialmente atractivo el
que la plata y las monedas cuya producción era controlada por la corona española, les
permitiera compensar sus desventajas financieras frente a Asia. Les permitía dar una
especie de «rodeo», que consistía primeramente en obtener un acceso independiente
156
del Imperio Otomano a las mercancías asiáticas como la seda, el algodón, las especias;
es decir, de hacerse de un medio de pago para obtener estas mercancías. Esto, en una
época en que Europa misma tenía pocos productos atractivos como oferta y en la cual
tuvo por largo tiempo un déficit de comercio frente a China e India. Con la plata de la
América española los europeos obtuvieron en la mitad del siglo XVI el acceso a la «llave
de las riquezas de Asia» (Marks 2006, p. 99), ya que durante largo tiempo la plata era,
junto al oro, uno de los más importantes medios de intercambio altamente apreciados
mundialmente.
Durante tres siglos, de 1500 a 1800, llegaron «aproximadamente tres cuartos de la pro-
ducción de plata del Nuevo Mundo a China» a la «más grande y productiva economía
del mundo» y alimentaba el «motor que impulsaba a la mayor parte de la economía de
plata del Nuevo Mundo» (Flynn y Giráldez 1999, p. 23). Con la apertura de la ruta
marítima transpacífica entre Manila y Acapulco en 1571, se hicieron posibles las rela-
ciones directas entre América española y Asia. En el incipiente mercado global apoyado
en galeones, en el cual estaba incluida Lima, jugó un papel central el transporte de plata
para abastecer a las élites españolas y criollas en los centros coloniales con seda y otros
productos de lujo. La nueva posición de la Nueva España inspiró temporalmente a la
élite local, con el poder retirarse de España y de Europa y el poder imaginarse como
Heart fo the World (Vallen 2014).
Ciertamente no fue la Nueva España con sus élites, las que configuraron «el corazón
del mundo». Este latía bajo el ritmo que los centros europeos le imponían al mundo
imperial y colonial. Fueron las grandes potencias del occidente de Europa, las cuales,
con ayuda de la plata de América española y de las materias primas de todo el mundo,
las que lograron desarrollar bolsas globales y zonas comerciales, haciendo uso de la
fuerza armada e implementando la revolución industrial, consolidando su dominación
por siglos sobre un mundo que se repartieron entre sí. Durante el proceso de indus-
trialización europeo, América Latina se vio limitada al papel de un surtidor de materias
primas, del que se pudo liberar solo parcialmente.
157
Algo que frecuentemente se olvida bajo la mirada eurocéntrica, es que ésta no solo
limitó a América Latina a ser un espacio de acceso descomunal de materias primas y de
fuerza de trabajo a bajos costos, sino que borró la transformación que Europa misma
experimentó. Es así que se invisibiliza tanto «la `hibridación de los europeos`» en este
proceso, tanto como la conciencia de que su desarrollo justamente solo fue posible «a
través de la apropiación de otras culturas» (Coronil 2002, p. 192). Para historiadores
poscoloniales fueron los procesos económicos y políticos, un trasfondo esencial para
la formación de occidente, ya que este «se formó en algún momento a comienzos del
siglo XVI, en medio de una ola global de transformaciones materiales y simbólicas»
(Trouillot 2002, p. 86), configurándose a la vez como «un nuevo orden simbólico»
(Trouillot 2002). Este orden se basó en una escala de representación que ubicaba «los
diferentes grados del ser humano» dentro de la cual el «hombre blanco» ocupaba la
cúspide y era el que otorgaba al resto de seres humanos un lugar dentro de la jerarquía.
La población indígena del Nuevo Mundo fue comprendida bajo este punto de vista
como «niños» con los que había que hacer misiones, y a los africanos, como seres «sin
alma», se los consideraba como predestinados para la esclavitud. En el marco de tal
pensamiento racista, no era inteligible que los colonizados tuvieran ideas y perspectivas
propias que pudieran tener algún tipo de influencia en Europa. Y algo que quedaba
completamente fuera del mundo de ideas de los señores coloniales era que los coloni-
zados pudieran sublevarse y, sobre todo, que poblaciones negras pudieran ser sujetos
de su liberación, mucho antes de ser enunciadas las declaraciones de abolición de la
esclavitud por europeos.
Más de treinta años antes del Slavery Abolition Act, el cual declaró en 1834 como libres
a todos los esclavos del reino colonial británico, y dos años después de la Revolución
Francesa, combatieron en la isla de Santo Domingo negros, libres y esclavos por su
libertad e igualdad. Los cambios radicales en la isla entre 1791 y 1804 rompían con
lo imaginable y con las posibilidades de interpretación de su tiempo. Lo que ocurrió
después bajo el liderazgo de Toussaint Louverture, y con la independencia del primer
Estado en el Caribe y en América del Sur, pudo ser asimilado por los europeos con-
temporáneos solo muy lentamente. «Ellos representaban una serie de acontecimientos,
para cuya comprensión la misma izquierda extrema en Francia e Inglaterra no disponía
de un marco de recursos conceptuales» (Trouillot 2002, p. 94).
158
tuvo que esperar la llegada de Abraham Lincoln. Solo tras la liberación de los esclavos
en territorio norteamericano, hasta 1862, pudo ser reconocido Haití como país inde-
pendiente y, en este caso, posteriormente al reconocimiento por parte de las potencias
europeas.
Hasta el día de hoy, las ciencias sociales tienen problemas para ubicar a la revolución
haitiana dentro de los movimientos de independencia de los siglos XIX y XX. Los mo-
vimientos independentistas y las fundaciones de repúblicas en América Latina, identifi-
can en primera instancia a México, Venezuela, Nueva Granada, Perú y Chile. En estos
movimientos fueron a su vez, liberales, artesanos, el clero progresista e intelectuales,
actores que ya eran conocidos por los europeos, a los que en estos casos excepcionales
se les atribuyen estos papeles centrales. Al menos se les atestigua los primeros «impulsos
rousseauianos» (Morse 1982), percibidos como resonancias en el subcontinente de las
incipientes ideas de libertad e igualdad en Francia y en Estados Unidos.
Del éxito de este tipo de impulsos quedó excluida la mayoría de la población. Cierta-
mente, las élites de las repúblicas independientes reforzaron y transformaron las exclu-
siones coloniales, las asimetrías y las desigualdades ya que más allá de las diferencias
políticas entre liberales y conservadores, coincidían en la polarización fundamental
de su pensamiento. El liberal Juan Bautista Alberdi por ejemplo, como político y pu-
blicista argentino, negaba a la población indígena en el marco de la independencia
su pertenencia cívica y social: «Hoy mismo, bajo la independencia, el indígena no
figura ni compone mundo en nuestra sociedad política y civil. Nosotros, los que nos
llamamos americanos, no somos otra cosa que europeos nacidos en América. Cráneo,
sangre, color, todo es de fuera». (Alberdi 1852) Alberdi marcaba así una clara diferencia
entre los criollos nacidos en América, que para él eran europeos y el resto. «En América
todo lo que no es europeo es bárbaro: no hay más división que ésta: 1.º, el indígena, es
decir, el salvaje; 2.º, el europeo, es decir, nosotros, los que hemos nacido en América y
hablamos español, los que creemos en Jesucristo y no en Pillán (dios de los indígenas)»
(Alberdi 1852).
Las élites latinoamericanas que se rebelaban contra España forjaron un dualismo cons-
titutivo, ya que se autoconsideraban parte de la civilización europea en un polo y se
distinguían de otro, denominándolo como barbarie. A este pertenecían los que fueron
convertidos en «otros» (mujeres, indígenas y antiguos esclavos, pero también los sin
tierra, los campesinos, los trabajadores), lo cual trajo consigo estigmatizaciones, sexis-
mos, racismos y sobre todo la naturalización de la desigualdad. Estas fungieron como
criterios de exclusión social de largo alcance, ya que es a partir de esta división, donde
se fundamentan las causas que hacen de América Latina la región con mayor desigual-
dad mundial.
159
160
161
los derechos humanos basados en relaciones familiares, como serían las madres de la
Plaza de Mayo, han buscado relaciones de solidaridad en Europa, para hacer pública
la práctica de desaparecer a adversarios políticos durante las dictaduras militares en
Argentina, Chile y Brasil.
En el marco de estas relaciones de resonancia lograron no solo que sus voces fueran es-
cuchadas, sino que han cambiado las concepciones clásicas europeas y occidentales de
comprender los derechos humanos (Fischer-Lescano 2005). Hoy son la gran cantidad
de movimientos latinoamericanos los que luchan con distintas voces por la preserva-
ción del medio ambiente, los que señalan las complejas e interdependientes desigual-
dades ligadas al creciente consumo en Europa, en Estados Unidos, pero también en
China, y los que ilustran los graves riesgos para futuras generaciones que conllevan los
cambios en la producción y extracción de materias primas agrícolas y minerales.
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164
Introducción
165
166
En contraste, visto desde una perspectiva global, la capacidad estatal de mitigar o redu-
cir desigualdades socioambientales interdependientes es usualmente mucho más limi-
tada, condicionada a factores como su control efectivo sobre el proceso transformativo
ambiental1, su influencia a lo largo de la cadena global de valoración, su grado de
dependencia a los recursos naturales que exporta e importa, su posición en el contexto
de los terms of trade contemporáneos, o el impacto del Derecho Internacional (en par-
ticular, las normas internacionales que rigen el comercio e inversión sobre esos recursos
naturales).
El presente artículo se concentra en este último punto y se pregunta sobre el rol de los
Estados latinoamericanos en el contexto de desigualdades socioambientales interde-
pendientes. Al respecto, una parte significativa de la literatura reciente se ha enfocado
en analizar procesos extractivos locales y sus efectos a nivel nacional a partir de estudios
de caso considerados separada e individualmente. Este enfoque es útil pero ofrece di-
ficultades a la hora de generalizar los resultados a nivel regional, dado que en muchas
ocasiones las dinámicas específicas de cada caso desvían la atención frente a las confi-
guraciones locales-globales que son comunes a varias experiencias en distintos países.
Además este enfoque resulta insuficiente en la medida en que no ofrece una aproxima-
ción más sistemática de las dinámicas transnacionales e interdependencias que operan
más allá de los Estados.
Este artículo se propone este tipo de aproximación a una escala global. Desde esta
perspectiva se puede observar cómo el Derecho Internacional está operando como un
dispositivo generador de desigualdades socioambientales por medio de tres mecanis-
mos parcialmente similares a los descritos a escala estatal:
1 Por ejemplo, el control estatal sobre una actividad extractiva en su territorio contrasta con el control
estatal sobre procesos que producen el cambio climático global.
167
1) Identificación de los recursos naturales que pueden ser mercantilizados: A través de este
mecanismo, el Derecho Internacional está legitimando la mercantilización global
de elementos de la naturaleza y contribuye a extender este proceso a escalas nacio-
nales y subnacionales al ser implementado por los Estados.
Durante la mayor parte de la historia, los grupos humanos entre los distintos cont-
inentes eran relativamente homogéneos en términos de esperanza de vida e ingreso
promedio, hasta que el nuevo orden mundial surgido a partir de los cambios en la
frontera cristiana-musulmana en los extremos costeros del Mediterráneo2 convirtieron
al Océano Atlántico en un nuevo espacio de comunicación e interacción desigual entre
continentes. A comienzos del siglo XVI, el Derecho Internacional (jus gentium/Völker-
recht) surgió de este encuentro entre pueblos como el instrumento para regular y legi-
timar la colonización europea de estos territorios (el derecho a gobernar comunidades
de ultramar y la propiedad sobre los recursos naturales que allí se encontraren) bajo el
principio de soberanía y los derechos a la propiedad privada, a viajar y comerciar; im-
pedir el ejercicio de tales derechos se consideraría una causa justa de guerra (jus bellum
2 La caída de Constantinopla en 1453, la frontera histórica entre Europa y Asia, y la caída de Granada
en 1492, a partir de lo cual Gibraltar recuperó su papel como frontera entre la Europa cristiana y el África
musulmán.
168
Algunos juristas consideran que estos cuerpos jurídicos son parte de un cuerpo
más amplio de Derecho Público Internacional y no pueden ser considerados como
«circuitos jurídicos cerrados» sino como «subsistemas» del sistema de Derecho Interna-
cional (Pauwelyn 2003, p. 35; Xiong 2012, pp. 239-242); por consiguiente, todos los
subsistemas tienen que estar fundamentados en los principios de los derechos humanos
(mainstreaming approach). Otros autores los conciben como «regímenes» autónomos
o self-contained (esto es, un conjunto de reglas primarias asociadas a consecuencias
jurídicas específicas por su incumplimiento, y que incorporan un conjunto exhaustivo
y definido de reglas secundarias, (Simma 1985, pp. 111, 115 y 117); por esta razón,
sugieren que tales reglas especializadas y técnicas de interpretación están pensadas para
ser aplicadas exclusivamente en cada régimen respectivo (Fischer-Lescano y Teubner
2004, p. 1013) y por lo tanto las normas de un régimen (v.gr. convenios del DIDH)
no pueden aplicarse en otros regímenes. Este proceso de crecimiento rápido y descoor-
dinado y de diversificación autónoma del Derecho Internacional se conoce en la lite-
ratura especializada como «fragmentación del Derecho Internacional» (Koskenniemi
2006).
169
Este artículo explora este último enfoque a partir del análisis de tres mecanismos de
producción de desigualdades socioambientales interdependientes derivados de la frag-
mentación del Derecho Internacional: 1) la mercantilización de la naturaleza a través
de diversos cuerpos jurídicos internacionales; 2) las asimetrías de protección normativa
entre regímenes; y 3) la colisión entre distintos regímenes normativos.
Uno de los casos más representativos de este fenómeno es el surgimiento del Derecho
del Mar como cuerpo jurídico autónomo a mediados del siglo XX. Previamente, en el
Derecho Internacional primaba la doctrina del Mare Liberum, según la cual los océanos
y mares constituían patrimonio común de libre acceso a todos los pueblos y por ello no
eran apropiables. Esta doctrina fue postulada a principios del siglo XVII por el iusinter-
nacionalista Hugo Grotio, pero se basó en principios que se remontan a milenios atrás,
al menos al derecho romano. Esto cambia rápida y radicalmente en la segunda mitad
del siglo XX. En septiembre de 1945, a solo un par de semanas de haber finalizado la
Segunda Guerra Mundial con la rendición de Japón, el gobierno de Estados Unidos
declaró unilateralmente que consideraba que los recursos naturales del subsuelo y del
fondo del mar de la plataforma continental próxima a las costas del país, estaban so-
metidos a su jurisdicción y control y que le pertenecían exclusivamente. Poco después,
Chile, Ecuador y Perú lo emularon y extendieron sus derechos territoriales fijando una
distancia de 200 millas náuticas con el fin de asegurar su acceso a los recursos marinos
de la Corriente de Humboldt. En este proceso, como lo explica Wintersteen (2012),
entrelazamientos de intereses globales, nacionales y locales transformaron y exporta-
ron la naturaleza en forma de un commodity de importancia crucial para la industria
170
alimenticia global y crearon una cadena global de alimentos que extrajo nutrientes
locales (destinados previamente al consumo local) para la exportación y el comercio
en mercados más rentables en Norteamérica, Europa y el este asiático. Esto produjo
desigualdades socioambientales transregionales a costa de la población local altamente
dependiente de la pesca artesanal en el Pacífico latinoamericano, que resultó despro-
porcionadamente afectada por la integración de las especies marinas locales en cadenas
globales de valor.
Otro caso que ilustra la mercantilización y apropiación de los mares son los Acuer-
dos bilaterales de pesca entre la Unión Europea y países costeros de África Occiden-
tal (Fishery Access Agreements, FAA). Antes de 2008, los FAA estuvieron enfocados en
maximizar la ganancia económica al corto plazo, sin considerar los problemas de sob-
repesca o el impacto sobre cientos de miles de familias que viven de la pesca artesanal
y de poblaciones enteras para las cuales el pescado es su fuente principal de proteínas
(Clover 2006, pp. 43-51). Esto generó fuertes críticas de periodistas, académicos y
ONG4 que consideraban que los países europeos estaban usando estos acuerdos para
pagar el acceso a zonas de pesca en las aguas territoriales de países pobres y explotar sus
recursos marinos sin las restricciones que la UE establece para sus propias aguas terri-
3 En marzo de 2013, el Primer Ministro británico David Cameron afirmó que la explotación minera de
los fondos marinos podía aportar alrededor de 40 mil millones de libras esterlinas a la economía británica
durante los siguientes 30 años. Cf. <http://www.theguardian.com/business/2013/mar/14/david-came-
ron-seabed-mining-worth-40bn>. Fecha de consulta: 29 de agosto de 2013.
4 Cf. v.gr. <http://www.grain.org/article/entries/781-costas-vacias-mares-esteriles>. Fecha de consulta:
12 de setiembre de 2013.
171
toriales, repitiendo esquemas de relacionamiento cuasi colonial con los países africanos
que han conducido a la sobreexplotación de estos recursos; de este modo la UE estaría
compensando las reducciones notorias de sus propios recursos marinos, manteniendo
los niveles de producción y consumo a través de la importación de un porcentaje signi-
ficativo del pescado vendido en el mercado común europeo, y manteniendo activas sus
altamente subsidiadas flotas pesqueras. Desde 2002, la Unión Europea ha venido in-
corporando algunos objetivos medioambientales sobre «pesca sostenible» (incluyendo
cuotas de captura, restricciones de buques y de artes de pesca) y desde 2008 ha venido
renegociando con países africanos todos los FAA previos para implementar un nuevo
enfoque de cooperación (que supone la condición de igualdad entre las partes) bajo el
eufemístico rótulo de «Acuerdos de Asociación Pesquera» (Fisheries Partnership Agree-
ments, FPA), ofreciendo ayuda financiera para que estos países puedan desarrollar su
sector pesquero de manera sostenible. No obstante, dado que la UE sigue negociando
bilateralmente la mayoría de estos nuevos FPA bajo la lógica institucional de la promo-
ción del comercio y la inversión, las asimetrías legales continúan jugando en contra de
los pescadores tradicionales (Kalaidjian 2010, pp. 406-408).
5 Cf. v.gr. TLC Estados Unidos-República Dominicana, art. 15.1, numerales 3(b) y 5(a); TLC Estados
Unidos-Perú, art. 16.1, numerales 2(b) y 3(c); TLC Estados Unidos-Colombia, art. 16.1, numerales 2(b)
y 3(c). La lista completa de «acuerdos bilaterales que imponen derechos de propiedad intelectual TRIPS-
plus sobre biodiversidad en países en desarrollo» (estatus: 2008) está disponible en: <http://www.grain.
org>.
172
6 Cf. v.gr. el Protocolo de Kioto sobre el Cambio Climático. Esta característica también se observa en la
legislación ambiental interna; cf. v.gr. la Clean Air Act de 1963 y 1990 en Estados Unidos, o en Colombia
la Resolución 909 de 2008 del Ministerio de Ambiente («por la cual se establecen las normas y estándares
de emisión admisibles de contaminantes a la atmósfera por fuentes fijas»).
173
régimen balancea las relaciones entre actores en favor de la parte más «débil». En el caso
del régimen de derechos humanos, el individuo es la parte protegida contra el abuso de
poder del Estado. En contraste, bajo el DMI y el DII, los instrumentos e instituciones
están básicamente diseñados para proteger a las empresas transnacionales y a los inver-
sionistas extranjeros contra actos arbitrarios de los Estados anfitriones (en particular,
contra medidas de expropiación). Pero la premisa legal de que las empresas transnaci-
onales son la parte «débil» frente a los Estados puede ser contraintuitiva considerando
que muchas de estas empresas generan por sí solas mucha más riqueza económica que
el PIB combinado de varios Estados anfitriones donde éstas operan.
En este marco, la protección diferenciada entre las partes puede producir desigualdades
socioambientales transregionales debido a que, en términos generales, la mercantiliza-
ción transnacional de la naturaleza bajo las condiciones de una aplicación fragmentada
del Derecho Internacional afecta desproporcionadamente a las comunidades locales
altamente dependientes de los recursos naturales en sus áreas (pescadores, agricultores
de subsistencia, comunidades rurales, etc.) ya que estas personas asumen una mayor
carga en términos de riesgos y costos ambientales, y el acceso a las garantías judiciales
de protección son diferenciales según el régimen que se aplique.
7 Artículo 61.3 de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar.
174
El caso de la privatización del agua en Cochabamba en 20008 ilustra bien este punto.
La empresa estadounidense Bechtel había ganado el contrato de concesión y alega que
alcanzó a hacer inversiones cercanas a 1 millón de dólares; sin embargo tuvo que aban-
donar Bolivia tras las protestas de la población ante sus alzas exorbitantes a las tarifas de
agua. Previamente, había cambiado su dirección legal de las Islas Caimán a Luxembur-
go e insertó tres líneas de empresas holandesas en la cadena de propiedad entre su em-
presa en Bolivia (Aguas del Tunari) y su subsidiaria en Luxemburgo. A través de estas
operaciones, Bechtel demandó a Bolivia ante el CIADI pidiendo una compensación
8 Aguas del Tunari, S.A. v. República de Bolivia (CIADI, Caso Nº ARB/02/3, 2005).
175
de al menos 25 millones de dólares por «ganancias futuras perdidas» (lost future profit),
invocando el BIT entre Bolivia y Holanda (Vandevelde 2007)9.
El Caso Chevron vs. Ecuador ilustra este punto. Representantes de 30 mil indígenas y
colonos de la selva amazónica al norte de Ecuador instauraron en 2003 una demanda
176
ante la justicia ecuatoriana contra Chevron-Texaco por los daños ambientales causados
en esa región por el vertimiento de miles de barriles de petróleo y desechos tóxicos
durante el transcurso de sus actividades de extracción; en 2011 obtuvieron sentencia a
favor que condenó a la empresa a pagar una indemnización de casi nueve mil millones
de dólares; Chevron se negó a cumplir con la sentencia y acudió al arbitraje inter-
nacional contra Ecuador, en virtud de la cláusula de resolución de controversias del
Acuerdo de promoción y protección recíproca de inversiones suscrito entre Ecuador y
Estados Unidos; en decisiones de enero de 2011 (medidas cautelares) y febrero de 2012
(laudo), el tribunal de arbitraje expidió órdenes de un alcance sin precedentes, al de-
terminar que Ecuador debía «tomar todas las medidas a su disposición para suspender
o causar que se suspenda la ejecución o reconocimiento, dentro y fuera de Ecuador de
cualquier sentencia contra [Chevron] en el caso de Lago Agrio»11. Esto abriría la puerta
a que el arbitraje internacional se transforme en un proceso jerárquicamente superior a
los procesos judiciales nacionales (Johnson, 2012, pp. 16-17).
El DMI es un cuerpo legal que fija las reglas del comercio internacional en bienes y
servicios y que tiene como objetivo primario la liberalización del comercio global.
El foro de negociación de acuerdos mercantiles a nivel global es la OMC, pero los
Estados también pueden negociar acuerdos preferenciales de comercio bilaterales y
multilaterales o conceder unilateralmente preferencias arancelarias12 para mejorar las
11 Cf. Chevron Corporation and Texaco Petroleum Corporation v. The Republic of Ecuador, UNCITRAL,
PCA Case No. 2009-23.
12 Como ejemplos de programas unilaterales de preferencias no recíprocas concedidas por Estados Uni-
dos a países en desarrollo pueden citarse: la Iniciativa de la Cuenca del Caribe de 1984 (modificada por la
177
Una vía para resolver estos conflictos sería entonces una interpretación sólida de la
prevalencia del ius cogens (normas imperativas e inderogables del Derecho Internacio-
nal General que se oponen frente a cualquier otra norma, y que se aplican a todos los
Estados, independientemente de su adhesión a éstas) y de las obligaciones erga omnes
(obligaciones multilaterales que se contraen frente a toda la comunidad de Estados
sin que se requiera reciprocidad, y que por la importancia de los bienes jurídicos in-
volucrados son exigibles sin excepciones). Por ejemplo, el conflicto entre un tratado
Ley de Asociación Comercial de la Cuenca del Caribe en 2000); la Ley de Preferencia Comercial Andina
de 1991 (ATPA), renovada en 2002 como Ley de Preferencias Arancelarias Andinas y Erradicación de
Drogas (ATPDEA), que expiró en 2006 pero fue extendida por períodos de 6 a 10 meses hasta febrero de
2011; y la Ley sobre Crecimiento y Oportunidad en África en 2000. En cuanto a la Unión Europea, cf.
v.gr. la Convención de Lomé de 1976 (extendida en 1981, 1985 y 1989) y el Acuerdo de Cotonou. En
detalle, cf. Hoekman y Ozden, 2005.
13 Las reglas y temas especiales del DMI son: 1) el tratamiento nacional y el estatus de nación más favor-
ecida; 2) prohibición de prácticas desleales de comercio (dumping, subsidios, etc.); 3) reconocimiento de
salvaguardas; 4) aspectos relativos al comercio en materia de derechos de propiedad intelectual (acuerdos
TRIPS); y 5) resolución de conflictos relacionados con el comercio internacional.
178
Conclusiones
Este breve análisis acerca de la evolución más reciente del Derecho Internacional y de
su uso como dispositivo de legitimación y expansión de diversas formas de mercantili-
zación y valoración global de la naturaleza, podría confirmar las tesis iusfilosóficas del
Derecho como instrumento de dominación, como dispositivo crucial para la conso-
lidación de un orden mundial diseñado a favor de viejos y nuevos centros de poder,
construido a partir del lobby de grandes empresas multinacionales. El problema de esta
postura es la concepción exógena e instrumental del Derecho, que nos plantea el deba-
te en los términos dicotómicos y mutuamente excluyentes de dominación o de eman-
cipación (es decir, el Derecho como instrumento de lucha de los actores locales). En la
práctica, encontraremos evidencias sobre la operación del Derecho en ambos sentidos,
con lo que el debate no conduce a respuestas efectivas sino a argumentos circulares.
Más allá de esta discusión, habría que considerar el Derecho como un fenómeno co-
municacional que es endógeno a las disputas económicas y políticas, y que atraviesa las
desigualdades socioambientales como uno de los diversos discursos simbólicos y mate-
riales que les dan forma, y que define los campos de acción de los actores involucrados.
A la luz de las reflexiones previas, lo que resulta evidente es la insuficiencia del enfoque
tradicional centrado en el Estado, a partir del cual usualmente se teorizan los conflictos
y desigualdades ambientales en los países latinoamericanos. El nacionalismo metodoló-
gico es inadecuado para abordar estos problemas, entre otras cosas porque los actores
involucrados no están circunscritos a los límites del Estado y porque su estrategia está
pensada globalmente. El reto principal consiste entonces en integrar las desigualdades
socioambientales interdependientes y las dinámicas transnacionales en las reflexiones
teóricas y normativas locales. Esto no significa descartar al Estado como escala relevan-
te de análisis. Por el contrario, es necesario reafirmar su importancia y sus diversos roles
en el marco de complejas configuraciones locales-globales. En tal marco, el Estado no
solo actúa como un implementador pasivo del Derecho Internacional, sino que opera
como un mediador de conflictos entre los diferentes actores locales y transnacionales
involucrados en procesos de mercantilización de la naturaleza. El Estado también resu-
elve los conflictos entre los sujetos involucrados a partir de sus leyes y la jurisprudencia
de sus cortes (aunque su prevalencia es objeto de disputa, como se observó en el caso
Chevron vs. Ecuador). Con todo, el hecho de que el Estado tenga un papel como medi-
ador entre lo local y lo global, o que dirima conflictos ambientales en su jurisdicción a
179
través de su aparato judicial no significa que con ello resuelva también las desigualdades
que esos conflictos generaron. El conflicto ambiental tiene dinámicas propias frente a
los distanciamientos de posiciones entre los sujetos, por lo que hay que ser cautelosos
en el sentido de no equiparar conflicto y desigualdad socioambiental. Existen situacio-
nes en las que se produce un conflicto ambiental sin que hayan desigualdades sociales
significativas entre las partes (por ejemplo, conflictos por la explotación de recursos
mineros entre afrocolombianos, indígenas y campesinos en el Pacífico colombiano).
También hay desigualdades que se producen sin que generen conflictos, ni resistencia,
luchas o protestas por parte de los afectados.
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182
Introducción
En las tres últimas décadas, los estados latinoamericanos y el sector privado global han
encontrado respuestas a sus necesidades de crecimiento en la extracción de recursos
naturales. Esta política ha estado marcada por tres características: una división global
del trabajo en la extracción de estos recursos, la introducción de nuevas tecnologías y
la relevancia del rol de las corporaciones en los arreglos político-económicos, sociales
y culturales. Estas características han generado la reconstrucción de mercados interna-
cionales a partir de la reestructuración de los estados mismos y sus interrelaciones con
el sector privado. Como McMichael (2000) afirma, si antes los estados construían los
mercados, en esta etapa definida como régimen corporativo global, son los estados los
que se ajustan a las formas impulsadas por los mercados y sus instituciones supranacio-
nales, como por ejemplo la OMC. Cabe señalar que estos mercados, aunque represen-
tados como una entidad superorgánica, son el producto de las interacciones de diversos
agentes, con un rol predominante de las corporaciones.
183
184
Los intentos por incrementar los beneficios económicos de la producción agrícola ge-
neran transformaciones de dimensiones materiales y representacionales1 que la literatu-
ra sobre la globalización de la agricultura y la alimentación sitúa en lo que McMichael
(1992) reconoce como un tercer estadio de carácter corporativo en la división global
del trabajo para la producción de alimentos. En ese contexto, por ejemplo la vocación
agro-exportadora producida a escala nacional en prácticas y discursos es constitutiva y
construye esta división del mundo.
1 Nos centraremos principalmente en las dimensiones materiales que actúan en el régimen agroalimen-
tario corporativo.
2 Mitchell (2002) llama a estas prácticas que reproducen poder en la articulación de diversos agentes
(humanos y no humanos) que da efectividad política, ‘tecno-política’.
185
3 En la agricultura, el extractivismo depende del desarrollo de tecnología que modifica tanto las rela-
ciones de producción con los trabajadores como con la naturaleza; el suelo y sus nutrientes, las semillas, el
agua, y las adaptaciones a diferentes condiciones ambientales.
186
Desde otra perspectiva, Boyd, Prudham y Schurman (2001) reconocen que la agricul-
tura moderna intenta industrializar sistemas biofísicos para forzar el trabajo de la natu-
raleza en la producción de alimentos. Identifican así condiciones de subsunción formal
de la naturaleza en las que la industria impulsa mayor productividad de ésta a través de
factores exógenos, y subsunción real en las que intervenciones de carácter tecnológico
e industrial logran penetrarla y transformar directamente procesos naturales para ele-
var la productividad. En el primer caso, por ejemplo, nuevos desarrollos tecnológicos
intervienen en el suelo, agua o irradiación solar mientras que en la segunda forma de
controlar sistemas biofísicos destaca el desarrollo de organismos modificados genética-
mente para uso agrícola. Estas intervenciones que alteran «características inmanentes»
de naturaleza son orientadas a hacerla trabajar como «fuerzas productivas […] más
fuerte, más rápido y mejor» (Boyd, Prudham y Schurman 2001, p. 564).
187
Este uso de la biotecnología habilita así nuevas formas de acumulación por despojo,
que no pueden estabilizarse sin un marco de pensamiento que operacionaliza la natu-
raleza para comprenderla solo como la suma de sus partes, manipulables, permitiendo
la ilusión de una posibilidad de control sobre estos organismos vivos y sus interacciones
en el medio ambiente.
Kloppenburg (2005), sin embargo, nos recuerda que las características biológicas de la
semilla han evitado en los últimos siglos que esta se convierta totalmente en mercancía
ya que es al mismo tiempo, como grano y semilla, un producto final (para el consumo
4 Prudham cuestiona la validez de llamar «extraeconómico» a estos procesos ya que no dejan de ser
formas en que frecuentemente circula el capital.
5 Cultivos calificados como «substancialmente equivalentes» a cultivos regulares no requieren (según
el FDA) ser etiquetados o examinados de manera especial para determinar si representan un riesgo a la
salud de los consumidores y por lo tanto no están sometidos a regulaciones que desde la perspectiva de un
sector hegemónico de productores son consideradas obstáculos al comercio. Los criterios de ‘equivalencia’
usados consideran la toxicidad conocida en organismos donantes y huéspedes y el contenido nutricional
del producto modificado genéticamente (FDA 1992).
188
6 «Entre 1989 y 1993, el sector creció a una tasa promedio anual mayor que durante el periodo TLCAN
(2.5% anual, contra 1.9%). En ambos periodos el sector agropecuario creció por abajo del conjunto de la
economía, (3.1 y 2% respectivamente) pero la brecha se amplió a partir de 1996. El sector agropecuario
redujo su participación dentro del Producto Interno Bruto (PIB) total de 5.8% en 1993, a 5% trece años
después». (De Ita 2008).
189
Bebbington (2007, 2012) muestra cómo este ciclo extractivo ha creado nuevas geogra-
fías de extracción, generando un conjunto de consecuencias sociales y económicas, así
como diversas respuestas institucionales y políticas por parte de actores locales que ven
transformado no solo sus medios de subsistencia, sino también su modo de vida. Estos
cambios han generado desigualdades específicas que solamente pueden ser entendidas
si hacemos un análisis de la relación entre los Estados y el conjunto de corporaciones
que impulsa el presente ciclo extractivo.
190
Como señala Strange (1996), los cambios económicos vinculados al auge del neolibe-
ralismo a nivel global, supusieron un retroceso de la autoridad estatal frente a las corpo-
raciones que emergieron como actores económicos centrales a nivel global. Siguiendo a
Migdal (2001) el Estado se convierte en un espacio de contingencia donde las distintas
redes de poder se enfrentan y llegan a acuerdos programáticos. En Latinoamérica, el
poder corporativo ha estado cada vez más asociado al desarrollo de modelos de creci-
miento económico de base extractiva.
Por ejemplo en el caso peruano, el Estado que emerge de las reformas neoliberales es
un Estado fácilmente permeable por los grupos de poder económico fáctico (Urteaga
2011; Damonte 2014). Las corporaciones y gremios mineros han adquirido un peso
político significativo, logrando influenciar decisivamente en las políticas del Estado.
Asimismo, los funcionarios públicos establecen compromisos con el sector privado, en
particular el extractivo, convirtiendo a la burocracia no en un elemento de fortaleci-
miento estatal, sino en un grupo comprometido si no subordinado a intereses privados
(Durand 2004). Como afirma Orihuela (2012) el Estado peruano con bajo nivel de
institucionalización y dependiente de una tecnocracia funcional al sector extractivo,
termina comprometido con los intereses extractivos privados, constituyéndose en lo
que el autor denomina «Estado minero».
191
marginal intervención del Estado central. Como bien lo ejemplifica el caso peruano,
cada emprendimiento minero es un espacio social diferenciado, que se reproduce a
partir de las dinámicas sociales específicas desarrolladas en la interacción corporación-
comunidad a través de años de tensa y muchas veces conflictiva convivencia (Bebbing-
ton 2007, 2009; Burneo y Chaparro 2010; Damonte 2008b; Gil 2009; Salas 2008).
Esta convivencia incluye la paulatina imposición e incorporación de reglas sociales y
esquemas de seguridad generados desde el poder corporativo, constituyendo formas de
gobernanza corporativa que se superponen a regulaciones locales y nacionales como
nos muestra Kamphuis (2011) en su análisis de las prácticas de la empresa de seguridad
privada Forza en proyectos mineros.
192
Ahora, la pregunta clave es ¿ha logrado este modelo de asignación de inversión minera
traer consigo el ansiado desarrollo económico y social a los territorios «productores»?
Varias son las investigaciones que han mostrado que no hay una correlación positiva
significativa entre presencia minera y desarrollo económico y social en la mayoría de
territorios «productores» (Barrantes y otros 2005; De Echave y otros 2009). Más bien,
las características de la actividad minera —baja tasa de empleabilidad, bajo nivel de
eslabonamiento productivo y uso intensivo de recursos como agua y tierra— limitan la
posibilidad de que la minería se convierta en un motor de desarrollo local. A esto hay
que sumarle la evidencia de recurrentes problemas ambientales en dichos territorios
«productores».
Una de las respuestas del Estado peruano para compensar a los territorios «produc-
tores» por la explotación de sus recursos y, al mismo tiempo, redistribuir los ingresos
generados por la actividad minera, es la política del «canon minero», por medio de la
193
cual el 50% de la renta minera se distribuye entre los territorios productores, y el otro
50% es asignado según parámetros determinados por el Estado a otros territorios. Sin
embargo, todavía no existe evidencia sólida de que el canon haya traído desarrollo
económico a los territorios «productores» y, por el contrario, parece haber exacerbado
los escenarios conflictivos (Arellano-Yanguas 2011; Barrantes y otros 2005). Es en este
contexto que las brechas económicas y sociales se multiplican y exacerban, tanto al
interior de los territorios productores como entre territorios productores y no produc-
tores.
Por otro lado, la política fiscal sin planificación estatal ha exacerbado la desigualdad
entre distintos territorios. La asignación del canon genera enormes brechas en el acceso
a fondos públicos entre territorios «productores» y territorios no productores. Asimis-
mo, la ausencia de planificación estatal regional ha generado dinámicas económicas de
enclave. Las localidades «productoras» con acceso a enormes fondos públicos general-
mente se ven «rodeadas» por localidades con presupuestos públicos mucho menores y
sin ningún plan concertado de desarrollo conjunto. Este escenario se agrava si, como
decíamos antes, el acceso a los recursos del canon no garantiza el desarrollo económico
y social de los territorios. Así, la estadística nos muestra que en el plano nacional los
espacios rurales históricamente marginados continúan excluidos del desarrollo, a pesar
del crecimiento económico impulsado por la extracción (Barrantes y otros 2005; De
Echave y otros 2009; RIMISP 2012).
194
una primera instancia, estas desigualdades pueden ser reconocidas en la forma en que
se determina quién o qué grupos, están en la capacidad de definir qué es el desarrollo
de manera legítima. Sobre la base de viejos sistemas de diferenciación cultural, las po-
blaciones indígenas-rurales son excluidas del proceso de definición de lo que implica el
desarrollo, así como de los procesos de toma de decisión sobre el acceso, uso y manejo
de los recursos de los territorios locales.
La discriminación en el Perú tiene larga data como forma de establecer estamentos ét-
nico-culturales diferenciados donde lo blanco-urbano se sobrepone a lo indígena-rural
(Thorp y Paredes 2011; Drinot 2006). En la actualidad, si bien esta diferenciación ha
perdido parte de su carga étnica, continúa operando de la mano de la efectiva oposi-
ción entre lo moderno y lo no-moderno. Así, se entiende que los sectores modernos
(urbano-blanco-mestizos) son los encargados de liderar el desarrollo y establecer las
pautas para modernizar a los sectores considerados no-modernos (rural-campesino-
indígenas). En este marco, los proyectos extractivos constituyen avanzadas de moderni-
dad en los territorios rurales. Por consiguiente, la oposición local a la expansión minera
viene a ser interpretada como resultado de un problema cultural atávico de poblaciones
pre-modernas que no entienden y, por ende, rechazan las ventajas de la modernidad8.
En este contexto, los grupos críticos tienen poco espacio político para abogar por la le-
gitimidad de sus demandas y/o visiones alternativas más allá de los ámbitos locales. Así,
a pesar de la multiplicación de conflictos y el significativo descontento, la disidencia
extractiva no ha logrado abrirse espacios políticos de resistencia decisivos.
Conclusiones
8 Así lo afirmaba el anterior Presidente del Perú en varios artículos: las poblaciones que no dan la bien-
venida al desarrollo extractivo lo hacen por ignorancia, atraso cultural o manipulación política. García
Pérez, Alan. El síndrome del perro del hortelano. Diario El Comercio. Domingo, 28 de octubre del 2007.
<http://www.aidesep.org.pe/editor/documentos/58.pdf>.
195
Estos discursos que sugieren que territorios tienen «vocaciones» como características
inmanentes a estos, —como por ejemplo la vocación minera o vocación agro-expor-
tadora de diferentes regiones— tienden a naturalizar y estabilizar usos particulares de
recursos, accesos y exclusiones, que expresan una distribución del poder sobre espacio.
En ese sentido, la acumulación por despojo no solo se hace posible a través de las for-
mas en que se articulan prácticas extractivas de elementos naturales, sino también en las
formas en que estas naturalezas mismas son construidas socialmente. En este proceso la
naturaleza se delimita y resignifíca haciéndose funcional a la extracción por medio de
la exclusión o subordinación de otros saberes y usos locales.
196
Por último, consideramos que el establecimiento de este nuevo orden agudiza y/o ge-
nera desigualdades sociales. Por un lado, el discurso de naturaleza y desarrollo corpo-
rativo termina imponiéndose sobre saberes y prácticas locales que se ven subordinados
a conocimientos y formas productivas externas que se presentan como mejores o más
eficientes. Por otro lado, la capacidad política y económica corporativa termina por
establecer escenarios de despojo material. Amparados en el discurso de desarrollo cor-
porativo, las empresas agroindustriales o mineras logran acceso privilegiado a recursos
naturales como agua y tierra limitando su uso local.
Sin embargo, debemos señalar que el modelo corporativo global tiene muchas veces
problemas para lograr hegemonía en contextos locales en Latinoamérica. Como nos
muestra la multiplicación de conflictos sociales asociados al desarrollo extractivo agrí-
cola o minero, las lógicas corporativas no terminan de ser incorporadas por agentes
sociales y globales que buscan generar contra-discursos basados en derechos locales,
sostenibilidad e injusticia social. En este contexto, las desigualdades visibles en el orden
corporativo sirven de evidencia para mostrar las contradicciones del modelo y su visión
de desarrollo.
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200
Resumen
201
Introducción
Estos impactos varían además según género y edad tal como ha sido reconocido por
estudios previos (Tukhral 1996; Mehta y Srinivasan 2000; Cuadros 2010) y por es-
tándares sobre reubicaciones involuntarias (Asian Development Bank 2003; World
Bank 2004; IFC 2002). De acuerdo al Banco de Desarrollo del Asia, la «dislocación
económica y social puede exacerbar disparidades e inequidades de género. En muchas
sociedades, las mujeres no gozan de derechos de propiedad sobre la tierra, tienen me-
nores niveles educativos que los hombres, trabajan en el sector informal, tienen una
movilidad espacial más restringida y asumen responsabilidades para la obtención de
necesidades básicas como agua, combustible y leña. Así, la disrupción económica y so-
cial puede resultar en un empeoramiento de la situación de la mujer» (2003, p. 4). En
su análisis sobre desplazamiento y género, Tukhral (1996) encuentra varias fuentes de
vulnerabilidad para mujeres y niños. Entre ellas, sesgos de género que favorecen la pro-
piedad de la tierra masculina, la pérdida de recursos como leña y agua que eran mane-
jados por mujeres, menores oportunidades de trabajo para mujeres en inversiones de
alto nivel tecnológico, la pérdida de redes sociales locales ligadas a actividades agrícolas
y rupturas matrimoniales debido a divisiones en la familia en dos o más casas cuando
los hombres se mudan a zonas urbanas mientras mujeres y niños se quedan en el cam-
po. Sin embargo, los impactos finales no son claros, pues los nuevos puestos de trabajo
industriales ofrecen a algunas mujeres la posibilidad de tener más libertad y escapar de
sus ocupaciones tradicionales en sus lugares de origen (Tukhral 1996, p. 1500-1503).
202
pueden ser comprendidos en su real dimensión sin analizar tanto los diferentes recursos
y capacidades de los reubicados como los riesgos y oportunidades que ofrece el contexto
socio económico más amplio (United Nations 1991). Un estudio de largo plazo sobre
migración en Nepal (Poertner, Junginger y Müller-Böker 2011) subraya la importancia
de analizar tanto el género como la edad para determinar las diferentes formas y lazos
que crean las estrategias de migración en el ciclo de vida de una familia. De acuerdo a los
autores, si bien la migración afecta las redes de las mujeres ligadas a actividades agrícolas y
domésticas, ella abre oportunidades para financiar la educación de los hijos quienes luego
sostienen las estrategias de movilidad de sus propios hijos. Luego de tres generaciones, la
forma espacial del proceso de migración familiar es similar a una red que une la casa rural
original con los pueblos y ciudades cercanos. La primera provee un seguro para el retiro
(y símbolos culturales de identidad) y las otras empleo y educación. La revisión biblio-
gráfica previa subraya la necesidad de analizar no solo cómo los recursos son manejados
de acuerdo al género, sino cómo esta apropiación cambia entre generaciones en contextos
más amplios regionales y nacionales.
En el presente artículo me voy a concentrar en responder a la pregunta ¿cuáles son los posibles
impactos diferenciados en género y edad en el contexto de una reubicación minera? Para ello,
abordaré la relación entre recursos claves para la subsistencia (tierra, educación, empleo), su
apropiación de acuerdo a género y edad en el Perú y los posibles efectos que el desplazamien-
to y la reubicación pueden crear en estas relaciones, a partir de un estudio de caso.
Incluso antes de este boom minero, en 1982, el gobierno peruano expropió un sector
de la comunidad campesina de Antaycama a favor del proyecto minero Tintaya en
Cuzco, desplazando a 86 familias. Entre 1992 y 1998, Yanacocha, la más grande em-
presa de oro de Sudamérica, adquirió tierra y reubicó a más de 500 familias. En 1999,
Antamina, la empresa minera más grande del Perú, reubicó a 186 familias de pastores
y agricultores. Actualmente Toromocho, un proyecto minero de cobre ubicado a solo 4
horas de Lima, se encuentra reubicando a más de 6000 habitantes en un nuevo pueblo.
Las Bambas, otro proyecto de cobre se encuentra reubicando a aproximadamente 700
familias en la sierra sur de Apurímac.
203
Estas reubicaciones generan una serie de riesgos sociales que han sido descritos por
especialistas (Cernea 1995) y la banca de desarrollo (Asian Development Bank 2003;
World Bank 2004; IFC 2002). En el Perú, la negociación por compra de tierras y las
reubicaciones ocurren en un contexto social que desfavorece a las mujeres en relación
a los hombres en zonas rurales. La tasa de analfabetismo femenino es tres veces más
alta que la masculina (33,9% versus 11,0%); las mujeres estudian menos años que los
hombres en zonas rurales (6,6 años versus 7,4 años) y tienen un ingreso menor (US$
104 versus US$ 184) (Ruiz Bravo y Castro 2011). Acceso al crédito, asistencia técnica
y agua, entre otros recursos clave para valorizar la tierra, son también limitados para las
mujeres debido a su más baja educación formal que les dificulta participar como bene-
ficiarias de proyectos de desarrollo agropecuarios (Deere y León 2000; Cerruti 2007).
En este contexto, las compras de tierras y reubicaciones de las empresas mineras pue-
den generar un conjunto de impactos diferenciados entre hombres y mujeres que afec-
tarían más a estas últimas. Las mujeres al tener menos recursos educativos no podrían
acceder a las oportunidades laborales que ofrecen estos proyectos y perderían la tierra
que está a la base de las actividades agropecuarias para las cuales están más capacitadas.
2. El caso Tintaya1
La mina Tintaya está localizada en el sur del Perú, en la región Cuzco, provincia de
Espinar. El proyecto fue originalmente desarrollado por la Empresa Minera Especial de
1 Entrevisté a 26 jefes de familia (de unas 86 familias cuyas casas y tierras fueron expropiadas) para saber
cómo experimentaron el proceso de expropiación y cuáles fueron los impactos posteriores. También ob-
tuve estudios previos sobre la región y sobre este proyecto minero en particular así como documentos de la
comunidad campesina de Tintaya Marqui, acerca de los procesos de expropiación y posterior reubicación.
204
Tintaya, una compañía estatal, a inicios de los años 80. En esa época, la Constitución
peruana permitía la expropiación de tierras para actividades mineras por lo que este
proyecto inició un proceso expropiatorio en un sector de la comunidad campesina de
Antaycama conocido como Tintaya. Más de 2300 hectáreas fueron solicitadas por la
empresa para su expropiación por el proyecto minero (De Echave y otros 2009, p. 129).
Un entrevistado me contó sus memorias de ese día: «Yo tenía 15 años, muy joven.
Sorpresivamente, ellos vinieron con camiones y tractores. Nos dijeron que deberíamos
irnos. Echaron abajo la casa. Les dijimos, “a dónde vamos a llevar nuestras ovejitas?”.
“No importa hermano, no importa”, decían. De un día al otro, ellos tiran tu casa abajo.
¿A dónde podíamos ir? Yo viví esos momentos con desesperación».
Un propietario privado donó un espacio al lado del Proyecto minero y las familias se
movieron allí (este lugar se ha convertido en un pueblo que se llama desde entonces
Tintaya Marquiri). Construyeron sus casas sin ayuda de la mina. Este desplazamiento
trajo la pérdida de todos los pastos y tierras de cultivo de este grupo de familias. Du-
rante este proceso, se les ofreció trabajos permanentes en la mina y la creación de ne-
gocios que serían subcontratados por el proyecto minero en servicios como transporte,
restaurantes y seguridad. De acuerdo a los entrevistados, todas las familias desplaza-
das obtuvieron trabajos temporales durante la construcción del proyecto minero. Pero
cuando la mina comenzó a operar, los empleos se volvieron muy limitados y aquellos
disponibles eran solo temporales y de baja calificación.
La mina fue privatizada (como todas las actividades mineras en el Perú) a inicios de los
años noventa. La población en el área inició en esta época una serie de demandas acu-
sando a la mina de contaminación de la tierra y el agua y reclamando compensaciones.
La mina fue violentamente invadida por la población en 1990 y en el 2001 (De Echave
y otros 2009). Una de las demandas era la reubicación de la población originalmente
expropiada. En el 2002 el nuevo operador, BHP Billiton, decidió reubicar a aquellos
que fueron desplazados originalmente junto con otro grupo de familias cuyas tierras
eran requeridas para la expansión de la mina.
205
La empresa estudió diversas opciones en consulta con líderes comunales y ONG. Fi-
nalmente se escogieron tres lugares: Copachuyo, Jayuni y Buenavista. Estos lugares
han permitido a las familias retomar sus actividades ganaderas pero a un alto costo.
Ninguno de estos lugares tiene servicios de salud (tema clave pues la mayoría de jefes
de familia son ahora ancianos), colegios o sistemas de comunicación y transporte (solo
unas pocas familias fueron ubicadas cerca de carreteras). Con la excepción de Copa-
chuyo, a estas familias no se les proveyó de casas y por lo tanto tuvieron ellas mismas
que construir viviendas donde dormir y comer. Algunos entrevistados se quejaron de
que los líderes de la comunidad que negociaron la reubicación tomaron las tierras de
mejor calidad y las más accesibles desde la carretera.
Uno de los impactos más importantes que pude observar fue el de la ruptura de redes
familiares. Todas estas familias mantienen una casa en Tintaya Marquiri, a las afueras
de la mina, pues es allí donde sus hijos e hijas pueden seguir sus estudios en las escuelas
locales o los institutos técnicos de la capital provincial de Espinar (ubicada a solo 15
minutos de Tintaya Marquiri). Todas las oportunidades de trabajo se encuentran tam-
bién en la mina y en Espinar. La familia se tiene entonces que dividir para aprovechar
las oportunidades del nuevo entorno: un jefe de familia, generalmente la madre, se
queda en el campo (Copachuyo, Jayuni y Buenavista) administrando el ganado de la
familia. El otro jefe se queda en Tintaya para cuidar a los hijos e hijas y para trabajar
en la mina u otros negocios.
Esta situación ha creado un fuerte stress para las familias que deben vivir y trabajar de
forma separada. Algunos matrimonios se han roto luego de que los maridos comienzan
nuevas relaciones en sus lugares de vivienda y trabajo. Mientras tanto la cantidad de
trabajo se incrementa para aquellos que se quedan solos en el campo (especialmente
mujeres). Las tierras fueron adquiridas sin considerar la infraestructura y servicios ne-
cesarios de salud, educación, transporte y comunicaciones, dejando a los reasentados
en condiciones precarias.
En relación a la actividad principal, se observa que las mujeres tienen una mayor
proporción de participación en ganadería, servicios generales y comercio. Por
otro lado, los hombres son predominantes en las actividades de transporte (cho-
fer), maquinaria pesada, minería, soldadura y mecánica (Gráfico 2).
206
404.
30 Sexo
Hombre
Mujer
20
Recuento
10
0
Sin nivel
inicial
Primaria
incompleta
Primaria
completa
Secundaria
incompleta
Secundaria
completa
Sup. no univ.
incompleta
Sup. no univ.
completa
Sup. univ.
incompleta
Sup. univ.
completa
Elaboración propia.
Hombre
10 Mujer
Recuento
0
Agro
Chofer
Comercio
Construcción
Eventual
Ganado
Maquinaría
pesada
Minería
Taxista
Técnico
Soldador
Servicios
Generales
Quesería
Obrero
Mecánico
Elaboración propia.
207
Al comparar los años de estudios de acuerdo a grupos de edad vemos que las personas
ancianas (60 años a más) tienen una alta proporción en las categorías con menos años
de estudios, especialmente «primaria incompleta». Los adultos (de 25 a 59 años) parti-
cipan de casi todos los niveles educativos pero comparten con los más jóvenes (14 a 24
años) las categorías con los mayores años de estudios (Gráfico 3).
De 14 a 24 años
(jóvenes)
20
De 25 a 59
Recuento
(adultos)
De 60 años a más
(ancianos)
10
0
Sin nivel
Inicial
Primaria
incompleta
Primaria
completa
Secundaria
incompleta
Secundaria
completa
Sup. no univ.
incompleta
Sup. no univ.
completa
Sup. univ.
incompleta
Sup. univ.
completa
Elaboración propia.
Estos datos nos indican que en Tintaya existe una fuerte asociación entre género y ni-
vel educativo y género y ocupación. Las mujeres tienen un menor nivel educativo que
los hombres y sus actividades laborales están ligadas a la ganadería, el comercio y los
servicios. Los hombres tienen un mayor nivel educativo y obtienen trabajos en oficios
ligados al proyecto minero (operario minero, transporte, metalmecánica, etc.). La edad
juega a la vez un rol importante pues vemos que a mayor edad los entrevistados tienen
menos educación y se dedican principalmente a actividades ganaderas.
En relación al factor educación, una de nuestras hipótesis es que en las últimas décadas
la llegada de los servicios del Estado habría reducido las brechas de género en este tema.
Por ello decidimos comprobar si las correlaciones entre género y educación, persistían
208
al controlarse por edad. El análisis nos mostró que efectivamente la relación entre gé-
nero y educación es significativa, pero solo entre adultos y ancianos, no así entre los
jóvenes (Gráficos 5, 6 y 7).
12,5
De 14 a 24 años
10,0 (jóvenes)
De 25 a 59
Recuento
7,5 (adultos)
De 60 años a más
5,0 (ancianos)
2,5
0
Agro
Chofer
Comercio
Construcción
Eventual
Ganado
Maquinaría
pesada
Minería
Taxista
Técnico
Soldador
Servicios
Generales
Quesería
Obrero
Mecánico
Elaboración propia.
10 404.
Sexo
8
Hombre
Mujer
6
Recuento
0
Secundaría Secundaría Sup. no univ. Sup. no univ. Sup. Sup.
incompleta completa incompleta completa universitaria universitaria
incompleta completa
Elaboración propia.
209
20 404.
Sexo
15
Hombre
Mujer
10
Recuento
0
Sin nivel Primaria Primaria Secundaria Secundaria Sup. no univ. Sup. no univ.
incompleta completa incompleta completa incompleta completa
Elaboración propia.
6 404.
Sexo
5
Hombre
4 Mujer
Recuento
0
Sin nivel Primaría Primaria Secundaria Secundaria
incompleta completa incompleta completa
Elaboración propia.
210
Entre los jóvenes (Gráfico 5), persisten las diferencias por género en el nivel secundario
mas no posteriormente donde incluso las mujeres aparecen con los únicos casos de
educación universitaria completa. Entre los entrevistados adultos y ancianos, la rela-
ción de género y educación es progresivamente fuerte. Entre los ancianos las mujeres o
no tienen ninguna educación o tienen a lo mucho primaria incompleta. Los ancianos
hombres en cambio tienen algún tipo de educación escolar, desde primaria incompleta
hasta secundaria completa.
Si como vimos, la reubicación en Tintaya separó a las familias entre aquellos que
trabajan la ganadería en tierras lejanas y aquellos que se quedan en zonas semiurbanas
vecinas a la mina para obtener trabajos y servicios, podemos afirmar que este impacto
es diferencial por género y por edad. Son mayoritariamente las mujeres quienes se en-
cuentran alejadas de sus familias en los ámbitos rurales dedicadas a la ganadería, espe-
cialmente las ancianas. Estas diferencias irían disminuyendo entre los jóvenes a medida
que las mujeres van adquiriendo educación al igual que los hombres.
Discusión
Recursos y género
La división familiar entre jefes de hogar que se trasladan a la ciudad y jefas de hogar
que se quedan en el campo es consistente con los estudios en Latinoamérica sobre los
procesos de «feminización» de la tierra en los cuales los hombres salen a las ciudades y
pueblos a trabajar en minas o empleos urbanos junto a los hijos que buscan educarse.
Las mujeres se quedan entonces solas, administrando el bien más pobre de la familia
(De la Cadena 1991; Deere y León 2000). En este contexto, la adquisición de tierras y
las reubicaciones debido a proyectos mineros crea un conjunto de impactos particular-
mente desfavorables para las mujeres. Esta afirmación, sin embargo, debe ser matizada
al incluir la variable edad.
211
Recursos y edad
En las encuestas resalta un dato importante: mientras que una gran parte de los an-
cianos son analfabetos y han recibido, en general, pocos servicios del Estado, sus hijos
tienen en su mayoría secundaria completa y estudios técnicos. Las madres jóvenes,
particularmente, señalan haber recibido diversos programas de salud que sus madres no
tuvieron y muestran niveles educativos similares a los de los hombres.
Esta información indica que existe un cambio generacional importante en cuanto ac-
ceso a la educación y a la salud. Estos cambios son parte de un proceso más extenso de
reducción de la pobreza e incremento de los servicios a nivel nacional (INEI 2013a y
2013b). Los impactos de las reubicaciones varían entonces dependiendo de los recursos
disponibles para diferentes generaciones.
Las diferencias de género señaladas anteriormente son menos claras entre las genera-
ciones más recientes. Como hemos mostrado, existen muchas menos diferencias en
el acceso a la educación entre mujeres y hombres jóvenes. En algunas entrevistas se
observa que incluso un grupo de hijas de los reubicados tienen hoy puestos de trabajo
en la mina. El mayor acceso de los jóvenes a la educación crea nuevas oportunidades
de empleabilidad.
Estos resultados iniciales son coincidentes con algunos de los estudios reseñados al
inicio y que plantean cómo una relocalización no puede ser comprendida sin analizar
el contexto institucional y económico regional y nacional que ofrece tanto oportuni-
dades como obstáculos al desarrollo de las familias (Gaetano 2008; United Nations
1991). Adicionalmente se evidencia la importancia de estudiar los cambios en recursos
y habilidades de las personas a lo largo de diferentes generaciones (Poertner, Junginger
y Müller-Böker 2011). En el caso peruano la expansión del Estado y sus servicios ha
ayudado a reducir diferencias de género y ocupacionales que reducen la vulnerabilidad
de las mujeres del campo en un contexto de pérdida de tierras y reubicación y aumen-
tan sus posibilidades de inserción en el mercado laboral.
212
Una particularidad de las reubicaciones mineras es que estos proyectos cuentan con
importantes recursos para dotar a los desplazados de empleo, obras de desarrollo y di-
versas medidas que pueden promover su desarrollo. Las poblaciones que actualmente
negocian sus tierras con los nuevos proyectos mineros, saben que no existen los me-
canismos expropiatorios como los que sufrieron los pobladores de Tintaya. Por ello
negocian condiciones mucho más favorables que incluyen no solo tierras agrícolas,
sino viviendas cerca de la mina, empleo permanente para los hijos de los reubicados,
contratación obligatoria a empresas locales, diversos proyectos de desarrollo y, sobre
todo, un alto precio por cada hectárea.
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214
Antecedentes y contexto
1 Ver Documento final de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible
(RIO+20) (Naciones Unidas 2012) y el Report of the Ad Hoc Working Group on the Durban Platform
for Enhanced Action (Naciones Unidas 2014).
2 Ver el Reporte del Panel de Expertos a la Segunda Reunión Preparatoria del Comité de la Conferencia
de las Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible (Naciones Unidas 2011).
215
MA, una economía verde es aquella que «mejora el bienestar del ser humano y la equi-
dad social, a la vez que reduce significativamente los riesgos ambientales y las escaseces
ecológicas» (UNEP 2011). Entonces, el modelo económico actual, contaminante y de
un uso ineficiente de recursos denominado modelo «marrón», debe ser reemplazado
por uno más limpio, con menor emisión de carbono a la atmósfera y de un uso eficien-
te de los recursos del planeta, que permita el crecimiento de la producción, el empleo y,
simultáneamente, la reducción de la pobreza. De este modo, el objetivo de la economía
verde es ser una herramienta que contribuya al desarrollo sostenible.
El término «economía verde» fue mencionado por primera vez en el título del texto del
Profesor David Pearce (1989) Blueprint for a green economy (Guía para una Economía
Verde). El término fue utilizado por Pearce solamente para resaltar la importancia que
tiene la valorización del medio ambiente para la toma de decisiones de los agentes eco-
nómicos con el fin de lograr el desarrollo sostenible.
Es recién a partir de la crisis del año 2008/2009 cuando se introduce una nueva inter-
pretación acerca del «enverdecimiento» de la economía. En el año 2009, Stern y Ed-
enhofer (2009) presentaron a los países del G20 un documento con recomendaciones
de política para la crisis económica donde proponen planes de recuperación «verdes».
Para los autores, la crisis económica actual debe tomarse como una oportunidad para
afrontar la crisis climática en ascenso. Las políticas económicas deben tener el objetivo
216
217
3 Se refiere a las inversiones y la cooperación para proyectos en temas de eficiencia energética, energías
renovables, manejo sostenible de la tierra, agricultura sostenible, entre otros.
218
Ante el creciente estrés hídrico, en los países en desarrollo y, en particular, en los países
andino - amazónicos, hay experiencias que muestran cómo las economías campesinas
pueden y están logrando adaptarse con éxito a los cambios climáticos (Llosa, Pajares y
Toro 2009). Prueba de ello es que han adecuado sus técnicas de producción a la conser-
vación de especies y manejo de cultivos en diferentes pisos altitudinales en los Andes.
En general, el desafío está en evaluar las condiciones hídricas y climáticas a nivel local,
donde se ubican las poblaciones más vulnerables, y en el desarrollo de capacidades de
los gobiernos locales para la implementación de planes y proyectos que potencien las
adaptaciones espontáneas. El Fondo de Adaptación y el Plan Nacional de Adaptación
deben promover la investigación de la variabilidad climática en localidades rurales de
los Andes y Amazonía peruana, y centrar su apoyo en las realidades locales más pobres
y vulnerables a los efectos del cambio climático, en especial a los impactos de los even-
tos climáticos extremos que ponen en riesgo la seguridad alimentaria.
En los países andino-amazónicos existen diversas experiencias que muestran cómo las
comunidades indígenas y nativas han sido capaces de conjugar el cuidado de especies
forestales y el desarrollo productivo (Llerena y otros 2010). El caso de la Reserva Co-
munal Yanesha en la Selva Central del Perú, es uno de los pocos ejemplos en bosques
tropicales en el mundo donde pueblos indígenas han alcanzado un nivel de manejo
forestal sostenible. En contraste, el aprovechamiento empresarial de la actividad agrí-
cola ha puesto énfasis en la producción de cultivos ligados a mercados más rentables y
dinámicos. De igual manera, ha buscado aumentar los rendimientos de cada hectárea
de suelo para poder maximizar sus ingresos.
Estos dos sistemas de producción, además de presentar un mundo con fracturas socia-
les, expresan las tensiones que afronta la actividad productiva en la Amazonía peruana
en el tránsito hacia una economía verde. Entre los principales problemas que se enfren-
tan están el desempleo, la pobreza rural extrema y los procesos de degradación ambien-
tal inducidos por la agricultura migratoria y los proyectos de producción de gran escala
sin una planificación adecuada. Y una de las dinámicas más importantes que enfrentan
los diferentes productores es la ampliación de las actividades ilegales. La tala ilegal, la
expansión de la coca y la minería ilegal aurífera no solo representan riesgos ambientales
en la Amazonía peruana por la pérdida de bosque y contaminación de agua, si no que
implica la movilización forzosa de poblaciones indígenas de sus territorios e imagina-
rios, y el perjuicio de su seguridad alimentaria. Además involucra otras actividades ilí-
citas como la trata de personas y prostitución que llevan al detrimento de la condición
humana de las poblaciones. Esta situación es uno de los problemas principales a los que
el Perú tiene que hacerle frente para lograr un desarrollo sostenible.
219
Por otro lado, la economía campesina si bien ha logrado disminuir los impactos de
su actividad en términos de emisiones y, a la vez, ha mostrado ser capaz de adaptarse
al cambio climático, por lo general todavía no ha obtenido una rentabilidad adecua-
da que permita a sus miembros alcanzar un nivel de desarrollo deseable (Santa Cruz
2002), siendo un reto por enfrentar todavía la proyección de experiencias locales a
economías de escala. Sin embargo hay experiencias relevantes, como la iniciativa Sierra
Productiva en los Andes peruanos, donde a partir de la combinación de conocimientos
tradicionales (ofrecidos por técnicos campesinos llamados en quechua como Yachachiq
los conocedores o sabios) con tecnologías modernas se ha logrado no solo generar
mayores ingresos para las familias campesinas sino también conservar el patrimonio
natural. Así mismo, en los países andinos se ha potenciado la producción campesina a
través de cadenas productivas que articulan a los pequeños productores con el mercado
nacional e internacional.
Para lograr un tránsito efectivo hacia una economía verde y al desarrollo sostenible, es
necesario no solo el reconocimiento y respeto a la pluriculturalidad, sino el aprovecha-
miento adecuado de todo su potencial. Para ello, una primera cuestión es garantizar la
integridad, seguridad y desarrollo de las poblaciones campesinas y nativas, y de los pue-
blos originarios, de sus actividades (pesca, caza, recolección, agricultura, entre otras),
220
así como de sus territorios. Asimismo, se debe garantizar la protección de las reservas
territoriales y de las Áreas Naturales Protegidas como parte de una política de gestión
territorial.
En última instancia los dilemas del desarrollo sostenible requieren que los países defi-
nan con claridad las reglas de acceso y uso de los recursos naturales, para lo cual deben
consolidar los diferentes instrumentos disponibles para otorgar mayor seguridad de te-
nencia a los productores, así como optimizar el aprovechamiento de largo plazo de los
recursos (The World Bank 2008). En ese sentido, las políticas relacionadas a la gestión
territorial son precondición del lanzamiento de una economía verde, de tal manera
que las múltiples actividades económicas se desarrollen de manera compatible con una
visión compartida del uso del territorio.
En la región de América Latina se viene trabajando desde hace más de una década en
el enfoque del desarrollo territorial rural (DTR), integrando la transformación produc-
tiva (competitividad) con la transformación institucional (descentralización y demo-
cracia) y la gobernanza ambiental (conservación del capital natural a través del proceso
de ordenamiento territorial y sus instrumentos). Los países miembros de la Organiza-
ción del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA) han implementado con bastante
éxito los primeros ejercicios participativos de zonificación y planes de ordenamiento
territorial en los ecosistemas de bosques tropicales. En el caso de la Amazonía peruana,
la Región San Martín es uno de los pocos ejemplos donde un instrumento de plani-
ficación como la Zonificación Ecológica Económica es parcialmente utilizado como
insumo en la toma de decisiones tanto a nivel provincial (meso) como a pequeña escala
(micro). El escaso uso de los instrumentos de ordenamiento territorial hace evidencia
de la prevalencia de dos desafíos: 1) ¿Cómo asegurar que los instrumentos del orde-
namiento territorial sean consultados en la toma de decisiones sobre el territorio? 2)
¿Cómo gestionar el territorio de manera que los territorios de comunidades y sus usos
sean compatibles con el desarrollo de proyectos de inversión en industrias extractivas
e infraestructura?
221
El balance energético que poseen los biocombustibles es notablemente mayor que el de los
combustibles fósiles. De esta manera, algunos países fomentan su uso para disminuir las
emisiones de CO2 y a la vez dinamizar la economía de los lugares en los que se producen.
Sin embargo, se presenta un conjunto de posibles efectos colaterales. Entre los más resal-
tantes están la concentración de la tierra y algunos problemas con la seguridad alimentaria
(Conforti 2011). El primer efecto es resultado de los incentivos propuestos. Una actividad,
con rendimientos de escala creciente y con un mercado amplio llevará, necesariamente, a la
búsqueda y expansión de mayores cantidades de tierra. El resultado lógico del mercado será
una concentración de tierras, —que ya se está produciendo— limitando así el desarrollo
de aquellos que no puedan acceder a este factor de producción. Existen evidencias de que
el corolario, además del crecimiento económico, es la degradación de los suelos con una
creciente desigualdad que da origen a nuevos conflictos sociales.
222
vienen dando a una velocidad muy lenta, inclusive en países de altos niveles de ingreso,
es necesario contar con una estrategia escalonada, iniciando por la renovación del par-
que automotor y una política de ordenamiento del transporte.
Las causas de la crisis económica y financiera actual en los países desarrollados hay que
encontrarlas precisamente en los patrones de consumo imperantes. Esto presenta una
oportunidad para que tanto consumidores como productores cambien sus prácticas a fin
de estar en condiciones de transitar hacia sociedades con baja emisión de CO2. Frente
a ello, diversos productores están aumentando su capacidad de almacenamiento virtual
y mejorando la logística en los modelos de producción, mientras que los consumidores
buscan productos más multifuncionales y en algunos casos, ecoamigables. En este proce-
so ya se puede observar un diferencial en el pago por productos orgánicos, ecoamigables o
«verdes» frente a productos contaminantes. Los casos del banano y café orgánico (Tudela
2007), los diferentes ejemplos de certificación de productos forestales provenientes de
bosques tropicales manejados de manera sostenible son algunos ejemplos de este proceso.
Estos cambios en los patrones de producción y consumo deben estar orientados a dismi-
nuir los niveles de pobreza y desigualdad a través del consumo de bienes y servicios que
logren satisfacer sus necesidades pero utilizando la menor cantidad de recursos.
223
Por otro lado, a través del decreto legislativo 1002, Ley de Promoción de la Inversión
en Generación de Electricidad con el uso de Energías Renovables (2008), se promueve
el aprovechamiento de los Recursos Energéticos Renovables (RER) para mejorar la
calidad de vida de la población y proteger el medio ambiente, mediante la promoción
de la inversión en la producción de electricidad. Así, a fines de 2014, OSINERMING
a través de subasta pública seleccionó a Ergon Perú como la empresa encargada de
proveer electricidad, a través de paneles fotovoltaicos, a localidades que actualmente
224
no se encuentran conectadas a la red eléctrica en las zonas norte, centro y sur del país.
Se estima que cerca de medio millón de familias podrían ser beneficiadas a través de la
electrificación de viviendas, puestos de salud y escuelas ubicadas en zonas rurales aisla-
das y en la frontera del país. De acuerdo con las bases de la subasta, la empresa deberá
instalar, operar y hacer mantenimiento por 15 años hasta 500 000 equipos fotovoltai-
cos (paneles solares). En este caso también se desconoce cuál será el impacto de estos
paneles en la mejora de la población seleccionada, pero es un proyecto que valdría la
pena seguir para evaluar el efecto social y económico de su instalación.
Por el momento, la Iniciativa PAGE Perú se encuentra en una fase inicial de identifi-
cación de los elementos de base sobre los cuales se puede construir un modelo de de-
sarrollo basado en el paradigma de crecimiento verde. Esto involucra la identificación
de áreas prioritarias para el crecimiento verde en el Perú, el análisis de políticas públicas
verdes y sus impactos, identificación de grupos de intereses para la construcción de un
modelo de desarrollo verde y, por último, la elaboración de un plan de acción (2015-
2016) para la intervención de PAGE en el Perú. Sin embargo, los desafíos planteados
líneas arribas se mantienen, y varias decisiones políticas de los últimos años no parecen
encaminarse en el rumbo de la economía verde. Aquí ilustramos nuestra hipótesis con
algunos ejemplos.
225
fecha no existe tal nivel de integración. Tampoco se tiene certeza de que las decisiones
de proyectos de inversión relacionadas a nuevos permisos de usos de agua sean tomadas
bajo una visión transectorial ni bajo consensos con los diversos actores involucrados.
Evidencia de esto es que gran parte de los conflictos sociales están vinculados al tema
de los recursos hídricos, su disponibilidad y calidad. En 2014, el ex Secretario General
de la ANA detalló que en la institución existían alrededor de 600 expedientes en cartera
vinculados a conflictos por licencias de uso de agua, trámites de Estudios de Impacto
Ambiental (EIA), autorizaciones de obras de agua, administración de recurso hídrico,
entre otros (Barja 2014). La mayoría de estos conflictos se debe a la contraposición de
las demandas de agua de grandes empresas (agroindustrias, mineras, entre otras) con
las necesidades de agua productivas y de consumo de poblaciones.
Por otro lado, existen diversos proyectos y programas públicos, privados y de asocia-
ción público-privadas que están invirtiendo en la adaptación de poblaciones vulnera-
bles frente a la escasez de agua, variaciones de temperatura y precipitaciones, y a los
eventos extremos4. Incluso existe el Proyecto «Inversión Pública y Adaptación al Cam-
bio Climático» (IPACC)5 donde trabajan en cooperación el Ministerio de Economía
y Finanzas (MEF), el Ministerio del Ambiente (MINAM) y el Ministerio de Agricul-
tura (MINAG) para incorporar en el Sistema Nacional de Inversión Pública (SNIP)
criterios de adaptación al cambio climático y apoyar a los formuladores y evaluadores
de proyectos de inversión pública en su implementación. El aún componente relega-
do es la investigación de la condiciones hídricas y las variaciones de las condiciones
climáticas que permitan identificar los impactos futuros en los sistemas de vida de las
poblaciones vulnerables. Con esta información se puede determinar con mayor exacti-
tud cuáles son las prácticas de adaptación más adecuadas para que estos sistemas sean
resilientes frente a las variaciones futuras.
Por tanto, superar la crisis y estrés hídrico que enfrenta y enfrentará el Estado en un
contexto de cambio climático, no depende del contexto económico, depende de una
decisión política. Una decisión que impulse a las leyes y sistemas ya existentes a con-
cretar los objetivos para los que fueron creados. Una decisión política que promueva
proyectos con consensos multisectoriales y con todos los actores involucrados, y que
continúe incentivando los proyectos de inversión pública relacionados a la reducción
de la vulnerabilidad y la potenciación de la adaptación frente a las variaciones del clima.
4 Ver Inventario Nacional de Buenas prácticas de adaptación al cambio climático (MINAM - Ministe-
rio del Ambiente).
5 El proyecto se ejecuta por encargo del Ministerio Federal de Medio Ambiente, Protección de la Natu-
raleza, Obras Públicas y Seguridad Nuclear (BMUB) de Alemania, con fondos procedentes de la Iniciativa
Internacional de Protección del Clima (IKI).
226
Al ser el Perú país Parte de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio
Climático (CMNUCC) tiene el compromiso, dentro de sus Contribuciones Naciona-
les, de tomar medidas para la reducción de las emisiones de Gases de Efecto Inverna-
dero (GEI). Uno de los sectores priorizados es el Forestal (USCUSS)6 por ser uno de
los mayores emisores de GEI (PLANCC 2013), de acuerdo al Inventario Nacional del
2010. Sin embargo, a nivel sectorial se vienen otorgando permisos para que una vez
comprobada la aptitud agrícola del suelo, se pueda hacer el cambio de uso de suelo de
forestal a agrícola; es decir, existe un mecanismo legal que permite eliminar la cobertura
boscosa para el desarrollo de cultivos. Un caso de fuerte debate en la actualidad es el de-
sarrollo del cultivo de palma a gran y pequeña escala, sobre todo la primera, dado que
un aproximado de 100 000 hectáreas, donde la mayoría es bosque, han sido solicitadas
para nuevos proyectos por grandes empresas que ya han generado deforestación a través
de sus plantaciones agroindustriales. La producción de palma a pequeña escala también
necesita ser analizada, debido a que su expansión también puede llevar a la reducción
de los montes y bosques dentro de las parcelas, incluso en comunidades nativas, y a la
migración a tierras con bosque para el desarrollo del cultivo.
6 Al sector Forestal se le denomina USCUSS (Uso de Suelo, Cambio de Uso de Suelo y Silvicultura).
227
Perú se ha colocado como el primer productor, pero tiene competidores en los mismos
países que son su mercado; incluso los pequeños productores compiten con los grandes
productores a nivel nacional. A su vez, la demanda y precios del mercado ha generado
un detrimento del autoconsumo de quinua en los productores y en el mercado local,
generando problemas de seguridad alimentaria y excedentes de producción. Esta si-
tuación permite cuestionar la sostenibilidad de la cadena de la quinua y de cualquier
cultivo nativo que quiera ser integrado al mercado como alternativa frente a la pobreza.
Muestra la necesidad de un enfoque integrado que no solo revalore e incentive la pro-
ducción de cultivos nacionales, sino que también tome en cuenta temas de seguridad
alimentaria, desarrollo de capacidades, patentes, mercado, entre otros, para ser real-
mente una alternativa de desarrollo.
Gran parte del origen de los desencuentros sectoriales en la toma de decisiones sobre el
territorio peruano, se debe a la inexistencia de una concepción integral del territorio a
nivel del Estado y de una institución que lo contemple como tal. Así tenemos a nivel
estatal una multiplicidad de instrumentos (planes de acondicionamiento territorial,
planes de desarrollo, planes de adecuación, planes de ordenamiento territorial, entre
otros) que son elaborados y aplicados de acuerdo a los criterios de cada nivel de gobier-
no (regional, provincial y distrital), y cuyos resultados no han tenido efectos eficaces en
la toma de decisiones sobre el territorio ni en la reducción de la degradación ambiental
y los conflictos socioambientales.
Frente a ello, el Foro del Acuerdo Nacional formuló la Política de Estado número 34,
denominada Ordenamiento y Gestión Territorial7, que busca impulsar este proceso a
través del conocimiento y la investigación de la diversidad del territorio y la sostenibi-
lidad de sus ecosistemas; en la articulación intergubernamental e intersectorial; en el
fomento de la iniciativa pública y privada; y en la promoción del diálogo, la participa-
ción ciudadana y la consulta previa a los pueblos originarios.
7 Acta de la reunión Nº 106 del Foro del Acuerdo Nacional. 24 de setiembre de 2013.
8 Ley 30230. Ley que establece medidas tributarias, simplificación de procedimientos y permisos para
la promoción y dinamización de la inversión en el país.
228
ley también vulnera las tierras de comunidades, dado que a través de «procedimientos
especiales» se puede expropiar las tierras para entregarlas a las compañías mineras, pe-
troleras, proyectos de infraestructura y grandes inversionistas. Por tanto, este paquete
de normas limita la capacidad de la Política 34 de vencer los desafíos planteados.
Con lo que respecta a los patrones de consumo, en la actualidad los productos «ecoami-
gables» y/o «orgánicos» tienen un nicho de consumo muy pequeño, dado que tienen
un costo mayor; y el consumidor promedio no puede permitirse este tipo consumo.
Así por ejemplo, por más que se conoce que el arroz producido en la costa peruana
desperdicia grandes cantidades de agua para su cultivo, continúa siendo uno de los
alimentos con mayor demanda dado su precio. Además, el consumo de productos
«ecoamigables» muchas veces no responde por parte del consumidor a una preocupa-
229
ción por el medio ambiente, sino a una idea de que son productos más sanos. En este
caso el desafío puede ser superado si hay una concientización de lo que implican estos
productos, pero también implica que estos productos sean accesibles a la mayoría de
consumidores.
Los contextos económicos y sociales, las políticas nacionales y las sectoriales eviden-
cian que aún estamos lejos de compatibilizar los intereses de la generación de empleo
e inversión, con los de la erradicación de la pobreza y condiciones mínimas para la
sostenibilidad del desarrollo. Bajo estos escenarios, mientras el Estado y los gobiernos
de turno no contemplen una visión integrada del territorio y una visión compartida de
la economía verde como herramienta para el desarrollo sostenible, los desafíos que la
economía verde plantea al Perú continuarán existiendo.
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Narda Henríquez. Doctora en Sociología por la École des Hautes Études en Sciences
Sociales. Profesora del Departamento de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad
Católica del Perú. (Sociología), Directora del Doctorado en Sociología y del Grupo
Interdisciplinario de Investigación en Conflictos y Desigualdades Sociales (GICO) en
la misma casa de estudios. Investigadora de la Comisión de la Verdad y la Reconcilia-
ción desde la Perspectiva de Género. Realiza investigaciones sobre la desigualdad social,
ciudadanía y movimientos sociales en el Perú.
Camilo León. Candidato a Doctor en Antropología por la École des Haute Études en
Sciences Sociales. Ha sido asesor de Relaciones Comunitarias del Ministerio de Energía
y Minas. Gerente de la empresa social Capital Group, gerente de Relaciones Comu-
nitarias de Sociedad Minera Cerro Verde y representante país de la iniciativa Clinton
Giustra para el desarrollo sostenible.
234
David Sulmont. Master en Sociología por la École des Haute Études en Sciences
Sociales. Profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad
Católica del Perú. (Sociología) y Director del Instituto de Opinión Pública en la misma
casa de Estudios. Especialista en técnicas de investigación y de análisis cuantitativo para
la investigación social desde una perspectiva comparada. Conduce investigaciones so-
bre el racismo y la etnicidad en el Perú y América Latina, el comportamiento electoral
y fenómenos de opinión pública.
235
Desigualdades enstats
View publication mundo globalizado.indd 236 22/03/2016 12:51:27 p. m.