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Aunque sin olvidar los precedentes ya indicados, se considera a Aristóteles como el fundador de la
Retórica, tal y como ha llegado hasta nuestros días. Igual ocurre en el ámbito de la Poética:
Aristóteles es el primer autor occidental que concede autonomía a la Poesía (Literatura), al
definirla como manifestación artística que se diferencia de otras -música, pintura...- por el
instrumento peculiar que emplea en sus creaciones: la lengua.
Aristóteles y la Retórica
Algunos autores clásicos -por ejemplo, Filodemo o Cicerón- afirman que Aristóteles inició sus
estudios retóricos como reacción a las enseñanzas de Isócrates (Kennedy, 1963: 190). Nosotros
opinamos que, aunque es cierto que en su juventud participó en la polémica de la Academia frente
a la Retórica de Isócrates se puede observar, ya desde el comienzo de su actividad docente, una
actitud propia algo diferente de la de su maestro Platón.
Si inicialmente Aristóteles, frente a las teorías de los sofistas, se identificó con algunas de las
enseñanzas de Platón, pronto defendió ideas contrarias a las de su maestro, y proclamó que la
Retórica era una verdadera ciencia y una epistéme. Uno de los propósitos de Aristóteles al
componer su Retórica, que parte del Gorgias y del Fedro platónicos, fue contrarrestar la baja
estimación a la que, tras los juicios de su profesor, había llegado. Aristóteles abrió una escuela de
Retórica en competencia con la de Isócrates, cuando aún era alumno de la Academia de Platón, y
es probable que el texto aristotélico sea una colección de apuntes de clase recogidos y publicados
por los alumnos, después de su muerte.
A nuestro juicio, el siguiente esquema de Murphy es uno de los que mejor resumen el contenido
de la Retórica aristotélica: Introducción (I, 1-3), Premisas materiales (I, 4-11,19), Formas de los
argumentos (II, 20-25), Lenguaje para la presentación de las pruebas (Estilo) (III, 1-12) y
Ordenación de las pruebas (III, 13-19) (Murphy, ed., 1983). Siguiendo a González Bedoya (1990, I),
podemos decir que la Retórica aristotélica es, en el libro I, una teoría lógica de los argumentos
objetivos; en el libro II, una psicagogía, es decir, una teoría de los argumentos subjetivos y
morales; y en el libro III, una teoría literaria de la elocución. Alfonso Reyes (1961) reduce el objeto
de la Retórica a dos temas fundamentales: el semántico o de asunto, que constituye un método
mental de la persuasión, y el formal o agencia oratoria, que consiste en un método del bien decir.
Aristóteles no admite la acusación de que los retóricos están más interesados por las palabras que
por sus contenidos referenciales y, en consecuencia, dedica parte de los dos primeros libros a
explicar los procedimientos mediante los cuales se pueden hallar argumentos. Abstrae los
principios y las normas de la práctica oratoria e intenta mostrar que la Retórica no es, como Platón
afirmaba, un mero «truco», sino un verdadero «arte», una disciplina sistemática que puede guiar a
los hombres en el hallazgo de medios y de instrumentos adecuados para la consecución de fines
nobles y de decisiones justas.
La Retórica es la facultad de considerar en cada caso lo que sirve para persuadir, este objeto no lo
comparte con ningún otro «arte», ya que cada una de las demás disciplinas abarca sólo la
enseñanza y la persuasión sobre un objeto específico, como la medicina que trata sobre la salud y
sobre la enfermedad, y la geometría sobre las propiedades de las magnitudes, y la aritmética
sobre el número, y, de modo semejante, las restantes artes y ciencias; la Retórica se ocupa, por el
contrario, de cualquier cosa dada, por así decirlo, parece que es capaz de considerar los medios
persuasivos en general, por eso decimos que no limita su estudio a ningún género específico
(Retórica, 1355, b, 23-35).
Como advierte J. Berrio (1983: 23), Aristóteles fue el primero que «la caracterizó [a la Retórica],
definió y completó definitivamente [...]; el sistema aristotélico posiblemente es, aún hoy, el mejor
tratado de retórica de que disponemos. Aristóteles ve la Retórica como una disciplina paralela a la
Dialéctica, estando las dos estrechamente relacionadas, a diferencia de lo que ocurría con Platón».
Como ha indicado Díaz Tejera (López Férez [ed.], 1988: 727), la función de la Retórica aristotélica,
cuya unidad de contenido es bastante clara, su meta, no es persuadir, sino facilitar los medios de
persuasión adecuados a cualquier argumento. La Retórica orienta en la búsqueda y hallazgo de
medios de persuasión sobre cada asunto. Estos medios dependen de cada uno de los tres factores
de la comunicación: el éthos del orador, el páthos del oyente, y el discurso.
La probabilidad
Las verdades universales, afirma, raramente son aplicables a los asuntos contingentes humanos, y
no siempre son verificables empíricamente. En este ámbito de conocimientos se incluyen la
Dialéctica y la Retórica. Las dos disciplinas se basan en verdades probables o verosímiles, y ambas
tienen un objeto general.
Las pruebas
La persuasión se obtiene por unos medios «suasorios» a los que da el nombre de «pruebas».
Pueden ser técnicos o extratécnicos. Los primeros son los testimonios y las confesiones. Los
segundos -leyes, contratos, testigos, torturas y juramentos- se refieren siempre al pasado, a
sucesos ya acontecidos y conocidos, cuyas circunstancias se deben establecer. Los medios técnicos
son los verdaderamente retóricos: el orador los extrae de su razón y los expone mediante su
palabra. Pueden ser objetivos y subjetivos.
Los medios de persuasión objetiva
En oposición a los silogismos lógicos y dialécticos -rígidos por su forma y necesarios en sus
conclusiones- los «entimemas» son razonamientos formalmente flexibles y de extensión variable:
los tres miembros del silogismo, a veces, se amplían y, casi siempre, se reducen. Se suelen
distinguir por su carácter conciso y sintético y, en general, por la elipsis del razonamiento
discursivo. Por el sentido, hay «entimemas» que afirman o declaran, y «entimemas» que niegan o
refutan.
Los tópicos
Se distinguen los «lugares comunes», caudal de conocimientos humanos generales, y los «lugares
específicos», conjunto de conocimientos de una determinada ciencia o doctrina. La tópica común,
más accesible y recomendable, se reduce a unas cuantas evidencias: lo posible y lo imposible, lo
existente y lo inexistente, lo más y lo menos, lo grande y lo pequeño, etc. Reciben el apelativo de
«comunes» por una doble razón: porque pertenecen al conocimiento común o general de todos
los hombres, aunque no sean doctos en ciencia alguna, y porque son, efectivamente, comunes a
los tres géneros retóricos. El adecuado conocimiento de los «lugares específicos» y su uso correcto
constituyen la tarea de los especialistas de las diferentes disciplinas particulares.
Aunque mejor sistematizada, Aristóteles repite la misma clasificación tripartita que habían
establecido los sofistas y, más concretamente, Anaxímenes de Lámpsaco en el mismo siglo IV a. C.
El ámbito y el estilo de cada uno de los tres géneros retóricos -deliberativo, judicial y epidíctico- -
están determinados por cuatro criterios: los contenidos de la tópica específica, el tiempo al que se
refiere, el lugar en el que se realiza y, sobre todo, el tipo de auditorio al que se dirige el discurso.
Los oyentes pueden ser los miembros de una asamblea política que determina el futuro de la
colectividad, o los jueces que intervienen en un proceso en el que se discute si un hecho se realizó
o no en el pasado, o, finalmente, los espectadores de una «oración» en la que el orador alaba o
vitupera un hecho o a una persona. Las dos primeras clases de auditorios tienen una característica
común: su juicio puede alterar una situación. La última clase está formada por los espectadores
que sólo se pronuncian sobre el talento del orador (Mortara Garavelli, 1991: 28).
Como ha mostrado Alfonso Reyes, la Retórica aristotélica se caracteriza por su índole pragmática,
es una disciplina práctica que aspira a influir persuasivamente en la audiencia. La acción retórica
propone una nivelación axiológica dirigida a la inteligencia y, también, al sentimiento. Por eso se
usan tanto los procedimientos lógicos como los estímulos psicológicos. En todos los casos, se trata
de convencer de que algo es bueno y de que algo es malo: el bien y el mal políticos, la deliberativa;
el bien y el mal jurídicos, la judicial; el bien y el mal éticos, la epidíctica. «En todos los casos se
trata del bienestar, para el individuo y para el Estado, los conflictos de la virtud y el vicio, los
encantos y sinsabores de la existencia» (1961: 383-384).
El Género Deliberativo
El género deliberativo, propio del parlamento, trata ante la asamblea del bien y de la felicidad,
considerados como fines de la conducta individual y social. Pretende imponer una determinada
estimación de una actuación pública. Aristóteles señala las causas que lo originan y los medios
adecuados para conseguirlos, describe los diferentes aspectos y grados de las acciones utilitarias y,
por último, esboza las distintas formas de gobierno. Su «lugar» o «tópico» es lo posible, ya que no
se delibera sobre lo necesario ni sobre lo imposible ni tampoco sobre lo posible natural o casual,
sino sólo sobre aquello que depende de nuestra voluntad. El «género deliberativo» es el más
necesario y tiende a los más altos fines.
Los temas apropiados del «género deliberativo» son la guerra y la paz, la protección del territorio,
la importación y la exportación, la legislación. Aristóteles ofrece varias definiciones de felicidad -el
bien vivir acompañado de la virtud, la suficiencia de los medios de existencia, la estabilidad de una
vida agradable- y enumera sus partes constitutivas: nobleza de sangre, hijos buenos y numerosos,
riqueza, reputación, honores, belleza, habilidades corporales, amigos, buena suerte...
El Género Epidíctico
El objetivo del «género epidíctico» es agradar mediante la presentación de unos valores y de unos
modelos, con los que el auditorio pueda identificarse con mayor o con menor fervor. Pretende,
por lo tanto, imponer una estimación sobre un valor moral cuya vigencia se juzga permanente.
El «género epidíctico» no «demuestra», sino «muestra» (Florescu, 1982: 47) el significado humano
de la virtud, relacionada con la belleza y considerada, utilitariamente, como el medio de conseguir
y de conservar los bienes superiores y como la facultad de hacer servicios al prójimo. En la Ética,
Aristóteles definía la virtud como la elección reflexiva del justo medio entre el exceso y el defecto.
Los tópicos específicos del «género epidíctico» son la virtud y el vicio, la belleza y la fealdad. Por
medio de estos «lugares comunes» el orador puede componer un discurso que se adapte al
carácter moral y a la situación social de cada auditorio.
El Género Judicial
El género judicial tiene por objeto la justicia o la injusticia de los hechos, y su fin es reparar la
injusticia. Pretende favorecer una determinada valoración sobre un derecho que ha sido afectado.
Estudia la situación en la que se encuentran el agente y la víctima, y valora las circunstancias que
determinan o explican, aumentan o aminoran la gravedad de los comportamientos.
El acto injusto depende del perjuicio que causa, de la intención con que se realiza y de la ley que
viola. Un acto puede ser ilegal porque se opone a una ley particular, generalmente escrita, o
porque está en contra de una ley universal, que no está escrita. En cuanto a la voluntariedad del
acto injusto, consistente en saber lo que se hace y en hacerlo libremente, Aristóteles resume lo ya
expuesto en la Etica Nicomaquea. Las causas generales del acto injusto son el vicio, o el
comportamiento opuesto a la virtud, y la intemperancia, o la incapacidad de dominar las pasiones.
Los móviles particulares del acto injusto pueden ser exteriores -el azar, la naturaleza, la fuerza- e
interiores -el hábito, la reflexión, la cólera y el deseo-.
Establece diversos criterios para medir la gravedad del delito y trata de las pruebas extratécnicas,
las que son anteriores a la elaboración del discurso: las leyes escritas, los testigos, los contratos,
las confesiones mediante torturas y los juramentos. Aristóteles esboza, además, un compendio de
jurisprudencia en el que distingue entre el derecho natural y el positivo, y en el que describe los
procedimientos oratorios propios de cada uno.
En esta parte traza un análisis esquemático de las cualidades que confieren credibilidad -y, por
tanto, poder persuasivo- al orador (la prudencia, la virtud, y la benevolencia) y una breve
descripción de las reacciones emotivas que se han de provocar en los oyentes (la ira y la
mansedumbre; el amor y el odio; la valentía y el temor; la vergüenza y la impudicia; el favor y la
gratitud; la piedad y la indignación; la envidia y la emulación).
Advirtamos finalmente que, aunque la Retórica aristotélica está preocupada sobre todo por la
validez de los medios de persuasión y es un instrumento moralmente neutro, persigue un objetivo
final de carácter ético. Es cierto que en sus primeros trabajos Aristóteles insiste en que el orador,
libre de cualquier implicación moral, debe «teorizar» y «examinar» todas las posibilidades reales
de conducta, pero advierte que, en el momento de la elección, debe tener presente también las
premisas éticas y los valores políticos.
La Elocución
Como han puesto de relieve la totalidad de los tratadistas, las teorías aristotélicas han constituido
una parte importante del caudal de la tradición retórica. Su doctrina sobre los tópicos o sobre las
cuatro partes del discurso, y su división de las clases de discursos, constituyen su aportación más
original y decisiva. Algunas de sus afirmaciones sobre las virtudes y sobre los vicios del estilo han
tenido una vigencia sorprendente. Con sus análisis y reflexiones, Aristóteles abrió un cauce por el
que discurrió todo el arte retórico posterior. La Retórica aristotélica es importante también para
entender la idea que el Estagirita tiene de lo «verosímil» un concepto teórico-literario desarrollado
en su Poética (F. Javier Rodríguez Pequeño, en VV. AA., 1993: 126).
Aristóteles y la Poética
Con todo, no parece que fuera éste el origen de su teoría literaria, de carácter más filosófico que
erudito. Se puede afirmar, por lo tanto, que sus ideas sobre Literatura -contenidas y desarrolladas
en su Poética- provienen de sus reflexiones como filósofo más que de sus estudios sobre Homero y
los trágicos.
Estructura de la «Poética»
Aparentemente, el plan de composición de la Poética es sencillo y sigue una estructura lineal. Pero
una lectura más detenida nos muestra ciertos detalles, a veces desconcertantes, que contradicen
esa supuesta simplicidad.
En líneas generales, puede afirmarse que la Poética es un curso que impartió Aristóteles sobre el
«arte de la palabra» (lo que entonces se llamaba poesía y hoy denominamos literatura). El hecho
de que la obra esté plagada de digresiones, repeticiones, paréntesis, etc., produce la impresión de
que se trata de una exposición oral, y no de una obra elaborada para ser publicada. Incluso se ha
sugerido la posibilidad de que el texto de la Poética provenga de una recopilación llevada a cabo
por algunos de los oyentes destinatarios de las enseñanzas aristotélicas. Sin embargo, la mayoría
de los estudiosos piensa que la redacción es del mismo Aristóteles.
Con frecuencia, encontramos en la Poética una serie de capítulos o partes que dan la impresión de
haber sido añadidos o estar interpolados. Por ejemplo, en el capítulo XII se interrumpe el estudio
de la trama o argumento para enumerar las partes de la tragedia. El capítulo XVI (que trata de las
«clases de reconocimiento») parece una reelaboración del capítulo XI, y en el capítulo XXV la
comparación entre tragedia y epopeya está interrumpida por una exposición de los principios que
deben aplicarse a la crítica de los poetas.
Introducción general en la que se formula el plan de la obra: estudiar todas y cada una de
las clases de obras poéticas.
Estudio sobre la tragedia.
Pero tal como nos ha llegado, la Poética resulta una obra incompleta: no llena el programa fijado
en la introducción ni tiene una parte dedicada a la comedia, como promete en el capítulo VI y en
dos pasajes de la Retórica. Además, al final de uno de los códices de la Poética (el Riccardianus) se
anuncia un estudio del yambo y de la comedia que no aparecen en parte alguna. La obra termina
con una fórmula estereotipada: «baste con lo dicho», típica de Aristóteles cuando quiere resumir
lo que acaba de tratar para dar paso a otra cuestión.
Así pues, suele admitirse que la Poética estuvo compuesta inicialmente por dos libros, de los que
sólo se ha conservado el primero: se supone que el segundo -que debió desaparecer muy pronto-
trataba de la comedia o «cosas de reír».
Desarrollo de la «Poética»
La obra consta de veintiséis partes o capítulos. Los asuntos más importantes que se tratan en ellos
son los siguientes:
I: Qué es la Poética.- Poesía e imitación (mimesis): todas las artes son miméticas.- Especies
de imitación mediante la palabra.- Distinción verso / prosa.- Clasificación de las obras en
géneros y criterios empleados; objeto de la mimesis poética: las acciones humanas; modos
de la mimesis poética: narrativo y teatral.
XIX: La Elocución y sus partes: las letras y sus clases, sílabas, nombres, tipos de nombres.-
Las metáforas: sus clases.
Las ideas aristotélicas más importantes sobre Literatura pueden resumirse en los puntos
siguientes:
La mímesis -que Aristóteles considera el origen de toda actividad artística- tiene, a su juicio, dos
causas: a) la tendencia, connatural a todo ser humano, a imitar, y b) el gusto que se experimenta
al reconocer lo imitado.
Para Aristóteles, la imitación de la realidad que lleva a cabo la creación artística no es en modo
alguno un calco total, sino una aproximación, una recreación «verosímil». Para ilustrar este
concepto de verosimilitud señala la diferencia que hay entre el historiador y el poeta. Mientras el
primero -afirma- está obligado a reproducir los hechos tal como han ocurrido, el poeta expone en
sus obras lo que podría ocurrir o lo que podría haber ocurrido, es decir, lo verosímil o «creíble», no
lo «verdadero».
Frente a Platón que, desde un supuesto ético, condenaba la poesía porque no se ajustaba a la
verdad, Aristóteles resuelve el conflicto adoptando un planteamiento estético al distinguir entre
«lo verdadero» y «lo verosímil»: esta última es la categoría artística por excelencia.
Concepto de «catarsis»
El término catarsis procede del léxico de la Medicina (el padre de Aristóteles era médico) pero
también se relaciona con algunos ritos religiosos. En el primer caso, haría referencia a una cura o
«purificación» corporal; en el segundo, a la expiación -mediante el «perdón»- de una culpa. «Entre
esos dos polos, religioso (ascética, moralista) y médico (terapéutica, mitridática, psicoanalista),
oscilan la mayor parte de las interpretaciones que se han propuesto para la catarsis, si bien habría
que añadir la estética y la epistemológica», afirma C. Bobes (1995, I: 128-129). Se trataría, pues, de
un efecto psicosomático (que aúna la «compasión» y el «temor») que, en el ámbito literario,
cumple una importante función: «El espectador, o el lector, queda integrado, en esta concepción
de la catarsis, en el conjunto de la comunicación literaria y forma parte activa del proceso de
comunicación de la tragedia» (ibidem).
b) según el «objeto»: todas las obras «imitan» acciones humanas, pero en unos casos (en
la epopeya y en la tragedia) se imitan acciones nobles de los hombres mejores, mientras
que en otros (la comedia) se representan acciones risibles que protagoniza gente de baja
condición.
Aristóteles se refiere con toda claridad a dos géneros literarios: la epopeya y el drama o teatro
(subdividido en tragedia y comedia). No es seguro, sin embargo, que considere explícitamente
como género manifestaciones como el ditirambo, la aulética o la citarística (que, siglos después, se
incluirían en el denominado género lírico). En el Libro I de la Poética afirma: «La epopeya y la
poesía trágica, así como la comedia y el ditirambo y, en gran medida, la aulética o la citarística,
son, en general, mimesis...».
Como puede observarse en esta enumeración, el mismo Aristóteles manifiesta ciertas dudas en
torno a la inclusión de este tipo de composiciones en el ámbito de la poética, quizás por el carácter
más musical que verbal de las mismas. Esta cuestión ha dado origen a un debate sobre la
clasificación de los géneros en Aristóteles: mientras unos estudiosos consideran que el Estagirita
propugna la tripartición clásica, otros opinan que dicha clasificación sólo incluye explícitamente la
epopeya y el drama o teatro.
La lengua literaria
En esta cuestión, podemos encontrar una confluencia entre la Retórica y la Poética aristotélicas:
sus ideas fundamentales sobre el uso de la lengua en la creación literaria se desarrollan tanto en el
capítulo XXII de la Poética como en el Libro III de la Retórica, donde trata explícitamente de los
recursos lingüísticos del discurso oratorio.
Para Aristóteles, la lengua literaria supone una especie de «desvío» de una norma lingüística. En
este sentido, Aristóteles considera que la lengua literaria no es sino un «uso especial» de una
lengua, y lleva a cabo un proceso de «selección» entre las posibilidades que ofrece. Igual que en
otros momentos de sus propuestas filosóficas, Aristóteles aplica en esta cuestión la teoría del
equilibrio entre dos extremos: así, opina que la lengua literaria debe tener dos cualidades
esenciales: la claridad (sin que esto signifique caer en un uso bajo o coloquial) y la elegancia (que
excluye la expresión oscura e incomprensible).
Bibliografía
o Poética:
b) Estudios: