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LA SABIDURÍA DE DIOS HABITA CON NOSOTROS

"La Sabiduría se ha construído su casa, plantando siete columnas; ha


preparado el banquete, ha mezclado el vino y puesto la mesa" Prov 9,1-2
En ocasiones anteriores ya hemos señalado que los proverbios bíblicos, como los
demás libros sapienciales, son fruto de la fe meditada del pueblo en la persona de los
ancianos. Así pues heredamos estos fragmentos, algunos del rey Salomón, y otros de
los sabios de Israel, a quienes escrituristicamente respalda la autoría del rey. El
primer fin de los sabios era obviamente el de conocer este mundo en toda su
complejidad: el mundo físico, y sobre todo el del hombre con su comportamiento,
sus tendencias y su capacidad. Estaban convencidos, como nosotros, de que el
hombre, ante la multiplicidad de los fenómenos y su variedad, es capaz de poner el
dedo en lo que es permanente, en lo que se verifica siempre.
Partiendo de allí y meditando entorno a lo que nos enseñan sobre la Sabiduría,
descubrimos que Dios Padre se preparó como casa propia todo el universo; es a
través de esta bellísima expresión en la que percibimos resalta un aspecto formativo,
es decir, a la misma vez que dispone entrar en nosotros, también decide formarmos.
La Sabiduría forma a la persona, la hace crecer desde el interior hasta la plena
medida de su madurez; y afirma que esta plenitud de vida consiste en la amistad con
Dios. En otras palabras, entendemos que Dios irrumpe con su sabiduría en la historia
del hombre y le orienta para que marche por seguros senderos.
Al pensar en esta realidad podemos remitirnos a la experiencia que relata el
evangelista San Juan, "puso su morada entre nosotros" 1,14. Es Jesús mismo quien
se encarna para mostrarnos la verdad y sabiduría que hay en el Padre, y como afirma
el Papa emérito Benedito XVI, "solo quien acoge la superior bondad y, belleza y
verdad de Cristo, en la cual vive toda la plenitud de Dios, entra con Él en su Reino,
donde los criterios de valor de este mundo caen y son volteados". Él mismo prosigue
afirmando que "quien ha reconocido en Cristo la Sabiduría encarnada y por Él ha
dejado todo el resto, se convierte en ‘operador de paz’, tanto en la comunidad
cristiana como en el mundo, es decir que se convierte en semilla del Reino de Dios
que está ya presente y progresa hacia la plena manifestación".
Sola y únicamente por esta razón la Sabiduría ha construído su casa entre los
hombres, y en medio de ellos ha plantado siete columnas. Viene para ofrecernos una
visión completa del hombre en la historia: "quien fascinado por la Sabiduría, la
busca y la encuentra en Cristo, deja todo por Él recibiendo a cambio el don
inestimable del Reino de Dios y, revestido de templanza, prudencia, justicia y
fortaleza, vive en la Iglesia el testimonio de la caridad".
Este proceso orientador que la Sabiduría realiza en quienes le manifiestan apertura
con un corazón dócil, capaz de secundar las mociones que suscita el Espíritu con la
fuerza de su gracia, es decir, sostenido en aquellas siete columnas a las que nos
remite el autor sagrado. Procopio, obispo de Gaza, comentando este pasaje sostiene
que "al hombre creado de nuevo en Cristo, para que crea en Él y observe sus
mandamientos, le han sido dado los siete dones del Espíritu Santo; con ellos,
estimulada la virtud por el conocimiento y recíprocamente manifestado el
conocimiento por la virtud, el hombre espiritual llega a su plenitud, afianzado en la
perfección de la fe por la participación de los bienes espirituales.
Y así, la natural nobleza del espíritu humano queda elevada por el don de la
fortaleza, que nos predispone a buscar con fervor y a desear los bienes divinos,
según los cuales ha sido hecho todo; por el don de consejo, que nos da
discernimiento para distinguir entre los falsos y los verdaderos designios de Dios,
increados e inmortales, y nos hace meditarlos y profesarlos de palabra al darnos la
capacidad de percibirlos; y por el don del entendimiento, que nos ayuda a
someternos de buen grado a los verdaderos designios de Dios y no a los falsos".
Conviene ahora que nos preguntemos si nosotros hemos reconocido a Dios operante
con su sabiduría en medio de la historia de nuestra propia vida, si atendemos a las
buenas intenciones que el Espíritu Santo inspira en el corazón de cada uno, y cuánto
empeño ponemos en atender y cumplir la voluntad divina. No hay otra razón por la
que Dios intervenga en la vida del hombre, sino sólo para ayudarnos a corresponder
a su amor, siempre apegados a la verdad, y movidos por la recta intención. No
obstante, también nos concede sus dones para que la respuesta sea fiel y generosa,
capaz de hacer fecunda la semilla del Reino que cada hombre lleva impresa en lo
más íntimo de su ser.
Reconocer a Dios que actúa con su sabiduría, para el creyente de hoy, implica un
ejercicio del corazón, se trata de adecuarnos a valorar la presencia del Creador en
cada persona y creatura que entra en contacto con nosotros. En la actualidad, los
prejuicios, la proliferación de ideologías y la creciente cultura del relativismo nos
hacen alejarnos y enajenarnos de la realidad del otro, abandonando instantáneamente
la posibilidad de anunciarle a Jesucristo. Al contrario de esta realidad, la sabiduría
de la que Dios nos hace participar exclusivamente tiene la intención de hacer
florecer la presencia de Dios inserta en cada hombre. No seamos prontos para
sectarizar y lentos para evangelizar. Hagamos resonar la voz del Padre que quiere
que todos sean conducidos a Él por la luz de su sabiduría.

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