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La Sabiduría de Dios habita entre nosotros a través de Jesucristo, quien es la encarnación de la Sabiduría de Dios. Dios usa su sabiduría para guiarnos por el camino correcto y formarnos para que podamos vivir en amistad con Él. La Sabiduría de Dios nos ofrece los siete dones del Espíritu Santo para fortalecernos y ayudarnos a cumplir la voluntad de Dios.
La Sabiduría de Dios habita entre nosotros a través de Jesucristo, quien es la encarnación de la Sabiduría de Dios. Dios usa su sabiduría para guiarnos por el camino correcto y formarnos para que podamos vivir en amistad con Él. La Sabiduría de Dios nos ofrece los siete dones del Espíritu Santo para fortalecernos y ayudarnos a cumplir la voluntad de Dios.
La Sabiduría de Dios habita entre nosotros a través de Jesucristo, quien es la encarnación de la Sabiduría de Dios. Dios usa su sabiduría para guiarnos por el camino correcto y formarnos para que podamos vivir en amistad con Él. La Sabiduría de Dios nos ofrece los siete dones del Espíritu Santo para fortalecernos y ayudarnos a cumplir la voluntad de Dios.
"La Sabiduría se ha construído su casa, plantando siete columnas; ha
preparado el banquete, ha mezclado el vino y puesto la mesa" Prov 9,1-2 En ocasiones anteriores ya hemos señalado que los proverbios bíblicos, como los demás libros sapienciales, son fruto de la fe meditada del pueblo en la persona de los ancianos. Así pues heredamos estos fragmentos, algunos del rey Salomón, y otros de los sabios de Israel, a quienes escrituristicamente respalda la autoría del rey. El primer fin de los sabios era obviamente el de conocer este mundo en toda su complejidad: el mundo físico, y sobre todo el del hombre con su comportamiento, sus tendencias y su capacidad. Estaban convencidos, como nosotros, de que el hombre, ante la multiplicidad de los fenómenos y su variedad, es capaz de poner el dedo en lo que es permanente, en lo que se verifica siempre. Partiendo de allí y meditando entorno a lo que nos enseñan sobre la Sabiduría, descubrimos que Dios Padre se preparó como casa propia todo el universo; es a través de esta bellísima expresión en la que percibimos resalta un aspecto formativo, es decir, a la misma vez que dispone entrar en nosotros, también decide formarmos. La Sabiduría forma a la persona, la hace crecer desde el interior hasta la plena medida de su madurez; y afirma que esta plenitud de vida consiste en la amistad con Dios. En otras palabras, entendemos que Dios irrumpe con su sabiduría en la historia del hombre y le orienta para que marche por seguros senderos. Al pensar en esta realidad podemos remitirnos a la experiencia que relata el evangelista San Juan, "puso su morada entre nosotros" 1,14. Es Jesús mismo quien se encarna para mostrarnos la verdad y sabiduría que hay en el Padre, y como afirma el Papa emérito Benedito XVI, "solo quien acoge la superior bondad y, belleza y verdad de Cristo, en la cual vive toda la plenitud de Dios, entra con Él en su Reino, donde los criterios de valor de este mundo caen y son volteados". Él mismo prosigue afirmando que "quien ha reconocido en Cristo la Sabiduría encarnada y por Él ha dejado todo el resto, se convierte en ‘operador de paz’, tanto en la comunidad cristiana como en el mundo, es decir que se convierte en semilla del Reino de Dios que está ya presente y progresa hacia la plena manifestación". Sola y únicamente por esta razón la Sabiduría ha construído su casa entre los hombres, y en medio de ellos ha plantado siete columnas. Viene para ofrecernos una visión completa del hombre en la historia: "quien fascinado por la Sabiduría, la busca y la encuentra en Cristo, deja todo por Él recibiendo a cambio el don inestimable del Reino de Dios y, revestido de templanza, prudencia, justicia y fortaleza, vive en la Iglesia el testimonio de la caridad". Este proceso orientador que la Sabiduría realiza en quienes le manifiestan apertura con un corazón dócil, capaz de secundar las mociones que suscita el Espíritu con la fuerza de su gracia, es decir, sostenido en aquellas siete columnas a las que nos remite el autor sagrado. Procopio, obispo de Gaza, comentando este pasaje sostiene que "al hombre creado de nuevo en Cristo, para que crea en Él y observe sus mandamientos, le han sido dado los siete dones del Espíritu Santo; con ellos, estimulada la virtud por el conocimiento y recíprocamente manifestado el conocimiento por la virtud, el hombre espiritual llega a su plenitud, afianzado en la perfección de la fe por la participación de los bienes espirituales. Y así, la natural nobleza del espíritu humano queda elevada por el don de la fortaleza, que nos predispone a buscar con fervor y a desear los bienes divinos, según los cuales ha sido hecho todo; por el don de consejo, que nos da discernimiento para distinguir entre los falsos y los verdaderos designios de Dios, increados e inmortales, y nos hace meditarlos y profesarlos de palabra al darnos la capacidad de percibirlos; y por el don del entendimiento, que nos ayuda a someternos de buen grado a los verdaderos designios de Dios y no a los falsos". Conviene ahora que nos preguntemos si nosotros hemos reconocido a Dios operante con su sabiduría en medio de la historia de nuestra propia vida, si atendemos a las buenas intenciones que el Espíritu Santo inspira en el corazón de cada uno, y cuánto empeño ponemos en atender y cumplir la voluntad divina. No hay otra razón por la que Dios intervenga en la vida del hombre, sino sólo para ayudarnos a corresponder a su amor, siempre apegados a la verdad, y movidos por la recta intención. No obstante, también nos concede sus dones para que la respuesta sea fiel y generosa, capaz de hacer fecunda la semilla del Reino que cada hombre lleva impresa en lo más íntimo de su ser. Reconocer a Dios que actúa con su sabiduría, para el creyente de hoy, implica un ejercicio del corazón, se trata de adecuarnos a valorar la presencia del Creador en cada persona y creatura que entra en contacto con nosotros. En la actualidad, los prejuicios, la proliferación de ideologías y la creciente cultura del relativismo nos hacen alejarnos y enajenarnos de la realidad del otro, abandonando instantáneamente la posibilidad de anunciarle a Jesucristo. Al contrario de esta realidad, la sabiduría de la que Dios nos hace participar exclusivamente tiene la intención de hacer florecer la presencia de Dios inserta en cada hombre. No seamos prontos para sectarizar y lentos para evangelizar. Hagamos resonar la voz del Padre que quiere que todos sean conducidos a Él por la luz de su sabiduría.