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José Acosta 1

Predicación del Evangelio en las Indias (1577)


José de Acosta

Capítulo X - Remedios contra la idolatría

A muchos ha parecido forma expedita para curar esta dolencia (idolatría) tomar por la
fuerza los ídolos, guacas y demás monumentos de la superstición indígena que se hallaren
y destruirlos a sangre y fuego, y para hallarlos, si los indios, como suelen, rehusaren
descubrirlos o confesarlos, obligarlos con azotes a que los declaren. Y no es sólo
pensamiento de los soldados, sino resolución santa de los mejores y más doctos
sacerdotes. Lo cual, tratándose de nuestros indios, es decir, de los ya bautizados, podría
tolerarse, por más que cada día se yerra no poco en esto, porque los que quieren
recomendar y fortalecer la religión cristiana no logran más que hacerla odiosa, porque
arrancando de manos de los indios contra su voluntad los ídolos, se los meten más en el
corazón; pero en los cristianos, como digo, no es contra la razón hacerlo. Mas en los que
no han profesado la fe de Jesucristo, ni aun la conocen bien, ni se la han enseñado,
esforzarse en quitar primero por fuerza la idolatría antes de que espontáneamente reciban
el evangelio, siempre me ha parecido, lo mismo que a otros gravísimos y prudentísimos
varones, cerrar a cal y canto la puerta del evangelio a los infieles, en lugar de abrirla
como pretenden.

Porque muchas veces se ha dicho y conviene repetirlo que la fe no es sino de los que
quieren, y ninguno debe hacerse cristiano por la fuerza; por lo cual Agustín reprende este
hecho diciendo gravemente que antes hay que quitar los ídolos del corazón de los
paganos que de los altares. Y en este reino del Perú, cierto hombre grave y prudente lo
reprendía mucho y con frecuencia, pudiendo fácilmente, según afirmaba, desarraigarse
totalmente la idolatría, enseñando sabiamente y con dulzura a los principales entre los
indios la vanidad de sus dioses, e induciéndolos a que los despreciasen y procurasen
abolirlos, con razón y autoridad, con modestia y benevolencia, y con toda suerte de
buenos oficios; porque éstos sin ninguna dificultad persuaden al resto del vulgo su sentir
y hacen cuanto ellos quieren... Sea, pues, éste el primer precepto para extirpar la
idolatría, quitarla primero de los corazones, sobre todo de los reyes, curacas y principales
a cuya autoridad ceden los demás prontamente y con gusto.

Para hacer esto de nuestro catequista y persuadir a que desprecien la vanidad de los
ídolos y abominen de error tan pestilencial, no necesita acudir con estos bárbaros a
exquisitas razones de filosofía… sino les propondrá razones breves, fáciles y que entren
por los ojos, y repitiéndolas, aumentándolas y apelando a la misma experiencia de los
oyentes, las grabará en el ánimo de los indios.

Tres argumentos puede tomar de aquí el ministro de Cristo para refutar la idolatría. El
primero, sacando de la naturaleza y sustancia de los dioses; porque los ídolos de los
gentiles son de madera, piedra o metal, a los que dio forma el arte por industria de
hombres favorecida por la codicia de los sacerdotes o el imperio de los reyes. Y los
hombres no pueden hacer a los dioses, siendo ellos de mejor especie que los cosas que
fabrican. Si la idolatría es sobre cosas celestes o cuerpos de la naturaleza, se puede
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fácilmente demostrar por la sustancia de que constan y los movimientos a que están
sujetos, que son muy ajenos a la naturaleza de Dios. Y si es a los reyes antiguos a quien
adoran los bárbaros, se les puede mostrar cómo sus cuerpos no sienten, y están
consumidos por la corrupción y en nada se diferencian de los otros. El segundo se puede
tomar de la impotencia e ignorancia; porque los ídolos no se pueden defender de las
injurias del fuego o de los ladrones, o la ruina, ni tampoco ven, sienten, ni pueden
moverse; como los cuerpos naturales que no se mueven a su arbitrio, sitio obedecen
siempre las leyes que les ha fijado el autor de la naturaleza. El tercero es de la
providencia de las cosas humanas, que es el más importante; en el cual hay que apelar a
la experiencia de los bárbaros y sacarla a relucir. Si en las enfermedades, en la guerra o
en el hambre han sentido algún provecho de ellos; si dándoles religiosamente culto o no
teniéndolos en nada han visto mayor utilidad. Cuántos males y desgracias han padecido
y no han sido ayudados de sus dioses.

Historia natural y moral de las Indias (1590)


José de Acosta

Capítulo I - Que la causa de la idolatría ha sido la soberbia y envidia del demonio

Es la soberbia del demonio tan grande y tan porfiada, que siempre apetece y procura ser
tenido y honrado por Dios, y en todo cuanto puede hurtar y apropiar a sí lo que sólo al
altísimo Dios es debido, no cesa de hacerlo en las ciegas naciones del mundo, a quien no
ha esclarecido aún la luz y resplandor del santo evangelio.

Capítulo II - De los géneros de idolatrías que han usado los indios

La idolatría, dice el Sabio, y por él el Espíritu Santo, que es causa y principio y fin de
todos los males, y por eso el enemigo de los hombres ha multiplicado tantos géneros y
suertes de idolatría, que pensar de contarlos por menudo es cosa infinita.

Pero, reduciendo la idolatría a cabezas, hay dos linajes de ella: una es cerca de cosas
naturales; otra, cerca de cosas imaginables o fabricadas por invención humana. La
primera de éstas se parte en dos, porque, o la cosa que se adora es general, como sol,
luna, fuego, tierra, elementos; o es particular, como tal río, fuente, o árbol, o monte, y
cuando no por su especie, sino en particular, son adoradas estas cosas; y este género de
idolatría se usó en el Perú en grande exceso, y se llama propiamente guaca.

Capítulo III - Que en los indios hay algún conocimiento de Dios

Primeramente, aunque las tinieblas de la infidelidad tienen oscurecido el entendimiento


de aquellas naciones, en muchas cosas no deja la luz de la verdad y razón algún tanto de
obrar en ellos; y así comúnmente sienten y confiesan un supremo señor y hacedor de
todo, al cual los del Perú llamaban Viracocha, y le ponían nombre de gran excelencia,
como Pachacamac o Pachayachachic, que es criador del cielo y tierra, y Usapu, que es
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admirable, y otros semejantes. A éste hacían adoración, y era el principal que veneraban
mirando al cielo. Y lo mismo se halla en su modo en los de Méjico, y hoy día en los
chinos y en otros infieles.

Capítulo IV - Del primer género de idolatría de cosas naturales y universales

Los mejicanos, casi por la misma forma, después del supremo Dios adoraban al sol; y así
a Hernando Cortés, como él refiere en una carta al emperador Carlos V, le llamaban hijo
del sol, por la presteza y vigor con que rodeaba la tierra. Pero la mayor adoración daban
al ídolo llamado Vitilipuztli, al cual toda aquella nación llamaba el todopoderoso y señor
de lo criado; y como a tal los mejicanos hicieron el más suntuoso templo y de mayor
altura, y más hermoso y galán edificio, cuyo sitio y fortaleza se pueden conjeturar por las
ruinas que de él han quedado en medio de la ciudad de Méjico.

Capítulo XI - De cómo el demonio ha procurado asemejarse


a Dios en el modo de sacrificios y religión y sacramentos

Pero, antes de venir a eso, se ha de advertir una cosa, que es muy digna de ponderar, y es
que, como el demonio ha tomado por su soberbia bando y competencia con Dios, lo que
nuestro Dios con su sabiduría ordena para su culto y honra y para bien y salud del
hombre, procura el demonio imitarlo y pervertirlo, para ser él honrado y el hombre más
condenado. Y así vemos que, como el sumo Dios tiene sacrificios y sacerdotes y
sacramentos y religiosos y profetas y gente dedicada a su divino culto y ceremonias
santas, así también el demonio tiene sus sacrificios y sacerdotes y su modo de
sacramentos y gente dedicada a recogimiento y santimonia fingida y mil géneros de
profetas falsos.

Capítulo XII - De los templos que se han hallado en las Indias

Comenzando, pues, por los templos, como el sumo Dios quiso que se le dedicase casa en
que su santo nombre fuese con particular culto celebrado, así el demonio para sus
intentos persuadió a los infieles que le hiciesen soberbios templos y particulares
adoratorios y santuarios.

Capítulo XIII - De los soberbios templos de Méjico

Pero, sin comparación, fue mayor la superstición de los mejicanos, así en sus ceremonias,
como en la grandeza de sus templos, que antiguamente llamaban los españoles el Cu…
Había, pues, en Méjico el Cu, tan famoso templo de Vitzilipuzli, que tenía una cerca muy
grande y formaba dentro de sí un hermosísimo patio; toda ella era labrada de piedras
grandes, a manera de culebras asidas las unas a las otras, y por eso se llamaba esta cerca
Coatepantli, que quiere decir cerca de culebras. Tenían las cumbres de las cámaras y
oratorios donde los ídolos estaban, un pretil muy galano, labrado con piedras menudas,
negras como azabache, puestas con mucho orden y concierto, revocado todo el campo de
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blanco y colorado, que desde abajo lucía mucho... Por dentro de la cerca de este patio
había muchos aposentos de religiosos y otros en lo alto para sacerdotes y papas, que así
llamaban a los supremos sacerdotes que servían al ídolo.

Capítulo XIV- De los sacerdotes y oficios que hacían

En todas las naciones del mundo se hallan hombres particularmente diputados al culto de
Dios verdadero o falso, los cuales sirven para los sacrificios y para declarar al pueblo lo
que sus dioses les mandan.

En Méjico hubo en esto extraña curiosidad; y remedando el demonio el uso de la Iglesia


de Dios, puso también su orden de sacerdotes menores, y mayores y supremos, y unos
como acólitos y otros como levitas. Y lo que más me ha admirado, hasta en el nombre
parece que el diablo quiso usurpar el culto de Cristo para sí, porque a los supremos
sacerdotes, y como si dijésemos sumos pontífices, llamaban en su antigua lengua Papas
los mejicanos, como hoy día consta por sus historias y relaciones. Los sacerdotes de
Vitzilipuztli sucedían por linaje de ciertos barrios diputados a esto. Los sacerdotes de
estos ídolos eran por elección u ofrecimiento desde su niñez al templo.

Capítulo XV - De los monasterios de doncellas que inventó el demonio para su servicio

En Méjico tuvo también el demonio su modo de monjas, aunque no les duraba la


profesión y santimonia más de por un año; y era de esta manera: dentro de aquella cerca
grandísima, que dijimos arriba, que tenía el templo principal, había dos casas de
recogimiento, una frontera de otra; la una de varones, y la otra de mujeres. En la de
mujeres sólo había doncellas de doce a trece años, a las cuales llamaban las mozas de la
penitencia; eran otras tantas como los varones; vivían en castidad y clausura como
doncellas diputadas al culto de su Dios.

Alguna semejanza tiene lo de estas doncellas, y más lo de las del Perú, con las vírgenes
vestales de Roma, que refieren los historiadores, para que se entienda cómo el demonio
ha tenido codicia de ser servido de gente que guarda limpieza, no porque a él le agrade la
limpieza, pues el de suyo espíritu inmundo, sino por quitar al sumo Dios, en el modo que
puede, esta gloria de servirse de integridad y limpieza.

Capítulo XVI - De los monasterios de religiosos que tiene el demonio para superstición

Estos mancebos, que servían en el templo de Vitzilipuztli, vivían en pobreza, castidad y


obediencia, y hacían el oficio de levitas, administrando a los sacerdotes y dignidades del
templo el incensario, la lumbre y los vestimentos; barrían los lugares sagrados; traían leña
para que siempre ardiese en el brasero del dios, que era como lámpara, la cual ardía
continuo delante altar del ídolo. Sin estos mancebos había otros muchachos, que eran
como monaguillos, que servían de cosas manuales, como era enramar y componer los
templos con rosas y juncos, dar agua a manos a los sacerdotes, administrar navajuelas
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para sacrificar, ir con los que iban a pedir limosna, para traer la ofrenda.

Todos éstos tenían sus prepósitos, que tenían cargo de ellos, y vivían con tanta
honestidad, que cuando salían en público donde había mujeres, iban las cabezas muy
bajas, los ojos en el suelo, sin osar alzarlos a mirarlas; traían por vestido unas sábanas de
red. Estos mozos recogidos tenían licencia de salir por la ciudad de cuatro en cuatro, y de
seis en seis, muy mortificados, a pedir limosna por los barrios; y cuando no se la daban,
tenían licencia de llegarse a las sementeras, y coger las espigas de pan o mazorcas, que
habían menester, sin que el dueño osase hablarles ni evitárselo. Tenían esta licencia
porque vivían en pobreza sin otra renta más de la limosna.

Capítulo XXIV- De la manera con que el demonio procuró remedar la fiesta de


Corpus Christi, y comunión que usa la santa Iglesia

En el mes de mayo hacían los mejicanos su principal fiesta de su dios Vitzilipuztli, y dos
días antes de la fiesta, aquellas mozas, que dijimos arriba, que guardaban recogimiento en
el mismo templo, y eran como monjas, molían cuantidad de semilla de bledos juntamente
con maíz tostado, después de molido amasábanlo con miel, y hacían de aquella masa un
ídolo tan grande como era el de madera, y poníanle por ojos unas cuentas verdes, o
azules, o blancas, y por dientes unos granos de maíz, sentado con todo el aparato que
arriba queda dicho.

En este día del ídolo Vitzilipuztli era precepto muy guardado en toda la tierra, que no se
había de comer otra comida, sino de aquella masa con miel de que el ídolo era hecho; y
este manjar se había de comer luego en amaneciendo, y que no se había de beber agua, ni
otra cosa alguna sobre ello, hasta pasado medio día, y lo contrario tenían por gran agüero
y sacrilegio; pasadas las ceremonias podían comer otras cosas. En este ínterin, escondían
el agua de los niños, y avisaban a todos los que tenían uso de razón, que no bebiesen
agua, porque vendría la ira de Dios sobre ellos, y morirían, y guardaban esto con gran
cuidado y rigor. Concluidas las ceremonias, bailes y sacrificios, íbanse a desnudar; y los
sacerdotes y dignidades del templo tomaban el ídolo de masa, y desnudábanle de aquellos
aderezos que tenía, y así a él, como a los trozos que estaban consagrados, los hacían
muchos pedazos, y comenzando desde los mayores, repartíanlos, y dábanlos a modo de
comunión a todo el pueblo, chicos y grandes, hombres y mujeres; y recibíanlo con tanta
reverencia, temor y lágrimas, que ponía admiración, diciendo que comían la carne y
huesos de Dios, teniéndose por indignos de ello, los que tenían enfermedades pedían para
ellos, y llevábanselo con mucha reverencia y veneración; todos los que comulgaban
quedaban obligados a dar diezmo de aquella semilla de que se hacía el ídolo.

Acabada la solemnidad de la comunión, se subía un viejo de mucha autoridad, y en voz


alta predicaba su ley y ceremonias. ¿A quién no pondrá admiración, que tuviese el
demonio tanto cuidado de hacerse adorar, y recibir, al modo que Jesucristo, nuestro Dios,
ordenó y enseñó, y como la santa Iglesia lo acostumbra? Verdaderamente se echa de ver
bien lo que al principio se dijo, que, en cuanto puede, procura satanás usurpar y hurtar
para sí la honra y culto debido a Dios, aunque siempre mezcla sus crueldades y
suciedades porque es espíritu homicida e inmundo y padre de mentira.

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