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Historia Medieval
Volumen 1
GERARDO RODRÍGUEZ
Director
SILVIA ARROÑADA
CECILIA BAHR
MARIANA ZAPATERO
Editoras
Cuestiones de
Historia Medieval
Volumen 1
ISBN 978-987-26952-2-4
Ediciones Selectus SRL publica Cuestiones de Historia Medieval, vol. 1, en forma exclusiva para
el Departamento de Historia de la Universidad Católica Argentina.
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Índice
AURELIO PASTORI
Universidad de Montevideo, Uruguay
De todos los fenómenos acaecidos durante la Edad Media, las Cruzadas1 han
sido uno de los más estudiados, o por lo menos más debatidos de los últimos
setenta años2. Esto hace que, al decir de Emilio Mitre, haya tenido “la virtuali-
dad de reflejar lo que han sido, con el discurrir del tiempo, los cambios de acti-
tud del historiador hacia el pasado medieval”3. En un análisis en orden crono-
lógico para dotar de la mayor claridad posible a un tema de por sí complejo por
lo polémico, nos referiremos en primer término al proceso de gestación de este
hecho, para abordar luego su desarrollo fáctico, incluyendo en último lugar algu-
nos comentarios a manera de conclusión4.
El 27 de noviembre de 1095, al término de un concilio que había tenido lugar
en Clermont (actual Clermont-Ferrand), Eudes de Lagery, antiguo prior de
1 El alcance del término “Cruzada” en sí mismo ha sido objeto de una polémica historiográfica casi inacabable. Al
ser una expresión acuñada con posterioridad al fenómeno histórico que designa (en esta época se hablaba de expeditio
transmarina, peregrinatio, etc., y el término crociata habría sido empleado por primera vez hacia 1380), cualquier definición,
amplia o restringida, tiene sus defensores y detractores dentro del ámbito académico. A los efectos de este análisis, por
Cruzada nos referiremos exclusivamente a las ocho expediciones militares que tuvieron lugar entre 1096 y 1271, a algu-
nas expediciones militares menores ubicadas cronológicamente en los períodos intermedios, así como en forma breve
a los estados cristianos que existieron en ese período en Siria y Palestina, como resultado de estas expediciones.
2 Los repertorios bibliográficos existentes sobre el tema son antiguos, pero de todas formas dan la pauta de lo pro-
lífico en producción historiográfica que este fenómeno ha sido: H. E. MAYER, Bibliographie zur Geschichte der Kreuzzüge,
Hannover, Hahnsche Buchhandlung, 1965; A. ATIYA, The Crusade. Historiography and Bibliography, Bloomington,
Indiana University Press, 1962.
3 E. MITRE FERNÁNDEZ, “Iter Hierosolymitanum: alcance y limitaciones de un horizonte mental”, en L. GARCÍA
GIJARRO-RAMOS (ed.), La Primera Cruzada, novecientos años después: el Concilio de Clermont y los orígenes del movimiento cruzado,
Barcelona, Castelló d’Impressió, 1997, p. 199.
4 En lo que respecta a las fuentes primarias citadas, para mayor simplicidad emplearemos las siguientes abreviatu-
ras, por demás de uso común en Historia Medieval: PL: Patrologiae Cursus Completus - Series Latina, París, 1844-1855
(221 vols.); MGH: Monumenta Germania Historica, Hannover, 1826- (en curso); MANSI: J. D MANSI, Sacrorum Conciliorum
Nova et Amplissima Collectio, Florencia-Venecia 1759-1798, cont. París 1900- (en curso) (53 vols. a la fecha); RHC,
Recueil des Historiens des Croisades, París, Académie des Inscriptions et Belles Lettres, 1841-1906 (Occid.: Historiens
Occidentaux, 5 vols., 1844-1895; Or.: Historiens Orientaux, 5 vols., 1872-1906; Lois, 2 vols., 1841-1843).
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Cluny y Papa con el nombre de Urbano II, se dirigió a los asistentes al Concilio
y a quienes se habían acercado al lugar, en un área libre situada en las inmedia-
ciones de la catedral. Con un discurso del que se conservan varios testimonios
considerados directos5 y algunos más compuestos en época posterior en base a
aquellos6, el Pontífice convocó a los nobles a dirigirse en una expedición armada
a Oriente.
Se han hecho esfuerzos académicos bastante serios por reconstruir una posi-
ble “versión original” del discurso de Clermont, quizás el más célebre de cuan-
tos pronunció un papa en la Edad Media7. Hoy en día, esto tiende a considerarse
demasiado hipotético, dado que aún quienes asistieron al concilio con toda
seguridad compusieron con posterioridad lo que retuvieron, comprendieron o
creyeron comprender del discurso pontificio, incluso influidos por el desarrollo
posterior de los acontecimientos8. De todas formas, sí puede trazarse un esbozo
de los “temas movilizadores” manejados por Urbano II en su prédica, en base
no sólo a los relatos de dicho discurso, sino también a otras fuentes contempo-
ráneas, como la correspondencia pontificia.
El fin de la expedición era Jerusalén, y el objetivo la liberación de los cristia-
nos de Oriente de la opresión a manos de los infieles, es decir, el Islam. El dis-
curso papal insistía en diferenciar esta expedición de cualquier otra de carácter
secular. El móvil de los combatientes debía ser exclusivamente espiritual, con
renuncia de motivaciones “mundanas”; consecuentemente el Papa prometía
recompensas no materiales sino espirituales: la remisión total de las penas a con-
secuencia de los pecados cometidos9. El canon segundo del Concilio de
Clermont, con el título De itinere Hierosolymitano, recoge sintéticamente el planteo
papal: “Quien haya tomado el camino de Jerusalén con el propósito de liberar
5 La mayoría de los especialistas en el tema considera como probablemente oculares los testimonios de Geoffroy
de Vendôme (Epistola 21, PL 157, 162), Baudri de Bourgueil (Historia Hierosolymitana, RHC Occid., IV, 12-16), Robert
le Moine (Hierosolymitana expeditio, RHC Occid., III, 727-730) y Foucher de Chartres (Historia Hierosolymitana, RHC
Occid., III, 322-324).
6 Entre los relatos más célebres de autores con seguridad no asistentes al concilio, el más citado es el de Guibert
de Nogent (Gesta Dei per Francos, RHC – Historiens occidentaux, IV, 137-140), en algún momento considerado como
asistente al concilio, y hoy descartado como tal. Otros cronistas de las Cruzadas incluyen referencias muy breves al
mismo, como el Anónimo normando (Gesta Francorum et aliorum Hierosolymitanorum, ed. y trad. Luis Bréhier, Histoire
anonyme de la première croisade, París, Honoré Champion, 1924, 4-5).
7 El más respetado sigue siendo, pese a sus años, el de D. MUNRO, “The Speech of Pope Urban II at Clermont”,
9 Hay numerosos desarrollos de esta “temática movilizadora”; por citar solamente algunas: J. FLORI, La guerre sainte.
La formation de l’idée de croisade dans l’Occident chrétien, París, Aubier, 2001, pp. 311-334; H. MAYER, Historia de las Cruzadas,
Madrid, Istmo, 2001 (1ª ed.: 1965), pp. 19-59; J. RICHARD, Histoire des Croisades, París, Fayard, 1996, pp. 31-39; J. RILEY-
SMITH, The First Crusade and the Idea of Crusading, Philadelphia, University of Pennsylvania Press, 1986, pp. 13-30; J.
RILEY-SMITH, The First Crusaders 1095-1131, Cambridge, Cambridge University Press, 1997, pp. 53-80, etc.
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iter illud pro omni poenitentia reputetur” (Canones Concilii Claromontani, PL, 162, 715).
11 R. BAINTON, Actitudes cristianas ante la guerra y la paz, Madrid, Tecnos, 1963, pp. 51-53; J. FONTAINE, “Los cristia-
13 “Christi ego miles sum; pugnare mihi non licet” (SULPICIO SEVERO, Vita Martini, PL 20, 163).
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25-57.
19 BAINTON, op. cit., pp. 88-89; AGUSTIN, De civitate Dei, Madrid, BAC, 1958, pp. 1385-1386 (XIX, 7).
20 “Hanc autem ut interim habeat in hac vita, nostra etiam interest: quoniam quamdiu permixtae sunt ambae civitates, utimur et nos
enumeración no exhaustiva: Epístola 138 (PL 33, 525-535); Contra Faustum Manichaeum (PL 42, 447-450); De libero arbi-
trio (PL 32, 1227-1230); Quaestiones in Heptateuchum (PL 34, 780-781), y por supuesto De Civitate Dei ya citada, especial-
mente los libros XVIII, XIX y XX.
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ceptos platónicos y ciceronianos22, Agustín afirma que una guerra, para ser con-
siderada justa desde el punto de vista cristiano, debe en primer lugar ser decla-
rada por una autoridad legítima. En segundo lugar, debe ser llevada adelante
para restablecer la justicia, defender la Patria o recuperar tierras o bienes injusta-
mente apropiados por el contrario. En último término, los soldados que parti-
cipan en ella no deben hacerlo ni con odio ni con codicia23.
Durante los primeros siglos medievales no se aprecia dentro del Cristianismo,
con excepción de contribuciones menores de Isidoro de Sevilla y Gregorio
Magno24, un impulso importante a la justificación teórica de la guerra por moti-
vos religiosos, debido a la división política existente en Europa a partir de la des-
aparición del Imperio de Occidente (que diluye en la práctica el criterio de
“autoridad legítima” manejado por Agustín), y también a la modificación que
debe sufrir el discurso eclesiástico para adaptarse a los valores germánicos y pro-
pagar el Evangelio entre éstos25. De todas formas, aunque no se conserva nin-
guna elaboración teórica de significación sobre la guerra justificada por la reli-
gión, sí se aprecia un avance en los hechos, debido a la consolidación del reino
franco bajo la dinastía carolingia y al desarrollo progresivo del Papado como ins-
titución política.
La consolidación política carolingia y su estrecha alianza con el Papado van a
implicar por la vía de los hechos una legitimación religiosa para las guerras que
los carolingios llevan adelante contra los pueblos no cristianos que rodean al
reino: ávaros y sajones en Europa central, musulmanes en la península ibérica.
Es comprensible que en la perspectiva de los autores de la época, básicamente
clérigos, Carlomagno sobre todo aparezca como campeón de la Cristiandad en
lucha contra los “infideles”, dirigiendo continuas campañas militares con con-
notaciones fuertemente religiosas y un objetivo muy importante de conversión
como parte del programa político26.
La protección de la Iglesia y especialmente de la Sede Romana serán otro
aspecto a destacar de la imagen carolingia. El título de “patricio de los romanos”
otorgado por el Papa a Pipino el Breve y sus hijos marca una formalización, al
menos en el plano simbólico, de este nuevo rol que la monarquía franca viene
22 R. GRANT, “War —Just, Holy, Unjust— in Hellenistic and Early Christian Thought”, Augustinianum, 20 (1980),
173-189.
23 BAINTON, op. cit., pp. 90-93; RUSSELL, op. cit., pp. 21-23; FLORI, La guerre sainte, op. cit., pp. 38-39.
25 FLORI, La guerre sainte, op. cit., pp. 40-41, observa que en la escala de valores germánicos, la guerra en sí misma y
más aún el botín son intrínsecamente positivos, algo que contrasta con la posición cristiana de Agustín; cf. también
F. PRINZ, Clero e guerra nell’Alto Medioevo, Turín, Einaudi, 1994.
26 Ibidem, pp. 41-43.
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cumpliendo desde mediados del siglo VIII —podría decirse que desde la batalla
de Poitiers en 732— y que contribuye no poco al engrandecimiento de su pres-
tigio y también a la sacralización de sus objetivos, incluyendo la actividad bélica.
Por otra parte, la caída del Imperio romano de Occidente y la progresiva des-
aparición de la influencia bizantina en los antiguos territorios imperiales de la
península itálica convierte al Papado en los hechos en una autoridad que en
Occidente no tiene rival en el plano religioso, y es cada vez más influyente en el
plano político. La conquista del Exarcado de Rávena por parte de los invasores
lombardos y el posterior sometimiento de éstos al reino carolingio aliado del
Papado desde la época de Pipino el Breve, marca la creación de los Estados
Pontificios, dominio temporal del Papa sustentado ideológicamente en la deno-
minada “Donación de Constantino”27.
Durante el apogeo del Imperio Carolingio bajo Carlomagno, este hecho care-
cerá de significación política práctica, pero a partir de la década de 840 y ante la
cada vez más acentuada crisis carolingia, las necesidades de defensa de los
Estados Pontificios llevan al Papa a solicitar ayuda militar en términos en los que
las referencias religiosas son inevitables y cada vez más frecuentes. Frente a la
amenaza del poder árabe, que ocupa a partir de 827 Sicilia y el sur de Italia,
saquea las costas italianas y la Sabinia y en 846 llega a saquear Roma, los llama-
mientos reiterados de los sucesivos Papas a los reyes francos —Lotario, Carlos
el Calvo, Luis el Tartamudo— suponen un avance importante hacia la idea de
una guerra santa cristiana; así, por ejemplo, León IV en 853: “El Omnipotente
sabe que, si alguno de los vuestros muere, ha muerto por la verdad de la fe, la
salvación de la patria y la defensa de los cristianos”28; o más tarde, Juan VIII en
878: “Aquellos que caigan en el campo de batalla, teniendo en ellos el amor de
la religión católica, entrarán en el descanso de la vida eterna combatiendo valien-
temente contra los paganos y los infieles”29.
El alcance exacto de estos pedidos de ayuda militar y de su prometida contra-
partida espiritual han sido objeto de bastante polémica entre los especialistas en el
tema. Mientras un grupo de autores que ve en las Cruzadas un emprendimiento
27 De acuerdo con este documento, al trasladar la capital del Imperio Romano a Constantinopla, el emperador
Constantino habría hecho entrega al papa Silvestre de todos los territorios occidentales. La “Donatio Constantini”,
muy posiblemente creación de la cancillería papal de mediados del siglo VIII, será utilizada reiteradamente por la
Santa Sede para justificar sus pretensiones temporales en Occidente, con éxito variado. Cf. W. ULLMANN, Historia del
pensamiento político en la Edad Media, Barcelona, Ariel, 1999, pp. 57-64.
28 “Novit enim Omnipotens, si quilibet vestrum morietur, quod pro veritate fidei, et salvatione patriae, ac defensione Christianorum
mortuus est” (LEON IV, Epistola 1, PL, 115, pp. 655-657); otra versión levemente diferente recogida en MGH Epistolae
V (Karolini Aevi III), p. 601.
29 “Illi, qui cum pietate catholicae religionis in belli certamine cadunt, requies eos aeternae vitae suscipiet contra paganos atque infideles
strenue dimicantes” (JUAN VIII, Epistola 150, MGH Epistolae VII (Karolini Aevi V), p. 126).
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ción bajo el título “Essai sur la formation de l’idée de croisade”, Bulletin de littérature ecclésiastique, 42 (1941) 24-45 / 86-
103; 45 (1944) 13-46 / 73-90; 54 (1953) 226-239; 55 (1954) 50-63—.
32 FLORI, La guerre sainte, op. cit., pp. 50-54.
33 R. FOLZ, L’idée d’Empire en Occident du Ve. au XIVe. siècle, Paris, Aubier, 1953.
34 FLORI, La guerre sainte, cit., pp. 54-56.
reunido para tratar fundamentalmente el tema de la Paz de Dios, como lo recuerda Flori; cf. J. FLORI, “Guerre sainte
et rétributions spirituelles dans la 2è. moitié du XIè. siècle”, Revue d’Histoire Ecclésiastique, 85 3/4 (1990), 641.
39 Este planteo tradicional aparece recogido incluso en obras recientes; cf. G. MINOIS, L’Église et la guerre, París,
40 D. BARTHÉLEMY, L’An mil et la paix de Dieu. La France chrétienne et féodale, 980-1060, París, Fayard, 1999.
41 D. BARTHÉLEMY, “La paix de Dieu dans son contexte (989-1041)”, Cahiers de Civilisation Médiévale, 40 (1997), 3-11.
42 J. MICHELET, Histoire de la France, París, A. Lacroix, 1876-1877, especialmente vols. I y II.
46 G. DUBY, Les trois ordres ou l’imaginaire du féodalisme, París, Gallimard, 1978 (hay numerosas traducciones al español,
por citar la —posiblemente— primera: Los tres órdenes o lo imaginario del feudalismo, Barcelona, Petrel, 1980).
47 R. LANDES, Relics, Apocalypse and the Deceits of History. Adhemar of Chabannes, 989-1034, Cambridge (Mass),
Harvard University Press, 1995. En los últimos años este autor ha insistido con la cuestión de las expectativas apo-
calípticas del año mil, particularmente en su contribución a una obra colectiva dedicada en su totalidad a esta posi-
ción: Richard Landes, Andrew Richard y David van Meter (eds.), The Apocalytic Year 1000. Religious Expectation and
Social Change, 950-1050, Oxford, Oxford University Press, 2003.
48 J.-P. POLY, “Le commencement et la fin. La crise de l’an mil chez ses contemporains”, en C. Duhamel-Amado
51 D. BARTHÉLEMY, “La paix de Dieu…”, op. cit., pp. 11-17. Un análisis panorámico de la tesis de Duby, y de los
elogios y críticas recibidas es el de F. BOUGARD, “Genèse et réception du Mâconnais de Georges Duby”, Bulletin du
centre d’études médiévales d’Auxerre, Hors série n° 1, 2008, URL: http://cem.revues.org/index4183.html.
52 J. FLORI, La guerre sainte, op. cit., pp. 66-69.
the First Crusade”, en Luis García Guijarro-Ramos (ed.), La Primera Cruzada, novecientos años después: el Concilio de
Clermont y los orígenes del movimiento cruzado, Barcelona, Castelló d’Impressió, 1997, pp. 51-61; “The Peace and the Truce
of God in the Eleventh Century”, Past and Present, 46 (1970), 42-67; The Age of Abbot Desiderius: Montecassino, the Papacy,
and the Normans in the Eleventh and Early Twelfth Centuries, Oxford, Clarendon Press, 1983.
58 Algunas de las obras más destacadas en esta posición: J. RILEY-SMITH, The First Crusade and the Idea of Crusading,
Philadelphia, University of Pennsylvania Press, 1986; “Erdmann and the Historiography of the Crusades, 1935-
1995”, en L. García Guijarro-Ramos (ed.), La Primera Cruzada, novecientos años después: el Concilio de Clermont y los orígenes
del movimiento cruzado, Barcelona, Castelló d’Impressió, 1997, pp. 17-29; M. BULL, Knightly piety and the lay response to the
First Crusade: the Limousin and Gascony, c. 970-c. 1130, Oxford, Clarendon Press - New York, Oxford University Press,
1993.
59 Así por ejemplo J. FRANCE, “Les origines de la Première Croisade. Un nouvel examen”, en M. Balard (ed.),
Autour de la Première Croisade. Actes du Colloque de la Society for the Study of the Crusades and the Latin East (Clermont-Ferrand,
22-25 juin 1995), París, Publications de la Sorbonne, 1996, pp. 43-56.
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60 En esta posición se ubicaría, por ejemplo, Jean Flori. Cf. por ejemplo (sin pretensiones de exhaustividad): J.
FLORI, La guerre sainte, op. cit., pp. 21-26; “Mort et martyre des guerriers vers 1100; l’example de la première croisade”,
Cahiers de Civilisation Médiévale, 34/2 (1991), 121-139; “L’Église et la guerre sainte, de la ‘Paix de Dieu’ à la ‘Croisade’”,
Annales ESC, 2 (1992), 453-466; “Guerre sainte et rétributions spirituelles dans la 2è. moitié du XIè. siècle”, Revue
d’Histoire Ecclésiastique, 85 3/4 (1990), 617-649; “Réforme, reconquista, croisade. L’idée de reconquête dans la corres-
pondance pontificale d’Alexandre II à Urbain II”, Cahiers de Civilisation Médiévale, 40 (1997), 317-335.
61 L. GARCÍA-GUIJARRO, Papado, Cruzadas y Ordenes militares, siglos XI-XIII, Madrid, Cátedra, 1995, p. 48.
62 Cf. por ej., G. DUBY, La société aux Xiè et XIIè siècles dans la région mâconnaise, cit., pp. 333-335.
63 Y no solo por la línea del marxismo más tradicional como la de M. ZABUROV, Historia de las Cruzadas, Buenos
66 En lo que respecta a las fuentes de la época relevantes para el conocimiento de la primera Cruzada, su prédica,
organización y desarrollo, las más relevantes son la crónica de Raymond de Aguilers, capellán del conde de Toulouse;
la de Foucher de Chartres, capellán de Balduino de Boulogne; los Gesta Francorum et Aliorum Hierosolymitanorum, de
autor anónimo y que se atribuye a un soldado desconocido del ejército de Bohemundo de Tarento; y la de Albert
d’Aix, de quien nada se sabe, salvo que nunca estuvo en Palestina, aunque al parecer recogió los testimonios orales
de protagonistas de la primera Cruzada. En el caso de Raymond de Aguilers la mejor edición disponible es todavía
la del Recueil des Historiens des Croisades (RHC Occid., III, 231-309). De la crónica de Foucher de Chartres, hay una edi-
ción mejor (Heinrich Hagenmeyer, ed.: Fulcheri Carnotensis historia Hierosolymitana, Heidelberg, C. Winter, 1913), que
es preferible a la del Recueil (RHC Occid., III, 321-485). En el caso de los Gesta Francorum anónimos, la edición a cargo
de Louis Bréhier (con el título Histoire Anonyme de la Première Croisade, París, Honoré Champion, 1924) es mejor que
la del Recueil. Por último, de la crónica de Albert d’Aix hay una edición crítica reciente a cargo de Susan Edgington,
con el título Historia Ierosolymitana (New York, Oxford University Press, 2007).
67 Esta última es la opinión de Hans Mayer, ibid., 61.
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del rey Felipe I, porque éste había sido excomulgado precisamente en el concilio
de Clermont, debido a su unión ilegítima con Bertrada de Montfort, esposa legí-
tima del conde de Anjou68. Tampoco fueron incluidos en la prédica ni el empe-
rador germánico Enrique IV ni sus dominios en Alemania, por razones simila-
res: este monarca también estaba excomulgado debido a la “Querella de las
Investiduras”, que desde el pontificado de Gregorio VII lo enfrentaba con el
papado por el control en la designación de la jerarquía episcopal. En esta prime-
ra Cruzada, pues, no participó ningún monarca: fue según toda la evidencia dis-
ponible, un llamado directo a la nobleza feudal, básicamente francesa, con la
excepción de los normandos del reino de Sicilia que también participaron.
Es muy probable que en Clermont el Papa sólo hubiese tenido en mente una
expedición de medianas dimensiones, constituida exclusivamente por la nobleza
feudal, es decir por los profesionales de la guerra de entonces, destinada a ayu-
dar militarmente al Imperio Bizantino para mejorar las relaciones con éste y
eventualmente superar el cisma de 1054. Hoy en día se acepta como cierto o al
menos muy probable que en marzo de 1095, con motivo de un concilio convo-
cado en Piacenza para tratar asuntos internos de la Iglesia, emisarios del
Emperador bizantino habrían solicitado ayuda militar al Pontífice, describiendo
en términos sombríos la situación militar del Imperio. Como sea, parece seguro
que la convocatoria que despertó su llamado excedió mucho las expectativas ini-
ciales del Pontífice, especialmente respecto de la “Cruzada popular”, que fue la
primera, cronológicamente hablando, en partir hacia Oriente.
Paralelamente a la prédica oficial de la Cruzada por parte del Papa y la jerar-
quía episcopal, en los meses que siguieron a Clermont existió una difusión de la
propuesta a cargo de predicadores populares, cuyos detalles no se conocen en
su totalidad. Lo cierto es que este movimiento no controlado ni deseado por la
jerarquía eclesiástica tuvo una difusión notable en el norte de Francia y especial-
mente en Alemania, y su predicador más famoso fue Pedro el Ermitaño. El ver-
dadero papel de este personaje ha sido bastante controvertido. Considerado por
la historiografía romántica como el principal impulsor de la Cruzada69, su rol fue
después muy reducido por la historiografía alemana positivista de finales del
siglo XIX70; en los últimos años, autores como Jean Flori han procurado reha-
bilitar y aclarar simultáneamente, el papel desempeñado por este personaje71.
68 Sobre el episodio, cf. G. DUBY, Le chevalier, la femme et le prêtre, París, Hachette, 1981, pp. 7-26 (hay traducción
71 J. FLORI, Pierre l’Érmite, op. cit., especialmente pp. 67-89 y pp. 251-313.
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72 Se conservan varios relatos de estas persecuciones del lado judío; para un análisis de estos relatos, cf. R. CHAZAN,
God, Humanity and History: The Hebrew Frist Crusade Narratives, Berkeley & Los Angeles, University of California Press,
2000. Para un análisis de la situación de los judíos durante la Cruzada, cf. R. CHAZAN, European Jewry and the First
Crusade, Berkeley & Los Angeles, University of California Press, 1987; dentro de las obras traducidas al español, la
más accesible es L. POLIAKOV, Historia del antisemitismo, Buenos Aires, Siglo XX, 1968, vol. I.
73 J. FLORI, Pierre l’Érmite, op. cit., pp. 261-265.
76 Ibidem, p. 269.
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77 Del lado bizantino existe un buen relato de la impresión —desfavorable— causada por los cruzados: es la obra
de Ana Comneno, hija del emperador Alexis, de la cual hay versión en español: Ana COMMENO, Alexiada, Sevilla,
Universidad de Sevilla, 1989.
78 Los bizantinos y especialmente el emperador Alexis son presentados como poco de fiar y no respetuosos de la
palabra empeñada, por ejemplo en la Histoire Anonyme, op. cit., pp. 14-17; pp. 22-25; etc.
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capital del sultán selyucí Kilij Arslan. En mayo se puso sitio a la ciudad, y al mes
siguiente ésta se rindió, pasando nuevamente a poder bizantino. Los cruzados
continuaron la marcha a través de la península anatólica hacia Antioquía, travesía
que resultó muy dura debido a las condiciones desérticas de la zona y el arrasa-
miento que hicieron los turcos antes de retirarse, y que les llevó en total cuatro
meses. Luego de derrotar a los turcos en varios combates (Dorilea, Heraclea de
Capadocia), el ejército avanzó bordeando la cordillera de los montes Taurus, pasó
por la ciudad de Cesarea (abandonada por los turcos) a fines de septiembre, y el
21 de octubre puso sitio a Antioquía, sede patriarcal y capital del norte de Siria.
Un contingente cruzado al mando de Balduino de Boulogne, hermano de
Godofredo de Bouillon, se había separado del ejército principal semanas antes
de llegar a Antioquía, y se adentró en el interior de Siria, buscando la oportuni-
dad de consolidar un dominio territorial independiente. El ambiente que encon-
tró en esa zona del norte de Siria, habitada por armenios cristianos que no esta-
ban conformes con el dominio turco pero que tampoco simpatizaban con los
bizantinos, favoreció los planes políticos de Balduino. En febrero de 1098 éste
entró en la ciudad de Edesa que controlaba la región, siendo nombrado herede-
ro y corregente del príncipe armenio Toros. Al mes siguiente Toros fue derro-
cado, y Balduino quedó al frente de un dominio territorial bastante amplio, que
abarcaba buena parte del territorio al norte de Siria: el condado de Edesa, cro-
nológicamente el primer principado cruzado en constituirse.
El grueso del ejército cruzado tuvo que mantener un largo asedio a
Antioquía, dotada de un buen sistema defensivo. Careciente de recursos para
realizar un asalto en regla, el sitio se extendió por meses; la falta de provisiones
y la noticia de que un ejército turco al mando de Kerboga, señor de Mosul, se
dirigía a atacarlos empezaba a desmoralizar el ejército, cuando a comienzos de
junio de 1098 negociaron con algunos turcos, que permitieron a los cruzados
entrar en la ciudad por sorpresa. Pocos días después, la llegada de Kerboga con-
virtió a los cruzados de sitiadores en sitiados dentro de la ciudad recién conquis-
tada. Los víveres eran escasos y el desánimo empezaba a cundir en el ejército
cristiano, cuando ocurrió un milagro que cambió la suerte de la expedición. Un
humilde integrante del contingente provenzal, Pedro Bartolomé, aseguró que
San Andrés se le había aparecido para indicarle el lugar en la ciudad en que esta-
ba enterrada la Santa Lanza, con la que se había atravesado el costado de
Jesucristo al momento de la Crucifixión. Cuando se excavó en el lugar indicado
por el visionario y se halló la lanza el 14 de junio, el efecto en el ánimo de todos
fue enorme. A fines de ese mes, los sitiados hicieron una salida, derrotaron y
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79 Cf. Raymond de AGUILERS, RHC Occid., III, 300; Histoire Anonyme, pp. 202-207; Foucher DE CHARTRES, RHC
te, el duque de la Baja Lorena optó por no asumir el título de rey, contentándose
con ejercer solamente las potestades del cargo, probablemente para no enemis-
tarse con el clero latino que aspiraba más o menos discretamente a crear un prin-
cipado eclesiástico en Jerusalén, bajo la égida de un patriarca a ser designado.
Pese a competir políticamente entre sí por el control de los nuevos dominios,
los jefes feudales de la Cruzada no dudaron en cerrar filas en torno a Godofredo
de Bouillon, para derrotar al ejército egipcio fatimí que avanzaba desde el sur,
junto a Ascalón, en agosto de 1099. Con esta importante victoria se consolidaba
la conquista militar y comenzaba la no menos difícil etapa de consolidación polí-
tica de los Estados cristianos en Tierra Santa.
El éxito de la expedición provocó gran entusiasmo en Europa; la Cruzada
continuó predicándose, y no tardó en organizarse una nueva expedición, desti-
nada a quienes debían cumplir con el voto de Cruzada ya realizado, o estaban
deseosos de comprometerse ahora ante el ejemplo de los demás. En 1100 se
organiza una nueva partida integrada por tropas feudales al mando de Anselmo,
arzobispo de Milán; tropas aquitanas encabezadas por su duque, Guillermo IX;
Esteban de Blois y Hugo de Vermandois, quienes habían abandonado la prime-
ra Cruzada y debían cumplir con su voto bajo amenaza de excomunión; el
conde Guillermo II de Nevers y Auxerre; los obispos de París, Laon y Soissons;
el duque Welf IV de Baviera, la margravina Ida de Austria y el arzobispo
Thiemo de Salzburgo. El contingente lombardo del arzobispo Anselmo fue el
primero en partir —otoño de 1100—, y por lo tanto el primero en arribar a
Constantinopla en la primavera de 1101, a donde llegó el resto de los ejércitos
cruzados en el verano de ese año. Una vez en Anatolia, los contingentes, sepa-
rados entre sí, fueron sucesivamente derrotados por una coalición islámica com-
puesta por selyucíes y tropas de Alepo, entre otros, a resultas de lo cual consi-
guieron muy pocos llegar a Tierra Santa y regresar otros a Europa80.
El triunfo de la primera Cruzada desembocó en la creación de una serie de
principados feudales, rodeados de Estados musulmanes (aunque casi siempre en
lucha entre sí)81, en el que también desempeñaron un papel político destacado
80 El mejor relato contemporáneo de esta expedición es la crónica de Ekkehard, abad de Aura, que participó en la
USAMAH IBN MUNQIDH, An Arab-Syrian gentleman and warrior in the period of the Crusades: memoirs of Usamah ibn-Munqidh
(en el original el título de la obra es Instrucciones por ejemplos, la edición y traducción son a cargo de Philip K. Hitti, New
York, Columbia University Press, 2000). Mucho más difícil de localizar es la edición occidental de Ibn al-Qalanisi,
cronista de Damasco (History of Damascus, 363-555 A.H., by Ibn al-Qalanisi, from the Bodleian MS. Hunt. 125; Beyrut,
Catholic Press of Beyrut, 1908). También hay ediciones bastante difundidas que contienen solamente fragmentos de
cronistas musulmanes, pero que en contrapartida son muy accesibles, como la de F. GABRIELI, Arab historians of the
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Crusades, London, Routledge & K. Paul, 1969 (edición original en italiano). Por último, hay obras de divulgación valio-
sas como la de A. MAALOUF (The Crusades through Arab Eyes, New York, Schocken Books, 1984, de la que hay nume-
rosas ediciones y traducciones, incluyendo la española: Las Cruzadas vistas por los árabes, Madrid, Alianza Editorial,
1989), que no es una edición de crónicas musulmanas estrictamente hablando, sino un relato moderno basado en esas
crónicas. En el Recueil des Historiens des Croisades – Historiens Orientaux ya citado al comienzo se incluye un número
importante de autores musulmanes, como Imad ed-Din y Beha ed-Din Ibn Shedad, indispensables para la época de
Saladino; del siglo XIII, Ibn al-Athir de Mosul, y para la etapa final de las Cruzadas, Abu’l Feda. De todas formas, en
general no está publicada cada obra en toda su extensión, sino solamente las partes de ellas relativas a las Cruzadas.
82 Sobre la historia de los Estados cruzados, las fuentes más importantes para el estudio de las primeras décadas
del siglo XII son las ya citadas crónicas de Foucher de Chartres y Albert d’Aix. A partir de 1127, la fuente más des-
tacada es la obra de Guillermo de Tiro, nacido en Palestina y que fue arzobispo de Tiro. Su obra Historia rerum in par-
tibus transmarinis gestarum (RHC Occid., I, 9-1134; hay traducciones al inglés y al francés), cubre los acontecimientos
de Palestina y Siria hasta 1184. A partir de esa fecha y hasta 1198, la fuente fundamental en este sentido es una con-
tinuación en francés antiguo de la crónica de Guillermo de Tiro, conocida como la Estoire d’Eracles (RHC Occid., II,
1-639). También es importante la correspondencia de los cruzados, de la que hay dos ediciones, la de Heinrich
HAGENMEYER, Epistulae et chartae ad historiam primi belli sacri spectantes: die Kreuzzugsbriefe aus den Jahren 1088-1100.
Hildesheim - New York, G. Olms, 1973 (ed. facsimilar de la original - Innsbruck, Wagner,1901); y la de Paul RIANT,
“Inventaire critique des lettres historiques des croisades”, en Archives de l’Orient Latin, I, París, s.n., 1881, pp. 1-224.
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ámbito bastante diferente del de Occidente, que algunos autores han llegado a
calificar de primera experiencia colonial europea83.
Desde el punto de vista de las relaciones exteriores, la estrategia de los nuevos
Estados consistió, por una parte, en llevar sus límites políticos a coincidir con los
geográficos, para facilitar su defensa frente al Islam. Esto implicaba conquistar la
totalidad de las ciudades costeras, en su mayor parte todavía en poder musulmán
en 1099, extender la frontera oriental hasta el desierto conquistando enclaves
musulmanes estratégicos importantes, como Alepo y Damasco, y crear así una
“tierra de nadie” que facilitara la defensa. Por otra parte, se intentó fomentar o
al menos mantener las divisiones existentes entre los distintos vecinos musulma-
nes, apoyando alternativamente a unos y a otros y enfrentándolos entre sí.
En lo que hace a la conquista de las ciudades costeras, a la muerte de Godo-
fredo de Bouillon en 1100, su sucesor, Balduino I (hermano de Godofredo y
señor del condado de Edesa) que asume —ahora sí— el título de rey de Jerusalén,
va a desarrollar una política de expansión relativamente exitosa. Entre 1101 y
1104 conquista varias ciudades costeras, de las cuales la más importante es Acre
(Akkon) por sus fortificaciones y su excelente puerto. En 1109 cae otra impor-
tante ciudad costera, Trípoli, que había sido asediada durante años por el conde
Raimundo de Tolosa sin poder ver su conquista, pues había muerto en 1105; esta
ciudad va a pasar a ser la sede de otro principado cristiano, aunque vasallo del rey
de Jerusalén. Con la conquista de Sidón y Beirut en 1110, el poder musulmán
solamente retiene en la costa las ciudades de Ascalón y Tiro. A la muerte de
Balduino I en 1118, bajo el reinado de su pariente y sucesor Balduino de Bourcq
—con el nombre de Balduino II— tendrá lugar la toma de Tiro en 1124, con la
ayuda de una poderosa flota veneciana que a cambio va a obtener importantes
exenciones fiscales y jurídicas, así como la posesión de un tercio de la ciudad.
Menos exitosos en su conjunto van a ser en cambio el esfuerzo por ocupar
las áreas todavía musulmanas en el interior del territorio hasta el desierto. Alepo
y Damasco no van a ser nunca conquistadas —la segunda Cruzada va a termi-
nar precisamente con un fracaso militar frente a las murallas de esta última ciu-
dad—; en el norte de Siria el principado de Antioquía va a luchar intermitente-
mente con el Imperio Bizantino por la posesión de Cilicia (actual sur costero de
Turquía), y el principado de Edesa va a llevar una existencia bastante amenazada
por la carencia de fuerzas de defensa suficientes, hasta su caída definitiva en
83 Cf. por ejemplo, R. GROUSSET, Histoire des Croisades et du Royaume franc de Jérusalem (3 vv.), París, Plon, 1934. La
muy interesante legislación producida por los Estados cristianos en Tierra Santa, de la cual el exponente más impor-
tante y conocido son los Assises de Jerusalén, está publicada en el Recueil des Historiens des Croisades – Lois, ya citado.
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84 La bibliografía sobre la Orden del Templo es por supuesto extensísima; por citar solamente algunas obras entre
las más acesibles: Alain DEMURGER, Vie et mort de l’ordre du Temple, Paris, Éditions du Seuil, 1989; Simonetta CERRINI,
La revolución de los Templarios, Buenos Aires, El Ateneo, 2008; Franco CARDINI, La Nascita dei Templari, Rimini, Il
Cerchio, 1999; S. CERRINI (ed.), I Templari, la guerra e la santità, Rimini, Il Cerchio, 2000.
85 BERNARDO DE CLARAVAL, Liber ad milites templi de laude novae militiae, Obras Completas, vol. I, La Editorial
86 Sobre la Orden de San Juan, la obra moderna más accesible es J. RILEY-SMITH, The Knights of St. John in Jerusalem
and Cyprus, c. 1050-1310, London, Macmillan – New York, St. Martin’s Press, 1967.
87 EUGENIO III, Quantum praedecessores, PL 180, 1064-1066. Con pequeñas variantes el Pontífice vuelve a promulgar
Clairvaux (2 vv), París, Librairie Victor Lecoffre, 1920 (1ª ed.: 1895).
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de un artículo ya clásico de G. CONSTABLE, “The second crusade as seen by contemporaries”, Traditio 9 (1953), 213-
279.
93 La obra clásica en este sentido es P. ALPHANDÉRY - A. DUPRONT, La chrétienté et l’idée de Croisade, París, Albin
Michel, 1954-1959 (2 vols.). Hay traducción al español: La Cristiandad y el Concepto de Cruzada, México, UTEHA, 1959-
1962 (2 vols.).
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94BERNARDO DE CLARAVAL, Epistola Nº 457, Obras Completas vol. VII, Madrid, La Editorial Católica, 1990, 1216-
1219.
95 EUGENIO III, Divini dispensatione, PL 180, 1203-1204.
96 Los dos mejores relatos contemporáneos de esta Cruzada son Odón de Deuil, que viajó con el ejército del rey
de Francia, y Otón de Freisingen, participante de la expedición del emperador alemán. Del primero la mejor edición
es ODO OF DEUIL: De Profectione Ludovici VII in orientem, Virginia GINGERICK BERRY, ed., New York, Columbia
University Press, 1948. Del segundo, la mejor edición sigue siendo la de Monumenta Germaniae Historica: Ottonis et
Rahewini Gesta Friderici I imperatoris (Scriptores rerum germanicarum in usum scholarum ex Monumentis Germaniae
Historicis recusi), Hannover, Impensis Bibliopolii Hahniani, 1912.
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ción de Damasco como objetivo militar ha sido sumamente discutida por la his-
toriografía moderna; la mayor parte de los autores sostienen que constituyó un
error estratégico porque enajenó las buenas relaciones existentes con el poder
islámico de la ciudad, contribuyendo a que ésta terminara en poder de Nur ad-
Din, sucesor de Zengi97. De cualquier manera, el intento terminó en un comple-
to fracaso; el sitio de la ciudad, implementado sin demasiada tenacidad, fue
levantado rápidamente, Conrado III regresó a Europa en setiembre de 1148 y
Luis VII en la Pascua de 1149. La decepción en Occidente por el fracaso de una
Cruzada que prometía tanto fue muy grande, y Bernardo de Claraval como su
principal impulsor, se vio obligado a componer una defensa de su actuación,
seguramente porque no le faltaron críticos98.
Tras la segunda Cruzada, la situación política y militar de los Estados cristia-
nos de Tierra Santa se fue deteriorando políticamente, a medida que crecía el
poder de Nur ad-Din, quien en 1150 conquista los últimos restos del condado
de Edesa y en 1154 ocupa Damasco, unificando así toda Siria bajo su mando.
Por otra parte, el reino de Jerusalén atravesó un período de crisis política que
casi desemboca en guerra civil entre Balduino III y su madre la reina Melisenda,
quien desde la muerte de Balduino II había gobernado en calidad de regente.
Superado el conflicto con la imposición de la autoridad única de Balduino en
1152, todavía en 1153 el rey de Jerusalén logró una importante victoria militar
con la conquista de Ascalón, que arrebató al califato fatimí de El Cairo. Una
grave enfermedad que aquejó a Nur ad-Din en 1157 y la intervención del enér-
gico emperador bizantino Manuel Comneno en el norte de Siria, Antioquía
incluida, en 1159, logró un statu quo que mantuvo más o menos sin cambios el
mapa político de la región por varios años más.
Este precario equilibrio político se rompió paulatinamente en la década de
1160, con la decadencia del califato fatimí de El Cairo y la intervención cada vez
más frecuente de Nur ad-Din en los asuntos egipcios, pese a la oposición del rey
de Jerusalén que también intervino en ese país procurando contrarrestar la
influencia del sirio. En 1169 un ejército de Nur ad-Din encabezado por el gene-
ral de origen kurdo Shirkuh se hizo con el poder en Egipto, y al morir poco des-
pués, su sobrino Salah ad-Din (Saladino) ocupó su lugar, nominalmente como
97 Así por ejemplo, H. MAYER, op. cit., pp. 144-145, y S. RUNCIMAN, A History of the Crusades, vol. II,
Harmondsworth, Penguin Books, 1985, pp. 281-283; a favor de la decisión, M. HOCH, “The Choice of Damascus as
the Objective of the Second Crusade: a re-evaluation”, M. Balard (ed.), Autour de la Première Croisade, Actes du Colloque
de la Society for the Study of the Crusades and the Latin East (Clermont-Ferrand, 22-25 junio 1995), París, Publications de la
Sorbonne, 1996, pp. 359-369; mismo juicio favorable en J. RICHARD, op. cit., pp. 177-179.
98 BERNARDO DE CLARAVAL, De consideratione ad Eugenium Papam, Obras Completas, II, Madrid, La Editorial Católica,
99 Un útil análisis panorámico del reinado de Saladino, en el contexto de la guerra santa con los cristianos, es el de
M. LYONS - D. JACKSON, Saladin. The Politics of the Holy War, Cambridge, Cambridge University Press, 1997.
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ció un año más en Tierra Santa, combatiendo a Saladino con suerte variada;
logró recuperar el puerto de Jaffa pero fracasó en dos oportunidades en recon-
quistar Jerusalén. Finalmente, cuando la situación política en su reino hizo impe-
rioso su regreso, firmó una tregua con Saladino en setiembre de 1192 y se
embarcó para Europa a comienzos del mes siguiente102.
El nuevo emperador germánico Enrique VI se mostró desde el comienzo
partidario de un nuevo esfuerzo militar; su interés por Oriente seguramente
tenía algo que ver con el matrimonio de su hermano con la hija del emperador
bizantino. Como sea, se predicó nuevamente la Cruzada en Alemania y se reunió
un nuevo ejército, que aunque no pudo encabezar en persona el Emperador,
partió desde Mesina por vía marítima, logrando la reconquista de Sidón y Beirut
en 1197. La muerte del Emperador ese mismo año impidió extender estos triun-
fos militares103.
El ascenso al solio pontificio de Inocencio III en 1198 modificó la prédica y
organización de las expediciones siguientes. Máximo expositor de la teoría de la
supremacía política del pontificado, Inocencio no concibe la Cruzada como una
expedición a ser dirigida por las monarquías nacionales, sino por la Santa
Sede104. Como consecuencia, su llamamiento se dirige directamente a la christia-
nitas, intentando obviar a los monarcas, y es con ese criterio que proclama una
nueva Cruzada en agosto de ese año105, que reitera al año siguiente106. De la pré-
dica, particularmente importante en Francia, se encargaron el legado Pedro
Capuano y sobre todo Fulco de Neuilly. La prédica de este último estuvo asen-
tada sobre la reforma de las costumbres y especialmente la crítica del lujo y la
usura, con el beneplácito de Inocencio. Esto hizo que la argumentación se foca-
lizara mucho en los pobres como elegidos, en línea con el movimiento cristoló-
gico a favor de la pobreza como imitación de Cristo que desde fines del siglo
XII estaba teniendo mucho auge107.
102 Sobre la tercera Cruzada, los mejores testimonios sobre la actuación de Ricardo I en Palestina son Richard of
London (también conocido por Richard of Holy Trinity), Itinerarium Peregrinorum (MGH SS. 27, 195-218), y el poema
escrito en francés antiguo de Ambroise, L’Estoire de la Guerre Sainte (MGH SS. 27, 532-546). Del lado francés sobre
la campaña del rey Felipe Augusto, la única fuente directa es Rigord, Gesta Philippi Augusti (MGH SS. 26, 288-294).
103 Cf. S. RUNCIMAN, op. cit., vol. III, Cambridge, Cambridge University Press, 1995, pp. 96-98. Una versión con-
temporánea de esta corta expedición puede leerse en la Estoire d’Eracles ya citada (RHC Occid., II, 228-230).
104 Sobre la posición de Inocencio III frente a los infieles, un buen análisis de su correspondencia es el que hace
G. CIPOLLONE, “Innocenzo III e i sarraceni. Attegiamenti differenziati”, Acta Historica et Archaeologica Medievalia, 1
(1980) 167-187.
105 INOCENCIO III, Post miserabile, PL 214, 308-312; ibid., Plorans ploravit, PL 214, 263-265.
106 INOCENCIO III, Graves orientalis terrae, PL 214, 828-832; Ibid., Nisi nobis dictum, PL 214, 832-835.
107 Su principal exponente fue Petrus Cantor, maestro de Fulco de Neuilly; cf. PETRUS CANTOR, Verbum abbreviatum,
PL 205, pp. 21-528. Hay una edición crítica mucho más moderna, a cargo de M. Boutry, Petri Cantoris Parisiensis Verbum
adbreviatum, Turnhout, Brepols, 2004 (Corpus christianorum. Continuatio mediaevalis, 196).
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108 La fuente contemporánea más importante para el estudio de esta cuarta Cruzada es la de Geoffroy de
Villehardouin, escrita en francés por un integrante noble de la expedición. La mejor edición a la fecha es la de
Edmond Faral: La conquête de Constantinople (2 vols), París, Société d’Edition “Les Belles Lettres”, 1961. El relato de
Robert de Clari, soldado de más baja extracción social participante en el ejército cruzado, es de menor valor; cf.: La
conquête de Constantinople, París, E. Champion, 1924, con edición a cargo de Philippe Lauer. Sobre la base de esta edi-
ción del texto en francés antiguo se han realizado diversas reediciones, acompañadas de traducciones al francés
moderno, al inglés y al italiano.
109 Hans MAYER, op. cit., pp. 265-267.
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Tierra Santa. En el seno del ejército cruzado se desató una dura discusión; algu-
nos nobles con Simón de Montfort a la cabeza rechazaron de plano la propuesta
y regresaron a sus tierras. Sin embargo, la mayoría aceptó el nuevo plan, pese a
las protestas y amenazas de Inocencio III, que se enteró tarde del cambio de
rumbo, cuando la flota ya había partido de Zara, en abril de 1203 hacia
Constantinopla, donde arribó a fines de junio. Al mes siguiente se inició el asalto
a la ciudad, pero Alejo III huyó, siendo repuestos en el trono Isaac y su hijo
Alejo IV. El problema fue entonces que, por una parte, Alejo IV no estaba en
condiciones económicas de cumplir con lo prometido y, por otra, que su situa-
ción política se fue deteriorando rápidamente ya que la opinión pública en la
ciudad era abiertamente antilatina. En enero de 1204 se produjo un levanta-
miento, e Isaac y Alejo fueron derrocados y muertos; ascendió entonces al trono
Alejo V, declaradamente antilatino.
Ante este estado de cosas, cruzados y venecianos decidieron cobrarse la
deuda, terminando con el Imperio Bizantino y repartiéndoselo, todo lo cual
quedó consignado en un acuerdo celebrado en marzo de 1204. Al mes siguiente
se produjo el asalto final y Constantinopla fue conquistada por extranjeros, por
primera vez desde su fundación en 325. A la conquista siguieron varios días de
saqueo sistemático, especialmente de objetos de arte y de reliquias de santos,
muy valiosas a los ojos de los occidentales. El territorio bizantino fue dividido
entre los nobles francos y Venecia, y se nombró emperador del nuevo Estado a
Balduino de Flandes110. El nuevo Imperio latino nacía muy debilitado, con un
monarca sin recursos económicos, un territorio dividido en multiplicidad de
señoríos feudales virtualmente independientes y la omnipresencia veneciana sin
la cual nada podía emprenderse. La resistencia griega se agrupó en varias unida-
des políticas, de las cuales la más importante fue Nicea, bajo la dinastía de los
Lascaris. En cuanto a Inocencio III, pese a su oposición al desvío de la expedi-
ción y a la condena inicial por la conquista de Constantinopla, terminó aceptan-
do los hechos consumados, especialmente por la perspectiva de la unificación
de la Iglesia griega escindida desde 1054, y también porque un fuerte Estado
latino en los Balcanes y Asia Menor podría ser un importante apoyo para los
Estados cruzados en Palestina.
110 La cuarta Cruzada ha generado una importante polémica historiográfica, especialmente en lo que hace a la res-
ponsabilidad por su desvío a Constantinopla. Como bibliografía específica se puede mencionar A. CARILE, Per una storia
dell’Imperio Latino di Costantinopoli (1204-1261), Bologna, Patron, 1978 (1ª ed. 1972); A. FROLOW, Recherches sur la déviation
de la IVe Croisade vers Constantinople, París, Presses universitaires de France, 1955; D. QUELLER, The Fourth Crusade: the con-
quest of Constantinople, Philadelphia, University of Pennsylvania Press, 1997 (1ª ed.: 1977).
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111Este episodio queda fuera de los alcances de esta síntesis, de acuerdo con lo planteado al comienzo.
112Un análisis bastante detallado del episodio es el de P. ALPHANDERY, op. cit., II, pp. 82-106; este autor hace una
relación bastante pormenorizada de las fuentes de la época que mencionan estos episodios, entre ellos los Annales
Marbacenses, el Anonymus Laudunensis, la Chronica majora de Mateo París, los Annales Spirenses, el Speculum historiale de
Vicente de Beauvais, etcétera.
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Inocencio III no se dio por vencido con el resultado de la cuarta Cruzada. Para
él, el objetivo seguían siendo los Santos Lugares, y en 1213 emite una nueva bula
de Cruzada113. Nuevamente la prédica de la expedición no se dirigió a los monar-
cas más importantes de Europa, sino a la cristiandad en su conjunto; en Francia
estuvo a cargo de Roberto de Courson, y en Alemania de Oliverio de Colonia.
Como en anteriores oportunidades, distintas disposiciones eclesiásticas tendieron
a regular cada vez con más detalle los autorizados a predicar la Cruzada, así como
el contenido de la prédica. El cuarto Concilio Lateranense reunido en 1215 se va
a ocupar de reglamentar la Cruzada mediante un decreto especial114, que se va a
ocupar de una cantidad de detalles, desde la sustitución del voto de Cruzada por
un aporte pecuniario para armar un combatiente, manteniendo la indulgencia
como premio, hasta un impuesto especial sobre las rentas del clero para financiar
los gastos de la expedición. En julio de 1216 muere Inocencio III, pero su suce-
sor, Honorio III, mantuvo los planes de Cruzada. Francia, ocupada internamente
en la Cruzada contra los albigenses, no participó de manera importante, sino que
el peso mayor lo tuvieron austríacos y húngaros, que partieron desde el puerto
de Split en la costa dálmata entre agosto y septiembre de 1217.
Llegados a Tierra Santa, sin un mando militar unificado y dirigido precaria-
mente por un consejo de guerra integrado por los príncipes austríaco y húngaro,
los reyes de Chipre y Jerusalén y los maestres de las Órdenes militares del Templo
y el Hospital, los cruzados no se decidieron a realizar un ataque sobre los terri-
torios islámicos y se contentaron con reforzar algunas de las fortificaciones exis-
tentes. Sólo a la llegada de tropas alemanas a comienzos de 1218 se decidió atacar
Egipto, por ser la sede del poder enemigo. A fines de mayo de ese año el ejército
cruzado atacó Damietta, el segundo puerto más importante del país, el cual fue
conquistado en noviembre de 1219. El ejército se vio reforzado con contingentes
provenientes de distintas partes de Europa y el Sultán egipcio ofreció finalmente
la paz, entregando Jerusalén a cambio de la retirada de Egipto. Sin embargo, el
legado Pelagio, que fiel a la política de Inocencio III actuaba como jefe supremo
de la expedición, apoyado por las ciudades italianas, rechazó los términos de paz
y decidió intentar la conquista de Egipto. En julio de 1220 inició el avance Nilo
arriba. El objetivo probó ser demasiado ambicioso para las fuerzas cristianas, que
fueron rodeadas y derrotadas en Mansura (agosto de 1221) y se vieron obligadas
a abandonar Egipto de acuerdo con los iniciales términos de paz. Fracasó así el
último intento de Cruzada estrictamente “gregoriana”, es decir dirigida directa-
113 INOCENCIO III, Utinam Dominus, PL 215, 1500-1503; ibid., Quia major, PL 216, 817-822.
114 MANSI, 22, pp. 1057-1068.
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115 Para un análisis más detallado de esta expedición en particular, cf. James POWEL, Anatomy of a crusade 1213-1221,
Philadelphia, University of Pennsylvania Press, 1986. Respecto de las fuentes primarias, las más relevantes son la
correspondencia del cardenal Jacques de Vitry, obispo de Acre, de las que existe una edición crítica, a cargo de R.B.C.
Huygens (Leiden, E. J. Brill, 1960), y que también puede consultarse en la Patrologia Latina (PL 212, 327-476); y la
Historia Damiatana de Olivier de Paderborn, secretario del cardenal legado Pelagio (Tübingen, der Verein, 1894,
Bibliothek des litterarischen Vereins in Stuttgart, Nº 202).
116 La única fuente importante de esta expedición es la crónica de Felipe de Novara, de la cual hay una edición crítica
reciente a cargo de Silvio Melani: PHILIPPE DE NOVARE, Guerra di Federico II in Oriente: 1223-1242, Napoli, Liguori, 1994.
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Luis que lo acompañó en la Cruzada. La edición del texto en francés antiguo más conocida es la de Natalis de Wailly
(1874), de la que se han hecho diversas reimpresiones; cfr. por ejemplo Histoire de saint Louis, París, J. de Bonnot, 1994.
Hay varias traducciones al español.
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desviada por decisión del rey a Túnez, poco antes de su partida en junio de 1270.
La última de las expediciones que reciben tradicionalmente la denominación de
Cruzada terminó en un completo fracaso: san Luis murió de peste durante el sitio
de Túnez en agosto de 1270, y su hermano Carlos de Anjou, que quedó dirigien-
do el ejército, suspendió la campaña en noviembre. Con san Luis se fue la última
posibilidad de una ayuda militar seria y concreta a los Estados cristianos, y en
mayo de 1291, luego de un asedio de un mes y medio, el principal bastión todavía
en manos cristianas fue conquistado por los mamelucos118. En los meses siguien-
tes los restantes enclaves cristianos se entregaron sin ofrecer resistencia. Aunque
por bastante tiempo se continuaron elaborando distintos planes de reconquista
militar de Tierra Santa119, en los hechos las Cruzadas habían terminado.
En conclusión, las Cruzadas fueron un producto notable de una sociedad
feudal caracterizada tanto por la violencia y la guerra como por una profunda
religiosidad, constituyendo en cierta medida una síntesis trabajosa de ambos ele-
mentos. También fueron el resultado de la conjunción del programa gregoriano
de reforma eclesiástica y moral por un lado y de afirmación del poder pontificio
por otro, con la larga tradición medieval de las peregrinaciones; el cruzado fue
un peregrino en armas, integrante de un ejército convocado y dirigido por el
Papa en la persona de su legado. Aunque se las ha asociado con el fanatismo reli-
gioso —a veces con justicia—, no se puede negar que constituyeron también un
punto de encuentro, conocimiento y convivencia, a veces armoniosa, entre cris-
tianos y musulmanes, que duró casi doscientos años. Desde el punto de vista
socioeconómico, si algunos integrantes de la nobleza que tomaron la cruz abri-
garon esperanzas de labrar fortuna económica y política en Oriente, como se
dijo más arriba casi ninguno lo logró, y las expediciones demostraron ser ruino-
sas incluso para la alta nobleza o las monarquías. Quienes sí tuvieron mejor
resultado fueron las ciudades italianas, que hasta el surgimiento del Imperio
Otomano dominaron el intercambio comercial en el Mediterráneo oriental120.
118 Sobre este último período de los estados cristianos en Palestina, la fuente más segura es la recopilación conocida
Gestes des Chiprois, dividida en tres partes, de la cual la última, escrita por un personaje anónimo conocido generalmen-
te como el “Templario de Tiro”, es la más relevante. Cf. Les Gestes des Chiprois, recueil de chroniques françaises écrites en
Orient au XIIIe et XIVe siècles, Genève, impr. de J.-G. Fick, 1887 (Société de l’Orient latin, Série historique, V). Hay una
reimpresión facsimilar reciente: Osnabrück, O. Zeller, 1968.
119 Por citar un ejemplo: Ch. Kohler (ed.), “Deux projets de croisade en Terre Sainte, composés a la fin du XIIIè.
siècle et au début du XIVè.”, en Mélanges pour servir a l’histoire de l’Orient latin et des Croisades, París, E. Leroux, 1906, pp.
516-567. Una enumeración bastante detallada de los distintos proyectos de Cruzada que se suceden a fines del siglo
XIII y el siglo XIV es el de Christiane DELUZ, “Croisade et paix en Europe au XIVe siècle”, Cahiers de recherches médié-
vales, 1,1996, URL: http://crm.revues.org//index2515.html.
120 Las obras de conjunto sobre las Cruzadas son varias, aunque las más voluminosas no son demasiado recientes;
a las ya citadas de S. RUNCIMAN y R. GROUSSET, hay que añadir la monumental obra colectiva dirigida por Kenneth
Setton, A history of Crusades, Madison, University of Wisconsin Press, 1969-1989 (6 vols.).
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