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Vincent de Gaulejac
Profesor de Sociología en la Universidad de París VII
U La neurosis de clase U
Trayectoria social y conflictos de identidad
Por una sociología clínica
ISBN 978-987-609-399-6
© Vincent de Gaulejac
© de la traducción: Marcela De Grande
© Editorial Del Nuevo Extremo S.A., 2013
A. J. Carranza 1852 (C1414COV) Buenos Aires, Argentina
Tel/Fax: (54-11) 4773-3228
e-mail: editorial@delnuevoextremo.com
www.delnuevoextremo.com
ISBN: 978-987-609-399-6
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
1. Historia e historicidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23
El ejemplo de Zahoua . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
Un ejemplo de neurosis de clase . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28
El individuo producido por la historia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32
De la historia a la historicidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40
El proyecto parental . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
2. Ubicación y desplazamiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
Orden de los lugares y lugar dentro de un orden . . . . . . . . . . . . . 60
Distancia social, conflictos relacionales y conflictos de identidad 70
El lugar, o el amor separado. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 78
14 Véase S. Freud, Délires et rêves dans la Gradiva de Jensen, París, Gallimard, col.
Idées, 1971.
22 U Vincent de Gaulejac
U Historia e historicidad U
El ejemplo de Zahoua
Este ejemplo ha sido tomado de un artículo de Abdelmalek Sayad16 sobre
la situación de los inmigrantes en Francia.
A partir de una entrevista con una joven estudiante argelina llamada Za-
houa, en la que esta traza la historia de la emigración de su familia y, más allá
de esa experiencia inmediata, la historia de las relaciones entre las sociedades
francesa y argelina, A. Sayad muestra los lazos entre el conjunto de contra-
dicciones que la emigración genera y los conflictos psicológicos que suscita:
“Esos conflictos, habitualmente descritos en términos psicológicos, son con-
siderados aquí en su verdadera dimensión sociológica: al mismo tiempo que
son enunciados, son enunciadas las condiciones sociales de su génesis”.
17 En este caso es válida la ambivalencia del término francés “étranger”, que tanto
significa “extraño” como “extranjero”. (N. del T.).
La neurosis de clase U 27
)
18 El Politécnico en Francia es una escuela superior que forma a las élites intelectuales
y económicas. El ingreso a esta escuela es particularmente difícil y las personas
que entran y son formadas allí gozan de un gran prestigio. (N. del T.).
La neurosis de clase U 29
obreros son tan inteligentes como los burgueses, pero, al hacerlo, él mis-
mo se convierte en un burgués y pasa del lado de estos, que son respon-
sables de la “vida de perro” que han llevado sus padres. Para satisfacer el
deseo paterno, para ser amado, él debe convertirse en lo que sus padres
le enseñaron a detestar.
Encontramos aquí una explicación de la trayectoria escolar de
François: es bueno en matemáticas a pesar de que no le gustan, pues
considera que están del lado del orden. Sin embargo, nunca es el mejor
en esa materia. Es malo en francés a pesar de que le gusta la materia,
pues se ubica siempre “fuera del tema”, es decir, fuera de ese “orden”.
Podemos pensar que aquí se refleja su conflicto con la autoridad y el
orden establecido, que determina lo que está “dentro del tema” o “fuera
del tema”: estar fuera del tema es una forma de ser devuelto a su lugar.
François intenta así demostrar su capacidad de ser inteligente y de
tener éxito, conservando una libertad de pensamiento y de expresión que
no se deja reducir al marco fijado por el orden establecido. Tiene éxito
en lo que no le gusta, mientras que no lo tiene en lo que le gusta, único
medio de responder a un proyecto parental también contradictorio. Es el
mismo camino que lo llevará, después de haber fracasado en el examen
de ingreso al Politécnico, a casarse con la hija de un egresado del Politéc-
nico que pertenece a la alta burguesía y a ingresar al Partido Comunista.
Realiza de este modo el doble mandato de entrar al Politécnico, aunque
sea “por influencias del suegro”, es decir, de convertirse en un burgués,
manifestando a la vez su solidaridad con su clase de origen y, por ende,
con su padre, al convertirse también en militante del Partido Comunista.
El punto esencial que “cierra” de alguna manera la red de contradiccio-
nes en la que François va a encontrarse encerrado es entonces el discurso
paterno: “Bravo, hijo, lo has logrado”. Felicitaciones que no se dirigen al
militante comunista, sino al hijo que ha cambiado de clase social.
Para el padre, se trata del orgullo de ver a su hijo ascender en la
escala social. Para François, se trata de un doble fracaso: fracaso por
no haber podido lograr ese cambio por sí solo, sino a través de su ma-
trimonio, lo que lo vuelve dependiente de su familia política; fracaso
por haberse pasado del lado de un orden que él desearía cambiar radi-
calmente. Las felicitaciones refuerzan entonces su culpabilidad ligada
a la renuncia a sus orígenes, puesto que el cambio de clase, que parece
satisfacer a sus padres, fue vivido por François como una traición. Lo
La neurosis de clase U 31
De la historia a la historicidad
La historia inclina nuestro destino, pero no lo decide. Cuando decimos
que es actuante, eso no significa que el individuo sólo pueda actuar de
cierta forma. Identificar los determinismos permite comprender “lo que
es”, la manera en que las “elecciones” de un individuo están condicio-
nadas por la historia. Pero no se trata de encerrarse en una concepción
mecanicista, en el sentido de que el devenir probable no es sino un as-
pecto del devenir posible, lo “realizado” no es sino una de las formas
de lo “realizable”. Señalar en qué medida la identidad está determinada
por la posición del individuo en la estructura de clase o por la cadena
de ADN que lo caracteriza no aliena en absoluto su singularidad. Decir
que el individuo es producido por su historia significa también tomar en
cuenta la singularidad, puesto que cada historia es diferente, aunque se
inscriba dentro de una historia común. Si bien la historia hace del hom-
bre un individuo programado, este conserva la capacidad de modificar
dicha programación, de efectuar una reescritura. Tomar conciencia de
la manera en que sus “elecciones” están condicionadas por la historia
puede llevar al individuo a modificarlas, comprendiendo en qué medida
él ha sido, de alguna manera, “obligado” a conducirse de tal forma.
La historicidad individual
Una de las especificidades de la especie humana es la posibilidad que
cada individuo tiene de actuar sobre sí mismo, de efectuar un trabajo
sobre lo que él es, de autoconstituirse como persona, como sujeto. Esta
capacidad del individuo de tomar distancia con relación a su historia, el
trabajo que efectúa para modificar el sentido de esa historia e intentar
convertirse en sujeto de ella, y la posibilidad de abandonar habitus im-
propios y adquirir otros para afrontar nuevas situaciones constituye la
función de historicidad. La historicidad es un concepto fenomenológico
desarrollado por Heidegger y Husserl. En Sein und Zeit, Martin Heide-
gger escribe: “Entonces la historia no quiere decir ‘el pasado’, en el sentido
de lo que ha ocurrido, sino de lo que adviene. Lo que ‘tiene una historia’
está en relación con un devenir... lo que de este modo ‘tiene una histo-
ria’ puede al mismo tiempo ‘hacer’ una historia...”.32
Esta concepción dinámica de la historia pone el acento en la rela-
ción entre lo que ha pasado y lo que puede ocurrir. El hecho de “tener”
una historia es lo que permite “hacer” una historia. Por el contrario, se
puede constatar que “lo que no tiene historia” no puede hacer una histo-
ria. Cuando se despoja total o parcialmente a un individuo de su historia,
se lo mutila de una parte de sí mismo: no saber de dónde viene no le
permite saber “quién” es. Existe un estrecho vínculo entre la capacidad
del individuo para integrar su historia y sus posibilidades de investir en
el porvenir.
La experiencia clínica muestra que la historia debe ser completa-
mente dada al niño para que este pueda constituirse como sujeto. Se
sabe que los niños de la asistencia pública, que han sido abandonados y
que no conocen su historia, es decir, la historia de la cual son produc-
to, tienen grandes dificultades para posicionarse en un devenir. 33 Esta
incertidumbre respecto a sus orígenes se traduce en una actividad fan-
tasmática intensa, que les permite construirse una historia: es el sentido
de la novela familiar. Entre las personas que rechazan su historia o que
albergan dudas sobre sus orígenes reales, encontramos frecuentemente
que tienen dificultades para vivir su propia historia de una manera sa-
tisfactoria. Podemos comprender que el hecho de no conocer lo que ha
pasado impide al individuo responder a la pregunta “¿quién soy yo?”
y, en consecuencia, desarrollar su función de historicidad.
“Algunos pacientes sufren por no tener historia. Pueden, sin duda
alguna, distinguir una sucesión de acontecimientos en su biografía y
describir la manera en que se agrupan entre ellos, pero les falta la expe-
riencia y la representación de un proceso interiormente coherente de su
ser y de su devenir que sea función de un contínuum personal... ‘Tener
una historia’, o ‘vivir una historia’, presupone la vivencia y la realización
de la coherencia del devenir. En cambio, tomar conciencia de su propio
bienestar en el tiempo puede permitir al sujeto percibir la historicidad de
su existencia e incitarlo a un esfuerzo siempre renovado para dar cuenta
de su propia historia e interpretarla”. 34
La historicidad designa la capacidad de un individuo para integrar
su propia historia, pero también para integrar la Historia, con el fin de:
La historicidad colectiva
La comprensión de la relación que cada individuo mantiene con su pro-
pia historia requiere un análisis del sistema social en el cual se encuentra
y del lugar que allí ocupa. El individuo se halla siempre dentro de un
campo de determinaciones sociales que condicionan sus conductas y re-
presentaciones, y que lo constituyen como sujeto histórico-social. Hay,
pues, una estrecha correspondencia entre la historicidad individual, me-
diante la cual el individuo tiende a constituirse como sujeto de su his-
toria personal, y la historicidad colectiva, es decir, los procesos por los
cuales una sociedad efectúa un trabajo sobre sí misma para manejar sus
propias transformaciones.
A. Touraine llama historicidad a la acción que “la sociedad ejerce
sobre sí misma a través de la inversión, el conocimiento y la manera en
El proyecto parental
“Yo debía ser profesor en la Sorbona. Era el proyecto de mi padre
que no había podido realizar. Yo debía realizarlo en su lugar. Tenía
una especie de deuda con respecto a él”.
R. Aron
su propio Yo. Lo invisten con la misión de realizar los deseos que ellos
mismos no pudieron satisfacer. El proyecto parental es una especie de
“modelo registrado” en cada hijo.
Las relaciones padres-hijos están estructuradas por un doble proce-
so de identificación: identificación de los padres con el niño imaginario
que llevan dentro de sí mismos y que presentan como el modelo al que
conviene parecerse; identificación del niño con sus padres como modelo
adulto, de “grandes personas” que él trata de imitar. Ese doble movi-
miento sitúa al niño en la trama generacional de la historia familiar,
ya que se perpetúa en cada nueva etapa: en las relaciones con sus hijos,
los padres reactualizan lo que han vivido con sus propios padres, que
se convierten entonces en abuelos. En el proyecto parental se encuentra
también la relación del padre y de la madre con el deseo que sus propios
padres tuvieron hacia ellos. En el trabajo clínico aparecen frecuentemen-
te situaciones donde el niño retoma por su cuenta el deseo de uno de sus
abuelos no satisfecho por su madre o su padre.44
Esos encadenamientos del deseo no describen solamente un proce-
so psicodinámico. El proyecto parental es, a la vez, la expresión de los
deseos conscientes e inconscientes de los progenitores sobre su progenie,
y un proyecto social portador de las aspiraciones del medio familiar y
cultural, aspiraciones condicionadas por el contexto social que favorece
o impide su realización. Es por ello que el proyecto corresponde a un
conjunto sociopsicológico que abarca varios niveles:
44 Sobre esta cuestión es interesante referirse a los casos presentados por Alain de
Mijolla en Les visiteurs du Moi, París, Les belles lettres, 1981, p. 171.
50 U Vincent de Gaulejac
ser, disuadiéndolo de que llegue a ser eso, a expresar el peso de los deter-
minismos sociales y el deseo de escapar de ellos.
Es un discurso que expresa, por un lado, una actitud preventiva frente
al temor de la repetición y, por otro, una actitud de resignación frente a la
reproducción social que se impone de generación en generación.
Otra forma de contradicción, particularmente difundida en los me-
dios conservadores o en regresión, puede existir entre el proyecto de los
padres y las condiciones concretas para su realización. Hay un fenómeno
de peso ideológico que produce un retraso entre la evolución de los sis-
temas de valores, de las ideas, de los habitus, y la evolución de las condi-
ciones concretas de existencia. Cuando la moral y los valores propuestos
retoman los referentes de los abuelos, con adaptaciones que los padres
hacen en función de las condiciones socioeconómicas que existían hace
30 o 40 años, pueden ser vivenciados como no pertinentes e inadapta-
dos por parte de los hijos, que están confrontados con la realidad social
actual. Esas contradicciones se ven particularmente acentuadas en las
familias que pasan del mundo rural al mundo urbano y en aquellas que
están en sectores en crisis. Es el caso de las familias de los mineros insta-
lados en el este y el norte de Francia desde hace varias generaciones, cuyas
tradiciones son cuestionadas por el cierre de las fábricas; el de las fami-
lias magrebíes, cuyos padres han interiorizado el sistema de valores de
su cultura original y cuyos hijos son confrontados con la cultura urbana
en los suburbios obreros; el de las familias burguesas tradicionalistas,
cuya posición social y fortuna ya no están a la altura de sus aspiraciones.
F. Muel-Dreyfus ha analizado con detalle “las crisis de sucesión”
entre padres que provienen de las clases medias, que les proponen a sus
hijos un proyecto concebido en el momento en que ellos mismos eran
adolescentes y los hijos que viven ese proyecto como inadaptado para la
evolución del mercado de sus lugares.46
En cada una de esas situaciones, el hijo es confrontado con el des-
fase, no asumido por los padres, entre un sistema de aspiraciones y las
posibilidades objetivas de realización, frente a las cuales ese sistema es
inadecuado, como si se le pidiera que llegue a ser lo que no puede ser. Es
decir, que el proyecto parental se sitúa en la articulación de los juegos
del deseo entre padres e hijos y de las estrategias sociales de adaptación
49 La mayoría de las veces, las diferencias entre los dos proyectos no son muy
importantes, puesto que la elección de la pareja se basa en la comunidad de
habitus y de aspiraciones de los dos padres, que se reproducen en la relación con
los hijos. M. Bonetti ha analizado de qué manera se combinan, en las relaciones de
pareja, las diferencias de trayectoria entre los cónyuges. En “Trajectoires sociales
et stratégies matrimoniales”, Le groupe familial, n° 96, julio-agosto 1982.
56 U Vincent de Gaulejac
U Ubicación y desplazamiento U
“Una de las experiencias más importantes que hay para hacer con
el hombre consiste en establecerlo en nuevas relaciones sociales…
Recorrer todas las clases de la sociedad, ubicarse personalmente en
la mayor cantidad de posiciones sociales diferentes”.
C. de Saint-Simon
como un todo ordenado, englobado por valores que implican una jerar-
quía entre los sujetos y que priorizan la estabilidad y la complementa-
riedad. Tal como lo ha demostrado C. Lévi-Strauss51 a propósito de las
sociedades primitivas, los individuos están relacionados entre sí a través
de derechos y deberes, en función de su rango en el pueblo, su paren-
tesco, su edad, su sexo, etc. En las relaciones que mantienen entre ellos
comunican su posición social a través de conductas, un lenguaje y acti-
tudes propias a su condición. Los desconocidos deben ser ubicados en
una categoría y, en consecuencia, interrogados sobre su genealogía, para
poder ser reconocidos. Por esa razón el hombre blanco, inclasificable, a
menudo suele ser considerado, cuando aparece, no como un hombre sino
como un fantasma. Un sistema de esta índole se caracteriza por un orden
que asigna un lugar determinado a cada uno y que organiza a priori la
trayectoria de sus miembros.
En un universo de ese tipo no puede haber para el individuo una
distancia entre el lugar en el cual está y la relación subjetiva con su
posición, así como tampoco puede concebirse un pasado o un futuro
distantes del presente. Tal como lo destaca C. Lefort: “Si los horizontes
están cerrados, si el pasado y el futuro no se vislumbran como diferentes,
esto se debe en primer lugar a que los hombres hacen que sea imposible
una distancia entre ellos o una experiencia de alteridad, es porque están
obnubilados por sus alianzas y parentescos y por su arraigo social”.52
Contrariamente a las formaciones sociales de tipo holístico, la con-
cepción individualista valoriza al extremo la evolución individual, prio-
riza las relaciones contractuales entre los individuos, hace hincapié en
los valores de libertad e igualdad, valores que implican la posibilidad del
desplazamiento social y que, según la expresión de L. Althusser, “inter-
pelan al individuo como sujeto”. El desarrollo de la movilidad social es
correlativo a ese desarrollo del individualismo. La estabilidad del orden
holístico se ve sustituida por el movimiento de las sociedades modernas,
que confronta al individuo con la posibilidad de una distancia con res-
pecto a una posición heredada y, en consecuencia, con ciertos conflictos
de identidad cuando su trayectoria lo lleva a cambiar de rango.
53 Véase Paul Nizan, Antoine Bloyé, Grasset, 1933. Livre de poche 3173. París,
1971, pp. 34 y 35.
60 U Vincent de Gaulejac
56 Erich Fromm, Escape for freedom, Nueva York, Farrar y Rinehart, 1942.
57 P. Ariès, L’enfant et la vie familiale sous l’Ancien Régime, París, Ed. du Seuil, col.
Points, 1975. París, 1ra edición Plon, 1960.
62 U Vincent de Gaulejac
zan a preocuparse por los estudios de sus hijos, hoy en día diríamos por
sus carreras, lo cual indica, por un lado, que la cuestión de la personali-
dad se introduce en las relaciones familiares y, correlativamente, que la
cuestión del futuro lugar del niño en la sociedad también se torna una
preocupación.
Poco a poco, la preocupación por el orden va siendo sustituida por
la preocupación por el individuo: “… la mayoría de las sociedades valo-
rizan en primer lugar el orden, y por lo tanto la conformidad de cada ele-
mento con el papel que juega dentro del conjunto, vale decir la sociedad
como un todo (…) Otras sociedades, la nuestra en todo caso, valorizan
en primer lugar al ser humano individual (…) Pareciera ser que [el primer
tipo de sociedad] ha sido la regla, con la única excepción de nuestra civi-
lización moderna y de su tipo individualista de sociedad”.58
No por ello habría que considerar a las sociedades de tipo holístico
como universos sociales en los cuales los lugares ocupados por el indivi-
duo fueran totalmente determinados por el orden social. En referencia a
la noción de “persona” en África, Louis Vincent Thomas destaca el ca-
rácter heterogéneo (varios elementos diseminados de orígenes diversos:
almas, principios vitales, apellidos, etc.) y autocreativo de la constitución
de un individuo. “La persona debe poner todo en juego para inscribir su
libertad dentro y a través de las múltiples grietas que dejan entre sí los
distintos sectores del determinismo. Así pues, a los diversos determinis-
mos ‘inscriptos’ en su naturaleza se agregan aquellos que comporta la
vida social, y la persona solo puede realizarse utilizando esos mismos
determinismos (o sus lagunas) para generar indeterminación”.59
Esta observación sobre las sociedades tradicionales es igualmente
pertinente en las sociedades “individualistas”. La pluralidad de los de-
terminismos es lo que genera la posibilidad de un desorden y, por lo
tanto, de una elección en la búsqueda que realiza el individuo para en-
contrar una coherencia en lo que lo constituye y en el trabajo de ajuste a
los distintos lugares sociales que puede reivindicar para sí. Confrontado
a contradicciones en su herencia y en el proyecto parental que lo incitan
a ocupar tal y/o cual lugar, a realizar tal y/o cual aspiración, encuentra
en esas incoherencias la posibilidad de ocupar otros lugares y de realizar
otras aspiraciones.
Si bien los determinismos definen el marco dentro del cual el indivi-
duo constituye su identidad, dicho marco no puede ser concebido como
un elemento rígido e inmutable, sino como una pluralidad de elementos
polisémicos y multipolares.
En las sociedades modernas, esta zona de indeterminación tiende
a desarrollarse, lo que no significa que los determinismos sociales tra-
dicionales ya no sean operantes, sino que el orden que les confería una
coherencia global tiende a desestructurarse. El individuo se ve entonces
sometido a presiones múltiples, heterogéneas y fragmentadas. Confron-
tado con un universo social segmentado, tiene que tratar de encontrar
dentro de sí mismo una unidad que el orden social ya no le ofrece.
Estas observaciones convergen con los trabajos de G. Mendel,60 que
distingue tres tipos de individuo:
La multiubicación
En consecuencia, los individuos que pertenecen a diferentes organizacio-
nes ocupan una multiplicidad de lugares que corresponden a estatus y
roles diversificados. Esta multiubicación tiene por efecto acrecentar las
dificultades de la clasificación, ya que cuando los códigos de referencia
son diversificados, heterogéneos y evolutivos, la definición de las posicio-
nes se torna más aleatoria. Es inexacto considerar a los señores Marchais
y Krasucki63 como pertenecientes a la clase obrera (aun cuando muchos
indicadores “objetivos” permitirían hacerlo), pero también sería inexacto
asimilarlos a la burguesía o a las nuevas clases medias. Las jerarquías de
las organizaciones políticas no obedecen a las mismas reglas, ni generan
los mismos efectos que las jerarquías del mundo laboral. Sin embargo, son
esenciales para poder captar el lugar que se ocupa en la jerarquía social.
La pertenencia simultánea a distintas organizaciones en las cuales se ocu-
pan posiciones diversas confiere una multiplicidad de estatus: se puede ser
ejecutante en el lugar de trabajo y dirigente en una organización sindical,
Cuestiones de ajuste
A partir del momento en que la distribución antroponímica deja de
obedecer a la lógica de un ordenamiento social único y responde a la
influencia de ordenamientos organizacionales múltiples, cada individuo
es llevado a adaptarse a situaciones nuevas, aunque pueda creer que su
capacidad personal de adaptación es el motor de su historia. Si es llevado
a desarrollar sus capacidades de desplazamiento, es para responder a la
65 En el sentido de “hacerse de una posición”, social, económica y laboral. (N. del T.).
66 Véase Gérard Vincent, Les jeux français, París, Fayard, 1978, p. 66.
67 Véase Michel Foucault, Surveiller et punir, París, NRF Gallimard, 1975, p. 328.
La neurosis de clase U 69
los hombres que para las mujeres. Sin embargo, si el hombre en regresión
conserva un estatus superior al de su mujer, a pesar de la promoción de
esta última, las relaciones de pareja no se transformarán radicalmente.
El problema se plantea cuando el éxito profesional de la mujer es tan
importante que el hombre puede quedar al lado suyo como un fracasado
y vivir esa situación como una humillación, un cuestionamiento de su
poder “viril”.
La situación es diferente cuando la mujer está en regresión y el ma-
rido en promoción. El caso más conocido es el de las herederas de la
burguesía o de la aristocracia en decadencia que se casan con jóvenes
profesionales de los cuales se espera que sepan reflotar la nobleza de
la familia. Si el marido satisface esas expectativas y permite disminuir la
distancia entre la posición objetiva y la posición esperada, la dinámica
social consolidará el entendimiento conyugal. En el caso contrario, el
resentimiento, el despecho y la culpa pueden atravesar las relaciones de
la pareja y desembocar en una separación física o, por lo menos, en un
distanciamiento afectivo.
Estos diferentes ejemplos ilustran la hipótesis según la cual la proxi-
midad social favorece los acercamientos afectivos, mientras que la distan-
cia social perturba los vínculos afectivos. En los grupos de implicación e
investigación que hemos coordinado sobre el tema “Novela amorosa y
trayectoria social”73 constatamos que cierto número de rupturas afec-
tivas habían sido provocadas por trayectorias desmembradas, y la gue-
rra conyugal era una de las formas de expresión de los antagonismos
sociales.
Porque esas maneras de vivir eran nuestras, incluso una felicidad, pero tam-
bién eran barreras humillantes de nuestra condición (conciencia de que ‘las
cosas en casa no están suficientemente bien’), me gustaría poder expresar
y hablar al mismo tiempo de la felicidad y de la alienación. Impresión de
oscilar, más bien, de una orilla a otra de esa contradicción” (p. 55).
Comienza entonces para ella un autoanálisis, un trabajo sobre sí
misma, cuya descripción lúcida permite identificar diferentes procesos
que intervienen.
mostrar una inferioridad que ellas reconocían a pesar suyo, diciendo por
ejemplo, ‘buenos días, señorita, ¿cómo es que le va?’” (p. 93).
Humillación que es recubierta en el padre por la negación, cuando
un día le dice, con mirada orgullosa: “Yo nunca te hice pasar vergüen-
za” (p. 93).
Humillación escondida en A. Ernaux por el olvido, la renuncia a
una parte de sí misma, que, por decirlo de algún modo, “reprimió” des-
de el momento en que estuvo en contacto con la clase dominante. La
asimilación con la represión se impone cuando las mismas palabras de-
signan los sentimientos de vergüenza ligados a la sexualidad y los liga-
dos a la diferenciación social: el mal gusto, vivido como un pecado, una
tara que tiene que disimular para adquirir lo antes posible “los buenos
modales”. Se siente entonces doblemente culpable: culpable de ese “mal
gusto” que lleva dentro de sí y culpable de reconocer como “malo” ese
gusto que es el de sus padres.
bertad con la difícil vejez de sus padres, como si su éxito tuviera que ser
pagado con la vida de sus padres, y como si la deuda contraída con ellos
fuera tanto más pesada cuanto mayor fuera su éxito.
UÊ La ambivalencia
El trabajo de escritura de Annie Ernaux consiste particularmente en des-
cifrar la ambivalencia que sirve de base a las relaciones con sus padres a
medida que ella va realizando su ascenso social.
Para los padres, ambivalencia entre el deseo de que el hijo “sea me-
jor de lo que ellos son” y el miedo de que se les escape, de que se convier-
ta en un extraño y de que, al realizar ese deseo, les devuelva una imagen
devaluada de sí mismos.
Para el hijo, ambivalencia entre el deseo de realizar las aspiraciones
parentales –deseo que asume por su cuenta en la expectativa de tener
éxito–, y el sentimiento de distancia, de extrañeza, de disonancia que,
poco a poco, va invadiendo la relación con sus padres.
“Mi padre entró en la categoría de la ‘gente sencilla’ o ‘humilde’ o
‘gente bonachona’. Ya no se atrevía a contarme historias de su infancia.
Yo dejé de hablarle de mis estudios…, le resultaban incomprensibles
y se negaba a aparentar que le interesaban… Y siempre el miedo, O
TAL VEZ EL DESEO [en mayúscula en el texto] de que yo no lo logra-
ra” (p. 80).
Al orgullo del padre ante los logros de su hija se corresponde el sen-
timiento de ser superado, de no entenderla más, de no poder seguirla y,
en consecuencia, el temor a no estar “a la altura de las circunstancias”.
Pero también, y sobre todo, el miedo de que su hija adoptara el desdén
que las clases “superiores” muestran tan a menudo por quienes no per-
tenecen a ellas.
UÊ El trabajo de des-vinculación
La ambivalencia frente al cambio de clase, deseado y temido a la vez,
esconde aquí una contradicción que se hace cada vez más fuerte cuanto
más se desmorona la identificación entre el padre y la hija. “Lógralo”
significaba, para Annie Ernaux, efectuar un trabajo de des-identifica-
ción con respecto a sus padres, del cual su libro es la culminación. Para
el padre, el deseo de que “ella no lo logre” es el deseo de conservar a su
hija, como si el padre entendiera implícitamente que el éxito de su hija
84 U Vincent de Gaulejac
Cambio de clase y
U
conflictos de identidad U
trayectoria dentro del combate colectivo de todo un medio por mejorar sus
condiciones de existencia. La solidaridad se expresa en una valorización
de la instrucción como elemento de progreso social, en los relatos que dan
testimonio de su cultura familiar de origen, exaltando sus méritos y, con fre-
cuencia, en un compromiso militante “de izquierda”. Este compromiso, al
igual que la escritura, es una de las respuestas posibles al aislamiento social.
82 Luc Boltanski, Les cadres, la formation d’un groupe social, París, Éditions de
Minuit, 1982, pp. 451-459.
94 U Vincent de Gaulejac
“poner cada cosa en su lugar”, para jugar con las palabras, cosa que los
ejecutivos universitarios saben hacer con comodidad.
Esa soledad se ve particularmente exacerbada frente a los jóvenes
universitarios recién recibidos, a quienes critican por su despreocupa-
ción y envidian por su soltura. En esos casos pueden buscar una com-
plicidad, o bien exigir respeto, lo que es percibido por los subordinados
como una actitud “fuera de lugar”. Cuando se sobreinvisten las marcas
nominales del estatus, cuando se manifiesta una voluntad feroz por “po-
ner las cosas en su lugar” y se exige un respeto del orden formal que
puede volverse obsesivo, es porque se mantiene una relación ambigua
con el propio lugar que uno ocupa.
Quienes tuvieron que invertir una energía considerable para adqui-
rir cierto estatus se apegan a los signos que caracterizan ese estatus y
reaccionan enérgicamente ante los riesgos de su desvalorización. El mar-
gen de juego con respecto al lugar, que es necesario para quienes quieren
hacer carrera en las empresas que están en transformación constante,
requiere un distanciamiento permanente entre el papel asignado al lugar
que se ocupa y el papel asignado a la persona que lo ocupa. Así como las
reglas deben ser transgredidas para poder ser aplicadas, 84 la relación con
el lugar debe ser lo suficientemente fluida y distante como para aceptar
reestructuraciones o cambios rápidos de posición en la organización.
Si los maestros y los profesionales de la relación pueden efectuar, a
través de la escritura o de la palabra, el trabajo de distanciamiento que
requiere la gestión de los conflictos generados por una trayectoria promo-
cional, a los ejecutivos autodidactas, en cambio, les cuesta adquirir esa
fluidez que se les pide para pasar del estatus de ejecutivo al de manager.85
Las organizaciones de tipo patronal se caracterizaban por un marco esta-
ble y jerarquizado (el organigrama clásico), un sistema de reglas de tipo
disciplinario y el ejercicio de una autoridad fundada en normas explíci-
tas. En ese modelo, el ascenso de escalafones por antigüedad o a través de
86 El capítulo “Moi, un cadre”, en el libro de L. Boltanski (op. cit., p. 13) y sobre todo
el último capítulo “La voiture dans la remise” (p. 149) son totalmente ejemplares
sobre este punto. También lo es el papel interpretado por G. Dépardieu en la
película Mi tío de América.
La neurosis de clase U 97
87 Véase M. Bonetti, nota sobre los hombres en fuerte promoción, CSTB, documento
mimeografiado, 1983.
98 U Vincent de Gaulejac
Para tener éxito, el becario debe romper con el “ethos del hogar”
familiar, los valores comunitarios de las clases populares. Para acostum-
brarse a los habitus escolares, tiene que abstraerse mentalmente de su
entorno original y, por lo tanto, resistirse a lo que constituye la cualidad
principal de su medio: la intensidad de los intercambios familiares y el
ambiente cálido de los parientes. Tanto en la familia como frente a sus
amigos del barrio, el becario “experimenta entonces desde muy joven la
soledad y el repliegue sobre sí mismo” (p. 351).
Cada vez menos comprendido en su casa, a menudo apenas acepta-
do en la escuela, se siente como dividido, tironeado entre dos mundos
que no tienen casi nada en común: “Una vez que entra al liceo, a los 14 años,
aprende rápidamente a usar dos acentos al hablar, e incluso tal vez a
tener dos personajes distintos y obedecer alternativamente a dos códigos
culturales” (p. 352). Este desdoblamiento lo hace sentir incómodo en
los dos mundos de los que participa. Por un lado, pierde su espontanei-
dad, su “despreocupación de niño”, su insolencia y su socarronería, sin
adquirir por ello la tranquilidad y la confianza en sí mismo con las que
cuentan los jóvenes burgueses.
Se ve constantemente confrontado con la humillación ligada a su
pobreza, al “estigma de la ropa barata, de las excursiones escolares a las
que tuvo que renunciar por falta de dinero y, sobre todo, de la entrada
–observada por todos– de [sus] padres endomingados al salón de actos
de la escuela el día de la entrega de diplomas” (p. 353).
Para avanzar a pesar de esas diversas dificultades, el becario se ob-
sesiona en hacer las cosas bien, por que los profesores lo consideren,
pero sin hacerse notar demasiado.
La investidura en el estudio se traduce en una identificación formal
con el papel de “buen alumno” que consagra todas sus energías a rendir
bien los exámenes, que responde concienzuda y pasivamente a las exi-
gencias de la escuela: “El becario va perdiendo toda espontaneidad para
dar forma (…) a una personalidad intelectual que le permita rendir con
certeza sus exámenes. Se torna incapaz de burlarse de quien sea, o de lo
que sea. Va en camino a convertirse en un buen empleado, serio y traba-
jador, tan desprovisto de incongruencias como de entusiasmo” (p. 354).
Producto puro del sistema escolar, se encuentra entonces sin recur-
sos cuando tiene que enfrentar otro mundo. A menos que él mismo se
convierta en agente de la educación nacional, como muchos maestros
La neurosis de clase U 101
90 V. Woolf, A writer’s diary, Nueva York, Harcourt Brace and Co., 1953, p. 49.
91 F. Muel-Dreyfus, Le métier d’éducateur, op. cit.
La neurosis de clase U 103
100 Con el fin de respetar ese “anonimato voluntario” hemos modificado los hechos
que permitirían reconocerla.
116 U Vincent de Gaulejac
101 M. Bonetti, “Notes sur les hommes et femmes en régression sociale”, documento
mimeografiado, CSTB, 1982.
La neurosis de clase U 117
raleza del deseo de éxito social, sobre los vínculos entre los deseos de
omnipotencia y la atracción del poder, sobre el fenómeno de la ambi-
ción: si en nuestra sociedad la regresión es entendida como un fracaso,
mientras que la promoción es vivida como un éxito, queda por saber
aún cuánto de ello está vinculado a la ideología y cuánto se relaciona
con la psicología propia de los individuos en el proceso de investidura
y desinvestidura del éxito social.
Podemos pensar que el hecho de ubicarse por fuera del valor de la
movilidad, para los individuos en regresión, procede del mismo mecanis-
mo que ilustra La Fontaine en su fábula “La zorra y las uvas”:102
distancia social por una cercanía geográfica. Podemos pensar que esta
observación solo es válida para una parte de las personas en descenso,
las que, precisamente, logran “aparentar”, es decir, mantener los signos
de pertenencia a su antigua clase social. Es probable que las regresiones
fuertes, que no permiten mantener estas ilusiones, lleven a los individuos
a aislarse, a marginarse y a alejarse de los lugares y de las personas que
podrían conocer su posición de origen. La dificultad estriba en el he-
cho de que estas personas rechazan entonces participar en cualquier tipo
de encuesta o investigación que pueda llevarlos a exponerse. Tienden a
hundirse en un aislamiento cada vez más radical, medio extremo para
afrontar la profunda herida narcisista que representa el sentimiento de
su propia decadencia. Esto puede conducirlos a la enfermedad mental,
al alcoholismo, a conductas delictivas, al mutismo, todos estos síntomas
de reacción ante la angustia que les provoca una imagen degradada de sí
mismos, el sentimiento del fracaso cuando es irremediable, la desvalori-
zación de sí mismos cuando la negación ya no les permite escapar.
Los conflictos vividos en las trayectorias ascendentes están cons-
cientemente ligados a la existencia de las clases sociales y a las contra-
dicciones que caracterizan sus relaciones. Las trayectorias descendentes,
en cambio, remiten a los individuos a sí mismos. Se trata menos de hu-
millación social que de herida narcisista profunda, de conflictos de
identificación que de pérdida de identidad, de culpa que de sentimiento
de persecución, de negación de los demás que de desvalorización de sí
mismo.
Puede pensarse, si la crisis actual perdura, que la vivencia de la re-
gresión va a transformarse a medida que vaya afectando a una parte
más grande de la población. Hasta hace algunos años, era un fenómeno
sociológicamente marginal, que afectaba a individualidades cuya fragili-
dad psicológica era un factor determinante de su situación social. En este
sentido, se trataba de un fenómeno principalmente individual.
En la medida en que la regresión se convierta en un fenómeno so-
cial, en que se cuestionen la ideología del progreso y de la promoción,
en que la movilidad estructural acelere los procesos de desplazamiento
horizontales y verticales, la vivencia de la regresión ciertamente se irá
modificando: se la percibirá como socialmente menos inadmisible y psi-
cológicamente menos desvalorizante.
120 U Vincent de Gaulejac
Esta idea coincide con los trabajos de C. Tietze, que constató, com-
parando la cantidad de trastornos mentales entre los desempleados en
Baltimore en 1933 y 1936 que, en esta última fecha, el porcentaje de ca-
sos solo representaba un tercio de los casos de 1933.105 La hipótesis plan-
teada es que, en 1936, período de depresión económica, el desempleo
se percibía como un fenómeno social cuya responsabilidad incumbía al
gobierno y a los dirigentes económicos, mientras que en 1933 la respon-
sabilidad se atribuía más fácilmente a los obreros mismos. Actualmente,
en Francia, asistimos a un cambio del mismo orden.
Tal como ocurrió con los repatriados de África del Norte, con los ju-
díos perseguidos en la Segunda Guerra, con las familias arruinadas por
la crisis de 1929, cuando la regresión afecta a un grupo social entero, la
pérdida de las posiciones adquiridas se vive menos como una regresión
que como un accidente de la historia, que enfrenta a toda una genera-
ción a recuperar las posiciones perdidas. Los efectos psicológicos son
menos conflictivos cuando una situación es compartida por la totalidad
del grupo de pertenencia. En esos casos, no hay conflicto de identidad,
ni pérdida de identidad, en la medida en que las dificultades que enfren-
tan los individuos son causadas directamente por los “torbellinos de la
historia”.
Los sujetos se sienten, entonces, claramente concernidos en tanto
sujetos sociohistóricos y no en la ilusión de un sujeto individual. Aunque
estas situaciones de crisis provoquen en ellos perturbaciones psicológi-
cas, estas se deben a transformaciones sociales (la guerra, la crisis, la
revolución, etc.) y no a disfuncionamientos internos de su aparato psí-
quico. No sucede lo mismo cuando cada individuo es llevado en forma
individual a manejar los efectos de la movilidad estructural. Entre las
personas que están en situación de desclasamiento, pocas son las que
relacionan lo que les pasa con las luchas sociales para conquistar o con-
servar posiciones en la estructura de clase. Si la regresión opera princi-
palmente como herida narcisista, es porque en la mayoría de los casos
está ideológicamente des-socializada.
106 Esta es la cifra total de desempleo para Francia y sus departamentos de ultramar,
incluyendo a los desempleados de categoría A (quienes no han trabajado en el
último mes) y a los de categoría B y C (desempleados con una actividad reducida)
según datos del Ministerio de Trabajo. (N. del T.).
4
107 Trigant Burrow, The social neurosis; Ruth Bénédict, Echantillons de civilisation, citados
por R. Bastide, en Sociologie des maladies mentales, París, Flammarion, 1965.
108 Citado por R. Bastide, en Sociologie des maladies mentales, op. cit., p. 14.
La neurosis de clase U 125
dicha clase. Rennie, Srole, Opler y Langner109 han mostrado que las psi-
cosis varían en razón inversa al estatus en una escala de estratificación
social (el 13% de los enfermos son de tipo psicótico en las clases bajas,
contra el 3,6% en las más altas), mientras que los neuróticos varían en
razón directa (el 25% de los enfermos son neuróticos en las clases bajas
y el 43% en las altas). El estudio más completo en esta dirección es el
de Hollingshead y Redlich realizado en New Haven.110 A partir de un
índice de posición social y de una tipología en cinco clases sociales, estos
autores constatan, por un lado, que la cantidad global de enfermedades
aumenta a medida que se desciende en la escala social y, por otro lado,
que la cantidad de psicóticos es predominante en las clases inferiores:
“… el tipo de vida de la clase baja aparece como un estimulante del
desarrollo de los desórdenes psicopáticos. Inferimos [de nuestros datos]
que la gran cantidad de psicosis en las áreas desfavorecidas es un efecto
de las condiciones de vida de los estratos socioeconómicos inferiores de
la sociedad” (p. 242).
Los resultados de otros estudios contradicen esta hipótesis. En Pen-
silvania, Graham111 encuentra que los desórdenes mentales son más fre-
cuentes en las clases superiores.
En Ontario, Laughton112 no encuentra diferencias significativas en-
tre las distintas clases, ni para la cantidad de enfermos mentales ni para
su distribución por tipo de enfermedades.
Las divergencias de resultados sobre las correlaciones entre la perte-
nencia de clase y la aparición de las enfermedades mentales muestran los
límites de este tipo de enfoque. Más allá del hecho de que las estadísticas
no son confiables en este terreno, la interpretación misma de estos datos
es problemática: el hecho de encontrar una correlación estadística no es-
tablece por ello que haya una correlación lineal directa entre la posición
109 T. Rennie, L. Srole, M. K. Opler y T. Langner, “Urban life and mental health,
Socioeconomic status and mental disorder in the metropolis”, American Journal
of Psychiatry, nº 113, 1957, p. 173.
110 A. B. Hollingshead y F. C. Redlich, Social class and mental illness, a community
study, Nueva York, 1958. Citado por R. Bastide en Sociologie des maladies
mentales, op. cit., p. 161.
111 S. Graham, “Socioeconomic status and illness, and the use of medical services”,
Milbank Fund Quart, 35, 1957.
112 K. B. Laughton, “Socioeconomic status and illness”, ídem, 36, 1958.
126 U Vincent de Gaulejac
De la neurosis
No tenemos la pretensión de desarrollar aquí una teoría general de la
neurosis, lo que requeriría referirse a una teoría general de la personali-
dad. Es necesario, sin embargo, esbozar algunas referencias de base, con
el fin de situar la noción de neurosis de clase que nos sirve para describir
un guión sociopsicológico característico de los individuos confrontados
con un cambio de posición social.
Dos nociones son esenciales para entender el desarrollo de trastor-
nos neuróticos: la noción de estructura y la noción de conflicto.
Los estudios sobre la personalidad hacen hincapié en los caracteres
de globalidad, de coherencia y de permanencia que definen una estruc-
121 Véase A. Mitscherlich, Vers la société sans pères, París, Gallimard, 1969.
122 Véase J. Palmade, “Conflits de transculturation chez les cadres moyens au
Cameroun et au Sénégal”, Thèse de 3ème cycle, París VII, 1972, p. 309.
La neurosis de clase U 131
123 Véase Dallas Pratt, “Rôle des valeurs culturelles dans la santé m entale de
l’étudiant étranger”, Bulletin international des sciences sociales, vol. VIII, nº 4,
1956, pp. 612-620. También puede consultarse sobre este punto el trabajo de
Norma Takeuti, “Conflits d’identification culturelle chez les étudiants brésilens
en France”, Thèse de 3ème cycle, París IX, 1985.
124 Véase S. Freud, Névrose, psychose et perversion, op. cit., p. 182.
132 U Vincent de Gaulejac
y/o externos, pero que concede una importancia casi exclusiva a la vida
sexual como “fuente común” de cada una de las grandes neurosis.125
Ahora bien, paralelamente a esos aspectos sexuales, que no pretendemos
minimizar en absoluto, nos parece oportuno, sin embargo, dejar lugar
a otros factores que intervienen en el desencadenamiento y el desarrollo
del proceso neurótico.
La característica principal de la neurosis de clase es que efectúa un
collage entre elementos sexuales y elementos sociales en el proceso: los
primeros afectos ligados a experiencias sexuales infantiles (frustradas
o logradas) estuvieron relacionados con problemáticas sociales conflic-
tivas. El conflicto que provoca el trauma puede ser primero social, y la
experiencia sexual provocar una investidura libidinal de las problemá-
ticas sociales; también puede tratarse de un conflicto sexual sobredeter-
minado por problemáticas sociales, en una configuración socio-sexual
que pone en relación los distintos aspectos.
Lo que se trata de analizar, entonces, es justamente esta intrincación
entre elementos de distinta índole (sexuales, afectivos, fantasmáticos,
ideológicos, culturales, etc.), para entender de qué modo se articulan
unos sobre otros, de qué manera están relacionados entre sí, cómo se
constituyeron sus articulaciones en el tiempo para culminar en una con-
figuración particular.
Nuestro enfoque coincide aquí con el análisis que propone Max Pa-
gès a partir del concepto de influencia que define como una relación de
refuerzo entre tres procesos: “… un proceso de dominación social, un
proceso inconsciente de fantasmatización y de separación, y un proce-
so de inhibición de los intercambios corporales y emocionales”.126 La
articulación entre estos tres tipos de procesos funciona según una cir-
cularidad dialéctica que vuelve estériles los debates sobre la primacía de
uno u otro: “… la dominación produce fantasmatización e inhibición
corporal, la inhibición produce fantasmatización y dominación (…) se
trata de sistemas dialécticos que ponen en relación, todos juntos, contra-
dicciones y conflictos de distintos órdenes” (p. 504). Lo esencial, por lo
128 Véase R. Bastide, Sociologie des maladies mentales, op. cit., p. 251.
La neurosis de clase U 135
129 F. Jacob, Le jeu des posibles : essai sur la diversité du vivant, París, Fayard, 1981,
p. 119.
136 U Vincent de Gaulejac
no toques eso, caramelos robados, guiso rascado del fondo del plato de
los obreros de la obra, fantasías despreocupadas en el colegio y sobre
todo mis padres, mi ambiente de sórdidos comerciantes” (p. 67).
Y aunque pueda haber absolución en lo relativo a la sexualidad,
pecado del que ella se entera que es común a todas las chicas de su edad,
no ocurre lo mismo en lo que se refiere a su pecado relacionado con la
diferencia: “La iglesia rechaza todo en bloque: mi madre abatida de can-
sancio, mi padre que se saca la dentadura después de comer, mis placeres
que yo creía inocentes… Todas las plegarias de penitencia no lograrán
nada. Tengo que ser castigada” (p. 67).
Por más que Annie se diga: “Dios mío, Dios mío, no es mi culpa,
haz que esto cambie, que mis padres se parezcan a los demás” (p. 90),
sabe que su plegaria no será oída y que seguirá cargando con ese mal, del
cual desconoce las causas, pero cuyos efectos ve cotidianamente: en las
reflexiones de sus profesores sobre “las cosas que no se hacen” y “que no
se dicen”, en las miradas condescendientes o burlonas de la directora y de
sus compañeros de clase hacia sus padres en su primera comunión, en las
comparaciones entre la gente “bien educada” y la gente “mal educada”.
Ese pecado es la toma de conciencia, primero brutal y luego pro-
gresiva, de que su comportamiento, su manera de ser, su manera de ha-
blar, que le parecían naturales hasta ese entonces, no son compartidos
por todo el mundo y, sobre todo, son condenados por “autoridades” a
quienes sus mismos padres dicen que hay que obedecer. Se da cuenta
entonces de la diferenciación entre las clases y de que en esas diferencias
existen buenos y malos, la gente “bien” y la otra. A la constatación de
las distancias objetivas entre los ricos y los pobres, la gente del centro y
la de su barrio, los niños de la escuela estatal y los de la escuela privada,
etc., se superpone la conciencia subjetiva de los valores asignados a unos
y otros, la aprehensión de los procesos de clasificación, de jerarquiza-
ción y de invalidación: “A los doce años armé mi pequeño baremo, un
sistema para medir. Las personas ‘bien’ tienen un coche, portafolios,
un impermeable, las manos limpias. Hablan con facilidad, en cualquier
lugar y de cualquier modo. En la ventanilla del correo protestan fuerte:
‘¡Es increíble!’. Mi padre nunca se queja. Pueden hacerlo esperar durante
horas. Las mujeres ‘bien’… son muy especiales, el corte de pelo, el traje-
cito sastre, joyas, discretas, nunca hablan fuerte… La liviandad, eso es,
e impecables, limpias. Los otros, los demás, se parecen todos a los clien-
140 U Vincent de Gaulejac
tes: obreros de azul, con boina o gorra, la bici… Aunque estén de punta
en blanco, los días de comunión, uno los reconoce igual, las uñas negras,
sin gemelos en la camisa, sobre todo la forma de caminar, con los brazos
colgando, blandos, vacilantes. No saben hablar correctamente, vocife-
ran. Las mujeres que vienen por los pedidos, con sus zapatillas, sus bol-
sas de hule, se parecen todas, demasiado gordas o demasiado delgadas,
siempre deformadas, los pechos hundidos, ausentes, o pesadamente ca-
yendo hacia la cintura, las nalgas rodeadas por la faja… nunca pensé que
las diferencias pudieran venir del dinero, yo creía que era algo innato, la
limpieza o la grasitud, el gusto por las cosas bellas o la dejadez” (p. 97).
Vemos asomar en esta descripción los dos mundos que desgarran
a Annie Ernaux, cada uno de ellos portador de habitus que permiten
distinguir a la gente bien, y por lo tanto “bien educada”, y a los demás.
“El bien se confundía con lo limpio, lo bonito, una facilidad para
estar y para hablar, en definitiva con lo ‘bello’; el mal era lo feo, lo prin-
goso, la falta de educación” (p. 107).
De un lado, la afirmación de sí mismo, la limpieza, la liviandad, lo
espiritual, la soltura, la corrección, la elegancia, la fineza, el buen gusto.
Del otro lado, la sumisión, la suciedad, la pesadez, la chatura, la resigna-
ción, la grosería, la flojera, la torpeza, la vulgaridad y la falta de gusto.
De un lado, cualidades, del otro, defectos. La falta radica en primer
lugar en haber sido “mal educado”.
La dominación entre las clases sociales opera en términos de inva-
lidación, desvalorizando los comportamientos, los habitus y los valores
de las clases “inferiores” y presentando como modelos y “cualidades”
los habitus de las clases “superiores”. El lenguaje cotidiano está repleto
de términos que connotan al mismo tiempo la diferencia social y dife-
rencias de valores en términos morales: la “nobleza” designa una clase y
una cualidad de carácter, la “soltura/holgura”,133 la facilidad de la gente
que tiene dinero y un tipo de comportamiento; la gente “bien educada”
es la que tiene modales, es cultivada, distinguida, mientras que la gente
“mal educada (o maleducada)” no tiene modales, es inculta y vulgar, etc.
Cuando se habla de “falta de gusto” no solo se indica un error con res-
pecto a los cánones de la cultura dominante, sino que se trata también
133 En francés, una misma palabra, “aisance”, hace alusión a la holgura económica y
a la soltura para manejarse en sociedad. (N. del T.).
La neurosis de clase U 141
134 El autor hace hincapié en el hecho de que las tres cualidades que nombra (“mal
à l’aise, maladroits y mal habillés” incluyen en francés la palabra “mal”, por
oposición a la noción de “bien” antes mencionada. (N. del T.).
142 U Vincent de Gaulejac
niñas del colegio, que están bien vestidas, que tienen casas bonitas, no
pueden tener malos pensamientos. Estos son propiedad exclusiva de las
“amigas del barrio”, con las cuales ella compartió “pícaros juegos” en
los sótanos y en los toilettes del patio, primeros descubrimientos de los
placeres del cuerpo asociados a su mundo “sórdido”. Annie se encuentra
en la escuela como única de su especie, única viciosa, única hija de pe-
queños comerciantes, y ambas cosas están relacionadas: como necesita
darle un sentido a su diferencia social, que se le da a entender como una
tara, precisa separar de este modo el mundo puro del mundo impuro.
Podríamos interpretar su comportamiento como un desplazamiento
de su culpa sexual sobre la culpa social. Esta hipótesis podría retenerse
si la primera fuese reprimida, si hubiese en Denise Lesur una inhibición
frente a sus deseos sexuales, una relación problemática con el cuerpo y
con el erotismo. Pero aun cuando posee poca información sobre los temas
sexuales, ella despierta al placer por el camino del juego más que por el
de la culpa, espera con ansiedad su primera menstruación, es atraída sin
reticencias por los varones y trata de satisfacer su curiosidad sin ninguna
discreción particular. Frente a las insistentes preguntas del sacerdote, su
primera reacción es el asombro, la sorpresa. El sentimiento de culpa se
impone recién en una segunda etapa, asociando a su situación social la
noción de pecado que le es devuelta con relación a los juegos sexuales.
Lo que es “asqueroso” no es la sexualidad, sino las condiciones de exis-
tencia de su medio: “¡Otra vez se emborracharon en lo de Lesur! Esas
miradas de asco dejan huellas en mí... Esa impureza frente a la cual los
dedos explorando regiones húmedas, suavemente irritadas, por la noche,
bajo las sábanas, son un juego casi inocente” (p. 101).
2) El odio es en primer lugar una reacción contra la humillación senti-
da ante la invalidación y el desprecio que la gente de los barrios ele-
gantes comunica con tanta “soltura” hacia su medio, su familia, sus
padres y ella misma. Pero ese odio no puede traducirse en rebelión,
en la medida en que sus propios padres le piden que se convierta en
“una persona como se debe”, es decir, que asimile los valores y los
habitus de la burguesía a través de la educación de la escuela privada
en la cual ella entra.
Para ello, tiene que internalizar ese nuevo modelo y rechazar el de
sus padres. Tiene que poder decir “no soy como ellos, no me parezco a
ellos” (p. 94). Para distanciarse socialmente hay que desapegarse afec-
144 U Vincent de Gaulejac
con los padres y los profesores, tanto más desprovisto cuanto que, afec-
tivamente, depende de unos y otros.
3) El odio a los padres no es solamente la reproducción de la invalida-
ción social externa; también es producido por los mismos padres,
en la medida en que el niño descubre que sus padres participan del
autosometimiento, que son dominados y que lo aceptan: “Si les ha-
blan desde arriba se terminó, no dicen más nada” (p. 97).
Este descubrimiento la lleva a desvalorizarlos, lo que acarrea la desi-
dealización y la desidentificación. Existe allí una primera contradicción
entre el apego afectivo y el desencanto social: ¿cómo seguir amando en
la desidealización?
Dicha contradicción se ve reavivada cuando Annie Ernaux descubre
que sus padres son ambivalentes con respecto a ella. Por un lado, le piden
explícitamente que sea buena alumna, que no se junte con las niñas del
barrio; por otro lado, temen que se convierta en una extraña, se resisten
a que se aleje, le piden que sea como ellos: “… siempre encontraban razo-
nes para que uno no saliera de la grasa. Ese miedo me lo transmitieron.
Nací en medio de ellos, es más fácil volver a ser como ellos” (p. 107). Así,
le enseñan la sumisión y la resignación, tratan de frenar sus ímpetus de
rebelión, sus cuestionamientos, ¡le piden que sea diferente, pero que siga
siendo como ellos!
Otro elemento que desconsidera a los padres ante la mirada de An-
nie Ernaux es la toma de conciencia de que sus habitus internalizados
provocan que los demás niños se burlen de ella. Les recrimina entonces
no haberle enseñado a comportarse “como es debido”.
Los padres son doblemente culpables:
siente con respecto a sus compañeros le son devueltos por los adultos
como una tara, algo de lo que debe deshacerse. Un profesor dice: “¿No
sabía usted, señorita Lesur, que eso no se dice?” (p. 115); reproche implí-
cito en dirección a los padres, que no han sabido enseñar al niño los usos
correctos de la palabra; reproche explícito al niño de ser lo que es, de
utilizar las palabras que aprendió de su familia. Le dicen que no se com-
porta “como es debido”, cuando se comporta como sus propios padres.
Y esos mismos padres son quienes le dicen que hay que escuchar a los
profesores, que están orgullosos de su hija porque va a la escuela privada,
porque se va a convertir en una persona como esas que los desprecian,
porque está aprendiendo el arte y la manera de ya no ser lo que son ellos.
Esto pone al niño en una situación de doble culpa:
UÊ culpa por no ser “como hay que ser”. Como en La putain res-
pectueuse, Lizzie y el Negro, que se sienten culpables sin haber
cometido ninguna falta.135 La falta es la de ser el marginal, el
extranjero, el negro, el dominado…
UÊ culpa por tener que reprochar a sus padres lo que son: “Tenía
que odiarlos”, escribe Annie Ernaux (p. 82), para despegarse de
lo que representan, de su medio, su clase, para liberarse de su
lenguaje y de sus habitus.
Annie Ernaux vuelve en reiteradas ocasiones sobre ese sentimiento
de ser un “monstruo” con respecto a sus padres, que por amor a ella
hicieron todo para que le fuera bien, y a quienes tiene que odiar.
Es una situación contradictoria, al límite de la paradoja. Es por
amor que los padres llevan al niño a que los odie. Es para satisfacer el
deseo de los padres que ella se convierte en una niña “bien educada” y
tiene que despegarse de ellos.
El niño = es por amor que te odio.
Los padres = es por amor que te pido que me odies.
2) Desarrollo de la culpa
Estas contradicciones generan una carga agresiva del niño en respuesta a
las humillaciones percibidas. El niño se siente culpable de no ser “como
se debe ser” ante los profesores –teme no poder satisfacer el ideal que
ellos le proponen– y ante sus padres –teme no amarlos lo suficiente–. Se
enfada entonces con unos y otros. Con los primeros, que le piden que
desprecie y rechace sus primeros objetos de amor, y con los segundos,
que son responsables de las humillaciones que sufre. Frente a la ambi-
valencia, el niño tiende a volcar contra sí mismo la carga agresiva. Su
propio Yo se le vuelve odioso.
3) Mecanismos de defensa
Frente a estos conflictos, el niño va a poner en marcha una serie de
mecanismos de defensa para regular la agresividad y la angustia que le
generan, para soportar sus consecuencias, para encontrar mediaciones
ante las múltiples contradicciones que lo desgarran.
La neurosis de clase U 151
Nivel social
sumisión
invalidación
Nivel relacional
idealización
in
va
lid
ac
ió
(des) Identificación
Identificación
Nivel psíquico
2 exigencias
contradictorias
SUPERYÓ IDEAL DEL YO
r
am Cu sta
e
ar lpa
los no a “Tus padres son
lo de de ltur idad miserables”
su no o a r
fic
ien Ied a la ferio
M in
“Honrarás a tu te “Conviértete en una
YO
padre y a tu madre” persona bien”
idealización
esconder a “la niña Lesur (...), llena de gestos y palabras vulgares... para
ahondar la separación, perder definitivamente de vista el bar-almacén, la
infancia ignorante y tosca... [y] (...) ser como las niñas distantes” (p. 161),
para convertirse en una muchacha “como se debe”, de esas que van a la
universidad.
El repliegue sobre sí mismo: frente a estos conflictos demasiado
agudos con el mundo exterior, ya sea el de los padres o el de la escuela,
para escapar al desgarro y el tironeo de las contradicciones que la sepa-
ran en dos, para tratar de conservar una unidad cohesiva de sí misma,
Annie Ernaux se repliega sobre sí misma, sobre la lectura, los deberes:
“Cada vez me alejo más... Ausente” (p. 92). Deja de saludar a los clien-
tes, de frecuentar a las “amigas del barrio”, de hablar de la escuela con
sus padres, que de todas formas ni siquiera saben gramática, ni latín, ni
historia, ni geografía... Se vuelve una extraña que vive en su casa como
en un hotel, que se queda allí pero está ausente y que sueña con otra fa-
milia, con otro mundo que nace de sus lecturas. Su doble diferencia, en
su casa porque va a la escuela y en la escuela porque viene de su casa, la
condena al aislamiento. En cada uno de esos lugares solo hay una parte
de sí misma que se encuentra cómoda. El repliegue sobre sí misma, el
diálogo interior son entonces un medio para encontrarse entera consigo
misma, no fragmentada, y evitar la división y el desgarro.
En ese “repliegue”, el sueño y las lecturas le permiten realizar fan-
tasmáticamente lo que la realidad no permite cumplir: “Huir hacia be-
llas historias... tenía la cabeza repleta de mucha gente libre, rica y feliz,
o bien de una miseria negra, soberbia, sin padres, de harapos, restos de
pan, sin medio social alguno” (p. 80).
Vemos aparecer aquí la función de la novela familiar como fantasía
de los niños de las clases dominadas, que les permite invertir su posición
social y soportar las condiciones concretas de existencia corrigiendo la
realidad.
La dedicación total al estudio, el desdoblamiento, el repliegue sobre
sí mismo y la elaboración de la novela familiar son todos mecanismos de
defensa que Annie Ernaux produce para tratar de aliviar las tensiones,
encontrar soluciones, escapatorias o transacciones para los conflictos
que la atraviesan. Estas reacciones no son necesariamente neuróticas.
Por el contrario, en la mayoría de las situaciones de este tipo permiten
que el individuo escape a la neurosis. Esta aparece cuando los distintos
154 U Vincent de Gaulejac
U El complejo de inferioridad U
140 En realidad, las distintas instancias del aparato psíquico abarcan diversos tipos
de procesos psíquicos y no estados diferentes del inconsciente. Existe aquí una
ambigüedad en el vocabulario psicoanalítico bien señalada por R. Perron: “El
lenguaje introduce en el tema una trampa de la que hay que cuidarse. Designar los
subsistemas en cuestión con sustantivos favorece la idea de que se trata de personajes
autónomos, sobre todo si los términos se escriben con mayúscula como si se tratara
de nombres (Ello, el Yo, el Superyó, etc.)… Se trata en realidad de describir procesos
que caracterizan el funcionamiento de subsistemas (las ‘instancias’); con todo rigor,
quizás habría que utilizar solamente verbos y adjetivos, hablar con ejemplos de
procesos inconscientes, y nunca del Inconsciente. No obstante ello, el sustantivo es
cómodo, si se evita una cosificación ingenua, para designar un conjunto de procesos
del mismo tipo”, R. Perron, La genès de la personne, PUF, 1986, p. 173.
141 Véase J. Chasseguet-Smirgel, “Essai sur l’idéal du Moi”, op. cit., p. 87.
158 U Vincent de Gaulejac
El Ideal del Yo ejerce presión sobre el Yo para El Superyó alivia las exigencias ilimitadas del
satisfacer su ambición, su búsqueda de la per- ideal, transformando la impotencia en obedien-
fección y del poder: lo impulsa a la superación/ cia a una prohibición y al respeto de las reglas:
desplazamiento impulsa al Yo a la adaptación al lugar ocupado
= instancia incitativa = instancia predictiva
Vergüenza = tensión Ideal del Yo/Yo. Sentimiento de Culpa = tensión Superyó/Yo. Sentimiento de
inferioridad ligado al temor de no estar a la altura culpa ligado a la transgresión
142 Véase Piers y M. Singers, Shame and guilt, a psychoanalytic and a cultural study,
Springfield, Ch.Thomas, 1953.
160 U Vincent de Gaulejac
143 Proceso descrito por Hegel que consiste en superar, pero conservando al mismo tiempo.
La neurosis de clase U 161
de standing, etc.) con aquellos que ocupan las posiciones a las cuales
aspira y, al mismo tiempo, a diferenciarse de quienes ocupan las posi-
ciones que él trata de abandonar. En esta carrera promocional entre-
vemos los vínculos entre un sistema social, basado en una doble lógica
de expansión y de jerarquización, que solicita a cada individuo que se
involucre para mejorar su posición y el proceso psíquico que lleva al Yo
a conformar las exigencias del Ideal del Yo.144
Si bien los procesos sociales y los procesos psíquicos son heterogé-
neos, en la medida en que caracterizan el funcionamiento de fenómenos
de diferente índole, no por ello están menos relacionados unos con otros
por efectos de bucle y de correspondencias. La acción de las estructuras
sociales sobre los individuos se ejerce por intermedio de los mecanismos
que rigen los procesos psíquicos e, inversamente, los procesos psíquicos,
aunque no produzcan las organizaciones sociales y las relaciones que allí
se establecen, se integran a ellas de manera más o menos coherente. La
coherencia es el efecto de un apoyo recíproco que se consolida cuando
existe una fuerte correspondencia entre el modo de funcionamiento de la
organización social y el modo de funcionamiento del aparato psíquico.
Cuando dicha correspondencia es débil o conflictiva, la coherencia del
sistema tiende a disminuir.
En el trabajo L’emprise de l’organisation (La influencia de la orga-
nización) hemos analizado los dispositivos que garantizan un circuito
entre los objetivos de producción y de dominación, y el sistema de as-
piración individual. Más precisamente, de qué manera las políticas de
gestión del personal sostienen, captan y canalizan procesos psíquicos.
En ese juego de correspondencias, el Ideal del Yo de cada uno de los
empleados es particularmente requerido, en la medida en que la ideali-
zación favorece, al mismo tiempo, la adhesión y la productividad y, por
consiguiente, la influencia psico-ideológica de la organización sobre sus
miembros.
Este tipo de circuito cerrado muestra la permanencia del Ideal del
Yo como exigencia de superación continua a la cual el Yo está someti-
do, pero también su permeabilidad a las exigencias externas mucho más
149 S. Freud, Essais de psychanalyse, París, Petite Bibliothèque Payot, 1975, p. 199.
166 U Vincent de Gaulejac
150 Véase S. Freud, “La création littéraire et le rêve éveillé”, texto de 1907, en Essais
de psychanalyse appliquée, París, Gallimard, 1971.
168 U Vincent de Gaulejac
151 Véase A. Adler, Über den nevrösen Charakter, 1912, La tempérament nerveux,
Payot, París, 1955, p. 49.
152 S. Freud, Nouvelles conférences sur la psychanalyse, 1932. Traducción A. Berman,
NRF Gallimard, col. Idées, 1971, p. 186.
153 Véase S. Freud, Nouvelles conférences sur la psychanalyse, op. cit., p. 89.
La neurosis de clase U 169
154 Véase Annie Ernaux, Les armoires vides, op. cit., p. 130.
La neurosis de clase U 171
eliminar a los obreros, a los que se parecían “a los roñosos del patio”.
Cuando se encuentra con un joven burgués que le habla de Mozart o de
Wagner, nombres que ella nunca había escuchado, escribe: “No hay ma-
nera de dejarlo. Si soy tonta, mala suerte, tengo que pescarlo para poder
ser otra… Soportar mis inferioridades” (p. 134).
Ciertamente podríamos interpretar esta cacería de burgueses como
un desplazamiento en el plano social de una herida narcisista incons-
ciente ligada al sentimiento de no haber sido un objeto sexual satisfac-
torio para su padre. Aunque esa hipótesis no pueda ser descartada, no
podemos tampoco hacer abstracción de los elementos que la autora nos
brinda para analizar la génesis de su sentimiento de inferioridad: la ima-
gen negativa que la gente “bien educada” le devuelve de su “medio ro-
ñoso”, de sus “padres despreciables”, basta para producir una imagen
desvalorizada de sí misma. En este caso, la desvalorización narcisista es
la consecuencia psíquica de la desvalorización social.
P. Nizan describe este proceso en la novela que dedicó a su padre:
“Antoine empezaba a sufrir por muchas cosas que veía… Por ejemplo,
que hubiera gestos de caridad disfrazada hacia sus padres, que se les en-
viara, porque eran dóciles y respetuosos, viejos pantalones, viejos sacos
(…). Le molestaba ver a su padre saludar tan dócilmente, soportar tan
educadamente que le palmearan el hombro con aires de suficiencia, de
protección”.155 Tanto A. Ernaux como A. Bloyé descubren en la mirada
de los otros la inferioridad social de sus padres, y esta es la que provoca
su malestar y su sufrimiento.
Este debate sobre la inferioridad puede retomarse a propósito de la
vergüenza. Si bien Freud no aborda este punto, algunos psicoanalistas, en
particular anglosajones, lo han estudiado. Ya hemos mencionado a Piers
y Singers, que ubican a la vergüenza como un sentimiento percibido por
el Yo que se siente incapaz de cumplir con las exigencias del Ideal del Yo.
Para E. Jacobson: “La vergüenza se remite principalmente a la mi-
rada de los demás, mientras que el sentimiento de culpa obedece sobre
todo a críticas, prohibiciones, exigencias verbales. Las angustias provo-
cadas por la vergüenza (…) se desarrollan tanto con respecto a proble-
mas morales como a problemas de tacto, buenos modales, trato social y
apariencia física (…) Mucha gente siente vergüenza no solo por debilida-
155 Véase P. Nizan, Antoine Bloyé, París, Grasset, Livre de Poche, 1971, p. 58.
172 U Vincent de Gaulejac
des tales como las deformidades físicas (…) sino también por su pobreza,
su bajo rango social, su raza u otros caracteres análogos”.156
E. Jacobson interpreta el sentimiento de vergüenza como una for-
mación reactiva en respuesta a las tendencias pregenitales, narcisistas,
infantiles, eróticas o agresivas, en conflicto con el Superyó. “Un éxito lo-
grado gracias a las fuertes tendencias agresivas y narcisistas puede satis-
facer la autoestima de un individuo, mientras que puede ser condenado
por su conciencia moral: una carrera brillante pero llevada adelante sin
escrúpulos, que condujo a grandes realizaciones, al poder, a la riqueza,
a una situación social envidiable, etc., puede provocar perfectamente
graves conflictos morales, capaces finalmente de arruinarla” (p. 153).
En último análisis, para E. Jacobson, la vergüenza proviene de un
conflicto que se arraiga en el período edípico o preedípico. Las forma-
ciones reactivas remiten siempre, por lo tanto, a conflictos inconscientes
anteriores, dentro de la diacronía psíquica. Los conflictos vinculados a
la relación entre el Yo y la realidad externa nunca son interpretados en
función de esa realidad. Se apunta al trabajo psíquico, y los sentimientos
de culpa, de vergüenza y de inferioridad son habitus psicológicos consti-
tuidos en reacción a un deseo reprimido, a un conflicto inconsciente que
tendría sus raíces en las primeras experiencias infantiles.
Esta lectura tiende a reducir la importancia del rol de las contradiccio-
nes sociales en los conflictos psíquicos que atraviesan a algunos individuos:
la vergüenza, la culpa, el sentimiento de inferioridad –si se apoyan sobre
problemáticas narcisistas– y las primeras relaciones objetales también pue-
den provenir de la experiencia concreta (y en segundo lugar la representa-
ción) de los procesos de dominación, invalidación y diferenciación.
La búsqueda de una unidad cohesiva del Yo tropieza con conflictos
inconscientes o conscientes de diversa índole (sexuales, sociales, ideoló-
gicos, afectivos, etc.). En la neurosis de clase, las formaciones reactivas
deben ser interpretadas simultáneamente como reacciones vinculadas a
la actividad sexual infantil y como reacciones ante las primeras expe-
riencias de la dominación social, en las cuales el niño ha experimentado
la vergüenza, la inferioridad, la culpa o el desprecio.
156 Véase E. Jacobson, The Self and the Object World, Nueva York, Internacional
Universities Press, 1964. Traducción francesa de A. M. Besnier: Le soi et le monde
objectal, París, PUF, col. Le Fil Rouge, p. 149.
La neurosis de clase U 173
COMPLEJO DE INFERIORIDAD
Humillación Humillación
Novela familiar
complejo de
superioridad
Estas humillaciones acarrean una serie de reacciones por parte del niño.
los amos y los lacayos, los patrones y los obreros, los patricios y los ple-
beyos, los burgueses y los proletarios, los ricos y los pobres, etc.
En la neurosis de clase, el complejo de inferioridad es la traducción
psíquica de las relaciones de poder entre los grupos sociales. Los conflic-
tos que han marcado al sujeto se caracterizan por el deseo de elevarse,
pero manteniéndose vinculado a su posición de origen, el temor a no
estar nunca a la altura de sus aspiraciones, una sensibilidad intensa ante
todas las situaciones de humillación y un sentimiento de culpa relaciona-
do con los temas de la traición, la negación y la deuda.
La sobreinvestidura en el estudio
La sobreinvestidura en el estudio es una defensa reactiva al complejo
de inferioridad en la neurosis de clase. Hemos señalado que el complejo de
superioridad efectuaba una inversión de la relación del individuo frente a
lo que lo humilla. El excesivo empeño en el estudio, particularmente del
niño en la escuela, siempre es presentado en primer lugar como un medio
para saldar las diferencias “culturales”, pero también de compensar las
heridas narcisistas que esas diferencias acarrean.
En la escuela, el niño se da cuenta de que las diferencias entre los
ricos y los pobres se reflejan en las relaciones interpersonales por la in-
validación, la condescendencia o el desprecio, y que las diferencias de
habitus le son devueltas como una tara, un defecto, una deficiencia:
“Siente confusamente que nunca dispondrá de los mismos códigos de
entendimiento y unión que tienen los hijos del comandante”.157
El empeño en el estudio le permite al niño, por un lado, luchar para
colmar esa deficiencia, a través de un frenético deseo de saberlo todo,
leerlo todo… y, por otro lado, compensar la inferioridad en el registro
social mediante una superioridad en el registro escolar: ser el mejor en
todo, recibir el premio al mejor promedio le permite tomar revancha.
“Es así que empecé a querer ser la mejor alumna, contra las demás,
todas las demás, las inteligentes, las presumidas, las lentas… Esa era
mi revancha… Si alguna no sabe algo, la Señorita levanta el mentón,
‘Denise Lesur…’, y yo respondo. Es como si le diera una bofetada a la
elegante con un vestido violeta con puntillas… Más lejos, Antoine vio
a su madre, con su falda negra raída, su blusa ajustada y su peinado
pueblerino… La dama que estaba sentada en la primera fila se inclinó
hacia su vecina y empezó a reírse. Sin duda se reía de él, lo miraba…
A él le parecía escucharla: ‘Ese pequeño campesino’” (Paul Nizan,
Antoine Bloyé).
Y enrojecer de vergüenza… Así, el placer y la vergüenza se entre-
mezclan en una emoción común que puede desembocar en manifesta-
ciones fóbicas, como en el caso de Aliette que, a partir de los 12 años
dejó de salir de su casa porque tenía miedo de sus rubores incontrolables
cada vez que alguien le dirigía la palabra. En contrapartida de esa eri-
trosis emotiva, debida a la humillación que sentía por el origen popular
de sus padres, Aliette pasaba sus días leyendo, estudiando, aprendiendo.
A pesar de la oposición de sus padres a que prosiguiera con los estudios,
logró pasar el bachillerato, ganó un concurso académico para dictar cá-
tedra de Filosofía, se recibió de licenciada en biología, hizo un posgrado
en psicología y otro en antropología, con excelentes notas en los exáme-
nes escritos y pánico en los orales. Pero esa acumulación de diplomas no
le permitía, sin embargo, encontrar la confianza en sí misma o llegar a
ocupar un puesto donde no se sintiera desvalorizada ni humillada. Con
todos esos títulos a cuestas, se mantenía en una posición marginal y
hacía suplencias en una infinidad de instituciones de investigación, sin
llegar nunca a adquirir un puesto estable y reconocido. Seguía estando
aislada y atemorizada cada vez que tenía que entablar un mínimo de re-
laciones sociales necesarias para obtener los puestos que le interesaban.
El estudio, que en un principio es un medio para compensar el sen-
timiento de inferioridad y tomar revancha, se convierte luego sobre todo
en un medio para canalizar la angustia relacionada con la culpa de ser
exitoso. Colette Duval se siente como anestesiada a lo largo de toda su
escolaridad: pasa todo su tiempo libre estudiando. Tener siempre algo
para hacer, estar ocupada permanentemente, completamente absorbi-
da… El estudio se vuelve un fin en sí mismo, como sucede también con
el trabajo para Antoine Bloyé: “El perfil de las líneas, los informes de
servicio (…) daban vueltas en su cabeza como ruedas cuidadosamente
calibradas. Hasta en su casa vivía acechado por las horas, siempre apu-
rado, a contrarreloj… No tenía lugar para otros movimientos humanos
que no fueran los del trabajo. Estaba completamente absorbido por su
La neurosis de clase U 181
porta el más mínimo fracaso, la más mínima falla; siempre pide más. Es
la razón por la cual el fracaso no es vivido como un accidente del cami-
no, como un error pasajero, sino como un error insoportable, como una
falta imperdonable. Porque entonces el niño “buen alumno” ya no logra
esconder al niño “mal educado” que puede llegar a resurgir en cualquier
momento y reflotar todas las humillaciones pasadas y la inferioridad
original insuperable. El Ideal del Yo no puede soportar esa imagen del
niño humillado, del niño inferior, del niño pequeño.
La exigencia del Ideal del Yo tiene también otra función: se trata de
canalizar la culpa producida por la transgresión, que consiste en querer
ocupar un lugar diferente del que en principio se le había asignado. Fren-
te al Superyó que recuerda que allí hay una falta, que el deseo de superar
a los padres es también un deseo de darles muerte, el sujeto tiene que dar
muestras constantes de su mérito, legitimar sus pretensiones, mostrar
que su éxito no obedece más que a sus virtudes: de allí el permanente te-
mor a ser pescado en falta y el obstinado empeño por probar sus méritos.
6
161 Véase S. Freud, “Un enfant est battu”, en Névrose, psychose et perversion, París,
PUF, 1973, p. 233. Texto de 1919 (Ein Kind wird geschlagen) traducido por D.
Guerineau.
184 U Vincent de Gaulejac
163 Véase Castoriadis, L’institution imaginaire de la société, París, Seuil, 1975, p. 418.
164 Véase Castoriadis, op. cit., p. 417.
186 U Vincent de Gaulejac
Nunca hubo un solo diploma que fuera suficiente para darme confianza
en lo que era… Lo que produjo eso fue la historia de mis padres… un
desfase… Ya no pertenezco al medio de mis orígenes, pero no soy del
medio en donde estoy ahora”.
Cuando habla de su historia, Colette asocia las etapas de la escola-
ridad y su trayectoria afectiva, uniendo en su discurso sus relaciones en
la escuela y sus relaciones con los varones.
Sus relaciones afectivas son aún más problemáticas, puesto que su
madre le repite siempre que los hombres son peligrosos, le dice que hay
que cuidarse, que la vergüenza suprema es quedar embarazada antes
del matrimonio y, además, Colette no recibe ninguna educación sexual:
“Estuve marcada por eso. Tenía que coquetear muy poco, lejos porque
siempre existía el riesgo… Mi madre, era la prohibición en todo…”.
Su madre la vigila cuando va a bailar a las reuniones y revisa las
cartas que recibe. Cortejada por maestros que no le gustan, Colette se
siente atraída físicamente por los muchachos del pueblo vecino, de quie-
nes guarda distancia.
“De todas formas, durante un campamento de vacaciones me lancé,
empecé a coquetear con un muchacho que era maestro, es decir, perfec-
tamente lo que hacía falta… Fue recibido en casa de mis padres… Ya me
consideraban como comprometida… Duró un año y medio. El tipo se
fue al servicio militar. Durante ese tiempo, salí con jóvenes del pueblo,
descubrí que tenía ganas de divertirme, que no tenía ganas de casarme
con ese hombre… No sabía cómo zafarme, porque la lógica indicaba que
tendría que haberme casado con ese muchacho, que estaba bien dentro
de la norma… Que yo fuera maestra, y él también, era una vida bien pla-
neada… Pero ya había estado en la cama con él y francamente no tenía
ganas de hacer el amor… cuando me besaba no sentía nada, no estaba
enamorada, eso es seguro”.
Frente a ese sentimiento de ser arrastrada a un camino que ella re-
chaza, Colette no sabe cómo salir de esa relación que la compromete.
Ella quisiera romper con su novio, pero no sabe cómo hacerlo. Decide
hablarlo con su madre, con el fin de encontrar una salida. “Pero mamá
me dijo, tal vez sea igual con otros hombres. Y ahí puedo decir que me
hundió, me ahogó…”.
Sigue para Colette un período de culpabilidad intensa frente a su
novio, a quien anunció su deseo de ruptura, culpabilidad que se apagará
190 U Vincent de Gaulejac
cuando él se case seis meses después con una de sus amigas. “Entonces
después salí con los muchachos del pueblo, coqueteé con ellos, pero ja-
más me acosté con los muchachos del pueblo, me resultaba imposible,
había un nudo en mí que nunca pude superar”.
Simultáneamente, Colette conoce a otros maestros, profesores, gen-
te “que tenía otro nivel”. “Comenzaba a sentir que me habían engañado:
ser maestra no era la cima… Era lo más bajo de la escala… Para mi
familia la cima era maestra y yo creí que tendría un gran ascenso siendo
maestra”.
Conoce en esa época a un español, un ingeniero civil con quien
sale durante más de un año: “Un día me dijo que si me casaba con él,
no quería que yo trabajara y que nos iríamos a España… No trabajar
era negar todo mi pasado, no podía hacer ese corte… No sé lo que se
jugó ahí, ese muchacho nunca me empujó a hacer el amor con él, espe-
raba, era el hombre que cumplía con todos los requisitos… Finalmente
nos separamos, porque se dio cuenta de que no era viable… Yo tenía
un desprecio por esos burgueses españoles que él no podía admitir. Y
entonces en ese momento, cuando él dijo: ‘Bueno, finalmente nunca
habrá nada entre nosotros’… entonces sí, caí en una depresión nervio-
sa… Antes tenía la impresión de que me iba a ahogar, ahora creo que
me hubiera gustado que se realizara, pero que no se podía, estaba ese
desfase social que me bloqueaba… y ahí tuve la impresión de que hubo
una ruptura, pero una ruptura interior, y que no podría volver a tener
relaciones con los hombres”.
Colette, que en esa época tenía 28 años, fue durante tres meses a
una clínica de reposo y comenzó un psicoanálisis que duró diez años.
Durante ese período, trabajó como profesora y luego como consejera de
orientación. Simultáneamente cursaba en la universidad y coleccionaba
diplomas. Obsesionada por los problemas de sexualidad y de virgini-
dad, encontró una ginecóloga que le prescribió pastillas anticonceptivas.
Logró tener relaciones con hombres que se caracterizaban por venir de
un medio similar a su medio de origen, estar en fuerte ascenso social
sin diplomas (comerciantes, periodistas…) y con quienes estableció una
relación de amante más que de mujer legítima.
“En mi vida, mi aspiración suprema siempre fue casarme y sin duda
no me casaré nunca. Forma parte del deseo de ser como los otros. Existe
una aspiración a estar dentro de la norma, en la masa, que me es imposi-
La neurosis de clase U 191
166 Véase S. Freud, “Le déclin du complexe d’Oedipe”, (Der Untergang des Oedipus
Komplexes, 1924), Revue française de psychanalyse, 1934, 7, nº 3, pp. 394-399.
La neurosis de clase U 193
167 S. Freud es muy criticado por su interpretación “masculina” del Edipo. Sin entrar
en ese debate desarrollado en particular por C. Olivier en Les enfants de Jocaste
(Denöel et Gonthier, 1974) la mayor parte de los actores tienden a pensar que
el Edipo remite al niño a la amenaza, al miedo, mientras que remite a la niña al
vacío y a la envidia.
194 U Vincent de Gaulejac
entonces, en tres clases: los pequeños, que no pueden vivir sin trabajar
para otros; los medianos, que conservan su independencia porque su
granja les permite vivir y mantener a la familia; los dueños de los casti-
llos, alcaldes desde hace varias generaciones, que personifican la cultura,
la prestancia y el poder.
Según ese orden, Colette está destinada a casarse con un granjero,
como su mamá y sus dos abuelas, o a convertirse en maestra, como su
tía Magdalena. De hecho, es lo que probablemente habría sucedido si un
acontecimiento no hubiese puesto en duda ese orden, desequilibrando la
coherencia entre el juego del deseo y la ley de la distribución antroponí-
mica. Colette se encuentra con una media hermana, que lleva el mismo
nombre que ella, hija de su padre y de la criada. Recién mucho tiempo
después ella podrá, a pesar de la opacidad del silencio en torno a ese
escándalo, reconstruir lo que pasó. “En mi vida, me siento en el lugar
de la criada que fue significativa en el plano sexual para mi padre y me
encuentro siempre en ese lugar”.
Esta situación opera como un cortocircuito del Edipo para satisfa-
cer el deseo del padre: no es el lugar de la madre el que conviene ocupar,
sino el de la amante. Es ella quien es objeto del deseo. Pero ese lugar
es doblemente ilegítimo, porque transgrede la ley del matrimonio y del
orden social. La mujer que da placer es una trabajadora doméstica de
una clase inferior. Y es la madre quien personifica la prohibición, quien
resguarda la ley. Es ella quien sanciona la falta del padre y quien da a
entender a la niña la frontera entre el bien y el mal.
Colette se encuentra entonces confrontada con dos modelos anta-
gónicos de mujer: por un lado, su madre, conformista, superyoica, insa-
tisfecha sexualmente, pero legítima. Por otro lado, la criada, marginal,
seductora, satisfecha sexualmente, pero ilegítima. Una es una mujer de
bien, “como se debe”. La otra es rechazada y desvalorizada socialmente.
El proyecto materno es que su hija esté en el lugar que le correspon-
de, en su nivel, es decir, que se case, que sea maestra y tenga un cargo
estable en la función pública. Pero para ello necesita renunciar al placer
sexual y aceptar no sentir nada con los hombres, que son seres peligro-
sos que más vale evitar.
En un primer momento, Colette va a inscribirse dentro de ese pro-
yecto. Buena alumna, es alentada por los profesores a seguir con sus
estudios. Es la única alumna de su pueblo que va a la secundaria, a la
La neurosis de clase U 195
168 Véase C. Olivier, Les enfants de Jocaste, París, Denöel and Gonthier, 1974, p. 65.
196 U Vincent de Gaulejac
que seguir en esa historia si tiene ese efecto sobre ti”. Colette se siente
entonces con la energía y el derecho a separarse, a afrontar a su familia
y a su maestro-novio.
Ese guión va a repetirse en una segunda etapa de manera un poco
diferente: por un lado, Colette se autoriza a coquetear con un “mucha-
cho del pueblo”. Por el otro, comienza a conocer hombres de otro nivel
social que le hacen darse cuenta de que ser maestra “no era una cima,
era lo más bajo de la escala”.
Se pone de novia entonces con un estudiante de ingeniería que la
inicia en la vida parisina y la cultura burguesa, pero con quien no tiene
relaciones sexuales.
Se siente atraída por lo que vive como “un cuento de hadas”, por esa
nueva “cima” a alcanzar: modelo de la mujer burguesa, mantenida por
un marido, que la respeta y no le propone tener relaciones sexuales antes
del matrimonio. Pero esta propuesta le da la impresión de asfixiarse:
renunciar a trabajar es negar todo su pasado, es invalidar todo lo que
ella ha hecho para llegar a ser maestra, es separarse de sus orígenes so-
ciales y culturales, es volverse una burguesa, es estar irremediablemente
confrontada con el desfase social y admitir la separación entre esos dos
mundos. Aceptando el hecho de que debe su promoción a un hombre,
ella se condena a aceptar su dominación, a estar en deuda con él, a con-
vertirse en alguien que ella menosprecia en el fondo de sí misma.
Ese miedo al desfase social oculta otro miedo de la que esa relación
la protege: al no proponerle hacer el amor, él le permite evitar la amena-
za de quedar embarazada, pero aprueba por esa misma razón el ahogo
de su sexualidad, la prohibición del placer. Proponiéndole que se con-
vierta en una mujer legítima y respetada, como su madre, asfixia a otra
mujer, ciertamente ilegítima, pero que supo dar y recibir placer.
Desmembrada entre esas dos partes de sí misma, Colette empuja a
su novio a dejarla y se sumerge una vez más en la depresión: “Tuve la
impresión de que había una ruptura, pero una ruptura interior, y que no
podría volver tener relaciones con los hombres”.
Aun después de un psicoanálisis, sus relaciones con los hombres se-
guirán estando marcadas por esa contradicción entre el deseo sexual y la
aspiración social. Hay hombres con los que ella podría tener relaciones
y casarse, pero con ellos no siente nada, no siente placer (los maestros,
los ingenieros, los universitarios). Están en la norma del proyecto mater-
La neurosis de clase U 199
170 A. Strindberg ha escrito más de cincuenta obras de teatro, varias novelas, una
autobiografía en cinco volúmenes y una correspondencia voluminosa. Véase la
bibliografía establecida por G. Vogelweith, en I, París, Ed. Klincksieck, 1972.
171 Véase Marthe Robert, Roman des origines et origines du roman, París, TEL
Gallimard, 1976, p. 33, 1era ed., B. Grasset, 1972.
200 U Vincent de Gaulejac
“Un día, al mediodía, su padre examinaba una botella de vino que era
de la tía.
–¿Quién se acabó la botella? –pregunta paseando su mirada alrededor
de la mesa.
Nadie responde, pero Jean se sonroja.
–¡Ah! ¡Eres tú! –dice el padre.
202 U Vincent de Gaulejac
El padre “patrón” es de
hecho la víctima de la
sirvienta que se convierte
en su mujer.
Veneración y desprecio
SUPERYÓ IDEAL DEL YO SUPERYÓ IDEAL DEL YO
Sumisión y rebeldía
Ha o
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de los discriminados
z ca te
En
Quédate del lado
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mo es pé
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yo tro Sé
pa un
los
No hagas
como yo
pa
Variación y depreción
ea tró
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Culpabilidad Humillación
YO
182 S. Freud, “Le roman familial des névrosés”, en Névrose, psychose et perversion,
París, PUF, 1973.
183 S. Freud, ‘Les désirs qui donnent son impulsion au fantasme... sont soit des désirs
ambitieux qui servent à exalter la personnalité, soit des désirs érotiques’, en “La
création littéraire et le rêve éveillé”, texto de 1907, en Essais de psychanalyse
appliquée, París, Gallimard, 1971, p. 73.
184 Véase Marthe Robert, Romans des origines et origines du roman, París, TEL
Gallimard, 1977, p. 37.
La neurosis de clase U 213
retoque que el autor opera, con el fin de soportar “lo que es” y de cam-
biar “lo que él es”.
La novela familiar permite al niño soportar sus insatisfacciones y
sus decepciones, en particular en la crisis edípica. En la realidad, no
faltan ocasiones para sentirse decepcionado, humillado, rechazado, ol-
vidado, a veces hasta abandonado. El niño debe compartir el amor de
sus padres con sus hermanos y hermanas, confrontarse con las prohibi-
ciones y los castigos, soportar las ausencias y las separaciones que le son
impuestas, aceptar la imperfección, la mediocridad, la cotidianidad. Se
da cuenta de que sus padres tienen problemas, dificultades que no saben
resolver, que no son mejores ni peores que los demás. Renunciar a la
imagen ideal de los padres todopoderosos, que aman totalmente a su
hijo, implica una herida narcisista profunda.
De entre todas las insatisfacciones y las decepciones que el niño
debe soportar, conviene dar un lugar particular al descubrimiento
de la diferenciación social y a la humillación que siente al descubrir
que sus padres son seres más bien medianos, tal vez inferiores y que,
en todo caso, existen otros mucho más favorecidos, más ricos, más
poderosos y más hábiles. Este descubrimiento es una humillación
inexplicable e inevitable: sus padres no son los mejores; existen mu-
chos otros, de entre los cuales algunos son “superiores”. El imposi-
ble pero necesario reconocimiento de la diferenciación social va a
llevar al niño a reescribir su historia para “explicar la inexplicable
vergüenza de haber nacido en mal lugar, de verse desfavorecido, mal
querido”. 185
A través de este medio, el niño encuentra la manera de quejarse de
lo que no está bien, de consolarse por todas sus insatisfacciones y de ven-
garse de sus humillaciones, preservando sus relaciones con sus “verdade-
ros” padres. La ficción de la novela familiar permite conservar el cariño
original del niño por sus padres.
“La infidelidad y la ingratitud son solo aparentes, pues si se exa-
mina en detalle la más común de estas fantasías novelescas, es decir, la
sustitución de ambos padres por personajes más encumbrados, se adver-
tirá que todos estos nuevos padres más distinguidos están provistos de
atributos derivados exclusivamente de recuerdos reales de los verdaderos
186 Véase S. Freud, “Le roman familial du névrosé”, op. cit., p. 160.
187 Véase S. Freud, “Le roman familial du névrosé”, op. cit., p. 160.
188 En referencia al esposo de la Virgen María. (N. del T.).
189 Véase en particular en la obra Mademoiselle Julie, op. cit.
La neurosis de clase U 215
191 Véase Annie Ernaux, Les armoires vides, París, Gallimard, col. Folio, 1984, pág. 80.
La neurosis de clase U 217
192 Véase C. Clément, “Les effets politiques du divan”, Pouvoirs, 1979, nº 11, p. 85.
La neurosis de clase U 219
“Ya no soy del medio de mis orígenes, pero tampoco soy del medio
en el que estoy”.
C. Duval
lo que lo rodea, que es un medio que desprecia como algo superado; le teme
y le huye, pues allí conocen sus secretos, prevén sus intenciones, ven con
envidia su ascenso y esperan con satisfacción su caída. Eso explica su doble
carácter, indeciso, dudando entre la simpatía por lo elevado y el odio hacia
quienes todavía, en ese momento, están por encima de él”.193
En su estudio sobre los maestros de origen campesino, F. Muel-Dre-
yfus cita el caso de Louis Caubet que escribe: “… sufro de esta aptitud mía
para desdoblarme, para asomarme constantemente sobre mí mismo para
observarme vivir (…). En lugar de mirar a la multitud sin mezclarme con
ella, en lugar de despegarme de ella, tendría que sumergirme allí y vivir
la vida”.194 Francine Muel-Dreyfus interpreta ese desdoblamiento como la
consecuencia de la oposición entre el modo de vida y los habitus del mundo
campesino (valores “viriles” basados en el esfuerzo físico, la acción, la fuer-
za, etc.) y el modo de vida y los habitus del mundo de los maestros (valores
más bien “femeninos”, apoyados en el mundo de los libros, de lo mental, de
la reflexión, etc.): “La especificidad de este tipo de aprendizaje campesino
explica la fuerza del corte que surge al entablar una carrera de docente o de
funcionario: no se puede estar a la vez en ese universo y fuera de él; se está
completamente adentro o completamente afuera y, de cierto modo, tanto
más afuera cuanto que, a diferencia de quienes se fascinan por el exotismo
rural, se sabe, a ciencia cierta, de qué se trata. Las ‘cualidades’ del campe-
sino y las ‘cualidades’ del maestro no son de la misma naturaleza (p. 111)”.
Como estos universos son contradictorios en muchos aspectos, el
individuo se siente atravesado por un doble sentimiento de pertenencia
frente al cual la escritura efectúa una mediación.
Si bien el desdoblamiento es un proceso psicológico que caracteriza
un conflicto interno del individuo, es el producto de una situación social.
En razón de que el individuo se ve confrontado con la coexistencia de
dos grupos sociales diferentes y opuestos, y que de cierto modo “perte-
nece” a ambos, termina estando dividido.
Roger Bastide constata el mismo fenómeno con respecto a la migra-
ción: “A medida que el migrante se adapta a su nuevo medio es remoldea-
195 Véase R. Bastide, Sociologie des maladies mentales, París, Flammarion, 1977, p. 212.
196 Véase H. Dapiedad, “L’émergence des régimes militaires en Áfrique”, Thèse de
3ème cycle, Université París IX Dauphine, 1979, p. 25.
197 R. Hoggart, La culture du pauvre, estudio sobre el estilo de vida de las clases
populares en Inglaterra, presentación de J. C. Passeron, París, Ed. de Minuit, Le
sens commun, 1970.
224 U Vincent de Gaulejac
198 Véase Paul Nizan, Aden Arabie, París, PCM/Editions La Découverte, 1984;
prólogo de Jean-Paul Sartre, p. 26.
199 Véase P. Nizan, Antoine Bloyé, París, Grasset, 1933. Editions Livre de Poche,
París, 1971.
La neurosis de clase U 225
G1 G2
Grupo de origen Nuevo grupo
de pertenencia 1 de pertenencia
posición heredada posición adquirida o
esperada
Corte 2 4 Corte
3 5
Inco
háb
desprecio e invalidación
Apego
Apego
rpor
itus
aac
e los
de o
ión
os
ición d
rige
s nuev
de lo
Odio desidentificación y
Adquis
hábitu
desidealización
nosotros” Rechazo
Idealización/Identificación
Orgullo y admiración
INDIVIDUO
Aislamiento
6
Desdoblamiento
Comentarios
1) El desdoblamiento, como sentimiento internalizado de estar cortado
en dos, de un Yo dividido en dos partes antagónicas, de una coexis-
tencia dentro de sí mismo de dos universos separados, es el efecto de
la confrontación entre dos grupos sociales en la historia del individuo.
Un grupo de origen (G1) que marca la posición heredada y del que
se han incorporado los habitus en la primera infancia. Y un nuevo
grupo (G2) al que se aspira a pertenecer, del cual se adquieren los ha-
bitus a lo largo de su desarrollo y que simboliza su posición esperada
y/o adquirida. Las relaciones entre esos dos grupos sociales se carac-
terizan por relaciones de dominación/sumisión que los oponen uno
al otro, relaciones signadas por la invalidación (de G2 con respecto
a G1) y la ambivalencia (de G1 con respecto a G2). El individuo se
siente a la vez vinculado y ajeno a ambos grupos.
2) Frente a su grupo original de pertenencia, el corte proviene del gru-
po, que tiende a rechazar a quien se vuelve diferente a medida que va
incorporando los habitus de los dominantes y que, por su “éxito”, les
devuelve una imagen desvalorizada y negativa de sí mismos. El corte
proviene, asimismo, del individuo, que necesita despegarse de su grupo
de origen para asimilarse al otro grupo. Esta separación lo lleva a efec-
tuar un trabajo de desidentificación y desidealización con respecto a las
figuras parentales, los valores y los modelos del grupo. En la medida en
que los procesos de identificación e idealización son soportes activos de
la relación amorosa, la separación acarrea un desamor que se desarro-
lla aún más cuando el individuo siente que es rechazado.
3) Este proceso de des-vinculación choca con el vínculo afectivo que,
a pesar de todo, sigue existiendo en ambas partes. El rechazo del
grupo sólo es parcial en la medida en que el individuo es objeto
de orgullo y admiración por sus logros, logros que compensan la
invalidación y el desprecio sentidos. Su éxito repercute sobre todos
y demuestra que ellos son tan “valerosos” como cualquiera. Asimis-
mo, la separación del individuo también es parcial. Sigue vinculado
por sentimientos de fidelidad a sus orígenes y de solidaridad con
respecto a su clase. Por otra parte, se siente culpable de tomar dis-
tancia frente a sus ascendientes, a quienes les debe el haberlo criado
(es decir, haberse ocupado de él) y haber contribuido así a que se
elevara (en la escala social).
La neurosis de clase U 227
200 Es la razón por la cual no hay neurosis de clase cuando el conjunto de la fratría
está en trayectoria promocional. Cuando el conflicto es vivido por todo el grupo
familiar hay menos probabilidades de que provoque una neurosis individual.
228 U Vincent de Gaulejac
201 S. Freud, Abregé de psychanalyse, traducción de Anne Berman, París, PUF, 1967,
5ta edición, p. 82.
202 S. Freud, op. cit., p. 82.
203 Dostoievski, El doble, prólogo de André Green, trad. de A. Aucouturier, París,
Gallimard, Folio, 1984; Yves Barel, La société du vide, París, Seuil, París, 1984,
pp. 248 y ss.
La neurosis de clase U 231
nicos coexisten, sin que se establezca entre ellos una relación dialéctica.
Goliadkin es, al mismo tiempo, un pequeño funcionario miserable y re-
plegado sobre sí mismo, que no llega a la altura de sus ambiciones, y un
conspirador brillante y eficaz que logra “hacerse un lugar”. La paranoia
viene a cubrir la distancia entre esos dos personajes: el fracaso y la frus-
tración de uno de ellos se vuelve consecuencia de las maniobras y logros
del otro. La lucha social en donde el protagonista es perdedor se despla-
za hacia el interior en un delirio entre esas dos partes de sí mismo que
no puede conciliar. La homosexualidad también puede ser interpretada
como la expresión de ese deseo, de alianza y de fusión, de la búsqueda
de unificación entre lo que es y lo que querría ser.
Queda claro, entonces, el interés de una interpretación multipolar
del desdoblamiento como fenómeno coproducido por problemáticas in-
conscientes (en las cuales las tensiones entre el deseo y la prohibición son
esenciales) y problemáticas sociales (en las que los conflictos de poder y
la competencia en torno a los lugares a ocupar son determinantes). Estas
distintas problemáticas pueden ser analizadas con lecturas yuxtapues-
tas, en la medida en que las teorías de referencia que las apoyan tienen
cada una su lógica propia y su coherencia interna. Pero, por esa misma
razón, tienden a excluir de la explicación todos los factores que no se
someten a su lógica y su coherencia. La yuxtaposición es insuficiente
para entender una realidad en la que el síntoma es el resultado de una
combinación de factores de distintos órdenes que interactúan. Así pues,
el fenómeno del desdoblamiento en la neurosis de clase no es ni simple-
mente el reflejo en lo psíquico de las contradicciones sociales, ni la
consecuencia única de los conflictos intrapsíquicos. Lo que lo provoca
es la combinación de elementos inconscientes y elementos sociales. Las
relaciones de sostén entre, por un lado, conflictos intrapsíquicos y, por
otro lado, conflictos entre grupos sociales, y el hecho de que esos con-
flictos de distinta naturaleza se encuentren vinculados en la historia de
un individuo, es lo que provoca el desdoblamiento.
8
Una exploración de esta índole debe permitir que cada uno com-
prenda mejor su historia para tener un mayor manejo de su devenir.
Para los terapeutas, los psicólogos, los trabajadores sociales, los
formadores y todos aquellos que están involucrados en un trabajo re-
lacional, este seminario puede brindar algunas herramientas teóricas y
metodológicas con el fin de identificar mejor lo que determina la historia
y los mecanismos de cronicidad de las personas para las cuales trabajan.
La neurosis de clase U 241
Coordinación
Se utilizarán diferentes técnicas de expresión verbal y no verbal para
permitir la producción de material sobre su propia historia (dibujos, ár-
boles genealógicos, entrevistas, etc.). Dicho material servirá de soporte
para el análisis en común de la novela familiar y de la trayectoria social
de cada participante.
Los coordinadores proponen una problemática de conjunto, méto-
dos de trabajo y aportes teóricos articulados sobre el análisis colectivo
del material producido.
210 Véase M. Catani y S. Maze, Tante Suzanne, une histoire de vie sociale, París,
Librairie des Méridiens, 1982.
242 U Vincent de Gaulejac
Objetivación/subjetividad
Nuestro objetivo metodológico consiste, entonces, en crear las condi-
ciones de un doble movimiento de distanciamiento y de implicación en
cada etapa del trabajo. El distanciamiento permite objetivar su propia
historia, situándola en relación con la evolución de las relaciones socia-
les, relativizar su singularidad, identificando en qué aspectos la historia
es el producto de evoluciones que atraviesan al conjunto de los miembros
de una clase social, de una cultura, de una época y analizar, más allá de
los sufrimientos, de las rupturas, de las emociones y de los conflictos, las
contradicciones y los procesos que intervienen. Pero el trabajo no sería
completo si esta objetivación no se arraigara en la experiencia subjetiva
de cada uno, expresión de la singularidad individual, que la cuestiona,
la convalida y/o la contradice, permitiendo una interacción constante y
dialéctica entre objetividad y subjetividad, entre los fenómenos colecti-
vos e individuales, entre lo social y lo psíquico.
Al contar detalladamente una historia se produce su deconstruc-
ción, a la cual corresponde una reconstrucción a partir de las hipóte-
sis que identifican las distintas determinaciones sociohistóricas que han
producido esa historia.
Pluridisciplinariedad y co-coordinación
El dispositivo que implementamos apunta a analizar al individuo como
producto de una historia de la que trata de convertirse en sujeto. Debe,
pues, instalar una iteración permanente entre la experiencia y el análisis,
entre la expresión de las representaciones y la objetivación de las situa-
La neurosis de clase U 245
ser parcial, para que pueda instaurarse una dinámica reflexiva y pe-
dagógica: cada hipótesis debe someterse a discusión para probar su
validez. En particular cuando se trata de comprender las determina-
ciones que estructuraron una trayectoria individual, es importante
discutir la intervención y el peso respectivo de los diferentes factores
(económicos, históricos, sociológicos, ideológicos, psicológicos) que
pudieron intervenir. En la interacción de esos distintos factores es
donde puede entenderse la dinámica de una trayectoria individual.
Conviene entonces que la confrontación de hipótesis explicativas
sea igualmente activa dentro del trabajo de grupo. Es aquí donde
la formación de base de los coordinadores resulta importante. Na-
die puede pretender al mismo tiempo situarse como economista,
sociólogo, historiador y psicólogo, aun cuando haya recibido una
formación en todos esos ámbitos. Solo puede plantearse un trabajo
transdisciplinario dentro de una confrontación activa entre las dis-
ciplinas para cada coordinador y entre los coordinadores.
2. Esta dinámica entre la complementariedad y la oposición de los
coordinadores permite que los participantes también se ubiquen
en un estado de tensión reflexiva frente a los coordinadores y entre
ellos mismos. Esto genera una zona de incertidumbre, de cuestio-
namiento, dentro de la cual ellos dejan de ser solamente el objeto
del trabajo de grupo y los consumidores del saber de los coordi-
nadores. Se sitúan entonces como sujeto de una investigación que
concierne a cada uno personalmente –cuando se trata de explo-
rar cada historia singular–, pero también a todos colectivamente,
puesto que cada historia no es sino la expresión individualizada de
una historia común.
El espacio del seminario crea una estructura de participación en la
que cada integrante es invitado a utilizar su experiencia individual para
comprender mecanismos colectivos. Lo que se realiza en común es una
búsqueda a la vez personal y teórica. El rol de los coordinadores es el de
crear las condiciones para que este proceso sea posible. Una vez que está
en marcha, todos participan. Las herramientas de análisis y los soportes
de investigación se irán construyendo paulatinamente, en función de las
direcciones de investigación que van surgiendo.
La neurosis de clase U 247
Determinismo y libertad
La puesta en tensión entre la vivencia y el análisis, entre el trabajo indivi-
dual y el trabajo colectivo, entre los factores psicológicos y los sociológi-
cos, tiene también otro efecto importante. Permite evitar dos obstáculos
que surgen inevitablemente en un trabajo de este tipo: la ilusión de om-
nipotencia del sujeto y, su otra cara, que es la ilusión del determinismo
absoluto.
El psicologismo, que tiende a considerar que la persona humana
es el motor de la historia, no tendría tanto éxito si no coincidiera con
una fantasía profundamente arraigada en el inconsciente de todos. La
fantasía de la omnipotencia, la concepción narcisista del sujeto, la visión
etnocéntrica del mundo, la creencia en la capacidad ilimitada del hom-
bre para realizarse independientemente de toda contingencia histórica
y social, etc. Todos estos elementos psico-ideológicos se sostienen mu-
tuamente y se reconfortan, generando resistencias importantes para la
introducción de una comprensión sociohistórica.
La introducción de una visión más sociológica de los destinos indi-
viduales pone en tela de juicio esa ilusión y culmina a menudo en una
fase depresiva: “Me doy cuenta de hasta qué punto soy prisionero de mi
historia, cómo me inscribo dentro de la reproducción. Hasta ahora creía
que manejaba mi destino, que era actor. Ahora tomo conciencia de que
no soy más que un actante”. En estos casos, la toma de conciencia de la
existencia de determinismos desemboca en el sentimiento de que todo no
es más que reproducción, que el individuo no es sino el producto de su
historia y de sus condiciones concretas de existencia, que su deseo de ser
sujeto no puede ser satisfecho más que en el registro de la fantasía, sin
relación con una realidad que lo determina totalmente.
El trabajo consiste, entonces, en aceptar la contradicción como ele-
mento de su práctica existencial, en renunciar a la ilusión del sujeto libre
que espera encontrar mediante un trabajo personal el medio para resol-
ver todos sus problemas, pero en salir también de la ilusión de que la
salvación podría provenir de un cambio de la sociedad que produciría
inevitablemente un destino menos problemático. El hecho de analizar
hasta qué punto el individuo está programado por su historia no cam-
bia esa historia, pero sí modifica, en cambio, su relación con la historia.
Al tomar en cuenta las dimensiones sociológicas e históricas de los desti-
248 U Vincent de Gaulejac
nos personales, del suyo y también de los de los demás, cada uno puede
comprender de qué manera actuaron sobre él algunos factores, cómo
contribuyeron a posicionarlo en su familia y en las relaciones sociales, y
esto modifica profundamente su relación con esa “situación” y le permi-
te comprender concretamente que la realidad es solo una de las formas
de lo realizable, y que lo posible no se reduce a lo probable.
Terapia e investigación
Un trabajo de esta naturaleza se ubica en la frontera entre la investi-
gación y la terapia. La mayor parte de los ejercicios que proponemos
apuntan a un trabajo de localización: ¿dónde estoy yo dentro del deseo
de mis padres?, ¿dónde me encuentro dentro de la saga familiar?, ¿dónde
me ubico en las diferentes corrientes ideológicas?, ¿dónde estoy dentro
de la estructura social?, ¿dónde estoy dentro de la historia?
Esta búsqueda de precisión concreta sobre las posiciones de cada
uno permite evidenciar, al mismo tiempo, la identidad y la diversidad
de las situaciones, poniendo en tela de juicio las fijaciones o las genera-
lidades representativas abstractas dentro de las cuales el individuo tiene
tendencia a encerrarse y protegerse. De este modo, percibe que él esta
allí, y allí, y que en cada una de esas posiciones él es a la vez esto y aque-
llo. En este sentido, se trata de un trabajo sobre los conflictos con los
que se confrontan los individuos en su trayectoria y de un análisis de las
contradicciones que los provocaron. Para emprender un proceso de este
tipo es necesario que el participante esté en condiciones de afrontar una
posición contradictoria, cosa que no ocurre en todos los casos. Algunos
sujetos llegan a la terapia precisamente porque no pueden soportar la
contradicción. Están tensos en el deseo de comprender lo que ocurre
“dentro de Mí mismo” a partir de sus emociones, de su sufrimiento
actual, del aquí y ahora de su vida cotidiana. La necesidad inmediata
es liberarse de ese peso del que se sienten prisioneros, de ese pasado que
los envenena. La idea de que el Yo es el producto de una historia no es
entonces aceptable para ellos, porque el rechazo de la historia solo puede
acarrear un rechazo del Yo, en un momento en que ese Yo es el único
punto de arraigo dentro de la realidad, el único medio de acción para
La neurosis de clase U 249
El árbol genealógico213
La consigna que se propone a los miembros del grupo es que reconsti-
tuyan su genealogía en una hoja de papel grande, indicando para cada
213 Véase Jean Fraisse, ‘La généalogie’, en “Que faire des histories de famille?”, Le
groupe familial nº 96, julio-agosto 1982.
La neurosis de clase U 251
214 El genograma es utilizado en particular por Donald Bloch, director del Ackermann
Institute de Nueva York, y en Francia por Evelyne Lemaire-Arnaud, que ha
expuesto sus objetivos y método en dos artículos: “A propos d’une technique
nouvelle, le génogramme”, Dialogue nº 70, 1980; “Utilité du génogramme pour
la mise au tour des phénomènes transgénérationnels”, Dialogue nº 89, 1985.
La neurosis de clase U 253
Los sociodramas
El sociodrama es una técnica intermedia entre el juego de roles, el psico-
drama y el teatro-foro.216 Consiste en crear un espacio escénico en donde
el grupo va a experimentar situaciones sociales concretas, a partir de
un guión básico construido ya sea en función de escenas evocadas en el
grupo, o bien propuestas por los coordinadores. Describimos a conti-
nuación tres ejemplos.
tos. Cada uno de esos elementos solo puede ser aprehendido por una
“construcción” científica particular, pero cada una de esas construccio-
nes debe ser deconstruida para identificar las relaciones que existen entre
los elementos.
Para que un trabajo interdisciplinario pueda ser posible es necesa-
rio entonces, como lo proponía G. Bachelard, construir un sistema de
varias entradas.
Pero esa propuesta, que hemos tratado de aplicar, choca con dos
dificultades fundamentales.
26 de diciembre de 1987
A Vincent de Gaulejac,
último libro que escribí, y que se publicará en enero, lleva también las
huellas de esas preocupaciones).219
La descripción y el esquema que usted realiza de la neurosis de clase
(aunque debo admitir que ese término todavía me incomoda, puesto
que parece “fijar” conflictos y conductas que, en realidad, evolucionan
con el tiempo) me parecen innegables, y el hecho de que el desplaza-
miento social sobredetermina los otros conflictos es para mí de una
evidencia irrefutable. Reduciendo al extremo, yo diría: “Mis padres
eran dioses. Poco a poco comprendí que no lo eran, que los desprecia-
ban”. Ese descubrimiento al menos, estoy segura, está fundado sobre un
contínuum de sensaciones, de experiencias, cuya marca quedó grabada
en la memoria. Es la marca de la que habla Freud, no lo niego, pero no
me “interesa”: no es objeto de experiencias, no tengo “recuerdos” de
ella (quizás imágenes, acercamientos que permiten captar los conflic-
tos edípicos, en el centro de la escritura).
Hay solo un punto que me gustaría discutir, cuando usted menciona
la investidura en la escritura como función psicológica y social y habla
del “distanciamiento del artista que le permite decir que siempre está
en otra parte que no es donde objetivamente está ubicado”. Es cierto
que por lo general el artista pretende estar “en otro lado” y ser incla-
sificable, pero justamente desde el libro Les armoires vides hasta La
place hay un rechazo de mi parte a ese estar “en otro lado”, alejando
todo proceder ficcional. Asimismo, la naturaleza misma de lo que es-
cribo, la actualización del desplazamiento, ¿no es una manera abierta
de “situarme”, es decir: alguien que pasó de la clase dominada a la clase
dominante? Y hay más que la escritura. Está el decir, por ejemplo en
un encuentro, una conferencia, porque por lo general eso no se dice.
Uno es “escritor”, eso es todo (entre paréntesis, el sociólogo también
evita situarse... ¿“de dónde” viene?, por ejemplo... ¿qué interés lo llevó
a estudiar la neurosis de clase?).
Tal vez habría muchas otras cosas para decir sobre las relaciones en-
tre origen social/escritura (pero, por supuesto, esto no entraría dentro
del marco de su estudio)...
Con toda mi simpatía y mis deseos de éxito para su libro, que lo
merece.
ANNIE ERNAUX
219 Se trata del libro Une femme, París, NRF Gallimard, 1988.
U Bibliografía U