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¿PROBLEMAS

DE LA NOVELA?

Por Gabriel García Márquez. El Heraldo, 24 de abril de 1950

Me sorprende el extraordinario, casi inverosímil dominio de la síntesis a que han llegado nuestros opinadores
consagrados. Alguien me dijo ayer –no he podido todavía saber en qué tono– que conocía una historia de la literatura
griega desde las primeras manifestaciones del teatro hasta nuestros días, que difícilmente ocupaba una columna de
periódico. La cita fue hecha a propósito de un ligero reportaje aparecido en uno de los diarios capitalinos con el título
de «El Problema de la Novela», realizado por el poeta Omer Miranda en entrevista con Manuel Mejía Vallejo, autor de
la conocida novela colombiana La Tierra éramos nosotros.

Mejía Vallejo pontifica acerca de lo que es realmente una novela, acerca de los valores que nuestro país ha dado en ese
género, acerca de la orientación que deben seguir los novelistas colombianos, acerca de las influencias inglesa y
norteamericana en nuestra producción. Y lo hace dentro de un estrecho marco de ciento cuatro líneas de columna, de
las cuales seis corresponden a los nombres de once escritores colombianos y otra a los nombres –tan fáciles de traer a
propósito– de Joyce, Huxlev y Faulkner. Nunca excepción del caso de la literatura griega antes citado- se habían
resuelto tantos problemas en tan pocas
líneas.

Cuando se le pregunta a Mejía Vallejo cuáles son los valores de la novela en Colombia, responde: «Fuera de los va
clásicos, tenemos entre los muertos a Carrasquilla, a Pacho Rendón y a Restrepo Jaramillo. De los
vivos, Zalamea y Osorio Lizarazo... » Debemos entender por los clásicos –supongo yo– a Rivera, con esa cosa que se
llama La vorágine y a Jorge Isaacs con María. Sin embargo, mi gusto –probablemente equivocado– se quedaría con la
Marquesa de Yolombó, antes que con cualquiera de los dos citados y, desde luego, mucho antes que con Rendón y
Restrepo Jaramillo, aunque esa afirmación me coloque en irremediable desacuerdo con el distinguido miembro de la
academia de la lengua que hace algunos días elaboró la lista de las obras colombianas dignas de traducirse a otros
idiomas.

La novela de Eduardo Zalamea Borda, en cambio, sí merece esa distinción, a pesar de que el mismo autor, veinte años
después de haberla escrito, destruiría sin ningún remordimiento muchas de sus páginas.
Cita Mejía Vallejo entre los últimos a G. E. Chávez, Albear Restrepo, Zapata Olivella, Arnoldo Palacio y Jaimes Ibáñez,
que según el entrevistado, «se las ven con el género». Pero se olvida de Elisa Mújica cuya novela Dos tiempos ha
merecido un concepto aceptable de lectores de indudable buen gusto y se olvida con tanta ligereza como se olvida
también del autor de Una mujer de cuatro en conducta.

Cuando se le pregunta si según su concepto se ha escrito en Colombia «lo que técnicamente se llama una novela» hace
un largo rodeo en torno a las normas que rigieron a la novela clásica y los rompimientos de muchas de esas normas
por los autores modernos pero deja al lector en la expectativa. Mejía Vallejo ha dado una lista más o menos completa
de novelistas colombianos, pero no se decide a responder si realmente se ha escrito una novela entre nosotros.

En cuanto a su respuesta de que «hoy todos tienen que tener algo de Joyce, de Huxley, de Faulkner» (y faltó Virginia
Woolf, imperdonablemente), refiriéndose no ya a la literatura americana en general, sino a la de Colombia, valdría la
pena recordar que el hecho mismo de que esa afirmación de Mejía Vallejo no sea aplicable a nuestro medio es quizás
una de las mayores fallas de nuestra novela. Todavía no se ha escrito en Colombia la novela que esté indudable y
afortunadamente influida por los Joyce, por Faulkner o por Virginia Woolf. Y he dicho «afortunadamente», porque no
creo que podríamos los colombianos ser, por el momento, una excepción al juego de las influencias. En su prólogo a
Orlando, Virginia confiesa sus influencias. Faulkner mismo no podría negar la que ha ejercido sobre él, el mismo Joyce.
Algo hay –sobre todo en el manejo del tiempo– entre Huxley y otra vez Virginia Woolf. Franz Kafka y Proust andan
sueltos por la literatura del mundo moderno. Si los colombianos hemos de decidirnos acertadamente, tendríamos que
caer irremediablemente en esta corriente. Lo lamentable es que ello no haya acontecido aún, ni se vean los más ligeros
síntomas de que pueda acontecer alguna vez.

He aquí en pocas palabras, como dejaron resueltos Manuel Mejía Vallejo y Omer Miranda, los problemas de la novela
colombiana. Muy interesante.

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