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Universidad de la Salle

Facultad: Filosofía y Humanidades


Espacio Académico: Peter Sloterdijk
Profesor: Sebastián González
Estudiante: Joaquín Murcia

Extrañamiento del Mundo


Capítulo 4 ¿Cómo se Descubrió el Instinto de Muerte? De Una Teoría de la Finalidad de las Almas
en Atención Permanente a Sócrates, Jesús y Freud.
-Reseña Reconstructiva-

En las siguientes líneas se describirán las generalidades del capítulo cuatro de la obra “El
Extrañamiento del Mundo” de Peter Sloterdijk. Seguir el orden del presente escrito permitirá dar
cuenta, de manera puntual, de las ideas centrales que el autor de la obra propone como análisis del
“Instinto de Muerte”. Para tales propósitos, se expondrán los argumentos centrales de cada numeral,
en el orden en el que son presentados y desarrollados por el autor; y, finalmente, a modo de
conclusión, se elaborará una tesis general del capítulo; fruto de una construcción personal pero
justificada en este recorrido paso a paso que se ha desarrollado.

En el primer numeral: Buenas Nuevas y su Precio (Sloterdijk, 2001: 163 – 169), el autor pretende
abrir la discusión por el descubrimiento del instinto de muerte esclareciendo como el psicoanálisis
freudiano y el cristianismo son dos relatos que se han acercado a la comprensión del instinto de
muerte, pero al mismo tiempo han sido dos verdades que han pugnado en la historia por la
prevalencia de su mensaje, por ser proclamables como “Buena Noticia”. Se han desarrollado
“desenmascarándose mutuamente y aliándose para descubrir las flaquezas del otro” (2001: 165).
Aceptar definitivamente una u otra es asumir ese lado oscuro de cualquiera de las dos opciones. Al
respecto señala Sloterdijk (2001: 166): “…la alegría del mensaje correspondiente lo acompaña una
interminable y desconsoladora insinuación disagelica”.

La Buena Noticia cristiana casi que subvierte el “instinto de muerte” en “deseo de muerte”;
precisamente ésta es el paso a la libertad de una nueva vida que se hace comprensible y deseable
por medio de la fe. “Se pide por su mensaje alegre un precio triste: el menosprecio de la alegría –de
la vida- presente”. Concluye el autor (2001: 166). Por otro lado, la oferta, la posición del psicoanálisis
a la materia de la discusión es más moderada. El instinto de muerte, es la manifestación patógena
de secretos, de instintos reprimidos, que son necesarios curar. Bajo esta premisa es que el
psicoterapeuta no pretende salvación sino curación (Crf. Sloterdijk, 2001: 166) 1. En definitiva, el
cristianismo y el psicoanálisis tienen en común, que hacen pagar sus éxitos con defectos
amenazadores para la vida; pero ¿cuál de los dos interpreta mejor esta radical aspiración humana?

En un segundo momento en: Memorias Socráticas, o: La cultura Metafísica del Deseo de Muerte
(Sloterdijk, 2001: 169 – 177), este pensador desea clarificar que el “Instinto de Muerte” expuesto por
Freud, no es mas que el redescubrimiento de una tendencia real de la vida física del hombre. Quizás

1
Sin Embargo, al respecto Sloterdijk (2001: 167) también señala que al final de su obra intelectual, Freud en: Más Allá
del Instinto del Placer: refiriéndose a los instintos –entre ellos el instinto de muerte-, explica que su carácter permanente
se debe de algún modo a la posibilidad de ser alcanzados. Entonces, el origen de los instintos debe tener una
procedencia mucho más antigua y que hace tender a la persona hacia ellos por encima de todos los rodeos de la
evolución. Con esto queda la posibilidad curativa de los instintos comprometida de raíz.
por ello, habría que pensar en Freud como un científico del alma, como un metafísico de la filosofía
clásica sin saberlo.

Reconstruyendo la escena de la muerte de Sócrates, el alemán presenta la misma como un ejemplo


del deseo de muerte; en ella, Sócrates ha elevado a la filosofía “al más noble riesgo para el mas
eximio bien” (Sloterdijk, 2001: 174); es decir, la filosofía se convierte en una disciplina por la muerte
bella; por ella, Sócrates puede sobrellevar su propio fin como un hecho voluntario, ante la
imposibilidad de continuar viviendo legítimamente. Junto al inevitable “estar muerto”, surge la actitud
filosófica como el irresistible deseo por el que se gozaría del contemplar las ideas divinas. He aquí el
anhelo del alma del filósofo que funda el deseo de muerte. Por la filosofía, la muerte adquirirá otro
valor: “esa elevación sería la completa inmersión en la esfera interior de lo divino, liberada y
desembarazada de todo influjo doloroso, sustancial y mundano. Allá celebra el alma su encuentro
con su razón primitiva” (Sloterdijk, 2001: 176). Exponiendo el caso de Sócrates y su herencia en el
pensamiento, se hace viable reconocer la muerte más allá de un instinto, sino como el vestigio de un
deseo consciente.

En el tercer numeral: De la Critica de la Finalidad del Alma (Sloterdijk, 2001: 177 – 189), este
pensador entrara en este momento que el deseo de muerte no es solo el efecto de un ansia por
acabar con el mundo y la vida; por el contrario, sostendrá que este deseo esta movido por una
finalidad propia de la psique que actúa en función de buscar y alcanzar metas “… perfectas
postreras, divinas. En este sentido, la psique no es otra cosa que el órgano de la precipitación y del
perfeccionismo, o mejor, del perfectivismo” (Sloterdijk, 2001: 179). Lo que desea dejar entrever esta
cita, es que donde quiera que sea el fin del alma, su objeto en definitiva es la perfección, incluso si
ello exige el distanciamiento del mundo. “De modo que no aspira al fin porque quiera morirse, sino
que, si necesario fuera, querría morir para llegar a la meta” (Sloterdijk, 2001: 179). En sintonía con
esta carrera, valdría la pena entonces pensar en la aspiración de muerte.

Un ejemplo radical y cuestionable que retoma lo dicho en estas últimas líneas es el cristianismo, que
ha allanado bajo el concepto de salvación, la crisis existencial y desesperada de la historia.
Cuestionable, porque el fin del alma en el buen Dios ha inspirado notorios actos de sacrificio, de
penitencia y de muerte voluntaria. “La pasión por la perfección en Dios es un sufrimiento que hace
esperar febrilmente el más extremo poder”, concluye Sloterdijk (2001: 186) al respecto.

En el cuarto numeral, queda Sloterdijk en deuda con la amabilidad del lenguaje a la que veníamos
acostumbrados. El titulo es bien sugerente: Uterodicea como Doctrina de las Postrimerías (Sloterdijk,
2001: 189 – 198), hace pensar que la finalidad del alma pueda considerarse de algún modo como
regresión. No se entienda ésta como paso atrás, sino como progreso hacia aquello que irradia
magnetismo del alma. “Dios” es sólo un nombre para denominar a este ciclo, cuyo recorrido inspira
esta añoranza (Cfr. Sloterdijk, 2001: 192).

Para cerrar el cuarto capítulo, vuelve Sloterdijk a la escena final de Sócrates, ahora vista desde: La
Petición de Critón (Sloterdijk, 2001: 199 – 209). Es posible, plantea el autor (2001: 199), que el
descubridor del impulso de la psique hacia su fin, sea un individuo que no sabe de su propio
descubrimiento. De quien se hace referencia es de Critón, discípulo de Sócrates y quien hubiese
preferido salvar la vida de su maestro, dejando entender así, que no era consciente de las
implicaciones profundas del rechazo de Sócrates por la fianza.

La muerte de Sócrates se convierte en su última enseñanza; la enseñanza de cómo la muerte puede


convertirse en deseo de duración y reafirmación de la vida. No como la ha comprendido la cultura
cristiana, sino como aquello que debe ser sabido para que las almas y las repúblicas sean un cuento
de nunca acabar mal (Cfr. Sloterdijk, 2001: 207). Cuál es el alcance de esta lección?, por Sócrates,
la filosofía se constituye como una especie de psicología del alma, “filosofía es una búsqueda de
sabiduría como arte de guiar, a través de la tormenta, a almas y repúblicas pese a los riesgos
crecientes. Es una escuela del despertar en un planeta cada vez más sumido en el letargo”
(Sloterdijk, 2001: 208). Es la lección que le queda al mundo humano con escaso tiempo en el mundo
globalizado para comprender, a la luz de su propia inteligencia, no el instinto de muerte sino la
realidad y el sentido de la vida misma.

En conclusión, para Sloterdijk pensar en el descubrimiento del “instinto de muerte”, es reencontrarse


con un deseo por el retorno y finalidad perfecta del alma. Actitud que manifiesta un profundo cambio
de estado. En atención a Sócrates, la filosofía se convierte en ese vehículo para perpetuar la vida en
ese cambio; por Jesús y la religión, nos hacemos conscientes de que la vida del hombre está abierta
a otras experiencias; y, con Freud, queda superado el hecho de que este transito sea considerado
como un padecimiento que requiera tratamiento en la psique.

Bibliografía:

Sloterdijk, Peter (2001). El extrañamiento del mundo. Capítulo 4 . Pre-textos.

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