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VIOLENCIA Y TERROR EN LA DICTADURA CHILENA.

Lic. Pablo Manfredi

RESUMEN

El presente escrito se propone analizar la violencia ejercida en el marco de la


dictadura militar chilena a la luz de las herramientas aportadas por el libro Tiempos de
Violencias [CITATION Ans14 \l 11274 ]. A su vez, se retomarán algunas claves analíticas
brindadas en el libro América Latina. La construcción del orden [CITATION Ans12 \n \t \l
11274 ] para caracterizar el proceso represivo en su contexto histórico nacional y
regional. Por último, con el propósito de ampliar nuestro enfoque, se reseñarán algunas
perspectivas acerca del terrorismo y el horrorismo.

CONTEXTO CHILENO

La desconfianza de la clase política chilena hacia los militares (debido a sus


intervenciones durante la primera mitad del siglo XX), sumado a cierta eficacia del
funcionamiento del sistema político a la hora de conciliar intereses permitieron confinar
a los militares dentro de los cuarteles. Sin embargo, como señala Garretón, ente
enclaustramiento de los militares no era hermético. “Por una parte, estaba la
participación ulterior a la Segunda Guerra Mundial en un sistema militar hemisférico
conducido por Estados Unidos y, como resultado, la socialización de la Doctrina de
Seguridad Nacional (DSN). Por otro lado, la ideología, provista tanto por la
socialización castrense como por el discurso político, sobre el rol de las fuerzas armadas
como baluarte de la nación y de sus instituciones” [CITATION Gar88 \p 150 \l
11274 ].Ambos factores marcarán las intervenciones políticas de las fuerzas armadas, no
sólo en el caso chileno, sino en toda América Latina.
El surgimiento y la victoria de la Unidad Popular (UP) en los comicios de 1970
devino posible a partir de la concomitancia de factores políticos y económicos: por un
lado, la erosión del compromiso y el descrédito de los actores políticos que habían
gobernado hasta el momento; por el otro, la incapacidad del modelo económico de
satisfacer las crecientes demandas de las masas y de los sectores sociales organizados.
Ambos elementos promovieron la aceptación de las ideas socialistas de cambio y
favorecieron la conformación de la UP1[ CITATION Gar88 \l 11274 ] . Por su parte, Estados
Unidos vio con preocupación la concentración de la izquierda en esta nueva alianza y la
dispersión del arco político de centro y derecha. Según afirma Klein [CITATION Whi09 \n
\t \l 11274 ], la secretaría de Estado norteamericana llevó a cabo grandes esfuerzos a
través de la embajada en Chile para forzar una derrota electoral. Sin embargo, pese a sus
esfuerzos, Allende se impuso con un ajustado margen frente a Alessandri.
La estrategia elegida por la nueva alianza de gobierno radicalizó ciertas
transformaciones (en particular: reforma agraria, nacionalización e intervención de
diferentes empresas, entre otras)2 que ya se encontraban en marcha. Si bien las mismas
no desbordaban la letra de la ley, cuestionaban la tradicional moderación del sistema
político chileno. Esto detonó una reacción dentro de la clase media y los partidos
políticos de centro que derivó en un progresivo abandono de los valores democráticos.
Hacia 1973 el gobierno no conseguía imponer una alternativa ante la descomposición
capitalista, a lo que se sumó una fascistización de la clase media surgida como respuesta
a la movilización y al creciente poder alcanzado por los sectores populares. Incluso la
Democracia Cristiana se hizo eco de la deslegitimación del régimen político [ CITATION
Gar88 \l 11274 ]. Las fuerzas armadas se vieron como la única salida de una crisis que el
sistema político parecía incapaz de resolver.

DICTADURA INSTITUCIONAL

La intervención encabezada por Pinochet se presentaba como una medida que


buscaba reencausar el orden constitucional y la “chilenidad”. Sin embargo, el gobierno
militar, al igual que las demás dictaduras latinoamericanas de esa década, abandonó
rápidamente su supuesta pretensión restauradora de la democracia. Mediante la
Declaración de Principios de 1974 se suspendió el orden jurídico constitucional, se
instauró el estado de sitio, el toque de queda y la persecución de los funcionarios del
gobierno anterior. Además, se prohibió la actividad sindical y cualquier manifestación
social [CITATION Ans12 \l 11274 ]. Tales medidas coincidían con la misión principal de
los militares latinoamericanos según la DSN, a saber: el combate “a los enemigos
internos”, -las llamadas “quintas columnas del comunismo internacional”- que operaban

1
la Unidad Popular fue el resultado de una amplia coalición entre los partidos de izquierda, el apoyo de la
Central Única de Trabajadores y de amplios sectores de la población nucleados en los Comités de la
Unidad Popular.
2
Para más información sobre este punto léase Ansaldi & Giordano (2012), en especial el apartado Una
revolución con empanadas y vino tinto: la “vía chilena” al socialismo, 1970-1973.
en el interior de cada país. Fue una guerra contra compatriotas, llevada al límite de la
comisión de crímenes de lesa humanidad e incluso el genocidio3.
Tal como sostienen Ansaldi y Giordano [CITATION Ans12 \n \t \l 11274 ], el golpe
de Estado chileno dio origen a una de las experiencias caracterizadas como “dictaduras
institucionales”. En ellas, las Fuerzas Armadas en su conjunto se hicieron cargo del
poder y las autoridades por ellas elegidas lo ejercieron en representación de las tres
fuerzas (cuatro en el caso chileno). En línea con lo prescripto por la DSN, los golpistas
se proponían restaurar una democracia considerada corrupta, amenazada por el
populismo o el marxismo; así lo manifiestan los anuncios de las dictaduras en Chile
(1973), Argentina (1966 y 1976), Uruguay (1973), Brasil (1964) y Bolivia (1971). Sin
embargo, en todos los casos, en poco tiempo quedó claro que las nuevas dictaduras
estaban lejos de ser concebidas por sus instauradores como comisarias 4, siendo, en
cambio, soberanas; es decir, la misión que asumieron no consistió en reconducir las
fuerzas políticas y sociales a un orden democrático preexistente, sino en fundar un orden
económico, social y político nuevo. Otra característica fue la creación de órganos de
control social. Si bien el terrorismo de Estado fue la forma por excelencia de
tratamiento del disenso y el conflicto, las dictaduras montaron otros modos de control,
sobre todo en vistas de su perpetuación en el poder. Estas formas son las que a juicio de
Ansaldi y Giordano agregan una nueva dimensión institucional a esas experiencias. Es
decir, el carácter institucional no sólo está dado porque las Fuerzas Armadas asumen la
conducción del Estado, sino que, a los fines de gobernar el conflicto, requieren
diversificar el control creando nuevas instituciones5.
3
La impronta antisubversiva de los militares no sólo se constata en el caso chileno, la DSN constituyó
una fuente de legitimación para el uso de la violencia (aunque con diferencias en cada caso) para todas las
dictaduras institucionales de Latinoamérica [ CITATION Ans12 \l 11274 ].
4
Esta caracterización tomada de Carl Schmitt remite a una forma de dictadura propia de los romanos en
donde el dictador ejercía su función extraordinaria, legítima y por un tiempo determinado. La misma se
contrapone a una dictadura soberana en la cual el dictador recibe su poder por medio de una
autoinvestidura y, a diferencia de la anterior, no se circunscribe a los términos de una constitución
preexistente, sino que posee una impronta fundacional, es decir, conforma una nueva constitución.
5
En este punto podemos pensar, siguiendo a Castoriadis, la institucionalidad como una categoría más
amplia. Es decir, como un concepto que alude a la capacidad creación ontológica del gobierno dictatorial
y no sólo a la formación de nuevos órganos estatales de control social. En este sentido, asistimos a la
emergencia de un nuevo modo de ser -un nuevo eidos-; una cuasi totalidad cohesionada, dice el autor, por
las instituciones (lenguaje, normas, familia, modos de producción) y por las significaciones que estas
instituciones encarnan (tótems, tabúes, dioses, Dios, polis, mercancía, riqueza, patria, etc.). La
institucionalización de la dictadura no implicó sólo la modificación del régimen de gobierno, conformó
un nuevo modo de vivir con sus propias instituciones: su lenguaje, sus normas, etc.; y sus significaciones:
prohibiciones, represiones, tabúes, una nueva dimensión de la vida pública, etc. En resumen, la dictadura
no sólo destruye lazos sociales preexistentes, funda, en su lugar, un nuevo modo de ser con sus propias
reglas (repliegue sobre la vida privada, prohibición de hablar sobre ciertos temas, deber de comportarse
de determinado modo en el ámbito de trabajo, etc.) y sus propios significados (apatía relativa a la vida
política, prestigio vinculado al mérito propio, etc.).
ESTADOS UNIDOS Y LA VIOLENCIA EN AMÉRICA LATINA

Por su parte, la actitud de Estados Unidos fue bien clara: apoyo abierto a los
golpes militares favorables a sus intereses. Pese a la adhesión de los presidentes
norteamericanos a los principios de la democracia representativa, consagrados
expresamente en la Carta de la OEA, en la práctica Estados Unidos ayudó a establecer,
o apoyó, muchos regímenes dictatoriales que se apartaban abiertamente de tales
criterios, con el argumento de hacer prevalecer sus intereses nacionales [ CITATION
Agu06 \l 11274 ]. Los militares eran, para Estados Unidos, la garantía más sólida contra
el peligro del “castrocomunismo”. El Departamento de Estado, la CIA y personajes
como Henry Kissinger (Secretario de Estado del Gobierno de Richard Nixon y
Consejero de Seguridad Nacional) estuvieron de un modo u otro involucrados en los
golpes y la represión sistemática. Los Gobiernos latinoamericanos tenían el apoyo de
los Estados Unidos si defendían sus intereses, o la oposición (hasta la intervención más
o menos directa y amplia) si los afectaban, en ambos casos con independencia de su
carácter democrático o dictatorial[ CITATION Ans12 \l 11274 ].
Para comprender el alcance de la violencia desplegada durante las dictaduras
latinoamericanas, particularmente la chilena, resulta necesario analizar algunas claves
de la relación de Estados Unidos con las Fuerzas de Seguridad del continente. Como
sostienen Ansaldi y Giordano [CITATION Ans12 \n \t \l 11274 ] la vía de la violencia tuvo
múltiples manifestaciones: incremento de la asistencia estadounidense a las Fuerzas
Armadas de los países latinoamericanos; capacitación de oficiales de estas y de otras
fuerzas de seguridad en técnicas y tácticas contrainsurgentes, incluyendo el uso
sistemático de torturas; realización de “operaciones encubiertas” de distinta magnitud.
La asistencia militar norteamericana se incrementó notablemente, pasó de 65
millones de dólares anuales entre 1953 y 1961 (gobierno del republicano Eisenhower) a
una media de 172 millones durante la presidencia de Kennedy [CITATION Ans12 \l 11274 ].
Este monto ha crecido paulatinamente desde aquella fecha, particularmente a finales de
la década de 1980 cuando la guerra contra el narcotráfico y las mafias ingresaron como
un problema dentro de la agenda de la Casa Blanca [CITATION Cal12 \t \l 11274 ].
Otro factor en la asistencia norteamericana fue la capacitación de oficiales de las
Fuerzas Armadas de la región en la Escuela de las Américas. En casi cuatro décadas se
instruyeron a más de 60.000 militares y policías, entre ellos a varios oficiales que luego
fueron parte de distintas dictaduras, cuando no los propios dictadores. Los cursos, con el
pertinente entrenamiento, versaban, entre otros temas, sobre guerra psicológica,
inteligencia militar, técnicas de contrainsurgencia, operaciones de comando, técnicas de
interrogatorio. Además, contenían lecciones sobre violación de derechos humanos, en
particular la apelación a torturas, ejecuciones sumarias, extorsiones, etc. [CITATION Ans12
\t \l 11274 ] [ CITATION Kle17 \l 11274 ]. Además del viejo militarismo y la ideología
político-militar estadounidense, las Fuerzas Armadas latinoamericanas acudieron a los
principios desarrollados en Francia para confrontar los movimientos de independencia
en Indochina y Argelia. Los franceses habían creado la “doctrina de la guerra
revolucionaria” y tácticas de “contrainsurgencia”, elementos que fueron fundamentales
para la elaboración DSN y su aplicación práctica [ CITATION Lea03 \l 11274 ].
Por otra parte, entre las operaciones en Latinoamérica, la intervención en
Guatemala fue la primera en la cual Estados Unidos actuó en defensa de “Occidente
democrático y cristiano” frente a la “amenaza comunista”, práctica que después
repetiría, declarada o encubiertamente, en Cuba (1961), Brasil (1964), República
Dominicana (1965), Chile (1973), Argentina (1976), Granada (1983), Bolivia (1986),
Panamá (1989), Nicaragua y El Salvador (durante la década de 1980). Uno de los casos
más significativos fue la participación norteamericana en el golpe de Estado de Brasil
(1964) a través de la operación Brother Sam, la cual incluyó apoyo militar y
propagandístico en contra del gobierno de Goulart. Tal como lo afirman Ansaldi y
Giordano [CITATION Ans12 \p 491 \n \t \l 11274 ] se trató, básicamente, de una guerra
psicológica. La intervención en Brasil obedeció respondió, en buena parte, a cuestiones
geopolíticas de orden estratégico: la sentencia de Nixon: “Hacia donde se incline Brasil,
se inclinará América Latina”, pronunciada en 1971, parecía orientar ya en 1964 la
política exterior norteamericana hacia este país y, tal como se esperaba, la dictadura
brasileña tuvo incidencia y participación activa en los golpes de Estado en Bolivia
(1971) y Chile (1973) [CITATION Ans12 \t \l 11274 ].
También en Chile la participación de la CIA fue decisiva para llevar a cabo el
golpe. En 1958, Jorge Alessandri, el candidato de la derecha, se impuso por menos de
33.000 votos frente a Salvador Allende. Esto fue una señal de alerta para Estados
Unidos, cuyos sucesivos gobiernos se propusieron impedir -incluso contrariando la
voluntad popular democráticamente expuesta- la llegada de la izquierda a la presidencia.
En 1964, la Agencia tuvo éxito, pues la Democracia cristiana frenó la candidatura de
Allende, pero fracasó en la campaña electoral de 1970. Tras la victoria electoral de la
UP Estados Unidos buscó la desestabilización del gobierno por todos los medios.
Después del golpe, la CIA retomó las relaciones de cooperación con los aparatos de
inteligencia y seguridad chilenos que habían interrumpidas durante el Gobierno de
Allende.

DSN, PLAN CÓNDOR

Tanto los golpes de estado en Latinoamérica, como la represión de las izquierdas


se produjeron al abrigo de la DSN. Poco importaba que las luchas nacionales no se
orientaran a constituir gobiernos alineados con el bloque socialista, como era el caso
evidente de Goulart en Brasil, el peronismo en Argentina, o del moderado socialismo en
Chile; el sólo hecho de que no fuesen incondicionales al imperio los hacía
potencialmente peligrosos. Si bien la DSN no llegó a constituirse concretamente en un
manual, sí se conformó en una serie de principios a través de los cuales fueron
interpretados los conflictos nacionales según el parteaguas de la gran confrontación
entre Occidente y el mundo socialista, en el contexto de la Guerra Fría. Con la excusa
de mantener el equilibrio hemisférico, las fuerzas armadas de los países
latinoamericanos modificaron su misión para dedicarse con exclusividad a garantizar el
orden interno, con el fin de combatir aquellas ideologías, organizaciones o movimientos
que pudieran favorecer o apoyar al comunismo, legitimando, muchas veces, la toma del
poder y la violación sistemática de los derechos humanos [ CITATION Mol16 \l 11274 ]
[ CITATION Ans12 \l 11274 ]. Con tales fines las diferentes dictaduras organizaron sus
propias versiones de los organismos de inteligencia, como el Servicio de Inteligencia
Nacional (SIN) en Brasil, la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) en Chile, o sus
equivalentes en cada país.
Dichos órganos conformaron mecanismos de acción conjunta. El Plan Cóndor fue
una estrategia que “…consistió en la creación e una extraña y gigantesca red en la que
se entrelazaron la DINA, el Organismo Coordinador de Operaciones Antisubversivas
uruguayo (OCOA), la Alianza Anticomunista Argentina (AAA) y los servicios
paraguayos y brasileños dentro de la región, con fuertes vínculos con la Propaganda
Due italiana (P2), la Organisation de l’Armée Secréte francesa (OAS), grupos fascistas
españoles y grupos de cubanos anticastristas en el ámbito internacional” [CITATION Cal12
\p 41 \l 11274 ]. La red represiva excedió las fronteras nacionales, para alcanzar un
carácter regional. Se traspasó la idea de soberanía nacional para plantear el problema en
términos regionales, continentales e incluso. Un ejemplo claro del alcance de esta
estrategia fue el asesinato de Orlando Letelier exiliado en Washington en 1976, o el de
Carlos Prats en Buenos Aires en 1974.

CONCEPTOS DE VIOLENCIA

En el texto ¡A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar!... Ansaldi lleva a


cabo una serie de distinciones sobre la violencia que nos resultan útiles para precisar el
caso chileno analizado. En primer lugar, recuperamos el concepto de violencia política
armada revolucionaria, es decir, aquella ejercida con la intencionalidad explícita de
atacar el poder del Estado para reemplazarlo por otro, cuyo propósito es la
transformación radical de la sociedad [ CITATION Ans14 \l 11274 ] . Si bien este tipo de
violencia estuvo asociada durante el siglo XX a los movimientos de izquierda, el autor
aclara que su caracterización no nos dice nada acerca de su contenido ideológico y, en
este sentido, en Latinoamérica se produjeron procesos de violencia revolucionaria
burguesa de signo conservador y profundamente anticomunista, cuyos objetivos
consistían en transformar el Estado sin alterar la matriz societal burguesa y profundizar
así la expansión capitalista. Resulta claro, en este sentido, que el golpe de Estado en
Chile constituye un ejemplo de este tipo de violencia; también es el caso del golpe de
Estado en Brasil, aunque el proceso político haya sido distinto.
Como señaláramos más arriba, la dictadura chilena adoptó un carácter
institucional con el propósito de trasformar el orden social, político y económico
existente. Si bien durante el proceso se recuperaron ciertos privilegios de la burguesía
desplazada durante el gobierno de la UP, las reformas llevadas a cabo (laboral,
previsional, educativa, económica, fiscal, etc.) dieron muestras claras de que el objetivo
no era restaurar un estado previo a 1970, sino fundar un nuevo orden basado en los
principios del neoliberalismo6. A partir de 19757 el gobierno de Pinochet buscó apoyo
en un conjunto de economistas nucleados en la Universidad Católica de Chile formados
en Chicago bajo la dirección de Milton Friedman y Arnold Harberger, conocidos como
Chicago Boys. Ellos constituyeron el soporte intelectual que proyectó el modelo
económico, político, social y cultural que requería el gobierno dictatorial. El núcleo
6
En este sentido, El Ladrillo se presenta como “…un análisis coherente, que describa las políticas
económicas específicas que Chile debe adoptar para superar la aguda crisis que enfrenta, tanto en el plano
económico como en el político y social”[CITATION AAV92 \p 19 \l 11274 ]. Es decir, se trata de un
proyecto que se propone transformar la sociedad en su conjunto.
7
Cabe destacar que a partir del año ´75 José Piñera (funcionario del gobierno de Pinochet, impulsor de la
reforma laboral y previsional, hermano del actual presidente chileno) identifica el despegue económico de
Chile gracias, en buena parte, a las medidas implementadas por sus condiscípulos, pero, principalmente,
debido a la reforma previsional impulsada por él mismo unos años más tarde en 1978.
vertebral de este proyecto fue plasmado como una serie de recetas en un volumen
denominado El Ladrillo. Bases de la política económica del gobierno militar chileno
[CITATION AAV92 \n \t \l 11274 ] . Allí pueden constatarse las políticas sugeridas y
posteriormente implementadas como la descentralización, la política de comercio
exterior, precios, monetaria y fiscal, tributaria, mercado de capitales, previsión y
seguridad social, redistribución del ingreso, etc.[ CITATION Gar88 \l 11274 ][ CITATION
Piñ90 \l 11274 ][ CITATION Ans12 \l 11274 ]. Como puede verse, no se trató de una
violencia ejercida con visos regresivos, sino con la finalidad de transformar la sociedad
en su conjunto.
Por otra parte, sin dudas la imposición de las dictaduras Latinoamericanas de los
años ’70 coincidió con ese fenómeno de escala planetaria que fue la crisis del patrón de
acumulación basado en la industrialización con intervención del Estado y su reemplazo
por un modelo económico de desarrollo neoliberal. La nueva fase de acumulación
capitalista requería liberar a la economía de las cargas del Estado social, que se
encontraba en franca crisis [CITATION Cal12 \l 11274 ] . Muchas de las reformas llevadas a
cabo en Chile fueron replicadas luego en Argentina a partir de 1976 (consolidadas
posteriormente durante los gobiernos democráticos de la década de 1990). Tal como
sostienen Ansaldi, Klein, entre otros autores, en ambos procesos el shock de violencia
fue crucial para llevar a cabo dichas trasformaciones. Resulta interesante seguir en este
punto el razonamiento de Klein [CITATION Kle17 \n \t \l 11274 ], quien sostiene que, si
tradicionalmente las reformas económicas y sociales eran aplicadas primero en los
países centrales para luego exportarse a los periféricos, en este caso encontramos que las
transformaciones socioeconómicas operadas en las dictaduras latinoamericanas fueron,
posteriormente, implementadas en países como Estados Unidos, durante el gobierno de
Reagan, y en Reino Unido, durante la gestión de Thatcher.
Otra categoría que resulta de gran utilidad es la de violencia armada
antirrevolucionaria, es decir, aquella ejercida por grupos opresores, pergeñada por
órganos estatales, paraestatales y/o supranacionales con vistas a atacar aquellos
movimientos que amenazan sus posiciones[ CITATION Ans14 \l 11274 ]. En este caso, su
ejercicio es siempre preventivo, es decir, a diferencia de la violencia
contrarrevolucionaria, que se produce una vez que los revolucionarios han tomado el
poder, la violencia antirrevolucionaria busca impedir que los revolucionarios tomen el
poder [CITATION Ans14 \t \l 11274 ]. En este sentido, Calveiro habla de guerras sucias, se
trata de una técnica bélica desarrollada por el ejército francés en Argelia e Indochina,
luego utilizada por el ejército norteamericano en Vietnam y, posteriormente, inculcada a
las Fuerzas Armadas latinoamericanas en la Escuela de las Américas [ CITATION Lea03 \l
11274 ]. Dicha técnica fue implementada por las dictaduras, particularmente la chilena y
la argentina, con el propósito de eliminar a toda una generación de dirigentes políticos,
sociales, sindicales, militares nacionalistas, sacerdotes progresistas, intelectuales
alternativos, descabezando, desarticulando, vaciando las sociedades para penetrarlas y
controlarlas. Se combinaron y fusionaron las ideas de delincuente a castigar, enemigo a
exterminar y Otro a desaparecer, haciendo del disidente político, al mismo tiempo, un
delincuente, un enemigo y el Otro. Esta serie de superposiciones fue la que orientó toda
la maquinaria en torno a la persecución primero, la eliminación después y la
desaparición por último del Otro subversivo [ CITATION Cal12 \l 11274 ]. La organización
del sistema represivo contó con una red legal y otra ilegal, ambas gestionadas por el
Estado. Se creó así una doble trama compuesta por las cárceles legales por un lado y,
por el otro, los centros clandestinos de detención como modalidad privilegiada para el
exterminio de la disidencia. “Estos centros, aunque clandestinos, operaron desde y
dentro mismo del aparato legal. Podríamos decir entonces que el aparato estatal montó
una doble red legal-ilegal, switcheando entre una y otra según sus necesidades
represivas” [CITATION Cal12 \p 42 \l 11274 ] . El rol de la DINA, al igual que el resto de las
agencias de inteligencia latinoamericanas, fue clave en la persecución nacional e
internacional de dirigentes sindicales o políticos opositores a la dictadura.
Dichas maquinarias represivas dejaron grandes saldos de víctimas: El Proceso de
Reorganización Nacional fue la dictadura con mayor cantidad de muertos y
desaparecidos, alcanzando los 30.000 (sobre este punto Ansaldi señala que este proceso
había comenzado en el ’74 y se prolongó más allá del primer año de la dictadura). A ella
le siguen la chilena, que tuvo más de 3.000 muertos y desaparecidos, y 200.000
personas que sufrieron el exilio, el golpe de Estado en Bolivia de 1980 fue brutal y
sangriento contando con más de 1.500 personas asesinadas y 2.500 presas y torturadas.
En contraste con las formas señaladas en los otros países, en Brasil y, más aún, en
Uruguay las formas de violencia más generalizadas fueron la tortura, el exilio y la
cárcel. Sin embargo, ninguno de estos casos llegó a ser un genocidio como fue el de
Guatemala donde se asesinaron a más de 200.000 personas.
En otro orden de problemáticas, Ansaldi señala que resulta inconveniente reducir
la violencia a una única dimensión material, citando a Philippe Braud, recuerda que no
hay nunca violencia física sin una dimensión psicológica; esta es, por otra parte, la que
confiere a la violencia su significado político. Ahora bien, allí se distingue un doble
campo donde se expresa esta dimensión: el individual y el colectivo. En este sentido,
pensamos que la violencia ejercida por la dictadura sobre el cuerpo individual siempre
proyectó sus efectos sobre el cuerpo social en su conjunto. Es decir, el objetivo consistió
en diseminar el terror con la finalidad de disciplinar a toda la sociedad. En palabras de
Calveiro, a través del exterminio y la desaparición los militares tenían una finalidad
mayor: sus efectos 'expansivos', esto es, el terror generalizado. Dicho de otro modo, si
bien el aniquilamiento de dirigentes políticos y sindicales tenía como objetivo central la
destrucción de las organizaciones caracterizadas como subversivas, “(…) la represión
alcanzaba al mismo tiempo a una periferia muy amplia de personas directa o
indirectamente vinculadas a los reprimidos (familiares, amigos, compañeros de trabajo,
etc.), haciendo sentir especialmente sus erectos al conjunto de estructuras sociales
consideradas en sí como 'subversivas por el nivel de infiltración del enemigo'
(sindicatos, universidades, algunos estamentos profesionales, etc.)” [CITATION Cal98 \p
26 \l 11274 ]. En efecto, es preciso mostrar una fracción de lo que permanece oculto para
diseminar el terror, cuyo efecto inmediato es el silencio y la inmovilidad.

VIOLENCIA, TERRORISMO, HORRORISMO

El terror es un concepto que no ha sido desarrollado en el texto de Ansaldi


[CITATION Ans14 \n \t \l 11274 ] , quizás esto se deba a que no forma parte del ejercicio
de la violencia considerada en abstracto. Sin embargo, pensamos que resulta de suma
importancia a la hora de comprender la violencia durante las dictaduras, y
particularmente la chilena. Por este motivo, dedicaremos algunos párrafos a revisar
distintas problematizaciones sobre este concepto. Calveiro define el terror como “…un
miedo que inmoviliza y se conecta con lo ominoso -variedad de lo terrorífico- que se
presenta cuando un horror nuevo se instala en medio de lo familiar, creando algo por
completo desconcertante dentro de lo ya conocido, que impide orientarse” [CITATION
Cal12 \p 76 \l 11274 ]. Ciertamente, desde esta perspectiva, el terror no es sólo miedo,
sino un miedo que bloquea la acción, la razón e incluso el sentimiento, convirtiendo
temporalmente a la persona en una especie de animal asustado, incapaz de toda
reacción. Tal como sostiene la autora, los campos de concentración 8 constituían el

8
Si bien en su texto se refiere a los campos de concentración argentinos, la conceptualización recupera
elementos de la experiencia de Alemania durante el nazismo y es pasible de ser utilizada para analizar los
casos de las dictaduras de Chile y Paraguay donde también hubo numerosos centros clandestinos de
detención.
núcleo del terror de la dictadura. Allí se reducía al ser humano a una precariedad tal que
sólo podía sentir frío, hambre, sed, ganas de ir al baño, dolor, es decir deseos de
satisfacer las necesidades más básicas, retrayéndolo a su núcleo primario, entonces la
inteligencia, los valores culturales, la sensibilidad, la complejidad psíquica no
desaparecen, pero, como los mismos sentidos, entran en un estado de latencia. La
intención era clara: colocar las personas en situaciones, posturas, actitudes que se
asocian a la conducta animal, de modo tal que al denigrarlos y resaltar su indefensión se
refuerza una muy dudosa superioridad del poder. Este terror se ejercía sobre toda la
sociedad, pues se adueñaba de los hombres desde antes de su captura y se inscribía en
sus cuerpos por medio de la tortura. Aquella parálisis, efecto del campo de
concentración, es la que invade tanto a la sociedad frente al fenómeno de la
desaparición de personas como al prisionero. Aunque el grupo de víctimas casuales
fuera minoritario en términos numéricos, desempeñó un papel importante en la
diseminación del terror. No se puede olvidar que la sociedad fue la principal destinataria
del mensaje. Era sobre ella que debía deslizarse el terror generalizado, para grabar la
aceptación de un poder disciplinario y asesino. [ CITATION Cal98 \l 11274 ]
Por otra parte, Murillo señala que “…el terror reenvía a una situación de
desamparo primordial, que ensimisma a los sujetos y rompe los lazos sociales”
[CITATION Mur08 \p 94 \n \t \l 11274 ] . A partir de la década de 1970, particularmente
desde la muerte del presidente Allende, se funda en Latinoamérica una época signada
por el terror en donde la muerte dejó de ser una imaginaria representación de algo que le
pasa al otro para convertirse en una amenaza flotante. El terror construido en ese
período fue un elemento central para transformar la cultura y los hábitos de la
población, que se resignifica en situaciones de incertidumbre existencial, tales como la
falta de trabajo. A su vez, constituyó una pieza clave para fundar una apatía política que
se consolidaría posteriormente en un nuevo consenso moral basado en una nueva forma
de vida práctica centrada en el sí mismo y en el desinterés por la cosa pública [ CITATION
Mur08 \l 11274 ]. Este punto de vista permite comprender el ejercicio de la violencia
durante las dictaduras latinoamericanas orientadas a la conformación de un nuevo orden
social fuertemente individualista y meritocrático9.

9
En esta misma línea interpretativa parece situarse León Rozitchner cuando sostiene que: “el efecto
fundamental del terror consiste en que no accede a la conciencia. (…) Penetra hasta lo inconsciente,
amenaza la propia vida y hace que cada uno tenga que cuidarse a sí mismo. Así rompe todos los lazos
sociales” [CITATION Roz03 \p 34 \l 11274 ]
Desde una perspectiva diversa, Cavarero aborda esta problemática a partir de un
análisis etimológico. Según la autora, el término terror proviene de los verbos latinos
terreo y tremo, y designa lo que actúa de inmediato sobre el cuerpo, haciéndolo temblar
y empujándolo a alejarse con la huida. Los dos estados, temblar y huir, están conectados
pero no son necesariamente secuenciales. El punto decisivo consiste en la movilidad
instintiva que concierne al ámbito del terror. Quien es presa del terror tiembla y huye
para sobrevivir, para salvarse de una violencia que apunta a matarlo.
Pese a que con frecuencia se lo coloque al lado del terror, el horror presenta
características distintas. Éste deriva del verbo latino horreo que alude a poner los pelos
de punta (piel de gallina). Su ámbito de significación denota principalmente un estado
de parálisis que encuentra refuerzo en el petrificarse de quien se congela. A diferencia
del terror, el movimiento de huida parece por el contrario excluido. En el horror hay
algo de espantoso, pero, más que al miedo, concierne a la repugnancia. Lo testimonia la
figura que constituye la encarnación del horror en la mitología griega, o sea Medusa.
Según la leyenda de Perseo su arma mortal es la mirada: indicadora de una afinidad
entre horror y visión o, si se quiere, entre una escena inmirable y la repugnancia que
suscita. No es cuestión de escapar a la muerte, el movimiento aquí se bloquea en la
parálisis total y atañe a cada uno, uno a uno. Invadido por el asco frente a una forma de
violencia que se muestra más inaceptable que la muerte, el cuerpo reacciona
agarrotándose y erizando los pelos. Ante todo, repugna al cuerpo su desmembramiento,
la violencia que lo deshace y lo desfigura. Aunque se lo transforme en cadáver, la
muerte no ofende a la dignidad o, por lo menos, no lo hace mientras que el cuerpo
muerto conserve su unidad simbólica. Inmirable es, ante todo, el espectáculo de
desfiguración que no soporta el cuerpo singular. La física del horror tiene que ver con la
instintiva repulsión por una violencia que, no contentándose con matar, porque sería
demasiado poco, busca destruir la unicidad del cuerpo y se ensaña con su constitutiva
vulnerabilidad. Lo que está en juego no es el fin de una vida humana, sino la condición
humana misma en cuanto encarnada en la singularidad de cuerpos vulnerables.
Carnicerías, masacres, torturas, y otras violencias aún más crudamente sutiles, forman
parte integrante del cuadro. La perspectiva del horrorismo aporta nuevos elementos para
pensar las dictaduras latinoamericanas a partir de un materialismo que observa el
ensañamiento con los cuerpos.

A MODO DE CONCLUSIÓN
Tal como expusimos más arriba, las dictaduras institucionales latinoamericanas se
propusieron transformar la sociedad en su conjunto. No se trató de meras reformas
políticas o económicas, sino de un cambio que debía modelar la sociedad en su totalidad
tal como lo requería la época que se inauguraba luego de la crisis del patrón de
acumulación del Estado de bienestar. Para llevar a cabo estos cambios fue necesario
desmontar el poderío de las organizaciones sociales y sindicales que habían prosperado
durante aquellos años. El caso chileno resulta, en este sentido, paradigmático: la victoria
de la UP fue una señal de alarma para los sectores conservadores locales, regionales y
para EEUU. Si bien Allende distaba de encabezar una revolución comunista,
representaba una amenaza para los intereses norteamericanos en el contexto de la guerra
fría. La influencia de la Secretaría de Estado, la CIA, y otras dependencias del gobierno
norteamericano resultan ineludibles a la hora de investigar el despliegue de la violencia
durante las dictaduras latinoamericanas. En este sentido, hemos visto el gran núcleo de
legitimación que aportó la DSN a los gobiernos de facto; operaciones como el Plan
Cóndor, el Broter Sam, campañas o guerras psicológicas, entre otras10.
A partir de la dictadura chilena de 1973 la violencia durante las experiencias
militares en América Latina se tornó más cruenta. Tal afirmación no sólo se sostiene por
la cantidad de muertos y desaparecidos, sino, como vimos anteriormente, por el empleo
de técnicas propias de la denominada guerra sucia. En este punto, pensamos que no hay
afección sobre el cuerpo que no implique, al mismo tiempo, una afección sobre el
alma11. Es decir, no hay tortura física que no proyecte sus efectos sobre la psicología
individual y social. Las torturas, secuestros, desapariciones forzadas y ejecuciones
fueron técnicas implementadas con el fin de sembrar un terror, o un horror desde la
perspectiva de Cavarero, que permitieron a Pinochet llevar adelante el plan de gobierno
prescrito por los Chicago Boys. Los shocks de violencia hacían de la sociedad un objeto
dócil y maleable pasible de ser transformado.
Estas perspectivas acerca del terrorismo y el horrorismo constituyen herramientas
analíticas de gran potencial para analizar, desde un enfoque sociológico-histórico, las
dictaduras latinoamericanas. Aquellas abren una serie de interrogantes sobre el uso de la
violencia en los procesos históricos que requieren ser investigados con mayor

10
En una frase muy significativa de Rozitchner leemos: “En el extremo de la picana, en la obscuridad de
la capucha, en los vuelos de la muerte estaba, para animarse a ser asesinos, el sostén que les daba la
impunidad de la influencia criminal de los EEUU y de la iglesia en la formación de los cuadros militares”
[CITATION Roz03 \p 47 \l 11274 ]
11
Cfr. Ética de Spinoza [CITATION Spi16 \n \t \l 11274 ], principalmente la parte segunda.
profundidad. Por otra parte, los terrorismos de estado latinoamericanos no constituyen
procesos cerrados, y esto, fundamentalmente, por dos motivos: en primer lugar, la
mayoría de los responsables (civiles y militares) por los crímenes de lesa humanidad
continúan sin haber sido juzgados. El caso argentino es, en este sentido, el que más ha
avanzado en esta materia. En segundo lugar, porque todo Estado requiere un núcleo de
terror para funcionar. En este sentido, las investigaciones sobre las dictaduras
latinoamericanas deben contribuir a esclarecer nuestro presente.

BIBLIOGRAFÍA

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