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RESUMEN
CONTEXTO CHILENO
DICTADURA INSTITUCIONAL
1
la Unidad Popular fue el resultado de una amplia coalición entre los partidos de izquierda, el apoyo de la
Central Única de Trabajadores y de amplios sectores de la población nucleados en los Comités de la
Unidad Popular.
2
Para más información sobre este punto léase Ansaldi & Giordano (2012), en especial el apartado Una
revolución con empanadas y vino tinto: la “vía chilena” al socialismo, 1970-1973.
en el interior de cada país. Fue una guerra contra compatriotas, llevada al límite de la
comisión de crímenes de lesa humanidad e incluso el genocidio3.
Tal como sostienen Ansaldi y Giordano [CITATION Ans12 \n \t \l 11274 ], el golpe
de Estado chileno dio origen a una de las experiencias caracterizadas como “dictaduras
institucionales”. En ellas, las Fuerzas Armadas en su conjunto se hicieron cargo del
poder y las autoridades por ellas elegidas lo ejercieron en representación de las tres
fuerzas (cuatro en el caso chileno). En línea con lo prescripto por la DSN, los golpistas
se proponían restaurar una democracia considerada corrupta, amenazada por el
populismo o el marxismo; así lo manifiestan los anuncios de las dictaduras en Chile
(1973), Argentina (1966 y 1976), Uruguay (1973), Brasil (1964) y Bolivia (1971). Sin
embargo, en todos los casos, en poco tiempo quedó claro que las nuevas dictaduras
estaban lejos de ser concebidas por sus instauradores como comisarias 4, siendo, en
cambio, soberanas; es decir, la misión que asumieron no consistió en reconducir las
fuerzas políticas y sociales a un orden democrático preexistente, sino en fundar un orden
económico, social y político nuevo. Otra característica fue la creación de órganos de
control social. Si bien el terrorismo de Estado fue la forma por excelencia de
tratamiento del disenso y el conflicto, las dictaduras montaron otros modos de control,
sobre todo en vistas de su perpetuación en el poder. Estas formas son las que a juicio de
Ansaldi y Giordano agregan una nueva dimensión institucional a esas experiencias. Es
decir, el carácter institucional no sólo está dado porque las Fuerzas Armadas asumen la
conducción del Estado, sino que, a los fines de gobernar el conflicto, requieren
diversificar el control creando nuevas instituciones5.
3
La impronta antisubversiva de los militares no sólo se constata en el caso chileno, la DSN constituyó
una fuente de legitimación para el uso de la violencia (aunque con diferencias en cada caso) para todas las
dictaduras institucionales de Latinoamérica [ CITATION Ans12 \l 11274 ].
4
Esta caracterización tomada de Carl Schmitt remite a una forma de dictadura propia de los romanos en
donde el dictador ejercía su función extraordinaria, legítima y por un tiempo determinado. La misma se
contrapone a una dictadura soberana en la cual el dictador recibe su poder por medio de una
autoinvestidura y, a diferencia de la anterior, no se circunscribe a los términos de una constitución
preexistente, sino que posee una impronta fundacional, es decir, conforma una nueva constitución.
5
En este punto podemos pensar, siguiendo a Castoriadis, la institucionalidad como una categoría más
amplia. Es decir, como un concepto que alude a la capacidad creación ontológica del gobierno dictatorial
y no sólo a la formación de nuevos órganos estatales de control social. En este sentido, asistimos a la
emergencia de un nuevo modo de ser -un nuevo eidos-; una cuasi totalidad cohesionada, dice el autor, por
las instituciones (lenguaje, normas, familia, modos de producción) y por las significaciones que estas
instituciones encarnan (tótems, tabúes, dioses, Dios, polis, mercancía, riqueza, patria, etc.). La
institucionalización de la dictadura no implicó sólo la modificación del régimen de gobierno, conformó
un nuevo modo de vivir con sus propias instituciones: su lenguaje, sus normas, etc.; y sus significaciones:
prohibiciones, represiones, tabúes, una nueva dimensión de la vida pública, etc. En resumen, la dictadura
no sólo destruye lazos sociales preexistentes, funda, en su lugar, un nuevo modo de ser con sus propias
reglas (repliegue sobre la vida privada, prohibición de hablar sobre ciertos temas, deber de comportarse
de determinado modo en el ámbito de trabajo, etc.) y sus propios significados (apatía relativa a la vida
política, prestigio vinculado al mérito propio, etc.).
ESTADOS UNIDOS Y LA VIOLENCIA EN AMÉRICA LATINA
Por su parte, la actitud de Estados Unidos fue bien clara: apoyo abierto a los
golpes militares favorables a sus intereses. Pese a la adhesión de los presidentes
norteamericanos a los principios de la democracia representativa, consagrados
expresamente en la Carta de la OEA, en la práctica Estados Unidos ayudó a establecer,
o apoyó, muchos regímenes dictatoriales que se apartaban abiertamente de tales
criterios, con el argumento de hacer prevalecer sus intereses nacionales [ CITATION
Agu06 \l 11274 ]. Los militares eran, para Estados Unidos, la garantía más sólida contra
el peligro del “castrocomunismo”. El Departamento de Estado, la CIA y personajes
como Henry Kissinger (Secretario de Estado del Gobierno de Richard Nixon y
Consejero de Seguridad Nacional) estuvieron de un modo u otro involucrados en los
golpes y la represión sistemática. Los Gobiernos latinoamericanos tenían el apoyo de
los Estados Unidos si defendían sus intereses, o la oposición (hasta la intervención más
o menos directa y amplia) si los afectaban, en ambos casos con independencia de su
carácter democrático o dictatorial[ CITATION Ans12 \l 11274 ].
Para comprender el alcance de la violencia desplegada durante las dictaduras
latinoamericanas, particularmente la chilena, resulta necesario analizar algunas claves
de la relación de Estados Unidos con las Fuerzas de Seguridad del continente. Como
sostienen Ansaldi y Giordano [CITATION Ans12 \n \t \l 11274 ] la vía de la violencia tuvo
múltiples manifestaciones: incremento de la asistencia estadounidense a las Fuerzas
Armadas de los países latinoamericanos; capacitación de oficiales de estas y de otras
fuerzas de seguridad en técnicas y tácticas contrainsurgentes, incluyendo el uso
sistemático de torturas; realización de “operaciones encubiertas” de distinta magnitud.
La asistencia militar norteamericana se incrementó notablemente, pasó de 65
millones de dólares anuales entre 1953 y 1961 (gobierno del republicano Eisenhower) a
una media de 172 millones durante la presidencia de Kennedy [CITATION Ans12 \l 11274 ].
Este monto ha crecido paulatinamente desde aquella fecha, particularmente a finales de
la década de 1980 cuando la guerra contra el narcotráfico y las mafias ingresaron como
un problema dentro de la agenda de la Casa Blanca [CITATION Cal12 \t \l 11274 ].
Otro factor en la asistencia norteamericana fue la capacitación de oficiales de las
Fuerzas Armadas de la región en la Escuela de las Américas. En casi cuatro décadas se
instruyeron a más de 60.000 militares y policías, entre ellos a varios oficiales que luego
fueron parte de distintas dictaduras, cuando no los propios dictadores. Los cursos, con el
pertinente entrenamiento, versaban, entre otros temas, sobre guerra psicológica,
inteligencia militar, técnicas de contrainsurgencia, operaciones de comando, técnicas de
interrogatorio. Además, contenían lecciones sobre violación de derechos humanos, en
particular la apelación a torturas, ejecuciones sumarias, extorsiones, etc. [CITATION Ans12
\t \l 11274 ] [ CITATION Kle17 \l 11274 ]. Además del viejo militarismo y la ideología
político-militar estadounidense, las Fuerzas Armadas latinoamericanas acudieron a los
principios desarrollados en Francia para confrontar los movimientos de independencia
en Indochina y Argelia. Los franceses habían creado la “doctrina de la guerra
revolucionaria” y tácticas de “contrainsurgencia”, elementos que fueron fundamentales
para la elaboración DSN y su aplicación práctica [ CITATION Lea03 \l 11274 ].
Por otra parte, entre las operaciones en Latinoamérica, la intervención en
Guatemala fue la primera en la cual Estados Unidos actuó en defensa de “Occidente
democrático y cristiano” frente a la “amenaza comunista”, práctica que después
repetiría, declarada o encubiertamente, en Cuba (1961), Brasil (1964), República
Dominicana (1965), Chile (1973), Argentina (1976), Granada (1983), Bolivia (1986),
Panamá (1989), Nicaragua y El Salvador (durante la década de 1980). Uno de los casos
más significativos fue la participación norteamericana en el golpe de Estado de Brasil
(1964) a través de la operación Brother Sam, la cual incluyó apoyo militar y
propagandístico en contra del gobierno de Goulart. Tal como lo afirman Ansaldi y
Giordano [CITATION Ans12 \p 491 \n \t \l 11274 ] se trató, básicamente, de una guerra
psicológica. La intervención en Brasil obedeció respondió, en buena parte, a cuestiones
geopolíticas de orden estratégico: la sentencia de Nixon: “Hacia donde se incline Brasil,
se inclinará América Latina”, pronunciada en 1971, parecía orientar ya en 1964 la
política exterior norteamericana hacia este país y, tal como se esperaba, la dictadura
brasileña tuvo incidencia y participación activa en los golpes de Estado en Bolivia
(1971) y Chile (1973) [CITATION Ans12 \t \l 11274 ].
También en Chile la participación de la CIA fue decisiva para llevar a cabo el
golpe. En 1958, Jorge Alessandri, el candidato de la derecha, se impuso por menos de
33.000 votos frente a Salvador Allende. Esto fue una señal de alerta para Estados
Unidos, cuyos sucesivos gobiernos se propusieron impedir -incluso contrariando la
voluntad popular democráticamente expuesta- la llegada de la izquierda a la presidencia.
En 1964, la Agencia tuvo éxito, pues la Democracia cristiana frenó la candidatura de
Allende, pero fracasó en la campaña electoral de 1970. Tras la victoria electoral de la
UP Estados Unidos buscó la desestabilización del gobierno por todos los medios.
Después del golpe, la CIA retomó las relaciones de cooperación con los aparatos de
inteligencia y seguridad chilenos que habían interrumpidas durante el Gobierno de
Allende.
CONCEPTOS DE VIOLENCIA
8
Si bien en su texto se refiere a los campos de concentración argentinos, la conceptualización recupera
elementos de la experiencia de Alemania durante el nazismo y es pasible de ser utilizada para analizar los
casos de las dictaduras de Chile y Paraguay donde también hubo numerosos centros clandestinos de
detención.
núcleo del terror de la dictadura. Allí se reducía al ser humano a una precariedad tal que
sólo podía sentir frío, hambre, sed, ganas de ir al baño, dolor, es decir deseos de
satisfacer las necesidades más básicas, retrayéndolo a su núcleo primario, entonces la
inteligencia, los valores culturales, la sensibilidad, la complejidad psíquica no
desaparecen, pero, como los mismos sentidos, entran en un estado de latencia. La
intención era clara: colocar las personas en situaciones, posturas, actitudes que se
asocian a la conducta animal, de modo tal que al denigrarlos y resaltar su indefensión se
refuerza una muy dudosa superioridad del poder. Este terror se ejercía sobre toda la
sociedad, pues se adueñaba de los hombres desde antes de su captura y se inscribía en
sus cuerpos por medio de la tortura. Aquella parálisis, efecto del campo de
concentración, es la que invade tanto a la sociedad frente al fenómeno de la
desaparición de personas como al prisionero. Aunque el grupo de víctimas casuales
fuera minoritario en términos numéricos, desempeñó un papel importante en la
diseminación del terror. No se puede olvidar que la sociedad fue la principal destinataria
del mensaje. Era sobre ella que debía deslizarse el terror generalizado, para grabar la
aceptación de un poder disciplinario y asesino. [ CITATION Cal98 \l 11274 ]
Por otra parte, Murillo señala que “…el terror reenvía a una situación de
desamparo primordial, que ensimisma a los sujetos y rompe los lazos sociales”
[CITATION Mur08 \p 94 \n \t \l 11274 ] . A partir de la década de 1970, particularmente
desde la muerte del presidente Allende, se funda en Latinoamérica una época signada
por el terror en donde la muerte dejó de ser una imaginaria representación de algo que le
pasa al otro para convertirse en una amenaza flotante. El terror construido en ese
período fue un elemento central para transformar la cultura y los hábitos de la
población, que se resignifica en situaciones de incertidumbre existencial, tales como la
falta de trabajo. A su vez, constituyó una pieza clave para fundar una apatía política que
se consolidaría posteriormente en un nuevo consenso moral basado en una nueva forma
de vida práctica centrada en el sí mismo y en el desinterés por la cosa pública [ CITATION
Mur08 \l 11274 ]. Este punto de vista permite comprender el ejercicio de la violencia
durante las dictaduras latinoamericanas orientadas a la conformación de un nuevo orden
social fuertemente individualista y meritocrático9.
9
En esta misma línea interpretativa parece situarse León Rozitchner cuando sostiene que: “el efecto
fundamental del terror consiste en que no accede a la conciencia. (…) Penetra hasta lo inconsciente,
amenaza la propia vida y hace que cada uno tenga que cuidarse a sí mismo. Así rompe todos los lazos
sociales” [CITATION Roz03 \p 34 \l 11274 ]
Desde una perspectiva diversa, Cavarero aborda esta problemática a partir de un
análisis etimológico. Según la autora, el término terror proviene de los verbos latinos
terreo y tremo, y designa lo que actúa de inmediato sobre el cuerpo, haciéndolo temblar
y empujándolo a alejarse con la huida. Los dos estados, temblar y huir, están conectados
pero no son necesariamente secuenciales. El punto decisivo consiste en la movilidad
instintiva que concierne al ámbito del terror. Quien es presa del terror tiembla y huye
para sobrevivir, para salvarse de una violencia que apunta a matarlo.
Pese a que con frecuencia se lo coloque al lado del terror, el horror presenta
características distintas. Éste deriva del verbo latino horreo que alude a poner los pelos
de punta (piel de gallina). Su ámbito de significación denota principalmente un estado
de parálisis que encuentra refuerzo en el petrificarse de quien se congela. A diferencia
del terror, el movimiento de huida parece por el contrario excluido. En el horror hay
algo de espantoso, pero, más que al miedo, concierne a la repugnancia. Lo testimonia la
figura que constituye la encarnación del horror en la mitología griega, o sea Medusa.
Según la leyenda de Perseo su arma mortal es la mirada: indicadora de una afinidad
entre horror y visión o, si se quiere, entre una escena inmirable y la repugnancia que
suscita. No es cuestión de escapar a la muerte, el movimiento aquí se bloquea en la
parálisis total y atañe a cada uno, uno a uno. Invadido por el asco frente a una forma de
violencia que se muestra más inaceptable que la muerte, el cuerpo reacciona
agarrotándose y erizando los pelos. Ante todo, repugna al cuerpo su desmembramiento,
la violencia que lo deshace y lo desfigura. Aunque se lo transforme en cadáver, la
muerte no ofende a la dignidad o, por lo menos, no lo hace mientras que el cuerpo
muerto conserve su unidad simbólica. Inmirable es, ante todo, el espectáculo de
desfiguración que no soporta el cuerpo singular. La física del horror tiene que ver con la
instintiva repulsión por una violencia que, no contentándose con matar, porque sería
demasiado poco, busca destruir la unicidad del cuerpo y se ensaña con su constitutiva
vulnerabilidad. Lo que está en juego no es el fin de una vida humana, sino la condición
humana misma en cuanto encarnada en la singularidad de cuerpos vulnerables.
Carnicerías, masacres, torturas, y otras violencias aún más crudamente sutiles, forman
parte integrante del cuadro. La perspectiva del horrorismo aporta nuevos elementos para
pensar las dictaduras latinoamericanas a partir de un materialismo que observa el
ensañamiento con los cuerpos.
A MODO DE CONCLUSIÓN
Tal como expusimos más arriba, las dictaduras institucionales latinoamericanas se
propusieron transformar la sociedad en su conjunto. No se trató de meras reformas
políticas o económicas, sino de un cambio que debía modelar la sociedad en su totalidad
tal como lo requería la época que se inauguraba luego de la crisis del patrón de
acumulación del Estado de bienestar. Para llevar a cabo estos cambios fue necesario
desmontar el poderío de las organizaciones sociales y sindicales que habían prosperado
durante aquellos años. El caso chileno resulta, en este sentido, paradigmático: la victoria
de la UP fue una señal de alarma para los sectores conservadores locales, regionales y
para EEUU. Si bien Allende distaba de encabezar una revolución comunista,
representaba una amenaza para los intereses norteamericanos en el contexto de la guerra
fría. La influencia de la Secretaría de Estado, la CIA, y otras dependencias del gobierno
norteamericano resultan ineludibles a la hora de investigar el despliegue de la violencia
durante las dictaduras latinoamericanas. En este sentido, hemos visto el gran núcleo de
legitimación que aportó la DSN a los gobiernos de facto; operaciones como el Plan
Cóndor, el Broter Sam, campañas o guerras psicológicas, entre otras10.
A partir de la dictadura chilena de 1973 la violencia durante las experiencias
militares en América Latina se tornó más cruenta. Tal afirmación no sólo se sostiene por
la cantidad de muertos y desaparecidos, sino, como vimos anteriormente, por el empleo
de técnicas propias de la denominada guerra sucia. En este punto, pensamos que no hay
afección sobre el cuerpo que no implique, al mismo tiempo, una afección sobre el
alma11. Es decir, no hay tortura física que no proyecte sus efectos sobre la psicología
individual y social. Las torturas, secuestros, desapariciones forzadas y ejecuciones
fueron técnicas implementadas con el fin de sembrar un terror, o un horror desde la
perspectiva de Cavarero, que permitieron a Pinochet llevar adelante el plan de gobierno
prescrito por los Chicago Boys. Los shocks de violencia hacían de la sociedad un objeto
dócil y maleable pasible de ser transformado.
Estas perspectivas acerca del terrorismo y el horrorismo constituyen herramientas
analíticas de gran potencial para analizar, desde un enfoque sociológico-histórico, las
dictaduras latinoamericanas. Aquellas abren una serie de interrogantes sobre el uso de la
violencia en los procesos históricos que requieren ser investigados con mayor
10
En una frase muy significativa de Rozitchner leemos: “En el extremo de la picana, en la obscuridad de
la capucha, en los vuelos de la muerte estaba, para animarse a ser asesinos, el sostén que les daba la
impunidad de la influencia criminal de los EEUU y de la iglesia en la formación de los cuadros militares”
[CITATION Roz03 \p 47 \l 11274 ]
11
Cfr. Ética de Spinoza [CITATION Spi16 \n \t \l 11274 ], principalmente la parte segunda.
profundidad. Por otra parte, los terrorismos de estado latinoamericanos no constituyen
procesos cerrados, y esto, fundamentalmente, por dos motivos: en primer lugar, la
mayoría de los responsables (civiles y militares) por los crímenes de lesa humanidad
continúan sin haber sido juzgados. El caso argentino es, en este sentido, el que más ha
avanzado en esta materia. En segundo lugar, porque todo Estado requiere un núcleo de
terror para funcionar. En este sentido, las investigaciones sobre las dictaduras
latinoamericanas deben contribuir a esclarecer nuestro presente.
BIBLIOGRAFÍA