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PHILOSOPHIA VULGARIS

(scripta quodammodo philosophica)

REDACCIÓN

Marisa Mosto
Federico Caivano
Raúl Lavalle
Editor responsable: Raúl Lavalle
Dirección de correspondencia:
Paraguay 1327 3º G [1057] Buenos Aires, Argentina
tel. 4811-6998
raullavalle@fibertel.com.ar

nº 11 – 2020
Nota: La Redacción no necesariamente comparte las opiniones vertidas en esta
publicación.

1
ÍNDICE

Presentación p. 3

Francisco J. Llambías. Voluntad y creencia p. 4

Oscar Beltrán. Un náufrago… y otro p. 5

Franco Cáceres. Charlas sobre los Trans-cendentales p. 9

Radulfus. El mejor veraneo… en Mar Azul p. 12

Federico Caivano. Mi tocayo pseudocartesiano p. 14

Felipe Matti. La confesión del Dr. Caligari (poema) p. 16

Marisa Mosto. Tierra de hombres p. 17

El arcón de los recuerdos p. 19

Minima philosophica p. 21

Dialoguitos en el perípato p. 25

2
PRESENTACIÓN

En este lugar encontrarás, amigo lector, algunos escritos


que se relacionan de algún modo con la filosofía. Tal relación se
manifestará en notas y minucias filosóficas: unas veces, con
humor; otras, con seriedad. Nos gustaría que nos acompañaras
con tu lectura y con tu pluma. De esta forma serás para nosotros
un nuevo Boecio, pues darás alegría y consuelo.
Radulfus

3
VOLUNTAD Y CREENCIA

¿Existe algo así como la pura razón? ¿Se puede razonar sin la
creencia, excluyéndola, es decir, no fundarse en ningún punto en la
creencia? Pareciera que todo se reduce a una cuestión de creencia. ¿De
elección quizás? ¿Hablar de creencia es lo mismo que hablar de
voluntad? Ciertamente la voluntad se mueve por una creencia, y
pareciera ser esta el fundamento último de una elección, y por tanto de
una voluntad. Pareciera que el adoptar un pensamiento filosófico se
basa en la elección de una creencia. ¿Puede demostrarse la creencia?

Quizá lo que pueda demostrarse o, mejor dicho, mostrarse es que


una creencia es mejor que otra. Esto no consistiría solo en mostrar la
creencia misma sino en mostrar las consecuencias que se siguen de
adoptarla. Y, a su vez, mostrar las consecuencias de una creencia a la
que se considera contraria o inferior.

Para mostrar que una creencia es mejor, debe mostrarse esta y sus
consecuencias. Lo mismo para mostrar que una creencia es peor. En
ambos casos también puede recurrirse a si hay o no contradicciones
internas. Pues, al fin y al cabo, el principio de no contradicción forma
parte de nuestra creencia.
FRANCISCO J. LLAMBÍAS

Hace poco, leyendo lo que parece ser un breve ensayo (desconozco su


procedencia), me encontré con una idea del profesor Rubén Calderón Bouchet,
la cual parece tener coincidencias con la intuición que redacté: “[...] sostengo,
como cualquier aristotélico, que las decisiones que determinan nuestra
conducta nacen de una preferencia espiritual. No digo de una idea total con
respecto a la realidad o de una representación más o menos inteligente que
hayamos hecho de nuestro destino en la tierra. Mucho más modestamente nos
inclinamos a seguir el camino que nuestra razón, conforme a las presiones y a
la educación recibida, señala como bueno. En esa elección aparece el valor
decisivo, el norte de nuestra conducta y no es nada extraño que todas las
preferencias cedan el paso a la disposición fundamental.”

4
UN NÁUFRAGO… Y OTRO

OSCAR BELTRÁN

Un avión de pasajeros sobrevolaba las aguas del océano. De


pronto, el cielo se pobló de oscuras nubes, se enfurecieron los vientos y
una terrible tempestad envolvió al aparato. Atrapado en la agitación de la
atmósfera, y a pesar de los esfuerzos de su tripulación, el fuselaje se
hamacaba como una pluma entre las descargas eléctricas, hasta que una
de ellas lo perforó sin misericordia. Entre llamaradas y gritos de pánico,
la nave se precipitó hacia la superficie y se hundió con su desventurada
carga en el piélago encrespado. En pocas horas todo pasó. Tras una
espesa lluvia, se apaciguaron los elementos, y el tifón, enmudecido por
la tragedia, se desvaneció en sus propias entrañas.
Cerca de allí había una isla pequeña, erizada de tupidos bosques
y coronada por el cráter de un volcán extinguido cuya descomunal altura
desafiaba el alcance de la vista. Sobre la playa, la Providencia dejó dos
sobrevivientes de la hecatombe: un ingeniero y un filósofo. El sol les
devolvió el calor a sus cuerpos y pronto se reanimaron. Se saludaron con
emoción, dieron gracias a Dios por haberlos salvado, y se lamentaron de
la suerte de sus acompañantes. Después encendieron un fuego y
vencidos por el cansancio cayeron en un profundo sueño.

5
Al día siguiente, ya recuperados, inspeccionaron la playa y la
selva, recogieron frutas y crustáceos y se instalaron en una gruta cercana
a un manantial de agua dulce. Por la noche, el ingeniero le comentó a su
amigo su proyecto:
–Esta isla no es más que un peñasco miserable. No podremos
sobrevivir aquí mucho tiempo. De acuerdo a la ruta programada y al
tiempo que llevábamos de vuelo debemos estar cerca de Santa Helena.
He visto sobre la playa algunos restos del avión, y con ellos y lo que
podamos aprovechar de los árboles tal vez pueda construir una
embarcación que nos saque de aquí.
El filósofo sonrió con aprobación y le golpeó amistosamente la
espalda.
El amanecer del segundo día de naufragio le trajo al ingeniero
una ingrata novedad. Su compañero de infortunio había desaparecido, y
con él la mitad de las provisiones y uno de los machetes que aquél había
fabricado con su navaja. El desconcierto, la indignación y la zozobra se
mezclaron súbitamente en su ánimo. Maldijo a aquel cobarde embustero
que se había marchado cuando más lo necesitaba. Se sintió solo…
“Juntos nos hubiéramos salvado”, pensó. “Ahora, cada uno morirá por su
cuenta.”
Después de un rato, recobró su entereza y trató de olvidar todo.
Puso en orden sus ideas y resolvió que, a pesar de todo, podía bastarse a
sí mismo para ejecutar su plan. Sería lento y difícil, se dijo a sí mismo,
pero con sus conocimientos y su determinación no parecía imposible.
Reconfortado por su primera pesca, se inclinó sobre la arena y comenzó
a bocetar planos y escribir fórmulas. Leyó varias veces sus primeras
conclusiones hasta memorizarlas antes que las llevase la marea. Los días
siguientes se dedicó a recoger los pedazos de la aeronave esparcidos por
el lugar. También aparecieron algunos cadáveres pero no halló nada útil
en sus bolsillos. Guardó todo lo que servía para identificarlos y les dio
sepultura. Al cabo de la recorrida, varias semanas después, tenía
acopiadas más de dos toneladas de material. Después repasó sus cálculos
y llegó a un modelo definitivo. Construyó un horno de piedra y algunas
herramientas elementales. Luego fue al interior del islote y eligió unos
cuantos árboles que taló, cortó y transportó con extraordinario esfuerzo.
También extrajo lianas y plantas que usaría para protegerse del sol y
calafatear la embarcación.
Luego de varios meses y desalentadores fracasos, luchando
contra el hastío, la fatiga, la soledad y las devastadoras tormentas del
trópico, logró armar su nave. La probó, la arregló, la volvió a probar, la
volvió a arreglar, la volvió a probar, la volvió a arreglar, y así decenas de
veces, hasta la exasperación. Pero finalmente su porfía dio resultado. La
obra estaba terminada.

6
Su estrambótica balandra le había costado más de un año de
esfuerzo, de indomable voluntad, de angustias y desvelos, de
frustraciones y desmayos. Con el cuerpo enflaquecido por la obligada
dieta, doblado por el rigor, quemado por el sol, las manos llagadas y el
cabello largo y desprolijo, se reclinó sobre el mástil, suspiró
profundamente y saboreó su triunfo. Durante todo el tiempo había
anotado las variaciones climáticas, y pudo concluir que en unas tres
semanas más estarían las mejores condiciones para partir.
Aprovechó esos días para descansar, recoger alimentos y revisar
la precaria balsa. Recordó con desagrado pero con aflicción al
desventurado filósofo, que seguramente había dejado sus huesos en
algún rincón de la isla hacía ya quién sabe cuánto tiempo. En vano
recorrió cada parte en su busca con piadosa insistencia. No pudo
encontrar ni un vestigio.
Por fin llegó el día. Todo estaba dispuesto. Repasó cada detalle,
miró al océano que con un movimiento sereno y cadencioso lo
convidaba a la odisea. El cielo estaba límpido. Subió las últimas
provisiones y empezó a empujar la barca. De pronto, sintió que una
mano se apoyaba sobre su hombro. De inmediato supo que era la misma
que lo había hecho en la segunda noche de su llegada a la isla. Al girar,
su rostro cubierto por una poblada barba se desfiguró. Aterrorizado y
confundido lanzó un grito: el filósofo estaba allí. Se veía débil y enjuto,
pero calmo y sonriente como siempre.
¿Usted aquí?, balbuceó. ¿Cómo es posible? ¿Dónde ha estado todo este
tiempo? ¿Por qué demonios se marchó?
Su compañero lo miró como si no supiera qué decir.
¡Ah, ya me doy cuenta! Se ocultó para no tener que trabajar.
Seguramente la pasó de holgazán, echado todo el día, meditando sus
estupideces mientras yo me deslomaba como una bestia y esperando que
terminase mi obra para reaparecer y aprovecharse de ella. ¿No es así?
¿No es así? ¡No me diga nada! Es usted un miserable, un parásito, bueno
para nada. Pues bien, no lo dejaré subir. Si quiere irse de aquí, tendrá
que trabajar como yo lo hice. Adiós, amigo, y que Sócrates lo acompañe.
Le dio bruscamente la espalda y volvió a empujar la nave. El
filósofo, imperturbable, lo siguió en silencio con la mirada. Cuando llegó
a la orilla, se acercó nuevamente y le preguntó:
–¿Puedo saber adónde va a ir usted?
El ingeniero sintió que se le helaba la sangre en las venas. Sus
músculos quedaron paralizados. Volvió a mirar al filósofo mientras
buscaba desesperadamente una respuesta. No había. Le parecía increíble
haber cuidado hasta el último detalle, haber previsto la más remota
contingencia, haber desplegado sus energías con un ímpetu faraónico,
para acabar por echarlo todo a perder en una insensata negligencia.

7
¿Cómo no pensó en eso? ¿Para qué servía su proeza técnica, todo
su escrúpulo, todo su celo, ante un horizonte silencioso e infinitamente
lejano por doquier, mudo de toda referencia? De hecho, tenía miles de
rumbos posibles. Pero solo uno conducía a la salvación. Él lo ignoraba.
Consumido por el desconsuelo, se dejó caer sentado en la arena y
escondió la cabeza entre los brazos, maldiciendo su torpeza y su
impotencia. El filósofo se inclinó a su lado y, por tercera vez, le habló
con la mano sobre su castigado hombro:
–Usted quería saber dónde estuve, ¿verdad? Pues bien, se lo diré.
Aquella noche, cuando usted me comentó sus planes, comprendí que no
sería útil. Soy flojo y torpe, no tengo ingenio técnico ni resistencia,
hubiese significado un estorbo. Entonces, juzgué que lo mejor que podía
hacer era subir al volcán para tratar de avistar tierra. No lo consulté con
usted para no discutir, y además pensaba regresar pronto. Pero fue un
ascenso muy difícil. El monte es altísimo, usted lo ve, y por momentos
muy escarpado. Hay poca vegetación comestible. Además allá arriba
hace frío y falta el oxígeno. Cada tanto me detenía y observaba el
horizonte buscando tierra, o al menos un barco, o un avión. Pero nada.
Tuve que trepar hasta la misma cima, y aún allí esperar unos cuantos
días hasta que las nubes me permitieron descubrir lo que buscaba. La isla
de Santa Helena está a unos 200 kilómetros al noreste de aquí.
Se puso de pie y terminó:
–Y si quiere saber algo más, acabo de llegar. Dios lo ampare, y
que tenga un buen viaje.
De inmediato quiso alejarse de allí, pero el ingeniero se abalanzó
sobre él, gritando y saltando de alegría. Ambos se confundieron en un
prolongado abrazo. ¡Quién hubiera dicho que aquella costosa
embarcación, lista para partir, serviría gracias a alguien que no sirve para
nada!

OSCAR BELTRÁN

8
CHARLAS SOBRE LOS TRANS-CENDENTALES1

FRANCO CÁCERES

Hace un par de días, mi amigo Facu me mandó un mensaje que


decía lo siguiente: “Mi opinión es mucho más importante que la tuya, o
la de cualquiera. ¡Tengo pruebas al respecto!” Al otro día, nos
encontramos en un café de San Telmo. Luego de saludarnos, la
conversación fue la siguiente.

– Bueno –dije– vine a que me demuestres que tu opinión es mucho más


importante que la mía.
– Eso es muy fácil –dijo Facu–, para cuando acabe esta conversación
notarás que soy el hombre más impune de la República Argentina.
– Perfecto. ¿Podría saber a qué se debe?
– Es muy sencillo: soy un hombre heterosexual cristiano rubio de 21
años; por lo tanto, mi opinión pasa a ser la más importante y
fundamentada de todas.
– ¿Pero eso que tiene que ver, Facu? –cuestioné. Sabés, de hecho, habría
mucha gente que diría que tu opinión es la menos importante de todas,
dado que tu vida ha sido la más fácil de todas.

Galia Transalpina

1
Un breve agradecimiento a mi amigo Galileo por la idea para el título: y otro muy
redundante a mi amigo Amicus por la corrección de algunas fallas de redacción.

9
– Y es exactamente allí donde te equivocas, Franco. Yo soy la víctima
número 1 de esta sociedad, yo soy quien más sufre, y, por lo tanto, soy la
persona más autorizada a hablar sobre cualquier tema.
– No te sigo –le contesté.
– Ahora va a quedar más claro. Vos sabés cómo funcionan las opiniones
de hoy en día. ¿O me equivoco? Es más valida la opinión de aquel que
sufre discriminación social que de aquél que no la sufre.
– Sí, es así; a menos que se sea lo suficientemente no-bruto para darse
cuenta de que es una falacia.
– Sí, sí, pero no es el caso –me contestó. Ahora, Franco, supongo que
vos también sabrás el potencial del término trans como cuantificador de
superioridad discursiva.
– Necesitaría que refresques mi memoria al respecto –le dije.
– Te lo explico –contestó. Las mujeres tienen una opinión mucho más
importante que los hombres, dado que ellas sufren mayor
discriminación; no obstante, una “trans-mujer” posee una opinión más
importante que la de una mujer; y un hombre por supuesto, ya que no
solo es discriminada por mujer sino también por “trans”. También
recuerda que una “trans-mujer” tiene una opinión más importante que la
de un trans-hombre, ya que no saben lo duro que es ser mujer.
– Perfecto, ahora lo entiendo mejor.
– Entonces podemos seguir. Como sabés, para ser un “trans” es
necesario identificarte con algo nuevo, algo diferente a lo que la
naturaleza o la sociedad ha dicho de uno. Por lo cual, en este momento
ya he demostrado que mi opinión es superior a la tuya: a causa de haber
nacido hombre, puedo llegar a ser una trans-mujer.
– Bueno, comprendo tu punto; no obstante, eso no quiere decir nada: yo
también soy hombre, por lo que también puedo ser una trans-mujer.
– Sí, pero mientras vos sos morocho, yo soy un “trans-morocho”, y,
antes de que lo preguntes: sí, es más difícil ser un trans-morocho que un
trans-rubio. ¿Lo entendés ahora? Gracias a que soy rubio puedo ser un
trans-morocho, trans-castaño, trans-pelirrojo y todo lo que se siga; es
más, puedo llegar a ser todos los casos al mismo tiempo.

10
– Comprendo tu lógica, ciertamente tu opinión es mucho más importante
que la mía. Pero aún no logro ver por qué tu opinión es la más
importante de toda Argentina.
– Entonces déjame que te siga explicando: como bien sabés, no tengo un
mal pasar económico, por lo que también puedo ser un “trans-pobre”;
por otra parte también sabés que soy de la ciudad de Buenos Aires, por
lo que eso me permite también transformarme en un “trans-
provinciano”; tengo 21 años, lo que me permite ser un “trans-edad”, lo
que puede implicar tanto ser un “trans-anciano” como un “trans-niño”; y
también soy cristiano, lo que me permite ser un “trans-judío” o un
“trans-musulmán”, o cualquier otra religión que yo desee o, nuevamente,
todas al mismo tiempo. ¿Lo entendés ahora, Franco? En el momento en
que me cediste que la realidad es autopercepción y que el valor del
discurso se mide en función de quien lo diga, lograste que un hombre
heterosexual rubio cristiano porteño de 21 años se transformara en una
“trans- mujer, morocha, musulmana, provinciana octogenaria de 2 años.”
– Ciertamente no tengo nada que objetar. Me has demostrado que tu
opinión es la más importante de todas. Nunca lo hubiese pensado.
– Bueno, igual no importa mucho tu opinión –concluyó Facundo.

FRANCO CÁCERES

11
EL MEJOR VERANEO… EN MAR AZUL

RADULFUS

Marisa Mosto, musa inspiradora de esta revista, me comentó días


pasados (hablo de enero de 2020) que estaba por irse unos días de
vacaciones a Mar Azul. Decisión ciertamente sabia, porque es el mejor
lugar. ¿Con qué argumento sostengo tal afirmación? Muy sencillo,
porque ese ascético balneario inspiró una famosísima propaganda, cuya
canción, caro lector, recordarás.

Esta mañana, cuando desperté,


me fui a la playa a ver el amanecer,
en la orilla los pies me mojé:
es todo como soñé.
Azul,
este verano vinimos a Mar Azul.
Conseguimos cabaña muy cerca del mar,
un lugar inventado para descansar;
trajimos provisiones para amortizar…
Y, aunque el mar no es azul, esto es Mar Azul,
adonde Arruabarrena viene a barrenar,
me levanto temprano para irme a acostar,
paseo en cuatriciclo o en Jeep, me da igual.
No hay casino ni bingo en Mar Azul; no hay cine
no hay boliche, no hay peatonal;
no hay que hacer cola para ir a morfar…
¡Venite a Mar Azul, si querés veranear!1

1
Incerti auctoris. Editionem criticam Radulfus fecit.

12
Todo lo que se escriba sobre tan sublimes versos es poco. Solo
diré dos o tres cosillas. La primera, el poema tiene algo en común con
muchas grandes obras literarias: es obra de anónimo, pues ni la babélica
sabiduría de la Red me informó sobre autor o autores. Otra, su verbo
sublime nos enseña lo que enseñaron grandes filósofos de otrora: el vivir
despojados. En efecto un automóvil, una tabla de barrenar y una
sombrilla son cosas superfluas, fruslerías de las que el sabio sabe
prescindir. Por fin, las arenas de Mar Azul son desierto. Sí, ese desierto
que atravesó el pueblo de Israel y al que se retiraron los anacoretas. Lo
único –quizás– de malo es que los jóvenes protagonistas fueron
excesivamente previsores, llevando un baúl de comestibles. No
recordaron, en fin, que a cada día le basta su afán.
Por estas y otras infinitas razones, Mar Azul es el Edén en este
valle de lágrimas.
RADULFUS

13
MI TOCAYO PSEUDOCARTESIANO

FEDERICO CAIVANO

¿Soy real? ¿Esto que estoy viviendo ahora es real? ¿Cómo


diferenciar entre lo que ocurre dentro de un sueño y lo que ocurre fuera
de él? Bueno, a no desesperar. A ver, vayamos a la sabiduría de los
antepasados, a la palabra de los maestros. Había uno que había logrado
descubrir una pieza clave del enigma. Dijo Descartes: “pienso, por lo
tanto existo”. Indudable, sí. Ahora estoy más tranquilo, porque, por más
que no pueda estar seguro de la forma, el por qué o para qué de mi
existencia, no puedo dudar de que efectivamente soy en lugar de no ser.

Bárbaro. Pero algo me perturba hace varios años; una sombra me


persigue, asomándose desde los etéreos rincones de Internet cada tanto,
apenas lo suficiente como para que no me olvide de ella del todo, por
más que lo intente. Al principio lo tomé como algo anecdótico, casual,
inconsecuente, hasta esperable: alguien más en este mundo comparte mi
nombre y apellido. Allí terminó mi curiosidad la primera vez que tuve
noticia de esta persona, pero como un tenaz y paciente cazador, resurge
cada algunos años su nombre (mi nombre) para recordarme la distinción
entre una persona y la palabra que lo identifica. Uno no “se llama” de tal
manera, sino que así “lo llaman” a uno.

14
Sin embargo, no pude dar por concluido el tema ahí, y hace poco
me estuvieron llegando mensajes de distintas personas que quieren
comunicarse con mi tocayo y me preguntan si en efecto soy él. Esta
persona se especializa en la activación de la glándula pineal 1 y parece
que es alguien muy reconocido en el ámbito, por lo que la gente tiene
mucho interés en conocerlo. Curiosamente, esta glándula no me es del
todo desconocida, pues en la universidad aprendimos que Descartes le
atribuía un lugar especial dentro de su antropología filosófica; era, según
él, el asiento del alma, puente o nexo principal entre lo material y lo
inmaterial en el ser humano 2. Existe por lo tanto una relación entre los
estudios de mi tocayo y los míos propios, a través de la filosofía
cartesiana.

Cabe entonces preguntarse, dentro del ejercicio de la duda


metódica, si no existe la posibilidad de que sólo uno de nosotros sea real.
¿Se confunden aquellas personas o soy yo el equivocado? Porque yo sé
que soy real en este momento de vigilia, donde soy consciente de mi
existencia, pero ¿qué decir de los momentos en los que duermo? ¿Soy un
filósofo que sueña ser un experto en la glándula pineal o viceversa?
¿Podría ser ambos al mismo tiempo? ¿Con cuánta certeza le respondo a
esas personas que no soy aquél que buscan y que no puedo responder a
sus inquietudes místicas?

Tal vez halle la respuesta al conocer a mi tocayo, quien


precisamente me guiará a los umbrales de la iluminación mediante las
prácticas de activación de la glándula. O tal vez no existe respuesta,
porque sólo me gusta imaginar explicaciones fantasiosas y cósmicas para
hechos completamente mundanos y aburridos. ¡Nunca lo sabremos!

FEDERICO CAIVANO

1
https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/que-es-glandula-pineal-como-se-usa-
nid2226118
2
https://plato.stanford.edu/archives/fall2015/entries/pineal-gland/#2

15
LA CONFESIÓN DEL DR. CALIGARI

¡Oh César!
Mi esbirro más amado,
¿A cuántas personas han asesinado
Mis desfiguradas y puntiagudas manos?
El silencio de las enmudecidas gargantas
De los pobres ángeles hipocondríacos
Que por tantos años he resguardado.
Tan solo basta del murmullo
Por los febriles labios musitado
Y entonces mi impunidad languidece,
Abrasivamente me froto las manos
Para asperjar el terror oculto
Que se disuelve en mis planes macabros;
Si despiertas al momento
De perpetuar tus asesinatos
¿De quién ha sido la culpa?
Mi cobardía se abriga
En la insania lóbrega,
Vidrios deformados cuya sombra
Se extiende sobre corazones trastornados
Triángulos y sangrientas sonrisas
De muertas palmas y amarillos dedos
Que apuntan al único victimario,
Un cobarde y decrépito anciano
Que ha permanecido aletargado
Conviviendo con el más brutal asesino,
En las paredes invisibles del soliloquio;
Perpetuado por la angustia en estos cien años,
No merezco más que la muerte y expirar,
Implorando al milagro.

FELIPE MATTI1

1
Por los cien años cumplidos de la película muda El Gabinete del Dr. Caligari, hice un
muy breve homenaje con un pequeño poema. Aun siendo la primera película que vio el
cine expresionista del terror (instaurando el género gótico), me esforcé por mantener el
equilibrio, transmitiendo el pesar que recibe el personaje principal por sus asesinatos,
enfocándome en la culpa y la importancia de la incontinencia. [Nota de Felipe Matti]

16
TIERRA DE HOMBRES

MARISA MOSTO

¿Qué significa esencialmente la presencia de un ser humano para


otro ser humano?

Antoine de Saint-Exupéry en Tierra de hombres intenta dar una


respuesta a esta pregunta. En un momento del relato nos cuenta lo que
significó para él y su compañero de vuelo la aparición de un beduino en
el desierto del Sahara luego de que hubieran pasado varios días sin agua,
perdidos, agonizando, al haberse accidentado su avión.

Un beduino camina hacia ellos, Saint-Exupéry escribe: – “Tú


eres el Hombre y te me apareces con el rostro de todos los hombres a la
vez. Nos miraste de hito en hito y en seguida nos reconociste. Tú eres el
hermano bienamado. Y yo, a mi vez, te reconoceré en todos los
hombres.”

Cuando el lector llega a este punto de la lectura luego de haber


padecido junto con Saint-Exupéry y Prévot, su compañero, la angustia
que en esa situación de desamparo introduce en el alma la contemplación
de la inmensa soledad del Sahara, la tremenda sed que resquebraja la
garganta y que inútilmente busca saciarse con gotas de rocío, luego de
haberse esperanzado y desesperado con sus alucinaciones, con su
sentimiento de estarse transformándose ellos mismos en el desierto,
asimilándose a la sequedad de la arena, al calor agobiante del día y al
frío de la noche, la aparición de ese beduino en el horizonte representa,
literalmente, la VIDA.

17
Concedo: podrán objetarme que aquí se trata con toda claridad de
la supervivencia física, pero este relato es un punto culminante de las
numerosas anécdotas que nos narra Tierra de hombres en la que Saint-
Exupéry comparte su certeza de que vivir para el hombre es vivir-con,
que no existe vida para el ser humano en ninguna de sus dimensiones
reales, probables, imaginables, fuera de la comunidad de los hombres.
Com-partir la existencia humana es el modo natural en que nuestra vida
se hace posible. El estado de aislamiento, fragmentación, ruptura,
división, implica un descenso de la vida. Una suerte de agonía. Un
infierno y la verdadera amistad, el paraíso.

MARISA MOSTO

18
EL ARCÓN DE LOS RECUERDOS

En este arcón aparecen libros y objetos peculiares de valor


incalculable. Venderlos no es una opción, pues al traducirlos en
dinero pierden significado. Sin embargo, queremos compartirlos
de alguna manera y por eso abrimos este espacio.

El último conventus en París


El verano de 2018 fue muy grato para mí. Una de las razones:
aproveché un paquete turístico con muy importantes descuentos, para
invitar a los chicos de nuestro Coetulus Latinus Bonaerensis. La idea era
visitar sitios de París (tal nuestro destino) y darnos el gusto de tener, en
una caupona Lutetiana, una de nuestras reuniones de práctica de latín
vivo. Viajaron solo cinco: Augustina, Stella Maris, Hibernicus,
Sebastianus y Sergius.
Como nuestro alojamiento estaba cerca del Cimitière du Père
Lachaise, esa fue nuestra primera actividad cultural. Nos emocionamos
ante tantas ilustres figuras allí sepultadas, pero muy en especial
Hibernicus ante la tumba de Oscar Wilde. Y más todavía Stella Maris,
ante la de Pedro Abelardo. Y esto fue poco en comparación con lo que
vino después.

19
Siendo yo tan viejo, es entendible que los espíritus de los
difuntos traten de acercarse más a mí que a los jóvenes (me falta menos
para verlos). Quizá por eso el espíritu de Pedro Abelardo me inspiró y,
en lenguaje que no sabría reproducir, me dijo que, si queríamos,
podíamos pasar por el sitio que suele frecuentar quien en vida había sido
su hijo. Todos los chicos, excepto Stella Maris, desconfiaron de la
veracidad de mi relato. Confieso que no quedé muy triste por ello:
también yo habría pedido tocar la llaga. No obstante, después de salir del
cementerio, a unas cuadras de allí nos encontramos con lo que te
muestra, carísimo lector, la mala foto de abajo.

Indudablemente las palabras del gran filósofo y teólogo no


habían sido flatus vocis.
Radulfus

20
MINIMA PHILOSOPHICA

Chascarrillos filosóficos
Rudericus y su tesis
El otro día Rudericus nos contó que acababa de dar su última
materia de la carrera de Historia. Por otra parte, se iba a tomar el verano
para terminar su tesis de licenciatura. Le preguntamos sobre qué tema y
respondió que sobre Suetonio. Ni corto ni perezoso, improvisé el peor
chiste de la historia de la humanidad: “Ruderice, está muy bien… pero
no te angusties por ello, tomátelo tranquilo. 1”
Radulfus

La búsqueda filosófica

Marisa Mosto, de la Redacción de nuestra revista, me envía este


chiste. ¿Qué aspectos refleja de algunos filósofos? Es pregunta que dejo
a los lectores. [Radulfus]
Respuestas
“Las palabras huelgan.” [Exiguo Rodríguez]

1
Mi pésimo chiste se basa en el nombre del historiador romano: Suetonius Tranquillus.

21
“Esta pieza transmite la idoneidad del filósofo que penetra en las
enrevesadas vicisitudes de nuestro trajín cotidiano, formulando las
preguntas profundas allí donde otros plantean meras cuestiones
utilitarias (no “¿cómo llego de A a B?” sino “¿qué sentido adquiere tu
vida hoy?”). La filosofía interviene entonces la mecanicidad de la vida
de forma elegante a la vez que certera, y trastoca para siempre la mirada
de quien atiende a su llamado.” [Federico Caivano]

“¿Te acordás, hermano, qué tiempos aquellos?”, dice el tango. En


este caso la Facultad de Filosofía, Alma Mater, está reducida a un
modesto instituto. [Radulfus]

Un perfil muy apropiado

Este año en clase de griego vamos a traducir fragmentos de


Jenófanes. Nos pareció adecuado imaginarlo, en la foto de nuestro
grupo, participando de nuestras ruedas de mate.

GONZALO ROUCO OLIVA

Una mañana de tango


En Buenos Aires la presencia del tango, etimológicamente
hablando, es obvia (viene hacia nuestro encuentro). Esto me pasó hoy,
carísimo lector.

22
En primer lugar, te cuento que, al llegar a Secretaría, me encontré
con la profesora Dulce Dalbosco, quien es muy versada en tango y ha
sido designada como miembro de número de la Academia Porteña del
Lunfardo. Acabo de decir “en primer lugar”, pero eso es una
equivocación, porque en primer lugar debe ponerse que nuestra
Universidad es asaz próxima a varios loca sancta del tango. Pienso nada
más ahora en San Telmo, en la Boca, en Corrientes y Esmeralda, en el
Paseo de Julio con su vieja recova…
Pero… ¿encontrar el tango en mi propia aula? Eso ya no era tan
sencillo. No obstante, sí ocurrió. Se debió a que mi mesa profesoril
estaba floja en su sector derecho, porque se había perdido el tornillo que
la fijaba. Comenté despreocupadamente esto a mis blancas palomitas. Se
hicieron eco, pues la clase siguiente me pidieron que la probara. Lo hice
y había dejado de ser como el flan Ravana y estaba firme la madera,
como abrazada a su respectivo caño.
Todo ello, porque los chicos la habían dado vuelta y, con un
destornillador (atornillador en este caso), hicieron el pertinente arreglo.

Bien, un tango se llama Al mundo le falta un tornillo. Malena, la


alumna dueña del destornillador, y sus compañeros, hicieron una
contribución al aula… en tiempo de tango.

Radulfus

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Sobre La peste

La peste
[El Dr. Rieux sabía, lo que la muchedumbre ignoraba] “que el
bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer
durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera
pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los
pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para
desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande
a morir en una ciudad dichosa.” Albert Camus, final de La peste
¿Para enseñanza de los hombres?
La Vida deja de sernos familiar, nos desconcierta, ostenta sin
pudor, desvergonzada, nuestra impotencia y vulnerabilidad. Nos obliga
a parar, pensar, redimensionar, sopesar, cuidar, necesitar, consolar, a
hacernos cargo. A rebelarnos. A no vivir fuera de foco.
“Los hombres dicen ‘Es la peste, ha habido peste’. Por poco
piden que les den una condecoración. Pero ¿qué quiere decir la peste? Es
la vida y nada más.” (La peste)
MARISA MOSTO

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DIALOGUITOS EN EL PERÍPATO

Esta sección incluye escritos sobre anteriores escritos de


nuestra Philosophia vulgaris. Le he puesto un título que recuerda a
los “Dialoguitos en el asfalto”, del viejo diario La razón. Creemos
que será del gusto de los lectores. [Radulfus]

A Francisco Llambías
Hola, Francisco.
Muy interesante la reflexión y un tema que por lo menos yo no
termino de resolver nunca. Es decir, ¿adoptamos una creencia porque
está demostrada o partimos de una certeza intuida y nos esforzamos por
demostrarla después? Creo que el punto está en que tanto creencias
como razones son siempre provisorias y abiertas a mejorar (como decís,
a través de la comparación o el análisis interno). [Plagio a Marisa: ¡al
menos esa es mi creencia!]
Federico Caivano

Epístola de Oscar Beltrán


¡Hola, Raúl, tanto tiempo!
Aprovecho este revitalizado contacto para agradecerte la feliz
iniciativa de esta gacetilla filosófica con un formato y contenidos muy
del caso para estos tiempos de lectura homeopática y voluntades
impacientes. También agradezco el espacio que me obsequian para hacer
mi sencilla contribución. Y ya que estamos, te agrego una anécdota que
leí en el libro de Pierre Guilloux S.J. L'âme de Saint Augustin (Paris, de
Gigord, 1925, p. 261): en una de las paredes del comedor de su
residencia episcopal de Hipona estaba inscripta esta leyenda
Quisquis amat dictis absentium rodere vitam
hanc mensam indignam noverit esse sibi
No nos vendría mal en estos tiempos, ¿no? ¡Gran abrazo y deseos
de una dichosa Navidad!
Oscar Beltrán

A Marisa Mosto
Tu apelación a la literatura me recuerda, Marisa, una serie de
obras en que aparece el motivo de la peste. Abajo pongo las que me
vienen a la cabeza (no son todas, ni mucho menos).

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Pero antes recuerdo algo de Camus. En la novela se daban cuenta
de la peste, si mal no recuerdo, porque veían morir a las ratas. Lo que no
pueden controlar los hombres –dicen– en New York, la naturaleza lo
elimina sin esfuerzo. Creo que esto está en línea con una de tus buenas
filosóficas reflexiones.
Vuelvo a la enumeración incompleta. Está Tucídides y su
narración de la peste de Atenas, que costó la vida a Pericles; Lucrecio
volvió en su libro sexto sobre ese hecho; por fin, un capítulo de Narciso
y Goldmundo, de Hesse. Y me acabo de acordar del título que pusieron
al primer libro de la Ilíada: “Peste. Cólera.”
Radulfus

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