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1.

Leer el texto y comentarlos


Comprensión lectora:

¿Por qué en Holanda se intenta legalizar la Prostitución y las drogas?

¿Qué esconde el cambio de vocabulario?

¿Qué propuesta te parece la más adecuada la Fernández o Rodríguez? ¿Por qué?

¿Por qué se da un nuevo escenario de la prostitución?

¿En qué condiciones se encuentran “siempre” estas mujeres?

Argumentación:

1. Intención comunicativa del editor.


2. Nombrar algunos de los argumentos. Editorial

Luchar contra la prostitución

En algunas sociedades, como la holandesa, se intenta legalizar la prostitución


llamándola “trabajo sexual”. Se hace en nombre de una falsa concepción de la libertad
individual.

La prostitución, para que nadie se confunda, no es una parte más de un comercio sino
una esclavitud tan vieja como el mundo, pero que en el siglo XXI cobra mayor
preocupación, justamente porque las leyes evolucionan. Holanda, cuya política se jacta
de hacer culto a la tolerancia (lo mismo ocurre con las drogas), adhiere al pensamiento
que la supresión origina más problemas de los que resuelve y así deja hacer, tolerando
todo.

La prostitución nada tiene que ver con la libertad sexual, dado que el cuerpo humano no
puede ser objeto de transacción por la sencilla pero profunda razón de que el cuerpo
humano es inalienable. En este marco hay que prestar mucha atención a los cambios de
vocabulario que se utilizan especialmente en los medios de comunicación masiva e
incluso en algunos programas educativos y sociales. Los “derechos sexuales” es una
expresión ambigua porque abre la puerta de par en par para la comercialización del
sexo.

El “trabajo sexual”, el “mercado sexual” en el fondo disimula o intenta esconder la


prostitución lisa y llana. De la misma forma, los proxenetas o los propietarios de
prostíbulos se convierten en “organizadores del trabajo de las prostitutas”, “en gerentes
de locales” o en “gerentes de la industria del sexo”. Este cambio de vocabulario en el
fondo esconde el razonamiento de que debe considerarse a la prostitución como una
actividad económica como cualquier otra. No hay prostitución libre, por eso es una
contradicción asociar a la prostitución con la libertad sexual. De la misma forma, no hay
prostitutas voluntarias, es decir, fundada en una elección racional. Nadie puede
consentir su propia explotación.

En el Senado, se propone penalizar a quienes contraten los servicios de víctimas de


trata. En Diputados, se impulsa una sanción para todos los clientes, exista o no
consentimiento por parte de la trabajadora sexual, quien en ninguna de las dos
iniciativas es penalizada. El senador Aníbal Fernández (FPV-PJ) propone penalizar a
quienes contraten los servicios de víctimas de trata. En Diputados, por su parte, Marcela
Rodríguez (Democracia Igualitaria y Participativa) impulsa una sanción para todos los
clientes, exista o no consentimiento por parte de la trabajadora sexual, quien en ninguna
de las dos iniciativas es penalizada.  Rodríguez sigue de esta manera los lineamientos de
la legislación sueca, aplicada desde hace diez años. Según la legisladora, “el modelo de
penalización del cliente funciona bien, porque reduce notablemente la trata y la
prostitución”.

Que  sea el oficio más antiguo del mundo no implica que deba crecer. Sin embargo,
crece. En la Capital, hay casi 6000 trabajadoras sexuales más que a mediados de la
década de los noventa. Resulta un incremento del 42,85%. Por la crisis, sostienen
ellas/os. Por la demanda, agregan en el gobierno.

Extendida por toda la geografía porteña, la oferta y la demanda de sexo agrupaba a


unas 14.000 personas en 1995, según las estadísticas de la Asociación de Mujeres
Meretrices Argentinas (AMMAR). Hoy, después de una crisis brutal, esa cifra parece
irrisoria: de acuerdo con el cálculo de Elena Reynaga, secretaria general del gremio,
suman 20.000 entre las mujeres y hombres que en la Capital ejercen la prostitución.

El desempleo y la inseguridad, además, ayudaron a modificar ciertos hábitos de la


actividad, explicó Reynaga. Por ejemplo: creció el ejercicio de la prostitución en
departamentos y decreció la oferta en la vía pública. Además, los travestis tomaron
como propias ciertas calles que antes pertenecían  a las trabajadoras sexuales (éstas las
abandonaron para refugiarse en espacios cerrados). Y aparecieron algunas zonas nuevas
-pocas y no demasiado exploradas, por ahora- como los alrededores del Parque Lezama,
y cambió el horario, porque la noche, en el siglo XXI, es un peligro. Mientras tanto, la
Legislatura porteña estudia cómo tratar la prostitución en el nuevo Código
Contravencional.

El proyecto del ex Jefe de Gabinete incorpora el artículo 127 bis al Código Penal,
mediante el cual se disponen penas de uno a tres años para quien “utilice o procure
servicios sexuales de una persona sabiendo o debiendo saber que es una víctima de trata
de personas”. En los casos en que las víctimas sean menores de edad, las penas se
incrementan de cinco a diez años.
Sin embargo, no todas las voces son de apoyo. Por caso, Elena Reynaga, referente de la
Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR), salió al cruce de estas
iniciativas legislativas. “Al clandestinizar al cliente, nos clandestinizan a nosotras, y eso
agrava la trata y la explotación”, sostuvo Reynaga, quien también cuestionó a la policía:
“Una cosa es la policía de Suecia y otra la de Argentina, que hace caja con nosotras”,
agregó.

Las políticas para luchar contra la prostitución deben ir junto con la de inmigración
interna y externa. Se trata siempre de mujeres –muchas menores de edad- que viven
aterrorizadas, amenazas y son víctimas de violencia de todo tipo, e incluso se las
despoja de la documentación y del alma. No tienen contacto con el mundo exterior y
otras ni siquiera saben en qué ciudad se encuentran. Hay que tomar conciencia de que la
prostitución constituye una grave violación de los derechos de la persona y que el
cuerpo humano es inalienable. En materia de prostitución no hay ningún derecho que
pueda avalar semejante esclavitud. 

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