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CAPÍTULO 7

LA OCUPACIÓN MILITAR NORTEAMERICANA,


1916-1924

Juan B. Alfonseca Giner de los Ríos

Introducción

La sociedad dominicana acaba de conmemorar las dos intervenciones ar-


madas que los Estados Unidos le impusieron durante el siglo xx. Conmemoró
el cincuentenario de la de 1965 y también el centenario de la de 1916.
A pesar de las cinco décadas que las separan, en la perspectiva del poder
imperial ambas intervenciones respondieron a intereses estratégicos parecidos,
vinculados con consideraciones geopolíticas sobre la expansión del influjo
norteamericano en el hemisferio. En la perspectiva de la sociedad dominicana,
sin embargo, ambas son claramente diferenciables en cuanto al alcance de las
transformaciones históricas que gestaron, pues fueron mayores y más amplios
los cambios derivados de la primera, con la Ocupación del Estado dominicano
que sostuvieron durante ocho años los 3 mil marines que arribaron en 1916, lo
que conllevó la segunda, con sus casi 24 mil efectivos.
No es nuestro propósito compararlas. Valga recordarlas como mero pre-
texto introductorio al objeto de este capítulo, que es el brindar una visión lo
más comprehensiva posible del período en el que el país vivió bajo un gobier-
no de ocupación militar extranjero (1916-1924), sus causas, hitos y consecuen-
cias. Un enorme continente histórico que humildemente esperamos reflejar
en diálogo con el conocimiento presente de ese tramo de la historia nacional.
El centenario pasado concitó una profusa discursiva, ciudadana y aca-
démica. En esta pueden advertirse factores limitantes, como el apego a obras

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La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

desarrolladas hace tiempo y la escasa incorporación del nuevo conocimiento


disponible. Las obras de Calder, Knight, Mejía o las reconstrucciones del
marxo-dependentismo de los años setenta priman como fuente informativa
en mucho de lo que es posible consultar física o digitalmente.1 Posiblemente
por basarse en obras cuyo marco de producción histórica fue la crítica del
imperialismo, esa producción ha tendido a reiterar objetos y temáticas con-
memorativas: el movimiento nacionalista, la guerra al «gavillerismo», la ex-
pansión azucarera, entre otros.2
Pero, como lo ilustran la obra de Calder y los estudios dispersos que
luego le siguieron en los Estados Unidos, la Ocupación fue aquello y muchas
otras cosas más.3 Intentaremos plasmar en el marco de este breve capítulo
una visión lo más sintética y holística posible del lapso, incorporando a la
reflexión el nuevo conocimiento social hoy disponible y la mejor y mayor
cantidad de fuentes sobre los aspectos puestos en consideración.

Itinerario crucial de la Ocupación Militar


norteamericana de 1916-1924

La Ocupación

La República Dominicana fue declarada en estado de Ocupación Militar


bajo imperio de la Ley Marcial por fuerzas de los Estados Unidos de América
el 29 de noviembre de 1916, mediante la Proclama emitida ese día por Harry
S. Knapp, capitán al mando de la Cruise Force, de la Flota del Atlántico de la
Marina de Guerra norteamericana.
En la hora de la Proclama se cumplían poco más de seis meses de opera-
ción militar y política de las fuerzas norteamericanas en el país. La militar ha-
bía tomado inicio el 5 de mayo, cuando tropas a bordo de las cañoneras Prairie
y Castine ingresaron a la ciudad de Santo Domingo desde el fuerte de San
Jerónimo, situándose en la Legación Americana, la Receptoría de Aduanas y
los consulados extranjeros so pretexto de protegerlos de la violencia que des-
encadenaría el eventual enfrentamiento entre las fuerzas de Desiderio Arias
apertrechadas en la Fortaleza Ozama y las del presidente Juan Isidro Jimenes,
acampadas en Cambelén, cerca de San Cristóbal.
La operación política había iniciado mucho antes, desde los días del famo-
so Laudo Arbitral de 1904, pero, en lo que toca a la coyuntura que trataremos,

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Historia general del pueblo dominicano

inició en 1915, cuando los norteamericanos comenzaron a intervenir en fa-


vor de Jimenes en las pugnas que hacían tambalear su gobierno en apego al
llamado Plan Wilson, amenazando a sus oponentes con «el desembarco de
tropas para imponer el orden y el respeto al Presidente electo por el pueblo».
En la lógica de ese posicionamiento, con la bota puesta ya en el territorio y
ante la negativa de Jimenes de aceptar la oferta que le hacía la fuerza ocupante
de atacar a Arias directamente ese mismo día, el proceso de ocupación se
profundizó de modo vertiginoso y, seguramente, premeditado.
A la semana del desembarco por San Jerónimo, arribó a Santo Domingo
desde Puerto Príncipe el contralmirante William B. Caperton a lanzar un ulti-
mátum de rendición a Arias, no solo con nuevos contingentes de marines a bor-
do de las cañoneras Hector y Culgoa, sino con la presencia de otras seis prestas a
desembarcar tropas en los puertos de Monte Cristi, Puerto Plata y San Pedro de
Macorís. El sábado 13, Caperton y el ministro norteamericano Russell se reunie-
ron en la Legación haitiana con los generales Desiderio Arias, Cesáreo Jiménez
y Mauricio Jiménez dándoles a conocer el ultimátum y la decisión de comenzar
la ocupación de la ciudad en la madrugada del día 14. Arias no se rindió, sino
que comenzó a evacuar la Fortaleza Ozama esa misma noche, partiendo con sus
fuerzas por la ribera del río en dirección de Santiago de los Caballeros.
Como estaba previsto, la ocupación comenzó a las seis de la mañana, in-
tegrada por una tropa de alrededor de 200 marines que establecieron postas en
edificaciones de importancia como la Fortaleza Ozama, el Palacio Municipal,
el Baluarte de la Independencia, el Manicomio y el Matadero, desde donde
partirían pelotones a requisar la ciudad en busca de civiles y militares arma-
dos. Un tono general de cauteloso repudio primó en la población, que cerró
sus negocios y se recluyó en sus viviendas, colocando ocasionales banderas
en sus fachadas. En el Matadero, según relató el Listín Diario, el público se
amotinó en protesta por el izamiento de la bandera norteamericana y el des-
tacamento militar accedió a retirarla y a reponer el lábaro nacional. Según el
diario, vino luego lo siguiente:

La Sra. Josefa Medina, que se dio cuenta de lo que acontecía, sacó


su fonógrafo en el momento que izaban la bandera nacional, y el
aparato entonó nuestro himno. Los americanos, ante ese rasgo, y al
oír el himno, cuadráronse marcialmente e hicieron el debido saludo,
llamando luego a individuos del pueblo para darles la mano.4

Al día siguiente, Caperton dio aviso público de la ocupación de Santo


Domingo, suplicó a la población cooperar con sus fuerzas y estableció la

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La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

prohibición de porte de armas, con lo que tomó inicio el proceso general


de desarme del país.5 También implantó la censura en la comunicación por
cable.6 Según Fuller y Cosmas, habría en esos momentos alrededor de 650
soldados norteamericanos en el país.7
Tomada la capital, el proceso de ocupación alentó sus pasos en espera de
la resolución del trance político. La renuncia de Jimenes colocó al Senado en la
necesidad de nombrar un presidente interino. Un sordo debate siguió entre las
autoridades dominicanas y el contralmirante Caperton y el ministro Russell en
relación con la designación del presidente provisional y el plazo para la des-
ocupación. Los norteamericanos insistían en que el fin esencial del desembarco
era reponer el orden constitucional y asegurar la tranquilidad interior pero,
como señala Metcalf, con la garantía de que el Congreso no elegiría a Desiderio
Arias.8 Paralelamente, la sociedad civil reaccionó creando en la mayoría de las
ciudades Juntas Patrióticas, que elevaron su protesta por la ocupación ilegal del
territorio. Los liderazgos nacionales desaconsejaron el llamado a la resistencia
armada que comenzaba a movilizarse en ciudades como Puerto Plata, donde el
gobernador Apolinar Rey se declaraba dispuesto a ella.
Y en eso se estaba cuando por Monte Cristi y Puerto Plata comenzaron
sorpresivamente a desembarcar más fuerzas norteamericanas. El 26 de mayo,
cien marines a bordo del crucero Panther desembarcaron por Monte Cristi sin
enfrentar resistencia, como la que sí encontraron los que desde el Salem y el
Sacramento desembarcaron el primero de junio por farallones contiguos al fuer-
te de San Felipe, en Puerto Plata, trabando combate con los hombres apostados
allí por el gobernador Rey y apoderándose del puerto ese mismo día.
Con la toma de ambos puertos, Caperton proclamó públicamente la
necesidad de incrementar efectivos para ordenar la marcha sobre Santiago,
donde se hallaba Arias con gran parte de sus seguidores, en el avance sobre
un trayecto que podía preverse adverso por ser cuna del desiderismo.9 A los
tres días llegó el famoso acorazado Memphis con el Cuarto Regimiento abor-
do al mando del coronel Pendleton, quien desembarca en Monte Cristi tras
recalar en Santo Domingo. En tierra, Pendleton integra una columna de 33
oficiales y 800 alistados con los que parte el día 26 de junio rumbo a Santiago.
Simultáneamente, desde Puerto Plata marcha también rumbo a Santiago el
llamado «batallón del ferrocarril», como se bautizó a las compañías que mo-
vilizó por el tren de Navarrete el mayor Hiram I. Bearss, de memoria particu-
larmente triste para los dominicanos.
Fue en ese avance donde se produjo la primera resistencia armada de
importancia a la Ocupación, el día 3 de julio en La Barranquita, cerca de
Mao, donde el capitán Máximo Cabral enfrentó a Pendleton con tan solo 80

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Historia general del pueblo dominicano

hombres, perdiendo la vida muchos de ellos gracias a la labor de espionaje


que facilitaron los prácticos dominicanos Minaya y Llenas, que orientaron el
avance de la columna por el tramo Monte Cristi-Navarrete. Según Metcalf, «el
ataque en “Las Trencheras” (nombre que dio el ocupante a “La Barranquita”)
fue la primera experiencia de marines avanzando con el apoyo de artillería
moderna y ametralladoras», en un enfrentamiento que culminó con carga de
bayoneta.10 En Navarrete reunieron Pendleton y Bearss sus fuerzas y desde
allí avanzaron sobre Santiago, al que ocuparon sin resistencia el 6 de julio.
Según el Departamento de Marina, en ese avance perdieron la vida cuatro
marines y dieciocho resultaron heridos.11
Tomadas las principales ciudades, el ocupante comenzó a esparcirse por
el territorio, situando destacamentos permanentes en varias localidades des-
de las que procedió a cumplir el principal objetivo del momento: desarmar a
la población, proceso que sería incesante durante los seis meses de atropellos
a la vida nacional que preludiaron la proclamación formal de ocupación. De
hecho, el desarme había comenzado en las inmediaciones de Santo Domingo
desde principios de mayo, siendo Petán Trujillo uno de los primeros requi-
sados, en los escarceos preliminares del variado proceso de resistencia cívi-
ca que escalaría luego a la guerra de movimientos del eufemístico combate
al «gavillerismo” que tanto perturbó la vida de los campos y en el cual se
gestaron formas dignas de una sociología de inspiración scottiana, como ha
apuntado Pedro San Miguel.12
Hacia el otoño de 1916, las fuerzas de ocupación se distribuían en el terri-
torio como se detalla en el Cuadro 1.

Cuadro 1
Efectivos en territorio dominicano
(ca. agosto, 1916)
Lugar Oficiales Tropa
Santiago 13 514
Santo Domingo 22 520
Moca 3 79
Navarrete 1 60
Puerto Plata 1 98
Monte Cristi 1 98
San Francisco de Macorís 2 125
Sánchez 2 100
La Vega 1 82
La Cumbre 1 62
47 1,738
Fuente: Metcalf, A History of the United States Marine Corps, p. 352.

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El 25 de julio, el Congreso concluyó el escrutinio para la designación de


presidente provisional, siendo electo Francisco Henríquez y Carvajal, que
llegó desde Santiago de Cuba días más tarde para ocupar el cargo. A poco de
hacerlo, según refiere Mejía:

[se] presentaron de nuevo, aumentadas y respaldadas esta vez por


la fuerza, las exigencias contenidas en la nota dirigida al presidente
Jimenes en 1915. El 18 de agosto la Receptoría de Aduanas suspen-
dió las entregas de los fondos aduaneros y de las rentas internas, de
cuya administración se había incautado sin derecho, participando
«que no se harían nuevas entregas hasta que no se llegue a un com-
pleto entendido respecto a la interpretación de ciertos artículos de la
Convención Domínico-Americana de 1907».13

El embargo financiero limitó crucialmente la capacidad de acción del


gobierno de Henríquez y Carvajal, que se rehusó a aceptar las endurecidas
exigencias norteamericanas, particularmente las relativas a la creación de una
guardia nacional al mando de oficiales norteamericanos. En la última reunión
sostenida por Henríquez con Russell, Pond y Pendleton, este último señaló:
«Uds. han de aceptar o de otro modo proclamaremos la Ley Marcial y nom-
braremos un Gobierno Militar para Santo Domingo». Al preguntársele qué
debía entenderse por aplicación de la Ley Marcial, Pendleton contestó: «La
Ley Marcial quiere decir que si Ud. pone la cabeza o el dedo en el camino
del Gobierno, esa cabeza o ese dedo desparecerá». La comisión dominicana
se retiró de las negociaciones señalando: «no aceptaremos esa proposición.
Puede usted declarar la Ley Marcial desde ahora».14

La proclamación de la Ocupación y la pérdida de la soberanía

La negativa de Henríquez y Carvajal, aunada al decreto que emitió el 14


de noviembre convocando a renovar el Congreso Nacional, precipitaron la
decisión norteamericana por imponer sus intereses al país. A poco del decre-
to, la Legación norteamericana en Santo Domingo alertó al Buró de Asuntos
Insulares sobre el peligro de que este facilitase el ascenso político de Arias
—formalmente preso en Santiago desde mediados de septiembre, bajo cargo
de mal uso de fondos públicos—.15 Al día siguiente, el jefe del Buró comunicó
al secretario de Estado Robert Lansing que:

Esta nueva fase de la situación, aunada al hecho de que el gobierno


provisional no aceptará los puntos de vista de los Estados Unidos

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Historia general del pueblo dominicano

sobre el control financiero y el constabulario, coloca al gobierno de


los Estados Unidos frente a un serio problema […]. Tras cuidadoso
examen del asunto, en conferencia con el Departamento de Marina,
se concluyó que la única solución al problema lo será declarar la Ley
Marcial y colocar a Santo Domingo bajo ocupación militar.16

Lansing escribió entonces al presidente Wilson urgiéndole una decisión


y puso en sus manos el borrador de la Proclamation of the Military Occupation
of Santo Domingo by the United States elaborado por el capitán Harry S. Knapp,
llevado al teatro de operaciones desde su puesto como asesor presidencial en
el Consejo de Neutralidad sobre la Guerra Mundial. Wilson lo retornó auto-
rizando la acción el día 26, con solo alguna observación sobre frases relativas
a la potestad de remover la judicatura dominicana: «podrá ser necesario»
—decía—, «pero no creo inteligente colocar un anuncio tan arbitrario en la
Proclamación misma».17
Diciendo actuar en bien de la «Republic of Santo Domingo», «sin ningún
fin inmediato o ulterior de destruir su soberanía», la Proclama justificó la
ocupación en la violación del artículo tercero de la Convención Domínico-
Americana de 1907 (que impedía al Gobierno dominicano contraer nueva
deuda hasta no saldar la establecida) y en «la incapacidad» del Gobierno
dominicano de adoptar las medidas necesarias al mantenimiento del orden
interior recomendadas por el Departamento de Estado.
La Proclama estableció que el Gobierno Militar norteamericano supervi-
saría las funciones del Gobierno dominicano, velando por su apego al orden
legal vigente, el que sería respetado en la medida en que «no colidiese» con
los fines de la Ocupación, que eran los de «ayudar al país a recuperar la esta-
bilidad interior necesaria para cumplir con los términos [de la Convención] y
con las obligaciones inherentes a su condición de miembro de la comunidad
de naciones». La función gubernativa permanecería en manos dominicanas
«hasta que fuese necesario». El nuevo gobierno concentraría las rentas del
Estado —tanto las aduaneras como las internas— con el fin de realizar los
desembolsos legales correspondientes a la marcha de la administración públi-
ca y al logro de los fines perseguidos por la Ocupación. La administración de
justicia permanecería en los tribunales dominicanos, salvo en casos que invo-
lucrasen a miembros de las fuerzas de ocupación o que entrañasen desafío a la
autoridad del Gobierno Militar, donde intervendrían tribunales conducidos
por prebostes militares o provost marshalls.18
Por vía de la supremacía bélica, la Proclama simplemente legalizó el orden
de dominación de facto vivido por el país desde el mes de mayo y consolidó

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La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

plenamente la estructura neo-colonial que el Gobierno norteamericano co-


menzó a gestar con la resolución del Laudo Arbitral en 1904.
También dio a conocer Knapp ese día 29 de noviembre otros tres avi-
sos trascendentes. El primero, la prohibición de porte de armas, munición
o explosivos a todo individuo u organización exceptuados los miembros de
las fuerzas de ocupación, situación que imperó desde la toma de las prin-
cipales ciudades, cuando comenzó a desarmarse a cuerpos al mando de
Ayuntamientos y líderes locales y a un gran número de individuos aislados,
particularmente campesinos portadores de armas de caza.19 El segundo, la
implantación de la censura a toda comunicación hostil a las actuaciones del
Gobierno Militar, algo que se aplicaba a la prensa desde mediados de año y
que, sin duda, remató poco antes de la Proclama la incautación del servicio de
cable y telégrafo.20 El tercer aviso que acompañó la Proclama fue la inmediata
reanudación de los pagos que el Gobierno había suspendido en agosto, algo
llamado a desmovilizar el sentimiento de los muchos empleados y proveedo-
res que malvivían por esos días gracias al cruel mercado informal en el que
negociaban crédito por sus futuros salarios y pagos.21

De la Proclama Knapp a la Proclama Robison:


las luchas por la desocupación

Como autor de la proclama instaurando el Gobierno Militar de los Estados


Unidos en la República Dominicana, Knapp quedó en el acto investido como
gobernador militar, cargo que ocupó hasta su promoción y consecuente reem-
plazo con el contralmirante Thomas Snowden en febrero de 1919. Snowden
fue, a su vez, sustituido en junio de 1921 por el almirante Samuel S. Robison,
que se mantuvo hasta el 22 de octubre de 1922, cuando asumió el poder el
Gobierno Provisional de Juan B. Vicini Burgos. Fueron estos tres militares
los que esencialmente presidieron el Gobierno Militar hasta la instalación del
gobierno provisional, emitiendo cada cual proclamas —un método usual de
comunicación por esos días— que marcaron hito en el proceso de resistencia
política y social que conduciría a la desocupación del país en julio de 1924.22
El influjo que tuvo en la resistencia de los dominicanos a la ocupación del
territorio la proclama Knapp revela, nuevamente, sus rasgos retroversivos,
pues la resistencia política al invasor tomó inicio en el mismo mes de mayo
con el desembarco de los primeros destacamentos, cuando se fundó en Santo
Domingo la Asociación Patriótica de Damas que hizo público repudio y soli-
citó al ministro Russell y al contraalmirante Caperton permitir al Congreso la
elección de un presidente provisional.23

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Historia general del pueblo dominicano

Poco después, afloró la Sociedad Patriótica de Defensa Nacional, movi-


miento constituido:

con el fin de ejercer una acción colectiva inmediata, tan incesante y


tan múltiple e intensa como lo requiere el […] hacer que cese […] la
vejaminosa intervención extranjera […] con la especial delegación de
propagar por todos los ámbitos del territorio nacional la necesidad
de asumir una paciente actitud de pacífica expectación, mientras no
fuere otra la fórmula de defensa […] que la dignidad de la razón y
la conciencia del extremo deber de sucumbir por la integridad terri-
torial y política de la República aconsejen al conmovido patriotismo
de los dominicanos.24

La Sociedad (que luego pasó a denominarse Junta de Defensa Nacional)


llamó a no enfrentar al invasor con las armas, como también hicieron varios lí-
deres políticos ante el rumor de que Arias y los gobernadores de Puerto Plata
y Monte Cristi organizaban la resistencia, algo que hacía temer la llegada de
nuevos contingentes norteamericanos. El Consejo de Secretarios de Estado
del acéfalo gobierno de Jimenes dirigió una carta pública a la Comisión que
había viajado a Santiago a entrevistarse con Arias, pidiéndole que:

Hagan ustedes ver a nuestros conciudadanos del Cibao que ese pa-
triotismo impulsivo y agresivo que determinan las actuaciones de los
rebeldes no es tal patriotismo, ya que este, en la hora presente, solo
puede ser sereno y reflexivo, para salvar así los intereses del país.25

La denuncia internacional también contó entre las primeras acciones


del movimiento nacionalista en ciernes. En Washington, por ejemplo, la
Academia Colombina presentó a diplomáticos de Argentina, Brasil y Chile
el famoso «Memorial de protesta contra la arbitraria ocupación militar de la
República Dominicana por tropas de los EE. UU. de Norte América».26 En
el plano local, el Partido Febrerista del general Antonio Cabral anunció la
intención de poner en circulación en medios periodísticos norteamericanos
un memorial presentando los hechos, pero lo cierto es que el control sobre la
transmisión cablegráfica asumido previamente limitó la circulación de noti-
cias al exterior.27
Un extenso movimiento de repulsa cobró cuerpo en la prensa nacional
desde que la Ocupación se profundizó con el desembarco de Pendleton, la
toma de Santiago y el asedio fiscal que aplicaría la Receptoría al gobierno de

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La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

Henríquez y Carvajal a partir del mes de agosto. Fue la amplitud de la repulsa


en los medios de prensa la que motivó las amenazas del mayor Bearss y la
concomitante creación de la Asociación Nacional de Prensa, cuyos mítines
insistieron siempre en la necesidad de realizar labor internacional de denun-
cia. Pero no solo a través de la prensa. Como en días de la gesta trinitaria, en
la época anterior a la proclamación de la Independencia nacional en 1844, un
teatro político hizo eco de la coyuntura con obras como El derrote de Ciudad
Nueva, No más yes o un matrimonio a lo yankee, Por falta de quórum de Morillo y
Solá, Los yanquis en Santo Domingo de Damirón y Logroño, o La Inmolación de
Pérez Alfonseca, que se exhibían en teatros de Santo Domingo desde inicios
del mes de julio.
El establecimiento formal de la censura el 29 de noviembre silenció la
protesta y la hizo fluir por otros canales. Al día siguiente cesó la edición de La
Bandera Libre, El Radical, El Progresista y el Heraldo Dominicano, primeros en la
larga lista de medios que dejarían de hacerlo.28 Periódicos como el Listín Diario
expresaron su repudio dejando en blanco la página editorial. Es de apreciarse,
en días subsecuentes, la emergencia de una prosa de afirmación hispánica,
como ocurrió también en las ocupaciones de Cuba y Puerto Rico.29
Señala Mejía: «un silencio de tres años empezó en aquel momento», pues
el ocupante comenzó a reprimir abiertamente toda forma de repudio, no solo
en la palabra escrita o el teatro, sino en los numerosos, variados y continuos
gestos de resistencia civil que fueron concitando el proceso de desarme y el
roce cotidiano con la población.
La desaparición de periódicos y revistas de talante combativo, como La
Bandera Libre, El Loro, El Radical, El Progresista, La Bruja o el Heraldo Dominicano
surtieron alguna parálisis en favor del silencio que señala Mejía pero, real-
mente, no contuvieron la repulsa continua del pueblo dominicano frente a la
Ocupación. Hojas sueltas (como las que circularon llamando a los campesinos
a no pagar el Impuesto a la Propiedad),30 proclamas rituales en actos de toda
naturaleza (como la ruptura cultural con las retretas de las bandas norteame-
ricanas), negociaciones sobre asuntos como el que interesaba a los obreros de
la carretera Duarte (que lograron se autorizasen las peleas de gallos en el área
de sus actividades),31 brindan materia presta a la reconstrucción de la protesta
social que se produjo entre mayo de 1916 y las grandes jornadas nacionales
que lograrían la desocupación, con los puntos de inflexión que significaron
las proclamas que enseguida mencionaremos.
El silencio al que se refiere Mejía tomó lugar y la protesta desapare-
ció de muchos medios impresos. Sin embargo, emergieron otros nuevos
que fueron disciplinándose y que se convirtieron en interlocutores de los

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Historia general del pueblo dominicano

proyectos de reforma que impulsaba el ocupante, celebrándolos muchas


veces como viejos anhelos de desarrollo social dominicano, veta explorada
en menor grado por nuestra historiografía —más interesada en la crítica al
imperialismo y en la emergencia del movimiento nacionalista que aborda
un capítulo posterior de esta obra— que ha dejado de lado los elementos
consensuales que fue concitando el nuevo orden de dominación en sectores
de la vida nacional. Se ha destacado, por ejemplo, la mediación que jugaron
intelectuales como Pelegrín Castillo y el opúsculo que dedicó a explicar los
beneficios de la modernización en ciernes,32 pero deben reunirse también,
en un solo cuerpo analítico, las posturas abiertas al invasor, como las re-
vistas profesionales que brotaron en torno al debate de la política de obra
pública;33 las manifestaciones favorables a la pacificación y la persecución del
«gavillerismo»; o el simple gusto por los nuevos consumos impuestos por las
reformas y la modernización.
El silencio se vio facilitado por el anticlímax que resultó del ingreso de los
Estados Unidos en la Guerra Mundial en la primavera de 1917 y los consecuen-
tes realineamientos internacionales, que limitaron políticamente la denuncia
que comenzó a movilizar el presidente legítimo Francisco Henríquez y Carvajal
con su salida del país el 16 de diciembre y su traslado a Santiago de Cuba.
Desarme y censura proseguirían durante el lapso que media entre la
Proclama Knapp y la Proclama Snowden del 23 de diciembre de 1920. Cuánto
progresó el primero hasta entonces es algo difícil de precisar, pero a princi-
pios de 1918 lo había hecho aproximadamente así:

Cuadro 2
Armas incautadas a la población ca. 1916-1917
Distrito Pistolas Rifles Cuchillos Sables Machetes Patas de Mula Escopetas Munición
Militar

Norte 19,419 5,493 735 257 2 474 111 100,160

Sur 11,815 4,963 924 1,246 2,994 87,560

Total 31,234 10,456 735 1,183 1,720 3,105 187,720

Fuente: The Quarterly Report of the Military Government of Santo Domingo for the Months of July, August
and September, 1917; Report of Arms and Ammunition Confiscated… Southern District of Santo Domingo,
enero de 1918.

El fin de la Guerra Mundial creó condiciones favorables al resurgir del


movimiento nacionalista. Como se sabe, el presidente Henríquez y Carvajal
intentó, fallidamente, entrevistarse con Wilson en el marco de la Conferencia

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La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

de Versalles, para plantearle directamente el problema de la desocupación


del territorio y el restablecimiento de la independencia nacional, fracaso que
marcó el inicio de una intensa campaña de denuncia internacional coordina-
da por la Comisión Nacionalista Dominicana establecida en Nueva York a
mediados de 1919. La Comisión sostuvo conversaciones con funcionarios del
Departamento de Estado —a quienes entregó un plan de reformas para la des-
ocupación gradual del territorio— y activó contactos con otras misiones diplo-
máticas. Como señala Mejía, el accionar internacional de la Comisión activó
la movilización política interna, que pronto organizó Juntas Nacionalistas en
distintas ciudades del país en apoyo a las gestiones de Henríquez y Carvajal.
A mediados de 1920, las Juntas Nacionalistas organizaron la Semana
Patriótica con el objeto de recaudar fondos para enviar misiones a capitales
diplomáticas al sur del continente. La agitación interna alcanzó a la prensa
y periodistas como Fabio Fiallo, Horacio Blanco Fombona y Manuel Flores
Cabrera fueron apresados, juzgados por cortes prebostales y encarcelados,
cosa que acicateó de nuevo las acciones del Congreso de la Prensa y la solida-
ridad del periodismo internacional. También alcanzó al medio rural, donde
los nacionalistas movilizaron un boicot al recientemente decretado Impuesto
a la Propiedad, cuya recaudación fue objetada por el líder obrerista nortea-
mericano Samuel Gompers, que gestionó su anulación ante el Departamento
de Marina, aunando a la coyuntura electoral que enfrentaba por esos días al
candidato republicano Harding con el demócrata Cox voces críticas como la
de Horace G. Knowles gracias a quien —a decir de Mejía— «la ocupación de
Santo Domingo desempeñó un importante papel en las elecciones presiden-
ciales de 1920. Sus ataques a la política imperialista de Wilson […] indujeron
al Presidente electo, Warren G. Harding, a hacer declaraciones contrarias a la
intromisión de su país en los asuntos de Hispano América».34
Y así, a fines de año, cuando las movilizaciones desplegadas hacían
pensar que la desocupación se hallaba cercana, sobrevino inesperadamente
la Proclama en la que el despectivo contralmirante Snowden (que se había
pasado el año reforzando la censura y reprimiendo a los críticos de una alar-
deada obra de modernización que se objetaba por doquier) lanzó la idea de
que la desocupación sería posible previo el estudio de la Comisión Consultiva
de notables dominicanos que procedería a formarse con el fin de estudiar las
reformas constitucionales necesarias, la elaboración de una nueva ley electo-
ral con la finalidad de someterlas a Asamblea Constituyente y al Congreso
Nacional tras la aprobación del Gobierno Militar. Los estudios de la Comisión
Consultiva contarían con la participación de un consultor técnico nombrado
por el Gobierno Militar.

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Historia general del pueblo dominicano

La Proclama Snowden (también conocida como Plan Wilson) exacerbó el


movimiento de protesta. En lo esencial, se objetó la legitimidad de que fuese
el Gobierno Militar norteamericano el que convocase y eventualmente auto-
rizase la emisión de una nueva ley electoral. La Comisión designada solicitó
que el consultor técnico nombrado por el Gobierno Militar careciese de voz y
voto en sus deliberaciones, cosa que Snowden denegó y que motivó la renun-
cia de los comisionados.
Con el ascenso de Harding a la presidencia norteamericana el 7 de mayo
de 1921 (y el arribo concomitante del nuevo gobernador militar, el almirante
Samuel S. Robison), se produjo una nueva proclama, bautizada ahora como
Plan Harding. Aunque para Harding resultaba crucial encontrar solución al
problema diplomático que representaba por esos días el caso dominicano, los
funcionarios de segundo nivel que formularon el plan contaban, como señala
Mejía, «con criterio formado sobre la solución por dictar» y lanzaron a la socie-
dad dominicana el 14 de junio una proclama convocando elecciones para de-
signar un Congreso Nacional, tras las cuales el gobernador militar —fungiendo
como jefe del Poder Ejecutivo— nombraría plenipotenciarios dominicanos para
firmar un Tratado de Evacuación, que, para temor del movimiento nacionalista,
debía imperativamente contener disposiciones que reeditaban exigencias de la
ya citada famosa Nota 14 presentada en 1915 al presidente Jimenes.35
Aunque en aquellos días de hartazgo social por la violencia y la mala gestión
de la cosa pública la proclama del recién llegado Robison (o Plan Harding) solo
obtuvo repudio, surtió efecto importante en el campo político del movimiento
nacionalista, que comenzó a escindirse entre los partidarios de la desocupación
«pura y simple» —adherentes del Memorándum de protesta que entregó a la
cancillería norteamericana Henríquez y Carvajal— y los negociadores de térmi-
nos de desocupación que poco más tarde adherirían el Plan Hughes-Peynado,
bajo el cual sobrevendría el arribo del Gobierno Provisional de Juan B. Vicini
Burgos (octubre de 1922) y la desocupación final del territorio en 1924.

La decisión de ocupar, sus causas y sus cursos de acción

En la introducción a la primera edición dominicana del libro El impacto


de la Intervención de Bruce Calder, el historiador Roberto Cassá señala la exis-
tencia de hipótesis alternas en el análisis causal desplegado en el estudio de la
Ocupación, distinguiendo entre los que —como Calder— imputan la decisión

247
La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

de ocupar la República Dominicana a consideraciones estratégicas vinculadas


con la Primera Guerra Mundial y «la orientación dominante en la historiogra-
fía dominicana que, al sustentarse de una u otra manera en el materialismo
histórico, a su vez cuestionó una interpretación previa de ese tenor y buscó los
móviles económicos directos característicos del imperialismo».36 Aunque en ese
breve escrito Cassá no brinda detalle sobre obras y autores comprendidos en
cada tradición historiográfica, debe señalarse que su distinción es cardinal para
el desarrollo futuro de la tarea —todavía pendiente— de producir una histo-
riografía de la Ocupación Militar de 1916-1924 como campo de conocimiento.
Según Bruce Calder:

La causa inmediata más importante de la ocupación […] además de


la lógica de su creciente involucramiento en los asuntos dominica-
nos, era estratégica: el deseo […] de proteger las vías de acceso a su
costa sureña y el Canal de Panamá contra potencias inamistosas, es-
pecialmente de Alemania […]. De importancia claramente menor era
el deseo específico de proteger el control de Estados Unidos sobre la
economía dominicana, de su comercio y recursos, que eran insignifi-
cantes en comparación con los intereses […] en otros lugares.37

Por su parte, para autores como Franc Báez y Wilfredo Lozano (situa-
dos en lo que Cassá define como orientación dominante en la historiografía
dominicana), la Primera Guerra Mundial constituyó, a lo más, una causa co-
yuntural inserta dentro del movimiento estructural general de desarrollo del
capitalismo norteamericano.38 Báez se pregunta:

Pero, la intervención militar, ¿obedeció a fines estratégicos milita-


res o a fines económicos? Quizá la pregunta no está correctamente
planteada en la medida en que, si se analiza detenidamente lo que
tradicionalmente se ha considerado como el trasfondo de las motiva-
ciones «estratégicas» para la intervención, caemos, circularmente, en
una razón económica fundamental: ¿no había sido la primera guerra
mundial en última instancia, un conflicto resultante de las oposicio-
nes entre las potencias capitalistas por adueñarse de las fuentes de
materias primas?39

El contraste entre ambas tradiciones es, en gran medida, disciplinario,


pues a ninguna de las dos escapa factualmente el modo en que geopolítica
y economía interactuaron en el mediano plazo de estructuración del espacio

248
Historia general del pueblo dominicano

geopolítico antillano en que se insertan la Ocupación de 1916 y la Guerra


Mundial. Separadamente, Báez y Lozano concurren con la preocupación
por entender y construir una sociología histórica del proceso de Ocupación,
en tanto la reflexión de Calder operó de modo claramente inductivo, basado
en el examen de una gran masa de documentación legada por los procesos
prácticos y bajo el interés de comprender la coyuntura y su dinámica interior.
No obstante, cabría preguntarse por la pertinencia de inquirir acerca de
causas unívocas o de primero y segundo orden en el análisis de la decisión
de ocupar. A fin de cuentas, los procesos que condujeron a ella resultaron de
campos de acción tan abigarradamente complejos, contradictorios y contin-
gentes, que su dinámica difícilmente podría analizarse con las solas hipótesis
interpretativas del imperialismo económico y el geopolítico.
Paso tras paso, desde 1871, cuando comenzó a entramarse el injerencismo
norteamericano en el país, imperialismo económico y geopolítico avanzaron
de la mano hasta la coyuntura del dieciséis. Como señala McPherson,40 un
claro raciocinio geopolítico con trasfondo económico es perceptible desde
1914, cuando, tras sentar la política de neutralidad hacia la Guerra Mundial,
el presidente Wilson avanzó sobre el espacio latinoamericano interesado en
promover regímenes políticamente estables y fiscalmente responsables que
garantizasen la expansión empresarial norteamericana, perfilándose una
agenda de política exterior hacia el área basada en el control y el saneamiento
fiscal mediante el establecimiento de Receptorías de Aduanas, la constitución
de guardias nacionales (o constabularios) y la promoción de políticas orien-
tadas a la creación de condiciones para el self-government (auto-gobierno),
políticas que aplicaron no solo en el caso dominicano, sino en el haitiano, el
panameño y el nicaragüense, entre otros.41
En este sentido, la preocupación por la defensa eventual del territorio
norteamericano y del Canal de Panamá y el interés por ocupar posiciones mi-
litarmente estratégicas en el país parece haber tenido relevancia marginal, en
tanto no se produjo una notable transformación en la capacidad norteamerica-
na de defensa asociada a la presencia de sus fuerzas en territorio dominicano,
desde el cual eventualmente, incluso, partirían tropas a pelear en el frente eu-
ropeo.42 Como se sabe, la oficialidad norteamericana abrigaba temores sobre
la simpatía de Desiderio Arias por el bando alemán, cosa que también creía
de Luis Felipe Vidal, pero es de dudarse que esos temores jugasen de modo
importante en la decisión, al menos si se juzga a partir del peso que tuvieron
tras la Ocupación las actividades anti-germánicas. McPherson llega a tildar
de paranoicas e inconsistentes las ideas que circulaban en el Departamento
de Marina norteamericano sobre el peligro alemán. Incluso las define como

249
La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

producto de intereses personales, como los del empresario Farnham (que tan-
to influyó en la ocupación de Haití) o los del coronel Thorpe (que algún día,
rememorando sus luchas contra los gavilleros en El Seibo, declararía que «la
campaña de Santo Domingo durante 1918 formaba parte de la Gran Guerra»),
cuando lo que anhelaba ávidamente era su traslado al frente europeo, más
prestigioso y propicio al ascenso que los marginales caminos dominicanos.43
¿Podía en 1918, poco antes del armisticio, ser suelo dominicano trinchera
de la Guerra Mundial? Todo permite suponer que ni lo era entonces ni lo
había sido, y que, en la decisión de mayo de 1916, simplemente primase la
línea de acción que se había fijado el Departamento de Estado en 1913, cuando
el recién estrenado secretario de Estado Robert Bryan pidió a su ministro en
Santo Domingo:

[H]acer saber a los revolucionarios y a quienes fomenten la revolución


[…] que este gobierno no consentirá que el Gobierno Dominicano in-
cremente su deuda para pagar costos y reclamos revolucionarios […] y
que en vista de la Declaración de Política del presidente44 […] este go-
bierno no reconocerá al gobierno de facto y retendrá, en consecuencia,
el porcentaje de las recaudaciones pertenecientes a Santo Domingo,
tanto tiempo como dure el no reconocido gobierno de facto.45

La nota del secretario Bryan fijaba el mecanismo de que se valdría el go-


bierno de Woodrow Wilson para hacer valer la política declarada de sostener
gobiernos estables, legalmente constituidos, con el presunto interés de apun-
talar el orden democrático: la presión financiera. En el curso de los siguientes
tres años, la posición norteamericana se iría especificando hasta contemplar
tanto el tema del control fiscal como la reforma de las fuerzas armadas.46
Pero, más allá de los límites conceptuales que entraña el contraponer esas
grandes hipótesis causales sobre la decisión de ocupar, su sentido emergería
claramente como resultado de las políticas y cursos de acción que implemen-
tó el Gobierno Militar una vez instalada su hegemonía sobre el territorio; esto
es, serían los actos del Gobierno Militar los que darían contenido tanto a las
formas del imperialismo económico como geopolítico.
Como acto de imperialismo económico, la Ocupación ha sido analizada
en obras generales como las de Knight, Lozano y Calder, que son las que
centralmente se han propuesto el estudio del modelo económico implantado,
así como en un cierto número de estudios relativos al impacto sectorial de
las relaciones de intercambio desigual. Entre estos destacan el de Paul Muto
sobre el desarrollo económico del período;47 el de Marlin Clausner sobre la

250
Historia general del pueblo dominicano

reforma a la propiedad del suelo,48 los de Pedro San Miguel y Julie Franks
sobre la resistencia campesina a la compulsión fiscal, laboral y el cambio aso-
ciado al registro de tierras;49 los de César Herrera y Julio C. Estrella sobre la
banca, la deuda y la reforma fiscal,50 así como los dedicados a la expansión de
las compañías azucareras,51 entre otros.
Editada en 1928, la obra de Melvin M. Knight inauguró esa veta analítica
en crítica a ideologías de época sobre el «imperialismo benevolente»,52 pro-
fundizada luego, desde otra perspectiva, por los trabajos citados de Báez y
Lozano sobre el desarrollo de la economía de enclave como elemento central
de la inserción dependiente y subdesarrollada de la formación social domini-
cana en el sistema mundial.53
Lozano, por ejemplo, dedica su estudio a construir la economía política
del modelo de enclave y a mostrar cómo la Ocupación Militar lo consolidó,
beneficiando la expansión del capital norteamericano en la industria azucarera
nacional. Mediante políticas como la Ley de Registro de Tierras de 1920 (que
«consolidó, legalizando, el latifundio azucarero, al sanear los títulos de propie-
dad y a su vez permitió su escalada»),54 o la seguida en materia de importación
de braceros extranjeros, o el establecimiento de la Ley de Aranceles de 1919
(que «reportó hondos beneficios […] al enclave azucarero, gracias a que le per-
mitía la compra de los bienes de producción necesarios a la expansión de la
industria sin prácticamente carga impositiva alguna»),55 el modelo sociológico
construido por el autor prácticamente subsume la labor del Gobierno Militar al
interés del enclave, impresión que refleja meridianamente la opinión del tam-
bién sociólogo José del Castillo, presentador de la obra en 1976:

Toda la acción del ocupante militar norteamericano estuvo destinada


a servir coherentemente el propósito de consolidar esta célula que nos
ataba umbilicalmente al imperialismo; en garantizar un dispositivo
arancelario favorable al enclave y a las mercancías norteamericanas;
en establecer una legislación de tierra favorable a la destrucción de
la propiedad comunera y a la expansión latifundiaria de las corpo-
raciones azucareras; en modernizar el aparato burocrático civil y
militar a fin de eficientizar sus funciones y brindar sólida garantía a
la estabilización indispensable a la prosperidad del enclave.56

La posterior contribución de Calder complejizaría la explicación sobre la


economía política del modelo de enclave y el papel de la Ocupación Militar
asumida por la perspectiva marxista-dependentista, al poner sobre la mesa
evidencia de tensión entre las medidas del Gobierno Militar y los intereses

251
La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

azucareros hegemónicos, respecto de políticas puntuales sobre la importa-


ción de braceros, las condiciones laborales, el impuesto a la propiedad y la
regulación del precio del azúcar,57 hecho que, tácitamente, colocó en el centro
del debate la idea de la Ocupación como proceso unívocamente subordinado
a los intereses expansionistas del capital norteamericano. Recordando ese
debate en fecha reciente, Lozano destaca:

Por otro lado, hay documentación abundante que indica que a los
administradores les preocupaba el estilo despótico de los azucareros
y su vocación abiertamente latifundista. Pero el liberalismo que exhi-
bían los administradores militares no debe llevarnos a la confusión y
pensar que estos no estaban de acuerdo en la expansión latifundista
azucarera. Lo que esto revelaba era claramente las tensiones del pro-
ceso de implementación de un esfuerzo pacificador y modernizador
neocolonial.58

¿Qué papel decidió jugar el Gobierno Militar sobre la acumulación del


capital a partir de su control del Estado nacional? ¿Actuó su posesión del
Estado a modo de «consejo de administración que rige los intereses colectivos
de la clase burguesa» (como formula la clásica frase de Karl Marx), fijando
límites al latifundio azucarero pero deseoso de expandirlo?
Sin duda, las políticas de la administración militar favorecieron la ex-
pansión de los intereses hegemónicos del patrón de acumulación que rigió
la economía nacional en el período. El crecimiento del latifundio azucarero y
maderero, el despliegue del capital bancario norteamericano, las resoluciones
ejecutivas que afectaron la gestión del Ferrocarril Central Dominicano, los
abastecimientos del Estado o la provisión de contratos de obra pública en
favor de firmas estadounidenses, entre otras cosas, dejan ver la relación fun-
cional entre el Gobierno Militar y la expansión de los intereses económicos
del imperio. Resulta estéril cuestionar esa realidad en aras de hipótesis que
privilegien la geopolítica y la defensa nacional norteamericanas.
Cierto razonamiento fértil entraña, sin embargo, el despojar a los ad-
ministradores de la inevitable intención de erigirse en consejo protector de
esos intereses y observar aspectos de lo que Lozano llama «proceso de imple-
mentación», entendido este no desde la perspectiva del deus ex machina por
la consolidación del modelo de enclave, sino desde la perspectiva —llana y
desprovista de supuestos— de captarlo como el curso de acción que siguió
a la decisión de ocupar. Esto es, como el proceso de «llevar adelante» el pro-
blema del gobierno de la sociedad dominicana, estableciendo mecanismos y

252
Historia general del pueblo dominicano

relaciones organizativas necesarias y venciendo los campos de resistencia por


los que debía atravesar su consecución.59
Mirar la implementación de las políticas de Ocupación permite captar
aspectos que interesan al logro de juicios holísticos sobre el orden público y
la acción del Estado bajo el Gobierno Militar. La evidencia puesta por Calder
al debate referido emerge, precisamente, del manejo documental de sus pro-
cesos, no porque los historiadores coetáneos «no manejarán fuentes prima-
rias” —como aclara Lozano—, sino porque su manejo permite captar tanto las
distintas racionalidades que presiden la acción desde el registro documental
cotidiano, como captar la propia complejidad de los procesos, labor de la que
ha emergido, sin duda, el aporte más profundo de los estudios posteriores.60
Llevada esta aproximación al terreno de los procesos de implementación,
surgen a la reflexión dos cuestiones que es necesario dirimir. La primera se re-
fiere a la debilidad historiográfica de suponer al «actor racional» como logos
decisorio en los procesos de implementación, dado que, claramente, las polí-
ticas de ocupación se debieron al concurso de un variado núcleo de agencias,
intereses, identidades y trayectorias de conocimiento social, que tendieron a
actuar bajo condiciones de «racionalidad limitada», como lo analizó a propó-
sito de otro tema el politólogo Graham Allison.61
Carl Kelsey —autor de uno de los primeros estudios académicos sobre la
Ocupación— planteó en 1922: «no existe evidencia de que Washington par-
tiese o desarrollase luego de la decisión de ocupar ningún plan o política bien
estudiada», idea que refrendaría Calder medio siglo más tarde. La sombra del
actor racional baña ese aserto, curiosamente en mente de Calder, a quien no
escapaba el hecho de que dos grandes agencias del Gobierno norteamericano
pugnaron por el liderazgo de la política de Ocupación, tema que profundiza-
ron luego McPherson, Millet y otros más.62
No solo pulsaban por esa definición el Departamento de Marina y el de
Estado —per se, grandes organizaciones que obraban en función de saberes ad-
quiridos en experiencias imperialistas previas, con agendas de objetivos y ruti-
nas de acción más amplios que los desplegados en suelo dominicano—, sino un
abigarrado campo de fuerzas externas que modeló los alcances y las formas de
apropiación de las políticas. La pregunta por el plan maestro emanado del actor
racional pierde sentido en función de esto; incluso la propia implementación se
convirtió —por las condiciones de resistencia social del pueblo dominicano a las
políticas del ocupante— más en una «ciencia de salir del paso» (como califica
Lindblom a las estrategias incrementalistas), que en un diseño viable de acción.63
Pero pudo no tratarse solo de que la acción de campos de poder mode-
lase las decisiones del Gobierno Militar por diseñar e implementar políticas

253
La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

de dominio, del signo que fuesen. También en ellas intervino la constitución


subjetiva del cuerpo administrativo, por no mencionar el peso que agregaban,
desde ese nivel micro-sociológico del sujeto, sus propias expectativas en torno a
la carrera (career), en tanto trayectorias personales de poder y prestigio.64 Sin in-
volucrar esta última dimensión, deben señalarse las tensiones internas debidas
a la constitución subjetiva del cuerpo administrativo, principalmente en materia
de idearios y programas progresivos para intervenir «benevolentemente» en la
sociedad y en la historia dominicana. Tratando el tema del progresivismo como
doctrina sobre la regulación social presente en las ocupaciones norteamericanas
de la guerra hispano-americana de 1898 a la intervención en el Irak de Saddam
Hussein, el historiador A. J. Angulo ha señalado:

En la entraña de las ocupaciones se hallaron dos ideas de progresi-


vismo […] progresivismo humanitarista y progresivismo eficientista
[…]. En cada caso, el elemento humanitarista emergió primero como
catalizador para movilizar el apoyo del público norteamericano a las
intervenciones […]. Luego siguió lo difícil […] las corporaciones y
sus representantes se insertaron para extraer riqueza y ventaja […].
Estos representantes típicamente abrazaron creencias e intereses en
conflicto con los objetivos y deseos de quienes trabajaban en pos de
fines socialmente benéficos.65

Como posicionamiento intelectual y como reedición de prácticas y pro-


gramas históricos, el progresivismo formó parte del proceso de implemen-
tación de las políticas del Gobierno Militar en el país. Rufus H. Lane, Arthur
F. Marix, Philip E. Garrison, militares a cargo de las políticas desplegadas en
la educación y la salud, procedían de experiencias progresivas previamente
implantadas en Cuba, Puerto Rico y Las Filipinas y adaptaron a la realidad
dominicana programas de ese tipo.66
El self-government —uno de los essentials centrales de la democracia nor-
teamericana en su misión expansiva «home and abroad»— impregna la histo-
ria de las ocupaciones de Cuba y Puerto Rico (1898) y Haití y Santo Domingo
(1915/1916) bajo el modo, por ejemplo, de discursos progresivos sobre las
posibilidades de la educación para regular la vida social. Rufus H. Lane —co-
ronel a cargo de la educación nacional entre 1917 y 1920—, solía argumentar
sus decisiones sobre desarrollo educacional en la axiomática correlación entre
alfabetización y auto-gobierno sentada diecisiete años atrás por el secretario
de Guerra Elihu Root al describir al público norteamericano las tareas de los
gobiernos militares recientemente instalados en Cuba y Puerto Rico.67

254
Historia general del pueblo dominicano

Lane opinaba cosas como: «La tarea más importante […] es impulsar el
sistema de escuela pública al grado en que toda la población aprenda a leer y
escribir […] único remedio posible a las condiciones caóticas de desgobierno
y revolución que han prevalecido hasta el presente» o «En muchos distritos
rurales no hay quien sepa leer y escribir y la gente vive en un estado de salva-
jismo […] es imposible pensar que puede sostenerse un gobierno sobre la base
de tal ignorancia»,68 creencia que no era solo dominante entre la casta militar
de la que formaban parte él y Root, sino de muchos de los razonamientos
del progresivismo pedagógico de inspiración deweyana, en su énfasis sobre
la expansión del alfabetismo y el diseño de nuevas formas de participación
social desde la escuela.
El objetivo por el auto-gobierno se halló en el centro de varias de las
políticas implantadas, desde el desarme y la creación de la Guardia Nacional
Dominicana (como proyecto de constabulario profesional, apolítico y autó-
nomo de la trama perniciosa del faccionalismo) hasta el diseño e impulso de
programas aparentemente ajenos a la violencia, como el Servicio Civil.69
Otras áreas de la nueva gestión social que pretendió implantar el ocupan-
te respondían a las preocupaciones de la reforma progresiva en los Estados
Unidos, replicándose en suelo dominicano no necesariamente como parte de
un ideario sino bajo la lógica de simples «rutinas burocráticas», como ocurrió
en el caso de la política de sanidad.
Traído desde Filipinas, donde estuvo al frente de programas de medi-
cina tropical, el cirujano E. P. Garrison también creía abanderar una acción
socialmente benéfica al poner el control epidémico al servicio no solo de la
salud pública de los dominicanos sino, sobre todo, de la seguridad interior
norteamericana, que desde inicios de siglo lideraba el avance epidemológico
pan-americano. Significativamente, la llegada de Garrison al país se contó en-
tre las primeras diez acciones públicas del nuevo gobernador Harry S. Knapp,
que lo designó oficial jefe de Sanidad mediante la Orden Ejecutiva número 6
del 13 de diciembre de 1916.
¿Preocupaba a Knapp la salud del pueblo dominicano tanto como para
tener así de claro que una de sus primeras medidas sería la de designar un ad-
ministrador en la materia? ¿Lo hacía por eso, o lo hacía porque administraba
un contingente de marines lo suficientemente importante como para que una
eventual pandemia entre ellos manchase su prestigio y el del Departamento
de Marina, una de las grandes organizaciones burocráticas de la nación, ejem-
plo de eficiencia en la capacidad de la reforma progresiva para gestionar la
salud de sus ciudadanos?70
Cual fuese el trasfondo de la designación, con la llegada de Garrison
sobrevendrían acciones primordialmente dirigidas al cuerpo de marines y al

255
La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

control de epidemias que amenazasen la salud y la producción en territorio


norteamericano. Procedimientos rutinarios desplegados en los emplazamien-
tos de marines destacados a lo largo y ancho del globo, que luego abrazarían
los problemas de sanidad dominicanos como objetivo y que harían aflorar
otras manifestaciones del pensamiento progresivista en materia de temperan-
cia, control venéreo y prostitución.
¿Cuál progresivismo preponderó en la circunstancia nacional es algo que
solo podrá responder la futura investigación? Algunos estudios recientes des-
tacan la continuación dominicana de reformas llevadas a cabo en los Estados
Unidos71 y esa trayectoria siguieron seguramente varias de las iniciativas
tomadas en torno a la modernización del Estado nacional dominicano. De
momento, baste notar su operación como epistemología social en el nuevo
administrador de la vida dominicana, que muestra ser un ente más complejo
del recortado por el cartabón político con que ha solido analizárselo.
Valga esta reflexión, cuando menos, para matizar la idea, frecuente en la
literatura nacional, de que hubo un lado «bueno» (o menos «malo») como ba-
lance final de la Ocupación, pues el estudio documental de la implementación
cotidiana de sus políticas deja ver que ambas tendencias coexistieron en cada
programa; esto es, no se trató de que las políticas «buenas» correspondiesen a
sectores imbuidos de progresivismo humanitarista y las «malas» se debiesen al
progresivismo extractivista, de faz más imperial. Rufus H. Lane, el por muchos
bien recordado administrador de la expansión escolar de los años 1918-1920,
pareció dejar el cargo por disputas con las triunfantes posiciones del extrac-
tivismo en materia de gasto público; el mismo temido secretario de Interior
y Policía, Ben H. Fuller, promovió iniciativas como la Ley de Empleo solo para
Dominicanos. Ambos, en el accionar de engranajes aún por comprender, donde
se entreveraron epistemologías, relaciones inter-burocráticas de poder y resis-
tencias sociales que, sin lugar a dudas, tornan en algo mucho más complejo e
interesante el análisis sobre el accionar del ocupante.

El gobierno y la política pública durante la Ocupación

A pesar de opiniones que lo contradigan, en la historia de las ocupa-


ciones militares norteamericanas en las Antillas el caso dominicano plantea
la situación de dominio más absoluta.72 Ciertamente, el caso puertorriqueño
pareciera serlo por antonomasia, en tanto la isla fue anexada al territorio de

256
Historia general del pueblo dominicano

la Unión en 1899; sin embargo, el hecho de que gran parte de la población


lo consintiese relativiza la afirmación. El cubano tampoco lo fue, a pesar del
gran interés que existió para dar paso a la anexión y norteamericanización
del territorio mediante mecanismos de aculturación en los que el ocupante
invirtió mucho, pero que fueron interrumpidos por la aplicación de la famo-
sa Enmienda Teller, que hizo cesar al Gobierno Militar del general Wood en
1902. Ni tampoco lo fue la haitiana, a pesar de prolongarse una década más
que la dominicana y de imperar abiertamente en ella el racismo y el desfalco
de las finanzas del Estado, pues el acuerdo que la legitimó limitó la acción del
ocupante solo a ciertas áreas de la vida haitiana y subsistió la posesión del
Estado en manos nacionales.
En la situación dominicana, a pesar de que la Proclama Knapp desterrase
cualquier fin ulterior respecto de la soberanía nacional, la Ocupación no solo
impuso la agenda preexistente sobre el control fiscal y el constabulario sino
que se tradujo en la apropiación absoluta del poder de ejecución del Estado,
en la supresión del Poder Legislativo73 y en la subordinación de facto del Poder
Judicial a los imperativos de la Ley Marcial norteamericana.
Aunque la Proclama enarboló el respeto de las leyes dominicanas, su
vigencia quedaba condicionada al hecho de que «no colidiesen con los fines
de la ocupación», cosa que dio pie, como ha señalado Wenceslao Vega, a la
concentración de los poderes del Estado (Legislativo, Ejecutivo y Judicial) en
la figura del gobernador militar.74 Por ello, el método de gobierno fueron las
Órdenes Ejecutivas, proceso jurídico que inauguró el capitán Harry S. Knapp
el 4 de diciembre de 1916 y que continuaron los gobernadores que lo sucedie-
ron hasta el establecimiento del gobierno provisional de Juan B. Vicini Burgos
en octubre de 1922.
En la tesitura del condicionamiento genérico a la no colisión con los fi-
nes de la Ocupación se soslayaron otros compromisos proclamados, como la
permanencia del funcionariado dominicano en el manejo del gobierno «hasta
que fuese necesario». La primer Orden Ejecutiva promulgada por Knapp
el 4 de diciembre de 1916 justamente establecía que «siendo necesario a los
propósitos de la Ocupación que los despachos de Secretario de Estado de los
Departamentos de Guerra y Marina, y de Interior y Policía, no continúen bajo
la administración de ciudadanos dominicanos, sino que sean administrados
por oficiales de las fuerzas de ocupación, se ordena que, hasta nuevo aviso,
los ciudadanos dominicanos no son elegibles […] y cesan en el desempeño
de ellos, los cuales quedan encomendados al coronel J. H. Pendleton […] jefe
de las fuerzas de los Estados Unidos desembarcadas en Santo Domingo»;75
una semana más tarde, las restantes cinco Secretarías de Estado quedaron

257
La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

bajo mando de militares norteamericanos, destituyéndose sus responsables


dominicanos.76
La Tabla 1 muestra la división funcional del Gobierno dominicano bajo la
Ocupación y el personal a cargo. Como puede verse, algunas secretarías fue-
ron conducidas por un mismo jefe militar, cosa que dotó de mayor univocidad
a la acción del Estado.77 La Secretaría de Guerra y Marina no figura porque fue
abolida por la Orden Ejecutiva No. 115 del 1.° de enero de 1918, quedando la
seguridad interior bajo tutela de la de Interior y Policía, en coordinación con
la Segunda Brigada del Cuerpo de Marina de los Estados Unidos, la cual se
fraccionó en dos territorios principales, Norte y Sur, con asiento en Santiago
y Santo Domingo.78 Por el contrario, la Secretaría de Sanidad y Beneficencia
fue una creación de la Ocupación, que la estableció en octubre de 1919 tras
la rearticulación que operó sobre las formas descentralizadas, parcialmente
civiles y públicas, que databan del pasado reciente.79

Tabla 1
Gobierno Militar de Santo Domingo 1916-1922
GOBERNADOR MILITAR
Capitán Harry S. Knapp
[NOV, 1916/ NOV, 1918]
Contraalmirante Thomas Snowden
[FEB, 1919/ JUN, 1921]
Contraalmirante Samuel S. Robison
[JUN, 1921/OCT, 1922]

INTERIOR Y POLICÍA HACIENDA Y COMERCIO AGRICULTURA E INMIGRACIÓN


Joseph H. Pendleton Ignatius T. Hagner Bion B. Bierer
Ben H. Fuller Arthur H. Mayo Cortlandt C. Baughman
Laurence H. Moses Lybrand P. Smith Ralph M. Warfield

SANIDAD Y BENEFICENCIA JUSTICIA E INSTRUCCIÓN PÚBLICA FOMENTO Y


Philip E. Garrison Lloyd H. Chandler COMUNICACIONES
Reynolds Hayden Rufus H. Lane Bion B. Bierer
Isaac K. Reeves Arthur T. Marix Cortlandt C. Baughman
Frederick A. Ramsey Ralph M. Warfield

RELACIONES EXTERIORES
Lloyd H. Chandler
Rufus H. Lane
Arthur T. Marix
Frederick A. Ramsey

Fuente: Elaboración propia.

258
Historia general del pueblo dominicano

Hubo otras creaciones institucionales debidas al ocupante fuera del mar-


co de las secretarías, como el Tribunal de Tierras, la Comisión Dominicana
de Reclamaciones, la Comisión de Servicio Civil, etc., que generaron cierta
nueva burocracia además de que contaron con jurisdicción, lo que, de hecho,
constituyó una exacción de poder para la judicatura nacional.
En el caso del Poder Judicial, cuya existencia era presuntamente reconoci-
da como soberana en asuntos que no involucrasen miembros de las fuerzas de
ocupación o en los que «colidiesen con sus fines», la presencia del ocupante se
concretó en los tristemente recordados provost marshalls, cuya capacidad para
procesar cualquier asunto sin miramiento de otros órdenes jurisdiccionales
y para intervenir motu proprio, según sus representaciones culturales, en las
relaciones cotidianas del mundo dominicano, llenó tantas páginas de los me-
moriales escritos sobre las arbitrariedades de la Ocupación.80 Los prebostes
norteamericanos fueron establecidos en oficinas rentadas en, al menos, 13 lo-
calidades81 y juzgaron en arreglo tanto con la ley militar norteamericana como
con el de las distintas legislaciones puntuales que fueron produciéndose en la
imposición del nuevo orden civil; por ejemplo: violaciones a disposiciones de
sanidad, policía escolar, agricultura, fisco, entre otras.
Por ello, para el desarrollo de sus diligencias contaron con el concurso
de distintos cuerpos armados: desde luego marines (cuando la cosa juzgada
interesaba a la Segunda Brigada, como la guerra contra el gavillerismo); guar-
dias nacionales (que acompañaron continuamente la contra-insurgencia, pero
a los que se delegaron tareas de vigilancia genérica en las que pronto mos-
traron autoritarismo y brutalidad); policías comunales (en labores de control
sanitario, escolar, fiscal, etc.), además de una cierta burocracia integrada por
intérpretes y delatores.82
Los marshalls eran solo el ápice judicial de un aparato militar que, en su
apogeo, llegó a contar con poco más de 3 mil marines en el territorio nacio-
nal, entre oficiales y alistados. Genéricamente se alude a la Segunda Brigada
Provisional, que, en realidad, fue un cuerpo contingentemente integrado por
distintas unidades —entre regimientos y compañías— según fueron arriban-
do al país. Su distribución en el territorio varió en función de la dinámica
militar de la coyuntura. Al principio las fuerzas tendieron a concentrarse en el
Norte, donde se desarrollaría lo esencial de la tarea del desarme, moviéndose
luego hacia las poblaciones del Este, donde se escenificaría la guerra con los
gavilleros a partir de 1917.

259
La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

Cuadro 3
Personal de la Infantería de Marina, 1916-1924
Mayo de 1916 632
Noviembre de 1916 2,219
Mayo de 1917 1,683
Octubre de 1918 1,964
Febrero de 1919 3,007
Noviembre de 1920 2,267
Octubre de 1921 2,811
Enero de 1922 2,576
Febrero de 1923 2,305
Marzo de 1924 2,076
Septiembre de 1924 133
Fuente: Veggeberg, A Comprehensive Approach, p. 35.

Desde su instauración en noviembre de 1916 hasta la instalación del


Gobierno provisional de Vicini Burgos en octubre de 1922, el Gobierno Militar
de Santo Domingo promulgó un total de 821 órdenes ejecutivas, que concretan
gran parte del accionar de la política pública del Estado durante el período, si
bien no todo, pues existieron cursos de acción que se hallaron al margen de ese
tipo de codificación —como los derivados de la aplicación de la Ley Marcial.
El estudio de las órdenes en tanto cuerpo jurídico que pretendió implan-
tar nuevas formas de legalidad resulta imprescindible para la comprensión
de la política gubernativa y para la caracterización del proceso de reforma
que fue cobrando cuerpo en la narrativa del Gobierno Militar a medida que
la Ocupación se institucionalizaba. La relevancia de esa actividad legislativa
para la comprensión del sentido de la Ocupación resulta meridianamente
clara si simplemente consideramos el listado de las que habrían de conti-
nuar vigentes como parte de las negociaciones alcanzadas en la Convención
Domínico-Americana de 1924.83
Vega Boyrie destaca áreas en las que esa acción legislativa marcó hitos en
el desarrollo del orden normativo nacional, como la militar, la hacendaria, la
salud pública o la propiedad. Aunque solo sitúa sus principales contornos, su
señalamiento aúna al interés por el desarrollo de una agenda de investigación
sobre la Ocupación Militar como proceso de reforma en múltiples campos de
la vida social.84
Proceso, no proyecto, en tanto las reformas no se articulaban con un plan
sino que se estructuraron por distintas vías y en función de circunstancias

260
Historia general del pueblo dominicano

contingentes, desde el traslado de experiencias y saberes foráneos hasta el


consejo e interés de los propios dominicanos. La reforma sanitaria, por ejem-
plo, se debió más a procedimientos rutinarios del Departamento de Marina
en torno a la preservación de sus marines y a la preocupación panamericana
por la pandemia de gripe (en mucho debida a la estrategia de seguridad de-
mográfica y productiva estadounidense), que al interés por la salud de los
dominicanos, si bien abrazó luego al resto de la población y reestructuró juris-
diccionalmente quién podía, legítimamente, hacerse cargo del servicio.85 Por
el contrario, la reforma al régimen de propiedad era propósito nacional desde
los días del presidente Cáceres y pareció hallar condiciones con la pacificación
forzosa del país a partir de 1916.
A la hora de la Ocupación, el discurso reformista del poder interventor
contaba con objetivos construidos en el pasado reciente: las finanzas y el cons-
tabulario, temas centrales en la agenda de transformaciones con que presio-
naron a los presidentes Jimenes y Henríquez. Luego, proclamado el dominio
absoluto sobre la sociedad dominicana, la agenda reformista expandió sus
objetivos a varios sectores de la vida nacional.
Junto con la hacienda y la fuerza militar, el comercio, las comunicacio-
nes, la enseñanza, la organización comunal, el régimen penal, el registro de
la propiedad y la salud, se cuentan entre los sectores que sufrieron mayores
reformas. En algunos casos, el proceso reformista tuvo carácter sectorial (el
constabulario, la educación, la sanidad, la hacienda, por ejemplo). En otros,
tuvo carácter aislado, relacionado con problemáticas puntuales como el reco-
nocimiento de paternidad, la protección de las aves silvestres, de la foresta o
del uso del agua en zonas áridas. Aunque en varias ocasiones dichos procesos
no rebasaron el mero plano jurídico (que es el que Vega Boyrie sugiere con-
siderar cabalmente), ni produjeron debate público, no carecieron, por ello,
de una epistemología que los fundase ni de una sociología de adherentes y
opositores, como lo postula metodológicamente Thomas Popkewitz.86
Nuestro conocimiento sobre las reformas habidas durante la Ocupación
es insuficiente y se halla mayormente disperso. Salvo estudios específicamen-
te referidos, por ejemplo, a la Guardia Nacional Dominicana, la sanidad, las
instituciones penitenciarias o la educación,87 el análisis de las reformas acae-
cidas en otros campos de actividad se encuentra fragmentado en obras que
lo abordan como parte de estudios históricos de más largo aliento respecto
de temas como la banca, el derecho, la deuda, la economía, la medicina, el
movimiento obrero o la propiedad inmobiliaria.88
Sin embargo, hubo procesos de reforma que apenas han sido tratados,
como el que propuso implantar la Ley de Servicio Civil promulgada en abril

261
La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

de 1920, que designó una Comisión nacional «encargada del nombramiento,


restitución, transferencia, ascenso, descenso y destitución de los funcionarios
y empleados públicos, [que] responderá de la eficiencia desplegada y de la
uniformidad de los métodos empleados en estos asuntos».89 Al decir de Mejía,
la ley perseguía «impedir que los cargos públicos estén sometidos a intereses
políticos»,90 cosa que era cierta y de la que trata un profuso discurso episte-
mológico fundado en la noción de la deshonestidad del funcionariado domi-
nicano, pero que también tuvo que ver con esfuerzos por construir auténticos
cuerpos burocráticos, basado en la adecuación de roles y funciones y en la
transmisión vertical de la obediencia.
Tampoco es mucho lo que se ha indagado, por ejemplo, sobre las reformas
impulsadas en la producción agrícola (en la que se implantó la enseñanza, la
experimentación institucional y, como diría Grignon, «la dominación simbó-
lica del campesinado», instaurándose prácticas asociadas al productivismo
que permanecerían desde entonces, como las ferias y los concursos regionales
y nacionales, la protección fitosanitaria, entre otras), el comercio (normativas
relacionadas con la solvencia, la bancarrota y el asociacionismo), o la protec-
ción de los recursos naturales.
Resultando impensable tratar en este marco el espectro general de asuntos
tocados por la legislación reformista que la Ocupación persiguió imponer (y
de las políticas con que procuró afianzarlo), limitaremos nuestro acercamien-
to a las reformas seguidas en materia de hacienda y educación, por tratarse
de ámbitos en los que el impacto de la ocupación ha sido menos analizado
—particularmente educación— o que merecen hipótesis interpretativas de
carácter más abarcador, como la hacienda pública.

La política fiscal: de la Receptoría de Aduanas a la reforma hacendaria

Poco antes de la aprobación de la Convención Domínico-Americana de


1907, el doctor Jacob H. Hollander, asesor del Gobierno dominicano en la rene-
gociación de la deuda pública, señalaba que, frente a la Convención establecida
en 1905, la que entraría en vigor era «una solución sabia, sensata y viable al no
comprometer a los Estados Unidos a nada que exceda el problema inmediato
que se enfrenta», considerando preferible limitar la intervención de su país al
establecimiento de la Receptoría General de Aduanas que permitiría pagar a
los acreedores, que el involucramiento directo con la negociación, validación
y ajuste de esas deudas, o con el ofrecer al Gobierno dominicano «la asistencia
adicional que pueda requerir para mantener un gobierno ordenado y eficien-
te», como lo establecía la Convención de 1905.91 Su opinión convalidaba la

262
Historia general del pueblo dominicano

posición asumida dos años atrás por el Senado norteamericano, que había
decidido suspender la aprobación de la Convención de 1905 por los debates
sobre el expansionismo exterior, dando paso a soluciones informales como el
Modus Vivendi y el Plan de Ajuste, antecesores de la Convención finalmente
establecida en 1907.92
Pero, ¿desterraba esta visión de limitar el establecimiento de la Receptoría
a la solución del pago de la deuda el interés por intervenir más profunda-
mente en el orden fiscal dominicano? Evidentemente no, como lo mostrarían
claramente a la vuelta de unos pocos años las presiones ejercidas —con éxi-
to— sobre el presidente Bordas Valdez para la designación de un «experto
financiero» norteamericano que asesorase al Gobierno dominicano en materia
fiscal, continuadas luego sobre el presidente Jimenes a través de la famosa
Nota 14 del 19 de noviembre de 1915, auténtico preludio programático de las
políticas fiscales que seguiría el Gobierno Militar de Ocupación.
Respecto del «experto financiero», la Nota 14 señalaba, entre otras cosas:

El Consejero Financiero deberá hacer efectivas las cláusulas de la


Convención de 1907, ayudando a los funcionarios competentes del
Gobierno dominicano en la adjudicación y ajuste de toda su deuda
pendiente; formular y establecer un sistema adecuado de contabili-
dad pública; investigar los medios propios de aumentar las rentas
públicas, ajustando a ello los gastos públicos a fin de evitar los défi-
cits; averiguar la validez de cualquiera y todas las reclamaciones que
puedan ser presentadas contra el Gobierno Dominicano; refrendar
todos los cheques, giros, libramientos y órdenes para el pago de los
fondos dominicanos a terceros; […] ayudar a los funcionarios com-
petentes del Gobierno Dominicano en la preparación del presupues-
to anual y ayudarles a relacionar con él los gastos gubernamentales;
recomendar métodos adelantados para aplicar las rentas y hacerle al
Ministro de Hacienda todas las recomendaciones que juzgue nece-
sarias para bienestar y la prosperidad de la República Dominicana.93

Consumada la Ocupación, el tema del «experto financiero» perdió toda


sustancia, procediendo las autoridades militares a desarrollar directamente
su proyecto de reforma del sistema hacendario.94 De hecho, tal y como ocu-
rrió con la censura y con el porte de armas, las primeras medidas fiscales no
tuvieron que aguardar a la proclamación formal de la Ocupación, tomándose
la primera de ellas con la incautación de las recaudaciones internas por parte
de la Receptoría General efectuada a mediados de junio de 1916.

263
La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

Cierta lectura de aquel secuestro ilegítimo de las rentas internas por la


Receptoría lo insertaría en la lógica del cerco fiscal que el ocupante estrechaba
sobre el gobierno de Henríquez y Carvajal, cosa que tuvo coyunturalmente
efecto en ese sentido. Sin embargo, puede también leérselo en el marco de
una serie de medidas similares de concentración del ingreso en manos del
Gobierno Militar que, como veremos, modificarían la estructura distributiva
de la renta nacional en favor no solo del poder ocupante sino, en último tér-
mino, del propio Estado nacional.
Concentración y centralización son conceptos que permiten caracterizar
sustantivamente la naturaleza de las políticas desplegadas por el Gobierno
Militar en materia de fiscalidad y renta del sector público. Bajo distintos me-
canismos, las órdenes ejecutivas que se dictaron en la materia persiguieron
allegarle jurisdicción y riqueza al poder central en ámbitos que, antes, de jure
o de facto, escapaban a sus manos.
Ciertas medidas concentraron riqueza en favor del Estado nacional por el
simple control centralizado del ingreso y el gasto públicos; esto es, se plantea-
ron maximizar recursos en los intercambios económicos del gobierno nacional
mediante el control de procesos que antes —según el ocupante— permitían su
desvío. Otras surtieron ese mismo efecto, pero mediante la creación de nuevas
jurisdicciones al poder central, que se allegó así recursos que se hallaban pre-
viamente en poder de otros actores y con los que no podía contar. Finalmente,
otras más crearon nuevas fuentes de riqueza para el Estado nacional a través
de instrumentos de carácter netamente fiscal —como los impuestos—, o me-
diante la implantación de sistemas de inspección contable más estrictos.
En principio, el sentido de esas innovaciones hacendarias puede conec-
tarse con el tema inmediato del cobro de la deuda, según lo convenido en el
arreglo de 1907. De hecho, llegado un cierto momento en la gestión militar
del Gobierno, se dictaron disposiciones que aceleraron el ritmo de la amor-
tización al grado de acercar a 1925 el horizonte del saldo final, previsto para
1958.95 Sin embargo, más allá de ese objetivo, resulta claro el propósito de
efectuar reformas que sentasen bases para el desempeño fiscalmente esta-
ble del Estado nacional en el largo plazo, permaneciese o no este en manos
norteamericanas. Tal propósito fue encargado al profesor de la Universidad
de Yale Fred Rogers Fairchild, que realizó una estancia de seis meses en el
país invitado por el gobernador Knapp, dedicada a la confección de una
propuesta de reformas cuyo espíritu esencial quedó plasmado en artícu-
los de circulación académica. No ha podido accederse al diagnóstico de
Fairchild, pero su artículo «The Public Finance of Santo Domingo» plantea
las ideas centrales de las medidas propuestas, que perseguían esencialmente

264
Historia general del pueblo dominicano

aminorar la dependencia fiscal de los ingresos aduaneros y de los impuestos


indirectos al consumo.96
Sin embargo, con antelación a la visita de Fairchild, que se verificó en
el segundo semestre de 1917,97 los encargados del Gobierno Militar habían
comenzado a moverse sistemáticamente en la idea de fortalecer las bases
fiscales del Estado dominicano. De hecho, la mismísima segunda Orden
Ejecutiva tuvo naturaleza fiscal, al decretar la creación del «Fondo Artículo
456-extra. Gastos Imprevistos» en el cual comenzarían a depositarse los re-
cursos procedentes de los sucesivos recortes que sufriría el gasto regular del
gobierno nacional, comenzando por los sueldos de la Asamblea Nacional y
de los oficiales al mando de los gobiernos provinciales hasta eventualmente
incorporar los de las Comandancias de Puertos, el presidente de la República
y los secretarios de Estado.98
Mayor trascendencia fiscal la tendría la Orden Ejecutiva No. 9, del 18 de
diciembre de 1916, que estableció el Departamento Examinador de Cuentas,
con el propósito de «revisar todos los derechos, desembolsos y propiedades
del Gobierno dominicano». Pronto, el Departamento derivó en dos secciones
funcionales: la abocada a la recaudación de las rentas internas —a cargo de
Walter M. St. Elmo, traído desde Puerto Rico con ese fin— y la especializada en
la gestión de los suministros del Estado, dirigida por John Loomis.99 En pers-
pectiva del ocupante, la implantación del Departamento Examinador (origen
de la actual Dirección General de Impuestos Internos) se justificaba en tanto:

El sistema financiero del Gobierno estaba desorganizado. La recau-


dación de los ingresos internos fue irregular y solo una fracción de
lo que legalmente se debía al Gobierno llegó alguna vez al tesoro
nacional. No hubo un control efectivo de los desembolsos, y aunque
existía un sistema presupuestario, las disposiciones del presupuesto
recibieron poca atención y solo se cumplieron cuando fue conve-
niente hacerlo.100

El establecimiento del Departamento Examinador marcó pauta para el


ejercicio de un creciente poder centralizador que, en el corto plazo, afectó
circuitos de aparente desvío de fondos públicos en puertos, consulados y juz-
gados, pero que más tarde avanzaría sobre circuitos de circulación de la renta
pública que escapaban a la jurisdicción del poder central. La O. E. No. 19,
del ocho de enero de 1917, reordenó las jurisdicciones de las Comandancias
de Puertos, trasladando su contabilidad a la Receptoría General de Aduanas,
donde también se concentrarían las cuentas y los ingresos de los Consulados

265
La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

(O. E. No. 53) y los Juzgados.101 Otras disposiciones de centralización y con-


trol operaron en relación con las adquisiciones del Estado (O. E. No. 36), los
reembolsos fiscales de las estampillas de exportación (O. E. No. 64) y la supre-
sión de las comisiones establecidas en la Ley de Papel Sellado y en la Ley de
Correos (O. E. No. 116).102
En su descripción de las medidas, Arthur H. Mayo, responsable de la
Secretaría de Hacienda y Comercio, aporta imágenes que nutren el discurso
epistemológico de la reforma requerida para abatir el perpetuo marasmo del
Estado dominicano. En referencia a la Orden No. 36, Mayo señala:

El siguiente paso importante […] fue […] la orden ejecutiva […]


que disponía que no debía comprarse ningún material, suministro o
propiedad, ni endeudamiento de ningún tipo a cuenta del Gobierno
dominicano por parte de cualquier funcionario o empleado, excepto
previa autorización formal del funcionario que administra el depar-
tamento de finanzas y comercio. En el pasado, cualquier funcionario
de Gobierno podía elegir suministros a cuenta del Gobierno. Dicha
práctica condujo a la creación de un endeudamiento innecesario, y
como no se mantenían registros de las adquisiciones y no se requería
nada para poder hacerlo, máquinas de escribir, equipo de oficina y
papelería se compraban continuamente, en tanto más del 80 % de
las oficinas públicas carecían de muebles o equipos, o tenían uno
o dos escritorios y algunas sillas miserables. Al parecer, la práctica
consistía en comprar equipo por cuenta del Gobierno para venderlo
por la puerta trasera de la oficina a particulares. Los administradores
de la renta pública frecuentemente pagan por suministros que jamás
reciben […] deduciendo dichos pagos y depositando en la Tesorería
solamente el saldo.103

En el corto plazo posterior a la Proclamación y al lanzamiento de las


primeras políticas de fomento, otra forma de concentración de recursos la
proporcionó el control centralizado del gasto en empleo, ámbito al que se
orientaron las Órdenes Ejecutivas números 34 y 88. La segunda Orden instau-
ró el llamado «Fondo de Fidelidad», según el cual todo funcionario encargado
de los suministros del gobierno nacional habría de contribuir con una prima
de su salario en prenda por el eventual mal uso de sus atribuciones.104 Las ra-
zones para el establecimiento de la primera nutren también a la epistemología
de la reforma fiscal y al discurso sobre el uso patrimonialista de los recur-
sos públicos y la ínclita deshonestidad del funcionariado dominicano: «Una

266
Historia general del pueblo dominicano

problemática que emergió frecuentemente fue el de ocupantes de cargos en


oficinas públicas que nunca se habían presentado y que, no obstante, tuviesen
el derecho a recibir salarios por servicios que nunca habían prestado».105 La
Orden No. 34 iba específicamente dirigida a hacer frente a las innúmeras re-
clamaciones por sueldos caídos que presentaron en masa al Gobierno Militar
burócratas de todo nivel empleados en el lapso previo a la Ocupación, y por
prestatarios tenedores de letras y pagarés a cuenta de aquellos.106
A ese fondo de deudas dudosamente contraídas por el gobierno nacio-
nal vino a hacer frente la famosa Comisión de Reclamaciones establecida por
la Orden Ejecutiva N° 32 del 15 de febrero de 1917, que constituyó uno de
los principales instrumentos de política fiscal y financiera de que dispuso el
gobierno interventor —capítulo de sobra conocido—, durante el cual fueron
saneados adeudos presentados a la cuenta pública no solo por exempleados
de gobierno, sino por empresarios y financistas históricos de sus múltiples
operaciones en las idas y vueltas revolucionarias, entre otras situaciones más.
La Comisión examinó y tomó resoluciones sobre un montante cercano a los
17 millones de dólares, logrando reducir los adeudos a poco menos de 5, en
el marco de procesos para los que se le asignó una burocracia especializada
dotada de jurisdicción punitiva.
El resultado del saneamiento de esa deuda se liquidó en efectivo a los
tenedores de reclamaciones inferiores a 50 dólares, mientras que el grueso
del adeudo fue capitalizado por una emisión de bonos en la que intervino
la correduría de Fletcher Anderson & Co., de Indianápolis. Según Herrera,
el coronel Mayo, a cargo de la Secretaría de Hacienda y Comercio, realizó
movimientos dudosos con la operación de esos bonos.107 En la narrativa del
ocupante sirvieron para acelerar la amortización del adeudo global sostenido
por las emisiones financieras de 1908.108

Cuadro 4
Valor de los procesos juzgados por la
Comisión Dominicana de Reclamaciones (1920)
Número y monto total de las Reclamaciones históricas 9,088 16,960,513
Monto del ajuste al total de las Reclamaciones 4,521,558
Monto total Reclamaciones ajustadas 12,438,955
Admitidas 6,287 4,292,344
Rechazadas 2,610 7,496,796
Anuladas 48 211,982
Fuera de jurisdicción 93 437,833
Fuente: Mayo, «Report», p. 979.

267
La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

Sin embargo, la concentración financiera debida a esos dispositivos re-


sulta pequeña cuando se la compara con la debida a las reformas en las ren-
tas internas —mayormente en manos del nivel municipal—, si bien algunos
nuevos impuestos (sobre todo el de los alcoholes y las especies timbradas)
generarían un importante vector en los recursos fiscales del Estado nacional.
Fueron las rentas municipales —amparadas bajo las sucesivas leyes
generales de patentes, que concedían a las comunes un amplio margen de
autonomía en el establecimiento y fijación de impuestos locales— por donde
se operó el mayor movimiento de concentración y centralización del ingreso
en favor del gobierno central, algo invariantemente aparejado a la formación
histórica del Estado nacional.
Muy pronto el ocupante comenzó su avance sobre la autonomía juris-
diccional de las comunes en materia de ingreso y gasto público, quizás en
conexión con las recomendaciones legadas por Fairchild, para quien:

El actual sistema de ingresos comunales es un asunto notable, crea-


do temeraria y maravillosamente. Al menos treinta y tres fuentes de
ingresos diferentes son distinguibles. No hay estadísticas confiables,
oficiales o de otro tipo, de las finanzas comunales […]. En resumen,
no es exagerado decir que en todo el sistema de ingresos locales de
la República Dominicana no existe un único ejemplo de tributación
sensata. Lo mejor que se puede decir de él es que produce un ingreso
considerable. El promedio para todas las comunes es sobradamente
de $1 dólar per cápita. Hay pocas razones para dudar de que, con
una gestión honesta y eficiente, estos ingresos serían adecuados para
todas las necesidades esenciales.109

Justo por los días del retorno de Fairchild a su cubículo en la Universidad


de Yale, la Orden Ejecutiva No. 111 instauró un primer avance sobre las
rentas municipales al decretar la «Ley sobre el cobro de los Impuestos
Municipales»,110 que fijaba pena de incautación de bienes a los deudores de
Ayuntamientos que no saldasen quince días después de la colocación de
avisos en las casas edilicias. Además del embargo, la orden condicionaba la
admisión de reclamaciones en la Comisión relativa a la comprobación del
pago de esos adeudos. La nueva ley constituyó una medida preliminar de
acopio de ingresos pasivos, de los que luego se apoderaría directa o indirec-
tamente el Gobierno Militar mediante nuevas órdenes ejecutivas amparadas
por la epistemología del «con una gestión honesta y eficiente [los recursos en
poder de los Ayuntamientos] serían adecuados para todas las necesidades

268
Historia general del pueblo dominicano

esenciales». Obviamente, el agente capaz de esa gestión solo podía serlo la


burocracia científica entrañada en el Gobierno Militar.
Ordenado el acopio, la nueva Orden Ejecutiva No. 146 modificó las reglas
de uso y gestión de las rentas municipales destinadas a la Instrucción Pública,
estableciendo que «la suma que dedican los ayuntamientos de la República al
sostenimiento de la enseñanza pública […] no podrá en ningún momento ser
inferior al 15 % de lo que cada uno de ellos presupone como ingresos generales
para el año, además del producido neto del impuesto de Patentes» y otorgó
jurisdicción a la Secretaría de Justicia e Instrucción Pública para supervisar su
recaudación y entero, cosa de la que se encargaría su cuerpo de inspectores.
Sin suponer todavía la exacción dineraria del ingreso para instrucción,
con la Orden No. 146 comenzó la centralización ilustrada del nuevo gestor
honesto.111 Algo por lo que había luchado la generación normalista.
Al depositar en inspectores e intendentes de Enseñanza jurisdicción para
controlar, supervisar y autorizar el gasto municipal en la enseñanza, la Orden
No. 146 puso en manos del Gobierno nacional la gran masa de recursos bajo ju-
risdicción de los ayuntamientos, afectando las ententes de poder organizadas
en relación con la elección de maestros y edificios para la instrucción, como
se tratará al examinar la reforma educacional. La orden también acrecentó la
disponibilidad de recursos en manos de la Secretaría de Justicia e Instrucción
Pública que, a partir de medidas como esta, comenzó la ejecución del extenso
plan de escolarización llevado a cabo en los años 1918-1920. La Orden No. 146
no creó nuevos recursos fiscales de propiedad del gobierno nacional, pero
puso a su disposición y control los existentes en otras fuentes patrimoniales,
algo que, en la coyuntura, le permitió obtener legitimidad. En lo esencial, la
medida supuso un nuevo girón formativo en la historia del Estado nacional,
al dotarlo de formas centralizadas de gestión de la renta.
Poco después, el Gobierno Militar decretó la Orden Ejecutiva No. 158,
estableciendo una nueva Ley de Patentes, que tendió a simplificar la «teme-
raria y maravillosamente» urdida trama de impuestos locales que asombraba
a Fairchild como muestra de tributación «insensata». La nueva ley fue luego
reforzada por la Orden No. 181, que obligaba a los ayuntamientos a rendir
cuentas de sus ingresos y egresos y los sometía al control, supervisión y exa-
men establecidos en 1916 con la creación del Departamento Examinador de
Cuentas. Finalmente, la Orden Ejecutiva No. 369 de diciembre de 1919 cerró
la dinámica general de control sobre las rentas internas al centralizar la re-
caudación del Impuesto de Patentes en la Contaduría General de Hacienda.112
Pero la doctrina fiscal en la que abrevaba Fairchild en aquellos días del
nuevo nacionalismo rooseveltiano no avanzó sobre los ingresos municipales

269
La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

con el solo fin de controlar su usufructo por el Estado nacional, tornándolos


«adecuados para todas las necesidades esenciales», sino en el marco de un ob-
jetivo más general relativo al logro de una menor dependencia del gobierno
nacional respecto de los impuestos indirectos.

La ausencia total de impuestos directos es notable. El estudio del


sistema impositivo muestra que no existe intención de ajustarlo al
principio de capacidad de pago. En él se cumple evidentemente la
reconocida tendencia del impuesto indirecto de pesar más sobre los
pobres [...]. Se ha señalado la gran dependencia de los dominicanos
del comercio exterior para sufragar sus necesidades. Los derechos
aduaneros elevan el costo de la vida y ponen muchos artículos im-
portantes fuera del alcance de las grandes mayorías. Los altos im-
puestos aduaneros y los impuestos especiales obstaculizan también
los negocios y la industria, evidentemente. No cabe duda de que el
sistema impositivo es una de las causas del poco desarrollo econó-
mico del país. Es un axioma de las finanzas públicas que los ingresos
provenientes de aduanas e impuestos especiales son peculiarmente
inestables, dependiendo del nivel del comercio y la industria. Es un
asunto serio para cualquier país depender en esa medida de tales
ingresos.113

A esta filosofía fiscal respondió un gran número de las intervenciones


hacendarias del ocupante y de ella derivó la más emblemática historia de
intervención y regulación del mercado social desarrollada por el Gobierno
Militar de Ocupación: el registro y la regularización de la propiedad inmue-
ble. Sin embargo, antes de tocar la muy conocida Ley de Registro de Títulos
de Propiedad de la que nació el Tribunal de Tierras en 1920, se mencionarán
brevemente otras medidas de control, centralización y concentración fiscal
anteriores a la fallida gran apuesta fiscal del ocupante: la imposición directa
como fuente principal de la riqueza pública.
Paralelas a la centralización del gasto público y al creciente control juris-
diccional sobre la renta municipal, el Gobierno Militar decretó otras medidas
tendentes a allegar recursos adicionales al erario público. Entre estas desta-
can nuevos impuestos directos a la producción de alcohol, a las licencias de
conducir y a los servicios proporcionados por empresas de propiedad estatal
(como el Ferrocarril Central Dominicano, el correo postal, la radiotelegrafía,
entre otros) y el ejercicio de formas inéditas de control del ingreso privado,
como la obligación de importadores y manufactureros de llevar registros

270
Historia general del pueblo dominicano

contables para la supervisión de la Secretaría de Hacienda y Comercio y la


centralización de los reembolsos de estampillas pagadas por exportación.114
El conjunto de reformas descritas implicó un importante crecimiento del
presupuesto gubernamental, como puede apreciarse en los Cuadros 5 y 6 que
registran la evolución bruta de los ingresos del Gobierno entre 1914 y 1920
y el impacto presupuestario de algunos de los circuitos fiscales reformados.
Debe destacarse el salto que registran las rentas internas, que son las que
fundamentalmente explican el crecimiento total, algo que, hasta cierto punto,
complejiza la idea de que el boom fiscal de la llamada Danza de los Millones
—que es cuando los programas del Gobierno Militar exhiben sus mayores
avances— fuese algo esencialmente fundado en el superávit aduanero debido
al alza de precios de los productos tradicionales de exportación que estimu-
laba la guerra.
Cuadro 5
Ingresos del Gobierno dominicano
1914-1920
Año Rentas Internas Ingresos aduaneros Total % R. I. % I. A.
1914 1, 068,508 3,094,584 4,163,092 25.7 74.3
1915 559,366 3,882,048 4,441,415 12.6 87.4
1916 674,163 4,035,355 4,709,518 14.3 85.7
1917 1,234,177 5,329,574 6,563,751 19.0 81.0
1918 1,700,588 4,318,815 6,019,404 28.2 71.8
1919 3,200,000 4,300,000 7,500,000 42.6 57.4
1920 a
3,629,800 3,300,000 6,929,800 52.4 47.6
Fuente: Snowden, Santo Domingo, p. 12; a Mayo, «Report», p. 986.

Cuadro 6
Ingresos fiscales en rubros seleccionados
1916 1917 1918 1919 1920
Venta de sellos de correo 36,000 36,000 40,000 55,000 70,000
Telégrafos y teléfonos 5,000 5,000 20,000 50,000 75,000
Derechos consulares 36,000 36,000 75,000 60,000 75,000
Ley de Patentes 500,000 582,000
Papel sellado 80,000 80,000 160,000
560,000 440,000
Sobre estampillas 100,000 100,000 280,000
Sobre alcoholes 150,000 150,000 250,000 450,000 705,000
Ley de Caminos 5,000 10,000 16,000
Ley de Impuesto a la Propiedad 1,200,000
Ferrocarril Central Dominicano 120,000 120,000 320,000 180,000 150,000
Fuente: Mayo, «Report», pp. 980-987.

271
La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

La idea de Fairchild sobre la creación de una política fiscal basada en los


impuestos directos contemplaba la imposición a la propiedad, a las rentas
y a las sucesiones. En un párrafo que conviene citar in extenso por ilustrar
claramente giros del progresivismo rooseveltiano, Fairchild decía:

La debilidad fundamental de los ingresos dominicanos, nacionales


y locales, es la dependencia casi total de los impuestos indirectos.
El sistema es injusto porque impone una pesada carga a los pobres,
mientras que la propiedad y los ingresos de los adinerados quedan
prácticamente libres. El sistema es además una pesada carga para
el comercio y la industria. La gran necesidad es una revisión com-
pleta que reduzca y perfeccione los impuestos indirectos y agregue
alguna forma de impuestos directos. Aún quedan por describir
ciertas condiciones peculiares que hacen que la introducción de la
imposición directa sea un problema extraordinariamente difícil e
interesante. Las tres formas importantes de impuestos directos son
el impuesto sobre la renta, el impuesto a la propiedad y el impues-
to a la herencia. De lo que se ha demostrado sobre el desarrollo
económico atrasado del país y la pobreza de la masa de la gente,
está claro que no hay campo para el impuesto a la renta. El im-
puesto a la herencia puede ser una adición útil a la maquinaria
fiscal. No generaría grandes ingresos, pero contribuiría a la justicia.
Pero aquí encontramos un obstáculo en el peculiar estado de la ley
dominicana de la herencia. La ley no obliga a traer propiedades a
los tribunales para su liquidación. Pueden ser divididos en privado
por los herederos o transmitidos sin dividir. La administración de
un impuesto a la herencia, en lugar de ser un simple procedimiento
de rutina como en nuestros Estados, sería una cuestión de la mayor
dificultad.115

Descartados el impuesto a la renta y a la herencia, el referido a la pro-


piedad resultaba ser el actor principal de la gran transformación propuesta
y, por supuesto, el medio para arribar a su establecimiento era resolver el
viejo problema del registro de títulos de propiedad, que, en el medio rural,
alcanzaba complejas formas de existencia y, por tanto, de resolución. No es
este el espacio para tratar, siquiera en sus contornos más gruesos, el proble-
ma que enfrentaba hacia 1918 la propiedad inmueble. Baste solo decir que la
expedición de la Orden Ejecutiva No. 511 (sobre registro de tierras, deslinde,

272
Historia general del pueblo dominicano

mensura y partición de terrenos comuneros), del 11 de julio de 1920 debe ser


vista no solo como un mecanismo para la legalización del latifundio azuca-
rero,116 sino como una vía para constituir una masa de futuros causantes apta
para la reconversión de las bases fiscales del Estado nacional.
En coherencia con esta idea, en abril de 1919 fue decretada la ley del
Impuesto a la Propiedad, medida que generaría grandes protestas en los pla-
nos nacional e internacional, y que sumaría su fracaso a la debacle final de
las políticas del Gobierno Militar en 1922. Un salto al vacío fue el que tomó el
gobernador militar Snowden al (aparentemente) seguir las ideas de Fairchild
sobre el impuesto directo y la reconversión fiscal del Estado dominicano. La
decisión carecía de bases informáticas ciertas; la propiedad rural, por ejemplo
(donde se hallaba radicado el grueso de los futuros causantes), distaba de
hallarse debidamente registrada (y tasada), como para dar vida al padrón de
contribuyentes. Faltaba tiempo todavía para que su registro se hiciese man-
datorio (Ley de Tierras de 1920) y tomaría todavía un poco más el uniformar
conceptos sobre el modo de tasarla. Por otra parte, la espectacular alza de pre-
cios de los productos de exportación introdujo distorsiones de mercado que
derivaron en un gran número de litigios respecto a la fijación del impuesto y
en resistencias activas a su pago, particularmente a partir del desplome de los
precios en 1920-21.
A pesar de esas carencias y distorsiones, el impuesto fue establecido
con resolución militar, dando pie a numerosas formas de conflicto social, a
una activa política nacionalista de boicot y al eventual fracaso del principal
proyecto fiscal de las fuerzas ocupantes. Pedro San Miguel relativiza el peso
del movimiento nacionalista en la movilización de la resistencia campesina
al pago del impuesto, llamando la atención sobre cómo este exacerbó la car-
ga representada por otras formas de exacción implantadas por el ocupante,
como la Ley de Caminos, que exigía al campesinado la prestación de jor-
nadas de servicio en la ampliación y mantenimiento de caminos carreteros
o el pago de tasas dinerarias para verse exceptuado de las mismas.117 Sin
embargo, ha sido poco estudiada la gran masa de documentación relativa
al modo en que reaccionaron otras fracciones sociales, particularmente los
ayuntamientos, los sectores obreros, los núcleos empresariales y los sectores
urbanos.118
En el camino de las reformas fiscales que remataría en noviembre de
1920 la Ley de Hacienda decretada por Snowden,119 la Orden Ejecutiva No.
420 emitida en la primavera de ese año dictó una nueva Ley de Loterías que
significó un paso importante en las reformas jurisdiccionales con las que el

273
La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

ocupante fue allegando nuevas fuentes fiscales al Estado nacional.120 La nueva


ley directamente suprimió las estructuras civiles que, desde el siglo xix, ha-
bían sustentado la beneficencia y la salud públicas, con base en la celebración
de sorteos y premios. Adheridas al accionar de un variado núcleo de aso-
ciaciones beneficentes, las loterías particulares patrocinaban orfanatos, asilos,
dispensarios y clínicas de servicio público, mediante sorteos de circulación
provincial, regional e, incluso, nacional, que involucraban circuitos de apro-
piación dineraria para ellas, para los ayuntamientos y para un cierto sector de
comisionistas privados encargados de la distribución de billetes y del entero
de premios. La nueva orden erigió al Estado como el único ente legítimo en
la celebración de tales sorteos, creándose a partir de esto formas centralizadas
de beneficencia pública.
En lo sucesivo, el Gobierno captaría un nuevo ingreso fiscal con el que
posibilitaría parte de los costos de operación de la futura Secretaría de Sanidad
y Beneficencia (creada en octubre de 1919). El Cuadro 7 permite apreciar
las estructuras civiles que comenzarían a recibir recursos obtenidos por el
Gobierno Militar con el control de las viejas loterías regionales.

Cuadro 7
Instituciones de beneficencia privada apoyadas por el Gobierno Militar 1921
Hospital Padre Billini Santo Domingo 5,625.00
Sociedad La Caridad Puerto Plata 100.00
Sociedad La Amiga de los Pobres Santo Domingo 1,400.00
Hospital La Humanitaria La Vega 1,625.00
Hospital American Red Cross El Seibo 500.00
Hospital Militar Santo Domingo 2,850.00
Asilo San Joaquín y Santa Ana La Vega 300.00
Asilo Santa Clara Santo Domingo 700.00
Hospital San Antonio San Pedro de Macorís 1,200.00
Asilo Nuestra Sra. de la Altagracia No disponible 300.00
Asilo Sagrado Corazón de Jesús No disponible 200.00
Lazareto del Ayuntamiento Santo Domingo 1,200.00
Asilo Santa Ana Santiago 800.00
Hospital San Rafael (ayuntamiento) Santiago 1,700.00
Junta de Fábrica Iglesia Salcedo 2,200.00
Junta de Fábrica Iglesia Moca 2,692.00
Fuente: Fondo Gobierno Militar de Santo Domingo, Archivo General de la Nación.

274
Historia general del pueblo dominicano

Así, con la emisión de la antes referida Ley de Hacienda quedó consu-


mado el núcleo de reformas fiscales que hemos venido tratando. El control
sobre los recursos gubernamentales que previamente había desplegado el
poder imperial con base en la Receptoría General de Aduanas establecida por
la Convención de 1907, se acrecentó enormemente con las medidas que alle-
garon al Gobierno Militar la posibilidad de concentrar y centralizar recursos
que antes fluían por circuitos ajenos al gobierno nacional. En la coyuntura
1916-1924, las reformas sirvieron casi exclusivamente a los intereses de la
dominación imperial, al permitir el despliegue de programas de fomento con
los que legitimar su presencia en el territorio, además, claro, de permitir la
amortización acelerada de la deuda externa.121

Cuadro 8
Presupuesto Gobierno según dependencias
(en miles de dólares)
1916 1917 1918 1919 1920
Poder Legislativo 97,9 97,9 8,2 8,2 3,4
Poder Ejecutivo 19,9 19,9 21,4 28,3 34,2
Poder Judicial 296,5 296,5 508,7 558,6 627,4
Interior y Policía 262,8 262,8 265,9 1,175,6 852,7
Sanidad y Beneficencia 182,9
Relaciones Exteriores 111,5 111,5 71,3 65,5 62,6
Hacienda y Comercio 300,2 300,2 483,4 487,9 603,0
Guerra y Marina 690,9 690,9 713,2
Agricultura e Inmigración 16,5 16,5 92,2 198,5 183,6
Fomento y Comunicaciones 332,5 332,5 409,1 532,5 658,7
Justicia e Instrucción Pública 268,2 268,2 378,6 462,5 1,170,2
Cámara Cuentas 7,8 7,8
Gastos Imprevistos 50,0 50,0
Fuente: Mayo, «Report», pp. 980-987.

Sin embargo, más allá de la coyuntura, las reformas reordenaron la


estructura fiscal sobre la que se sostenía el Estado nacional, ampliando sus
márgenes de autonomía respecto de los demás niveles de la vida republicana,
particularmente sobre los municipios o comunes, que fueron —quizás— los
que más perdieron con la centralización de recursos y jurisdicciones empren-
dida por el Gobierno Militar en favor del poder central.

275
La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

Paradójicamente, este rasgo centralizador no ha sido el que más ha lla-


mado la atención de los analistas de la Ocupación Militar, que tendieron
a destacar el modo en que las reformas fiscales directamente sirvieron al
estímulo del interés hegemónico del enclave azucarero —como en el caso
de los autores del marxo-dependentismo de los primeros años setenta— o
que destacaron simplemente el esfuerzo modernizador de la administración
de la función recaudatoria del gobierno nacional. Incluso la obra de Calder,
con todo y sus innúmeros aportes, apenas se centra en cuatro o cinco de
las órdenes ejecutivas que en este breve ensayo llamamos «cruciales» (ver
Tabla 2), al tratar la reforma fiscal emprendida por el ocupante, sin prestar
gran atención a la rearticulación fiscal de los ingresos del Estado nacional
que derivó de la centralización y la modificación de las jurisdicciones entre
el centro y la periferia. Preocupado igualmente por la problemática de la
dependencia histórica, Calder dedica gran atención al «arancel antinacio-
nal de 1920», comentando, desde luego, la racionalización recaudatoria, el
saneamiento de la deuda, el registro de la propiedad y el establecimiento
de nuevas fuentes de ingreso al gobierno central (como el operado con las
loterías). Sin embargo, su llamada «economía política del Gobierno Militar»
poco trata sobre el problema de la centralización y la exacción de poderes al
nivel municipal.122
A nuestro modo de ver, es en esa historia de centralización y rearticu-
lación de poderes y jurisdicciones entre niveles de gobierno donde debe
principalmente valorarse el sentido de las reformas fiscales del ocupante.
Existen pistas claras para notar en el accionar fiscal del ocupante el leit motiv
de fortalecimiento del sector público —esto es, del propio Estado nacional,
aunque resulte políticamente paradójico—, labor en la que simplemente
fueron replicados diseños estatales presentes en la administración federal
norteamericana.
Por la otra, más allá del debate fiscal, los procesos descritos habrían de
concitar investigación futura que esclareciese cómo los cambios afectaron
relaciones estructuradas de circulación de jurisdicción, poder y estatus entre
el gobierno nacional y los gobiernos estaduales y municipales, movilizando
procesos que afectaron tanto el marco global del diseño republicano como la
dinámica del poder en un nivel microhistórico, como intentaremos mostrar a
continuación al tratar el caso de la reforma educacional.

276
Historia general del pueblo dominicano

Tabla 2
Órdenes Ejecutivas cruciales en la Reforma Fiscal
O. E. Fecha Materia
2 04/12/1916 Creación Fondo Artículo 456-extra
9 18/12/1916 Establecimiento Departamento Examinador de Cuentas
15 29/12/1916 Sobre reclamaciones y pago deudas Gobierno dominicano
16 02/01/1917 Rehusando el pago de reclamaciones contra sueldos oficiales
17 02/01/1917 Congelamiento presupuestario (1917=1916)
19 08/01/1917 Supresión de las Comandancias de Puertos y
traslado a la Secretaría de Hacienda y Comercio
32 15/02/1917 Comisión de Reclamaciones
34 23/02/1917 Sobre sueldos y gastos empleados públicos
36 23/02/1917 Normando adquisiciones oficiales y sometiéndolas a la
autorización de la Secretaría de Hacienda y Comercio
53 04/05/1917 Centralización Ingresos Consulares en
la Contaduría General de Hacienda
64 03/07/1917 Centralización en la Secretaría de Hacienda y Comercio de
los reembolsos estampillas pagadas por exportación
78 11/09/1917 Obligando a importadores y manufactureros
a llevar un registro contable
88 27/10/1917 Fondo de Fidelidad integrado con las fianzas
de los empleados gubernamentales
111 24/12/1917 Ley sobre el cobro de Impuestos Municipales
116 29/12/1917 Eliminando comisiones
Ley de Correos y Ley de Papel Sellado
146 05/04/1918 Sobre rentas municipales para la enseñanza pública
158 04/05/1918 Ley de Patentes
163 14/05/1918 Centralización en la Contaduría General
de Hacienda de las Costas Judiciales
181 01/07/1918 Obligando Ayuntamientos a rendir cuentas
a la Contaduría General de Hacienda
185 09/07/1918 Sobre rendición cuentas municipales a
la Secretaría de Hacienda y Comercio
193 02/08/1918 Sobre los pagos de la Comisión de Reclamaciones
197 19/08/1918 Ley de Rentas Internas
272 31/03/1919 Amortización acelerada de pago deuda
282 10/04/1919 Ley de Impuesto sobre la Propiedad
332 25/09/1919 Ley de Aranceles de Importación y Exportación
369 13/12/1919 Centralizando el impuesto de Patentes
en la Contaduría General de Hacienda
420 05/03/1920 Sobre Loterías (y 466)
563 20/11/1920 Ley de Hacienda
Fuente: AGN, leg. 1700226, Órdenes Ejecutivas; Listín Diario, 1916-1920.

277
La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

Alfabetización y autogobierno. La reforma educacional, la función


pública y la escolarización del campo dominicano, 1916-1924

Con la ecuación alfabetización/autogobierno del ex secretario de Guerra


Elihu Root coincidían no solo Lane sino el propio gobernador militar Harry
S. Knapp que, en uno de sus primeros reportes al Departamento de Marina,
se decía convencido de que en Santo Domingo, «como lo han mostrado los
casos de Puerto Rico, Las Filipinas y Cuba, la solución al problema del buen
gobierno se encuentra en la educación del pueblo».123
La política educacional constituyó uno de los propósitos programáticos
centrales del Gobierno Militar; no solo del presidido por Knapp, sino del de
los restantes gobernadores, que sostuvieron en todo momento el canon al-
fabetizador, llegando a subordinar la duración del dominio al logro de su
resolución. Hacia 1920, en la versión del contraalmirante Snowden:

la misión básica del Gobierno Militar es poner los cimientos de una


democracia auto-sustentada en el país. Una democracia solo puede
mantenerse sobre una opinión pública inteligente, la cual no puede
desarrollarse sin un extenso intercambio de información y de puntos
de vista. En un país analfabeta, tal intercambio solo se produce de
boca en boca si bien solo la palabra escrita puede garantizar su pleno
éxito. En Santo Domingo el analfabetismo rebasa el 90 %. Hasta que
esa proporción logre reducirse a su mínima expresión no podrá exis-
tir una democracia auto-sustentable en Santo Domingo.124

Santo Domingo its Past and its Present Condition (el libelo del que se extrae
la cita) constituyó un esfuerzo propagandístico del gobernador Snowden
para —fallidamente— tratar de acallar la escandalosa crisis de imagen en que
se hallaba sumido el Gobierno Militar hacia 1920, cuando el ciclo adverso
de la crisis de precios del mercado mundial y el fracaso de implementación
del Impuesto a la Propiedad frenaban rotundamente los planes de inversión
pública y el régimen era objeto de un severo interdicto en la administración
del Estado dominicano. Sin embargo, en documentos más internos, la idea de
prolongar la Ocupación hasta cumplir el axioma alfabetizador era expresada
de modo claro: «En la actualidad el porcentaje de analfabetismo es enorme y
tomará varios años educar a la masa del pueblo hasta el punto en que pueda
comprender sus propios ideales y el modo de llevarlos a efecto a través del
voto», y era sostenida no solo por el séquito administrativo de Knapp, sino
por los que luego siguieron desfilando al frente de la política educacional.125

278
Historia general del pueblo dominicano

La creencia en el axioma «escolarización-autogobierno» condicionó las


decisiones de política educacional a lo largo de la Ocupación, que fue prolija
en el impulso a la escuela básica, particularmente en zonas rurales, y que
hizo crecer el gasto público entre 1918 y 1920 en cerca de un 440 %, lo que se
tradujo en exponenciales aumentos de planteles y matrículas escolares, como
ocurrió en las restantes sociedades antillanas ocupadas.

Cuadro 9
Crecimiento de la escuela durante las Ocupaciones
Antes de la Ocupación Durante la Ocupación
Escuelas Matrícula Escuelas Matrícula
Cuba a
312 21,000 3,800 100,000
Dominicanab 364 18,000 883 99,450
Haití c
675 46,108 1,113 105,012
Puerto Rico d
528 44,861 1,903 159,125
(a) 1898/1902, (b) 1915/1920, (c) 1913/1928, (d)1898/1919.
Fuente: Alfonseca, «Imperialismo, autoritarismo y modernización», p. 268.

Aunque existe consenso en considerar la labor educacional del Gobierno


Militar como algo positivo para el país, en tanto llevó la escuela pública a
fronteras inéditas en la vida nacional y produjo la modernización burocrá-
tica del aparato escolar, lo cierto es que su análisis es materia pendiente y
ofrece aristas poco tratadas. El esfuerzo que se haga en este sentido deberá
partir, desde luego, del reconocimiento de que fueron mentes dominicanas
las que imprimieron carácter a las reformas, brindando el ocupante quizá
solo el tono general, la filosofía esencial de que el gasto educacional debía
orientarse a la escolarización primaria y al impulso de programas fundados
en el utilitarismo, la enseñanza vocacional y el pragmatismo. Además de
que debía operarse bajo los cánones de modernización burocrática que se
impulsaban en otras áreas del Estado, con base en la cesación del patri-
monialismo y la centralización de las fuentes fiscales para el sostén de la
función pública.
Fue la comisión de intelectuales dominicanos —creada por la Orden
Ejecutiva No. 25 del 19 de enero de 1917— la que estudió y propuso las
medidas adecuadas a la reforma del sistema escolar nacional, mismas que
comenzaron a ejercerse a fines de ese año con la promulgación de la com-
pulsión escolar126 a la que siguió la emisión del nuevo código educativo
fundado en las leyes contempladas por la Orden Ejecutiva No. 145 del 17 de
abril de 1918.

279
La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

Integrada por el arzobispo Adolfo A. Nouel y los señores Pelegrín


Castillo, Jacinto R. de Castro, Manuel de Jesús Troncoso, Manuel U. Gómez,
Federico Velázquez y Julio Ortega Frier, la llamada Comisión de Educación
pareció constituir la facción política y pedagógica que capitalizó las nuevas
correlaciones de fuerza que introdujo el ocupante, transmitiendo las directri-
ces generales dictadas por este, pero logrando concretar proyectos por los que
había pugnado en el pasado reciente.127
Desde todo punto de vista, Julio Ortega Frier fue la figura preeminente
en la conducción de las reformas, aportando los restantes miembros (salvo el
arzobispo Nouel), más su calidad de notables que de asesores pedagógicos. Tal
como Moisés Sáenz, el subsecretario de educación pública de la posrevolución
mexicana de los primeros años veinte, que era protestante y que había sido dis-
cípulo de John Dewey en la Universidad de Columbia, Ortega Frier pareció el
interlocutor ideal para un ocupante interesado en asemejar rasgos del sistema
estadounidense en el dominicano. Graduado de abogado en la Universidad de
Ohio en 1909, Ortega hablaba perfectamente el inglés y entendía bien el sistema
escolar norteamericano. Con un golpe que desplazó cierto ideario normalista
respecto de la escuela pública dominicana, Ortega fue designado superinten-
dente general de Escuelas en abril de 1917 y dirigió el Servicio Nacional de
Instrucción Pública (SNIP en lo sucesivo), creado meses después, organismo
que constituyó el primer gran cuerpo burocrático del Estado dominicano y al
cual trató de imprimírsele los rasgos de verticalidad, definición de roles y apo-
liticidad propios del servicio civil, según lo entendía el ocupante.128
Dejando aquí el tema de la apropiación local del proyecto educacional de
la Ocupación —dimensión de estudio que haría perceptibles tendencias con-
tinuadas luego por el trujillismo en materia de funcionarios, experiencias y
programas—, comentaremos otras aristas del influjo educacional que planteó
y legó el ocupante, que no se redujo a la mera expansión escolar.
En su arista pedagógica, debe señalarse el énfasis utilitarista que se impri-
mió a los cambios del diseño curricular y, en lo general, al gasto en enseñanza.
En el concepto de utilitarismo que dio forma a los proyectos educacionales del
ocupante cupieron matices. Desde el anti-intelectualismo que fundó los recor-
tes que cesaron el presupuesto de los Institutos Sociales de Santo Domingo y
Santiago, la Facultad de Filosofía y Letras, o las Normales Teóricas (exceptua-
das Santo Domingo y Santiago),129 hasta el que orientó el diseño curricular de
la llamada Enseñanza Rudimentaria (con sus huertos escolares), o el de la re-
forma a los estudios secundarios y el giro vocacionalista que se les imprimió,
que definió nuevos programas de formación en la Universidad, las Escuelas
Correccionales, la enseñanza superior agrícola.130

280
Historia general del pueblo dominicano

El énfasis utilitarista se concretó no solo en programas escolares orientados


al aprendizaje de enseñanzas útiles a la vida social, o en prácticas tendentes a la
producción de bienes concretos (huertos escolares, talleres correccionales, etc.),
sino que contempló propósitos de eficiencia burocrática en la gestión escolar
(inversión, costos per capita de escolarización, etc.).
Empero, fue en las dimensiones políticas y organizacionales donde ocu-
rrieron las más hondas transformaciones al sistema de enseñanza pública
nacional. Las primeras involucraron cambios en los procesos de circulación
del poder asociado al fomento escolar que, como se señaló, restaron a los
ayuntamientos el control del ingreso destinado a la enseñanza en favor del
Estado nacional. Esos cambios dotaron al gobierno central la posibilidad de
allegarse y movilizar recursos para su accionar educativo y su legitimidad,
por ende. Efectuaron, o al menos sentaron las bases para la centralización del
sistema de enseñanza y la emergencia del Estado-Docente. También altera-
ron de modo importante el orden micropolítico que prevalecía en secciones
y comunes rurales en torno al fomento escolar, transformando los supuestos
sociales sobre los que había discurrido la escolarización, como veremos.
Las segundas comportaron también grandes transformaciones. La centra-
lización del gasto facilitó la emergencia del Servicio Nacional de Instrucción
Pública a mediados de 1918, uno de los primeros grandes cuerpos burocráticos
al servicio del Estado dominicano, encargado del reclutamiento, la certificación
y la formación del ejército docente y, por tanto, del control centralizado de la
transmisión curricular, algo que concretó un proceso invariante en la forma-
ción histórica de los sistemas nacionales de enseñanza.131 Un ejército docente
de posiblemente mil profesores pagados por un mismo patrón y sometidos
a un proceso paralelo de certificación y uniformación de habilidades para la
enseñanza. A pesar de los logros alcanzados con la expansión del movimiento
normalista y la paulatina uniformación del cuerpo enseñante nacional, nada
semejante a eso se avizoraba en la enseñanza dominicana anterior a 1916.
Pero no fue la creación del Servicio Nacional de Instrucción Pública la
principal transformación organizacional que sufrió la enseñanza. De modo
más esencial, la gran transformación se debió al impulso de los que el ocupan-
te consideraba rasgos esenciales del concepto de sistema de escuela pública
(public school system), entendido como una estructura basada en espacios
escolares aislados, de propiedad pública, a los que accedía gratuitamente el
alumnado en condiciones de equidad en cuanto a género. Como hemos ar-
gumentado en otra parte, fueron esas las dimensiones que principalmente se
vieron transformadas por la acción educacional de las ocupaciones militares
norteamericanas en las Antillas.132

281
La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

Autonomizar la escuela, segregar su espacio de la imbricación con otras


instituciones, fue labor general que emprendieron los gobiernos militares de
norteamericanos en las Antillas ocupadas. Según Samuel M. Lindsay, comi-
sionado de Educación de Puerto Rico, entre otros muchos cambios radicales,
el sistema puertorriqueño requería «una norma que estableciese que la es-
cuela deba estar completamente separada de la residencia del maestro o de
la de cualquier otra familia»,133 cosa que sería decretada en 1903 dando paso
a un ambicioso plan de construcción de planteles públicos aislados, algo que
ocurrió en mucho menor medida en las demás islas, si bien en estas se popu-
larizaron conceptualmente las nuevas «Casas-Escuela», apropiación directa
del vocablo inglés school house.
Como puede verse en el Cuadro 10, no fueron muchos los centros esco-
lares que edificó el Gobierno Militar, si bien decretó fondos especializados
para ello y muchos fueron los ayuntamientos que, en principio, declararon
públicamente su interés. Fueron muy pocos si se los compara con ocupaciones
como la puertorriqueña, donde la construcción de las nuevas school-houses
urbanas y rurales fue verdaderamente masiva. De Cuba no es mucho lo que
permite afirmar la investigación presente, pero sí se edificaron aquí más es-
cuelas que en Haití, donde el ocupante actuó de modo paralelo al Ministerio
de Instrucción y apenas edificó unas pocas escuelas industriales.
Se trató siempre de edificaciones escolares urbanas y a las transforma-
ciones que supusieron en el paisaje escolar nacional habría que agregar las
debidas a la política —que desde muy temprano (febrero o marzo de 1917)—
comenzó a poner en práctica el entonces intendente del Departamento Sur
y Este, Julio Ortega Frier, de concentrar escuelas para dar paso a planteles
mayores, medida en la que Ortega personalmente creía y que luego, cuando
pasó a ocupar el control absoluto del sistema, siguió practicando mediante el
retiro de subsidios a planteles particulares y la reconducción de los mismos al
alquiler y adecuación escolar de grandes casas particulares. En el medio rural
tales políticas tuvieron menor alcance, si bien —como veremos— las nuevas
escuelas proporcionadas por las Sociedades Populares de Educación se edifi-
caron bajo una plantilla que luego, apoteósicamente, difundiría el trujillismo
en campos y secciones de todo el país bajo el modelo de la escuela «Presidente
Trujillo», calca de la establecida por el ocupante durante la campaña escolar
1918-1920.134

282
Historia general del pueblo dominicano

Cuadro 10
Características de las Casas Escuela construidas durante la Ocupación 1921
Localidad Aulas Compañía Costo
Azua 6 aulas concreto Carbia & Hatch 55
Baní 4 aulas concreto L. Egozcue n.d.
Enriquillo 2 aulas madera Marck Enginering 8.5
La Victoria 2 aulas madera Marck Enginering 8.5
Monción No disponible No disponible No disponible
Sabaneta 4 aulas madera No disponible No disponible
Samaná 4 aulas madera No disponible No disponible
San José de las Matas No disponible No disponible No disponible
Santo Domingo (Manzana K) 10 aulas concreto Carbia & Hatch 55
Santo Domingo (San Carlos) 6 aulas concreto Carbia & Hatch 55
San Pedro de Macorís 6 aulas concreto Souci & Medina 44
Fuente: GMSD, leg. 51, exp. 20; leg. 57ª, exp. 10.

Varios de los procesos referidos pueden ilustrarse analizando el caso de


la escolarización rural, que fue la que concentró la mayor parte del esfuerzo
educacional desplegado por el ocupante, convirtiéndose en uno de sus princi-
pales ejemplos propagandísticos, si no fue que en el principal. Como veremos
a continuación, el desarrollo de la escolarización rural deja ver claramente las
transformaciones introducidas por la centralización, la emergencia del control
curricular y, en suma, el despliegue práctico y conceptual del ideal norteameri-
cano de sistema de escuela pública, convirtiéndose no solo en un paradigma del
cambio social inducido en los campos por la reforma escolar sino en un ejemplo
relevante del modo en que operó la epistemología social dentro del mismo.
En 1920, el contraalmirante Thomas Snowden, gobernador militar de
Santo Domingo, proclamaba el siguiente diagnóstico sobre la política escolar
de la Ocupación en áreas rurales:

Antes de la reforma iniciada bajo el Gobierno Militar la enseñanza


pública en Santo Domingo era muy poco eficiente […]. La enseñanza
primaria se constreñía, en su mayor parte, a escuelas con uno o dos
maestros en las ciudades importantes. No había escuelas rurales […].
Existía presupuesto para unas 80 escuelas […] de las que no más
de 30 podían operar por distintas razones […] no había, entonces,
realmente escuela rural […]. Hoy existen 647 escuelas rurales.135

283
La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

Las afirmaciones de Snowden sentaron una falacia que fue sedimentán-


dose a medida que la academia norteamericana de los años veinte la replicó
hasta convertirla en verdad de sentido común. De Carl Kelsey (1922) a Bruce
Calder (1989), historiadores y exegetas perpetuaron acríticamente la imagen de
una ruralía dominicana desprovista de instituciones escolares. Sin embargo, en
pleno año 1917, a pocos meses de haber sido ocupado el país, los informes de
las Intendencias Provinciales de Enseñanza que ha sido posible rescatar dejan
ver un panorama enteramente distinto, pues las escuelas rurales existentes en
45 de 65 «comunes» en que se dividía el país totalizaban 212 (ver Cuadro 11).
¿Cómo pudo ignorarse esa realidad hasta subestimarla en ese grado?
Un interés expreso por disminuir el alcance del desarrollo escolar precedente
puede intuirse en las fuerzas ocupantes que operaron en las Antillas, esen-
cialmente interesadas en magnificar sus políticas, haciéndolas aparecer como
verdaderos hitos en la historia escolar de las sociedades ocupadas.
Ciertamente, en el caso dominicano, el desbarajuste administrativo del
sistema escolar en 1916 hacía difícil recabar estadísticas confiables, pero en-
tre las 30 escuelas que se daban por existentes y las 212 reportadas por esas
comunes existió algo más que dispersión de informes. Probablemente, el sub-
registro se debiese parcialmente a una suerte de «obstáculo epistemológico»
(a lo Bachelard) en la percepción del ocupante, consistente en que se conta-
ba solo el tipo de escuela que «would in the United States be called such»
(«podría llamarse tal en los Estados Unidos»), prenoción que recorre muy
frecuentemente las afirmaciones de los responsables educacionales en las
cuatro Ocupaciones antillanas, consistente —como fue dicho— en un espacio
autónomo específicamente destinado a la labor instruccional, con acceso libre
y gratuito al común de los infantes.
La escuela pública de los campos dominicanos no era así. Como señala-
ban los inspectores del servicio con frecuencia, en gran parte era una escuela
que cohabitaba con el domicilio del maestro, quien muchas veces llegaba a
dirigirla por el solo hecho de poseer el espacio para alojarla, cosa que limitaba
la posibilidad de controlar la calidad de la enseñanza, como advertía el ins-
pector del fronterizo Distrito Escolar No. 32 en 1918:

El personal docente de algunas de las escuelas rurales de mi Distrito


no tiene suficiente capacidad intelectual para llenar bien su come-
tido; pero es muy difícil reemplazar a algunos maestros porque las
escuelas funcionan en enramadas anexas a las casas que ellos habi-
tan y para poder nombrar otros es necesario construir antes locales
independientes para las escuelas rurales.136

284
Historia general del pueblo dominicano

Cuadro 11
Expansión de la escuela rural en el lapso 1916-1920 (según Comunes)
Común Escuelas en 1916-1917 Escuelas en 1920
Santiago 37 58
Esperanza 1 3
Jánico 8 8
Peña 4 8
San José de las Matas 8 10
Valverde 3 8
San Francisco de Macorís 6 30
Castillo 2 4
Pimentel 1 3
Matanzas 1 5
Cabrera 1 6
Villa Riva 2 10
La Vega 19 42
Salcedo 11* 13
Moca 28* 33
Bonao 8* 8
Cotuí 12 13
Jarabacoa 8 9
Puerto Plata 6 34
Bajabonico 3 12
Altamira 7 12
Blanco 7 18
Samaná 3 10
El Jovero 1 3
Monte Cristi 11 17
Guayubín 5 18
Sabaneta - 13
Dajabón 2 10
Monción 1 2
Restauración 2 4
Las Matas de Farfán 2 5
El Seibo 5 14
Higüey 3 16
Barahona 1 7
Cabral 1 4
Neiba 2 7
Duvergé 1 5
Enriquillo 2 7
Azua 5 11
Comendador 0 9
El Cercado 3 11
Bánica 3 10
San José de Ocoa 2 2
San Juan de la Maguana 10 12
San Pedro de Macorís (incluye Los Llanos) 11 30
Total 212 574
Fuente: Elaboración a partir de expedientes de las Intendencias Provinciales de Enseñanza (1916-1917); Orden
Ejecutiva No. 387, 17 de enero de 1920, Gaceta Oficial No. 3084.

285
La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

El límite que erigía a la calidad general del cuerpo enseñante la dependen-


cia de espacios escolares propiedad de los maestros en servicio no era privativo
de aquella remota región fronteriza. Desde espacios relativamente modernos,
como los campos de Puerto Plata, otro inspector transmitía por esos días un
diagnóstico similar, al observar que todos los locales «pertenecen, cuando no
a los directores, a una persona familiarizada con estos», hecho que lo llevaba a
concluir que, para mejorar la calidad del servicio, «o se cierran temporalmente
las escuelas donde se cambie o sea necesario cambiar al director, o se fabrican
locales adecuados cuanto antes para que el cambio pueda verificarse».137
Como clamaban los inspectores, la escuela no podía cambiar porque se
hallaba alojada en espacios que pertenecían a los directores (que, en aquellas
típicas escuelas unitarias del tornar al siglo xx, eran directamente los maes-
tros), que generalmente accedían al cargo por vínculos con la política local,
provincial o nacional y no por trayectorias y méritos profesionales. La escue-
la pública de los campos se hallaba profundamente influida por la política
partidaria que la había convertido en bien de intercambio, fuese porque se
otorgaba el cargo de maestro a personas carentes de esa formación, pero que
eran adherentes políticos locales, fuese porque se perseguía beneficiarlas con
el otorgamiento de los distintos tipos de subsidio a la enseñanza que contem-
plaban los ordenamientos vigentes.
En la mirada del coronel Rufus H. Lane —administrador de la reforma del
sistema de enseñanza—, una perniciosa dinámica de prebendarismo político
se hallaba en el origen de la pobre calidad general de la escuela dominicana:
«Cualquiera en mala situación, pero con amigos políticamente influyentes,
abría una escuela privada para inmediatamente solicitar subsidio al gobierno
nacional o municipal, o a ambos […] el clamor por vivir del erario público era
impresionante».138
Tráfico de cargos, influjo de partidarismos, control de flujos de excedente,
etc., constituirían los aspectos que combatirían las políticas de reforma educa-
cional de la Ocupación. La naturaleza de los límites que encontraba el cuerpo
de inspección no era solo espacial, ni podía vencerse con la mera construcción
de espacios aislados de propiedad pública para uso exclusivo de la escuela.
Vencerlos en aras de la modernización deseada requeriría desarticular la ca-
dena de relaciones de poder y genealogía que los sustentaban.
El Servicio Nacional de Instrucción Pública —organismo creado para im-
plantar el modelo de escuela pública de masas a mediados de 1918—, lanzó
su ofensiva escolarizadora en los campos principalmente durante los años
1918-20, lapso en el que el gasto educacional fue creciente, en parte como
correlato de la llamada Danza de los Millones aunque, de modo pendiente de

286
Historia general del pueblo dominicano

precisarse pero seguramente muy importante, gracias al control de las cuen-


tas comunales que derivó de la Orden Ejecutiva 146 —y conexas.
Un vistazo a la prensa diaria de esos días deja ver el clamor escolarizador
que transmiten muchos municipios del país. Las escuelas rurales se expan-
dían por doquier; las secciones de avisos de oportunidad rebosan de ofertas
de empleo para cubrir cargos docentes en pueblos y secciones rurales del país,
así como se llenan de noticias de sometimientos de guardianes infractores
de la Ley de Instrucción Obligatoria. Por su parte, los reportes internos de
los administradores militares proclaman triunfalmente imaginarios saltos en
la matriculación de la infancia hasta que, de modo inesperado, la expansión
se contrae dramáticamente a inicios de 1921, por el efecto combinado de la
desatinada reforma a las fuentes del financiamiento escolar (que pasaron a
depender del Impuesto a la Propiedad) y del adverso ciclo del mercado azu-
carero. La caída fue tan estrepitosa, que durante el ciclo escolar 1921-22 el
Servicio Nacional de Instrucción Pública decretó el cierre total de escuelas,
algo que prácticamente puso fin a la reforma educacional emprendida por el
ocupante, que apenas experimentó una leve recuperación durante 1923.
La Ocupación diseñó una serie de mecanismos de implantación de la re-
forma educacional. En esencia, estos produjeron a las masas como sujeto esco-
lar, controlaron y encuadraron al ejército docente como agente al servicio del
Estado, crearon un espacio institucional de propiedad pública y legitimaron
plenamente el control total del Estado sobre la transmisión curricular. Junto con
los intelectuales y fracciones políticas locales que se apropiaron del proceso, la
Ocupación hizo emerger el nuevo Estado Docente mediante Órdenes Ejecutivas
no sometidas a escrutinio civil, como la Ley de Instrucción Obligatoria de fina-
les de 1917 y los trascendentes ordenamientos sobre la enseñanza pública y su
dirección contemplados en la Orden No. 145 de abril de 1918. Otros dispositi-
vos legales fueron específicamente diseñados para modelar la escuela pública
rural, en especial la Orden No. 86 sobre Enseñanza Rudimentaria y la No. 1
sobre establecimiento de Sociedades Populares de Educación.139
Las reformas calaron profundamente en la lógica precedente del sistema
de escuela pública general dominicano, sentando bases para la emergencia y
futura ampliación de un sistema de enseñanza nacional centralizado por el
Estado y, con ello, para el alumbramiento de lo que propiamente podríamos
llamar Estado Docente en el horizonte histórico nacional. En el mundo rural
su impacto fue muy importante, no tanto por la creación de mecanismos que
obligaron a los planteles de los campos a salir de los usuales espacios domi-
ciliares en que se alojaban, como porque entrañó una relevante exacción de
fuentes de poder del nivel municipal en favor del Estado central, cosa que

287
La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

venía intentando hacer desde 1915 el Código de Educación Común, que pos-
tuló la centralización del sistema de enseñanza levantando extendidas resis-
tencias políticas y culturales en ayuntamientos y comunes del país, que fueron
capaces de contener la intromisión del centro en sus tradicionales potestades
jurisdiccionales pero que cedieron finalmente ante el poder militar externo.140
La autonomía que había caracterizado la gestión de la enseñanza pú-
blica por parte de ayuntamientos y gobiernos provinciales (en materia, por
ejemplo, de definición y asignación del gasto escolar y de selección del per-
sonal dirigente de los planteles, entre otras aspectos) se vio afectada por la
creciente centralización del sistema que comenzó a operar poco antes de la
promulgación de la trascendental Orden Ejecutiva No. 145 de abril de 1918.141
En septiembre de 1917, la Orden No. 1 del recién designado encargado del
Departamento de Justicia e Instrucción Pública por el Gobierno Militar de
Santo Domingo, coronel Rufus H. Lane, comenzó a limitarla al subordinar las
designaciones de cargos docentes a la autorización del Departamento, hecho
que preludió la creciente centralización del sistema de enseñanza que efectua-
ría el Servicio Nacional de Instrucción Pública.142
Como un efecto sintomático de esa y otras medidas por centralizar el
nuevo control educacional legítimo, tenderían a desaparecer de los informes
del Servicio cosas como las que relataba el intendente José Dubeau en fecha
tan cercana como 1916:

Debo decirle, para su conocimiento, que el Poder Ejecutivo ha exten-


dido nombramiento para directores de varias escuelas, entre ellos a la
Sra. Julia viuda Grau, para la escuela de Pastor que es municipal, don-
de había yo designado provisionalmente a la Sta. Mercedes Espinal,
muy competente, muy virtuosa, en virtud de que la viuda Grau me
había asegurado que no solicitaría. Del modo como pasan las cosas,
el Intendente aquí es una irrisión porque cuando me niego a algo que
me solicitan porque la ley no lo permite me contestan que «recurren a
mí por pura forma, porque no tienen más que escribir a la Capital, y
en el acto lo consiguen» [...] ¿Cómo puede ser que yo recomiende para
puestos de escuelas a uno o más aspirantes, y que luego me sorprenda
el nombramiento para alguno de cuya solicitud no he conocido? No
pretendo que se nombre a aquel a quien yo he colocado [...] pero la ley
me da derecho a esperar que no será nombrado sino uno de aquellos
cuyas solicitudes han pasado por este despacho.143

«El intendente aquí es una irrisión» decía Dubeau, refiriéndose a la


Puerto Plata de 1916, donde el Ayuntamiento rehusaba acatar el Código de

288
Historia general del pueblo dominicano

Educación Común, acogiéndose a la Ley de Estudios de 1902. En esa para-


digmática frase se revela la puja entre la fracción normalista de un centro
ilustrado y una periferia presta a impedir el perfeccionamiento pedagógico
de la escuela en aras de la componenda política, del beneficio patrimonial,
etc. Inspectores que no podían hacer triunfar la pedagogía sobre el politiqueo
que centralizaban «la Capital», los gobernadores provinciales o los cuerpos
edilicios, que eran quienes influían en el acomodo del fomento escolar a los
vaivenes de la política caudillista, extendiendo nombramientos de maestros y
maestras inhabilitados pedagógicamente.
La ausencia de este tipo de quejas en los papeles del SNIP de los años
1918-1920 deja indirectamente ver que el control sobre lo local triunfó, al me-
nos momentáneamente.144
En abril de 1918, la Orden Ejecutiva No. 146 asestó un nuevo golpe a los cir-
cuitos de poder de Ayuntamientos y Comunes al precisar el quantum y el modo
de recaudación de los impuestos municipales dedicados al fomento educativo.
En relación con el primero, la orden no fijaba nada muy diferente de lo que
contemplaba el Código de Educación Común; no así en cuanto al modo, ya que,
en lo sucesivo, el servicio supervisaría la formación y la ejecución de presupues-
tos de instrucción locales (algo que vigilarían de cerca los prebostes) como paso
preliminar a la eventual centralización del metálico en la Contaduría General de
Hacienda, desde donde retornaría a las tesorerías locales como depósito para
efectuar pagos localmente supervisados por los inspectores del SNIP.
Parecieron cesar entonces dinámicas —también tristemente relatadas al
superintendente Arístides Fiallo Cabral por intendentes e inspectores provin-
ciales en los años 1915-1916— de tráfico de influencias con el dinero recauda-
do para la educación en las comunes, negativas de ayuntamientos de erogar y
enterar aportaciones legalmente establecidas, etc.
La desarticulación del control local sobre el fomento educativo se vio
potenciada por la constitución paralela de un espacio escolar de propiedad
estatal, producto tanto de la construcción de casas-escuelas con cargo al era-
rio nacional (cosa que preponderantemente ocurrió en las ciudades) como
del encuadramiento y exacción del esfuerzo de la comunidad campesina por
establecerlo y cederlo graciosamente al Estado.
Las sociedades populares de educación creadas en la primavera de 1919
tuvieron ese sentido: asociaciones de vecinos dispuestas a establecer la escuela
en rústicos inmuebles rurales de propiedad pública. Las localidades carentes
de escuela debían organizarlas como preámbulo de su solicitud al Servicio
Nacional de Instrucción Pública, así como estas debían constituirse en torno
de los planteles de antaño establecidos. Fue su trabajo el que esencialmente

289
La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

hizo aflorar el espacio escolar público en la campiña dominicana, como tam-


bién lo hizo en otras experiencias internacionales de centralización bajo la
égida del Estado.
Las sociedades se integraban preponderantemente con guardianes de ni-
ños inscritos en el plantel, condicionando el ingreso de no-guardianes a vista
pública en asamblea. De modo interesante, inspectores y maestros del SNIP
tenían un poder sobre las decisiones de las juntas directivas de las sociedades
que subordinaba en sus Estatutos a síndicos y alcaldes pedáneos (represen-
tantes del poder político local), a quienes se daba voto en caso de ausencia del
agente burocrático del servicio. Las sociedades debían proveer los terrenos y
edificios para el establecimiento de la escuela, encargándose de su erección
(bajo normas provistas por el Estado) y de su mantenimiento, pudiendo arbi-
trar fondos dinerarios para la consecución de esos fines, pero incapacitada de
«solicitar para el efecto fondos fiscales o municipales».
Un pálido sentido de creación de instituciones cívicas para el self govern-
ment podría imputársele al diseño de las sociedades populares de educación,
que más que comunidades de deliberación tendieron a constituirse en nú-
cleos de campesinos tributarios del creciente poder central. Muestra de que
el ocupante no las imaginaba como comunidades de opinión a ser ilustradas
(cosa que hubiese implicado, como en los EE. UU., cierta prédica por el lai-
cismo, por la equidad de género, por el supremo deber de la ilustración), las
sociedades estaban autorizadas —previa entrega de los locales— para:

determinar si la escuela debe ser mixta, o si los alumnos deben ser


divididos de tal forma que los varones asistan durante uno de los
períodos y las hembras durante el otro […] determinar si la dirección
de la escuela debe ser asignada a un hombre o a una mujer […] fijar
las épocas del año en que la escuela deba disfrutar de los períodos
de vacaciones […] fijar la hora en que deba comenzar cada período
de trabajo escolar.145

A pesar de que no se las concibió para aplicar una agenda de ideas pro-
gresivas respecto al autogobierno, la coeducación o el laicismo, quedaron
descritas para la posteridad del siguiente modo:

En los distritos rurales se hizo el experimento de formar sociedades


de padres que tenían en cierta medida el control de detalles en re-
lación con la escuela [...]. Estas sociedades erigían el edificio escolar
[…]. Estas sociedades trabajaron con entusiasmo y bien, y podrían

290
Historia general del pueblo dominicano

haber sido consideradas como inicios de la propagación del gobier-


no democrático en el país.146

No existe registro del número de sociedades creadas en el lapso 1919-


1920, ni estimación fundada de su contribución a la formación del sistema
estatal de escuelas rurales. Basado en fuentes del Gobierno Militar, Angulo
señala que cientos de ellas fueron creadas en el lapso 1919-1924, contribu-
yendo a la expansión del naciente Servicio Nacional de Instrucción Pública
con la cesión de unos 300 planteles (lo que representaba casi la mitad de las
647 escuelas rurales que Snowden imputaba en 1920 a la Ocupación) bajo un
esquema de exacción de trabajo impago.147
Sin duda, las sociedades contribuyeron de modo importante al esfuerzo
escolar del Gobierno Militar, entregando gratuitamente pequeños edificios
rurales que permitieron economías en alquiler y mantenimiento de locales. Sin
embargo, su papel como mecanismo de apoyo a la centralización del sistema
en curso deberá valorarse con método a partir de fuentes operativas del SNIP,
dado que es posible captar fenómenos que deben todavía ser sistematizados.
El primero alude a la duración de su acción, pues las sociedades emergen
y dan mucho de qué hablar durante la muy específica coyuntura del bonanci-
ble presupuesto de los ciclos escolares 1919-20, 1920-21. De constituir en esos
años un ítem informativo regular en los reportes de inspección (y en la prensa
nacional incluso), poco se las menciona con posterioridad a 1922, año que
debe marcarse como el de la más severa debacle educativa de la historia na-
cional. Quizás contó en la pérdida de ímpetu entre el campesinado el apoyo a
las Sociedades Populares (por convicción, compulsión o estrategia), el marco
de movilización contra el Impuesto a la Propiedad.
También debe valorarse el carácter de su contribución al proceso de
creación de un espacio escolar público segregado, pues los reportes del lapso
1919-1921 revelan que su papel no siempre tuvo fines constructivos, y algunas
operaron solo en la gestión de fondos comunales para alquiler de locales para
escuela, o gestionando inmuebles municipales preexistentes. Así, de las 17
sociedades populares de educación que reportaba en la común de Guayubín
el inspector Juan Tomás Lithgow a fines de 1919, solo siete procedieron con la
construcción de edificios. Las restantes se abocaron a la habilitación de plan-
teles de propiedad privada y municipal, o a sostener con su propio peculio el
alquiler de locales.148 Los reportes dejan también ver que no todas las socieda-
des establecidas alcanzarían a operar sus escuelas, por carencia de maestros
durante las severas restricciones financieras que afloraron en el ciclo escolar
1921-22.

291
La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

La emergencia de sociedades revela también diferencias regionales, pro-


bablemente debidas al desarrollo histórico de la cultura escolar. Fueron fre-
cuentes en comunes del Cibao, donde la escuela rural contaba con trayectorias
que databan del último decenio del siglo xix; lo fueron menos en las comunes
del Este y de la frontera sur. Con todo, en comunes de vieja escolarización
como Moca, solo la mitad de las escuelas rurales contaba con una sociedad
popular de educación en 1921.
Algunos incidentes revelan resistencias populares a la noción de que era
deber ciudadano sumar su esfuerzo a la expansión escolar del SNIP. Fue el
caso de una denuncia investigada en la común de Guayubín a instancias de
la justicia prebostal, según la cual Carlos Rojas (empleado del Servicio en la
cercana ciudad de Moca) había venido afirmando que los de Guayubín eran
«muy sonsos con estar contribuyendo para ayudar a construir casas-escuelas»,
pues en Moca el que estaba obligado a construir era «el Ayuntamiento […]
que él no permitía que las gentes de los campos contribuyeran para eso»,149
discurso que puede interpretarse tanto como legitimación del viejo orden de
control municipal cuanto como repulsa a las distintas formas de exacción de
trabajo impago impuestas al campesinado por el Gobierno Militar.
Así, con el concurso de mecanismos como las sociedades populares de
educación, la escisión del politiqueo que ataba la escuela al espacio domiciliar
privado y la intervención de las rentas municipales, la política de Ocupación al-
canzó parcialmente a concretar el ideal de segregación del espacio escolar para
su conversión en espacio público del Estado nacional exclusivamente abocado
a la enseñanza. Los alcances de este logro a lo ancho del campo dominicano son
difíciles de precisar, puesto que el aparato escolar rural experimentó marcadas
discontinuidades en el turbulento período que condujo a la desocupación del
país y en la inestabilidad que traerían las nuevas pugnas caudillistas por el con-
trol del Estado y la distribución de prebendas. Sin embargo, la reforma pudo
aparentemente gestar y apropiarse de una plantilla importante de espacios para
la escuela en secciones rurales a lo largo y ancho del país.
De las más de 200 escuelas rurales que se estima podían existir en 1915
a las 647 que anunciaba triunfalmente Snowden en 1920, ¿cuántas fueron
legadas por las sociedades populares? Muchas, aunque lejos de serlo todas,
como lo mostraría la ulterior profundización de la política de centralización
y ampliación del espacio escolar del Estado que desarrollaría el trujillismo,
que supo aprovechar bien —porque las había aprehendido íntimamente—
el estadio de centralización alcanzado en beneficio de su propio modelo de
dominación, reeditando o simplemente adecuando a la nueva circunstancia
cultural los mecanismos de encuadramiento social de la Ocupación.150

292
Historia general del pueblo dominicano

Tabla 3
Órdenes cruciales en la Reforma Escolar (Departamentales y Ejecutivas)
O. D. Fecha Materia
1 12/09/1917 Congelando la contratación de cargos escolares vacantes
2 14/09/1917 Reducción un año lectivo a las Normales Prácticas
3 14/09/1917 Supresión de los Institutos de Estudios Sociales
4 14/09/1917 Supresión Normales Teóricas de Azua, La Vega,
San Pedro de Macorís y Puerto Plata
5 14/09/1917 Suspendiendo certificación estudios a escuelas
primarias y secundarias autorizadas
6 17/09/1917 Plan de Estudios Escuelas Elementales Diurnas
7 17/09/1917 Prohibición clases universitarias particulares
8 26/09/1917 Plan de Estudios Escuelas Normales Prácticas
10 1/10/1917 Sobre jerarquía y cadena de mando burocrática
11 1/10/1917 Supresión de la Facultad de Filosofía y Letras
13 9/10/1917 Plan de Estudios Secundarios y Título de Bachiller
14 11/10/1917 Gratuidad de toda la enseñanza pública
15 11/10/1917 La designación de cargos escolares la hará el superior
18 03/11/1917 Fijando objetivo 20 alumnos asistencia diaria
20 17/11/1917 Creación Escuela Profesional de Señoritas
22 26/11/1917 Suspensión del cargo a quienes se ausenten sin licencia
23 27/11/1917 Condiciones para efectuar reclamaciones docentes
24 22/12/1917 Sobre ventas productos Escuelas Profesionales,
Industriales, Oficios Manuales
75 14/09/1918 Sobre Exámenes y Certificados de Estudios Primarios
(jurado exclusivamente del cuerpo inspección)
85 05/10/1918 Prohibición uso plantel escolar y sus enseres en
asuntos ajenos al servicio escolar
86 05/10/1918 Sobre la Enseñanza Rudimentaria
O.G. 1 25/03/1919 Sobre las Sociedades Populares de Educación
O. G. 4 31/07/1919 Prohibiendo a profesores universitarios las clases particulares
O. E. Fecha Materia
91 30/10/1917 Revocación subsidio a escuelas particulares
94 07/11/1917 Revocación subsidio a escuelas particulares
114 29/12/1917 Ley de Instrucción Obligatoria
120 10/01/1918 La designación de cargos escolares la hará el superior
145 05/04/1918 Ley Orgánica de Enseñanza Pública; Ley para la Dirección de
la Enseñanza Pública; Ley General de Estudios; Ley para la
Enseñanza Universitaria; Ley sobre el Seminario Conciliar
146 05/04/1918 Sobre rentas municipales para la enseñanza pública
341 18/10/1919 Reducción cuotas certificados Universidad
396 09/02/1920 Plan Estudios Ciencias Físicas y Matemáticas
413 28/02/1920 Sobre rentas municipales para la enseñanza pública
a
Orden Departamental (O. D.), Orden Ejecutiva (O. E.), Orden General (O. G.)
Fuente: AGN, leg. 1700226, Órdenes Ejecutivas; Listín Diario, 1916-1920.

293
La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

Notas

1
Bruce Calder, El impacto de la Intervención. La República Dominicana durante la Ocupación
Norteamericana de 1916-1924, Santo Domingo, 1989; Melvin M. Knight, Los americanos en
Santo Domingo, Ciudad Trujillo (Santo Domingo), 1939; Luis F. Mejía, De Lilís a Trujillo,
Santo Domingo, 2011; Franc Báez Evertsz, Azúcar y dependencia en República Dominicana,
Santo Domingo, 1976; Wilfredo Lozano, La dominación imperialista en la República
Dominicana 1900-1930. Estudio de la Primera Ocupación Norteamericana de Santo Domingo,
Santo Domingo, 2016.
2
No es mucho lo editado en el país después de las formalizaciones de Calder, Báez y
Lozano, La Intervención de 1916: vencidos y vencedores. Un análisis sobre el Gobierno Militar
estadounidense en Santo Domingo, de José Vázquez, constituye uno de los pocos ubicables
a través de los buscadores digitales. En el año del Centenario, la revista Clío, órgano de
la Academia Dominicana de la Historia, publicó un monográfico de interés por sus pre-
tensiones holísticas, si bien algunas colaboraciones son reediciones de escritos sueltos
aparecidos antes. José Vásquez Romero, La Intervención de 1916: vencidos y vencedores. Un
análisis sobre el Gobierno Militar estadounidense en Santo Domingo, Santo Domingo, 2003;
Clío, Año 85, No. 191 (enero-junio de 2016).
3
Brian P. Moran, «Prison reform in the United States Navy and the Dominican Republic:
The Military Occupation and Prisons, 1900-1930», Tesis de Doctor en Filosofía de la
Historia, Universidad de Illinois, Chicago, 2000); R. A. Lord, «An “Imperative Obligation”:
Public Health and the United States Military Occupation of the Dominican Republic,
1916-1924», Tesis de Doctor en Filosofía, Universidad de Maryland, Maryland, 2002);
Ellen D. Tillman, «Imperialism Revised: Military, Society, and US Occupation in the
Dominican Republic, 1880-1924», Tesis de Doctor en Filosofía, Universidad de Illinois,
2011); A. Rodríguez, «Educating Dominicans: The Role of Agency in Evaluating US
Education Reforms during the Occupation of 1916-1924», 2013; A. J. Mayes, «Tolerating
Sex: Prostitution, Gender, and Governance in the Dominican Republic, 1880s-1924», en
Steven Palmer (ed.), Health and Medicine in the Circum-Caribbean, 1800-1968, New York,
2009, pp. 121-141; J. R. Paton, «Intellectual and Political Resistance to the US Occupation
of the Dominican Republic -1916-1924». Tesis de Doctor en Filosofía, Universidad de
Maine, Orono, 2013; V. T. Veggeberg, «A Comprehensive Approach to Countersurgency:
The US Military Occupation of the Dominican Republic, 1916-1924», Tesis de Maestría en
Estudios Militares, Marine Corps University, Quantico, 2008.
4
«Detalles de la Ocupación», Listín Diario, 16 de mayo de 1916.
5
«Prohibición de porte de armas»; «Aviso al Pueblo», Listín Diario, 17 de mayo de 1916.
6
«Censura», Listín Diario, 19 de mayo de 1916.
7
Stephen M. Fuller et al., Marines in the Dominican Republic, 1916-1924, Washington, 1974,
p. 53.
8
Clyde H. Metcalf, History of the United States Marine Corps, New York, 1939, p. 343.

294
Historia general del pueblo dominicano

9
«Proclama», Listín Diario, 20 de junio de 1916.
10
Metcalf, History, p. 349.
11
Navy Department. Annual Reports of the Navy Department for the Fiscal Year, 1916,
Washington, 1917, p. 766.
12
En el medio año de roces que precedió la Proclama del 29 de noviembre hubo sonados
conflictos. El más grave aconteció en Villa Duarte el 22 de octubre, cuando una batida de
marines requisaba la zona en busca del general Ramón Batista con quien se enfrentó y al
que dio muerte allí mismo dos días después. En el suceso murieron un capitán (Lowe) y
varios marines, cosa que tuvo repercusiones punitivas de parte del ocupante, pues los in-
cidentes comenzaron a multiplicarse en otros puntos de la ciudad de Santo Domingo y el
clima general se agravó hasta obligar a Pendleton a prometer castigos. «Declaraciones del
coronel Pendleton», Listín Diario, 7 de noviembre de 1916; Pedro L. San Miguel, «Exacción
estatal y resistencia campesina en el Cibao durante la Ocupación Militar Norteamericana,
1916-1924», Clío, Año 85, No. 191 (enero-junio de 2016), pp. 79-116.
13
El autor se refiere a las exigencias presentadas por los norteamericanos a la Cancillería
en la famosa Nota 14, de octubre de 1915, exigiendo: «1.º La aceptación de un Consejero
Financiero, que fiscalizaría la recaudación de los ingresos y el estricto cumplimiento del
Presupuesto Nacional, sin cuya aprobación no se podría hacer erogación alguna. 2.º La
disolución del Ejército y la creación de una Policía o Gendarmería bajo el mando de ofi-
ciales americanos», Mejía, De Lilís a Trujillo, p. 189. La incautación de las rentas internas
(no contempladas en la Convención de 1907) la efectuó el receptor general de Aduanas el
16 de junio de 1916; «Las rentas», Listín Diario, 19 de junio de 1916.
14
Mejía, De Lilís a Trujillo, p. 213.
15
United States Department of State, Papers relating to the foreign relations of the United States
with the address of the president to Congress December 5, 1916, Washington, 1917, p. 240.
16
Ibíd., p. 241.
17
Ibíd., p. 242.
18
Harry S. Knapp. «Proclamation of the Military Occupation of Santo Domingo by the
United States», The American Journal of International Law, vol. 11, No. 2 (abril, 1917),
pp. 94-96. La pifia sobre la «Republic of Santo Domingo» aparece en el texto original
inglés de la Proclama. La traducción dada al público dominicano refiere, correctamente,
República Dominicana.
19
En septiembre, por ejemplo, se produjo gran tensión en San Cristóbal, donde 80 hom-
bres al mando del general Chucho García fueron desarmados, huyendo al monte un gru-
po similar que terminó, finalmente, vendiendo sus armas a una comisión civil. «Crítica
situación en San Cristóbal», Listín Diario, 11 de septiembre de 1916; «De San Cristóbal»,
Listín Diario, 20 de septiembre de 1916.
20
A fines de mayo fue apresado el poeta Fabio Fiallo, director del periódico La Bandera;
luego, el 27 de julio, La Información de Santiago fue suspendida temporalmente. En sep-
tiembre, se produjo la famosa entrevista del mayor Bearss con Juan F. Sánchez, presidente
del Ayuntamiento de Santo Domingo, exigiéndole el primero detener los ataques de la
prensa capitaleña, gesto que motivaría la formación de la Asociación Nacional de la
Prensa que tan destacado papel jugaría más tarde en la denuncia internacional, «Los ame-
ricanos contra la prensa», Listín Diario, 27 de julio de 1916; «Conminación a la prensa»,
Listín Diario, 19 de septiembre de 1916; «Otra usurpación de los yanquis», Listín Diario, 11
de noviembre de 1916.

295
La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

21
«Armas y explosivos»; «Censura»; «Aviso al público», Listín Diario, 30 de noviembre
de 1916.
22
Interinamente ocuparon también el cargo Adwin A. Anderson, Joseph H. Pendleton,
Ben H. Fuller y Harry Lee, todos en el carácter de comandantes de la Segunda Brigada
del Cuerpo de Marina de los Estados Unidos. Ver: Frank Moya Pons, Manual de historia
dominicana, 4.a ed., Santiago de los Caballeros, 1978, pp. 620-621. Curiosamente, cierta
literatura académica también cita a Lee como gobernador militar, existiendo carteles mi-
litares que lo presentan como tal.
23
«Asociación Patriótica de Damas», Listín Diario, 22 de mayo de 1916; «Entrevista», Listín
Diario, 23 de mayo de 1916; «La entrevista de ayer», Listín Diario, 24 de mayo de 1916.
Días antes, Russell y Caperton habían filtrado a la prensa que no se permitiría la reunión
del Senado mientras hubiese revolucionarios armados.
24
«Defensa Nacional. Circular No. 1», Listín Diario, 26 de mayo de 1916.
25
«Comunicación», Listín Diario, 1.° de junio de 1916.
26
Listín Diario, Santo Domingo, 24 de junio de 1916.
27
Listín Diario, Santo Domingo, 8 de junio de 1916.
28
«Crónica general», Listín Diario, 1.° de diciembre de 1916.
29
La columna «Ecos de España» comenzó a editarse regularmente por esos días, al tiempo
que pequeñas notas alusivas a sucesos cotidianos como, por ejemplo, las retretas musica-
les, señalaban cosas del tenor siguiente: «Anoche tuvimos la tristeza de escuchar la retreta
bárbara. Una música militar desgraciada, desesperante para el corazón y la delicadeza
dominicanas», Listín Diario, 18 de octubre de 1916.
30
Filiberto Cruz Sánchez, Historia de los medios de comunicación en República Dominicana,
Santo Domingo, 1999, pp. 204 y ss.
31
Archivo General de la Nación (AGN), Santo Domingo, Fondo Gobierno Militar de
Santo Domingo (GMSD), leg. 2.10.L45, exp. 19.
32
Pelegrín Castillo, La intervención americana, Santo Domingo, 1916.
33
La Revista de Ingeniería que funda el ingeniero Octavio Acevedo es ejemplo de esas co-
rrientes de anuencia con la modernización cartográfica, catastral y de planificación de las
comunicaciones que ponen en el centro del debate las políticas de fomento a la construc-
ción del Mapa Nacional, la inversión en caminos y carreteras o la ampliación portuaria.
El gasto público gestó la aparición de sectores profesionales dispuestos a insertarse en el
nuevo orden de cosas. En lo general, el ocupante practicó el concurso público de la obra,
si bien existieron algunos casos de sonado favoritismo por compañías extranjeras.
34
Mejía, De Lilís a Trujillo, p. 268.
35
Entre otras, las exigencias eran: 1. Ratificación de todos los actos del Gobierno Militar;
2. Validación del empréstito de $2,500,000, requerido para completar las obras públicas
consideradas esenciales para el éxito del nuevo gobierno y el bienestar del pueblo domi-
nicano. 3. Extensión de los poderes del receptor general para la recolecta y desembolso de
aquella porción de las rentas internas necesaria para hacer frente al servicio de la deuda
extranjera. 4. Obligación del Gobierno dominicano de mantener una Guardia nacional
eficiente; compuesta de nativos dominicanos. Con tal fin, el Presidente de la República
Dominicana solicitará al Presidente de los Estados Unidos el envío de una Misión Militar
para que se haga cargo de la organización de dicha Guardia. Esta será comandada por
aquellos oficiales dominicanos competentes para prestar ese servicio y durante el tiempo

296
Historia general del pueblo dominicano

que pueda juzgarse necesario para efectuar la deseada organización, por oficiales nor-
teamericanos nombrados por el Presidente de la República Dominicana a propuesta del
Presidente de los Estados Unidos. Los gastos serán pagados por la República Dominicana
y dicha misión será investida por el ejecutivo de la República Dominicana con la propia y
adecuada autoridad para el cumplimiento de los propósitos arriba expresados. Cumplidas
esas condiciones, el gobernador militar convocará al Congreso Dominicano para ratificar
el tratado de evacuación referido. Mejía, De Lilís a Trujillo, pp. 272-273.
36
Roberto Cassá, «A manera de Introducción», en Calder, El impacto, p. X.
37
Calder, El impacto, p. XX.
38
Báez, Azúcar y dependencia; Lozano, La dominación imperialista.
39
Báez, Azúcar y dependencia, p.42.
40
Alan McPherson, «The First World War and the Decline of US Empire in the Caribbean»
Bulletin de la Société d’Histoire de la Guadeloupe, No. 168 (mayo-agosto de 2014), pp. 203–219.
41
Noel Maurer et al., «Can Europe Run Greece? Lessons from U.S. Fiscal Receiverships in
Latin America, 1904-31», Marvin Goldwert, The Constabulary in the Dominican Republic and
Nicaragua: Progeny and Legacy of United States intervention, Gainesville, 1962; R. L. Millett,
Searching for Stability: The US Development of Constabulary Forces in Latin America and the
Philippines, Fort Leavenworth, 2010.
42
McPherson, «First World War», p. 210.
43
Ibíd., pp. 208-209.
44
Se refiere a la política enunciada por Wilson en relación al gobierno golpista de
Victoriano Huerta en México, según la cual «la cooperación es posible solo cuando se
sostenga en procesos ordenados de gobierno justo […]. Los Estados Unidos no tienen
nada qué buscar en Centro y Sud América como no sea el interés duradero de sus pue-
blos, la seguridad de los gobiernos que a ellos han de deberse, y no a grupos de interés
[...]. No podemos simpatizar con quienes persiguen el poder del gobierno para beneficio
de sus intereses y ambiciones». Citado en: Marlin Clausner, Rural Santo Domingo: Settled,
Unsettled and Resettled, Philadelphia, 1973, pp. 148-149.
45
Citado en Clausner, Rural Santo Domingo, p. 149.
46
De hecho, desde 1912 el Departamento de Estado norteamericano se había valido de
la Receptoría de Aduanas para intervenir en la política dominicana, empleando el boi-
cot financiero para forzar la renuncia del presidente Eladio Victoria, editando —como
señala Mejía— «una serie de intromisiones […] que debían culminar con la intervención
de 1916». Se destaca, no obstante, la nota de 1913, por corresponder a la administración
presidencial de Wilson (1913-1921), que fue la que tomó la decisión de ocupar el país.
Mejía, De Lilís a Trujillo, p. 145.
47
Paul Muto, La promesa ilusoria. La República Dominicana y el proceso de desarrollo económico,
Santo Domingo, 2014.
48
Clausner, Rural Santo Domingo, pp. 133-210.
49
San Miguel, «Exacción estatal y resistencia campesina»; Julie Cheryl Franks,
Transformando la propiedad. La tenencia de tierras y los derechos políticos de la región azucarera
dominicana, 1880-1930, Santo Domingo, 2014.
50
César A. Herrera, De Hartmont a Trujillo. Estudio para la historia de la deuda pública,
Santo Domingo, 2009; Julio C. Estrella, La moneda, la banca y las finanzas en la República
Dominicana, Santiago de los Caballeros, 1971.

297
La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

51
Humberto García Muñiz, De la Central Guánica al Central Romana. La South Porto Rico
Sugar Company en Puerto Rico y la República Dominicana, 1900-1921, Santo Domingo, 2013.
52
Randolph G. Adams, «Santo Domingo: a Study in Benevolent Imperialism», The South
Atlantic Quarterly, Año 20, No. 1 (1921), pp. 10-24.
53
Knight, Los americanos.
54
Lozano, La dominación imperialista, p. 322.
55
Ibíd., p. 303.
56
Ibíd., p. 43.
57
Calder, El impacto, pp. 145-150.
58
Lozano, La dominación imperialista, p. 30. Se trata del Prefacio a la segunda edición de la
obra, donde el autor valora retrospectivamente su aporte.
59
Luis Aguilar Villanueva, La implementación de las políticas, México, 1996.
60
«[L]o que aportaba Calder era un manejo sistemático y bastante completo de los archi-
vos norteamericanos, aun hoy no superado», Lozano, La dominación imperialista, p. 23.
61
Graham Allison, «Modelos conceptuales y la crisis de los misiles cubanos», en Luis
Aguilar Villanueva (comp.), La hechura de las políticas, México, 1996.
62
Carl Kelsey, The American Intervention in Haiti and the Dominican Republic, Philadelphia,
1922, p. 178 (traducción propia); Calder, El impacto, p. 91; Richard Millett et al.,
«Administering the Protectorates: The US Occupation of Haiti and the Dominican
Republic», Revista Interamericana, Año 6, No. 3 (1976), pp. 383-402; Alan McPherson, «Lid
Sitters and Prestige Seekers: The US Navy versus the State Department and the End of US
Occupations», Journal of Military History, Año 78, No. 1 (2014), pp. 523-556.
63
Charles E. Lindblom, «La ciencia de salir del paso», en Aguilar Villanueva, La hechura
de las políticas, pp. 201-226.
64
Los escritos de McPherson mencionados platean claramente el peso de la carrera en la
resolución de procesos como la propia desocupación, el sentimiento de frustración que
podían vivir sus agentes en la misión dominicana, etc.
65
A. J. Angulo, Empire and Education. A History of Greed and Goodwill from the War of 1898 to
the War on Terror, New York, 2012, pp. XVI-XVII (traducción propia).
66
Aunque de Cuba y Puerto Rico vinieron algunas cosas (personas, programas), la ex-
periencia colonial más importante en la que se había formado el séquito administrativo
del Gobierno Militar lo eran las Filipinas. De allí venían el afamado Hiram I. Bearss y
otros cruentos militares del dominio público como Logan Feland, George C. Thorpe o el
largo tiempo secretario de Interior y Policía Ben Hebard Fuller. Aunque también por ellas
había transitado cierto personal técnico y administrativo que ocuparía posiciones clave
en Santo Domingo, como Rufus H. Lane (Justicia e Instrucción Pública), Frank H. Gore
(auditor general), J. T. Bootes (Comisión de Reclamaciones), John Loomis (Hacienda y
Comercio), Richard U. Strong (Comisión de Servicio Civil) o Philip E. Garrison (jefe de
Sanidad), entre otros.
67
Decía Root: «Para definir el problema de la forma de gobierno y la participación del
pueblo […] el hecho más importante a considerar es que el pueblo nunca ha sido edu-
cado en el arte del auto-gobierno […]. En su experiencia y tradiciones, ley y libertad han
sido ideas opuestas entre sí, y es imposible que un pueblo con esa historia —solo el diez
por ciento del cual puede leer o escribir— haya adquirido una comprensión verdadera
del modo de conducir un gobierno popular. No dudo de su capacidad de aprender a

298
Historia general del pueblo dominicano

gobernarse a sí mismos, pero todavía no lo han hecho», «The War Department», The New
York Times, 2 de diciembre de 1899.
68
Rufus H. Lane a Harry S. Knapp, Santo Domingo, 27 de noviembre de 1918. AGN,
GMSD.
69
Pamela Tolbert et al., «Institutional Sources of in the Formal Change Structure of
Organizations: The Diffusion of Civil Service Reform, 1880-1935», Administrative Science
Quarterly, vol. 28, No. 1, (1983), pp. 22–39.
70
La relevancia organizativa del Departamento de Marina es decisiva no solo en el análi-
sis político de las pugnas-interburocráticas que enfatizan Millet y McPherson, que lo dan
por triunfador sobre el Departamento de Estado hasta la llegada de Sumner Welles en
1922. Basta ojear sus Reportes Anuales para apreciar el minucioso registro de la salud de
los marines (en Santo Domingo y en el resto del mundo). Un registro cuyo peso supera con
creces el del reporte propiamente militar y que ilustra la capacidad racional-burocrática
de la organización para gobernar la profilaxis de sus subordinados.
71
Por ejemplo, Moran, «Prison Reform»; Lord, «An “Imperative Obligation”» y Mayes,
«Toleratyng Sex».
72
Suzy Castor, La ocupación norteamericana de Haití y sus consecuencias (1915-1934), México,
1971; Millett. Administering the Protectorates.
73
La Orden Ejecutiva No. 18, del 2 de enero de 1917, suspendió la actividad del Congreso
hasta la celebración de elecciones congresuales, retirando de sus cargos a los diputados y
senadores cuyos plazos no habían todavía expirado. Una orden previa, la No. 12, del 26 de
diciembre de 1916, canceló la celebración de elecciones en el país «hasta segunda orden».
74
Wenceslao Vega Boyrie, «La legislación del Gobierno de Ocupación Militar
Norteamericana de 1916-1924», Clío, Año 85, No. 191 (enero-junio de 2016), pp. 179-228.
75
Orden Ejecutiva No. 1, 4 de diciembre de 1916.
76
Orden Ejecutiva No. 4, 12 de diciembre de 1916.
77
Es llamativo el orden de funcionamiento, circulación de la información y toma de deci-
sión bajo el Gobierno Militar de Ocupación, que usualmente arribó a decisiones colegia-
das, de factura —paradójicamente— menos presidencialistas de lo que podría sugerir la
extrema concentración de los poderes del Estado.
78
Durante la guerra a los mal llamados «bandits», intensificada en 1919, fue establecido
un tercer regimiento Este.
79
Orden Ejecutiva No. 338, 13 de octubre 1919.
80
Por ejemplo, los dos extensos volúmenes de transcripción de las entrevistas de las
Comisiones investigadoras del Senado norteamericano a Haití y Santo Domingo de 1921.
United States Senate, Inquiry into the Occupation and Administration of Haiti and Santo
Domingo. Hearings Before a Select Committee on Haiti and Santo Domingo, Washington, 1921.
81
Hubo oficinas prebostales en Monte Cristi, Puerto Plata, Sánchez, La Vega, Moca, San
Francisco de Macorís, Santiago, El Seibo, Hato Mayor, La Romana, San Pedro de Macorís,
Santo Domingo, Azua y Barahona.
82
La creación de la Guardia Nacional Dominicana (GND) se contó entre las primeras ac-
ciones del Gobierno Militar, que decretó su establecimiento con una dotación de 500 mil
dólares «de fondos no apropiados por otros motivos» —o sea, los debidos al excedente
producido por el congelamiento del presupuesto entre 1916 y 1918— mediante la Orden
Ejecutiva No. 47, del 7 de abril de 1917. El desarrollo de la Guardia (luego Policía Nacional

299
La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

Dominicana) ha sido estudiado en profundidad por Ellen Davies Tillman, quien analiza
el modo en que el proyecto de organización del constabulario centralizado interactuó
con estructuras y tradiciones de poder militar presentes en la sociedad dominicana que
pautaron su proceso formativo hasta configurar la institución de la que eventualmente
emergería la dictadura trujillista, auténtico efecto perverso o contraintuitivo de la refor-
ma militar. Tillman, «Imperialism Revised».
83
La Convención Domínico-Americana de 1924 ratificó poco más del 70 % de las Órdenes
Ejecutivas, lo mismo que gran parte de los contratos suscritos por las Secretarías de
Estado con particulares. «Convention of Ratification between the United States and the
Dominican Republic as contained in the Agreement of Evacuation of June 30, 1922», The
American Journal of International Law, Año 20, No. 2 (1926), pp. 53-64.
84
Vega Boyrie, La legislación.
85
Lord, «An “Imperative”».
86
Thomas Popkewitz, Sociología política de las reformas educativas, Madrid, 1994.
87
A los ya citados de Davies, Lord y Moran, debe agregarse el trabajo de Cabrera acerca
de la reforma educacional. Onavis Cabrera, «Sociedad civil, intervención norteamerica-
na y reformas educativas en República Dominicana (1900-1924)», Tesis de Maestría en
Educación Superior, Universidad Autónoma de Santo Domingo, 1987.
88
Por ejemplo: Manuel Ruiz Tejada, Estudio sobre la propiedad inmobiliaria en la República
Dominicana, Ciudad Trujillo (Santo Domingo), 1952; Francisco Moscoso Puello, Apuntes
para la historia de la medicina en la isla de Santo Domingo, San Pedro de Macorís, 1984; Roberto
Cassá, Movimiento obrero y lucha socialista en la República Dominicana: desde los orígenes has-
ta 1960, Santo Domingo, 1990; Francisco Antonio Pimentel, Historia de la educación en la
República Dominicana, Santo Domingo, 2003; Wenceslao Vega Boyrie, Historia del derecho
dominicano, Santo Domingo, 2014.
89
Orden Ejecutiva N° 452, 10 de abril de 1920. La Ley de Servicio Civil y la Comisión que
le fue anexa celebró exámenes nacionales para proveer los nombramientos del funciona-
riado durante 1918-1922. No fue el único ni el primer esfuerzo por reformar los vínculos
históricos entre el empleo público y las clientelas políticas, ni restringió su accionar a ese
solo fin, sino que tipificó los saberes y habilidades relativos a distintos tipos de cargos en
la administración pública. Su antecedente más remoto lo fue la Orden Ejecutiva No. 26,
del 22 de enero de 1917, que integró una Comisión para la mejora del Servicio Exterior
dominicano, seguida luego por la número 66 (del 19 de julio del mismo año) autorizan-
do a las distintas Secretarías de Estado a formular sus reglamentos de nombramientos,
promociones y destituciones en lo que «una Comisión de Servicio Civil nacional sea
nombrada». El servicio postal y el escolar se contaron entre los primeros sometidos a
exámenes de suficiencia para el nombramiento en los cargos. La reforma, por supuesto,
generó distintas formas de resistencia, principalmente en los ayuntamientos y gobiernos
provinciales, que lograron eludir las restricciones que la ley fijaba a sus decisiones en
materia de nombramientos. Ver AGN, GMSD, leg. 1700217, exp. 124.
90
Mejía, De Lilís a Trujillo, p. 257.
91
Jacob H. Hollander, «The Convention of 1907 Between the United States and the
Dominican Republic», American Journal of International Law, Año 1, No. 2 (1907), pp. 287-296.
92
Herrera, De Hartmont a Trujillo, pp. 133-183.

300
Historia general del pueblo dominicano

93
Citado en Herrera, De Hartmont a Trujillo, pp. 188-189.
94
Como refiere Herrera, antes de la presentación de la Nota 14, el tema del «experto
financiero» quiso escamotearse políticamente bajo la figura de una presunta ampliación
de las atribuciones fiscales de la Receptoría General, a cuyas oficinas fue trasladado el
Sr. Charles M. Johnston, que actuaba como tal desde el gobierno del presidente Bordas.
Herrera, De Hartmont a Trujillo, pp. 173-186.
95
La Orden Ejecutiva 272, de marzo de 1919, dispuso esa aceleración. Ver: Arthur H.
Mayo, «Report of Department of State of Finance and Commerce of the Dominican
Republic for the Period 1916 to 1919, Inclusive, and Estimates for 1920», en United States
Senate, Inquiry into the Occupation, p. 1007.
96
Fred R. Fairchild, «The Public Finance of Santo Domingo», Political Science Quarterly,
Año 33, No. 4 (1918), pp. 461-481. Además de su rol académico, Fairchild formaba parte
del cuerpo directivo de la National Tax Association, a la sazón imbuida de las premisas
progresivas del «New Nationalism» de la era Roosevelt.
97
The Bulletin of the National Tax Association (abril de 1917), p. 73.
98
Orden Ejecutiva No. 2, 4 de diciembre de 1916; Orden Ejecutiva No. 19, 8 de enero de
1917; Orden Ejecutiva No. 23, 19 de enero de 1917.
99
Mayo, «Report», p. 974.
100
Ibídem.
101
O. E. No. 53, 4 de mayo de 1917; O. E. No. 163, 14 de mayo de 1918.
102
Del 23 de febrero, 3 de junio y 29 de diciembre de 1917, respectivamente.
103
Mayo, «Report», p. 977.
104
O. E. 88, 27 de octubre de 1917.
105
Mayo, «Report», p. 977.
106
O. E. No. 34, 23 de febrero de 1917.
107
«De los bonos adjudicados a los reclamantes, el teniente Arthur H. Mayo hizo una bue-
na cosecha. Este oficial desempeñaba las funciones de secretario de Hacienda y Comercio
en el gobierno interventor, y fue factor de muchos de los desastres financieros de ese pe-
ríodo. Esta vez negoció con una casa bancaria norteamericana, la adquisición de los bonos
otorgados por la Comisión de Reclamaciones», Herrera, De Hartmont a Trujillo, p. 197.
108
Mayo, «Report», p. 979.
109
Fairchild, «The Public Finance», p. 474.
110
Orden Ejecutiva No. 111, 24 de diciembre de 1917.
111
Orden Ejecutiva No. 146, 5 de abril de 1918. Al l5 % de la renta anual establecido se
agregaba la totalidad del impuesto de patentes.
112
Orden Ejecutiva No. 158, 4 de mayo de 1918; Orden Ejecutiva No. 181, 1.° de julio de
1918; Orden Ejecutiva No. 369, 13 de diciembre de 1919. La visión militar sobre la reforma
fiscal en las comunes abona a la antes referida epistemología sobre la deshonestidad íncli-
ta del cuerpo administrativo nacional: «No había intención de cobrar nuevos impuestos,
pero la antigua ley tributaria debía ser reescrita, mejorada, reclasificada y administrada
según un plan que eliminaría el fraude. El dinero así recaudado se pagaría a los tesoreros
comunales y se destinaría a la instrucción pública. La aplicación de la antigua ley de licen-
cias (ley de patente) ha estado en manos de los gobiernos municipales locales. Debido a los
métodos pobres y la práctica de vender el derecho a recaudar impuestos, fue un fracaso.
De los muchos impuestos medianamente recaudados por los municipios, es dudoso que

301
La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

se recaudara más del 70 por ciento de los impuestos debidos y pagaderos, y en todos los
casos el costo de la recaudación era enormemente alto, llegando a menudo hasta el 50 por
ciento. […] La mejor prueba de la aplicación de una ley y su correcta administración es el
resultado obtenido. Si bien no se dispone de cifras exactas, se sabe que las recaudaciones
de esta ley, cuando fueron administradas en su totalidad por el gobierno municipal, no
ascendieron a más de $200,000. Las recaudaciones desde la promulgación de la nueva
ley han sido las siguientes: 1918, $ 203,489.10 (parte del año); 1919, $ 630,305.25; 1920,
$ 700,000 (estimado)». Mayo, «Report», pp. 994-995.
113
Fairchild, «The Public Finance», p. 472.
114
Orden Ejecutiva No. 78, 11 de septiembre de 1917; Orden Ejecutiva No. 64, 3 de julio
de 1917.
115
Fairchild, «The Public Finance», p. 478.
116
Lozano, La dominación imperialista, p. 322.
117
De hecho, la Ley de Caminos habría de conceptuarse como un instrumento fiscal
que allegó una ingente masa de recursos en dinero y especie al gasto regular del go-
bierno nacional. Sobre el movimiento nacionalista y el boicot fiscal, San Miguel señala:
«A pesar de ser un movimiento predominantemente urbano y de su inicial indiferencia
hacia los reclamos de la población rural, eventualmente los nacionalistas dominicanos
empeñados en el retiro de las fuerzas de ocupación tuvieron que tomar en consideración
la oposición a las medidas tributarias del Gobierno Militar. En definitiva, el fracaso del
Impuesto Territorial y la oposición al mismo aceleraron la crisis del régimen interventor.
Lo reconociese o no, la intelectualidad nacionalista que luchó por el retiro de las fuerzas
de ocupación se benefició de la inconformidad generada por la política tributaria del
Gobierno Militar, especialmente fuerte en el campo. En cierta forma, los nacionalistas se
encontraron en la cresta de una ola que se originó en la zona rural», San Miguel, «Exacción
estatal y resistencia campesina», p. 112.
118
El cobro del impuesto a la propiedad comenzó a resultar un asunto crecientemente
problemático sobre todo a partir del segundo año (1921) pues, de entrada, el Gobierno
Militar se propuso captar fiscalmente los altos precios de mercado de 1919-1920 retasan-
do la propiedad inmueble, cosa que derivó en contribuciones desproporcionadamente
altas cuando el mercado se desplomó en 1920-1921. Resulta interesante, en el sentido de
relativizar el peso del boicot político al impuesto organizado por el movimiento naciona-
lista, la carta que dirigió al gobernador Snowden el Sr. Andrés Pastoriza, presidente de
la Cámara de Comercio, señalando que la resistencia general no era al impuesto sino a la
injusta retasación del valor de la propiedad: «A pesar del hecho de que, por generaciones,
el impuesto indirecto fue el sistema observado en el país […] el cambio […] fue aceptado
de buena gana y cumplimentado con espíritu excepcional durante el primer año […]. Sin
embargo, durante el segundo año, cuando las valuaciones infladas por causa de la pros-
peridad sin precedentes creada por la guerra alcanzó su apogeo, el Gobierno contrató un
cuerpo de tasadores para re-tasar toda la propiedad. Muchos de estos eran extranjeros
que no estaban familiarizados con el valor normal de la propiedad y se basaron solo en
datos de los últimos tres años […]. Por esto, […] los valores revisados […] resultaron
absurdos […]. Considero absolutamente válida la protesta del pueblo en general contra el
modo confiscatorio en que el Gobierno está aplicando la ley», Andrés Pastoriza a contra-
almirante Thomas Snowden, Santiago, enero de 1922. AGN, GMSD, leg. 1700240, exp. 36.

302
Historia general del pueblo dominicano

119
Orden Ejecutiva No. 563, 20 de noviembre de 1919.
120
Orden Ejecutiva No. 420, 5 de marzo de 1920; reforzada luego por la No. 466, del 24 de
abril de 1920.
121
Receptoría deja control a G.M. 1919 1700203_caja_121_exp_77.
122
Calder, El impacto, pp. 104-112.
123
Papers relating to the Foreign Relations of The United States with the adress of the President to
Congress, 1917 (http://digital.library.wisc.edu/1711.dl/FRUS.FRUS1917).
124
Military Government of Santo Domingo, Santo Domingo its past and its present condition,
Santo Domingo City, 1920, p. 37. Traducción propia.
125
Papers relating to the Foreign Relations of The United States with the adress of
the President to Congress, 1920 (http://digital.library.wisc.edu/1711.dl/FRUS.
FRUS1920v02). Suplantado Snowden por el nuevo gobernador Samuel S. Robison, el
futuro responsable de la Secretaría de Justicia e Instrucción, Arthur F. Marix opinaba: «El
Departamento de Educación asume que su presente misión es extender el sistema rudi-
mentario hasta eliminar el analfabetismo. Entiende que esa es la función más importante
del Gobierno. Asume que la misión básica del Gobierno Militar es sentar las bases para
una democracia auto-sustentada en el país». AGN, GMSD, leg. 1700214, exp. 22; United
States Senate, Inquiry into the Occupation, p. 87.
126
Orden Ejecutiva No. 114, 29 de diciembre de 1916.
127
Aunque la Ocupación fue proclamada en noviembre de 1916, la política de reforma
educacional comenzó a desarrollarse un año más tarde, durante el cual la comisión desig-
nada laboró en su diseño. La comisión representó la contraparte cultural del proceso de
implementación de las políticas, circunstancia invariante en las ocupaciones antillanas, que
no instauraron Estados omnímodos, sino que siempre hallaron fracciones intelectualmente
proclives a sus ideas —o políticamente sagaces para aprovechar la coyuntura en términos
de poder—. Justo por esa lógica de difusión de los influjos culturales, debe relativizarse la
noción de que las ocupaciones constituyesen momentos inéditos de innovación, precisando
su estudio el análisis del movimiento de ideas precedente.
128
La designación de Ortega Frier y el desplazamiento de Arístides Fiallo Cabral como
superintendente general de Enseñanza pudo deberse al lógico despido del funcionariado
de Henríquez y Carvajal, aunque también expresa tensiones de más largo aliento entre
adherentes y opositores del Código de Educación Común de 1915 (creación del propio
Fiallo Cabral). Cierto normalismo de posiciones pragmatistas —como el representado
por Luis A. Weber, José R. López, Osvaldo Báez Soler y el propio Ortega Frier— colaboró
con las reformas educacionales impulsadas por el Gobierno Militar. Como señala Zeller,
otro normalismo sí rompió lanzas con la Ocupación e hizo acto de nacionalismo militan-
te. Fiallo Cabral —hombre al que ominosamente se hizo dimitir exigiéndole un estudio
global del sistema en cuestión de pocos días—, fue orador conspicuo en los mítines del
Congreso de la Prensa. Neici Zeller, «Resistencias magisteriales a la política educacional
del Gobierno Militar de Ocupación en la República Dominicana, 1916-1924», ponencia
presentada en el Congreso Iberoamericano de Historia de la Educación Latinoamericana,
Toluca, Estado de México, 6-9 de mayo de 2014.
129
El antiintelectualismo de los administradores ocupantes (tanto en Santo Domingo
como en La Habana, San Juan o Puerto Príncipe), entronca con un gran discurso cultural
sajón de crítica a la cultura latina (española o francesa). Al tiempo que describía al viejo

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La Ocupación Militar norteamericana, 1916-1924

Código de Educación Común como «una pomposa colección de ideas insustanciales»,


Knapp refería a su autor —A. Fiallo Cabral—, como «una persona educada pero falta de
realismo; lleno de ideas teóricas, cuya conversación es grandilocuente». Por su parte, al
explicar los recortes a la enseñanza superior, Lane decía: «La función primordial de la
Universidad es preparar hombres para la práctica de las profesiones y otras funciones
se le han asignado de momento. No cabe duda que existe terreno para departamentos
de filosofía y letras, para las cuales los dominicanos tienen, aparentemente, talento. Pero
antes de atender estos ornamentos intelectuales, deben proveerse las necesidades presen-
tes de la vida social. La gran necesidad del presente es la educación elemental, que es el
fundamento de toda la estructura educacional». AGN, GMSD, leg. 1700232, exp. 94.
130
Es imposible incurrir aquí en señalamientos al respecto. La historiografía educacional
criolla escasamente ha tratado cualquiera de las orientaciones mencionadas. La Tabla que
aparece al final de este capítulo permite precisar la normativa que impuso las supresiones
y transformaciones escolares referidas.
131
Anne Querrien y Julia Varela, Trabajos elementales sobre la escuela primaria, Madrid, 1979.
132
Juan B. Alfonseca, «A Public School System. Ensayo sobre un concepto en la represen-
tación imperial norteamericana sobre la escuela popular en las Antillas, 1898-1934», en
Eugenia Roldán (ed.), El lenguaje de la educación: conceptos, metáforas y narrativas en los orígenes
de los sistemas educativos nacionales (c. 1870-1930), Frankfurt am Main (en prensa).
133
Samuel M. Lindsay, «Inauguration of the American School System in Porto Rico», en
Report of the Commissioner of Education for the year ending june 30, 1905, vol. 1, Chapter XV,
Washington, 1907, p. 301.
134
Ortega Frier parecía un convencido del principio de que lo estratégico no era solo el
paso a la escuela graduada, dotada de los avances del higienismo y la pedagogía. De
hecho, siendo ya superintendente, rechazó la idea (puesta en su escritorio seguramente
por Lane) de aplicar la estrategia de dar concurso a la auto-construcción popular seguida
por entonces en Haití, cosa que se verificaría finalmente un año más tarde. Decía Ortega:
«Personalmente no soy partidario del sistema. Las casas escuelas deben ser construidas
totalmente con fondos públicos, aun cuando sea necesario crear un impuesto con ese
fin». Superintendente general de enseñanza a secretario de Justicia e Instrucción, Santo
Domingo, 11 de octubre de 1917, AGN, GMSD, leg. 1700202, exp. 56. He analizado estos
procesos en: Juan B. Alfonseca Giner de los Ríos, «De la escuela aposento a la escuela
“Presidente Trujillo”: transformaciones espaciales y genealógicas en la escuela rural do-
minicana, 1844-1944», Historia y Memoria de la Educación, No. 7 (2018), pp. 107-151.
135
Military Government of Santo Domingo, Santo Domingo its past, p. 35.
136
Inspector del Distrito Escolar 32 a intendente de enseñanza del Departamento Norte,
Monte Cristi, 28 de octubre de 1918, AGN, Secretaría de Justicia e Instrucción Pública
(SJIP), exp. sin clasificar.
137
José Francisco Camarena, «Informe», Bajabonico, diciembre de 1918, AGN, SJIP, legajo
682.
138
Rufus Lane, «Civil Government in Santo Domingo in the Early Days of Military
Occupation», The Marine Corps Gazette, Año 7, No. 2 (1922), p. 143.
139
Secretaría de Justicia e Instrucción Pública, «Orden No. 86», Listín Diario, 5 de octubre
de 1918; Secretaría de Justicia e Instrucción Pública, «Orden General No. 1», Listín Diario,
4 de abril de 1919.

304
Historia general del pueblo dominicano

140
El Código de Educación Común fue aprobado en 1915, siendo derogado en 1918 por
el Gobierno de Ocupación. Representa la más acabada pieza programática del sistema de
escuela pública generada por los discípulos de la Normal hostosiana. Su autor fue el Dr.
Arístides Fiallo Cabral.
141
Las cinco leyes decretadas por la Orden 145 se basaban en las recomendaciones de la
Comisión de Educación. La Ley Orgánica de Enseñanza Pública y la Ley para la Dirección
de la Enseñanza Pública eran las más relevantes, pues daban paso a la centralización ad-
ministrativa y curricular de un sistema esencialmente basado en el esfuerzo disperso de
los ayuntamientos. Aunadas a la Ley de Instrucción Obligatoria, dieron cuerpo al sistema
de ordenamientos sobre enseñanza que rigió durante la ocupación. Gobierno Militar,
«Orden Ejecutiva 114», Listín Diario, 12 de enero de 1918; Gobierno Militar, «Orden
Ejecutiva 145», Listín Diario, 18 de abril de 1918.
142
Secretaría de Justicia e Instrucción Pública, «Orden del Departamento de Instrucción
Pública», Listín Diario, 12 de septiembre de 1917. Días después, otra orden instauraba
estructuras de obediencia burocrática inflexibles con quienes hiciesen llegar influjos de
orden político o religioso a la escuela. Secretaría de Justicia e Instrucción Pública, «Orden
No. 10», Listín Diario, 4 de octubre de 1917.
143
José Dubeau, intendente general de Enseñanza, a superintendente general de Educación
Pública, Santiago, 3 de marzo de 1916, AGN, SJIP, exp. 1/663.
144
Tras la Desocupación, con el retorno de los viejos caudillos políticos al poder del
Gobierno, se relajaría el control de la política local logrado durante la Ocupación. Decía
el intendente de la fronteriza zona escolar de Dajabón en 1926: «Urge devolver a los
intendentes e inspectores la plenitud de sus atribuciones selectivas en lo que respecta
al proveimiento de vacantes del servicio docente y sustraer definitivamente las oficinas
escolares y las escuelas de la acción nociva y disolvente del politiqueo menudo. Deben ser
las autoridades escolares [...] quienes recomienden al Poder Ejecutivo los candidatos [...]
para los cargos vacantes y no las juntas de partidos políticos». Inspector Distrito Escolar
34 a intendente Departamento Norte, Dajabón, 18 de agosto de 1926, AGN, SJIP, leg. 10.
145
Secretaría de Justicia e Instrucción Pública, «Orden General No. 1», Listín Diario, 4 de
abril de 1919.
146
Lane, «Civil Government», p. 145.
147
Angulo, Empire and Education, p. 83.
148
Inspector Distrito Escolar 35, «Informe», diciembre de 1919, AGN, SJIP, leg. 1/734.
149
Ibídem.
150
Alfonseca, «De la escuela aposento», pp. 107-151.

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