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Dream Theory and Science: A Review fue publicado originalmente en Psychoanalytic Inquiry,
36:3, 199-213. Traducido y publicado con autorización.
Revisión: Hugo Bleichmar
Los sueños son una parte fundamental de nuestras vidas, que ha fascinado y mistificado a
las personas durante siglos, y sobre el que aun hay escaso consenso acerca de su origen
y su función. Hay algunas teorías que enfatizan el papel autónomo de estructuras
cerebrales más profundas y consideran el soñar como un epifenómeno de sueño de
movimiento ocular rápido (REM [Rapid Eye Movement]) sin un significado que descifrar.
Otras teorías indican un papel en el procesamiento emocional, la consolidación de la
memoria, o los roles evolutivos para preparar a las personas para afrontar las amenazas
cuando estén despiertos. La mayoría de los estudios se han centrado en explorar los
sueños y sus correlatos neuronales en los adultos, y por tanto la gente aún tiene una
comprensión limitada del soñar en los niños. En esta revisión, discuto algunos de los
hallazgos y teorías pasados y presentes sobre la fenomenología, los fundamentos
neuronales y la función del soñar en general, haciendo énfasis en los hallazgos en niños.
Abstract
Dreams are a fundamental part of our lives that have fascinated and mystified people for
centuries and yet there has been little consensus on their origin and function. There are
some theories that emphasize the autonomous role of deeper brain structures and see
dreaming as an epiphenomenon of rapid-eye movement (REM) sleep without a meaning to
decipher. Other theories indicate a role in emotional processing, memory consolidation, or
evolutionary roles in preparing people to face threats when awake. Most studies have
focused on exploring dreams and their neural correlates in adults, and therefore people still
have a limited understanding of dreaming in children. In this review, I discuss some of the
past and current findings and theories about the phenom- enology, neural underpinnings,
and function of dreaming in general with an emphasis on findings in children.
Los problemas metodológicos están entre las importantes dificultades a las que se
han enfrentado los científicos al estudiar los sueños. Los sueños solo pueden
estudiarse retrospectivamente y mediante el informe subjetivo del que sueña. Por
tanto, cualquier intento de estudiar los sueños sistemáticamente tiene que
incorporar informes en primera persona. En los estudios científicos, se ha
cuestionado la fiabilidad de los informes del sueño. Entre otros factores, los
informes fiables de los sueños dependen de la capacidad para recordar y
recuperar los detalles del sueño, así como en las habilidades cognitivas y de
lenguaje para articular los detalles y complejidades de este fenómeno mental. La
importancia y el efecto de estos factores se hacen aún más prominentes en los
niños, que pueden no tener la capacidad verbal, cognitiva y emocional para
describir todos los detalles sensoriales y emocionales de los sueños. Los niños
también pueden evitar hablar de los sueños que les provocan angustia o añadir o
cambiar partes de los sueños cuando los cuentan (Sándor y col., 2014).
En esta breve revisión, discuto en primer lugar la comprensión actual del soñar,
sus correlatos neuronales, y algunas de las teorías existentes sobre el papel del
soñar. Tras esta perspectiva general, describo algunas de las dificultades
metodológicas que han limitado los estudios científicos de los sueños y su
fiabilidad. Luego resumo algunos de los datos disponibles sobre el soñar en los
niños. Es importante apuntar que esta revisión pretende describir algunos de los
datos y perspectivas más sobresalientes sobre el soñar, pero no pretende ser una
revisión exhaustiva de toda la investigación, teorías y conocimiento existentes
acerca del soñar.
Los estudios iniciales sobre los sueños emergieron en el siglo XIX y se centraban
principalmente en la fenomenología de los sueños. Sin embargo, el surgimiento de
dos movimientos diferentes en psicología al comienzo del siglo XX, el psicoanálisis
y el conductismo, ralentizaron el flujo de estudios sistemáticos sobre los sueños.
Las perspectivas psicoanalíticas ponen un mayor énfasis en el significado y la
importancia de los sueños y lo que representan en la vida de cada individuo,
mientras que el conductismo cuestionaba la existencia de experiencias mentales
tal como los sueños. Por tanto, cada movimiento, a su manera, desacreditaba el
estudio más sistemático de los sueños en muestras de mayor tamaño (Desseilles,
Dang-Vu, Sterpenich y Schwartz, 2011).
Dos teorías enfatizan los contenidos más negativos de los sueños. Una, la teoría
de simulación de amenaza, mira la función del sueño desde una perspectiva
evolutiva. Propone que simulando los acontecimientos y condiciones amenazantes
encontrados durante el estado de vigilia, los sueños ofrecen un lugar seguro para
practicar las habilidades neurocognitivas que se requieren para reconocer y
procesar estas amenazas. Se establece la hipótesis de que este entrenamiento de
evitación de la amenaza tiene beneficios para la supervivencia (Revonsuo, 2000).
Hay un cierto soporte empírico para esta teoría. Sin embargo, algunos han
sostenido que esta función evolutiva y adaptativa no se da en todos los casos
(Nielsen y Levin, 2007). En el trastorno de estrés postraumático (TEPT), por
ejemplo, el aumento en la gravedad y la frecuencia de las pesadillas indica una
mayor gravedad de la psicopatología. Esto es evidente en los sueños de los niños
expuestos a acontecimientos traumáticos, que tienen más sueños de amenazas y
una mayor severidad del contenido de la amenaza. Es más, en muchos casos, el
contenido amenazante del sueño no es relevante para los acontecimientos de la
vida real. Para entender esto, algunos han elaborado la hipótesis de que incluso
aunque, históricamente, esta función del sueño ha sido útil para la supervivencia,
debido a cambios en la vida actual de las personas, los sueños ya no pueden
cumplir su función biológica.
La otra teoría que se centra en entender los sueños negativos y las pesadillas
propone un modelo neurocognitivo más integrador y se llama disfunción de la red
afectiva (DRA). Nielsen y Levin (2007) basaron su modelo DRA en la neuroimagen
reciente sobre el sueño, la fisiología del sueño, el trastorno de estrés
postraumático, el trastorno de ansiedad, el memoria del miedo y los hallazgos
sobre personalidad. A un nivel cognitivo de explicación, la DRA establece la
hipótesis de que los sueños tienen un papel en la extinción del memoria del miedo.
Esto se logra mientras se sueña emparejando el estímulo condicionado por el
miedo con otros estímulos distintos a aquellos con los que estaba emparejado en
la vida real, creando así una oportunidad para que el estímulo del miedo sea
sentido en contextos emocionales diferentes. Al igual que con el aspecto neuronal,
ellos proponen la implicación de regiones límbicas, paralímbicas y prefrontales. En
los niños, la corteza medial prefrontal madura más tarde y, como resultado, es de
esperar –según esta teoría- que los niños tendrían una mayor disfunción en el
sistema de extinción del memoria del miedo y tendrían más pesadillas, lo que se
ve apoyado por la evidencia empírica (Nielsen y Levin, 2007).
Hallazgos de neuroimagen
En los años 90, los científicos comenzaron a utilizar técnicas de neuroimagen para
estudiar el sueño y el soñar. Las técnicas más comúnmente utilizadas han sido la
tomografía por emisión de positrones y la resonancia magnética funcional. Estos
estudios de imagen se han fijado principalmente en el patrón de la activación
regional del cerebro durante el sueño REM. Así, obteniendo informes subjetivos
del contenido del sueño, emparejados con datos sobre la actividad regional
cerebral durante el soñar y conectando estos datos con lo que se sabe sobre la
función de estas mismas regiones durante la vigilia, pueden sacarse conclusiones
sobre los correlatos neuronales del soñar (Kussé y col., 2010).
Dado que las limitaciones metodológicas afectan al estudio de los sueños de los
niños de forma especialmente fuerte, para empezar, discuto algunas de las
metodologías utilizadas en el estudio de los sueños en niños y adolescentes. Por
razones evolutivas, y basándome en la mayoría de los datos disponibles, divido
esto en varias secciones basadas en grupos por edad. No reviso los sueños en
adolescentes mayores de 14 años, puesto que los hallazgos en ese grupo de edad
son muy similares a los hallazgos en adultos. Por último, resumo algunos de los
datos sobre pesadillas y malos sueños.
Varios investigadores han elegido distintos entornos y métodos, cada uno con sus
propios méritos y limitaciones, para recopilar informes sobre el soñar en niños. En
los comienzos del siglo XIX, el foco estaba en los estudios observacionales. Estos
estudios se basaban principalmente en los informes que aportaban los padres o
los observadores sobre la conducta de los niños durante el sueño y la
comparación con su conducta durante la vigilia. Más adelante, los estudios
apoyaron el hecho frecuente de conductas de actuación durante los sueños y su
asociación con el contenido del sueño (Burnham y Conte, 2010; Sándor y col.,
2014). Un ejemplo de este tipo de informe observacional es el artículo de Erickson
(1941) sobre el posible hecho de un sueño a los 8 meses de e dad. En este
artículo, Erikson presentaba a una niña de 8 meses que, durante la ausencia de su
padre, y mientras está dormida, repite los gestos asociados con un juego al que
solía jugar con su padre (Erickson, 1941).
La investigación ha mostrado que los recién nacidos pasan alrededor del 50% de
su sueño en modo de sueño activo, y en torno al 14% de su sueño en modo sueño
tranquilo. Con el tiempo, hay una disminución gradual en el sueño activo y un
aumento del sueño tranquilo, de modo que a los 3 y a los 12 meses, el sueño
tranquilo supone hasta un 50% y hasta un 60%, respectivamente, del tiempo de
sueño. Una hipótesis sobre la cantidad significativa de sueño activo durante la
infancia es que debido a los limitados estímulos ambientales, el cerebro crea sus
propios estímulos internos para ayudar con las conexiones neuronales y la
sinaptogénesis. De hecho, los estudios en animales han mostrado que privar a los
animales del sueño REM (estímulo endógeno) tiene efectos perjudiciales en el
aprendizaje, la memoria y el desarrollo de varias partes del cerebro tales como los
sistemas auditivo, olfativo y límbico (McLaughlin, Crabtree y Williams, 2009;
Burnham y Conte, 2010).
Durante el primer año de vida, también hay un aumento en la duración del ciclo de
sueño y una disminución en la cantidad total de tiempo que se pasa durmiendo al
día. Este patrón de disminución en la cantidad total de sueño en 24 horas continúa
durante los tres primeros años de vida, pero los cambios más significativos tienen
lugar tras el segundo cumpleaños. Es más, durante el primer año, el sueño
empieza a consolidarse en una o dos siestas al día, con menos despertares
durante la noche. Los estudios también han mostrado que a lo largo de la infancia,
el género y la etnia se hallan entre los factores importantes que afectan a la
estructura del sueño. Sin embargo, otros factores, como el nivel de educación
materno, o el estatus socioeconómico, también se hallan entre los que influyen en
la estructura del sueño. Si nos fijamos en la estructura del sueño de la infancia a la
adolescencia, también hay una disminución en el sueño de onda corta y un
aumento del sueño de fase dos. La necesidad general de dormir no cambia
demasiado, pero la investigación muesta que los adolescentes duermen
significativamente menos en 24 horas (McLaughlin, Crabtree y Williams, 2009). La
evidencia también apunta a una menor capacidad en el procesamiento de la
información emocional debido a una pobre calidad del sueño durante este periodo
evolutivo sensible de la adolescencia temprana (Soffer-Dudek y col., 2011).
Los resultados de los estudios en casa en este grupo de edad han diferido de los
hallazgos de Foulkes en varios aspectos. En los estudios en casa, el recuerdo del
sueño ha sido mayor, de un 56%, y también más prolongado (Resnick, Stickgold,
Rittenhouse y Hobson, 1994; Colace, 2010). También, en contraste con los
estudios en laboratorio de Foulkes, los estudios en el hogar mostraron una
presencia significativa del self como un personaje activo (hasta el 85%) en los
sueños preescolares (Resnick y col., 1994). Estos estudios hallaron que los
personajes más comunes en los sueños de los niños en este grupo de edad eran
miembros de la familia y otros niños familiares para ellos y también hallaron una
mayor prevalencia de extravagancia en los sueños de niños en este grupo de
edad (Resnick y col., 1994; Colace, 2010). Los resultados del estudio realizado en
la escuela eran más próximos a los resultados del estudio realizado en casa
(Colace, 2000; Honig y Nealis, 2012).
Entre las edades de los 5 y los 9 años, se produce la transición de formas más
rudimentarias de soñar a otras más maduras, más parecidas a las de los adultos,
según los estudios de Foulkes. Él dividió este periodo en dos etapas basándose
en los cambios que observó en este grupo de edad. En la primera etapa (de los 5
a los 7 años), los cambios en los sueños consistían en narraciones de sueños más
largas, interacciones sociales más frecuentes, y movimientos más cinéticos en los
sueños. La siguiente etapa (de los 7 a los 9 años) mostró cambios en la frecuencia
con que contaban sus sueños y en una mayor participación activa en los mismos
(Foulkes, 2002).
En sus estudios, también observó un cambio en el contenido de los sueños en
este grupo de edad. Encontró una disminución en los temas de sueño/fatiga y un
incremento en los temas de interacción social. Aun cuando los animales estaban
frecuentemente presentes es los sueños de los niños entre los 5 y los 7 años,
cada vez se representaban menos según los niños crecían. En términos de los
sentimientos en los sueños de esta cohorte, identificó mayormente sueños
positivos, y la agresión o el miedo rara vez se presentan (Foulkes, 2002). Esto
contrasta con un estudio, llevado a cabo por Oberst, que se fijó en los últimos
sueños que recordaban niños entre los 7 y los 18 años. En el estudio de Oberst,
los temas de la agresión y el miedo se encuentran más comúnmente en los
sueños de los chicos que en los de las chicas, dato que es similar en los adultos.
Es interesante apuntar que los estudios muestran que la mayoría de chicos y
chicas son víctimas de agresión en sus sueños (Oberset, Charles y Chamarro,
2005; Sándor y col., 2014).
Foulkes halló que el gran salto en la narración de sueños tenía lugar en algún
momento entre los 7 y los 8 años. También identificó las habilidades de lenguaje y
visoespaciales como variables importantes que afectan la calidad narrativa de los
reportes de sueños REM y la frecuencia de las narraciones de sueños en los
despertares durante la fase REM respectivamente. Basándose en estos
resultados, estableció la hipótesis de que el desarrollo de habilidades
visoespaciales (evaluadas por el Wechsler Block Design) era la habilidad
importante requerida para que los individuos pudieran soñar (Foulkes, 2002).
Uno de los principales estudios en casa en este grupo de edad respaldó los
resultados de Foulkes en términos de aumentos en el recuento de palabras REM,
presencia activa de uno mismo, e interacciones sociales (Strauch, 2005). La
mayoría de estudios de sueños en este grupo de edad han mostrado que las
diferencias de género en los sueños se hacen más importantes y más parecidas a
las de los de los adultos entre los 9 y los 14 años. En general, el nivel de
extravagancia disminuye en la adolescencia temprana, pero, como las habilidades
cognitivas continúan madurando, hay un incremento en los modos inventivos de
integrar los recuerdos y acontecimientos de la vida real en los argumentos de los
sueños (Sándor y col., 2014).
En esta sección reviso algunos de los datos sobre malos sueños y pesadillas en
niños y adolescentes. Lo que este tipo de sueños tienen en común es el contenido
emocionalmente negativo, pero las pesadillas son un caso aparte porque, por
definición, despiertan al individuo. Los estudios muestran varios resultados en
términos de la prevalencia de los malos sueños, sueños de angustia y pesadillas
en niños pequeños. Muchos de los estudios que se fijan en la prevalencia de los
malos sueños o las pesadillas han sido estudios retrospectivos, pero hay también
numerosos estudios longitudinales. En estudios retrospectivos realizados en
adultos, hasta el 90% reportó un historial de haber tenido malos sueños cuando
eran niños (Schredl y col., 2009a).
Los malos sueños y las pesadillas se han mostrado en asociación con otros
trastornos del sueño entre los 24 y los 26 meses de edad (Byars y col., 2012). Se
ha estimado su prevalencia entre el 1,7% y el 43% por semana, pero estudios
diferentes arrojan resultados diferentes. Algunos investigadores han reportado una
prevalencia de las pesadillas del 26 al 28% entre los 5 y los 11 años (Lapouse y
Monk, 1959; Simonds y Parraga, 1982). Un estudio más amplio en más de 900
niños concluyó que las pesadillas y los malos sueños no eran tan prevalentes en
niños de menos de 5 años (Simard y col., 2008). Por el contrario, para los niños
entre 4 y 12 años de edad, otro estudio encontró una prevalencia mucho
mayor del 67,7% para sueños atemorizantes. Curiosamente, en este estudio, la
prevalencia de los sueños atemorizantes era mucho mayor en los grupos de más
edad, teniendo una prevalencia de 95,7% en los niños de 7 a 9 años y del 76,3%
en los niños de 9 a 12 años (Muris y col., 2000) sugiriendo que parte de la
discrepancia en las estimaciones de las prevalencias puede estar relaciona con la
variación de la frecuencia de malos sueños en los distintos grupos de edad.
La evidencia también indica que las chicas y las mujeres en general, pero
especialmente bajo condiciones de estrés, tienen un índice más alto de recuerdo
de sueños y tienden a compartirlos más frecuentemente, también. En los niños, un
metaanálisis de varios estudios mostró que no hay diferencia en la frecuencia de
las pesadillas en los niños según el género (Schredl y Renhard, 2011). Sin
embargo, tras los 12 años, la mayoría de los estudios respaldan un incremento en
la diferencia en cuanto a la frecuencia de pesadillas y malos sueños, siendo más
frecuentes estos en las chicas que en los chicos (Schredl y col., 2009b). Algunos
han atribuido esta diferencia a una personalidad de tipo "thin boundary" que es
más prevalente en las chicas. (Nota de la traducción: "thin boundary" (límites
delgados) se refiere a personas que tienen dificultad en diferenciar entre realidad y
fantasía, y entre su identidad y la de los demás).
En términos del contenido del sueño, los malos sueños de los niños más
pequeños, a menudo tienen que ver con criaturas imaginarias (como fantasmas) y
también están relacionados con su entorno inmediato (como una habitación
oscura). Cuando los niños se hacen mayores, estos temas son reemplazados por
temas relacionados con el daño corporal, el peligro físico y el miedo a la
enfermedad (Bauer, 1976; Muris y col., 2000). Los temas comunes en orden de
prevalencia son las criaturas imaginarias, el daño personal o el daño a otros, ser
raptado, los animales, la muerte propia o de los otros, los ladrones, la separación
de los padres y las amenazas sociales. Un hallazgo interesante ha sido la
correlación de temas violentos y agresivos en sueños atemorizantes con la
exposición a dichos temas por medio de la televisión u otras fuentes.
En un estudio llevado a cabo con 268 niños palestinos y 144 niños control que
vivían en una situación pacífica, Punamäki (1977) se fijó en 3 hipótesis sobre el
recuerdo de los sueños: la hipótesis de la represión, la hipótesis congruente con el
estado de ánimo, y la hipótesis destacada. La hipótesis de la represión supone
que el contenido doloroso y vergonzante del sueño es reprimido y, por tanto,
olvidado. La hipótesis congruente con el estado de ánimo sugiere que los sueños
con un contenido congruente con el estado de ánimo se recuerdan más fácilmente
y se basa en una teoría sobre la memoria según la cual es más fácil recordar
recuerdos congruentes con el estado de ánimo o recuerdos formados en un
omento en que el estado de ánimo del individuo había sido congruente con el
momento recordado. La hipótesis destacada afirma que los sueños más
extravagantes, vívidos y emocionalmente intensos se recuerdan más fácilmente.
El estudio de Punamäki tenía varios resultados interesantes. Halló que los niños
expuestos al trauma, y especialmente aquellos expuestos a un trauma más
frecuente, tenían un índice mayor de recuerdo de sueños. Es más, en su estudio
confirmó la segunda y tercera hipótesis mencionadas anteriormente, es decir que
los sueños más sobresalientes y los congruentes con el estado de ánimo se
recordaban más frecuentemente. Curiosamente, su estudio mostraba que los
niños que usaban recursos de afrontamiento tales como la negación, el
entumecimiento y la distracción (mecanismos de afrontamiento más represivos)
tenían un mayor índice de recuerdo de sueños. Esto contrasta con la hipótesis de
la represión. Más aún, halló una correlación más específica de los síntomas entre
índices más altos de recuerdo de sueños y la prevalencia de problemas
psiquiátricos. En su cohorte de niños palestinos, el recuerdo infrecuente de sueños
(cuando se trataba de sueños sobre muerte y heridas) los protegía contra los
síntomas depresivos pero predecía un mayor índice de angustia y síntomas
somáticos (Punamäki, 1997).
Otros estudios han prestado atención al papel que la familia y las relaciones
dentro de la familia tienen en la experiencia del niño y su respuesta al trauma. El
estilo de apego parental inseguro está entre los factores identificados que se
asocian con la perturbación del sueño durante la infancia. Entre los niños
refugiados, los factores más importantes relacionados con la perturbación del
sueño eran la muerte violenta de un abuelo antes de que ellos nacieran, una
historia de tortura en sus padres, y el aumento de reprimendas parentales tras el
trauma. Es importante señalar que la presencia de ambos padres se hallaba ente
los factores protectores contra el desarrollo de un trastorno del sueño. Esto está
en línea con las evidencias que muestran la importancia del rol parental en la
regulación de la emoción y en la creación de un sentimiento de seguridad y el
efecto del rol parental en la reacción del niño ante un acontecimiento traumático y
su respuesta al mismo (Charuvastra y Cloitre, 2009).
Conclusión
En esta revisión, he descrito alguno de los hallazgos y las ideas sobre los sueños
en general y en los niños en particular. Los sueños forman parte de la vida
cotidiana y han sido materia de interés e interpretación durante siglos. Sin
embargo, a pesar del progreso en la comprensión de algunos de los aspectos
fenomenológicos y los apuntalamientos neurobiológicos del sueño, seguimos
teniendo una comprensión limitada de este fenómeno mental y de su función y sus
efectos. Tras la era de la dominancia de la perspectiva psicoanalítica sobre los
sueños y una vez que se descubrió el sueño REM, durante un periodo de tiempo
la visión dominante en la comunidad neurocientífica fue que el soñar era un
epifenómeno del sueño REM sin ningún significado ni función psicológicos. Pero
los hallazgos neurocientíficos a partir de estudios de lesiones y estudios
neurocientíficos en las últimas décadas han mostrado que el sueño REM y el
soñar son fenómenos doblemente disociables y ha aumentado el interés en
entender el origen y función de los sueños. Varios investigadores han considerado
el soñar como parte del continuum de la conciencia y similar en cierto modo a la
función del cerebro cuando se descansa o se deja vagar la mente durante la
vigilia. Además, se ha postulado que el soñar puede jugar un papel significativo en
la memoria y el procesamiento emocional e incluso tener un papel adaptativo para
el individuo.
Los sueños son menos estudiados y entendidos en los niños y no hay mucho
consenso general sobre su curso evolutivo o su función. Aún no hay un modo
definitivo de determinar si los humanos sueñan durante la infancia, y no hay modo
de de obtener un informe subjetivo a esta edad, y aún no tenemos otros modos
fiables de detectar si el soñar tiene lugar. Muchos investigadores dudan de que los
infantes o los niños pequeños tengan experiencias mentales conscientes similares
al soñar, aunque pueden tener otras formas de experiencias sensoriomotoras
mentales durante el sueño. En los niños, parece haber un curso evolutivo para el
soñar que sigue al desarrollo cognitivo y emocional (por ejemplo, habilidades
visoespaciales o de lenguaje) del individuo. Es más, al igual que se considera que
los sueños se ven afectados por el proceso de desarrollo en la infancia, pueden
tener efectos significativos en, o asociaciones con, el desarrollo del niño y su salud
emocional y mental.
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