Hace unos días, en la ciudad de Kabul, en Afganistán, los guerrilleros
talibanes capturaron la capital y ahorcaron al Presidente de ese país. Acto seguido, impusieron un estado islámico y exigieron reconocimiento internacional para su nuevo gobierno.
Según reportajes, los enfrentamientos que precedieron al golpe de
Estado dejaron un saldo de 40 mil muertos.
Decenas de miles que trabajaban para el antiguo régimen o que
profesan otra religión intentan diariamente huir de la capital. Las fuerzas guerrilleras ya están imponiendo el código de conducta islámico entre los civiles y algunas mujeres han sufrido azotes por no vestirse según esos parámetros.
Este acontecimiento es una nueva manifestación del resurgimiento de
las doctrinas de Mahoma, que entre otras cosas enseñó: "Los que luchen siguiendo el camino de Allah, tanto si mueren como si alcanzan la victoria, serán recompensados por El con una vasta recompensa...". Algunas sectas musulmanas, como los talibanes, interpretan esta doctrina como clave militar, y buscan conquistar el mundo a sangre y fuego.
En contraste, los seguidores de Cristo buscan lo mismo, pero por la
fuerza del amor, con la predicación y el testimonio. Aun así, hay quienes opinan que todas las religiones son iguales, y que hay que respetar que cada quien piense lo que quiera.
Este concepto de un respeto ciego se ha promovido tanto, que en
nombre del respeto se manipula la opinión pública. Por ejemplo, se diseñan encuestas con preguntas que hacen que las respuestas sean más frecuentes en la opción que el encuestador desea. No es lo mismo preguntar, ¿está de acuerdo con que se construya un centro de capacitación para guerrilleros en su colonia?, que preguntar, ¿está a favor de la tolerancia a los grupos guerrilleros?
Las personas se cuidan de parecer intolerantes en sus acciones y
declaraciones. Como consecuencia, impera la superficialidad y muchos jóvenes se han vuelto apáticos. Sólo los que saben que no tiene ningún mérito respetar algo que va en contra del bien común o del bien particular se atreven a dar la cara y se comprometen con sus ideales.
Me pregunto ¿qué pasaría si el día de mañana el EZLN, el EPR o
cualquier otro grupo guerrillero entrara en la capital y derrocara al Gobierno? Imagine que se impusiera, no la religión islámica, pero sí un sistema de educación que promueve la ruptura con los valores tradicionales de la familia. Peor aún, que se persiguiera a todos los mexicanos no indígenas, como en la revolución francesa, donde el pueblo se ensañó contra la nobleza.
¿Los mexicanos nos limitaríamos a tolerar a los guerrilleros y dejar que
hagan y deshagan con la Patria a su antojo? Yo creo que sí. Nos han enseñado un respeto ciego, detrás del cual se escudan los cobardes y se justifican los apáticos. Un falso respeto que autorreprime a jóvenes y adultos para que no hagan olas.
No estamos tan lejos de situaciones que no merecen nuestro respeto.
Según la prensa, los médicos del Seguro Social esterilizan a las mujeres para alcanzar objetivos impuestos por los bancos extranjeros, que han prestado a México grandes sumas, un intercambio de la capacidad de procrear por dinero. Dejamos que algunos servidores públicos se hagan millonarios, y los procuradores son más benévolos con ellos que con los que evaden el pago de impuestos.
Puedo pensar en más ejemplos similares, donde los mexicanos nos
quedamos sentados viendo la injusticia a través del televisor y lo más que hacemos es cambiar el canal, pero creo que lo importante es proponer y no limitarme a denunciar. Ahí está el reto.
En la naturaleza encontramos un ejemplo que, por analogía, puede
darnos una lección de cómo vivir el respeto. El salmón es un pez que, a pesar de vivir en el mar, debe encontrar un río de agua dulce y nadar contracorriente para encontrar un sitio tranquilo y adecuado para su reproducción, río arriba, de manera que pueda asegurar la supervivencia de su especie.
No hay futuro para su descendencia si se queda en el mar, pues el
ambiente es agresivo para los críos. El salmón no puede dejarse llevar por la corriente, no tanto por lo que le pueda pasar al pez mismo, sino porque tiene una misión que cumplir.
Así como el salmón, las personas podemos vivir en un mar de diversas
opiniones y estilos de vida. Sin embargo, nuestros hijos necesitan el refugio de una familia unida, pues tardan más de veinte años en lograr la madurez y la independencia que les permitirá desarrollar su parte en la construcción de una sociedad más justa. Así, la familia es el sitio adecuado y tranquilo que se encuentra río arriba y no podemos tolerar a los que atentan contra ella. Las organizaciones que contaminan este sitio no merecen respeto. Si lo hacemos, ponemos en peligro a nuestra descendencia.
Si respetamos todas las corrientes de pensamiento y nos dejamos llevar
por ellas, no seremos ridiculizados, pero tampoco cumpliremos la misión de llegar río arriba. Dice una canción que en el mar la vida es más sabrosa, sin embargo, no podemos vivir tomando agua salada, sino del agua dulce, aunque sea contracorriente.