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Más allá de la democracia

Por Roberto Martínez (23-Nov-1996).-

Con mucha frecuencia perdemos de vista la raíz de los problemas que


tenemos. Por lo general pensamos que si cambiamos de hábitos los
problemas personales pasarán, y nos han dicho que todo se logra con
disciplina y fuerza de voluntad. De aquí se desprenden innumerables
temas de conversación, o por lo menos frases que acompañan un
saludo, como: ya no fumo, estoy a dieta, estoy tomando vitaminas, ya
camino cinco kilómetros diarios, esta semana fui a misa todos los días,
etcétera.

No tenemos que esperar mucho tiempo antes de saludar a la misma


persona y descubrir que ya dejó aquel hábito que recientemente
proclamaba. Las excusas también son siempre las mismas: el exceso de
trabajo, la gripe, la desvelada, los hijos, los exámenes; en fin, cada
quien según su estado y condición de vida.

Tenemos que afrontar el hecho de que siempre hay obstáculos y


factores externos que influyen en nuestro estado de ánimo, por lo que
no basta pensar positivamente, o emocionarnos con un buen propósito.
Si realmente queremos una mejor vida tenemos que conocer la raíz de
nuestros problemas y no andar por las ramas. Una vez que nos
conozcamos a fondo necesitamos el valor para comprometernos a
cambiar.

Pensemos en un lago contaminado que queramos arreglar. ¿Qué es más


fácil, limpiar el agua o purificar las descargas tóxicas de las fábricas que
provocan la contaminación?
La primera opción requiere que la comunidad se emocione para que no
le duela destinar recursos al proyecto, a sabiendas de que nunca
erradicarán el problema, pues las fábricas seguirán depositando sus
contaminantes. El día que dejen de limpiar el agua volverán a tener un
lago sucio, a pesar del tiempo y dinero gastados.

La segunda opción es la solución de fondo, pero no es fácil, en algunos


casos no hay más remedio que cerrar la fábrica y en otros hay que hacer
una inversión mayor, a corto plazo, en sistemas de purificación. Esto
requiere un sacrificio más grande y puede perjudicar económicamente
a los que laboran en esas empresas, sin embargo, el beneficio queda
para siempre.

La comunidad, antes de inclinarse por esta opción, se preguntaría:


¿qué es más importante, el medio ambiente o el empleo? Es muy
probable que no se llegara a un acuerdo y la solución fácil, aunque
temporal, se vería como la mejor opción.

Posiblemente hayas llegado a la misma conclusión que yo en este


momento, las soluciones de fondo a los problemas que nos atañen
implican necesariamente un compromiso importante basado en
nuestra jerarquía de valores. Esto se aplica igual a nivel personal, por
eso te comento que los buenos hábitos no se obtienen con fuerza de
voluntad solamente.

Si te pones a dieta y no tienes la firme convicción de alcanzar el valor


de la salud y renunciar a complacer sin límites tu paladar, la fuerza de
voluntad te hace lo que el viento a Juárez: nada. La fuerza de los
valores, aquellos que realmente asimilamos hasta el punto de que
influyen en nuestras decisiones, es un motor que nos lleva a donde
queremos llegar, mientras que la fuerza de voluntad es como una presa
que detiene el agua hasta que sus paredes se pudran, o un terremoto las
resquebraje.

Pero fíjate bien, los valores asimilados y la voluntad residen en nuestra


persona en el mismo lugar. Si utilizas la fuerza de voluntad para ejercer
valores asimilados, entonces sí, nada ni nadie te detiene. Por ejemplo,
si quieres ser más honesto no te esfuerces mucho por no mentir, mejor
ama la verdad. Porque el amor y la voluntad llevados a la práctica son
la misma cosa.

Todo lo anterior no ha sido más que una larga, pero necesaria


introducción al tema que escogí para este sábado: la democracia.
Alguien comentó que en México llevamos más de veinte años buscando
la democracia. Después de todo este tiempo, que para el 50 por ciento
de la población representa más de los años vividos, ¿no te parece que
debemos emprender otro camino para alcanzarla?

Podría parecer muy inocente si en el primer párrafo hubiese escrito que


no la hemos alcanzado por falta de valores. Pero después de describir la
trascendencia que los mismos tienen en las mejoras permanentes de
nuestra vida, me atrevo a decir que el camino a la democracia debe ser
a través de la educación en los valores. No importa que tardemos 20
años más, con tal de que la siguiente generación ya no tenga que
preocuparse de esto.

Ahora bien, la democracia es un medio para abatir la corrupción, pero


no acaba con las ganas que tienen algunos políticos de quedarse con
nuestros impuestos. Tampoco detiene a ciertos empresarios que buscan
hacer negocios sucios con los políticos. No es una solución de fondo.
Necesitamos hacer de la honestidad y la honradez parte de nuestra
cultura, a través de la educación en las escuelas, las empresas y las
instituciones gubernamentales. No hace falta en todos los casos
construir auditorios y salones de capacitación. Las palabras mueven,
pero el ejemplo arrastra.

Así, poco a poco podemos sustituir la avaricia con la aspiración del bien
común.

No es suficiente elegir a una persona sólo porque tiene cara de que no


roba. La pobreza que sufren más de 40 millones de mexicanos hace
urgente que el País cuente con líderes que tengan la capacidad de
definir ¿qué es "bienestar para tu familia"? Una vez aclarados los
conceptos necesitan tener los pantalones para comprometerse a ejercer
soluciones de fondo.

Tampoco podemos delegar toda la responsabilidad al Gobierno. ¿Para


qué queremos la democracia; sólo para tener la libertad de comprar
todo lo que se nos antoje y sustituir nuestros televisores por el que
posea el último adelanto tecnológico? Cada uno de nosotros debe
también definir qué es bienestar para su propia familia, y después de
asegurar un patrimonio, utilizar lo que sobre para aliviar la miseria de
nuestros compatriotas. Claro, si la solidaridad no es un valor asimilado
por nosotros, más allá de la democracia, sólo habrá PAN con lo mismo.

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