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ESTAMOS HECHOS DE PALABRAS

Mi propósito en estas breves líneas no es otro que dar testimonio de gratitud,


como lector, a la dedicación —casi nunca fácil— de unos hombres y unas
mujeres, personas como otras cualesquiera, que durante veinticinco años, los
que hoy se cumplen del premio convocado anualmente por el Centro de
Personas Adultas de Juan XXIII, se volcaron en el cultivo de la literatura,
formando para ello un delicado texto humano —en el sentido original de tejido
—, cuya trama y urdimbre se hubo trenzado con hilos distintos e iguales. Todos
distintos por ser iguales; todos iguales por ser distintos. «La poesía —ha dicho
Antonio Gamoneda— no es un adorno que se pone a la vida, es la vida misma,
un hecho biológico». Y añade: «La respuesta más directa es que no sirve para
nada. No tiene ninguna utilidad inmediata para quien sea, ni para el poeta.
Pero, igual que no nos preguntamos para qué sirve un paisaje muy hermoso o
un cuerpo humano, no nos preguntamos para qué sirve la poesía, sino que
advertimos su belleza». Estamos hechos de palabras. La diferencia última del
ser humano con el resto de los seres sensibles es la posesión de un lenguaje
simbólico doblemente articulado, como demostrara el eminente lingüista
francés André Martinet. Fuera de nosotros no existe el pensamiento, puesto
que fuera de nosotros no existe el lenguaje; de acuerdo con uno de los más
conspicuos psicólogos, el ruso Lev Vygotski, lenguaje y pensamiento se
identifican. Y, en última instancia, el lenguaje de la poesía, el lenguaje de la
literatura no es, no debe ser, un lenguaje extraño o desviado, por más que
pueda constituirse, de manera legítima, en un artefacto decididamente
original. Eugenio Coseriu, el gran hispanista rumano, acertó con la clave: «Se
llega, pues, a la conclusión de que el lenguaje poético representa la plena
funcionalidad del lenguaje y de que, por tanto, la poesía (la “literatura” como
arte) es el lugar del despliegue, de la plenitud funcional del lenguaje». La
poesía es el lenguaje de todos los días, pero con la locomotora a
revientacalderas. Una falsa concepción del pensamiento y de la ciencia, para
poder atrapar en sus redes totalitarias las cosas —separadas y expuestas—,
cifró su único y exclusivo mérito en la utilidad: «Maestro, y eso… ¿para qué
sirve?». Hoy se ha llegado a hablar, sin embargo, de La utilidad de lo inútil,
como reza en el título de un bellísimo libro de Nuccio Ordine, que concluye con
estas palabras: «la pretendida inutilidad de los clásicos puede revelarse, por el
contrario, como un utilísimo instrumento para recordarnos —a nosotros y a las
futuras generaciones, a todos los seres humanos abiertos a dejarse
entusiasmar— que la posesión y el beneficio matan, mientras que la búsqueda,
desligada de cualquier utilitarismo, puede hacer a la humanidad más libre,
más tolerante y más humana». No ha sido otra, queridos amigos y amigas,
profesores y profesoras, alumnos y alumnas, vuestra lucha —a la par humilde y
titánica— durante estos veinticinco años. Que la fiesta no decaiga.

AGUSTÍN MARÍA GARCÍA LÓPEZ

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