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Alcanzar la verdad

Por Roberto Martínez (15-Feb-1997).-

No sé tú, pero yo cada vez noto que los medios masivos transmiten más intriga y polémica
y menos información. Cada semana surgen nuevas evidencias y declaraciones referentes a
un sinnúmero de asuntos políticos y sociales que lejos de ayudarnos a construir una idea
de la verdad, nos confunden más.

La mayoría de los debates en los que he participado concluyen que la educación es la


solución al problema discutido. Si tan sólo pudiésemos eliminar la ignorancia, lamentan
unos, todo se resolvería.

La educación abarca la formación humana, académica, intelectual y social de la persona, y


tiene como uno de sus elementos esenciales a la información. Si la información es
chatarra, la educación será deficiente, y antes que ser medio de progreso será un gran
obstáculo.

La mala información genera desinformación y ésta, a su vez, provoca confusión. La


confusión no nos permite avanzar, pues nos impide discernir el camino correcto ante un
problema dado.

Aunado a la efervescencia de intrigas y polémicas que roban los espacios a las verdaderas
noticias, existe una tendencia entre los intelectuales y académicos, de negar que el ser
humano tenga la posibilidad de alcanzar la verdad objetiva. Hace menos de un año
participé en un diplomado ejecutivo en ventas en donde uno de los maestros
argumentaba que la lógica no existía. El declaró que lo que es lógico para una persona, no
lo es para otra.

La verdad no está sometida al coeficiente intelectual, al nivel educativo, ni al gusto


personal. Lo lógico es aquello que se deriva de una serie de premisas razonables, aunque
en el lenguaje cotidiano con frecuencia abusamos del término y extendemos su aplicación
por encima de sus límites. Así escuchamos que alguien comenta que es "lógico" combinar
una camisa roja con un pantalón azul, cuando lo correcto es decir: "de buen gusto".
Cuando nos acostumbramos a utilizar mal el lenguaje, caemos fácilmente en el error de
considerar absoluto algo relativo y viceversa.

Otros denuncian que la verdad objetiva no es sino una reconstrucción de premisas que
parten de un grupo de creencias y preocupaciones preconcebidas, y que la verdad y el
conocimiento son inventos de la cultura. Esta tendencia tiene como meta democratizar a
la verdad o, dicho de otra manera, hacerla relativa a la opinión de la mayoría y así
someterla al hombre.

Esta postura representa un peligro sutil, pero grande y grave para todo lo que hasta hoy
es considerado como verdadero y bueno: la familia, la vida y la libertad, por mencionar
algunas. Así como se manipulan los resultados de encuestas y el conteo de sufragios, es
muy fácil manipular el lenguaje para ocultar la verdad y distorsionarla.

Si los medios de comunicación, por ejemplo, proclaman que el amor es un sentimiento


(fuera de mi control), en vez de un acto libre de la voluntad (la cual depende de mí), están
desinformando a los jóvenes acerca del amor; están sembrando una gran confusión que a
muchos los obstaculizará para encontrarse con el amor porque lo buscarán en una
palpitación agitada y no en la donación personal.

Nadie discute si la Ley de la Gravedad es verdadera. Los hay que les gusta desafiarla, pero
siempre con la seguridad de un paracaídas o unos tirantes elásticos de grueso calibre que
detengan la caída libre, pues saben que la gravedad existe aunque no les guste. Sin
embargo, hay otras verdades que sí se quieren someter a los gustos personales y son
frecuentemente las que tienen que ver con la moral, lo espiritual y la justicia.

La verdad nos compromete a ser mejores, ya que nos exige honestidad, transparencia,
coherencia, disciplina y sinceridad. Si sometemos la verdad a nuestros gustos y
conveniencias, pronto cosecharemos desunión, corrupción, desestabilidad e injusticias.
A nivel personal, un buen lugar para conocer la verdad es en nuestra conciencia,
rectamente formada, que con una voz inaudible nos dice lo que está bien y lo que no está
bien. En un plano social, debemos exigir de los medios de comunicación un compromiso
con la transmisión de la verdad, porque lo que no es verdad es manipulación, y la
manipulación atenta contra nuestra libertad.

En un mundo relativo, la tolerancia es una virtud muy deseada porque se trata por medio
de ésta de recuperar la unidad perdida, al no haber un acuerdo en lo que se reconoce
como la verdad, ya que la verdad tiene la potencialidad de unir a los que la aceptan. Esta
tolerancia es intolerante con los intolerantes, aquellos que son etiquetados como
fanáticos por reconocer una sola verdad objetiva y defenderla.

La verdadera tolerancia es aquella virtud que está fundada en el respeto a la libertad y a la


dignidad de la persona, y que nos mueve a coexistir con aquellos que sin atentar contra
nuestra libertad y dignidad manifiestan una ideología y cultura diversa. No se debe
confundir con el respeto ciego a toda diversidad y a toda intromisión en la vida privada y
comunitaria. Respetar algo que disminuye nuestra calidad de vida es cobardía disfrazada
de civilidad. Hay que ser mansos, pero no mensos.

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