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La importancia del trabajo

Por Roberto Martínez (15-Mar-1997).-

En mi época de estudiante de preparatoria tuve una conversación


casual con un compañero de generación. Lo había conocido
recientemente durante las vacaciones de verano, en el condominio de
un amigo millonario.

Yo estaba caminando hacia el salón de mi próxima clase, cuando lo


reconocí y me animé a saludarlo para no dejar morir la nueva amistad.

"¡Qué tal, como estás!", le dije, y continué: "No he visto a nuestro


archimillonario amigo desde el verano." "Yo tampoco", me contestó con
timidez.

Entonces le pregunté que si llevaba alguna clase con él y me dijo: "Yo


no sé por qué ese cuate estudia, si yo tuviera la lana que él tiene nunca
trabajaría". Como no sentí la confianza para debatir su opinión,
simplemente sonreí, y sin más compartimos hasta luegos.

Hace poco me topé en la Ciudad de México con una persona de actitud


similar. Contraté a un taxista para que me ayudara como chofer por dos
horas. Al terminar me agradeció y me dijo que con los ciento veinte
pesos que me había cobrado ya era suficiente y que inmediatamente se
iría a su casa a descansar. Todavía no era la una de la tarde.

Todos conocemos gente así, algunos hasta se sienten orgullosos de no


trabajar, o como el taxista, sólo se esfuerzan lo mínimo indispensable
para "sacar el día". Otros más masoquistas se malpasan cuando están
sanos y una vez enfermos se reportan incapacitados para trabajar y se
dedican al hedonismo doméstico.

También hay muchos que han sufrido en ambientes de trabajo que no


respetan la dignidad de la persona y que por lo mismo han quedado
desencantados con la idea de esforzarse para obtener las cosas. Estos
piensan que el trabajo es un castigo del cielo y culpan a Eva de haberse
comido el fruto prohibido. Hecho que, según la Biblia, nos expulsó del
Paraíso terrenal.

En las empresas donde a los trabajadores se les ve como instrumentos


de producción o vehículos de distribución solamente, la injusticia, la
explotación, el odio, la humillación, la discriminación y la competencia
desleal por los mejores puestos de trabajo, contaminan el ambiente de
trabajo y provocan apatía hacia los objetivos de la organización.

El trabajo es una de las actividades que más nos definen como personas
y que nos dan identidad. Una buena forma de responder a las
preguntas: ¿quién soy? y ¿hacia dónde voy?, es mediante la descripción
de mi responsabilidad en la empresa donde doy mis servicios. Por eso,
no es de extrañarse que cunda entre las personas la baja autoestima y
las actitudes negativas, cuando por todas partes vemos trabajadores
que no están contentos con el trabajo que tienen, y que no se atreven a
dejarlo para buscar otra mejor opción, pues existen altas tasas de
desempleo.

Así como la mujer se realiza como madre, el hombre se realiza cuando


por medio de su trabajo ofrece un servicio a la sociedad que fortalece su
personalidad, y que le permite manifestar el amor a su familia. Por
medio de su trabajo, el hombre fomenta la vida, unidad, desarrollo y
perfeccionamiento de su familia, y además da un testimonio invaluable
a sus hijos, de que como personas, estamos llamados a trabajar por un
mundo mejor.

Es verdad que el trabajo, aún en las mejores condiciones, puede con


frecuencia ser penoso, fatigoso, estresante, mortificante e
inevitablemente rutinario; sin embargo, cuando libremente aceptamos
el compromiso de laborar, el sacrificio, la renuncia voluntaria a la
comodidad de no hacer nada, convierte nuestra actividad en un medio
para obtener algo mejor, y para crecer como personas. Si podemos
educar a más gente a tener esta actitud ante el trabajo, podemos
establecer las bases para una sociedad más feliz.

El empresario puede apoyar de manera importante esta iniciativa, si


hace de su negocio una comunidad de personas, y no sólo un conjunto
organizado de recursos humanos y de capital, y vela por el avance de la
solidaridad y del respeto a la dignidad del hombre. Así fomentará el
gusto por el trabajo, porque a todos nos gusta ser alguien de respeto, y
el trabajo digno dignifica.

El trabajo es un deber moral que tenemos todas las personas adultas y


sanas. La palabra moral puede sonar aburrida y pesada para algunos,
pero no por eso deja de ser verdad. Por el simple hecho de que
necesitamos casa, vestido y alimento para subsistir, surge el
compromiso de ganarnos estas cosas con el sudor de nuestra frente,
por medio de un trabajo. De otra manera estaremos robando a otro (o
pidiendo prestado sin posibilidad de pagar) estos satisfactores para
sobrevivir.

No podemos cumplir con este deber moral si no existen los espacios


suficientes de trabajo en la sociedad. El principal objetivo de todos los
gobernantes, políticos, dirigentes de sindicatos y empresarios debe ser
el dar un trabajo digno a todos.

El problema del desempleo no se va a resolver automáticamente como


resultado de la aplicación de una teoría económica en la que el empleo
aparece como una consecuencia secundaria. Es necesario que nuestros
líderes se empeñen en crear fuentes de empleo, movidos por un sincero
aprecio de la sociedad y que todos apoyemos con nuestro granito de
arena. Todos los demás problemas sociales son consecuencia, directa o
indirectamente, del desempleo y de la calidad de los empleos actuales.

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