Sie sind auf Seite 1von 49

Mahoma

El estudio de la vida de Mahoma se basa en los hadices (narraciones que


forman la tradición musulmana) que, reunidos en la Sira de Ibn Ishak
(mediados del siglo VIII) y modificados por Ibn Hisan a comienzos del siglo
IX, constituyen la biografía oficial del Profeta. El Corán ofrece datos
interesantes para conocer su pensamiento, pero es muy pobre en lo
referente a su vida. Al igual que ocurre con otros fundadores de grandes
religiones (Buda, Jesús, Confucio), sólo se conocen a grandes rasgos las
etapas anteriores al momento de iniciar la predicación de su doctrina. No
hay duda de que Mahoma nació en La Meca, en aquellos tiempos una
pequeña localidad rodeada de desierto en la parte occidental de la
península Arábiga, a pocos kilómetros del mar Rojo. Pertenecía al clan
Hasim, de la tribu de los Quraish, y su padre, Abd Allah, murió antes de
que él naciera, por lo que el huérfano fue acogido por su abuelo Abd al-
Mutalib, jefe de los Hasim.

Retrato imaginario de Mahoma

Los primeros años los pasó con su madre, Amina, una mujer de otro clan
que, siguiendo la costumbre, y para salvaguardarlo de los rigores del
verano de La Meca, lo mandó al desierto, donde lo crió una nodriza
beduina. Estas nodrizas se acercaban a La Meca dos veces al año, en
primavera y otoño, para criar a los recién nacidos de familias ricas.
Mahoma fue criado por Halima, esposa de un pastor saudita, que sintió
pena al verlo tan desvalido; el niño quedó huérfano de madre a los seis
años de edad. Pronto le faltó también el abuelo y recibió el amparo de su
tío Abú Talib, mercader y guardián de la Kaaba que disfrutaba de rango
sacerdotal. Mahoma tuvo a su primo Alí como compañero de sus juegos de
infancia.

Contaba doce años de edad cuando se enroló por primera vez en la


caravana de su tío, tomando a su cargo el cuidado de los camellos. En su
primer viaje a Damasco tuvo ocasión de contactar con los cristianos
nestorianos, secta condenada en el Concilio de Éfeso por negar el dogma
de la Santísima Trinidad y el carácter divino de la maternidad de María.
Según la leyenda, el monje Bahira descubrió en el niño los indicios de la
profecía y previno a sus familiares para que lo protegieran de los judíos.

Con su tío, Mahoma llegó a adquirir gran experiencia en la conducción de


caravanas por el desierto, pero la falta de recursos le impidió
independizarse. A los veinticinco años se casó con Jadicha, una viuda rica
que, antes de contraer matrimonio, le puso a prueba enviándole con una de
sus caravanas a Siria. Jadicha tenía alrededor de cuarenta años y le dio
cuatro niñas y dos niños. Los varones murieron de forma prematura.
Algunos autores ven en este hecho la causa de la simpatía de Mahoma
hacia los niños, con los que solía jugar.

Gracias a este matrimonio, pudo dedicarse a su oficio y hacer buenos


negocios; Jadicha, por su parte, se distinguió también por ser una
formidable compañera. Mientras vivió Jadicha, Mahoma no tomó a más
mujeres como esposas; más tarde contaría incluso con un harén, aunque
en todos los casos se trató de matrimonios por razones políticas. De los
quince años que siguieron a esta unión no se sabe nada. Fue un periodo
durante el cual fue conocido como un hombre recto y fiel, dedicado a sus
negocios, pero excluido de los principales círculos comerciales.

Las revelaciones

Hacia el año 610 Mahoma tuvo las primeras revelaciones. Tenía por
costumbre retirarse a orar y a meditar en una cueva del monte Hira, y en
ocasiones solía pernoctar allí una o dos noches. En una de las primeras
ocasiones tuvo la visión de un ser glorioso que en un primer momento
identificó como Dios, y en otra visión posterior pensó que se trataba del
arcángel Gabriel. Este ser glorioso le conminó a escribir el Corán. Las
revelaciones divinas se repetirían a lo largo de su vida con cierta
frecuencia, y tanto Mahoma como sus discípulos se las aprendían de
memoria.

Como el soporte material de la escritura era raro en la zona, se cuenta que,


tras la muerte del profeta, su secretario encontró pasajes del Corán escritos
en trozos de papel, hojas de palma, piedras, omóplatos, costillas y pedazos
de cuero. La versión definitiva que se conoce del Corán, es decir, la que
reúne la totalidad de revelaciones que recibió Mahoma, es posterior al año
650, veinte años después de la muerte del profeta. Algunas veces las
revelaciones le producían ciertas reacciones físicas: sentía dolor y percibía
un fuerte sonido, como de repicar de campanas; a veces, en días de frío,
los acompañantes veían cómo gruesas gotas de sudor caían por su frente,
mientras tenía lugar la revelación.

El arcángel Gabriel y Mahoma

Mahoma empezó a predicar su doctrina tres años más tarde, hacia el 613.
Entretanto se habían producido las primeras conversiones. Su mujer
Jadicha fue la primera y le apoyó en los momentos de crisis al
experimentar las primeras visiones; ella y particularmente Waraqa le
convencieron del carácter profético de tales experiencias. Algunos
testimonios dicen que el primer varón converso fue el liberto Zaid ibn
Harita, mientras que otros apuntan que fue su primo Alí. Entre los primeros
que se convirtieron se contaba su amigo y también mercader de La Meca
Abu Bakr, quien prestó gran ayuda al Islam, especialmente cuando ya se
había constituido el Estado islámico. En las listas que se conservan de los
primeros seguidores de Mahoma se puede ver que la mayoría eran jóvenes
pertenecientes a las familias más influyentes de La Meca. Sin embargo,
cuando Mahoma empezó a divulgar su doctrina, estas familias habían sido
desplazadas por una nueva clase social surgida de la prosperidad comercial
de la ciudad, que plantearía una viva oposición al profeta.

En sus predicaciones, Mahoma se inclinaba hacia un monoteísmo basado en


la creencia en un Dios lleno de bondad y todopoderoso, que juzgará a cada
uno según su actuación; el hombre debe mostrar gratitud a Dios y
reconocer su dependencia respecto a él. El reconocimiento de la
omnipotencia divina se contrapone a la actitud de los grandes mercaderes,
convencidos de que su riqueza se lo permite todo; para Mahoma la vida del
hombre había de basarse en hacer lo necesario para alcanzar el paraíso. La
generosidad y el respeto a los débiles eran los puntos esenciales en que
insistían sus primeras predicaciones.

Inicialmente, pues, el islamismo se presentó como una continuación del


cristianismo y del judaísmo, religiones que Mahoma conocía. Con la
predicación pública se iniciaron las críticas hacia el monoteísmo profesado
por Mahoma, y pronto tuvo lugar una primera confrontación con los árabes
politeístas. El Dios único de Mahoma se podía adorar en la Kaaba (edificio
de La Meca construido, según el Corán, por Abraham, y que contiene la
piedra negra que Gabriel le dio a Isaac), pero no así en otros tres
santuarios consagrados a otros dioses y diosas en los alrededores de la
ciudad. Pero no parece cierto, como se ha afirmado, que la oposición a
Mahoma partiera de los grandes mercaderes por miedo a que, al
desaparecer los ídolos, decayera la actividad comercial. La Kaaba, el
santuario de La Meca, seguía siendo el santuario por antonomasia y la
desaparición de los ídolos no habría perjudicado más que a un reducido
grupo de mercaderes que se habían instalado en las proximidades de la
ciudad y habían creado allí nuevos santuarios, cuyos cultos fueron
condenados expresamente por Mahoma.

Predicación de Mahoma en La Meca


Las razones de la enemistad creciente de la oligarquía comercial de La
Meca hacia el Profeta hay que buscarlas en los ataques de Mahoma al modo
de vida de los ricos, en la negación de su omnipotencia y, sobre todo, en la
posibilidad de que la predicación diera a Mahoma una personalidad política
suficiente para ponerle al frente de la ciudad en un futuro más o menos
próximo. Ello podría perjudicar a los principales mercaderes que, de hecho,
imponían sus puntos de vista y gobernaban la ciudad gracias a su riqueza,
a su experiencia comercial y a su pertenencia a los clanes superiores, a
pesar de que La Meca estuviese regida por una asamblea integrada por los
jefes de todos los clanes. La creciente importancia de Mahoma ponía en
peligro sus prebendas. De ahí que Abu Chahl, uno de sus más feroces
enemigos, intuyera el peligro político que suponía Mahoma.

En un principio, las presiones de Abu Chahl consistieron en no pagar


deudas legítimas a aquellos musulmanes que no gozaban de la protección
de ningún clan o pertenecían a clanes débiles; más tarde intentó que Abu
Talib, tío de Mahoma y jefe del clan al que pertenecía el profeta, prohibiera
a Mahoma la proclamación de la nueva fe. Abu Talib no aceptó porque
habría sido deshonroso para su clan negar la protección a uno de los suyos
y porque la nueva fe estaba de acuerdo en líneas generales con su política,
contraria a los monopolios comerciales establecidos por los ricos
mercaderes surgidos al calor de la nueva prosperidad comercial.

En el año 619 murieron su tío y protector Abu Talib y su fiel esposa


Jadicha. Su segunda esposa fue Sawda, viuda que se contaba entre las
primeras conversas. Parece ser que Mahoma contrajo este matrimonio para
evitar que Sawda lo hiciera con alguien de fuera del grupo. La jefatura del
clan de los Hasim fue ocupada por el otro tío de Mahoma, Abu Lahab, que
por intereses personales, y al parecer también por presiones de Abu Chahl,
terminó retirando la protección al profeta.

Mahoma hubo de buscar refugio en la vecina ciudad de Al-Ta'if, e intentó


poner a sus habitantes en contra de La Meca. No alcanzó su objetivo, e
incluso fue apedreado por la multitud. Regresó a La Meca clandestinamente
y obtuvo la protección de uno de los clanes, pero sus actividades
proselitistas se vieron limitadas. Durante ese tiempo, Mahoma intentó
aliarse con varias tribus nómadas que por aquel entonces se hallaban en
las cercanías de La Meca con motivo de alguna fiesta religiosa, pero
tampoco tuvo éxito en sus negociaciones.

La hégira
Con motivo de la peregrinación a la Kaaba del año 620, Mahoma entró en
contacto con seis ciudadanos de Medina que quedaron impresionados por
su personalidad y pensaron que podría serles útil. Se dice que, al año
siguiente, estos mismos peregrinos, que representaban a la mayor parte de
clanes de Medina, prometieron a Mahoma aceptarle como profeta y
obedecerle. Este acontecimiento fue bautizado con el nombre de Primer
Juramento de Al-Aqaba. Mahoma envió por delante a uno de sus hombres
para que predicara su doctrina y a la vez le informara de la situación
política en aquella ciudad. La emigración (hégira) a Medina se efectuó por
grupos escalonados para no llamar la atención. Los últimos en partir fueron
Mahoma, su amigo Abu Bakr, su primo Alí y algunos de sus familiares. El
calendario islámico cuenta los años a partir del 16 de julio de 622, fecha de
la hégira.

En los primeros meses de su estancia se redactó la Constitución de Medina.


Sus partidarios de La Meca y los miembros de ocho clanes de Medina,
convertidos al islamismo, formaron una comunidad dirigida por Mahoma,
que impuso en ella algunas de las normas tradicionales de la vida nómada:
solidaridad, venganza de la sangre, aceptación de las decisiones del Profeta
en materias reveladas y entrega a éste de un quinto del botín. Lograr que
la identidad de creencias estuviese por encima de la tribu fue el primer
éxito de Mahoma, éxito que tendrá profundas repercusiones políticas por
cuanto la nueva comunidad no se conformará con las leyes, costumbres y
tradiciones urbanas impuestas por la aristocracia, sino que se dará sus
propias normas emanadas de Alá, el Dios único, a través de su profeta
Mahoma, que de la condición de enviado a una tribu o grupo particular, La
Meca, ha pasado a Profeta y dirigente de una comunidad en la que tienen
cabida cuantos acepten la fe.

En abril de 623 Mahoma consumó el matrimonio, celebrado dos años antes


en La Meca, con la hija de Abu Bakr, Aisha, de nueve años de edad. Ese
mismo año se iniciaron las correrías contra las caravanas mequíes. En el
mundo árabe de aquel entonces era muy frecuente y estaba considerado
casi como un deporte y también como un medio de vida. Se trataba de un
simple acto de pillaje en el que no había derramamiento de sangre, salvo
en contadas ocasiones; para evitar la violencia se solía pagar una
indemnización. Sin embargo, en 624 hubo ya un primer muerto en el bando
mequí, durante el mes sagrado de la peregrinación, cuando se observaba
una rigurosa tregua.
El arcángel Gabriel y Mahoma en la batalla de Badr

La escaramuza más importante tuvo lugar el 15 de marzo de 624 en la


batalla de Badr. Trescientos hombres de Mahoma derrotaron a una gran
caravana, custodiada por novecientos hombres, en la que tenían intereses
la mayoría de comerciantes de La Meca. En la refriega pereció Abu Chahl y
otros jefes principales de La Meca. Se cobraron, además, importantes
rescates por los prisioneros, aunque Mahoma perdonó a aquellos que no
podían satisfacerlos. La historia oficial elevaría hechos como éstos a la
categoría de victoriosas batallas.

Los éxitos militares de los creyentes terminaron por anular el comercio de


La Meca, y sus dirigentes aceptaron a Mahoma para salvaguardar sus
intereses mercantiles. Las tribus de beduinos se sometieron igualmente a
una doctrina que coincidía con las costumbres por ellos practicadas.
Mahoma se apoderó de La Meca en el año 631, destruyó los ídolos y
decretó una amnistía general. Tras sucesivas batallas logró someter a toda
Arabia en el 632. Al paso de las tropas se producían conversiones masivas
más o menos sinceras. Mahoma había convertido a las belicosas y
dispersas tribus árabes en un pueblo unido que tras su muerte se
embarcaría en una expansión sin precedentes.
Última peregrinación de Mahoma a La Meca

Ese mismo año Mahoma en persona dirigió la peregrinación a La Meca, que


se había convertido ya en un rito exclusivamente musulmán. El 15 de
marzo del 632, aquejado de fiebres y fuertes dolores de cabeza, murió con
el rostro apoyado en las rodillas de su joven esposa Aisha. Su suegro y
amigo, Abu Bakr, sucedería al profeta en el califato.

El estado islámico

Los códigos elaborados durante los años pasados en Medina se ampliarían


con las revelaciones de tipo socioeconómico y político necesarias para regir
y administrar la comunidad de los creyentes y a cuantos, sin convertirse a
la nueva fe, aceptaron a Mahoma como jefe. Muchas de las disposiciones
respondieron a situaciones específicas y adquirieron valor general siempre
que Mahoma las considerase aptas para la comunidad. Entre estas normas
abundan las de carácter igualitario y las destinadas a proteger a los débiles,
que no se limitan a declarar iguales a todos los creyentes y a formular la
necesidad de atender a los necesitados, sino que aportan soluciones
concretas a los problemas.

Durante la estancia en Medina, los emigrados (con este nombre se conoce


a los partidarios de Mahoma huidos de La Meca) carecían de recursos y
para atender a sus necesidades se instituyó la limosna legal (zakat). Esta
limosna, medio práctico de nivelar a los que nada poseen con los que
disponen de bienes suficientes, se transformó más adelante en impuesto
obligatorio y único para los musulmanes; los no convertidos (sólo se acepta
como tales en los territorios dominados por la comunidad a los cristianos y
judíos) pagarían además un impuesto personal y otro territorial. Otra de las
fuentes de ingresos del Islam procede del botín, del que se reserva la
quinta parte el jefe de la comunidad, que dispone igualmente de las tierras
conquistadas por los creyentes durante la guerra santa.

El origen de la última práctica es complejo: Mahoma considera que él ha


sido elegido por el Dios único, Alá, no para predicar una nueva fe, sino para
restablecer, como último de los profetas, la pureza de la religión dada a
Abraham; el Islam no se opone por tanto ni al judaísmo ni al cristianismo,
sino que a su criterio las supera. Esta actitud religiosa, unida al hecho de
que en Medina existían poderosos clanes judíos (el número de los cristianos
era exiguo), hizo que Mahoma intentara atraerse a los judíos e hiciera
concesiones tales como ordenar que la plegaria fuera hecha mirando hacia
Jerusalén. Pero sus planes conciliadores fracasaron, los hebreos se
opusieron a la comunidad, tanto en lo religioso como en lo político, y
colaboraron con los habitantes de La Meca, hasta que Mahoma decidió
expulsarlos de Medina, entregar sus tierras a los emigrados y ordenar que
la plegaria fuese hecha desde entonces en dirección a La Meca, donde se
hallaba el santuario construido por Abraham; a partir de este momento, se
consideró que las tierras conquistadas pertenecían al dirigente de la
comunidad, que podía establecer en ellas a quien deseara.
Mahoma dirigiendo la destrucción de los ídolos
de la Kaaba tras apoderarse de La Meca

El contenido de la fe se basaba en la creencia en Alá como Dios único,


todopoderoso y eterno, creador y dueño de todas las cosas. La creencia en
Alá va acompañada de la creencia en los profetas (de los que Mahoma es el
último), en los ángeles, en los libros sagrados (de los que el Corán es el
último y el único necesario), en la resurrección y en la predestinación. Los
que pertenecen al Islam deben hacer la profesión de fe, recitar las plegarias
cinco veces al día, pagar la limosna legal, cumplir la peregrinación a La
Meca una vez en la vida y ayunar durante el mes de Ramadán. Otra de las
obligaciones del musulmán, la guerra santa, no es aceptada por los
juristas, pero sí será ampliamente utilizada por el poder civil basándose en
las expediciones y guerras dirigidas por Mahoma durante su estancia en
Medina.

El carácter muchas veces "local" o de "circunstancias" de las revelaciones


contenidas en el Corán lo hacía insuficiente para regular las numerosas
cuestiones de gobierno, administración y justicia planteadas a los
musulmanes tras la muerte de Mahoma, por lo que las revelaciones del
libro sagrado se completaron, no en el aspecto religioso, pero sí en los
demás, con la Sunna, o conjunto de tradiciones relativas a la conducta del
Profeta; juntos, el Corán y la Sunna forman la ley religiosa que está en la
base del derecho, de la organización, de la vida social y de la vida
económica de los musulmanes. La aceptación de una u otra lectura del
Corán, o de determinados relatos de la Sunna, y el modo de interpretar una
y otros, tienen por tanto una gran importancia en la historia de los
musulmanes, en la que religión y política, en su sentido más amplio esta
última, están íntimamente unidas, al menos durante los primeros siglos del
Islam.

Mahoma
 Biografía
 
 El Corán

 
 El Islam
 
 Fotos
 
 Vídeos
El Corán
El libro sagrado del Islam es el Corán; en él se expresa su credo y se
incluye su ley. Su esencia y apariencia improfanables y trascendentales
residen, para la fe musulmana, en contener la palabra de Alá revelada a su
enviado o mensajero (rasul) Mahoma, quien la iba transmitiendo ("en
lengua árabe clara", como dice el mismo Corán) a las personas de su
alrededor como mensaje de salvación. Tales revelaciones tuvieron lugar de
forma espaciada desde el año 610 de la era cristiana hasta el 632, en que
murió. El nombre castellano procede directamente del árabe al-quran,
palabra que significa "recitación" o, por extensión, "texto sagrado que se
recita". Es un término emparentado con el siríaco, lengua en la que,
todavía hoy, se designan las lecturas litúrgicas del rito maronita con la
palabra qeryono. También se le conoce como Alkitab (El
Libro), Furquan ("liberación", "salvación"), Kitab-ul-lah (Libro de Dios) y Al-
tanzil (La Revelación).

Mahoma predicaba los textos que recibía por revelación, recitándolos y


haciéndolos recitar a sus fieles, que los retenían de memoria y a veces los
copiaban por escrito. Para ello se usaron soportes de toda clase: hojas de
palma, fragmentos de hueso, pieles de animales, omóplatos de camellos,
ostracas o cualquier otro objeto similar para escribirlas. Pertenecientes a
una cultura de tradición oral, no sería difícil para los fieles de la nueva
religión memorizar textos breves, bien rimados y rítmicos; sin duda
quedarían grabados en la memoria con facilidad.

Mahoma

A la muerte de Mahoma, los musulmanes empezaron a reunir en


manuscritos el conjunto de los textos coránicos existentes, suscitándose
divergencias que fueron paliadas por la iniciativa del califa Utmán (644-
656) de proceder a una redacción oficial, constituida como vulgata, con un
texto consonántico característico que, sin embargo, no eliminó la
posibilidad de que se produjesen diferentes "lecturas" (qiraat), cuyas
variantes (no trascendentales) son compatibles con el texto consonántico
de Utmán, y se concretan en ciertas divergencias de puntuación y
vocalización. El texto consonántico de Utmán fue refundido en tiempos del
califa omeya Abd al-Malik (685-705), y precisado con vocales y signos
gráficos auxiliares, posiblemente durante el siglo VIII, pues Malik, el
famoso alfaquí de Medina (muerto en el 795), sólo admitía tales signos en
los ejemplares utilizados para la enseñanza.
El texto coránico se distribuye en 114 capítulos o azoras (suras), que, a su
vez, están formados por versículos o aleyas (al-aya). Cada azora tiene un
título, más o menos alusivo; la primera es la Fatiha o "apertura", breve
oración, frecuentemente recitada, con tan sólo siete aleyas: "¡En el nombre
de Dios, el compasivo, el misericordioso! Alabado sea Dios, señor del
universo, el compasivo, el misericordioso, amo del día del juicio. Te
adoramos, te pedimos ayuda. Condúcenos por la vía recta, la vía de
aquellos a quienes das tu gracia, no la de quienes incurren en tu enfado ni
la de quienes yerran". A esta azora inicial siguen las 113 restantes,
dispuestas de mayor a menor longitud: así, la segunda azora (titulada "La
vaca") tiene 286 aleyas, algunas extensas, y la última azora ("Los
hombres") tiene sólo seis breves aleyas.

La primera azora del Corán

El título que encabeza cada una de las azoras está tomado o bien de uno de
los temas tratados en ella o bien de una palabra u oración que en ella
figure. A continuación se indica el lugar en que fue revelada, el número de
aleyas o versículos de que consta y, finalmente, el basmalá ("En el nombre
de Dios, Clemente y Misericordioso"), fórmula de invocación que inicia
todas las azoras, excepto la nueve. Al principio de algunas azoras aparecen
unas letra llamadas fawatih ("iniciales") o al-huruf al-muqatta ("letras
cortadas"), de las que no se conoce su significado exacto; algunos
investigadores, como Loth, consideran que son abreviaturas de apelativos
divinos, mientras que otros, como Nöldeke, Hirschfeld y Buhlcreen, creen
que se trata de la letra inicial o final del nombre de aquellos compañeros
del profeta que todavía en vida de éste constituyeron sus propios corpus, lo
que parece poco probable. Otros, como Zaki Mubarak, opinan que puede
tratarse de notaciones musicales. Estas letras también se han interpretado
desde perspectivas que intentan justificar y probar el carácter milagroso del
Corán, como es el caso del erudito musulmán Baydawi.

Al estar colocados los 114 capítulos del Corán según la longitud de los
mismos, el libro no sigue en sus materiales un orden temático, de modo
que las referencias sobre una misma cuestión o aspecto se encuentran
muchas veces dispersas entre varias azoras y aleyas, y ha de recurrirse a
todas ellas para calibrar el conjunto de la doctrina coránica al respecto. Los
textos del Corán tampoco están ordenados cronológicamente, siguiendo el
curso temporal de la vida del Profeta en que se fueron sucediendo las
revelaciones, con sus sucesivas estancias en La Meca y Medina. Desde muy
pronto se realizaron propuestas de clasificación cronológica de las diversas
azoras, sobre todo por el interés de distinguir los textos antiguos de los
posteriores, ya que a veces hay desacuerdos entre unos y otros, y el
contenido de un pasaje antiguo puede ser cambiado en otro revelado
después. Ello dio lugar al procedimiento técnico de fijar los textos
abrogados por otros ulteriores abrogantes.

Las azoras o capítulos suelen agruparse en cinco periodos. En el primer


periodo mequí, que abarca cuarenta azoras, hay una presencia clara de la
rima y del ritmo. En este periodo la presencia de Dios hace desaparecer al
hombre. Dios no pretende dar un código de actuación sino restaurar un
culto. Se insta a admirar la cosas creadas como signos del poder de Dios y
se recuerdan los castigos que recibieron otros pueblos del pasado que no
escucharon a sus profetas. El día del Juicio aparece como último
argumento. En el segundo periodo, con 21 azoras, se empieza a jurar por
el Corán en lugar de hacerlo por el sol, la luna, el cielo y otros entes
naturales, y se desarrolla la historia de los antiguos profetas hebreos. A
partir de este segundo periodo, también mequí, empiezan a encontrarse
influencias judías que entraron por vía directa. En el tercer periodo, con 21
azoras, la argumentación se dirige a la generación que pide milagros para
creer, sin saber ver que éstos se encuentran por todas partes.
Páginas de un Corán del siglo XIII

Los textos revelados en el cuarto periodo, considerado ya del periodo


mediní, con 24 azoras, difieren en gran medida de los textos del periodo
mequí. Mahoma es aquí un hombre de estado que se dirige a un grupo de
creyentes. Su función es ahora enseñar y no convencer. El estilo pierde en
ligereza y se vuelve difuso a lo largo de versículos muy largos. Por último,
las azoras 2, 4, y 5 tratan fundamentalmente de la organización de la
nueva sociedad y buena parte de su historia. Es una parte con una clara
influencia hebrea.

Tanto en su contenido cuanto en su forma, el Corán, en tanto que palabra


divina, es considerado perfecto. Su texto es también apreciado
estéticamente, hecho que se manifiesta en el arte de su recitación, con sus
diversas y melódicas interpretaciones, que pueden arrebatar al auditorio, y
con el arte de su caligrafía, también estimable. Como pieza literaria sublime
llegó a constituirse entre los musulmanes el dogma de su inimitabilidad.
Para los fieles, el estilo del Corán es milagrosamente bello e imposible de
imitar: cualquier traducción del Corán a otra lengua no puede sino
desfigurar el texto. Tras largos debates, la mayoría de los teólogos
musulmanes terminaron aceptando que las traducciones eran legítimas en
la medida en que permitían acercarse a las "ideas" del Corán. Salvo en
casos muy especiales, la ley prohíbe el empleo litúrgico de un Corán
traducido. El Corán se encuentra así rodeado, en su fondo y en su forma,
de un halo de respeto, fervor y esmero extraordinarios, presente siempre
en la vida entera del musulmán, que procura preservarlo, centrando en él
sus ideales y vivencias, y recurriendo a su lectura tanto de forma cotidiana
como en ocasiones solemnes. El Corán aglutina y marca de forma
primordial la civilización islámica, como gran eje de la misma.
El credo islámico

El Corán define las creencias del Islam y expresa su marco normativo


esencial, siendo base principal de la regulación de la vida del creyente. La
fe islámica se centra en creer en Alá, único dios, "sin asociado",
todopoderoso, sabio, misericordioso, creador, remunerador en la otra vida
y en el juicio final con la resurrección de los muertos. Estas creencias son
las que principalmente se contienen y detallan en las azoras de La Meca,
mientras que en las del período de Medina los contenidos suelen ser más
normativos, dirigidos a la comunidad que allí regía el Profeta.

El Corán recuerda al ser humano su pequeñez frente a las maravillas de la


naturaleza, obra de Dios, cuya grandeza y magnanimidad debe ser
reconocida y adorada. El mensaje, en esencia, es que hay un solo Dios,
creador de todas las cosas, que es el único al que hay que servir
practicando un culto y observando una conducta correcta. Dios, siempre
misericordioso, se ha dirigido a la humanidad para que le venere a través
de múltiples profetas, a los que ha enviado para predicar su mensaje y que
han sido rechazados de forma reiterada. El Corán confirma en varios
pasajes la existencia de ángeles, demonios y genios (chinn). Junto a ello, el
Corán recoge todo un conjunto de preceptos y recomendaciones éticas y
morales, advertencias sobre la llegada del último día y del juicio final,
historias sobre profetas anteriores a Mahoma y sobre los pueblos a los que
fueron enviados, y preceptos relativos a la religión y a otras materias
sociales, como el matrimonio, el divorcio o la herencia.
Página de un Corán de 1594 (Biblioteca
del Monasterio del Escorial)

Los temas generales del Corán y muchas de las historias ilustrativas


comparten elementos y contenidos con las escrituras cristianas (como la
leyenda de los siete durmientes) y judías, aunque a menudo se desarrollan
de forma diferente. Son numerosos los detalles de las historias sobre los
primeros profetas que se asemejan más a las versiones que se encuentran
en los apócrifos judíos y cristianos que a las versiones encontradas en la
Biblia. El mismo Corán afirma que ha venido a confirmar la aportación de
las Sagradas Escrituras anteriores y menciona la Torá, los Salmos y el
Evangelio, además de aludir también a unas "Hojas de Abraham". El
monoteísmo coránico está en la misma tradición que el del judaísmo, y son
muy numerosas las imágenes y expresiones que pueden encontrarse en el
Corán y en la tradición bíblica. De hecho, los contemporáneos del Islam
primitivo consideraban a éste como una secta más de las derivadas del
tronco bíblico.

En general, el Corán se sitúa en el marco de la vida de los beduinos, pero


también de los comerciantes, los navegantes y los pescadores, y no faltan,
a pesar de la sobriedad y el estilo sucinto del Corán, alusiones a las
caravanas de invierno y verano que los caravaneros de La Meca conducían
a Adén o a Siria. La atmósfera propiamente árabe se puede identificar en
cuestiones como la existencia de seres misteriosos llamados genios o la
exaltación de la generosidad, de la bravura y de la solidaridad familiar. Son
también características propias de los árabes la alta estima que profesan a
la elocuencia y al estilo árabe. Ritos como el de la peregrinación a La Meca
y las siete vueltas alrededor de la Kaaba dejan traslucir, igualmente, el
aspecto propiamente árabe, dado el singular interés que las piedras y el
número siete tienen en los cultos semitas.

Las prohibiciones relativas a territorios sagrados y a los animales que en


ellos viven son también aspectos semitas que el Corán ha preservado,
purificando los elementos incompatibles con el monoteísmo. Proceden
también de la tradición árabe los meses sagrados, durante los cuales no
estaban permitidas las hostilidades, así como los fragmentos más antiguos
del Corán en los que aparecen pasajes de frases cortas terminadas siempre
en la misma sílaba, seguramente una especie de oráculos al estilo árabe,
que provocaron que los oponentes de Mahoma le acusaran de mago o
adivino.

Excepto para el caso de la guerra santa, el Corán deja a los hombres en el


marco de su vida cotidiana, exigiéndoles sólo que obren bien se encuentren
donde se encuentren, que no cometan excesos, que utilicen
mesuradamente los bienes que Dios les concede, y que sean capaces de
desprenderse de su egoísmo para ayudar a los pobres o a la comunidad.
Para los musulmanes el Corán, en tanto que palabra de Dios tal como fue
revelada al profeta Mahoma para que sirviera de guía a todos los humanos,
es la fuente fundamental de toda norma jurídica. Las normas jurídicas
contenidas en el Corán son unas doscientas y están expuestas en diversas
aleyas. Pese al corto número de normas, la labor de exégesis e inducción
metodológica de las cuatro escuelas teológico-jurídicas (hanefí, malikí,
chafeí y hambalí) darían lugar durante los siglos VII y VIII al sistema
jurídico islámico. Una de las características del Corán que tiene su reflejo
en toda la normativa del sistema jurídico islámico es la unicidad entre
religión, moral y derecho. Los preceptos religiosos y morales e incluso
determinados usos sociales forman una misma norma con el mismo efecto
vinculante. Se hace difícil, pues, separar unas de otras.

Exégesis del Corán

El Corán se acepta entre la mayoría de los musulmanes como la palabra


literal de Dios, y por eso es el centro en torno al que gravita el mundo
islámico; su valor es comparable al que los judíos conceden a la Torá o al
que la figura de Jesús tiene para los cristianos. Entre las obligaciones
religiosas de todo buen musulmán se incluye, junto a la oración diaria
obligatoria, el recitar pasajes completos del Corán; asimismo, la educación
seglar exige el aprenderlo de memoria. Los musulmanes consideran el
texto del Corán como una de las fuentes principales de la cultura islámica,
junto al Hadiz (tradición que recoge el comportamiento y prácticas del
Profeta) y, para los chiítas, las enseñanzas de los imanes.

Hay en el Corán pasajes de compleja y divergente interpretación, lo cual se


advierte incluso en la azora III, aleya 7: "Él [Alá] es Quien ha revelado la
Escritura. Algunas de sus aleyas son unívocas y constituyen la Escritura
Matriz; otras son equívocas. Los de corazón extraviado siguen las
equívocas, por espíritu de discordia y por ganas de dar su propia
interpretación. Pero nadie sino Dios conoce su interpretación". La
importancia de la fijación y del correcto entendimiento del texto coránico
constituyó la "ciencia del Corán" como materia clave de la cultura islámica,
desarrollándose, entre otros aspectos, la disciplina de su interpretación,
desde las bases gramaticales y léxicas hasta las dogmáticas y jurídicas.
Son numerosos los comentarios del Corán, producidos desde todas las
tendencias ortodoxas o sunníes (con sus diversas escuelas), chiíes y
jariyíes; las exégesis sufíes toman proyecciones alegóricas. Estas obras de
comentario e interpretación (tafsir) pueden ser reducidas o abarcar muchos
volúmenes, como la de al-Tabari, que comprende treinta tomos.

Corán del siglo XII hallado en Tombuctú

Aunque algunos creyentes consideren que el Corán resume todo el Islam y


que éste no puede encontrarse fuera de este texto sagrado, lo cierto es que
la compleja realidad del mundo islámico se extiende más allá de sus
páginas. Tampoco es posible afirmar, sin falsear la realidad, que el Corán
represente el verdadero Islam sin tener en consideración las numerosas
ampliaciones y glosas hechas al margen, juzgadas como corruptas por los
más ortodoxos, y que se encuentran contenidas entre las enseñanzas
musulmanas tradicionales. No es posible entender el Corán sin tener en
cuenta la tradición exegética y de interpretación que se ha desarrollado en
torno a él. Esta tradición resuelve y ayuda a comprender las complejas
ambigüedades del Corán. Es esta tradición, incluso, la que da cuerpo a la
creencia de que el Corán contiene una serie de revelaciones hechas a
Mahoma.

La interpretación del Corán (tafsir), campo de investigación dentro del


Islam que perdura todavía hoy desde sus inicios ya en la época del
establecimiento del texto, en época de Utmán, ha dado a luz numerosos
libros y tratados. Los distintos enfoques que se han producido en el intento
por desentrañar el verdadero sentido del texto dieron lugar a tratados
exegéticos de distinta naturaleza y perspectiva. Así, al-Tabari (muerto en
923) se basó en la tradición; al-Baydawí (muerto hacia 1291) y Nasafí
(muerto en 1310) desarrollaron una exégesis lingüística; al-Razi (muerto
en 1209) elaboró racionalmente los elementos anteriores. El hispanoárabe
Abu Hayyan (muerto en 1345) también redactó un monumental tratado
exegético sobre el Corán. Al-Talabí (muerto en 1038) analiza por orden en
su obra sobre profetas todos los versículos del Corán que se refieren al
tema.

El trabajo de al-Tabari analiza el Corán verso a verso y ofrece las diferentes


opiniones que estudiosos de la época daban sobre la vocalización, la
gramática, la lexicografía, la interpretación ética y moral, así como las
relaciones del texto sagrado con la vida de Mahoma. Los diferentes puntos
de vista están recogidos sin ningún tipo de comentario, aunque es
frecuente que al-Tabari indique cuál de ellos goza de su predilección. Este
exhaustivo procedimiento de al-Tabari ha sido seguido por numerosos
comentarios posteriores, aunque otros han preferido seguir criterios de
simplicidad y brevedad, escogiendo para comentarlos sólo algunos versos,
o eligiendo un único tema para su estudio, como puede ser el vocabulario
del Corán, tema de una considerable complejidad y dificultad debido a sus
implicaciones de carácter teológico, además de la dificultad que le es
propiamente intrínseca. En general, el texto sagrado del islam se considera
en relación con el contexto de la vida del Profeta, y se le concede, a partir
de esta premisa, un alcance universal y atemporal.

Los pasajes relacionados con la vida de Mahoma se entiende que fueron


revelados en conexión con incidentes específicos de su vida o para resolver
problemas concretos a los que se enfrentaba. Algunos investigadores fuera
del ámbito musulmán han señalado el procedimiento de tipo midrásico
conforme al cual determinados aspectos de la vida de Mahoma se han
creado a partir de algunos pasajes del texto sagrado. Según esta corriente
interpretativa, este procedimiento guarda bastante semejanza con el modo
en que la tradición judía fabricó las historias del Midrás a partir de
personajes bíblicos, mientras se componía el texto bíblico. De ser así, el
explicar el Corán mediante referencias a la biografía del Profeta sería un
modo de razonamiento circular, considerado en términos científicos como
una seria amenaza a la validez del argumento.

Corán del siglo XI (British Museum, Londres)

Las interpretaciones del Corán reflejan con frecuencia las divergencias y


distintas tendencias que se dan en el seno de la comunidad musulmana. Es
especialmente llamativa la diferencia entre la interpretación chiíta de
algunos versos en concreto y la interpretación sunnita, pues los chiítas
encuentran en los versos coránicos referencias al estatuto especial de Alí
ibn Abu Talib y los imanes, mientras que los sunnitas no encuentran tales
referencias. Según los chiíes, el califa Utmán suprimió del Corán los
fragmentos que hacían referencia a Alí y a sus derechos a suceder a
Mahoma en sus tareas políticas y religiosas, acusación que no parece
fundamentada.

La naturaleza de palabra de Dios increada y eterna que se atribuye al


Corán, frente a la consideración del mismo como algo creado en el tiempo,
fue uno de los más encendidos temas de discusión en los orígenes del
islam. Esta discusión incluía cuestiones de teología con graves y serias
consecuencias en el campo político referentes a la autoridad relativa de los
califas y los estudiosos de la religión (ulemas). Aunque ha prevalecido la
consideración del Corán como algo no creado, los chiítas se han opuesto a
ella. Estas divergencias han llevado a que tanto reformistas como
fundamentalistas interpreten el texto de manera partidista, de modo que
éste se amolde adecuadamente a sus (en muchas ocasiones)
contradictorios puntos de vista. Dentro de las corrientes interpretativas no
faltan quienes llegan a afirmar que el Corán se ajusta a muchas de las
ideas que defiende la ciencia moderna, e incluso a asegurar que en realidad
las predice. La misma naturaleza oscura del texto coránico propicia, sin
duda, la aparición de este tipo de interpretaciones tan distintas,
divergentes y, a menudo, contradictorias.

Mahoma
 Biografía
 
 El Corán
 
 El Islam

 
 Fotos
 
 Vídeos
El Islam

Con los nombres de Islam, islamismo o religión musulmana se conoce a la


religión monoteísta fundada por Mahoma. De acuerdo con la tradición, los
preceptos esenciales de la religión le fueron transmitidos por la mediación
de un ángel, Gabriel, que le hizo sucesivas revelaciones. Estas revelaciones
fueron recogidas en el Corán, libro sagrado de los musulmanes. Las
doctrinas de Mahoma, propagadas en un principio entre los nómadas de
Arabia en el siglo VII, constituyen, en la actualidad, una de las más
importantes religiones del mundo y la base de la civilización musulmana. El
Islam, además de una religión, es también una ley que regula la vida del
musulmán, tanto en lo que respecta a su comportamiento religioso
individual como en el plano social o político.

El credo islámico es estricto: Alá es el único Dios, creador del mundo,


todopoderoso, al que se debe obediencia y devoción (islam significa
sumisión, y musulmán, aquel que se somete a Dios). El verdadero creyente
sigue los dictados de Alá; a los infieles les aguarda el juicio final y los
tormentos del infierno, y a los fieles se les promete un paraíso lleno de
placeres. En cuanto a la creencia en un único Dios, el islamismo es análogo
al judaísmo y al cristianismo; de hecho, Mahoma se inspiró en la Biblia e
integró en su credo a los profetas del Antiguo Testamento. Considera a
Cristo un profeta más, y a Mahoma, en tanto que receptor de las
revelaciones de Dios a través del arcángel Gabriel, como el mayor de entre
ellos.

Mahoma

Las obligaciones religiosas del creyente (complemento y nunca sustitutivas


de la fe) son cinco: la profesión de fe ("No hay más dios que Alá, y Mahoma
es su profeta") que se recita en momentos solemnes; la plegaria ritual
cinco veces al día, orientada hacia La Meca, en estado de purificación y con
unos ademanes y términos prefijados; el ayuno anual en el mes del
Ramadán, consistente en abstenerse de consumir alimentos y bebidas y
tener relaciones sexuales desde la salida hasta la puesta del Sol; la limosna
legal o zakat, como fórmula de purificación religiosa de la riqueza y
contribución al sostén de la comunidad; y la peregrinación a La Meca una
vez en la vida. La participación en la guerra santa, para defensa y
expansión de la fe, no constituye una obligación, pero es un acto grato a
Alá, que concede el paraíso a quien muera en combate, perdonando sus
faltas y pecados.

Además de estas obligaciones, el Islam establece otras normas de rango


menor que deben ser observadas por el buen musulmán: la prohibición de
comer carne de cerdo o sangre de animales, o de beber vino u otros
líquidos embriagadores; la conveniencia de practicar la caridad con los
desfavorecidos; el respeto a la vida y a las propiedades ajenas; el veto al
préstamo con usura; la equidad y justicia en las transacciones comerciales.
En este sentido, debe recalcarse que el Corán regula no sólo aspectos
religiosos y comportamientos ético-morales, sino también la organización
de la vida ordinaria, terreno en el que acepta algunas costumbres de la
Arabia preislámica. Así, por ejemplo, se consolida el concepto patriarcal de
la familia y el papel de la mujer queda en un plano inferior al ser
considerada jurídicamente como menor de edad, aunque el Corán insiste
repetidamente en el deber de tratar respetuosamente a las mujeres y
concede a las esposas el derecho al divorcio en caso de malos tratos. La
poligamia se admite sin más limitación que el número de esposas (no se
puede sobrepasar la cifra de cuatro), pero el de concubinas es ilimitado, de
forma que los medios económicos del individuo fijan el número de mujeres
que puede tener. En cualquier caso, no se debe olvidar que el Islam nació
en un ambiente concreto (el de Arabia a comienzos del siglo VII) y que la
valoración actual del mismo debe tener en cuenta esta circunstancia, so
pena de cometer un grave error.

Teología y ética

El Islam rechaza de modo rotundo el politeísmo, e incluso la posibilidad de


un ser humano de participar de algún modo en la divinidad: Dios, Alá, es
único y omnipotente. Como primordial acto de misericordia, Alá creó el
mundo y el hombre, y dotó a cada ser de su propia naturaleza y de leyes
que rigen su comportamiento. El resultado es un cosmos ordenado y
armónico; ese orden y armonía es la prueba principal de la existencia y
unidad de Dios. La naturaleza fue creada al servicio de la humanidad, que
puede explotarla en beneficio propio. Pero la humanidad, a su vez, existe
para servir a Dios: debe construir un orden social justo, guiado por
principios éticos, y adorar a Dios.

La misericordia de Dios no sólo se manifiesta en la creación de una


naturaleza al servicio del hombre, sino también en su comunicación con los
hombres a través de los profetas. Aunque el ser humano posee el
conocimiento del bien y el mal, necesita una guía espiritual. Los
enseñanzas de todos los profetas proceden de una misma fuente divina, y
por ello las diversas religiones son, en esencia, una sola, aunque adquieran
formas, ritos o instituciones diferentes. Los profetas son meramente
humanos, pero, en la medida en que sus enseñanzas proceden de Dios, no
es posible rechazar a unos y aceptar a otros: siempre habrá que acatar sus
enseñanzas. La particularidad de Mahoma es la de ser el último mensajero
de la voluntad de Dios; por ello la revelación fijada en el Corán es la última
y la más perfecta, y debe imponerse sobre las anteriores.
Dios, después de crear el cielo y la tierra, creó al hombre en la persona de
Adán, le enseñó los nombres de todos los seres y le encargó que fuera su
vicario en la tierra. Desde los albores de la historia de la humanidad, la
religión deseada por Dios fue el Islam, pero como los hombres lo olvidaron,
Dios envió a profetas para recordárselo. Estos profetas-enviados podían
tener además otra misión, la de promulgar una legislación temporal que se
injertara en la religión inmutable. De este modo, la historia de la
humanidad se entiende como la de sucesivos envíos de profetas a los
distintos pueblos. Unos fueron enviados a los pueblos de Arabia, y otros, a
los hebreos. El penúltimo de los enviados fue Jesús, criatura simple,
enviada únicamente a los hijos de Israel. Al final, cuando se cumplió el
tiempo, Mahoma fue enviado a los árabes primero y luego a toda la
humanidad. Después de él no será enviado ningún profeta; la legislación
promulgada en el Corán será válida hasta el día de la Resurrección.

El Corán censura como principales defectos del ser humano el orgullo e


inconsciencia de su insignificancia, el egoísmo y la estrechez de miras. Los
hombres viven pendientes de lo terrenal, olvidan al creador y sólo vuelven
a Él cuando la naturaleza les falla. En su miopía, los hombres creen no
obtener nada de la caridad o de la ayuda a sus semejantes, ignorando que
Dios los premiará con la prosperidad. El Corán exhorta al individuo a
trascender y superar tales defectos. Con ello se desarrollará su rectitud, su
"atención" moral o taqiyya (cuya traducción más precisa es "precaución o
defensa ante el peligro", aunque suele traducirse como "temor de Dios") y
podrá examinar juiciosamente, sin autoengaños, el valor moral de sus
acciones. El fin último de la conducta humana ha de ser el bien de la
humanidad y no los placeres y ambiciones egoístas.

Representación del juicio final


El mundo terminará el día del juicio final: la humanidad será reunida y los
individuos serán juzgados por sus acciones. Los “elegidos” irán al Jardín (el
paraíso) y los “perdedores” irán al infierno, aunque Dios es misericordioso y
perdonará a los que sean merecedores de ello. El Corán reconoce además
otra clase de providencia divina, que afecta a la historia de los pueblos y
naciones. Al igual que las personas, pueden ser corrompidas por la riqueza
o el orgullo, y si no se reforman serán castigadas con la destrucción o su
sometimiento a naciones más virtuosas.

Los preceptos del Islam


Las importancia de las cinco obligaciones religiosas del creyente antes
citadas se refleja en el nombre con que son conocidas: "los cinco pilares del
islam". La primera es la profesión de fe (shahada): “No hay más dios que
Alá, y Mahoma es su profeta”. Debe ser hecha pública por cada musulmán
al menos una vez en su vida “de forma verbal y con total asentimiento de
corazón”, y supone el ingreso del individuo en la comunidad.
La segunda, el salat, es la obligación de realizar cinco oraciones al día:
antes de la salida del sol, al mediodía, entre las tres y las cinco de la tarde,
después de la puesta del sol y antes de la medianoche. En tales momentos
del día, el almuédano (de al-mu'addin, "el que llama a oración") hace una
llamada pública desde un minarete de la mezquita. Antes de la oración, el
devoto debe hacer las abluciones pertinentes. La plegaria, efectuada en
dirección a la Kaaba, empieza de pie; luego se hace una genuflexión a la
que siguen dos postraciones; finalmente, los fieles se sientan. En cada
posición se recitan determinadas oraciones y fragmentos del Corán. Por ser
el día santo del Islam, los viernes tienen lugar oraciones especiales de
carácter comunitario, precedidas por el sermón del imán.

Musulmanes orando en la Gran


mezquita de Srinagar (India)
El tercer precepto fundamental es dar el zakat o limosna. El zakat fue al
principio un impuesto exigido por Mahoma (y después por los estados
musulmanes) a los miembros más pudientes de la comunidad, sobre todo
para ayudar a los pobres, aunque también se utilizó para otras necesidades
humanitarias o para financiar la yihad o guerra santa. Sólo si se ha
entregado el zakat se consideran legítimas y purificadas las propiedades o
riquezas del creyente. En la actualidad, aunque su pago sigue siendo una
obligación, se ha convertido en una limosna voluntaria sobre la que los
gobiernos no intervienen.
El cuarto pilar es el ayuno o saum que todo musulmán debe realizar
durante el mes del Ramadán: deberá abstenerse de comer, beber, fumar y
mantener relaciones sexuales desde el amanecer hasta la puesta del sol, y
evitar todo pensamiento o acto pecaminosos. Quienes pueden permitírselo
deben, además, dar de comer como mínimo a un pobre. Por último,
el hach o peregrinación a la Kaaba, en La Meca, constituye también una
obligación para todo musulmán adulto que disponga de bienes suficientes y
no esté físicamente incapacitado. Debe efectuarse durante los primeros
diez días del último mes del año lunar y exige que los fieles se encuentren
en estado de absoluta pureza. Los peregrinos deben dar siete vueltas a la
Kaaba y correr por siete veces a paso ligero entre los dos túmulos próximos
al santuario. Con ello cumplen con la llamada “peregrinación mayor”. La
“peregrinación menor” incluye la visita a los lugares próximos de Mina y
Arafat y diversos ritos, como la lapidación con siete piedrecillas de tres
puntos que evocan las tres veces que Abraham fue tentado por el demonio.
La sociedad y el derecho islámico
Para el Islam, todas los ámbitos de la vida (espiritual, social y político)
constituyen una unidad indivisible que debe regirse por los valores
islámicos. Así, el concepto de sociedad del Islam es esencialmente
teocrático; la sociedad y todo lo humano deben organizarse conforme a la
voluntad de Dios. Este ideal inspira también conceptos como el derecho
islámico y el estado islámico, y explica el acentuado énfasis del Islam en las
obligaciones sociales. Los deberes religiosos fundamentales establecidos en
los cinco pilares tienen ya en sí mismos claras implicaciones para la vida de
la comunidad. Pero también la sharia o ley islámica fija las pautas morales
de la comunidad. En la sociedad islámica, el derecho abarca un campo más
amplio que en la cultura de Occidente, ya que incluye imperativos morales
además de legales. Por ello no todo el derecho islámico puede ser
formulado como norma legal ni impuesto por los tribunales; depende en
gran medida de la conciencia.
La ley islámica se fundamenta en cuatro fuentes. La primera de ellas es,
naturalmente, el Corán, al que sigue, como segunda fuente documental, la
tradición representada por la Sunna y el Hadiz. La tercera fuente es
la ijtihad ("opinión individual responsable") y con ella se dirimen cuestiones
problemáticas no tratadas en el Corán o en el Hadiz, aunque el jurista se
apoya en tales fuentes para, mediante un razonamiento analógico (qiyás),
llegar a una conclusión. Tales razonamientos fueron ya utilizados por
teólogos y juristas islámicos cuando, en los países conquistados, tuvieron
que hacer frente a la necesidad de armonizar las leyes y costumbres locales
con el credo islámico. La cuarta fuente es el consenso de la comunidad
(ijma), que descarta gradualmente ciertas opiniones y acepta otras. Puesto
que el Islam carece de una autoridad dogmática oficial, es un proceso que
requiere largo tiempo.
El estado islámico
El Islam dio forma a una institución política, el estado islámico, cuyas bases
quedaron definidas en un documento del año 622, el primer año de la era
islámica o hégira: la "constitución de Medina". En él, el Profeta regulaba las
actividades de su comunidad, de esa umma al principio reducida y que se
extendió en menos de un siglo desde la India hasta el Atlántico. En su
medio tribal, Mahoma implantó una ley suprema y verdadera como la más
conveniente para todos los hombres.

El Corán contiene una neta ideología política, por el reconocimiento


obligatorio de un principio de autoridad y de la distinción entre rectitud y
error. Alá, todopoderoso y único, tiene lugartenientes de su poder en el
mundo, explícitamente nombrados en el texto coránico, aunque no se
llegue a precisar la forma como ha de gobernarse la comunidad islámica
tras la desaparición del Profeta, aspecto que tuvo que ser complementado
por una posterior elaboración jurídico-religiosa. Los hadices desarrollaron
también la doctrina de la necesidad de reconocer a un soberano, califa o
imán de toda la comunidad musulmana, recogiendo dichos del Profeta tales
como "Quien me obedece, a Dios obedece; quien me desobedece,
desobedece a Dios. Quien obedece a su jefe, a mí me obedece, y quien le
desobedece, me desobedece a mí".

El orden político islámico establece como ideal la existencia de una


comunidad de fieles unida con su rector, en armonía, algo que ocurrió
durante poco tiempo. Mahoma era a la vez "profeta y hombre de Estado",
como reza el título de un conocido libro del estudioso británico William
Montgomery Watt; en Mahoma concluyó la profecía, y tras su muerte,
acaecida en el año 632, sus sucesores improvisaron una monarquía electiva
que recayó en cuatro de sus allegados, los "califas ortodoxos", hasta que
en el 661 la dinastía omeya se hizo con el poder, que en el 750 le fue
arrebatado por la dinastía abasí.

Pronto se fragmentó la unidad del estado islámico, debido a los conflictos


que estallaron en torno a la cuestión de quién debía dirigirlo: los chiíes sólo
aceptaban a descendientes directos de Mahoma para desempeñar esa
función; los jariyíes no requerían como condición para ello un determinado
linaje, sino ciertas cualidades personales del candidato, y para el Islam
"ortodoxo" o sunní la soberanía sólo podían ejercerla los pertenecientes a la
tribu de Quraish, la del Profeta. Varios conflictos prácticos quebraron la
unidad inicial de la comunidad islámica, e incluso en el siglo X coexistieron,
como si de un cisma se tratase, tres califatos a la vez: el de los abasíes de
Bagdad, el de los fatimíes de Tunicia (que luego se trasladaron a El Cairo) y
el de los omeyas de Córdoba.

La expansión del Islam

La rápida expansión del Islam se debió a la situación de debilidad interna


en que se encontraban los imperios bizantino y sasánida, agotados por sus
continuos enfrentamientos; por otra parte, ninguno de los dos concedió
mucha importancia a las expediciones árabes, y cuando quisieron
reaccionar fue demasiado tarde. También hay que tener en cuenta la
superioridad militar de los invasores, que disfrutaban de gran movilidad
merced a un armamento ligero formado por sables, arcos y lanzas,
mientras sus enemigos se veían paralizados por pesados equipos. Además,
su dominio de las rutas ancestrales les permitió colocar campamentos en
lugares estratégicos. A sus éxitos también contribuyeron la capacidad
directiva de algunos califas que contaron con jefes militares brillantes, así
como el sentimiento religioso del pueblo árabe (que facilitó el triunfo sobre
adversarios que se mostraron débiles y desunidos) y una relativa tolerancia
para con las poblaciones conquistadas.

En tanto que apóstol de Dios, Mahoma no tenía prevista su sucesión.


Estaba convencido de que él era el enlace entre Dios y los hombres, y
pensaba que el portador real de su autoridad no era, de hecho, él mismo,
sino la comunidad como un todo y la ley divina que la guiaba. Esta
imprecisión trajo consigo los primeros problemas en el seno de
la umma tras la muerte del Profeta, acaecida en el 632.
La desaparición de Mahoma estuvo a punto de destruir el edificio político y
social que había empezado a construir. Las horas que siguieron a su muerte
fueron las más críticas de la historia del Islam, debido a la rivalidad entre
los miembros de su familia y la aristocracia quraishí a la hora de decidir
quién debía reemplazarle como jefe de la umma. Fue el grupo más íntimo
de sus discípulos el que resolvió la situación, eligiendo para sucederle a Abu
Bakr, suegro y amigo del Profeta, que recibió el título de califa (jalifa rasul
Allah), es decir, "sucesor del enviado de Dios". De esta manera, tan vaga
en sus funciones y tan imprecisa en sus atribuciones y en la forma de
elección o nombramiento, nació la institución del califato.

Mahoma y los cuatro califas ortodoxos

Abu Bakr (632-634) fue reconocido como el nuevo jefe de la comunidad,


con la excepción de algunas tribus beduinas que iniciaron un movimiento
de secesión o de "apostasía" (ridda). Junto con Umar (634-644), Utmán
(644-656) y Alí (656-661), forma el grupo de los llamados califas
ortodoxos (rasidun), compañeros de Mahoma y que habían conocido
personalmente al Profeta. Bajo su gobierno se produjo la primera
expansión del Islam, en especial durante el califato de Umar, quien poseía
una capacidad militar y organizativa sobresaliente.
El califato ortodoxo

Tras la muerte de Mahoma, el principal objetivo era lograr la unidad en


Arabia, sometiendo a las tribus rebeldes, y afirmar, con ello, la supremacía
del Islam, asunto que en menos de un año resolvería Abu Bakr al vencer
las resistencias locales e imponer el dominio del Islam en casi toda Arabia,
lo que permitió iniciar la expansión por Siria, Palestina, Mesopotamia,
Persia y Egipto.

Siguiendo la ruta utilizada en otro tiempo por los árabes en sus


movimientos hacia tierras más ricas, los musulmanes llegaron a los
confines de Palestina, donde su victoria sobre los bizantinos en Aynadayn
(634) les permitió conquistar toda Siria en poco tiempo (en el 635 tomaron
Damasco). Un nuevo triunfo en Yarmuk (636) facilitó la ocupación de
Jerusalén (638), que fue considerada desde entonces como la segunda
ciudad santa del Islam, después de La Meca. La debilidad del imperio
bizantino y la existencia en Palestina y Siria de grupos árabes que
proporcionaron ayuda a los musulmanes favorecieron estas conquistas.

Los ejércitos árabes penetraron en la alta Mesopotamia, y posteriormente


llegaron hasta Armenia, permitiendo a sus príncipes locales mantener cierta
autonomía a cambio del pago de tributos. Desde allí realizaron diversas
incursiones hasta la actual Ankara, sin lograr, por el momento, asentarse
en esa zona. A comienzos del siglo VIII, el avance árabe se detuvo en las
montañas del Taurus.

Expansión del Islam bajo el califato ortodoxo

Las primeras expediciones contra el imperio sasánida las llevaron a cabo


tribus árabes instaladas en la baja Mesopotamia, en ayuda de las cuales
acudieron más tarde los ejércitos árabes. En el año 633 se apoderaron de
Hira, la antigua capital de los lakmíes, y, tras la decisiva batalla de Qadisiya
(637), ocuparon Ctesifonte, la capital sasánida. En su avance por
Mesopotamia, llamada Irak a partir de entonces, los musulmanes no se
limitaron a apoderarse de ciudades ya existentes, sino que también
fundaron bases militares (amsar) como Basora y Kufa, al sur de la antigua
Babilonia, desde donde emprendieron la conquista del oeste y el centro de
Persia.

Más rápida fue la conquista de Egipto, pues la población, en su mayoría


copta, era objeto de fuertes exacciones por parte de los gobernantes
bizantinos dirigidos por el patriarca de Alejandría, a quien el emperador
Heraclio I (610-641) confió la resistencia frente a los musulmanes. Allí, al
igual que ocurrió en Siria, la llegada de éstos fue recibida con agrado.
Además, el ejército bizantino no pudo acudir a frenar el avance del ejército
musulmán dirigido por Amr ibn al-As, quien en poco tiempo se adueñó de
las ciudades más importantes y fundó el campamento fortificado de Fustat
(641), origen del viejo El Cairo. Con ello se consolidó la dominación árabe
en Egipto y concluyó la primera fase de la expansión musulmana.

La organización del califato

No debió de ser tarea fácil la organización del recién creado imperio


musulmán, pues no existía en el Corán ninguna reglamentación sobre el
modo en que debían ser tratados los pueblos vencidos, por lo cual se
recurrió al ejemplo dado por Mahoma. A los musulmanes les interesaba
mantener en su puesto a la población que dominaban, ya que representaba
una fuente de ingresos importante, pues sus tributos suponían valiosas
contribuciones a la vida económica de la comunidad.

La distribución de las tierras conquistadas no se realizó de modo uniforme,


pues se tuvo en cuenta el modo en que se había producido la rendición. En
Siria y en Egipto se respetó la situación existente y se permitió a los
propietarios conservar sus tierras a cambio del pago del impuesto
territorial (jaray), ya que la rendición fue fruto de un acuerdo. No sucedió lo
mismo en Irak, donde las tierras fueron confiscadas en su mayor parte
debido a que la resistencia fue muy fuerte, y la capitulación, incondicional.
De manera similar se procedió en las tierras del imperio bizantino que
habían pertenecido al estado o a propietarios que habían huido, las cuales
fueron confiscadas y pasaron a formar parte de los bienes del estado
musulmán.

Correspondió al califa Umar proceder a la organización de las tierras


conquistadas y a la reforma efectiva de la administración del imperio. En un
primer momento, el botín de guerra se repartió de acuerdo con lo
establecido en el Corán, de tal forma que una quinta parte se destinaba a
Alá, a su Profeta o a los sucesores del mismo, y el resto se distribuía entre
los combatientes. Pero pronto se vio la necesidad de regular un sistema
administrativo general que acumulase todos los ingresos en el tesoro
público y, de acuerdo con ello, elaborase la lista de los combatientes y
estableciese los correspondientes pagos y sueldos fijos.

Los califas velaron por mantener el orden en los territorios recién


conquistados, y para ello consideraron de interés fomentar la emigración de
musulmanes fuera de Arabia, otorgándoles tierras para tal fin, con lo cual
se creó un grupo de nuevos propietarios que, lógicamente, les serían fieles.
Al mismo tiempo se crearon bases militares en los límites del desierto, que
servían, a su vez, de centros comerciales. De esta manera se fue
procediendo en la distribución y ocupación de las tierras conquistadas. La
extensión del imperio musulmán hizo necesario crear cargos específicos
que se ocupasen directamente del gobierno de las distintas provincias; no
obstante, en algunos lugares, como en Egipto, se respetó la administración
bizantina y los funcionarios siguieron en sus puestos.

Así, mediante los principios establecidos por Mahoma y las instituciones y


tradiciones locales de los pueblos dominados, se fue organizando el estado
musulmán, especialmente durante el gobierno de Umar. Dotado de una
excepcional sabiduría política, de una voluntad tenaz y de una energía
vigorosa, preocupado, sobre todo, por servir a los intereses del Islam, este
califa fue el auténtico organizador del estado musulmán: impulsó la
conquista, creó ciudades nuevas, hizo donaciones territoriales, puso en
marcha la administración, organizó el ejército, afianzó la autoridad central
y promovió otras muchas iniciativas mediante las cuales el Islam empezó a
transformarse en una sociedad regida por el orden y la jerarquía.

Sin embargo, a su muerte comenzaron a aparecer los primeros síntomas de


división en el seno de la comunidad musulmana. Su sucesor, Utmán,
perteneciente al clan de los omeyas (miembros de la tribu de Quraish, y de
la aristocracia de La Meca), se preocupó más de favorecer a los miembros
de su familia que de atender al bien de los musulmanes, lo que provocó
numerosas revueltas. A ello se sumó el descontento de parte de la
población por haberse frenado las conquistas y no poder obtener los ricos
botines del pasado, malestar acrecentado porque, cuando Utmán accedió al
poder, Arabia atravesaba una grave crisis financiera y tenía importantes
dificultades económicas.

No obstante, hay que destacar que durante su gobierno prosiguió el avance


en el norte de África, se conquistó el Jurasán y se realizaron importantes
expediciones marítimas, que permitieron la conquista de Chipre (649) y de
otras islas del Mediterráneo oriental, lo que puso fin a la hegemonía
bizantina en esa zona. Su asesinato, en el 656, creó un enorme malestar
entre los omeyas, que trataron de vengar su muerte, iniciándose un
período de discordias que acabaron por dividir a la comunidad musulmana.

El fin del califato ortodoxo


En la fase de desconcierto que siguió a la muerte de Utmán, la población de
Medina nombró califa a Alí, primo y yerno del Profeta (se había casado con
su hija Fátima), de dudosas cualidades como hombre de Estado. No hubo
acuerdo en la elección, y los mequíes mostraron su disconformidad por esta
designación, pues deseaban que fuese elegido un miembro de la familia
omeya.

Alí debió afrontar la oposición tanto de los seguidores del difunto califa,
agrupados en torno al omeya Muawiya, gobernador de Siria y primo de
Utmán, como de los seguidores de Aisha, viuda de Mahoma, que no podía
aceptar que Alí (a quien ya se había enfrentado en otras ocasiones) se
hubiese beneficiado de un crimen. El primer choque armado se produjo en
las proximidades de Kufa, en el 656, y es conocido como la "batalla del
camello", animal que Aisha montaba y en torno al cual se combatió; este
encuentro marca el inicio de los enfrentamientos entre miembros de la
comunidad musulmana. El triunfo de Alí afianzó su poder, pero sólo en
Irak, ya que ni Amr ibn al-As en Egipto ni Muawiya en Siria reconocían su
autoridad.

En el 657 se produjo un nuevo enfrentamiento entre musulmanes en la


llanura de Siffin, a orillas del Eúfrates, donde tuvo lugar uno de los
acontecimientos más célebres de la historia del Islam: cuando Muawiya
estaba a punto de ser derrotado, Amr, su aliado, tuvo la idea de colocar
hojas del Corán en la punta de las lanzas, como símbolo de apelación al
juicio de Alá; con ello evitó la derrota, pues todos depusieron las armas.
Algunos seguidores de Alí mostraron su desacuerdo por esta actitud y
quisieron volver a la lucha, pero ante la negativa del califa a reemprender
el combate le abandonaron y se retiraron. La historia musulmana dio a este
grupo el nombre de jariyíes, "los que se salen"; Alí les combatió, y murió
asesinado por uno de ellos en el 661.
El califato de Alí fue un completo fracaso, pues se perdió la unidad del
mundo musulmán, que, a su muerte, quedó escindido en tres grupos: los
jariyíes, los chiíes y los sunníes, que disentían en cuanto a la fuente de la
legitimidad del poder. Los jariyíes mantenían que cualquier musulmán
piadoso podía acceder al califato. Los chiíes (miembros del "partido de
Alí", xi'at Alí) consideraban ilegítimos tanto a Muawiya como a los califas
anteriores, por cuanto sostenían que la sucesión en el califato sólo era
legítima por línea consanguínea; se agruparon en torno a la esposa de Alí,
Fátima, y a sus hijos Hasan y Husayn. Los sunníes aceptaban la autoridad
de Muawiya, y consideraban que el califato no se transmitía por línea
sanguínea directa, sino que debían ejercerlo miembros de la tribu del
Profeta.

Con la muerte de Alí concluyó el régimen teocrático que tenía por base el
Corán y, como modelo, el comportamiento del Profeta. Desde entonces fue
necesario recurrir a sabios exégetas o a piadosos tradicionalistas para
aclarar o rellenar lagunas de las prescripciones del Corán o de la Sunna (el
conjunto de dichos y hechos atribuidos a Mahoma). La propia expansión del
imperio, la evolución de la sociedad o el desarrollo de la economía
obligarían a los sucesivos califas a adaptar las estructuras del estado a los
problemas del momento.

El califato omeya

A pesar de que Hasan, hijo de Alí, fue reconocido como sucesor de su


padre, renunció a sus derechos en favor de Muawiya (661-680). Ello
significaba la instauración de la dinastía omeya al frente de la comunidad
musulmana, cuyos destinos iba a dirigir por un período de casi un siglo, y el
triunfo de la aristocracia quraishí sobre los compañeros de Mahoma. El
primer objetivo de Muawiya fue sentar las bases de una dinastía arraigada
en Siria, donde él mismo se había establecido desde los primeros
momentos de la conquista, e intentar consolidar y fortalecer la autoridad
califal en una época en que estaba latente la guerra civil y empezaban a
manifestarse movimientos separatistas.

Muawiya imprimió una orientación nueva al califato, dando prioridad


absoluta a la centralización gubernamental, con el objetivo de que todo el
poder recayese en el califa. Promovió hábitos preislámicos al rodearse de
un organismo consultivo o sura de nobles, en el que también participaban
delegaciones de tribus árabes que daban su aprobación a las decisiones del
califa. Implantó, así mismo, el principio de superioridad autocrática del
califa, frente al estado teocrático legado por Mahoma y mantenido por los
dos primeros califas, y aseguró el procedimiento dinástico, imponiendo la
transmisión hereditaria, al designar sucesor en vida a su hijo, como habían
hecho los bizantinos, decisión ratificada por la sura. A través de esta
consulta, la comunidad musulmana reconocía la autoridad de la persona
elegida y se comprometía a obedecerla.

En la organización del gobierno central y de la administración de las


provincias se inspiró en los modelos de la antigua administración bizantina,
que conocía bien por el tiempo que fue gobernador de Siria, y trasladó la
capital de la nueva dinastía a Damasco, abandonando Medina y La Meca
como centros políticos, hecho que causó un profundo malestar entre
algunos grupos de musulmanes.

Gracias a su habilidad y a su prestigio personal, Muawiya pudo superar las


dificultades y problemas internos y mantener la paz en el extenso imperio
que gobernaba. Durante su mandato y el de sus sucesores Abd al-Malik
(685-705) y al-Walid (705-715) prosiguió el avance musulmán en tres
direcciones: Constantinopla y Asia Menor, norte de África y península
Ibérica, y Asia Central.

En Asia Menor continuaron las guerras de conquista frente a los bizantinos,


pero en esta zona los ejércitos árabes encontraron un obstáculo insalvable:
las montañas del Taurus, por lo que los territorios situados en torno a las
mismas fueron objeto de permanente disputa entre musulmanes y
bizantinos. Por otra parte, los árabes asediaron Constantinopla varias
veces, tanto por tierra como por mar (668-669, 674-680, 716-718), pero la
capital bizantina resistió denodadamente sus ataques.

Tras la conquista de Egipto, los árabes continuaron su ofensiva en el norte


de África. Entre sus logros cabe destacar la fundación, en el 670, de un
campamento en al-Qayrawan (Kairuán), que protegía la ruta hacia Egipto y
servía de base para enfrentarse a las tribus beréberes del oeste de Ifriqiya
(Tunicia); la toma de Cartago (698); el sometimiento de las tribus del
centro y oeste del Magreb, y la conquista de la península Ibérica (711-
715).

El califato omeya

En Oriente, los ejércitos musulmanes tomaron Afganistán (698-700) y la


Transoxiana (desde 650), poniendo mucho interés en islamizar los
territorios conquistados. Tal fue el caso de Bujara y Samarcanda
(conquistadas en el 709 y el 712, respectivamente), que se convirtieron en
dos grandes centros musulmanes de Asia Central. Poco después invadieron
el Turquestán chino y penetraron en la India, en el 711.

Durante los noventa años de gobierno de la dinastía omeya, el imperio


musulmán alcanzó los límites extremos de su expansión: se extendía desde
la India a la península Ibérica. Pero, a pesar de sus esfuerzos, las
numerosas revueltas que se produjeron en su interior debilitaron a los
omeyas de tal manera que no fueron capaces de detener el empuje abasí.
El año 750 marcó el fin de la dinastía omeya en Oriente, pues sólo uno de
sus miembros, el príncipe Abd al-Rahman, escapó de la matanza de los
abasíes; fue él quien, en el 756, instauró la dinastía omeya en al-Ándalus.

El califato abasí
Con la llegada de los abasíes (descendientes de al-Abbas, tío del Profeta) el
Islam sufrió una nueva transformación. En primer lugar, la guerra civil
entre ambas dinastías perjudicó durante un corto espacio de tiempo la
unidad del imperio. En segundo lugar, el enfrentamiento puso de manifiesto
la decadencia de un tipo de gobierno que se había mostrado impotente
para frenar los movimientos adversos (jariyíes, chiíes). En tercer lugar, era
necesario adoptar medidas que calmaran el descontento social y económico
que reinaba entre los muwallad, la población no árabe convertida al Islam.

Esta nueva dinastía árabe dirigió los destinos del imperio musulmán desde
el 750 hasta 1258, año en que los mongoles tomaron la ciudad de Bagdad;
pero, de manera efectiva, el imperio de los abasíes sólo duró hasta finales
del siglo IX, cuando comenzaron a fragmentarse sus dominios. Uno de los
primeros cambios que llevaron a cabo fue el traslado de la sede del
gobierno a Irak, donde en el 762 el califa al-Mansur (754-775) fundó
Bagdad, la nueva capital. Con ello se perseguía asentar su poder en un
territorio turbulento y satisfacer a iraquíes e iranios, olvidados por los
omeyas. Sin embargo, el alejamiento de la capital respecto del occidente
musulmán favorecería los movimientos independentistas en esta última
zona.

Los califas abasíes mostraron una actitud muy diferente a la de los omeyas.
Éstos eran jefes de la tribu y de la comunidad, y reyes árabes cuya fuerza
descansaba en el ejército. Los historiadores de época abasí reprocharon a
los omeyas el haber quebrantado la organización propuesta por los
califas rasidun para establecer en su lugar un reino profano. Por su parte,
los abasíes dieron preferencia a su prestigio religioso: el califa era el imán,
el jefe espiritual y temporal, un soberano absoluto cuyo poder estaba
regulado en la ley islámica; aún más, era el "representante de Dios" en la
Tierra, y no sólo el sucesor del Profeta. Esta idea les engrandeció y les llevó
a alejarse de sus súbditos, con los que rara vez tenían contacto, pues
normalmente vivían recluidos en lujosos palacios. Su poder se refleja
también en el ámbito temporal, donde ostentaban toda autoridad. Muy
pocos fueron los califas que gobernaron personalmente, pues, a semejanza
de la administración persa, solían delegar los asuntos de Estado en un visir,
cuyo poder era grande. Este cargo se hizo hereditario, por lo que surgieron
verdaderas dinastías de visires, como la familia iraní de los Barmakíes.

El califato abasí

Los principios administrativos no se modificaron de manera especial. Las


oficinas de la administración (diwan), muy perfeccionadas, constituían
verdaderos ministerios. Se transformó, sin embargo, la forma de gobierno,
pues en ella se dejó sentir la influencia del personal reclutado entre
los muwallad iraníes, ya que los árabes, aunque no fueron excluidos del
poder, no ocuparon los puestos más relevantes de la administración. Por
otra parte, el ejército había perdido su función conquistadora, y en esa
época debía velar por mantener y aplicar la ley dentro del imperio; sus
miembros fueron reclutados primero entre los jurasaníes, y, desde el siglo
IX, entre los turcos.
La desmembración del califato abasí

De entre los califas abasíes merecen una mención especial Harum al-Rashid
(786-809) y al-Mamun (813-833). Con al-Rashid el califato vivió uno de sus
momentos de mayor esplendor; este personaje fue conocido en Occidente
por las relaciones que mantuvo con la emperatriz bizantina Irene y con
Carlomagno. Sin embargo, fue él quien dio comienzo a la desmembración
del califato, al conceder a Ibrahim ibn Aglab, gobernador de Ifriqiya, una
autonomía muy próxima a la independencia.
Entretanto, en al-Ándalus se había constituido un emirato omeya
independiente, y en Marruecos habían surgido varios poderes locales: la
dinastía de los rustemíes del Tahert (776-911, fundada por el jariyí Ibn
Rustum) y la de los idrisíes (788-974, fundada por el chií Idris I). No
obstante, a comienzos del siglo IX, el imperio abasí era la mayor potencia
política y económica del momento. Durante el gobierno de al-Mamun, la
civilización abasí alcanzó su apogeo: Bagdad se convirtió en un gran centro
cultural, de donde surgían las normas sociales y culturales seguidas en los
demás países musulmanes.

Durante la segunda mitad del siglo IX comenzó el declive del imperio abasí,
motivado, en buena parte, por la crisis económica y por la proliferación de
movimientos secesionistas. En su expansión, el Islam había aglutinado un
conjunto de pueblos y razas muy diversos entre sí; tales diferencias
deshicieron en pocos siglos los lazos que les unían al único gobierno, hasta
el momento admitido, de la comunidad musulmana. Fueron varios los
motivos que impulsaron los movimientos secesionistas: la lejanía de la
metrópoli, el aislamiento de ciertas zonas, la idea de raza y, de manera
especial, el deseo de enriquecimiento a través de las armas. De este modo,
a mediados del siglo X había ya tres califas en el mundo musulmán: el
abasí en Bagdad, el omeya en Córdoba y el fatimí en El Cairo.

Fundador de la religión musulmana, en la actualidad segunda del mundo en


número de creyentes, la vida de Mahoma nos ha llegado envuelta en
elementos legendarios. Según la tradición, a través de las visiones que tuvo
desde 610 hasta su muerte, Mahoma recibió del arcángel Gabriel el
contenido de la verdadera fe, una fe que Dios había dado a conocer a los
hombres desde Abraham a través de los profetas (Moisés, Jesús) y cuyo
ciclo cerraba el propio Mahoma. La siguiente galería fotográfica ilustra los
principales aspectos de la vida del Profeta y del libro sagrado en que se
reunieron las revelaciones, el Corán, así como la rápida expansión que
experimentó el Islam tras su muerte.
 
Retrato. Nacido hacia el 570 en el seno del clan de los Hasim, su infancia
transcurrió en la pobreza y en la soledad al fallecer su padre poco antes de
nacer y su madre cuando aún era pequeño; adoptado por su abuelo
paterno, que murió al tener Mahoma ocho años, fue recogido por su tío Abú
Talib, que lo trató como a un hijo más, pero que no pudo darle una
educación esmerada; de esta etapa data la fuerte amistad con su primo Alí,
que sería uno de los primeros conversos y que, al casar con una de las
hijas del Profeta (Fátima), se convertiría en su yerno. Iniciado en el negocio
caravanero por su propio tío, sus buenas condiciones intelectuales y
morales le granjearon las simpatías de una rica viuda, Jadicha, que le
escogió como hombre de confianza para acompañar sus caravanas a Siria,
casándose con él. Este matrimonio permitió a Mahoma salir de la pobreza y
adquirir reputación entre sus conciudadanos de La Meca, que le
llamaban al-amin (el hombre seguro). Jadicha ha sido considerada por la
tradición islámica como una de las mujeres perfectas, que colmó de
felicidad al Profeta al darle varios hijos, y la compañera que creyó en su
misión y le sostuvo en los momentos de crisis; Mahoma, agradecido, no
tomó otra esposa mientras ella vivió. En la imagen, un retrato imaginario
de Mahoma (todos sus retratos son imaginarios) que ilustró la Historia
general de la religión de los turcos (1625), de Michel Baudier.

 
La revelación. A pesar del éxito material, Mahoma no se sentía satisfecho
plenamente; le preocupaba la situación existente en La Meca, las injusticias
sociales y el egoísmo de los ambiciosos y grandes mercaderes. Algún tipo
de crisis religiosa le impulsó a buscar la soledad y se retiró a una caverna
situada en el monte Hira, entregándose a la oración. Allí, el año 610,
comenzó a tener extrañas experiencias y visiones: un ser celestial, que más
tarde identificó con el arcángel Gabriel, le ordenó que leyera un rollo de
tela escrito en el que se contenía la revelación; las apariciones se
sucederían durante el resto de su vida, y a través de ellas se le fue
manifestando el mensaje divino. En la imagen, la aparición del arcángel
Gabriel ante Mahoma en el monte Hira. La tradición islámica considera que
las imágenes religiosas fomentan la idolatría, y por ello a menudo se
representa al Profeta con el rostro cubierto con un velo, como en este caso.

Predicación.
Mahoma dudó de la veracidad de sus visiones y fue su esposa Jadicha la
que le animó a creer en su vocación y la que le sostuvo cuando, abrumado
por el peso de la revelación, creyó enloquecer. También un primo de
Jadicha, Waraqa, convertido al cristianismo y conocedor de la Biblia, le
confirmó que las revelaciones que tenía eran similares a las recibidas en
otros tiempos por Moisés, extremo que ayudó a Mahoma a consolidar su fe.
Durante los tres primeros años posteriores a la visión inicial, Mahoma sólo
comentó sus experiencias con el círculo de sus íntimos (Alí, Abu Bakr,
Zayd), pero en 613 decidió hacer partícipes de las verdades reveladas a sus
conciudadanos. Primero, a su propio clan, donde al principio ni siquiera su
tío Abú Talib le hizo caso; después, al resto de la tribu, que rechazó un
mensaje que atentaba directamente contra sus privilegios de grupo, sus
intereses económicos y sus convicciones religiosas; sólo los pobres y
esclavos aceptaron su doctrina y formaron el primer grupo de creyentes,
aumentando con ello el recelo y el rechazo de la aristocracia de La Meca. En
la imagen, el cuadro Predicación de Mahoma, obra del pintor ruso Grigory
Gagarin (1811-1893).

Entrada en
La Meca. Mahoma pudo mantenerse en La Meca y continuar sus
predicaciones gracias al apoyo prestado por el jefe de su clan, Abú Talib,
pero no ocurrió lo mismo con algunos de sus partidarios, que tuvieron que
emigrar a Abisinia. La situación se hizo insostenible a la muerte de Abú
Talib, en el año 619. A causa de las circunstancias adversas, Mahoma
marchó a Yatrib el 16 de julio del año 622. Su emigración (hégira, con la
que se inicia el calendario musulmán) y su establecimiento en esta ciudad,
que recibiría el nombre de Medina (Madinat al-Nabi, "la ciudad del
Profeta"), supuso un hecho de suma importancia: la ruptura de la tribu,
pues muchos creyentes mequíes abandonaron a sus familias para seguir al
Profeta. Surgió entonces una nueva organización social, la umma o
comunidad de los creyentes, basada en los principios de fraternidad,
igualdad, ayuda mutua y solidaridad. La religión reemplazó al espíritu de
clan como lazo que unía a la comunidad. El conflicto entre Medina,
musulmana, y La Meca, pagana en sus principales representantes, duró, a
través de pactos diplomáticos y encuentros armados, algo más de siete
años, y terminó con la plena victoria del Profeta, el cual, en enero de 630,
entró como conquistador, al frente de sus partidarios, en su ciudad natal. A
este triunfo, que le hizo árbitro de los destinos de toda Arabia, sobrevivió
poco más de dos años; vuelto a Medina, residencia de Mahoma hasta su
muerte, se extinguió allí entre la consternación de su comunidad en 632.
En la imagen, la entrada triunfante de Mahoma (con velo) y sus tropas en
La Meca.
 

El Corán. Las revelaciones recibidas a lo largo de su vida fueron recogidas,


a la muerte de Mahoma, en el Corán, que es el libro sagrado de los
musulmanes. Junto a los Hadices o tradiciones, el Corán constituye el
fundamento del Islam así como la máxima autoridad respecto a creencias,
cultos, jurisprudencia, historia, liturgia, ética, normas sociales y familiares.
Las 114 azoras o capítulos del Corán siguen un orden decreciente de
extensión (probablemente por analogía con el tipo de ordenación de los
"divanes" poéticos). Después de la llamada Fatiha o azora introductoria, se
encuentran en la actual ordenación del Corán primero las más largas y
tardías azoras del período de Medina, que van decreciendo en longitud,
hasta las breves y brevísimas del más antiguo período de La Meca. En la
imagen, dos páginas de un Corán del siglo XVI, escritas a mano por el
calígrafo Hafiz Osman.
 

El juicio final. El orden cronológico aproximadamente reconstituible de las


azoras o capítulos del Corán refleja las fases de la experiencia religiosa de
Mahoma: las más antiguas azoras mekíes (de La Meca), escritas en cortos
versículos cadenciados y en un estilo relampagueante y agitado, son
proclamaciones de la unicidad y omnipotencia de Dios. La omnipotencia
divina queda demostrada no sólo por su intervención creadora y
destructora en el universo, sino con ejemplos sacados de las Escrituras
bíblicas y de las antiguas leyendas de Arabia. Hallamos también
descripciones de la catástrofe final, con sones de apocalípticas trompetas,
apasionadas llamadas a los hombres para que se preparen al "redde
rationem" y maldiciones contra los infieles. Otras azoras se apoyan en los
signos anunciadores del fin del mundo o esbozan cuadros de delicias
paradisiacas y tormentos infernales, destinos que aguardan
respectivamente a creyentes e infieles tras el juicio final. Después, poco a
poco, el tono se calma y discurre con más sosiego; las visiones líricas y
apocalípticas van siendo sustituidas poco a poco por la homilía edificante, el
razonamiento y la auténtica predicación. En esta segunda etapa asoma el
Mahoma legislador, soberano y árbitro supremo en paz y en guerra de un
nuevo estado que crecerá hasta abarcar buena parte de Arabia, para
lanzarse, tras su muerte, a la conquista del mundo. A la parte netamente
religiosa del Corán viene por lo tanto a agregarse la política, jurídica y
normativa que predomina en el segundo período de Medina. En la imagen,
una representación del juicio final atribuida al artista decimonónico
Mohammad Modabber. Mahoma es visible en la parte superior derecha,
montado en un camello, con el rostro cubierto por un velo blanco.

La expansión del Islam. Entre las numerosas disposiciones del Corán no


había ninguna que regulara la sucesión, y a la muerte del Profeta se
enfrentaron diversas tendencias. Los medineses habían colaborado con
Mahoma, aparte de por motivos religiosos, porque lo necesitaban como
árbitro en las diferencias que oponían unos clanes a otros, y porque creían
que el triunfo de Mahoma sobre La Meca convertiría a Medina en la ciudad
más importante de Arabia. El perdón otorgado a los habitantes de La Meca
frustró sus esperanzas, y la única posibilidad que les quedaba residía en
que uno de los suyos sucediera al Profeta. Frente a ellos, sus antiguos
aliados, los "compañeros" de Mahoma, tenían mejores derechos por haber
abrazado el Islam en los primeros tiempos. Por último, Alí (primo y yerno
del Profeta y uno de los primeros en convertirse) podía igualmente ser
designado en razón de su parentesco con Mahoma. Finalmente predominó
el factor religioso, y fue elegido califa (jalifa rasul Allah, sucesor del enviado
de Dios) Abu Bakr, al que Mahoma había escogido para dirigir la plegaria en
común. Los beduinos, nómadas, habían apoyado a Mahoma contra La
Meca, pero habían perdido interés desde el momento en que sus razias
debían respetar a los musulmanes, y a la muerte del Profeta se negaron a
aceptar al califa y abandonaron el Islam. La primera tarea de Abu Bakr
consistió, pues, en someter a los disidentes y lanzarlos después a la
conquista de zonas ocupadas por los no musulmanes. Durante su califato
(632-634) y el de Omar (634-644), los árabes conquistaron Siria,
Mesopotamia, Armenia, Irán, Egipto y Tripolitania. Con Utmán (644-656) y
Alí (656-661), se cerró el ciclo de los llamados califas ortodoxos,
compañeros de Mahoma y que habían conocido personalmente al Profeta.
La expansión continuaría, rápida y hasta límites insospechados, bajo los
califatos Omeya y Abasí, como puede apreciarse en el mapa.

Batalla de Khaybar. La rapidez de estas conquistas iniciales, logradas


ante los imperios Persa y Bizantino, ha llamado la atención de los
historiadores, que han intentado explicarla atendiendo a factores de muy
diversa índole, a veces contradictorios y no siempre bien fundamentados. El
entusiasmo religioso fue sin duda un factor importante, capaz de llevar a
los musulmanes a la guerra santa para convertir a los infieles, pero no se
puede olvidar que, por razones económicas, los musulmanes tenían más
interés en conquistar que en convertir, y, por otra parte, la base de los
ejércitos musulmanes la constituían los beduinos, más atraídos por el botín
que por el entusiasmo religioso. Tan influyente o más que el entusiasmo
religioso debió ser la democratización lograda por el Islam; el hecho de que
todos los creyentes fueran iguales ante Alá (y ante el califa) y que sólo
fueran distinguidos por su mayor o menor celo en servir a uno y otro debió
de ser un móvil importante en las primeras campañas, que constituían un
modo de ascenso en la escala social. En la imagen, Mahoma (con el rostro
cubierto con un velo y ayudado por los ángeles) combatiendo en la batalla
de Khaybar (629).

Das könnte Ihnen auch gefallen