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Omar Ramírez Torres | Lic.

en Psicología
| Psicogerontología

La viudez en el adulto mayor; perspectivas desde la


separación

La supervivencia al cónyuge, es decir, la viudez, es clasificada por Papalia y


Feldman (2012) como una pérdida importante y significativa, y representa una
experiencia sumamente dolorosa, al igual que el fallecimiento de un hijo, la muerte
de un padre, o un aborto espontáneo. Holmes y Rahe (1967, citados en Morrison y
Bennett, 2008) llevaron a cabo un estudio acerca de los acontecimientos que
causaban mayores índices de estrés en las personas, y al recolectar los datos
obtenidos, concluyeron que uno de los sucesos que es experimentado como aquel
que causa “mayor estrés”, el cual se encuentra incluido en su teoría sobre los
eventos vitales, es el fallecimiento del cónyuge. Dicho suceso fue capturado por
los investigadores a través de una escala elaborada por los mismos, en la que los
sujetos entrevistados puntuaban el ajuste que requerían para adaptarse a diversas
situaciones, con una puntuación máxima de 100; el fallecimiento del cónyuge se
clasificó con el puntaje más alto, es decir, 100, seguido del divorcio, el
fallecimiento de un familiar cercano, una enfermedad o lesión personal, entre
otros.

Así como los ancianos tienen mayor probabilidad que las ancianas de estar
casados, por razones similares las ancianas tienen mayor probabilidad que los
hombres de ser viudas. Las mujeres suelen sobrevivir a sus maridos y, en
comparación con los hombres, es menos probable que vuelvan a casarse. La
probabilidad de haber enviudado es mucho mayor entre las mujeres
estadounidenses de 65 años en adelante, que entre los hombres de la misma
edad (Federal Interagency Forum on Aging-Related Statistics, 2010, citado en
Papalia y Feldman, 2012). Sin embargo, a medida que disminuye la brecha de
género en la expectativa de vida, una proporción creciente de hombres mayores
sobrevivirán a sus esposas. Para los 65 años de edad, la probabilidad de viudez
Omar Ramírez Torres | Lic. en Psicología
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es cuatro veces mayor en las mujeres que en los hombres mientras que la
probabilidad de ser internado en una institución luego de la muerte del cónyuge es
mucho mayor entre los viudos viejos que entre las viudas ancianas. En la mayoría
de los países, más de la mitad de las ancianas son viudas (Papalia y Feldman,
2012).

Existen, según IMSERSO (2002, citado en Triadó, 2015), aproximadamente tres


viudas por cada viudo. Para un adulto mayor, la pérdida del cónyuge se posiciona
como uno de los duelos más intensos y frecuentes, ya que ha sido la pareja quien
ha compartido con este años o décadas de vida, en las cuales se hubo forjado una
relación estrecha e íntima entre ambos. Resulta importante subrayar que, debido a
los mayores índices de longevidad en la mujer, así como el hecho de que en
algunas parejas los hombres son mayores que las mujeres, son estas últimas
quienes se muestran mayormente afectadas por los procesos de pérdida (Triadó,
2015).

De la misma forma lo expresan Durán y Espinosa (1991; 1992, citados en Ceberio,


2013), cuando afirman que:

En los procesos relacionados con el duelo y sus efectos intervienen: la


etapa de desarrollo individual-familiar, el medio ambiente, la experiencia de
vida y las actitudes de los familiares puesto que el duelo es la vivencia
penosa y dolorosa que causa todo lo que ofende a nuestro impulso vital. En
el anciano se conjugan una serie de “duelos”: En primer lugar, la pérdida de
uno mismo en el envejecimiento, pérdida de cabello, de capacidad física, de
memoria y lucidez. En segundo lugar, la pérdida de estatus en la familia o
en el ámbito laboral ante el empuje normal de la juventud o la generación
posterior y en un tercer espacio, todo el sistema de creencias desfavorables
o negativas sobre la muerte; apoyadas en algunos sectores de la población
por una carencia de valores y apoyos emocionales y espirituales (p. 152).
Omar Ramírez Torres | Lic. en Psicología
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Como parte de las principales dificultades que pueden suscitarse durante la


pérdida de la pareja en el geronte, se destaca, en primera instancia, un desgaste a
nivel físico y mental, ya que tal circunstancia se manifiesta en una afección al
sistema inmunológico, lo que quizá ocasiones fuertes dolores de cabeza, mareos,
indigestión o dolores en el pecho. Además, el fallecimiento del cónyuge puede dar
lugar a problemas de memoria, perdida del apetito, dificultad para concentrarse, y
a un riesgo mayor de sufrir ansiedad, depresión, insomnio y disfunción social.
Dichas reacciones pueden oscilar desde la levedad a ser extremas y muy
duraderas, algunas veces incluso por años. En contraparte, las relaciones sociales
inciden en la buena salud; por consiguiente, la perdida de la compañía puede
ayudar a explicar la elevada probabilidad de que una persona que ha enviudado,
en especial un hombre, siga pronto a su cónyuge a la tumba. Sin embargo,
también cabe una explicación más practica: quizá después de la muerte del
cónyuge no habrá nadie que le recuerde a una anciana que tome sus medicinas o
que se asegure de que un hombre siga una dieta especial (Papalia y Feldman,
2012).

En un estudio, personas viudas que habían sido muy cercanas o dependientes de


sus cónyuges tendían a experimentar mayor ansiedad y añorar más a sus parejas
seis meses después de la muerte que las personas viudas que no habían sido tan
cercanas o dependientes (Carr et al., 2000, citados en Papalia y Feldman, 2012).
La viudez también puede dar lugar a problemas prácticos. Las viudas cuyos
esposos eran el principal sostén pueden experimentar penurias económicas o caer
en la pobreza. Para las mujeres, la consecuencia principal de la viudez
probablemente sea la presión económica, mientras que para los hombres las
consecuencias mayores pueden ser el aislamiento social y la perdida de intimidad
emocional. Las viudas ancianas son más propensas que los viudos a mantener el
contacto con los amigos de los que reciben apoyo social (Papalia y Feldman,
2012).

Una explicación sistémica acerca de la desvinculación acaecida durante la pérdida


del cónyuge, sienta sus bases en la teoría de la vinculación formulada por John
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Bowlby, el cual afirma que los seres humanos nos encontramos predispuestos a
generar nexos entre las personas que rodean, y cuando se suscita la ruptura de
dicho nexo, se intensifican las emociones (Bowlby, citado en Puigarnau, 2010).

Referencias

Ceberio, M. R. (2013). El cielo puede esperar. La cuarta edad: ser anciano en el


siglo XXI. Madrid, España: Morata.

Morrison, V. y Bennett, P. (2008). Psicología de la salud. Madrid, España: Pearson


Prentice Hall.

Papalia, D. E. y Feldman, R. D. (2012). Desarrollo humano. 12ª edición. México,


D. F.: Mc Graw Hill.

Puigarnau, A. P. (2010). Las tareas del duelo. Psicoterapia de duelo desde un


modelo integrativo-relacional. Barcelona, España: Paidós.

Triadó, C. y Villar, F. (2014). Psicología de la vejez. Madrid, España: Alianza.

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