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5.

El fin último del hombre


Dar respuesta a la pregunta sobre el origen y el fin de la existencia humana es la cuestión
más decisiva de la biografía de cualquier persona: ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿cuál es el
fin de mi existencia? ¿de dónde venimos? ¿a dónde vamos? ¿qué debemos hacer?... Son
preguntas que se hace todo el mundo y que a nadie pueden dejar indiferente. Para la ética
cristiana, el fin último es la salvación, la vida feliz en el cielo, lo cual constituye el objetivo
último de la existencia.

Dios, fin último del hombre


A partir del hecho de la creación, se evidencia que, si Dios es el principio de todas las
criaturas, tiene que ser también su fin último. Pero, como es lógico, sobre todo Dios es el
fin de la persona humana, pues, si ésta tiene su origen en Dios como ser racional y libre, es
claro que debe tender hacia Él, hasta el punto de constituirlo el fin último de su vida. Y es,
precisamente, en Dios, en donde el hombre encuentra la verdadera felicidad. Es lo que
también experimento San Agustín cuando escribe: “¿Cómo es, Señor, que yo te busco?
Porque al buscarte, Dios mío, busco la vida feliz, haz que te busque para que viva mi alma,
porque mi cuerpo vive de mi alma y mi alma vive de ti.”
Por lo tanto, Dios, principio y fin de la existencia, orienta la vida del hombre según su
querer, el cual coincide con el bien de la persona. Con esta respuesta, la persona humana
sabe de dónde viene, a dónde va, cómo ha de actuar y cómo debe vivir.
Tender hacia Dios responde a una ley escrita en el corazón mismo del ser humano, de
forma que, cuando éste se orienta a Dios, es feliz, y, cuando se desvía de Él, no solo no
alcanza la razón de su existencia, sino que malogra su vida.
Como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: “Las dos cuestiones, la del origen y la del
fin, son inseparables. Son decisivas para el sentido y la orientación de nuestra vida y
nuestro obrar.”

El hombre debe orientar hacia Dios todas sus acciones


Conviene aclarar que, puesto que la existencia de cada persona ha de desarrollarse en
coherente unidad, el fin último no es sólo la salvación eterna, sino orientar todos sus actos
a Dios. De aquí que la vida moral abarque cada una de las acciones singulares que realiza
la persona humana.
Hay que recordar que, para que las acciones humanas se pueden orientar a Dios, es
preciso que sean en sí mismas buenas: No vale cualquier acto, aunque subjetivamente se
quiera orientar a Dios, sino que es preciso que sean actos objetivamente buenos. Y lo son
en la medida en que se adecuan a lo preceptuado por los mandamientos, pues no cabe
orientar a Dios algo que es en sí malo. Si el hombre quiere conducir su vida rectamente,
según el querer de Dios, debe practicar el bien prescrito en la ley moral.

Fin último de toda criatura: La gloria de Dios


La revelación cristiana muestra en todo momento que Dios mismo es el objeto de esa
manifestación divina a la humanidad. Como enseña el Concilio Vaticano II: “Quiso Dios,
con su bondad y sabiduría, revelarse a Sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad.”
(SC 2). Consiguientemente, el centro del universo no es el hombre, sino Dios. Esta
primacía de Dios muestra que el objetivo último del actuar humano es reconocerle y darle
gloria, si bien la añadidura es la felicidad y la salvación del hombre.
Esta verdad muestra que el teocentrismo es una característica de la concepción cristiana
de la moral en contraposición a otras corrientes de pensamiento que pretenden situar al
hombre como centro del mundo, tal como profesan diversas ideologías antropocéntricas.
Reconocer ese papel central de Dios, exige que el hombre lo reconozca dándole la gloria
debida.
Es importante mencionar que esa humildad del hombre frente a la grandeza de Dios no
humilla, sino que le eleva, pues descubre su propia dignidad al poder reconocer y
experimentar la gloria de Dios. De aquí que el hombre adquiera su dignidad cuando
reconoce la dignidad original de Dios, de la que deriva su propia perfección como persona,
creada a imagen y semejanza suya.

Los deberes morales del hombre para con su Creador


Primero: De modo positivo, el hombre ha de rendir culto a Dios, lo que se lleva a cabo por
el ejercicio de la virtud de la religión, que incluye cuatro actos fundamentales: Adoración,
acción de gracias, desagravio y oración de petición. El culto máximo se lleva a cabo por la
acción litúrgica, cuyo culmen es la Eucaristía, en la que de modo eminente se cumple esa
virtud.

Segundo: La moral contempla asimismo los actos negativos (pecados) que el cristiano
puede cometer en el caso en que no cumpla ese deber moral. Entre los pecados más
graves – además del ateísmo, el agnosticismo y la indiferencia religiosa –, cabe citar la
blasfemia, el sacrilegio o profanación de las cosas sagradas, el uso indebido del nombre de
Dios.

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