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Estos pensamientos ominosos han generado un efecto extraño en mí. Lejos


de imprimirme una desmotivación indeleble, me han llevado a hacerme un
montón de preguntas acerca de la felicidad y su posible duración. 
¿Qué es la felicidad? ¿Cuál es
nuestra percepción acerca de
ésta?
La RAE define la felicidad como un “estado de grata satisfacción espiritual y
física”. Pero nosotros la conocemos como ese instante en el que nuestros
labios se estiran en una sonrisa, o cuando sentimos mariposas en el
estómago o cuando salimos temprano de la oficina. Lo cierto es que
sabemos de sobra cómo debería lucir la felicidad pero aunque nos pasemos
la vida buscándola, pocos de nosotros logramos experimentarla en periodos
duraderos o incluso perpetuos.

Para ser feliz no hay que seguir los pasos de Matthieu Ricard –a quien se le
conoce por ser “el hombre más feliz de la tierra”– o convertirnos en monjes
tibetanos, pero sí podemos retomar algunas de sus valiosas lecciones de
vida. Ricard asevera que lo que más lo ha hecho feliz es el altruismo, la
solidaridad y la benevolencia. Todo se resume a dejar de pensar tanto en
nosotros y en ser mejor para los demás, con la intención de crear vínculos
más sólidos y reales.

Según Ricard pensar solamente en nosotros y en cómo moldear las


situaciones para nuestra conveniencia es agotador y estresante. Prueba de
ello es nuestra insaciable sed de consumo. Siempre queremos más y nunca
estamos satisfechos con lo que tenemos. El hombre contemporáneo tiene
inculcada en la cabeza una fórmula poco funcional: más es más. O sea,
más dinero = más consumo = más felicidad.

Dice Ricard que es curioso que los seres humanos pasen tanto tiempo
preocupándose por su aspecto y por otras nimiedades externas y que
pasen tan poco tiempo trabajando en la mente, la herramienta que más les
dará felicidad. Para el monje tibetano la felicidad sólo es posible a través
del bienestar perpetuo, y éste se alcanza únicamente con el entrenamiento
de la mente.
El bienestar no es una sensación placentera transitoria como la que existe
en la adaptación hedónica, –de la cual hablaremos más adelante– sino más
bien es un sentimiento de serenidad y realización omnipresente. Es un
estado que impregna y subyace a todos los demás. Uno puede sentir este
tipo de bienestar aún estando triste o enojado. ¿Cómo es esto posible?

Pensemos en la mente como un inamovible cielo azul por el que transitan


distintos entes o situaciones. De pronto puede nublarse y tornarse gris, o de
pronto puede verse afectado por una corriente de viento violento. Pero al
final el cielo azul nunca cambia, siempre está ahí, sobre las nubes o detrás
del viento. Lo mismo sucede con la mente, en un instante puede verse
invadida por un sentimiento de enojo o de celos o de ansiedad pero a pesar
de ellos la calidad de bienestar siempre está presente.

Cómo pensamos define cómo sentimos. La experiencia que traduce el


mundo externo está dentro de la mente. Según el monje francés, existen
estados de la mente que pueden conducirnos al bienestar perdurable. Para
lograrlo hay que transformar la mente, entrenarla a través de la
meditación.

La felicidad caduca. 
La adaptación hedónica es nuestra capacidad como seres humanos a
acostumbrarnos a todas las situaciones de la vida cotidiana, ya sean éstas
buenas o malas. Nuestra reacción ante el consumismo acaba sacando a
relucir la presencia de la adaptación hedónica en nuestras vidas.

Pongamos un ejemplo simple, un individuo común y corriente llamado Juan


compra un Jeep último modelo. Su nueva adquisición lo hace sentirse el ser
más feliz de la tierra. Esta felicidad es efímera, líquida, transitoria. Después
de varios meses de recorrer las calles en el automóvil Juan se acaba
acostumbrando y pierde ese sentimiento placentero que experimentó la
primera vez que encendió el motor. Poco después Juan quiere volver a ser
“feliz”, entonces compra una casa y de pronto regresa la felicidad a su vida,
pero como bien sabemos esa felicidad existirá hasta nuevo aviso.

Si comprar no nos hace felices, ¿entonces qué si lo hace? Perseguir un


futuro idealizado no está teniendo un efecto placentero en nuestras vidas.
Es un hecho que largas jornadas laborales y sueldos deslumbrantes no nos
satisfacen como nos gustaría. Nos encontramos atrapados en un círculo
vicioso regido por la fórmula de más dinero = más consumo = más
felicidad.

¿Es funcional esta fórmula? Es difícil creerlo cuando en el mundo en el que


vivimos existe algo llamado Karoshi. Éste es un fenómeno cultural que se
ha dado en Japón, en el cual hombres (en su mayoría) mueren por causa de
las interminables jornadas laborales.

Puede ser que como individuales nunca lleguemos a esas alturas pero este
ejemplo levanta incógnitas alarmantes. ¿El trabajo vale más que una vida?
¿Qué partes de ti estás matando con tus horas laborales? ¿Tus sueños, tus
pasatiempos, tus relaciones? ¿Cuánto te está costando tu sueldo?

Cómo decidimos llevar nuestra


vida sí influye en nuestra
felicidad. 
 Según estudios psicológicos, el 50% de nuestra felicidad está definida
por nuestros genes, un 10% por nuestro contexto y el 40% restante por
nuestras decisiones. El estilo de vida que llevamos es un factor
importantísimo que afectará nuestra felicidad por el resto de nuestros días.
Volviendo un poco a lo que dice Ricard, nuestra experiencia del mundo
nace de nuestro interior, de nuestras acciones y d

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e nuestros pensamientos.

La felicidad (o el bienestar) es un hábito que se construye día con día. Tal


como la plantea la corriente del Siddha Yoga, la disciplina es fundamental
para alcanzar un estado de liberación. Como ya se mencionó con
anterioridad, la meditación es un vehículo que nos acerca a un estado de
plenitud y como ésta existen muchas otras acciones o hábitos que
literalmente nos pueden hacer más felices. Uno de ellos es el ejercicio ya
que éste ayuda a liberar endorfinas.

Las endorfinas son neurotransmisores opiáceos que al ser liberados


generan una sensación de tranquilidad en el cuerpo. Éstas tienen la
capacidad de disminuir el dolor con más potencia que ciertos
medicamentos. Hacer ejercicio, escuchar música, reír, comer chocolate o
picante o ver a personas que queremos son algunas de las actividades que
liberan endorfinas en nuestro sistema. Incluir actividades que liberen estas
hormonas en nuestro cerebro es de gran importancia para mantener la
sensación de bienestar en nuestra rutina. 

Minimalismo, un nuevo enfoque. 


Una nueva tendencia en estilo de vida conocida como minimalismo ha
llamado la atención de miles de personas alrededor del mundo. Sus
seguidores aseguran que han logrado llevar una vida más feliz siguiendo la
fórmula de menos es más.

El documental “Minimalism: A documentary About the Important


Things” que está disponible en Netflix, habla sobre el éxito de Joshua Fields
Millburn y Ryan Nicodemus, dos jóvenes que viajan alrededor de Estados
Unidos con la intención de convertir a más discípulos al minimalismo.  En su
libro “Minimalism: Live a Meaningful Life” los autores hablan de la
importancia de los desapegos y permanecer con lo esencial. Ellos lo han
logrado deshaciéndose de todos los objetos que ya no les son útiles, de
relaciones tóxicas, de profesiones insatisfactorias, de malos hábitos
alimenticios y de todas sus deudas, entre muchas otras cosas.  El objetivo
del minimalismo a grandes rasgos es el de reclamar nuestro tiempo y
usarlo con un propósito claro, ya que tener un propósito añade valor e
intención.
Como parte del movimiento un grupo de personas ha formado “The Tiny
Life”, un colectivo estadounidense que se dedica a convencer a la población
de que tener una casa diminuta es esencial  para contar con espacios más
eficientes y para tener una vida más plena y simple. Además de que la
construcción de casas pequeñas también implica mejor infraestructura y
menos problemas ambientales, así como una vida con más tiempo y
libertad. En el siguiente video puedes conocer más sobre The Tiny Life
House Movement.

Conclusiones
Hay una clase de felicidad que sí caduca, la que es líquida y por lo tanto
pasajera. Tal como lo define el sociólogo polaco Zygmunt Bauman en su
obra, la liquidez se traduce como una fragilidad inherente a la sociedad
contemporánea. Para Bauman hoy en día el amor es líquido, el miedo es líq

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