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MASCULINIDADES

El juego de género de los hombres


en el Que participan las mujeres

Juan Carlos Ramírez Rodríguez


Griselda Uribe VázQuez
(coords.)
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Masculinidades: el juego de género
de los hombres en el que
participan las mujeres
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Juan Carlos Ramírez Rodríguez


Griselda Uribe Vázquez
(coordinadores)

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PLAZA Y VALDES

Academia JaKsciense
P / EGE ***
p rogram a tnterttosciplinaho u . m u
de Ciencias, A.C. d e estudios de género o» ur. n koam un*««
Prim era edición en México: 2008
Primera edición en España: 2009

Fotografía y diseño de portada: Carolina Ramírez, Corazón Azul Fundación


© Ju an Carlos Ramírez Rodríguez, Griselda Uribe Vázquez
© Universidad de Guadalajara
© Centro Universitario de Ciencias Económico-Administrativas (CUCEA)
© Departamento de Estudios Regionales-INESER
© Programa Interdisciplinario de Estudios de Género (PIEGE)
Periférico Norte 799, Edif. “M ”, 3er. Nivel
Núcleo “Los Belenes”
Zapopan, Jalisco, México, C.P. 45100
TeL- (33)3770-3404/(33)3770-3300 Ext. 5240 y 5290
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cualquier forma de reproducción o transformación de esta obra sin previa autorización
escrita de los editores, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro
Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear
algún fragmento de esta obra.
ISBN: 978-84-92751-00-6
D. L_-SErl812-2009
Impresión: Publidisa
índice

Agradecimientos
Prólogo
1. El género de los hombres: un subcampo de estudios en expansión
(Nota introductoria) ...........................................................................
Juan Carlos Ramírez Rodríguez y Griselda Uribe Vázquez
2. peorías feministas y estudios sobre varones y masculinidades.
Dilemas y desafíos recientes........................................................
Mara Viveros
3. Los “hombres” en los estudios de género de los “hombres”: un reto
desde los estudios q u eer..........................................................................
Guillermo Núñez Noriega
l 4. tjas misoginias implícitas y la producción de posiciones legítimas:
| / l a teorización del dominio m asculino....................................................
David Tjeder
5. Ejes estructurales y temáticos de análisis del género de los hombres.
Una aproximación.....................................................................................
Juan Carlos Ramírez Rodríguez
6. La violencia: ¿el juego del hom bre?....................................................
Víctor Seidler
7. La reproducción simbólica de la violencia. Estudio de la
ultramasculinidad en un contexto multicultural ....................................... 131
Javier Flores Gómez
8. Atracción fatal: estudio cualitativo de hombres occidentales,
clientes de trabajadoras sexuales en Tailandia ......................................... 149
Rósame Rushing y Juan Manuel Contreras
9. Prevención de la violencia masculina: estrategias y retos ....................... 163
Michael Flood
10. Políticas públicas, varones y masculinidades: una ventana
de oportunidad................................................................................................ 187
Diana Maffía
11. Entre la memoria y el olvido: padres migrantes indígenas..................... 201
Ernesto Hernández Sánchez
12. ¡Ya soy papá! Los sentidos dados a la paternidad y a las prácticas
de cuidado de los hijos por padres adolescentes y sus implicaciones
en la construcción de la masculinidad ....................................................... 217
Renata Orlandi, Adriano Beiras y María Juracy Filgueiras Toneli
13. Rescate de la imagen paterna en riesgo ante el incumplimiento
del mandato de la proveeduría ................................................................... 231
Olivia Tena Guerrero y Paula Jiménez Anaya
14. Ni todo el poder ni todo el dominio: identidad en los varones,
un proceso de negociación entre la vida laboral y familiar ................... 247
Ma. Alejandra Salguero Velázquez
15. El discurso sobre la estética del cuerpo de los hom bres.......................... 269
Adriana Fuentes Ponce
16. El aborto: ¿un duelo para los varones? Un estudio de casos ................. 283
Yeimi Alejandra Colín Paz
Notas sobre los/as autores/as 299
Agradecimientos
orno todo libro, su aparición es expresión de la suma de voluntades institucio­
nales y de personas que comprometen su esfuerzo, dedicación y voluntad. La
primera etapa del proyecto, que hizo posible el II Coloquio Internacional de
Estudios sobre Varones y Masculinidades y el I Congreso Nacional de la Academia
Mexicana de Estudios de Género de los Hombres, contó con el financiamiento del
Instituto Nacional de las Mujeres ( inmujeres), el Instituto Jalisciense de las Mujeres,
la embajada de Suecia en México y la Universidad de Guadalajara. La segunda etapa
del proyecto, orientada a la publieación de este libro, fue posible gracias al apoyo del
Fondo de Población de Naciones Unidas en México, la Academia Jalisciense de Cien­
cias, A. C., la Academia Mexicana de Estudios de Género de los Hombres, A. C. y la
Universidad de Guadalajara.
Queremos hacer patente nuestro reconocimiento a las siguientes personas: María
Dolores Ávila Jiménez, Norma Celina Gutiérrez de la Torre y Hortensia Zúñiga Sán­
chez, compañeras del Programa Interdisciplinario de Estudios de Género. Bernabé
Edgar Cruz González fue un colaborador entusiasta, eficiente y siempre amable. María
Reyna Hernández Rocha y Cithlalli López López se responsabilizaron de mantener
la comunicación con todas las personas que colaboraron en esta publicación y des­
empeñaron actividades administrativas agotadoras, siempre con buen humor y gran
tolerancia.
Un grupo de dictaminadoras/es participaron con su esfuerzo y contribuyeron con
sus comentarios para mejorar los trabajos aquí reunidos. Desde luego, este proyecto
no sería realidad sin la colaboración entusiasta y comprometida de cada autor/a. A
todos y todas, nuestro abrazo cordial y agradecido.

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M asculinidades: el juego de género de los hombres en el que participan las mujeres

______________(2006), “Transformar las masculinidades”, en G. Careaga y S. Cruz


Sierra (eds.), Debates sobre masculinidades. Poder, desarrollo, políticas públicas
y ciudadanía, México, pueg / unam, pp. 57-66.
Sequeira, J. (1998), “El grupo de hombres contra la violencia de Nicaragua”, en T.
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de 2007, (http://www.naya.org.ar/articulos/identil2.htm).

112
6
La violencia: ¿el juego del hombre?1
Víctor Seidler

Masculinidades y violencia
• En qué términos podemos pensar las relaciones entre masculinidades y violencia
J en un mundo globalizado? Con suma frecuencia percibimos la globalización
O como si se tratara de un fenómeno reciente, que ha marcado el colapso del Impe­
rio soviético y la creación de un mercado global único cuyo comercio traspasa las
fronteras nacionales, formando bloques comerciales supranacionales y afiliaciones
transnacionales. Pero esto implica meterse en un discurso de la modernidad como
progreso histórico, lo que dificulta el análisis sobre cómo las relaciones imperialistas
del pasado continúan marcando las relaciones poscoloniales que se están fraguando en
el presente. A menudo optamos por hacer caso omiso de las historias brutales asocia­
das a la Conquista y a la formación del dominio europeo en diferentes partes del mundo,
aunque todavía resuenen en la actualidad. Sin embargo, es fundamental recordar tales
historias si queremos entender las relaciones continentales y globales en el presente,
particularmente en América Latina y Africa.2
1Traducción de Mana Palomar y Pastora Rodriguez Aviñoá.
2 Algunas reflexiones interesantes sobre la concepción de las relaciones poscoloniales que van
más allá de la visión eurocéntrica sobre Europa y su relación con los Otros, aparecen en A. Quayson y
D.T. Goldberg, Relocating Postcolonialism (Oxfod, Blackwell, 2002; A. Mbembe, On the Postcolony
(Berkeley, University of California Press, 2001); D. Massey, Space, Place and Gender (Cambridge,
Polito Press, 1994); J. J. Jacobs, Edge o f Empire: Postcolonialism and the City (Londres y Nueva
York, Routledge, 1996); Abdou Maliq Simona, For the City yet to come: Changing African Life in
113
I
M asculinidades: el juego de género de los hombres en el que participan las mujeres

La violencia formó parte de esas historias y se ha institucionalizado en ciertas


relaciones actuales, en particular por medio de una visión ética y política del “hom­
bre blanco”, que ha determinado las relaciones de los europeos con las comunidades
indígenas. Con frecuencia estas historias brutales de violencia racista y abuso han
sido repudiadas en ciertas culturas que han aprendido a identificarse a sí mismas a
través de una ideología posrevolucionaria de lo mestizo. Pero estos temas que ver­
san sobre la raza, la etnicidad y la diferencia se mantienen vivos en el presente y a
menudo son construidos por medio de relaciones con masculinidades heterosexuales
europeas dominantes. La violencia perpetrada a menudo por estas masculinidades se
regulariza aduciendo que, en la cultura patriarcal, es obligación del varón discipli­
nar y controlar a su esposa e hijos. En las tradiciones católicas existe una línea
clara de consentimiento mediante la cual el padre se convierte en una figura de au­
toridad que representa a la autoridad divina en la familia y cuya palabra es ley. Por
esta razón, tradicionalmente se esperaba que las mujeres y los niños permanecieran
callados mientras escuchaban las instrucciones y órdenes que se les dieran. Estaban
obligados a obedecer sin rechistar y aprendieron que hacer preguntas era una señal
de desobediencia, digna de castigo.
Pero esta violencia ejercida por los padres sobre los cuerpos de sus consortes e hijos
en las familias patriarcales se justificaba con el pretexto de que era “por su propio bien”.
Se denominaba “disciplina” y supuestamente era “merecida” porque era sólo mediante
la obediencia que los jóvenes iban a poder hacer la transición del estado de naturaleza
al de cultura. Al romper la voluntad del niño, que por añadidura era considerado un
“animal”, éste aprendía la obediencia y la racionalidad. Dado que las mujeres eran
consideradas “más cercanas a la naturaleza”, dependían de la disciplina del patriarca
y aprendían la virtud de la obediencia. Pero a medida que estas relaciones de violen­
cia terminaron por ser legitimadas y regularizadas, dejaron de ser etiquetadas como
formas de “violencia”. Al contrario, se estimaba que eran la garantía de las relaciones
civilizadas y de un orden social que había sido ordenado mediante la tradición y la
práctica religiosa. Fue a raíz del surgimiento de los movimientos feministas y de
la política en tomo a la sexualidad que aprendimos a identificar y nombrar las inequi­
dades y opresiones de las culturas patriarcales como sociedades “bárbaras”, dado que
trataban a las mujeres como seres subordinados, dignos de menos valor y dignidad.
Presentaban también estructuras homofóbicas que legitimaban el ultraje y la violencia
contra homosexuales y lesbianas.

Four Cities (Dirham, Duke University, 2004) y Barbor Hesse (Ed.), Unsettled Multiculturalisms: Dias-
poras, Entanglements, Transruptions (Londres, Zed Books).
114
La violencia: ¿ el juego del hombre?

En un mundo globalizado que trasciende las fronteras del Estado-nación, conviene


dar seguimiento a estas diferentes formas de violencia infligidas a distintos cuerpos, las
cuales pueden detectarse a través de diferentes mecanismos que han de ser visibles en
sus diferentes manifestaciones. A menudo la violencia es controlada haciéndola pública
y habitual por medio de juegos. La cancha de fútbol puede ser una arena donde se ma­
nifiestan amor, pasión, alegría, rabia y frustración; sentimientos que, de ser reprimidos,
se desplazan a otras arenas de la vida. Esto puede funcionar de maneras diferentes y ser
rastreado en distintas esferas de la vida social, por ejemplo, los casos en que la frustración
puede ser canalizada en la cancha de fútbol; de no ser así, se haría manifiesta a través
de la violencia doméstica. De esta forma, el fútbol puede ser una arena en la que toda
una gama de emociones varoniles encuentra expresión, pero que de otro modo se verían
bloqueadas. Aunque también puede ocurrir lo contrario: un resultado desalentador puede
traducirse en reacciones violentas en el hogar. Estos diferentes espacios se convierten
en los depósitos de diversas expresiones emocionales y se relacionan entre sí de modo
complejo. Se vuelven arenas en las que se construyen las identidades masculinas y dejan
paso a la expresión de emociones complejas que “pueden abrirse camino”, en relación a
las lealtades de equipo. Se trata de identificaciones complejas, asociadas tradicionalmente
con los varones pero, en las culturas posmodemas, atraviesan con mayor frecuencia las
fronteras de género. Al reflexionar acerca del fútbol, podemos seguir la pista de
las líneas y las relaciones de violencia hacia diferentes campos donde podrían no ser
reconocibles. Si la violencia ha sido un juego del hombre, conviene explorar cómo ha
sido jugado en las relaciones globales del fútbol.

Un bello juego
En la cancha de fútbol sin una sola brizna de césped, al lado de la avenida de la Inde­
pendencia en el centro de Accra, capital de Ghana, se había juntado un grupo de niños
de 11 o 12 años para jugar un partido amistoso, un sábado por la tarde. El sol caía a
plomo y el piso estaba ardiendo. “Es precioso cuando juegan los niños”, dice Believer
Mahame, de 46 años, quien observa la escena con un radio portátil que transmite el
juego Chelsea-Manchester United, pegado a la oreja. “Cuando son jóvenes juegan puro
fútbol. Es precioso” (Time, 12 de junio de 2006: 28). Esa escena del hombre que ve
jugar a los niños mientras la tecnología lo vincula con un partido en Europa, se repite
en las playas de Senegal, en las fávelas de Río y Sao Paulo, en los parques de China y
en las calles de Guadalajara. El juego —el juego sencillo y bonito— se ha convertido en
el juego “global”. La final de Berlín marcó un momento inédito de la historia mundial,
con más de mil millones de personas viéndola en la televisión.
115
M asculinidades : el juego de género de los hombres en el que participan las mujeres

¿Cómo pudo darse todo esto? Entender cómo el fútbol se desarrolló desde sus orí­
genes en Inglaterra, en los colegios privados decimonónicos, con su ideal de atléticos
jóvenes cristianos y mens sana in corpore sano, nos dice tanto sobre el mundo moderno
como el estudio de otras formas de mercados globales y geopolítica. En una reunión
celebrada el 26 de octubre de 1863 en la Freemason Tavern, un pub de Londres, se
establecieron 13 reglas para el juego. Allá donde fueran los hijos del imperio y el co­
mercio imperial, con ellos iría el fútbol. En Latinoamérica, llegó a la Argentina, Brasil
y México con los comerciantes y constructores de ferrocarriles. La Copa del Mundo
parece haber permitido a los aficionados encontrar un nacionalismo “leve” que no está
contaminado por odios políticos. En una cultura mediática globalizada, el fútbol ha
logrado sentar sus reales a través de la Copa del Mundo como un medio de decidir las
relaciones competitivas entre Estados-nación a través de una pelea. Si la diplomacia
es una forma de hacer la guerra por otros medios, el fútbol en un mundo globalizado
ha sido una manera de establecer rangos y posiciones de los Estados-nación entre sí.
En una época en que los equipos nacionales, sobre todo en Europa, se han globalizado
con jugadores provenientes de todos los rincones del globo, los equipos nacionales
se han posicionado como portadores de una forma diferente de identificación. Pero
esto ha dado paso a un comercio entre naciones ricas y pobres, en el que poderosos
clubes de las famosas y bien remuneradas ligas europeas pueden darse el lujo de fichar
jugadores. Las relaciones globales de poder económico se despliegan en la cancha de
fútbol y con frecuencia, la gente sólo puede ver a sus jugadores nacionales favoritos
en los medios de comunicación, dado que juegan en los clubes de Europa.
Si la violencia ha de dejar de ser un juego de hombres, tenemos que establecer
nuevas reglas para la igualdad de los géneros y los sexos que también permita nu­
trir la dignidad y el sentido de la propia valía de los niños que, esperemos, se verán
menos lastimados por la violencia en sus relaciones personales. Como dice Hassan
Mezouar sobre el fútbol tunecino, “si ahora las mujeres van al estadio quiere decir
que la sociedad está cambiando, y esos pequeños cambios llevarán finalmente a otros
cambios”. Será distinto también porque aprenden a jugar su propio juego con
reglas en las cuales creen. En Sierra Leona, la agencia filantrópica Christian Aid
hizo del programa de fútbol el foco de las actividades para niños y niñas. Como afirma
Rachel Bageley, directora de la sección especializada en el Vires de Inmunodeficien-
cia Humana ( vih ) en Christian Aid, “el fútbol es perfecto para que entiendan el vih”.
“Hacemos que colaboren como equipo y que crezca su autoestima”, dice. “Al tener
éxito en la cancha, las niñas son capaces de romper con los papeles estereotipados”
(Time, 12 de junio de 2006: 32).

116
L a violencia: ¿ el juego del hombre?

Violencia globalizada
Después del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York y al Pentágono en Washington
ell 1 de septiembre de 2001, los países occidentales se vieron forzados a repensar las
relaciones de violencia estructural global: ¿pueden odiamos tanto como para estar
dispuestos a matar a tantos inocentes? Estados Unidos cayó en la cuenta de que la
violencia no es un juego, y si lo es, también puede ser jugado por los otros. Aunque
las familias de las víctimas no pedían venganza y afirmaron que se requería de una
respuesta distinta, sabemos que se sacaron muy pocas enseñanzas, que esa respuesta se
daría mediante la fuerza militar aplastante, primero en Afganistán y luego en la invasión
a Irak contra la expresa voluntad democrática de tantos que protestaron tomando las
calles por todo el mundo. No se nos escuchó, y las muertes cotidianas de tantos nos
dejan enojados y avergonzados. La violencia como instrumento de venganza contra
la humillación del poderío mundial de Estados Unidos fue un ejercicio de “impacto
y terror” (shock and awé)?
La violencia no es un juego, y ya es hora de que asumamos la responsabilidad de
las formas en que la cultura occidental enmarcó las masculinidades dominantes como
“independientes” y “autosuficientes” a través del divorcio entre razón y emoción,
conocimiento y cuerpo, poder y amor. Esto implica revisar las relaciones mundiales
de violencia estructural y la manera en que conforman las vidas personales. Tal como
argumenté en Transforming Masculinities, necesitamos reflexionar trascendiendo las
fronteras de lo individual y lo político, lo estructural y lo personal, en formas que
reconozcan cabalmente las diversas historias culturales y tradiciones.34 Esto significa
poner en tela de juicio las teorías con pretensiones universales de las masculinidades
hegemónicas que a menudo reproducen implícitamente presupuestos occidentales en
cuanto a la separación que establecen entre lo “terapéutico” y lo “político”.

3Una visión ilustrativa sobre los significados de la guerra, muy sugerente a propósito de las mascu­
linidades aparece, por ejemplo, en: Paul Fussell, The Great WarandModern Memory (Oxford, Oxford
University Press, 1977); Christopher Browing, Ordinary Men (Nueva Yok, Harper Collins, 1992); Mi-
chael Ignatieff, The Warrior 's Honor (Nueva York, Henry Holt, 1997); J. Glenn Gray, The Warriors:
Reflections on Men in Balde (Lincoln, University of Nebraska Press, 1998); Chris Hedges, War is a
Forcé thal Gives us Meaning (Nueva York, Random House, Anchor Books, 2003).
4 En Transforming Masculinities: Men, Bodies, Cultures. Power Sex and Love (Lodres y Nueva
York, Routledge, 2006) me pronuncio en contra de ciertas concepciones de masculinidades hegemóni­
cas y de los presupuestos en que descansan. Sostengo que es preciso reconocer masculinidades cultura­
les y las formas diferentes en que enmarcan transiciones de la niñez a la edad adulta. Se vuelve impor­
tante crear masculinidades alternativas que ofrezcan diferentes posibilidades de ser y, en consecuencia,
diferentes formas de imaginare! futuro para los jóvenes.
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M asculinidades : el juego de género de los hombres en el que participan las mujeres

Esto requiere una epistemología distinta, capaz de validar formas diversas de co­
nocimiento incorporado que tan fácilmente son desautorizadas por ser consideradas
“subjetivas” dentro de las tradiciones positivistas prevalecientes, así como distintas
políticas públicas capaces de tomar en cuenta que las personas de género masculino,
como portadores de poder, también pueden vivir vidas limitadas, con el corazón cerrado
al tener poco contacto con sus emociones. Tienen que asumir la responsabilidad de la
terrible violencia que los hombres ejercen tan a menudo contra las mujeres y los niños,
así como de la violencia homo fòbica contra los homosexuales y las lesbianas, al tiempo
que reconozcan que es posible cambiar sus vidas y por tanto, comportarse en forma
distinta hacia los demás. Más que ser asumida, esa masculinidad debe ser deconstruida
como un problema, pues las masculinidades han sido definidas exclusivamente como
relaciones de poder. Necesitamos considerar cómo los hombres pueden cambiar cuando
aprenden a profundizar su relación consigo mismos y su amor por los demás.
Influidos por las teorías de la deconstrucción, resulta fácil asumir que las masculi­
nidades, en cuanto relaciones de poder, siempre forman parte del problema. Pero esto
significa excluir los espacios donde podemos imaginar masculinidades alternativas,
las cuales se encuentran determinadas por diferentes valores y relaciones.
Mediante las nuevas tecnologías globales, los jóvenes están creciendo con nue­
vas fuentes de información e identificación en internet, lo que les permite entrar en
espacios virtuales donde pueden explorar sus diferentes emociones, deseos y sexua­
lidades. Por medio de la creación de redes virtuales, los jóvenes requieren de fuentes
de apoyo y aprendizaje que no están disponibles en sus vidas cotidianas. A veces,
lo único que se necesita es un oído amistoso que pueda validar la experiencia propia, lo
que resulta fundamental para encontrar el valor de mostrar más de uno mismo. Los
jóvenes tienen diferentes espacios virtuales, como he mostrado en Young Men and
Masculinities: Global Cultures and Intímate Uves; a través de éstos se establecen
relaciones estrechas vía internet que pasan por sobre los límites de posibilidad de las
generaciones anteriores. La facilidad con la que una generación más joven con acceso
a estas tecnologías puede comunicarse y adoptar así diversas identidades sexuales y
de género que circulan globalmente, abre inequidades significativas entre aquéllos
que gozan de estas nuevas tecnologías y quienes carecen de ellas.5
Siempre cuenta dónde hablamos y cómo hablamos. México carga sus propias his­
torias de conquista, como todos los países de América. Estos también poseen distintas

5 En Young Men and Masculinities: Global Cultures and Intimate Lives (Londres, Zed, 2006), abor­
do las formas cómo los jóvenes crecen bajo la influencia de herencias culturales específicas, así como
oportunidades creadas mediante las nuevas tecnologías y las imágenes globales de diversas masculini­
dades para producir diferentes relaciones para sí mismos.
118
L a violencia: ¿ el juego del hombre?

historias, así como herencias compartidas, en particular, el catolicismo predominante y


la desintegración de las comunidades indígenas. Si la conquista fue un juego para una
masculinidad europea dominante, tuvo consecuencias severas que de alguna manera
contribuyeron a formar el paisaje desde el cual hoy hablamos. Las conquistas suelen
traer reacomodos en las relaciones de género y sexuales, así como la marginación de
quienes son calificados como no civilizados por no tener las aspiraciones de la civili­
zación europea. El ser “blanco” es aún una precaria herencia familiar que se constata
en cada nacimiento. Aunque se supone que hay una orgullosa herencia de mestizaje,
y hay quienes dicen que “todos somos mestizos”, una idea proveniente de la tradi­
ción revolucionaria, todavía se requiere romper el silencio alrededor del tema de la
raza y de la blancura, lo que también se hace necesario en cuanto a las sexualidades
y lo homosexual. Quizá las culturas que han sabido valorar el mestizaje puedan más
fácilmente romper con las tradiciones esencialistas.
Con frecuencia, la gente no quiere recordar las historias traumáticas que carga,
tanto en el marco cultural amplio como dentro de los espacios familiares. Con las
recientes historias de regímenes militares autoritarios y la desaparición de tantos, el
proceso de asumir esas historias dolorosas ha sido largo. A menudo puede parecer más
fácil optar por olvidar lo que se ha vivido, y conformarse a una nueva “globalización”
liberal que nos alienta a borrar el pasado y arrojarlo al olvido, al tiempo que aceptamos
el dinero como la única fuente de valor y de valia personal. Esto contribuye a
fomentar formas de masculinidad corporativa que encajan muy bien con una cultura
“globalizada” pero que son ajenas a las historias culturales y las tradiciones propias.
Como vemos en la exploración de Richard Sennett en The Corrosion o f Character,
el nuevo capitalismo fomenta identidades “más allá del género” que se sienten ame­
nazadas por creencias firmes y por valores que pudiesen perturbar una capacidad
para adaptarse a las demandas del poder corporativo. Al aprender a ser “flexible”,
la gente puede perder su conexión interna consigo misma. Identificarse a tal grado
con el trabajo significa frecuentemente, en espacios urbanos, que los y las jóvenes
disponen de poco lugar en sus vidas para las relaciones. El miedo a la intimidad ha
migrado de un género a otro.6
Pero requerimos también dejar en claro el impacto de los cambios determinados
por el género en la organización del trabajo en el nuevo capitalismo. Existen formas

‘Richard Sennett en The Cormsion of Character: The Personal Consequences ofWork in the New
Capitalism (Nueva York, W.W. Norton and Co., 1998) muestra cómo se transforma la vida de la gente
en el marco del nuevo capitalismo y los costos de estos procesos de adaptación. Si bien este trabajo no
se detiene en las consecuencias que esto tiene en lo relacionado con el género, no se puede ignorar la
importancia que éstas poseen.
119
M asculinidades : el juego d e género de los hombres en el que participan las mujeres

de obligar a hombres y mujeres jóvenes a adaptarse a estas nuevas circunstancias, así


como asumir una relación empresarial con ego que pueda involucrar a individuos que
ejercen cierta clase de violencia contra sí mismos. Algunos pueden hacer este tipo
de adaptaciones y apreciar la libertad que les ofrece, mientras que otros pueden sentir
que implica la pérdida de una cierta conexión con ego.
Esto puede estar determinado por el género, dado que los y las jóvenes sienten de
manera diferente: por ejemplo, se ven forzados a acomodar su subjetividad y conver­
tirse en la clase de personas que la organización requiere, pero a un costo considerable
para sí mismas. Aprenden a adaptar su vida a una serie de proyectos y terminan por
establecer una relación exteriorizada consigo mismas, lo que puede desconectarlas
con ciertos aspectos de su identidad; como resultado, ignoran frecuentemente sus
propios sentimientos. En sus vidas dejan escaso margen a una relación íntima, por
más que sigan hablando de su importancia. En cierto modo, pueden incluso alegrarse
del reto que les pone su nuevo trabajo y la conmoción que implica el estar siempre
disponibles y en comunicación constante con la oficina, aunque esto puede definir
sus subjetividades en cierta manera y dificultarles otros tipos de contacto. La vida se
vuelve una serie de experiencias discontinuas en las que se les reta a que se prueben
a sí mismos. Esto puede redundar en una cierta clase de violencia contra uno mismo
que podría ser difícil nombrar. En las culturas protestantes la gente es más propensa a
interiorizar su coraje y a culparse a sí misma, más que a la organización, por no poder
competir. Pero se puede llegar a una etapa que podrá golpear a hombres y mujeres
de manera diferente cuando se pregunten “¿Es todo?” “¿Hay algo más en la vida que el
trabajo?” Es el momento en que podrían reconsiderar sus prioridades y hacerse pre­
guntas más fundamentales acerca del tipo de vida que quieren vivir.

Sexo y poder
La globalización neoliberal se rehúsa a aceptar que es el nivel de desigualdad entre
los géneros, como entre las clases y los estados, según afirma Simone W eil, lo
que permite que quienes carecen de poder se conviertan en peones de un juego. En
su hermoso ensayo sobre La Ilíada, Weil muestra cómo el poder actúa para reducir a
la gente al estado de materia, de modo que el poderoso no siente la diferencia entre
patear una pelota y patear a una persona.7Así fue como los colonizadores aprendieron

7 El ensayo de Simone Weil sobre La Ilíada (“The Iliad, or the Poem of Force”) se publicó
Simone Weil's Reader, editado por George Panichas (Nueva York, David Mackay, 1977). Para una bue­
na discusión bibliográfica, vid: Simone Petrement Simone Weil: A Life (Nueva York, Pantheon, 1976).
120
L a violencia : ¿ el juego del hombre ?

a tratar a los colonizados. La superioridad masculina europea hizo que las mujeres
fuesen tratadas como objetos de la violencia masculina y del deseo sexual. Sólo fue
con el feminismo de la segunda ola cuando se dio una lucha legal para reconocer la
posibilidad de la violación dentro del matrimonio, esto es, cuando las mujeres apren­
dieron a afirmar su control sobre su cuerpo y su sexualidad. Pero cuando las mujeres
aprendieron a valorar su propio placer sexual y su deseo, eso también resultó amena­
zante para las culturas tradicionales que temían al deseo femenino por considerarlo
una amenaza a la razón y la espiritualidad masculinas.
El hallazgo central del análisis feminista sobre el patriarcado como una estructura que
está presente en distintas culturas, es el control que se concede a los hombres sobre los
cuerpos y las sexualidades de las mujeres. Fue a través de la violencia como “juego del
hombre” que reaccionaron ante los desafíos del feminismo. En cierto nivel, había una
envidia que los hombres no podían reconocer hacia la libertad que las mujeres establecían
para sí mismas. Pero esto debe ser captado dentro de los términos de historias y culturas
específicas, tomando en cuenta el poder que mantienen las religiones en la conforma­
ción de las maneras como hombres y mujeres experimentan sus cuerpos, emociones y
sexualidades dentro de culturas secularizadas. Se abre una división entre las narrativas
que producen los jóvenes sobre sus cuerpos, y sus maneras de sentir y comportarse. En
el caso de la generación más joven, sus relaciones, sobre todo entre las clases medias,
suelen estar mediadas por el internet y las redes virtuales que han establecido ahí. Esto
ofrece nuevas fuentes de identificación y la posibilidad de relaciones que van más allá
de los límites espaciales.
Esto es un fenómeno intenso en Gran Bretaña, donde a lo largo del último año
me ha impresionado el rechazo del feminismo por parte de chicas que creen en las
realidades de la igualdad de géneros; en parte por su experiencia en la escuela y por
las ansiedades que expresan respecto de su forma corporal y su aspecto. Atrapadas
por sueños de operaciones estéticas, se imaginan que la vida sería distinta para ellas si
sólo pudieran bajar un poco de peso. Pero son incapaces de establecer conexiones
entre sus ansiedades personales y las relaciones de poder entre géneros. Interiorizan
la culpa y la rabia, y a veces, acaban dañándose a sí mismas como una forma de ma­
terializar su dolor psíquico. Se ha producido una individualización de la experiencia
que ha cobrado cuerpo en las culturas posmodemas, las cuales amenazan con que­
brar las conexiones entre ansiedad psíquica y las estructuras más amplias de poder.
Paradójicamente, a medida que lo global se hace sentir en la vida de cada individuo,
la capacidad de hacer conexiones más allá de lo personal y lo político parece verse
Ciertas discusiones teóricas acerca de la evolución de su pensamiento aparecen en: Lawrence Bloom y
Victor J. Seidler, A True Liberty: Simone Weil and Marxism (Nueva York, Routledge, 19S9).
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M asculinidades : el juego de género de los hombres en el que participan las mujeres

subvertida. De esta forma, una nueva generación de hombres y mujeres jóvenes


de clase media urbana cree que debería tener control de sus experiencias, pero si no
lo tiene, es su culpa.
Los chicos occidentales también se sienten alejados de los desafios del feminismo,
por lo que el discurso de la política antisexista ya no les dice nada respecto de sus
preocupaciones por su masculinidad. Sienten que viven en un mundo simbólico y
material distinto. Intelectualmente afirman la igualdad de géneros y rechazan que
la violencia sea un juego masculino, pero emocionalmente se sienten inseguros y a la
deriva. Si queremos hablar de su situación, como intenté hacerlo en Young Men
and Masculinities: Global Cultures and Intimate Lives, necesitamos ser capaces
de oírlos y de involucramos con lo que dicen. Suelen sentirse escindidos entre la
esperanza de lograr relaciones más igualitarias y las cicatrices de historias personales
traumáticas que les inspiran enojo y violencia. Dado que hemos enmarcado la mas­
culinidad como relación de poder, asumiendo que con el poder viene la satisfacción,
con frecuencia hemos contribuido a reproducir los silencios que enseñaron a los
jóvenes que las emociones son signo de debilidad y, por lo tanto, una amenaza a
sus identidades masculinas.
Esto lleva a reforzar, más que cuestionar o subvertir, una relación entre mascu­
linidad y autocontrol como el dominio sobre las emociones, los sentimientos y los
deseos. Ésta ha sido una estrategia equivocada porque ha dificultado llegar a los jóve­
nes y, con frecuencia ha originado que los trabajadores sociales caigan en la trampa
de interpelar a los chicos poniendo en entredicho sus masculinidades, apelando
a la culpa por la violencia que se perpetra en su nombre contra las mujeres. Hay un
lugar para la vergüenza y la culpa, pero no en relación con identidades sexuadas y de
género. Necesitamos hibridar esas identidades de manera que permitan a las chicas
y los chicos lidiar con la complejidad de sus sentimientos, deseos y pasiones, más
que fijarlos en identidades preestablecidas. Hay una violencia que los chicos pueden
desviar hacia sí mismos. Esto resulta evidente cuando vemos que la anorexia y la
automutilación, tradicionalmente asociadas con las chicas, también migran a otro
género. A veces, la violencia que inconscientemente se están infligiendo los chicos y
las chicas, se manifiesta sintomáticamente en sus cuerpos así como en las ansiedades
y preocupaciones que les despiertan su apariencia y la forma de su cuerpo. Se asume
que, en las culturas posmodemas, pueden crear su propia identidad fluida, pero al
mismo tiempo, se sienten atrapados e inseguros sobre cómo deben ser cuando la vida
parece tan precaria y el empleo tan inseguro.

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L a violencia: ¿ el juego del hombre?

Temor y debilidad
Con frecuencia los chicos sienten temor de ser débiles, como una amenaza a sus iden­
tidades masculinas. A veces tienen recuerdos de violencia en su familia, por ejemplo,
haber visto cómo golpeaban a su madre. Quizá les hayan dicho que “sólo recibió lo
que merecía, porque no se puede razonar con las mujeres”. Quizá recuerden haber sido
molidos a palos ellos mismos y el miedo que sentían cuando el padre estaba presente.
Pero éste es un miedo que con frecuencia niegan, pues los chicos se rehúsan incluso a
aceptar la existencia del miedo. Es una emoción que las chicas pueden sentir, pero es
ajena a ellos. Esa negación no sólo se da en términos mentales, ya que si el miedo es un
rasgo de la vida inconsciente, como sugiere Freud, la energía conforma la materialidad
de los músculos del cuerpo, un hallazgo que buscaba Reich. A medida que los cuerpos
de los chicos se van haciendo gruesos, la empatia queda limitada, ellos se dan cuenta
de que sienten menos y pueden tener la impresión de “irrealidad” en su experiencia.8
Si hemos de trabajar eficazmente con quienes ejercen la violencia masculina,
tenemos que cuestionar, como argumento en Transforming masculinities, el análisis
patriarcal que Kaufman y otros adoptan, el cual tiende a funcionar en forma dual ha­
ciendo que los hombres se den cuenta tanto del poder que tienen dentro de un análisis
patriarcal, como de las heridas y limitaciones en distintas áreas de sus propias expe­
riencias como hombres. Finalmente, está sostenido por un análisis feminista radical
que también conforma en algún nivel el importante trabajo de Connell, que deja a
los hombres sintiéndose “mal” consigo mismos y por tanto, refuerza las imágenes
dominantes de los chicos como animales, las cuales heredamos de diversas culturas
cristianas. Si bien busca formas en las que los hombres pueden cambiar sus vidas, su
marco teórico dinamita las posibilidades de transformación y cambio en sus vidas.9
Cuando algunos hombres han aprendido a aceptar que la violencia es un juego de
hombres, también han aprendido a reflexionar sobre sus propias experiencias como
niños y la violencia que ellos mismos han tenido que soportar. Es a través de una
posible “falta de masculinidad” como se han sentido temerosos de enfrentarse a sus
propias historias emocionales y, por lo tanto, de cuestionar las masculinidades, más
8Una discusión acerca de los escritos de Freud y Reich, así como su importancia en la forma como
percibimos los cuerpos de los hombres y las relaciones que con el tiempo los hombres pueden estable­
cer con su experiencia personal, se encuentra en Victor J. Seidler, Man Enough: Embodying Masculini­
ties (Londres, Sage, 1999). En ese texto también se ofrece una visión crítica de la obra de Robert Bly,
Iron John, y el movimiento mitopoético.
9 Para hacerse una idea de los escritos de Connell, vid., por ejemplo, Gender and Power: Society,
the Person and Sexual Politics (Cambridge, Polity Press, 1987) y las diferentes ediciones de Masculi­
nities (Cambridge, Polity Press, 1995 y 2006).
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M asculinidades: el juego de género de los hombres en el que participan las mujeres

que pensar que la masculinidad tiene de algún modo que ser abandonada porque es
parte del problema y no puede ser parte de la solución. En el documental Macho,
sobre el trabajo de Canterra en Nicaragua, un anciano dice: “Los hombres verdaderos
no son violentos con sus parejas”. Esta afirmación la hace en el curso de una escena
donde se encuentra reunido un grupo de hombres para ver una pelea de gallos a punto
de iniciar. Canterra se dio cuenta de que las brutales experiencias vividas durante la
guerra civil habían enseñado a los hombres a ejercer la violencia cuando regresaban
al hogar. Debido a estas experiencias, se muestran impacientes e incapaces de mane­
jar la frustración. Incapaces de resolver los problemas de manera pacífica, recurren
a la violencia para imponer su voluntad en la familia. Al caer en cuenta de que esto
no funcionaba, buscaron el apoyo de un grupo de hombres para descubrir formas de
relacionarse y construir, de ese modo, diferentes cualidades en sí mismos que podían
emplear para resolver conflictos familiares de manera pacífica.
Esto no significa que hablemos fácilmente de las “nuevas masculinidades”; más
bien, admitimos que con las oportunidades que ofrecen las nuevas tecnologías y el
internet los chicos tienen fuentes de información, experiencia y esperanza abiertas para
ellos, que pueden ayudar a fomentar el cambio. Es, en parte, aprendiendo a hablar unos
con otros, compartiendo más de sus vidas emocionales sin sentirse amenazados, como
los chicos pueden aprender a apoyarse mutuamente. Sin embargo, como también lo
muestra Canterra, hay momentos de retroceso en que los hombres, que fueron educados
de otra manera, todavía recurren a la violencia contra sus compañeras; en cambio, si
tienen apoyo pueden trabajar con su culpa y su remordimiento para lograr cambios de
comportamiento. Este documental también muestra cuánto nos pueden enseñar los
hombres del sur a los hombres del norte, como se vio en su viaje a San Francisco para
organizar un grupo que compartiera sus métodos creativos.101

Reglas nuevas, juegos nuevos


Así como aprendemos a desarrollar nuevas pedagogías menos venenosas, como
dice Alice Miller, también esperemos que se abra una nueva clase de conversación
entre las generaciones así como entre géneros y sexualidades." De otra manera, la

10Un trabajo sugerente, que da una idea sobre el desarrollo del trabajo de los hombres en Nicaragua,
aparece en Men aren 'lfrom Mars: Unlearning Machismo en Nicaragua (Los hombres no son de Marte,
Desaprendiendo el machismo en Nicaragua) de Patrick Weish (Londres, ciir, 2001).
11 Una valiosa introducción al trabajo de Alice Miller sobre las pedagogías que sostienen los
regímenes de violencia, incluso a medida que se “regularizan”, se encuentra su libro Foryour Chvn
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L a violencia: ¿ el juego del hombre ?

depresión se transmitirá inconscientemente de padres a hijos mientras los jóvenes se


sientan incapaces de tener acceso a sus propias historias traumáticas. Con frecuencia,
los chicos aprenden a minimizar los dolores que han sufrido diciendo que “no fue
nada”, por ejemplo, cuando se lastiman en la cancha; sólo cuando se rompen una
pierna sienten que pueden pedir ayuda. Incapaces de compartir sus experiencias,
los jóvenes a menudo cargan con una depresión callada. Dentro de las estructuras
neoliberales globalizadas de violencia, los chicos pueden sentirse bajo intensa pre­
sión, como las mujeres, obligados a tener éxito en el mercado global. Moldean sus
talentos para triunfar a toda costa porque ha crecido el miedo al fracaso. Atrapados
en relaciones competitivas, puede ser todavía más difícil para los chicos sentirse bien
consigo mismos. Si no lo logran, se sienten una porquería y pueden retraerse en un
silencio solitario.
En las culturas latinas hay fuertes conexiones emocionales entre los jóvenes y más
familiaridad en las formas de obtener el apoyo de un grupo. Éste es un recurso cultural
que debemos valorar. Este reconocimiento, mayor que en el norte protestante, hacia la
importancia de los sentimientos para dar sentido a las vidas de la gente posiblemente
permita establecer bases para una ética posmaterialista capaz de valorar el alimento
emocional que la gente joven puede recibir de relaciones cariñosas y amorosas. Son
los chicos quienes con frecuencia plantean las preguntas más profundas sobre la vida
y la muerte que las generaciones anteriores han preferido olvidar. Buscan un signi­
ficado en sus relaciones y con frecuencia esto es parte del atractivo que las drogas
parecen ofrecer a través de nuevas intensidades sensoriales. A menudo una nueva
generación puede recordarle a la anterior cuestiones vitales que esta última ha dejado
de plantearse, al poner en entredicho sus valores. Los jóvenes se rehúsan a aceptar
una vida rutinaria e insisten en que otros reflexionen sobre temas con significado y
valor. De muchas maneras están aprendiendo las advertencias de Marx acerca de lo
fácil que resulta, en las sociedades capitalistas, que el trabajo se vuelva un fin en
sí mismo, de modo que la gente termine viviendo para trabajar y pierda el sentido de
la proporción entre vivir y trabajar. Desde luego, éstas son preocupaciones difíciles
de articular en culturas donde existen gran pobreza y desempleo masivo.
Las teorizaciones en relación con los hombres y las masculinidades han tendido
a dividirse. Hay algunas relacionadas con el reconocimiento del poder de los hom­
bres en teorías de antisexismo y masculinidades hegemónicas, donde el enfoque se
dirige a destruir el poder masculino como un medio para desafiar la violencia contra
las mujeres. Otras, como Iron John de Bly y los movimientos mito-poéticos, se han

Good: Hidden Cruelty in Child-Rearing and the Roots o f Violence (Nueva York, Farrar, Straus and
Giroux, 1984).
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M asculinidades : el juego de género de los hombres en el que participan las mujeres

preocupado más por el reconocimiento del dolor de los hombres, en parte, a través de
su relación no resuelta con los padres. Más que deconstruir las masculinidades frente al
feminismo, buscan volver a conectar a los hombres con aspectos más profundos de
su masculinidad. En la crítica sobre Bly que desarrollé en Man Enough: Embodying
Masculinities, traté de desarrollar una forma de relacionar el poder y el dolor de los
hombres con los demás, alrededor de una convicción, en contraste con la postura de
Connell, de acuerdo a la cual, los hombres podían cambiar al transformar las mas­
culinidades que transmiten a las generaciones futuras. En la actualidad, los hombres
podrían estar más involucrados tanto emocional como prácticamente, en tanto que
padres, y podrían aprender a asumir la responsabilidad emocional de sí mismos dentro
de las relaciones, para no proyectar en los otros sus sentimientos no resueltos.
Pero esto significa aprender a ser sensibles a distintas formas de masculinida­
des dominantes en culturas específicas, más que asumir en términos gramscianos
que hay una sola masculinidad hegemónica. Más bien necesitamos reconocer una
multiplicidad de masculinidades y la conformación de éstas a través de las culturas,
razas, etnicidades y generaciones. Los jóvenes crecen en un mundo muy distinto al
de sus padres; las identidades rígidas que éstos heredaron se han vuelto más fluidas y
abiertas a los flujos de diversas corrientes culturales, presentes a través de los medios
globales y el internet.
La violencia ha sido por demasiado tiempo el juego del hombre. Necesitamos en­
focamos al cambio de los comportamientos de los hombres y, a la vez, necesitamos
involucrarlos en una revisión de sus masculinidades heredadas asi como de las ideas de
control como dominación, las cuales han estructurado su relación con sus cuerpos,
sus sexualidades y sus vidas emocionales. Al tiempo que atacamos la homofobia y
las formas en que está encamada a través de prácticas materiales y culturales, también
comenzamos a desbaratare! miedo a la vulnerabilidad y la emoción, identificadas como
“femeninas” y, por lo tanto, experimentadas como un miedo a la homosexualidad,
lo que ha estructurado las masculinidades heterosexuales. Al volverse más tolerantes
con sus propias emociones los muchachos también tienen menos miedo de transgredir
las claras fronteras que tan frecuentemente han sido reforzadas por la religión: el miedo
a los cuerpos, identificado con la sexualidad, y los “pecados de la carne”. En las cultu­
ras “latinas” seculares todavía nos falta tener en cuenta la influencia de las tradiciones
religiosas, al hablar más abiertamente sobre los sentimientos y deseos sexuales.
Si necesitamos nuevas reglas para aprender a jugar juegos nuevos tenemos que
aceptar que, al aprender a relacionamos con nuestros cuerpos, emociones y deseos
en distintas formas durante mucho tiempo condenadas como parte de una “naturaleza
pecaminosa”, también estamos comenzando a crear un nuevo imaginario cultural en
el que redefinimos al ser humano, no como una relación de superioridad frente a una
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La violencia : ¿ el juego del hombre?

“animalidad” desechada y temida, sino con nosotros mismos como parte de la


naturaleza. Esto significa cuestionar el presupuesto fundamental de la Ilustración, que
identifica el progreso con el control y dominio de la naturaleza. En términos seculares,
esto va de acuerdo con una tradición religiosa que imaginaba la “pureza” como una
relación de control sobre nuestras naturalezas “animales”. Como seres espirituales,
teníamos que descorporeizamos y eso debía reflejarse en tradiciones de la filosofía
occidental, que también tenían pretensiones universales de supremacía porque era sólo
una masculinidad europea dominante la que podía dar por sentada su razón.
Si nuestro pensamiento sobre los hombres y la masculinidad ha de ser realmente
respetuoso de las diferencias, rechazando las narrativas occidentales que han identifica­
do lo indígena con una naturaleza no civilizada, la cual sólo podía lograr la transición
a la cultura aceptando la subordinación al poder colonial, entonces debemos repensar
los términos de universalidad y así reconocer la diversidad de “lo humano”. Más que
temer la naturaleza como “animal” y, por tanto, como no civilizada, tenemos que hacer
las paces trascendiendo las fronteras entre naturaleza “intema” y “externa”, dentro de
una visión ecológica que también híbrida las masculinidades al permitir reconocer lo
que compartimos con nuestros hermanos y hermanas, tanto como lo que valoramos
como nuestras diferencias.
Como afirmó Wittgenstein: “Me parece que Hegel siempre está queriendo decir
que las cosas que parecen distintas en realidad son las mismas. Mientras que mi interés
es mostrar que las cosas que parecen iguales realmente son distintas” (Wittgenstein,
Personal Recollections\ apud Rush Rhees (ed.), 1981: 171). Incluso pensó en usar la
cita del Rey Lear ‘T il teach you differences” como divisa de sus Investigaciones filo­
sóficas.12 Somos distintos como hombres y jugamos distintos juegos. Tenemos historias
diferentes, algunas felices, otras traumáticas; también heredamos diversas tradiciones.
A menudo se recurre a la violencia para callar al otro porque lo que dice nos desafía y
no queremos oírlo. La violencia es frecuentemente una forma de silenciar a los otros
y rehusarse a oír o tolerar la diferencia.
Mientras preparaba este trabajo estaba oyendo la canción Una sangre de Lila
Downs, en la que invoca a José Martí diciendo: “El alma emana, igual y eterna, de
los diversos cuerpos. Quien fomenta y propaga la oposición y el odio entre las razas,
peca contra la humanidad”. Podemos añadir: También quien fomenta y propaga la

12 Un examen muy sugerente del desarrollo de la filosofía de Wittgenstein, que explora la relación
con su vida, se encuentra en el libro de Ray Monk, Wittgenstein (Londres, Vintage, 1986). Un sondeo
interesante y difícil sobre algunos de los temas de su obra se puede leer en el libro de Stanley Cavell,
The Claim o f Reason: Wittgenstein, Skepticism, Morality and Tragedy (Oxford, Oxford University
Press, 1979).
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M asculinidades : el juego de género de los hombres en el que participan las mujeres

oposición y odio entre géneros, sexualidades y culturas. Y también canta en Dignifi­


cada (La balada de Digna Ochoa) lo que nunca debemos olvidar:
Hay en la noche un grito y se escucha lejano
Cuentan al sur, es la voz del silencio
En este armario hay un gato encerrado
Porque una mujer, defendió su derecho
De la montaña se escucha la voz de un rayo
Es el relámpago claro de la verdad
En esta vida santa que nadie perdona nada
Pero si una mujer, pero si una mujer
Pelea por su dignidad
Te seguí los pasos niña
Hasta llegar a la montaña
Y seguí la ruta de Dios
Que las ánimas acompañan.
Tenemos que compartir lo que hemos aprendido con las nuevas generaciones. En un
informe de las Naciones Unidas de 2003 se decía que el deporte “unía a los individuos
y las comunidades haciendo énfasis en los rasgos comunes y superando divisiones cul­
turales o étnicas”. Efectivamente, es un espacio en el que grupos antagónicos pueden
hacer contacto. El fútbol, dice Mel Young, uno de los fundadores de la Copa Mundial de los
Sin Techo en 2001, funciona bien para conectar a los farmacodependientes y desarrollar
la autoestima: “Los involucramos en proyectos y los impulsamos hasta un punto en
que puedan conectarse otra vez con el mundo”. La organización filantrópica Alive and
Kicking, con sede en Londres, también usa el fútbol para promover el conocimiento
sobre el sida entre los jóvenes de Kenia. La idea es que los chicos reflexionen sobre la
conexión entre la buena forma física, la salud y el sexo seguro. Como dice Jim Cogan,
director de Alive and Kicking, “estos muchachos no oyen a sus maestros, no oyen a
sus padres y no oyen a los predicadores” (Time, 12 de junio de 2006: 32).
Pero no hay que olvidar el lado más oscuro. No sólo el fútbol se ha convertido
en el juego de todo el mundo, sino que los equipos europeos están “global izados” y
“compran” a los jugadores cuando son muy jóvenes para los clubes importantes.
Como en Europa los jóvenes están atrapados en sus computadoras y se convierten
en “esclavos de la pantalla”, es menos probable que pasen horas pateando la pelota,
así que los clubes usan su poder económico global para comprar talento en términos
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L a violencia: ¿ el juego del hombre?

neoliberales clásicos. Durante la década de 1990 docenas de adolescentes salían de


Ghana y Nigeria para jugar en Europa, pero sus sueños se destrozaban al no dar la
medida. Muchos acabaron como vagabundos sin techo en las ciudades europeas, sin
poder pagar el viaje de regreso a casa. Pelé ha equiparado este negocio a la trata de
esclavos. Hay de juegos a juegos, y la violencia tiene que dejar de ser un juego de hom­
bres. Los hombres tienen que aprender a jugar un juego de vida que también sea un
juego de amor e igualdad para transformar un planeta en peligro.

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os estudios de género de los hombres hicieron su:
L arena académica anglosajona en la década de
partir de entonces su dinamismo es mayor y se ha e:
mundo, mostrándose a través de una producción cientítica cada vez
más vigorosa.
Los trabajos reunidos en Masculinidades: eljuego de género de los
hombres en el que participan las mujeres son una muestra de la
creciente producción científica de este subcampo de los estudios de
género, que evidencia su complejidad, lejana de aquel planteamiento
que suponía que “lo masculino es lo contrario a lo femenino”, y que
los hombres son un grupo homogéneo. En conjunto muestran la
pluralidad de los diferentes contextos socioculturaies y económicos,
sin los cuales es difícil comprender problemas similares en condicio­
nes distintas, cuyas intensidades en las formas de relación social entre
los géneros responden a los contextos que las hacen posibles.
No se trata únicamente de descifrar cómo se construye y repro­
duce el privilegio, la manera como se garantiza la dominación
masculina sobre las mujeres y también sobre una extensa propor­
ción de hombres, sino imaginar escenarios alternativos de relación
social. Se trata de desestabilizar, de desafiar la cada vez más cuestio­
nada asimetría social entre los géneros, para unos cómoda; insopor­
table para otros; intrascendente para algunos más. La contribución
hecha por mujeres y hombres en cada uno de sus capítulos son un
aporte para la discusión académica y también un insumo para la
elaboración de políticas públicas tendientes a consolidar una
sociedad incluyente y equitativa entre los géneros.

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