Mi oposición al voto obligatorio se basa en tres puntos.
(1) El voto obligatorio implica castigar la libertad de pensamiento y
acción, lo cual está lejos de un verdadero espíritu democrático. El voto obligatorio vicia la democracia: en el mejor de los casos es paternalismo; en el peor, miedo a la voluntad popular.
(2) El voto obligatorio criminaliza la protesta. Si me abstengo o anulo
(cosa que personalmente ya hago) sigo participando en el sistema. Rehusar participación es rehusar la discusión, in toto. Quienes proponen la obligatoriedad como modo de crear una democracia más legítima están respondiendo la pregunta equivocada.
(3) El voto obligatorio forzaría a los chilenos a dar legitimidad a un
sistema autoritario y antidemocrático: el sistema político de Pinochet. El sistema de Pinochet carece de legitimidad hoy. ¿Cuál es la proporción del padrón electoral en relación a la población adulta? ¿Cuánta gente decide simplemente no participar? Y aún más importante, ¿cuánta gente no puede participar, y de qué modo ese impedimento refleja la exclusión estructurada en nuestro sistema?
La exigua participación en el sistema electoral chileno tiene bastante
poco que ver con flojera o falta de cultura cívica. En Chile existen niveles altísimos de politización. La pregunta que quienes proponen la obligatoriedad del voto no responden es, por qué esa politización no se refleja en participación en el voto.
Si el Estado me puede forzar a concurrir al local de votación, o puede sancionarme si no lo
hago (que para el caso es lo mismo), entonces hay una clara afectación en la libertad de las personas, quienes ven reducidas sus posibilidades de acción o de elección. Si el voto es una libertad política –del tipo que nos permite participar en la conducción de los asuntos públicos- entonces su ejercicio debe ser decidido en forma autónoma y no exigido coercitivamente. Si el voto es voluntario, el poder reside en el individuo. Si es obligatorio, en la autoridad.
Si el voto es una libertad política entonces su ejercicio debe ser decidido en
forma autónoma y no exigido coercitivamente. Si el voto es voluntario, el poder reside en el individuo. Si es obligatorio, en la autoridad. El argumento más poderoso para oponerse al sufragio obligatorio es que se trata de una medida antidemocrática ya que anula la libertad de abstenerse como opción política legítima de quienes no creen en la democracia. Cuando la democracia hace del voto una obligación en lugar de un derecho, cae en el juego del totalitarismo porque se impone ante el ciudadano como "el mejor gobierno", el único válido, cancelando cualquier posibilidad de disentir de él. Esto es filosóficamente grave si se tiene en cuenta que el valor supremo que informa la "democracia liberal" es justamente la libertad.