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Manifiesto del cuerpo de un actor en formación

Ángel de León

1.
Cuando era pequeño pensaban que era hiperactivo. No podía estarme quieto un
instante: iba por la calle de la mano de papá como una mariposa atada a un hilo; el
resto de mi cuerpo se agitaba, saltaba y manoteaba como loco: necesitaba hacer
realidad con mi cuerpo los escenarios que imaginaba en mi cabeza. Eso no le gustaba
a mi papá, al menos no cuando estábamos en la calle, y me regañaba por hacerlo.
Mi cuerpo ondulaba y papá me ordenaba estar recto. El pecho afuera y los hombros
para atrás. Sin correr. Sin saltar. Sin gritar, sin cotonearse como niña.
2.
Mi cuerpo se transformó en una masa de tensiones, en una sonrisa nerviosa y una
mirada que huye la mirada de los otros. El cuerpo de mi neurosis, el cuerpo que me
defiende del mundo: el cuerpo que en las clases de actuación y expresión corporal se
busca flexibilizar para que aparezca el cuerpo neutro. El cuerpo por el que me han
criticado, el cuerpo que me hace sentir inseguro.
Pero el cuerpo neutro, tampoco es mi cuerpo de actor. Mi cuerpo de actor es el cuerpo
que soportaba los gritos de mi padre.
3.
Un cuerpo infantil, cuerpo andrógino. Cuerpo indecente, exhibicionista, un cuerpo
bisexual. Un cuerpo rizomático, un cuerpo pulsional. El cuerpo es algo que está hecho
para gozar de sí mismo. Un cuerpo del goce y del deseo. Un cuerpo transformista, que
se pelea a veces con mi mente, que quiere mandar.
Afortundamente, es imposible no gozar. Y es ése cuerpo (mi cuerpo, no mi armadura)
el que decide por mí.
Es él quien eligió el destino de actor.
Estoy en el teatro porque ahí está mi pulsión.
4.
Mi cuerpo que se desborda a sí mismo, mi cuerpo libidinal. La libido es como el espíritu
del Dios de San Agustín, que desborda aquello que la contiene y al desbordarse nos
contiene.
Cuerpo que anhela ir más allá de sí mismo, que anhela el contacto con los otros.
Fusión dionisiaca, suprema alegría de desbordarse en la nada y llenarla. La nada del
escenario. El escenario no es el teatro. El teatro es el cuerpo del actor.
El cuerpo del goce que goza de ser mirado y que así despierta, a su vez, el goce del
espectador.
5.
¿En qué momento la imaginación se convirtió en algo que se hace acostado y en
silencio? Soñando despierto con los labios de la chica que se sienta a mi lado en la
clase de Seminario de tesis. Mientras apunto en mi cuaderno y desvío la mirada.
Sonrisa nerviosa.
Cuando era pequeño ponerme a soñar despierto significaba moverme. En mi cabeza
había un castillo y eso no bastaba: tenía que saltar de un lado a otro del castillo,
imaginaba con mi cuerpo, proyectando mi imaginación en el espacio. Imaginaba con mi
movimiento, con acciones, con mi sonido.
La imaginación del actor es desbordante: se sale de su cabeza y convierte el espacio
en teatro.
Y la cuarta pared está detrás de la última fila de espectadores.
6.
Detrás de la cuarta pared están los papás que te dicen "guarda silencio".
Detrás de la cuarta pared están los papás que dicen "te mueves como niña".
Detrás de la cuarta pared están los maestros mandando llamar a los papás porque el
niño "es raro".
7.
Saltimbanqui, me decía mi abuelo. Chapulín, mi papá, que tampoco es un monstruo:
simplemente le tocó la mala suerte, que a alguien le tenía que tocar, de ser el origen de
mi superyo.
Son palabras que me definene, que quiero que me definan, como actor.
8.
El cuerpo de la neurosis (la coraza), el cuerpo neutro y el cuerpo del goce, los tres son
necesarios para actuar... en los conflictos entre los tres se cifra la experiencia humana.
Aspiro a una técnica construida a partir de estos tres cuerpos, de su conocimiento, su
"control", su anudamiento y su puesta en crisis.
9.
El cuerpo de la neurosis es importante, porque con él viene la cultura. He dicho que las
voces de la autoridad quedan detrás de la cuarta pared, pero el teatro hace evidente
esa cuarta pared, y nos enseña que, aun en este espacio de libertad, esas voces
siguen sonando. Ése es el conflicto principal, que se hace visible en el teatro. ¡Que
quiero hacer visible en el teatro! Esa lucha eterna, porque el cuerpo del goce es
también el cuerpo del agón...
10.
Apolo y Dionisio se disputan el escenario de mi cuerpo. La técnica consiste en dejarlos
hacer.
11.
No quiero representar: quiero gozar... y el goce del teatro está en cambiarse de piel, en
dar el salto a la otredad.
Esto puede o no implicar representación, pero no puede prescindir de la ficción.
Porque el teatro, este espacio imaginario donde estamos resguardados de las voces
paternas (imaginario en el sentido de mi imaginación infantil, cuando imaginaba con mi
cuerpo y no con mi cabeza), este espacio imaginario es una pura ficción.
12.
Actuar es dar el salto a un paraíso perdido, a la infancia, a la guerra, a otra
posibilidad... es gesto que abre el espacio de la otredad.
Compartir ese salto con otros, que ven. Contagiar el goce del cuerpo. Eso es actuar.
13.
Quiero hacer un teatro donde los espectadores sientan que pueden estar desnudos si
lo quieren, que pueden gritar con la voz que nunca usan, que pueden llorar. Que
pueden moverse como hace años que no se mueven porque a sus padres les parecía
indecoroso.
Y, en el mejor de los casos, que alguno de esos espectadores vuelven a atravesar la
cuarta pared, volver su vida cotidiana, a entregarse al mandato del padre... y que siga
sintiendo que puede andar desnudo, que puede saltar y gritar.
14.
Compartir el regalo de la infancia, de imaginar con el cuerpo y convertir cualquier
espacio en teatro... instaurar la ficción en la vida cotidiana... soltarse de la mano del
padre y saltar y gritar.
La existencia del actor es la prueba de que eso es posible: es recuerdo del poder
transformador del cuerpo, de que se puede ser otro, de que tenemos derecho a la
ficción. A saltar, a reír, a gritar, a desnudarnos, frente a la mirada de lo otros.
Hacer ficción es volver a crear el mundo, como cuando de pronto, mientras caminaba
con papá (y auqnue sabía lo que me esperaba), daba un salto en medio de la calle y
gritaba, porque había aparecido en mi cabeza la imagen de un dragón y mi gesto lo
tenía que hacer realidad.
Tal vez por eso mi papá se moletaba, porque cuando yo dab el salto, aparecía el
dragón y, como papá nunca tuvo inclinaciones artísticas, se asustaba de su presencia y
me instaba a volverlo a guardar en mi imaginación.
Estas cosas guardarlas adentro del corazón provocan la neurosis. ¿Dónde acomodar
todo eso? ¿Dónde contener el goce del cuerpo?
Quiero saltar al escenario y con un gesto inaugurar el teatro, la ficción, un acto de
imaginación compartida, que desborde el cuerpo individual. Ésa es, para mí, la misión
del actor.

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