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BIBLIOGRAFIA
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Salutis" (Madrid 1977); SCHüTZ, CH.-SARACH, R., El hombre como persona, en
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Así, H. Tristian Engelhardt afirma que "no todos los seres humanos son
personas. Los fetos, los niños, los retardados mentales graves y aquellos que están en
estado de coma sin esperanza alguna constituyen ejemplos de no-personas. Estos son
miembros de la especie humana. No tienen status, en sí y por sí, en la comunidad
moral. No son participantes primarios en la empresa moral. Sólo las personas humanas
tienen este status"1.
1
ENGELHARDT, H. Tristan, The foundation of Bioethics, Oxford Univrsity Press, New York 1986; Trad. it. Manuale di
Bioetica, Milano 1991, pp. 123ss.
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El debate actual sobre la "persona", exige tener una idea clara y precisa sobre
"qué" es ser persona. Este será el tema que se trata a continuación.
2
FLETCHER, Joseph, Humanbodd. Essays in biomedical Ethics, Buffalo 1979, pp. 1-19.
3
Cfr. SINGER, P., Etica pratica, Napoli 1989.
4
ENGELHARDT, H. Tristan, o.c., pp. 138-140.
5
LOTZ, J.B., Ontologia, Roma 1963, p. 315.
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La noción de persona humana era desconocida para los griegos. Los griegos no
negaron jamás la realidad del individuo. Pero sus representantes no lograron pasar
más allá del plano moral, no arribaron a una metafísica de la persona. Platón y
Aristóteles lograron los principios metafísicos para la justificación de la persona,
pero no dando mucho valor al aspecto individual, no lo intentaron jamás. Para ellos
contaba el hombre, en universal, no en singular -en hombres singulares-. Aunque
Aristóteles -contra Latón- enseñaba que la humanidad existe solo en el individuo
como un sustituto y un momento de la especie. Lo que vale es la especie, por eso debe
permanecer y durar. ¿Qué importa que el individuo surja, crezca, decline, pase?
6
PANENBERG, W., Che cosa è l'uomo?, Brescia 1974, p. 211.
7
BOECIO, Severino, De duabus naturis, PL 64, 1343C.
8
Sum. Teol. I, q. 29, a. 3 ad 2.
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Por lo visto, se puede fácilmente deducir que el punto de vista desde donde el
cristianismo considera al hombre es ciertamente Dios. La relación hombre-Dios es un
diálogo: diálogo existencial, que no es otro que la afirmación de la realidad humana9.
El hombre emerge como persona, esto es como realidad individual subsistente en la
naturaleza racional, que tiene el dominio del propio obrar y la pertenencia del propio
moverse en autorrealización de perfección humana. El cristianismo ha revelado su
existencia y grandeza de la persona humana, iluminada por la inefable luz trinitaria. El
"subsistente en la naturaleza racional", el hombre, el hombre singular, el hombre
verdadero y concreto que somos todos nosotros, solo en la economía de la
Encarnación ha comenzado a ser "alguien" que tiene un rostro y un valor muy alto,
como lo manifiesta el acontecimiento que una divina Persona ha venido a hacerse
hombre y a habitar "entre los hombres".
La revelación del Verbo es también la gran revelación del hombre, como valor.
Valor creatural supremo, como dice santo Tomás: "quod est perfectissimum in tota
natura: subsistens in rationali natura"10. Cabe hacer notar que esta exaltación de la
persona humana es hecha por santo Tomás cuando comienza el estudio de las
personas divinas. En la persona se tiene el punto de contacto más íntimo con Dios. La
doctrina de la persona humana es uno de los datos más preciosos del cristianismo. Es
uno de los casos en que la revelación sobrenatural ha dado una decisiva contribución al
desarrollo del pensamiento. No sólo esto, sino que este concepto de "persona" han
portado una verdadera revolución en la cultura y en la vida.
Era necesaria la revelación del verdadero rostro, del verdadero valor del
hombre, para que este emergiera como individuo. En el nuevo clima cristiano el
hombre vale sobre todo como singular, como persona. Como tal, Dios desde toda la
eternidad lo contempla y lo ama, haciendo converger en él el mundo entero. Desde
9
Cfr. Ibidem I, q. 29, a. 1.
10
Ibidem I, q. 29, a. 3.
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toda la eternidad el rayo del divino conocimiento abraza a los hombres, a todos los
hombres, uno a uno, en su individual subsistencia. El hombre ha sido amado mucho.
Cada persona humana, es término de este amor infinito de Dios.
La subsistencia: La persona humana posee su propio acto de ser, esto es, una
realidad subsistente, una sustancia completa subsistente. La persona humana es la
realidad que se explica por sí misma, que se determina a sí misma y responde de sí
misma; es la realidad que tiene consistencia independiente y es principio y fin de su
ser y de su obrar; que posee su ser y encuentra en sí su razón de existencia.
otros y con Dios. En virtud de esta dimensión, la persona humana goza de un carácter
singular que la convierte en entidad única e irrepetible y la constituye en principio y
fin de sus actos, es decir, en sujeto y artífice al mismo tiempo de su propia realidad.
En esta manera de ser radica su libertad. La libertad es la capacidad de poderse
autodeterminar, no la simple posibilidad de elegir, y, mucho menos, la autonomía o la
veleidad caprichosa. Por esta capacidad de autodeterminación el hombre es árbitro
de sí mismo, es principio, es causa de su obrar. Libre, como afirma santo Tomás, es
aquel que es causa de sí mismo, que es dueño y responsable de sus acciones13. La
responsabilidad, derivada de la autonomía, exige la adhesión incondicional a la verdad
y se concreta en el deber.
13
Cfr. SANTO TOMAS, Metaf. II, 9; Cont. Gent. II, 48.
14
Cfr. Sum. Teol. I, q. 75, a. 4, ad. 2.
15
Cfr. PP, 43-44, AAS. 59 (1967), pp. 278-279.
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16
Cfr. SCHOCKENHOFF, E., Etica de la vida un compendio teologico, Brescia 1997, p. 172.
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nivel ontológico como singular especie, superior a las demás por su condición original,
independiente de su cooperación, de sus méritos y deméritos.
17
Cfr. Ibidem, pp. 175.
18
La idea de la dignidad humana y su explicitación en derechos humanos pre-estatales, preexistentes a cualquier
ordenamiento social, establece un fundamento para la convivencia de los hombres. Esos derechos representan el núcleo
experiencial duro político-ético, que está a la base de la sociedad democrática y confiere su legitimación moral respecto a las
formas totalitarias de estado (Cfr. Ibidem, p. 177).
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herencia cultural común del mundo moderno y pertenece al núcleo de un ethos natural
racional irrenunciable que pretende ser universalmente reconocido.
19
Cfr. Ibidem, pp. 178-181.
20
"Nullo modo his artibus placatur divina maiestas, quibus humana dignitas inquinatur" (SAN AGUSTIN, De Civitate Dei, II,
29, 2).
21
Cfr. PICO DE LA MIRANDOLA, Oratio de hominis dignitate, 1486.
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La "dignidad humana" viene dada por el fin para el que fue creado el hombre
por Dios: para que libremente establezca una relación de persona a persona con Dios,
una relación de auténtico diálogo y amor, de contemplación mutua y de vida
compartida en la libertad. Esta capacidad para tal diálogo, concede al hombre su
incomparable y máxima dignidad, su dignidad sublime.
2. EL ACTO MORAL
Santo Tomás aborda este tema del obrar humano y distingue dos tipos de
acciones del hombre: "actos del hombre" y "actos humanos". La diferencia entre los
"actos del hombre" y los "actos humanos" constituye el punto de partida de su
reflexión moral. El hombre posee el libre arbitrio y el principio de sus actos, pero no
todas las actividades humanas llevan la marca de su humanidad. Hay actos que son
comunes a los seres humanos y a los animales -nacer, crecer, vivir- y son actividades
regidas por la necesidad de su naturaleza. Existen también los gestos instintivos,
irreflexivos, los tics, los actos reflejos como extender las manos en caso de una
24
Cfr. De FINANCE, J., Etre et agir dans la philosophie de Saint Thomas, Rome 1965, p. 22.
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caída. En estos actos, el hombre no se distingue de los otros seres vivientes. Estos
actos provienen de él sin expresar su característica singularmente humana,
sustraídos de toda responsabilidad personal porque son realizados sin la advertencia
y sin la necesaria libertad y, en consecuencia, no alcanzan el nivel específico de la vida
espiritual del hombre. Son los actos que santo Tomás designa con el nombre de "actos
del hombre", actos que no nos diferencian de otros seres vivos. Existen otros actos
donde por principio entra la deliberación de la razón; y gracias a las facultades de
donde proceden estos actos -la razón y la voluntad-, el hombre puede revindicar la
responsabilidad. Estos son los "actos humanos", los actos que revelan típicamente al
hombre en tanto que es hombre; es decir, en tanto que dotado de subjetividad
racional25.
En síntesis: En sentido bien amplio se puede afirmar que todos los actos
realizados por el hombre son "actos humanos". Pero aquí se toma el concepto de "acto
humano" para indicar el obrar humano que deriva del conocimiento racional y de la
libre voluntad y del cual el hombre es plenamente responsable. Este es el acto que
revela típicamente al hombre en tanto que es hombre, es decir, en tanto que dotado
de subjetividad racional. El "acto humano" es el acto propio de la persona humana.
Para que el obrar humano esté bajo el dominio de la persona es preciso que la
intimidad del yo se expanda íntimamente "haciéndose presente" en la iluminación de la
inteligencia, la decisión de la voluntad, la carga de los sentimientos y el dinamismo que
nace de la presencia del Espíritu en el hombre.
a) El conocimiento
25
Cfr. Sum. Teol. I-II, q. 1, a. 1.
26
Cfr. Ibidem I-II, q. 18.
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Si de una parte la realidad de las cosas determina la razón, así de otra parte
las razó determina el querer y el obrar. En esta íntima relación se distingue la "razón
teórica" y la "razón práctica". Es teórica la razón cuando se vuelve a las cosas para
comprenderlas; es práctica cuando se vuelve a la acción. La razón teórica llega a ser sí
misma en el acto en que se extiende, per extensionem, a la razón práctica. Este
ampliarse de la razón para interrogar la realidad, respecto al querer y al obrar se
realiza en la totalidad del acto humano mediante distintos actos de conocimiento y de
voluntad. El intelecto obra en estos tres pasos de una acción: * mientras observa que
el hombre está por realizar un acto -attentio-; * mientras considera la naturaleza del
acto; y * mientras juzga si la acción debe o no ser realizada.
27
También, como se sabe, el animal conoce lo que desea, pero su conocimiento es puramente material al cual sigue una
tendencia espontánea.
28
Para santo Tomás, cuyo pensamiento es un pensamiento sobre el "ser", la acción es para él la fecundidad del ser. No hay
"obrar" sin "ser", como no hay "ser" sin "obrar". El fundamento ontológico de la acciòn demuestra el "ser". "El ser es la
actualidad de todos los actos y la perfección de toda perfección" (SANTO TOMAS, Quaestiones Disputatae. De Potentia, q. 7,
2 ad 9). El aporte original de santo Tomás es el "ser" y no la sustancia como para Aristóteles. En este contexto, la valoración del
acto humano será más claro, en su relación con el ser.
29
Sum. Teol. I-II, q. 93, a. 1, ad 3.
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funde al mismo tiempo la ciencia moral del sujeto, la advertencia del valor implícito en
la acción que se debe realizar y el discernimiento de las modalidades en que se
encarna el bien en el "aquí-ahora para mí" del horizonte existencial. Las modalidades
del conocimiento pueden ser diversas: desde el puro raciocinio hasta la intuición
inmediata, y desde cierto sentido innato de los valores hasta la confrontación crítica
realizada por la reflexión ética. También el contenido del bien conocido puede variar
desde el descubrimiento del valor ético fundamental que constituye la persona como
la personalidad ética hasta el descubrimiento de un determinado valor -como la
justicia, la honradez, la sencillez, la veracidad- o incluso la percepción de cómo un
valor se puede realizar en circunstancia particular.
b) La decisión de la voluntad
La "voluntad" era definida por los escolásticos como "facultas eletiva mediorum
servato ordine finis" -la facultad que escoge los medios respetando el orden del fin-.
El acto de querer, de desear, encausa las energías del hombre -psicofísicas,
intelectivas, de relación- hacia la consecución de un fin. El agente es la persona, pues
es la persona la que capta a la luz de la inteligencia -que descubre el fin y la relación
entre los medios y el fin- y de la fuerza de decisión y acción de la voluntad. Ese
misterioso entrelazamiento en el cual se concentró durante siglos la reflexión moral,
es la intención que manifiesta el grado de madurez moral y de autodiminio alcanzado
por la persona.
30
Santo Tomás aporta una simplificación a la división tripartita: voluntaria, involuntaria, libre, encontrada en Aristóteles.
31
La estructura del acto voluntario, confirma el hecho que la acciòn humana se juega a nivel de las dos facultades: la
inteligencia y la voluntad. A su nivel, dos aspectos retienen sobre todo la atención de santo Tomás: los medios y el fin. El fin
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El voluntario se distingue:
reagrupa los cuatro primeros momentos: el simple pensamiento del bien -apprehensio- y el goce -usufructo o disfrute- a través
del cual el fin es presentado como posible para la inteligencia; por la voluntad, el simple querer el bien y la "intentio", aquí es el
deseo eficaz de este fin. En cuanto a los medios, los subdivide en dos órdenes: la elección y la ejecución. En la elección, se
tienen las diferentes fases de la deliberación y del disfrute práctico para la inteligencia, y estas para el consentimiento y la
opción de medios para la voluntad. La ejecución consiste en el mandato de la razón y el poner en obra pasiva -usus passivus- del
lado de la inteligencia, y el poner en obra activa -usus activus- y del goce -fruitio- para la voluntad. En resumen, se pueden
distinguir tres niveles: * el primero, -el orden de la intención- se concluye por la visión eficaz de este fin; * el segundo -el orden
de la elección- donde se hace la elección de los medios en función de alcanzar el fin fijado; y * el tercero -el orden de la
ejecución- de los medios que terminan en el goce de la voluntad. Estos diferentes momentos no son discernibles en el acto
humano ( Cfr. PINCKAERS, S., La structure de l'acte humain suivant saint Thomas, en "Revue thomiste" 2 (1955), p. 410.).
32
Cfr. Sum. Teol. I-II, q. 6, a. 1.
33
El principio de la causa única con doble efecto: Hay acciones u omisiones de las cuales pueden seguirse dos efectos
distintos y aún contrarios: uno bueno y otro malo. Del bombardeo, en tiempo de guerra justa, de una ciudad enemiga, se siguen
dos efectos: la muerte de los culpables -efecto bueno- y de los inocentes -efecto malo-. Los dos efectos, naturales y físicos.
De corregir fuertemente los defectos de mis subordinados se van a seguir dos efectos: el temor saludable y la corrección en los
buenos -efecto bueno- y el endurecimiento o pertinacia de los díscolos -efecto malo-. Los dos efectos, morales: el primero,
natural; el segundo, accidental. La omisión de la misa del domingo me será beneficiosa para mi salud averiada, no saliendo a la
calle en día excesivamente frío -efecto natural y físico-; pero levantará murmuraciones en los maliciosos -efecto moral y
accidental-. De admitir en casa a esa persona, se seguirá el buen efecto del arreglo de una enemistad familiar y el malo de las
críticas del vecindario.
¿Cuándo será lícito poner una causa, una omisión o una acción con doble efecto, uno bueno y otro malo?
1) que la causa común sea buena o indiferente. Evidente, porque, si es mala, malo será también todo lo que de ella se siga. Por lo
tanto, nunca será lícito propinar un veneno del que se seguirá la muerte, como efecto malo, y el fin de una desgracia familiar,
como efecto bueno.
2) que los dos efectos, el bueno y el malo, se sigan inmediatamente de la causa común, porque, si se siguiera primero el efecto
malo y luego, como consecuencia de éste, el efecto bueno, en realidad, el efecto malo sería la causa del efecto bueno. Así, en el
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c) Los sentimientos
ejemplo ya puesto se da también el inconveniente que ahora explicamos: del efecto malo, el envenenamiento, se sigue el efecto
bueno, el fin de una desgracia. La madre embarazada está en trance de muerte. Todo se resolverá bien para ella si se procede a
la expulsión del feto, todavía no viable. En el caso, la salud de la madre es un efecto bueno que supone, por necesidad otro
efecto malo, el aborto, el cual se sigue sólo e inmediatamente de la maniobra expulsiva o del brebaje abortivo.
3) que sólo se intente el efecto bueno y haya razón proporcionada para permitir el efecto malo. Si se intenta el efecto malo,
éste sería ya voluntario en sí mismo. No intentándose en sí mismo, pero previéndose y conociéndose, será voluntario en su causa
si se trata de efecto natural, pero no imputable moralmente, porque, dándose razón suficiente para permitirlo en atención al
efecto bueno, no hay precepto alguno que prohíba la posición de la causa precisamente para que no se siga el efecto malo. Si se
trata de efecto accidental, no será voluntario, ni por lo tanto imputable, por la misma razón.
Para conocer en cada caso si hay razón proporcionada para permitir el mal efecto, habrá que computarlo prudentemente todo: la
gravedad del efecto malo, la importancia relativa del efecto bueno, su necesidad, etc.
En general, es lícito poner una causa de la que se sigan dos efectos, cuando es necesario el conseguimiento del efecto bueno
únicamente intentado, es improrrogable y no es posible conseguirlo sino por medio de esta causa común.
34
Cfr. Sum. Teol. I-II, qq. 22-48.
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El cristiano, nueva criatura "nacida del agua y del Espíritu" (Jn 3,5),
fundamenta su ser y su obrar en el misterio pascual de Jesucristo. El dinamismo de la
muerte y resurrección hace que las facultades del hombre -entendimiento, voluntad,
dimensión psicológica- experimenten un "proceso de cristificación" mediante la acción
continua del Espíritu Santo. El Espíritu Santo no solo le insinúa al cristiano lo que
debe hacer, iluminando su entendimiento, sino también inclina su voluntad a obrar
rectamente35.
35
Cfr. SANTO TOMAS, Coment in Rom. 8,2, lect 1.
36
Esta afirmación es justificada, explicitada y desarrollada por diversas disciplinas antropológicas. Según la
comprensión metafísica, la libertad es un existencial humano. "Entre los existencialistas de la existencia humana encontramos la
responsabilidad y la libertad del hombre. La esencia de esta libertad siendo radicada en el polo subjetivo de la existencia
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humana y de su experiencia y no al interior de datos categoriales no consiste en una facultad particular del hombre entre otras,
mediante la cual él pueda hacer o no hacer una u otra cosa en una decisión arbitraria. Con mucha facilidad interpretamos así
nuestra libertad, moviendo de una su inteligencia seudo-empírica. En realidad la libertad es primero de todo el darse del sujeto
a sí mismo, así que en su esencia fundamental la libertad tiende al sujeto como tal y como un todo uno. En la libertad real el
sujeto se refiere a sí mismo, se entiende y se pone a sí mismo, no hace -en último término- cualquier cosa, si bien sí mismo"
(RAHNER, K., Curso fundamental sobre la fe, Barcelona 1969, p. 121).
37
ZUBIRI, X., o.c., pp. 5-29.
38
Cfr. ORTEGA Y GASSET, José, El mito del hombre allende la técnica, en "Obras completas IX", Madrid 1965, p. 622.
39
Cfr. FUCHS, J., Essere del signore, Roma 1981, p. 116.
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Por el mismo hecho de que el hombre es persona sólo en unión con su cuerpo, se
presentan algunas condiciones que influyen sobre el acto humano. Estas pueden ser
de carácter general o de carácter particular.
40
HäRING, B., Libertad y fidelidad en Cristo I, pp. 135ss.
41
METZ, J. B., Arzt und Christ, Salzburg II, 1958, p. 79; citado por Franz Böckle, I concetti fondamentali della morale, p.
45.
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a) La inadvertencia
b) La ignorancia
c) La costumbre
42
Cfr. 1.1.3. de esta unidad, pp. 199ss.
43
METZ, J. B., Arzt und Christ, Salzburg II, 1958, p. 79. Cfr. J.B. METZ, Caro cardo salutis, 1968, citado por Franz Böckle,
I concetti fondamentali della morale, p. 45.
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Las buenas actitudes hacen crecer el coraje y la facilidad para la libre decisión
respecto del bien. Viceversa una acción realizada distraídamente por costumbre o
hábito, aunque el sujeto sea bueno, constituye una deficiencia en la fuerza libre de
decisión. Los malos hábitos, en los cuales influye el peso oprimente de las decisiones
morales erradas del pasado, atenúan la libertad moral respecto al bien, pero no la
culpa, puesto que la voluntad libre permanece orientada al mal. En cambio, si en el
arrepentimiento y en el propósito la libre voluntad es destacada radical y firmemente
de los hábitos malos, una imprevista e involuntaria caída en los viejos hábitos puede
ser sin culpa.
44
Cfr. contenido de la unidad primera, pp. 1ss.
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Este orden moral puede ser considerado bajo dos aspectos: o en atención sólo
de lo que el hombre es capaz de entender y de querer con sus fuerzas naturales, o en
atención, además, de aquello que es capaz de ver y de pretender por donación
gratuita de Dios: en el supuesto de admitir que sobre las fuerzas de toda criatura
está el poder de Dios y que Dios es dueño de hacer al hombre partícipe de sus dones
propios por un acto gratuito de su voluntad, distinto de aquel por obra del cual resultó
el ser de hombre, con sus elementos esenciales y sus exigencias características.
Además del "orden moral natural", existe el "orden moral sobrenatural", que
supone un Fin último, unos medios para conseguirlo y unas relaciones resultantes por
encima de cuanto el hombre puede por sí mismo conocer, desear y exigir. Este Fin
último del hombre es la Bienaventuranza eterna, el Sumo Bien, el estar cara a cara en
la visión intuitiva de Dios, o sea en la contemplación de las divinas perfecciones, en su
misma esencia divina.
es moralmente buena si ella corresponde a la norma y es regulada por ella; una acción
es moralmente mala cuando ella no corresponde a la norma. Es importante por tanto
establecer qué cosa se entiende por regla o norma. La "norma" es, en principio, el
mismo ser del hombre, ya que el ser establece el orden en el obrar, y el ser del
hombre no está cerrado en sí mismo sino que vive en relación esencial con el propio
Principio -Dios- y con el ambiente que le circunda y hace parte de él. Es el hombre en
el plan en que ha sido insertado o puesto en cuanto criatura e hijo de Dios. Y como
esta "norma", aunque tiene su origen propiamente en Dios, no es absoluta ni
definitiva, Dios mismo es la norma última del obrar humano45.
45
Cfr. PIEPER, J., Die Wirklichkeit und das Gute, München 1949. Citado por Franz Böckle, I concetti fondamentali della
morale, p. 50.
46
BöCKLE, I concetti fondamentali della morale, p. 50.
47
Un acto es bueno si son buenas todas las causas determinantes -Bonum ex integra causa- (Sum. Teol. I-II, q. 18, a. 4 ad 3).
Quien obra bien llega a ser virtuoso, esto es, se perfecciona en la capacidad de actuarse con rectitud y espontaneidad. La
persona que quiere sinceramente a Dios como Fin, no puede no tener en cuenta el hecho de que Dios se le revela y acoge en la
comunidad de naturaleza y de gracia de la que es miembro en la humanidad y en el pueblo reunido en Cristo. Dios misericordioso,
en su revelarse, indica las vías que conducen a El, que ayudan y sostienen a aquellos que se convierten. En la relación del acto
bueno con la economía de la providencia, la ley, entendida en su unidad compleja, y la gracia, son imprescindibles. Por esta
conexión la moral es vida en la gracia, cooperación en el Cuerpo de Cristo encaminado hacia la plenitud (Cfr. KACZYNSKI, E. -
COMPAGNONI, F., La virtù e il bene dell'uomo, Bologna 1993, pp. 71-75.
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Después de haber tratado de la moralidad del acto humano, como una relación
íntima y objetiva de éste con la norma moral, surge de inmediato esta pregunta:
¿cómo llega a ser una acción buena o mala?, ¿qué es lo que determina si la acción
corresponde o no a la norma y es regulada por ella?. Con otras palabras, ¿cuáles son
las fuentes de la moralidad?
Tres son los aspectos necesarios para poder juzgar la moralidad de una acción,
y son los elementos que constituyen una acción: el objeto de la acción, las
circunstancias próximas y las intenciones del agente. Si se quiere juzgar rectamente
una acción es necesario considerar bien estos tres aspectos, cada uno de los cuales
puede influir sobre su carácter moral. Esto no quiere decir que tengan que estar los
tres juntos e igualmente necesarios para el juicio o valoración moral, pues, puede
darse el caso que un solo aspecto determine el no-valor moral.
Existe un motivo que está al corazón de todos los actos humanos. Este motivo
es un elemento estructural del acto humano, junto con la representación y la decisión.
El es el "objeto" de la acción.
Para prevenir equívocos, hay que tener presente que el objeto de una acción es
siempre un ser, un bien, al que se dirige el acto libre de la voluntad. Se habla
entonces de valor objetivo. Aquí el término "objetivo" no tiene el significado de
"material", sino de "real". El valor objetivo no es en sí malo; lo que es malo es la
absolutización y la orden errada de un valor relativo. Cuando se habla de acciones en
sí -consideradas a partir del simple objeto- buenas o malas, se considera al objeto del
deseo en cuanto relacionado con la norma moral; por ejemplo, el placer sexual en sí es
un valor, pero este placer absolutizado o desordenado está en oposición con el orden
moral. Ese es el objeto de un acto impuro, y el acto que tiende a él es en sí un acto
malo.
Sólo hay en realidad un objeto singular que es bueno bajo todas las
circunstancias: el Bien absoluto, Dios. El Fin último es el fin de todos los fines
humanos. El Bien supremo es el bien de todos los bienes. Por esto, todos los actos que
lo afirman -fe, esperanza y caridad-, desde el punto de vista del objeto, son
absolutamente buenos; mientras aquellos que lo niegan -como el odio a Dios- son malos
bajo todas las circunstancias.
Pero, ¿Cuándo y cómo tiene lugar la opción fundamental? Por lo que respecta al
cuándo, la moral tradicional afirmaba que el niño, llegando al uso de la razón, tenía la
posibilidad de orientarse hacia el fin último, no pudiendo de hecho permanecer
indiferente. Pero, si se acepta que la opción fundamental es una decisión total de la
persona, dicha opción sólo podrá tener lugar cuando la persona haya llegado a una
madurez psicológica suficiente.
compromiso de evitar todo lo que pueda ser fuente de alienación para las personas y
la familia humana -piénsese, por ejemplo, en las estructuras opresoras y de injusticia
que inciden negativamente en la vida de las personas-, pero, sobre todo, como
compromiso positivo en favor de la vida, del bien, de la justicia y de la paz.
c) El efecto malo no debe ser querido o deseado, sino solo previsto y permitido. d) El
agente debe tener un motivo proporcionadamente grave para poner la acción. Este
motivo debe ser tanto más grave, cuanto peor es el efecto -matar es más grave que
herir-, cuanto más seguramente sobreviene el efecto malo y cuanto menos es
necesaria la acción.