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Fallo Peralta

Hechos

El 3 de enero de 1990 el Poder Ejecutivo Nacional dispone a través del Decreto 36/90 que la devolución de los
depósitos bancarios se limitará a la suma en efectivo de un millón de australes. A partir de esa suma, las entidades
bancarias no podrán reintegrar australes en efectivo, en cambio deberán entregar Bonos Externos 1989, es decir,
con títulos de deuda pública.
Los actores, Peralta y otro, habían suscripto un plazo fijo a 7 días en el Banco Comercial de Finanzas S.A, con
vencimiento el 3/1/1990, mismo día que se dicta el decreto, complementado por la comunicación A 1603 del BCRA.

Pretensiones de las partes

- Los actores, Peralta y otro, iniciaron acción de amparo en los términos de la ley 16.986, solicitando la declaración
de inconstitucionalidad del decreto y sus normas complementarias, y pidiendo, por lo tanto, el pago íntegro del
capital que se les adeuda, con más los intereses respectivos y las costas del pleito.
Cabe recordar que un plazo fijo es un producto que consiste en la entrega de una suma de dinero a una entidad
bancaria durante un tiempo determinado. Transcurrido ese plazo de tiempo, el banco devuelve el dinero más los
intereses pactados.
En síntesis, los actores pretendían que se les devuelva el dinero y los intereses acordados. No querían recibir en lugar
de dinero los “Bonos Externos 1989”, tal como ordenaba el decreto.

En primera instancia se rechaza la acción, considerando que el problema excede el marco excepcional del amparo y
que, en el caso, se puede recurrir a las vías ordinarias para proteger los derechos que dicen conculcados; que se
requiere un mayor debate, impropio del amparo; y que al no estar demandada la entidad bancaria que participa de
la relación jurídica sustancial en la que se sustenta el derecho subjetivo afectado, la decisión judicial sería una
declaración abstracta.

La sala contenciosoadministrativa III de la Capital Federal revoca la sentencia, declara la inconstitucionalidad del
decreto 36/90 y hace lugar a la demanda. Con los argumentos de que el decreto configura uno de los llamados “de
necesidad y urgencia”, los cuales requieren la ratificación del Congreso, porque constituye una materia que la CN en
los arts 4, 67 incs 2, 3, 6, 11 y 28 reserva a ese Poder, que a la fecha no lo había ratificado. Consideran que el actor
no ataca un acto contractual, sino un acto de autoridad pública que limitó sus derechos; que en el caso el derecho de
propiedad de los accionantes podía ser protegido por el amparo, porque se trataba de la disponibilidad de pequeños
ahorros; que el planteo de inconstitucionalidad a través del amparo es procedente porque la invalidez del decreto es
palmaria, porque al someter a los actores al empréstito forzoso se menoscaba el principio de igualdad frente a las
cargas públicas, que requiere considerar la condición y magnitud de la riqueza de las personas que deben
soportarlas; más aún cuando el plazo del empréstito es superior al que el Estado sujetó a otros acreedores; que de
no acceder al amparo se les causaría un daño irreparable.

- La parte demandada, el Estado nacional argentino, pretende que las entidades financieras honren sus obligaciones
en australes a plazo fijo mediante la entrega de Bonos Externos 1989 (en palabras del decreto). Pretende ejercer el
poder de policía de emergencia autorizado por la ley de emergencia económica 23.697.
En el país se vivía una grave crisis económica, con consecuencias sociales y políticas. La hiperinflación de 1989 llevó a
que parte de la población que no tenía como acceder a alimentos saquee supermercados en Rosario, Gran Buenos
Aires y otras provincias del país. Los saqueos terminaron con represión y muertes. El traspaso de gobierno se realizó
anticipadamente, asumiendo el presidente electo 5 meses antes de lo previsto. Esta emergencia social es la que
esgrime el ejecutivo para limitar el derecho de propiedad.
Según los fundamentos del decreto, el objetivo del gobierno nacional con esta medida es cortar abruptamente este
proceso-hiperinflacionario- que afecta principalmente a los sectores más desprotegidos de la sociedad. Considera
que para que la moneda nacional recupere su valor adquisitivo resulta imprescindible limitar la circulación en
australes a lo estrictamente necesario.
En síntesis, ante la situación crítica que vivía la nación, el gobierno consideró que para frenar la inflación era
necesario reducir los australes en circulación, y creyó apropiado que las entidades financieras reintegren bonos de
deuda pública en lugar de australes en efectivo.
Resolución

La corte resuelve sobre cinco cuestiones:

1. En primer lugar interpreta el alcance de la limitación en los procesos de amparo que establece el art. 2 inc d) de
la ley 16.986 y si el poder judicial puede, en este caso, realizar el control de constitucionalidad:

La cuestión aparece porque el Estado nacional, al interponer el recurso extraordinario federal ante el fallo de
cámara, niega la posibilidad de realizar el control de constitucionalidad en los procesos de amparo.

Se fundamenta en el art. 2 inc d) de la ley 16.986 que dice así: “La acción de amparo no será admisible cuando:…La
determinación de la eventual invalidez del acto requiriese una mayor amplitud de debate o de prueba o la
declaración de inconstitucionalidad de leyes, decretos u ordenanzas;”.

El Estado nacional pretende que se aplique el artículo porque Peralta buscaba declarar la inconstitucionalidad del
decreto a través de un amparo.

La limitación se funda en la necesidad de impedir que este remedio excepcional pueda generar la falsa creencia de
que cualquier cuestión litigiosa tiene solución por esta vía, o que con él se puede obtener precipitadas declaraciones
de inconstitucionalidad.
Pero como este principio no es absoluto, la Corte señala que cuando las disposiciones de una ley, decreto u
ordenanza resultan claramente violatorias de alguno de los derechos fundamentales, la existencia de reglamentación
no puede ser un obstáculo para que se restablezca de inmediato en la persona el goce de la garantía constitucional
vulnerada.
Este artículo debe ser interpretado como un medio razonable para evitar que la acción de amparo sea utilizada
caprichosamente con el objetivo de obstaculizar la efectiva vigencia de las leyes y reglamentos, pero no como un
medio que impida que se cumplan los fines perseguidos por la misma ley cuando el acto de autoridad arbitrario se
fundamente en normas que resultan palmariamente contrarias al espíritu y a la letra de la CN.

El amparo, instituido pretorianamente aplicando directamente cláusulas constitucionales, y cuya finalidad es


asegurar la efectiva vigencia de la constitución, no puede tener límites legales que impida su finalidad esencial,
cuando es necesario realizar el control de constitucionalidad.
No pueden prevalecer disposiciones de naturaleza procesal por encima de la Constitución Nacional.
La Corte entiende sobre este punto que el mencionado artículo no puede ser entendido de forma absoluta, porque
de ser así se destruiría la esencia del amparo, que tiene como propósito salvaguardar los derechos sustanciales de la
persona reconocidos por la Constitución cuando no existe otro remedio eficaz.
Tal limitación será constitucional en tanto se admita el debate de inconstitucionalidad en el amparo, cuando en el
momento de dictar sentencia se pudiese establecer si las disposiciones impugnadas resultan o no “clara, palmaria o
manifiestamente” violatorias de las garantías constitucionales que el amparo tiende a proteger.

Esta es la doctrina que rige el caso y no la que el Estado nacional reclama. En fallos anteriores, donde la Corte ejercía
su competencia originaria, se aceptó el amparo, porque de otro modo quedarían sin protección los derechos de las
partes que tienen que acudir obligadamente a esta competencia. En ocasiones, resolvió que casos que iniciaron
como amparo se sustanciaran por una vía procesal que permitiese una mayor discusión del asunto. Pero dejó
asentado que bien podría suceder que ese mayor debate fuese innecesario en atención a las circunstancias del caso,
situación en la que el tribunal conocería derechamente en el juicio de amparo. Y además, el tribunal admite como
supuesto por excelencia de su competencia originaria a los casos en los que una provincia es parte y se articula en él
una inconstitucionalidad.

En nuestro caso, los puntos relativos a la competencia del Poder Ejecutivo para dictar Decretos de Necesidad y
Urgencia, puede resolverse sin mayor sustanciación que la producida en esta causa, y por tratarse de una cuestión
de derecho, no requiere producción de prueba. Tampoco la necesitan las demás cuestiones suscitadas en la presente
causa. (Considerando 15°).

Queda entonces justificada la procedencia del examen de constitucionalidad en esta causa.


2. Pasamos a la segunda cuestión. La corte analiza la división de poderes y las circunstancias que rodean al caso
para llegar a la conclusión de que el decreto dictado por el Presidente de la República es válido.

Para declarar la validez del decreto la Corte comienza analizando la división de poderes, principio del
constitucionalismo y de la forma representativa de gobierno.

La división de poderes es un sistema de restricciones a la actividad del poder para garantía de la libertad individual.
Regula la acción de la autoridad para preservar la libertad, atribuyendo a los distintos órganos facultades
determinadas, asegurando una relación de equilibrio. Es una forma de ordenar el poder de la autoridad,
armonizando y equilibrando las fuerzas con frenos y contrapesos, sin que deje de existir entre las distintas esferas
una necesaria coordinación.

Nuestra Constitución reparte competencias y establece medios de control y fiscalización, no busca concentrar en
cada poder un ámbito cerrado de potestades, librado a su plena discreción. Por ejemplo, el PEN no puede alterar el
espíritu de las leyes dictadas por el Congreso, pero sí ejerce facultades reglamentarias sobre ellas, puede presentar
proyectos de ley y vetar los que el Congreso apruebe, entre otros ejemplos de órbitas de poder compartidas.
Entonces la división de poderes no debe interpretarse en el sentido de que cada uno de sus departamentos actúe
aisladamente, debilitando la unidad nacional.

La Corte Suprema hace una interpretación dinámica, flexible y realista de la Constitución. En el considerando 20)
recuerda precedentes donde se ha dicho que “el valor mayor de la Constitución no está en los textos escritos que
adoptó y que antes de ella habían adoptado los ensayos constitucionales que se sucedieron en el país durante
cuarenta años, sin lograr realidad, sino en la obra práctica, realista, que significó encontrar la fórmula que
armonizaba intereses, tradiciones, pasiones contradictorias y belicosas.” Su interpretación debe estar impregnada
de realidad argentina, para que dentro de su elasticidad y generalidad que le impide envejecer con el cambio de
ideas, y perdurar en el tiempo, siga siendo el instrumento de la ordenación política y moral de la Nación.

Las leyes no pueden ser interpretadas sólo históricamente, sin considerar las nuevas condiciones y necesidades de la
comunidad, porque toda ley tiene una visión de futuro, está predestinada a regir hechos posteriores a su sanción. La
Constitución, ley de leyes, tiene la virtualidad necesaria de poder gobernar todas las relaciones jurídicas nacidas en
circunstancias sociales diferentes a las que existían cuando fue sancionada. La interpretación debe ser la que mejor
asegure los grandes objetivos de la Constitución.

No se puede hacer una interpretación estática, porque son normas destinadas a perdurar en el tiempo, regulando la
evolución de la vida nacional. Una interpretación que no acompañe esa evolución, significaría la paralización de la
acción gubernativa y del progreso de la República, poniendo en riesgo la satisfacción de las necesidades más
importantes, incluso la defensa de la Nación.

La cantidad de funciones y ámbitos en que el Estado desarrolla su actividad fue impensable en la época de los
constituyentes. Asegurar la viabilidad de la subsistencia del Estado, bajo la forma republicana de gobierno que
establece, es un interés fundamental. Así contiene reglas concretas para organizar el Estado y asegurar los derechos
individuales y sociales en situaciones imaginables para sus autores, pero ante las situaciones que no pudieron
imaginar, tenemos que recurrir a los principios rectores más profundos.

La CN concede al Presidente de modo directo, diversos poderes EN DETERMINADAS CIRCUNSTANCIAS, que


normalmente requieren de la intervención del Poder Legislativo, como conceder grados superiores del Ejército; para
declarar el estado de sitio en casos de ataque exterior sólo requiere de la conformidad de una de las Cámaras.

En materia económica, los constituyentes se centraron en temas como la obligada participación del P.L. en la
imposición de contribuciones (art 67 inc 2). Pero normas como la del inc 10 del art 67, que otorga al Congreso las
facultades sobre la moneda nacional, no pudieron ser interpretadas por la Corte sin una ADECUACIÓN A LOS
CAMBIOS OPERADOS EN EL TIEMPO, por lo que interpretando de forma armónica las diversas cláusulas, frente a
fenómenos como la depreciación monetaria, DEBIÓ ADMITIR QUE TAL FACULTAD NO ERA EXCLUSIVA DEL
CONGRESO.
En otras ocasiones, la Corte había declarado la validez de decretos emanados del Poder Ejecutivo ratificados por el
congreso, entonces, PUEDE RECONOCERSE LA VALIDEZ CONSTITUCIONAL de una norma como la contenida en el
decreto 36/90, DICTADA POR EL PODER EJECUTIVO.

Hay dos razones para que un decreto del Poder Ejecutivo sea constitucionalmente válido:
1- Que el Congreso Nacional, en ejercicio de sus propios poderes, no tome decisiones diferentes en los puntos de
política económica que haya tomado el Ejecutivo;
2- Que exista una situación de grave riesgo social, que traiga la necesidad de medidas súbitas como las del decreto
en cuestión, que no tendrían eficacia si se arbitrara por otros medios.

El Congreso no tomó decisiones que rechacen lo establecido en el dec. 36/90, cuyo art. 9 pone en conocimiento de
su sanción al legislador. El 28 de octubre de 1990 el Congreso sanciona la ley 23.871 que modifica el IVA y otros
impuestos, y en su artículo 16 “exime de todo tributo las transferencias de títulos públicos originadas en
conversiones obligatorias de activos financieros dispuestas por el Poder Ejecutivo”, y establece que el mencionado
artículo tendrá efecto desde el 28 de diciembre de 1989 inclusive, la misma fecha que tiene en cuenta el decreto
36/90.
Esto implica que el Congreso tuvo conocimiento suficiente de la situación planteada en la causa, sin que haya
rechazado el decreto del Poder Ejecutivo, ni que haya repudiado conductas análogas (en el art 18 de la ley 23.871
ratifica expresamente el decreto 173/90 que derogó la ley 23.667 que establecía un impuesto de emergencia), al
contrario, las ratifica.
Por lo tanto, la primera razón que permite la validez de un Decreto de esta naturaleza, está cumplida porque el
Congreso no rechazó las medidas tomadas por el Presidente.

En cuanto a la eficacia que se busca con medidas de este tipo, hay que tener en cuenta que las violentas
fluctuaciones económicas, financieras y monetarias que afectan la riqueza del país, no fueron desconocidas en el
siglo XIX, pero sí fueron desconocidos los remedios de política económica que la ciencia que estudia ese sector de la
realidad social fue elaborando. Por ejemplo, la efectividad que tiene no preanunciar las decisiones que gobiernan los
problemas de devaluación y todos aquellos en que la deliberación pública de los pormenores técnicos haría
imposible la efectividad de las medidas políticas.
La transparencia de las decisiones públicas que requiere la forma republicana de gobierno puede confrontarse con la
necesidad de preservar la vida misma de la Nación y el Estado. Entonces hay que adaptar los tiempos de esta
transparencia, porque de otro modo, las medidas económicas podrían ser ineficaces.

En el caso que estamos tratando, la eficacia de la medida adoptada, depende de la celeridad con que se la adopte y
ponga en vigencia. Cualquier trascendido o suposición sobre cuál será la próxima medida del gobierno tendrá un
enorme efecto en la actividad económica. Hay momentos en los que la necesidad de un remedio es tan fuerte y se
volvería tan inoperante, si sus pormenores fueran conocidos por los particulares, que usarían de inmediato esas
noticias para perseguir su propio provecho individual, anulando la posibilidad de solucionar los intereses de la
sociedad en su conjunto.

En este sentido la Corte ya había reconocido hace tiempo la existencia de problemas como el del presente caso que
demandan una velocidad particular para que frustrar la solución frente a procesos rápidos y difícilmente
controlables, cuya solución requiere de datos o factores sobre los cuales naturalmente la autoridad administrativa
tiene más información, que obtiene a través del contacto cotidiano e inmediato con la realidad económica y social
del país. Debe reconocerse que en la realidad argentina y universal, por la índole de los problemas y el tipo de
solución que necesitan, no pueden ser debidamente tratados y resueltos con eficacia y rapidez por cuerpos
pluripersonales.
La confrontación de intereses que hacen más tardía la toma de decisiones, las presiones sectoriales que hay sobre
ellas, llevan a que el Presidente, que tiene como función asegurar la paz y el orden social, seriamente amenazados en
el caso, deba adoptar la decisión de elegir las medidas que la realidad reclama con urgencia impostergable.

Esto no le quita la decisión de fondo al Congreso, que puede alterar o coincidir con lo resuelto, pero en tanto no lo
haga, o conociendo la decisión del ejecutivo no lo repudia, no cabe coartar la actuación del Presidente en
cumplimiento de su deber inmediato. (Considerando 29)
Por otra parte, el Congreso, a través de la legislación que regula el funcionamiento del BCRA, delegó en este ente
subordinado al Poder Ejecutivo (Arts 3 y 4 ley 20.539) buena parte de las funciones que la Constitución Nacional le
confió en el art 67 inc 10.
De esta forma, esta entidad autárquica de la Nación, está facultada con carácter exclusivo para la emisión de billetes
y monedas, los que tendrán curso legal en todo el territorio de la República Argentina por el importe expresado en
ellos. Esta decisión es tendencia generalizada de la política monetaria en la mayoría de los Estados, desde el
abandono de hecho y de derecho del patrón oro.

Esta actitud del Poder Legislativo demuestra su decisión de confiar a un organismo dependiente del Poder Ejecutivo
el establecimiento de políticas en una materia de alta complejidad técnica, que requiere decisiones rápidas,
cambiantes y variadas, ajustadas a circunstancias que nacen de la realidad económica, muchas veces ajenas a los
deseos de los gobiernos.

Cuando el Poder Ejecutivo toma medidas en temas que, en lo esencial son de naturaleza monetaria, aunque afecten
de algún modo –como afectan todas las políticas monetarias- el cumplimiento de obligaciones, está cumpliendo con
su misión de proveer al país de una regulación monetaria que el Congreso le ha confiado, delegación razonable
teniendo en cuenta las particularidades de la materia.

Por lo tanto el origen de la norma es constitucional.

3. En tercer lugar toca analizar la admisibilidad de las normas de emergencia. Y 4. Admitidas las normas de
emergencia, la Corte debe analizar si en el caso primaron, por una parte, el aseguramiento de la unión nacional, y
por la otra, las normas que garantizan el derecho de propiedad en los términos de los arts 14, 17 y especialmente
29 de la CN.

Para llegar a la solución la Corte considera de vital importancia la preservación de la unión nacional en el marco de la
promoción del bienestar general en los niveles de lo posible. Recuerda que, en relación al caso, es función del
Presidente la administración general del país, función que vincula deberes y poderes, el Presidente no sólo dispone
de los poderes, sino que hay ocasiones en las que no puede omitir su uso. Dice la Corte que es plan de la
Constitución que el Presidente tenga la responsabilidad de proveer de la manera más inmediata a la continuidad de
la vida del Estado.

También se remarca la importancia de evitar que “las fortunas de los argentinos queden a merced de gobiernos o
persona alguna”. Esto no se impone solo al Congreso y las Legislaturas, sino que guía a todo el Estado. Su
acatamiento no se impone solamente frente a “gobiernos”, sino también frente a “persona alguna”, vocablo que
indica la multitud de actores de la vida nacional y económica, y que hará imprescindible considerar la génesis
perversa de la deuda interna, que el decreto en cuestión enfrenta.

“Constituir la unión nacional” implica asegurar su continuidad y supervivencia, cuando los sucesos amenacen llevar a
la vida en sociedad a la anomia y a la inviabilidad de la vida política organizada, como puede pasar con el descalabro
económico generalizado, los poderes del Estado tienen que actuar para no volver al desorden y a la falta de un
imperio extendido del derecho.

Constituir la unión nacional es una tarea permanente que tiene por problema central hoy (1990, hoy 2020 también)
asegurar la supervivencia de la sociedad argentina. La sanción del decreto en cuestión es un capítulo actual de esa
tarea.

Las exigencias de la vida política de un país son la razón de ser de las constituciones, la vida real, la situación
económica, política y social son la fuente del texto. Dicho esto la Corte pasa a analizar la extensión de las facultades
de los poderes públicos frente a situaciones de emergencia. Aclara que la competencia del Poder Judicial es decidir
sobre la legalidad de estos actos, confrontándolos con la CN, pero no le compete decidir sobre su acierto,
oportunidad o conveniencia.

Como principio, el legislador tiene la facultad de hacer todas las leyes y reglamentos convenientes para poner en
ejercicio los poderes atribuidos al Gobierno de la Nación. Para lograr los fines del Preámbulo, cuenta con las
facultades necesarias para satisfacer los requerimientos de la sociedad, poner fin a los estados de emergencia y
evitar todo lo que ponga en peligro la subsistencia del Estado.
Cuando una situación de crisis o de necesidad pública exige tomar medidas tendientes a salvaguardar los intereses
generales, se puede “sin violar ni suprimir las garantías que protegen los derechos patrimoniales, postergar, dentro
de límites razonables, el cumplimiento de obligaciones emanadas de derechos adquiridos”.

Se trata de hacer posible el ejercicio de facultades indispensables para armonizar los derechos y garantías
individuales con las conveniencias generales, impidiendo que los derechos amparados por esas garantías, además de
correr el riesgo de convertirse en ilusorios por un proceso de desarticulación de la economía estatal, puedan
alcanzar un grado de perturbación social acumulada que dañe la comunidad nacional.

Corresponde a los poderes del Estado proveer todo lo conducente a la prosperidad del país y al bienestar de sus
habitantes, lo que significa atender a la conservación del sistema político y del orden económico, sin los cuales no
podría subsistir la organización jurídica sobre la que reposan los derechos y garantías individuales. Para que los
derechos y garantías individuales se hagan realidad, es esencial la subsistencia del Estado, de su estructura jurídica y
su ordenamiento económico y político. Su existencia hace posible el disfrute de los derechos de la libertad y del
patrimonio que asegura la Constitución.
Cuando por razones de necesidad, sanciona una norma que no priva a los particulares de los beneficios
patrimoniales legítimamente reconocidos ni les niega su propiedad y sólo limita temporalmente la percepción de
tales beneficios o restringe el uso que puede hacerse de esa propiedad, no hay violación del art. 17 de la Constitución
Nacional, sino una limitación impuesta por la necesidad de atenuar o superar una situación de crisis. En el sistema
constitucional argentino no hay derechos absolutos y todos están subordinados a las leyes que reglamentan su
ejercicio. (Considerando 38).

Las leyes de emergencia se fundamentan en la necesidad de poner fin o remediar situaciones graves que obligan a
intervenir en el orden patrimonial, fijando plazos, concediendo esperas, como una forma de hacer posible el
cumplimiento de las obligaciones, y al mismo tiempo atenuar su incidencia negativa sobre el orden económico e
institucional y la sociedad en su conjunto. (Considerando 39)

La corte cita el dictamen del procurador general Horacio R. Larreta del 6/9/34 donde enumera los cuatro requisitos
que debe cumplir una ley de emergencia para que esté justificada, y que ya habían sido mencionados por el Chief
Justice Hughues en Home Building v Blaisdell (EEUU):
1) Que exista una situación de emergencia que imponga al Estado el deber de amparar los intereses vitales de la
comunidad;
2) Que la ley tenga como finalidad legítima, proteger los intereses generales de la sociedad y no a determinados
individuos;
3) Que la moratoria sea razonable, acordando un alivio justificado por las circunstancias;
4) Que su duración sea temporal y limitada al plazo indispensable para que desaparezcan las causas que hicieron
necesaria la moratoria.

El presidente de la Suprema Corte estadounidense en el fallo citado, fundamenta: “Si el Estado tiene poder para
suspender temporalmente la aplicación de los contratos en presencia de desastres debidos a causas físicas, como
terremotos, ese poder también existe cuando una urgente necesidad pública que requiere el alivio es producida por
causas de otra índole, como las económicas.
No solo se invocan en los contratos las leyes existentes a fin de fijar las obligaciones entre las partes, sino que se
introducen en ellos también las reservas de facultades esenciales del poder soberano, como postulados del orden
legal. El criterio de proteger a los contratos contra su invalidación, presupone el mantenimiento de un gobierno que
hace valer las obligaciones contractuales. Dicho gobierno debe retener la autoridad adecuada para asegurar la paz y
el buen orden de la sociedad.

Nuestra Corte continúa exponiendo argumentos del fallo norteamericano: “Ha crecido la valorización de las
necesidades públicas y la necesidad de encontrar un equilibrio razonable entre los derechos individuales y el
bienestar público. Hay una creciente utilización de la organización social, con el objeto de proteger las bases mismas
de la actividad individual.
En tiempos pasados se pensaba que sólo estaban comprometidos los negocios de los individuos o de las clases
sociales y que los del Estado apenas estaban remotamente rozados, después se encontró que los intereses
fundamentales del Estado estaban directamente afectados; y que la cuestión ya no es más solamente la de un
contratante contra otro, sino del uso de los medios razonables para salvaguardar la estructura económica sobre la
cual reposa el bienestar de todos.
La reserva de un uso razonable del poder del Estado está contenida en todos los contratos.

Tanto en el derecho de nuestro país como en el de Estados Unidos, se reconoce la constitucionalidad de las leyes
que suspenden temporalmente los efectos de los contratos libremente convenidos por las partes, siempre que no se
altere su substancia, a fin de proteger el interés público en presencia de desastres o graves perturbaciones de
carácter físico, económico o de otra índole.

La situación extraordinaria que atraviesa el orden económico social, la pobreza, escasez, penuria e indigencia que
existe, origina un estado de necesidad al que hay que ponerle fin. Sus consecuencias sobre el Estado y la sociedad,
que influyen sobre la subsistencia misma de la organización jurídica y política, autoriza al Estado a restringir el
ejercicio normal de algunos derechos patrimoniales tutelados por la Constitución.
Su restricción debe ser razonable, limitada en el tiempo, un remedio y no una mutación en la esencia del derecho
adquirido por sentencia o contrato, y está sometida al control judicial de constitucionalidad, porque la situación de
emergencia, a diferencia del estado de sitio, no suspende las garantías constitucionales. (Considerando 43).

Se admite la constitucionalidad de las leyes de emergencia que restringen temporalmente el momento de ejecución
del contrato o la sentencia, manteniendo incólume y en su integridad la sustancia de los mismos, así como la de los
derechos y obligaciones que crean o declaren, a fin de proteger el interés público ante desastres o graves
perturbaciones de carácter físico, económico o de otra índole.
En estos casos el Gobierno tiene la facultad de sancionar las leyes que considere conveniente, con el límite de que
sean razonables, y no desconozcan las garantías o restricciones que contiene la CN, y tales restricciones no deben
trabar el ejercicio eficaz de los poderes del Estado, porque acontecimientos extraordinarios justifican remedios
extraordinarios.
En tiempos de graves trastornos económicos-sociales, el mayor peligro que existe sobre la seguridad jurídica no es el
comparativamente pequeño que deriva de una transitoria postergación de las más estrictas legales, sino el que
sobrevendría si se los mantuviera con absoluta rigidez, por cuanto ellos, que han sido aptos para épocas de
normalidad, suelen no ser políticas eficientes frente a la crisis.

En nuestro país, el ejercicio del poder público sobre personas y bienes tiende a protección no sólo de la seguridad, la
moralidad y la salubridad, sino que se extiende al ámbito económico y social para lograr el bienestar general. Ningún
derecho reconocido por la Constitución es absoluto, la limitación de los derechos individuales es una necesidad
derivada de la convivencia social. Se trata de regular a través de la ley los derechos constitucionales, su uso y
disposición, en armonía con los intereses de la sociedad.

En momentos de perturbación social y económica, es posible el ejercicio del poder del Estado en forma más enérgica
que la admisible en períodos de normalidad. Esta regulación excepcional es de carácter transitorio.
Además, la situación de emergencia debe ser definida por el Congreso, circunstancia que en el caso que estamos
tratando aparece cumplida mediante las leyes 23.697 y 23.697, leyes de emergencia administrativa y económica
respectivamente.
El carácter temporal de las leyes de emergencia no puede ser fijado de antemano en un número preciso de años o
de meses, entonces razonablemente, la emergencia dura todo el tiempo que duran las causas que la han originado.
El prolongado lapso de gestación de la deuda argentina hace que su solución no pueda pasar solamente por medidas
calificables como de emergencia.

El derecho de emergencia no nace fuera de la Constitución, sino dentro de ella. La Constitución establece el goce de
derechos a todos los habitantes, agregando que tal goce se hará conforme a las leyes que reglamenten su ejercicio
(art 14) sin desnaturalizarlos (art 28), y se refiere a la unión nacional, a la forma de gobierno, y se proyecta para
nuestra posteridad, o sea, crea una organización nacional que es tan esencial como los derechos particulares, y que a
la vez la efectiva seguridad de estos derechos depende de la organización nacional.
Entonces en la Constitución hay derechos y proyectos de alcance diferente. Los jueces deben determinar la
legitimidad de la extensión que se les haya dado en cada caso. El análisis no se limita al ejercicio del poder de policía,
sino que se debe hacer un juicio axiológico donde se involucran los diversos principios constitucionales y debe
resolverse atendiendo a las circunstancias de la causa.

En lo que interesa a nuestro caso, el decreto en cuestión cumple con los requisitos relacionados al carácter de
emergencia de la legislación. Las normas impugnadas están destinadas a terminar con la grave situación económica
que afectó al sistema financiero argentino. No hay que dejar de señalar el perverso mecanismo que generó la
desmesurada y creciente deuda interna argentina, que el decreto buscó remediar.
Este mecanismo, a través de un proceso que se alimentaba a sí mismo, mantenía a la sociedad entera en el
estancamiento o el empeoramiento económico. Era evidente la necesidad de alguna acción de gobierno al respecto,
la obligación de la autoridad pública de buscar la solución. La Corte no debe juzgar cuál debió ser tal remedio, sólo
debe constatar su necesidad y razonabilidad. La necesidad está debidamente fundada, la razonabilidad también,
porque los medios arbitrados no parecen desmedidos en relación a la finalidad que persigue, ni son novedosos (en
1876 se tomaron medidas similares, considerando 49).

Los objetivos del dec. 36/90 fueron: a) cortar abruptamente el proceso inflacionario que desgarra a la sociedad; b)
inducir a la baja primero y luego a la estabilización del precio del dólar y de todos los bienes de la economía; c)
recuperar el valor adquisitivo de la moneda nacional; y d) que las entidades financieras honren sus obligaciones en
australes a plazo fijo mediante la entrega de Bonex 1989.
El decreto y las comunicaciones del BCRA fueron dictados en el contexto de una situación crítica que dio lugar a las
leyes 23.696 y 23.697. En lo sustancial, el decreto ordenó que las imposiciones que excediesen d determinada
cantidad fuesen abonadas con los títulos de la deuda pública denominados “bonos externos, serie 1989”.

Al disponer ese medio de pago se produjo una fuerte reprogramación de vencimientos, no necesariamente una
“quita”. Para que reclamos como este tipo prosperen, es necesario demostrar el gravamen concretamente sufrido, o
sea, que el valor adquisitivo de las sumas convertidas, resulta inferior al que correspondería a la suma que tenía
derecho originalmente Peralta de haberse mantenido la inflación en valores similares a los que había en la época del
nacimiento del crédito.
Hay que tener en cuenta que el decreto por el que dicen resultar afectados los actores, fue dictado por el poder
público teniendo en cuenta el rol que cumplían esos derechos personales en el mecanismo existente en la economía
argentina, y que era pública y notoriamente negativo y perjudicial para la sociedad en su conjunto.
La Corte exige como requisito común del recurso judicial el “gravamen”, en este caso hay dos dimensiones
temporales: la inmediata, donde los actores cobraron tipos y cantidades de valores diferentes a las previstas, lo que
en esa duración pudo afectar sus intereses; y una dimensión mayor, donde incide el potencial beneficio de la
sociedad y de todos y cada uno de sus miembros.
El tribunal se pregunta que beneficio hubieran obtenido los actores si se hubieran llevado sus australes en ese
proceso inflacionario. Responde que no se puede dimensionar claramente la afección de los intereses de las partes
ni cual sería su situación si se permitía retirar la cantidad completa en australes.

Por otra parte, si hubiere una disminución en los créditos presuntamente afectados, sería un efecto típico derivado
de cualquier devaluación o medida similar. Las devaluaciones o actos similares no generan responsabilidad estatal.

En definitiva, las medidas adoptadas por el gobierno no menoscaban la propiedad protegida por el artículo 17 de la
CN, porque el decreto fue sancionado por razones de necesidad, no privó a los particulares de los beneficios
patrimoniales ni les niega su propiedad, sólo limita temporalmente la percepción de los beneficios o restringe el uso
que puede hacerse de esa propiedad. La limitación fue impuesta por la necesidad de atenuar o superar una situación
de crisis que, también está destinada a proteger los derechos que decían afectados, porque corrían el riesgo de
convertirse en ilusorios por un proceso de destrucción del sistema económico y financiero.

5. Por último, la Corte analiza si es razonable y si afecta la garantía de igualdad

La garantía de igualdad ante la ley consiste en dar un trato legal igualitario a queines se hallan en una razonable
igualdad de circunstancias, la garantía no impide que el legislador contemple en forma distinta situaciones que
considere diferentes, mientras que dichas distinciones no se formulen con criterios arbitrarios, de indebido favor o
disfavor, privilegio o inferioridad personal o de clase, o de ilegitima persecución.

En el caso no se vulneró el principio de igualdad ante la ley, la situación es análoga en sus efectos a una devaluación.
Estas medidas, siempre afectan no sólo a los bienes de la generalidad de los individuos, sino que también tiene
consecuencias positivas o negativas, sobre los intereses de los diferentes sectores de la sociedad, importadores y
exportadores, productores primarios e industriales, rentistas y asalariados, se ven favorecidos los unons en medida
similar en la que se perjudican los otros.
Estas medidas son correlato casi inevitable de muchas medidas de gobierno. El sector en principio perjudicado en
este caso- en principio porque es incierta la realidad y entidad final del perjuicio aducido- no fue irrazonablemente
elegido por dos razones: una técnica, porque el remedio elegido debía pasar ineludiblemente por ese tipo de
depósitos bancarios; otra, patrimonial, porque la imposición de tales depósitos y a partir de la cantidad propuesta,
afecta a la generalidad de los casos de una cierta capacidad económica. En definitiva, no hay una distinción basada
en criterios arbitrarios.

De toooodo lo expuesto surge la validez de los poderes ejercidos por el legislador y la razonabilidad de su ejercicio. El
mérito, oportunidad o conveniencia de su decisión no es tema que competa al Poder Judicial.

Para terminar la Corte dice que entiende la lamentable situación en la que puedan estar muchos de los afectados,
pero que si hay alguna solución, debe buscarse en el porvenir y no pretender extraerla del pasado exigiendo ante
cualquier evento derechos antes reconocidos.

Se declara procedente el recurso extraordinario, se deja sin efecto la sentencia apelada y se rechaza la demanda.

Ultra resumen:
El dictado del decreto por parte del Presidente es válido, por la necesidad imperiosa de tomar medidas urgentes y
porque el Congreso ya había delegado estas funciones en el BCRA que depende del Poder Ejecutivo.
Las normas de emergencia son admitidas hace muchos años por la Corte y la doctrina, en este caso también.
En el caso se confrontó la necesidad de unión nacional y subsistencia del Estado con el derecho de propiedad, la
limitación que sufrió la propiedad con el decreto es constitucionalmente válida por la situación de emergencia y
porque no se destruyó su esencia.
La norma es razonable porque guarda relación con sus fines, es adecuada a las peculiaridades de la materia
económica y no afecta el principio de igualdad ante la ley.

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