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Las feministas han diferido en algunos casos sobre lo que es malo y sobre
lo que se necesita para mejorar las cosas; pero todas concuerdan en que las
circunstancias de las mujeres son a menudo injustas y que la ley y la acción
política pueden hacerlas más justas. MacKinnon, quien describe la jerarquía y la
subordinación como endémicas de toda nuestra cultura, también está
comprometida y es cautelosamente optimista sobre el cambio a través de la ley:
la ley nacional de violación y acoso sexual y el derecho internacional de los
derechos humanos. Incluso Nancy Chodorow, quien, en “The Reproduction of
Mothering”, ofreció una versión deprimente de la replicación de las categorías
opresivas de género en la crianza de los hijos, argumentó que esta situación
podría cambiar. Los hombres y las mujeres podrían decidir, comprendiendo las
consecuencias infelices de estos hábitos, que en adelante harán las cosas de
manera diferente; y los cambios en las leyes e instituciones pueden ayudar en
tales decisiones.
En los Estados Unidos, sin embargo, las cosas han cambiado. Se observa
una tendencia nueva e inquietante. No es solo que la teoría feminista presta
relativamente poca atención a las luchas de las mujeres fuera de los Estados
Unidos (esta fue siempre una característica desalentadora incluso de gran parte
del mejor trabajo del período anterior). Algo más insidioso que el provincialismo
está ocurriendo en la academia estadounidense. Es el giro desde el lado material
de la vida, hacia un tipo de política verbal y simbólica que apenas tiene una vaga
conexión con la situación real de las mujeres reales.
Las pensadoras feministas del este nuevo tipo “simbólico” parecen creer
que la forma de hacer política feminista es usar las palabras “de manera
subversiva”, como exponen en publicaciones académicas oscuras y con un
elevado nivel de abstracción. Parecen creer que estos gestos simbólicos son en
sí mismos una forma de resistencia política; y, por lo tanto, no es necesario
comprometerse con cosas indignas como los cambios legislativos y los
movimientos sociales.
Sin embargo, Butler afirma que podemos crear categorías que, en cierto
sentido, son nuevas. Su idea más conocida, su concepción de la política como
una actuación paródica, nace del sentido de una libertad (estrictamente limitada)
que proviene del reconocimiento de que las ideas de género que cada una/o
tiene han sido moldeadas por fuerzas sociales más que biológicas. Estamos
condenados a la repetición de las estructuras de poder en las que nacemos, pero
al menos podemos burlarnos de ellas; y una forma de burlarse son los ataques
subversivos a las normas originales.
La idea del género como actuación es la idea más famosa de Butler, por
lo que vale la pena detenerse para analizarla más de cerca. Ella introdujo la
noción intuitivamente, en “El género en disputa”, sin invocar precedentes
teóricos. Más tarde, negó haberse referido a una actuación cuasi-teatral y, en
cambio, asoció su noción al relato de Austin sobre los actos de habla de “Cómo
hacer cosas con palabras”. La categoría lingüística de Austin de
"performatividad" es una categoría de expresiones lingüísticas que funcionan, en
sí mismas, como acciones más que como afirmaciones. Cuando (en
circunstancias sociales apropiadas) digo "Apuesto diez dólares", o "Lo siento", o
"Sí, quiero" (en una ceremonia de matrimonio), o "Nombro este barco...", no
estoy informando sobre una apuesta o una disculpa o un matrimonio o una
ceremonia de nombramiento: estoy llevando a cabo un acto.
Me gustaría verla defender con claridad las formas más fuertes de tal
punto de vista, y decir, claramente y sin jerga, exactamente por qué defiende
esto y en qué puntos rechaza esta idea. También me gustaría escucharla hablar
sobre bebés reales, que parecen manifestar una estructura de lucha que influye
desde el principio en su recepción de formas culturales.
Ahora que lo pienso, la justicia, entendida como una virtud personal, tiene
exactamente la estructura de género en el análisis butleriano: no es innata o
"natural", es producida por actuaciones repetidas (o como dijo Aristóteles, lo
aprendemos por hacerlo), da forma a nuestras inclinaciones y obliga a la
represión de algunos de ellos. Estas representaciones rituales, y sus represiones
asociadas, se hacen cumplir mediante acuerdos de poder social, como
descubren rápidamente los niños que no compartirán en el patio de recreo.
Además, la subversión paródica de la justicia es omnipresente en la política,
como en la vida personal. Pero hay una diferencia importante. En general, no
nos gustan estas actuaciones subversivas, y creemos que los jóvenes deberían
ser fuertemente desalentados de ver las normas de justicia bajo una luz tan
cínica.
Con esto, Butler parece decir que si el delito se recoge en el sistema legal,
habrá menos ocasiones para protestar informalmente; y también, quizás, que si
el delito se vuelve más raro debido a su ilegalidad tendremos menos
oportunidades para protestar por su presencia. Bueno, sí. La ley cierra esos
espacios. El discurso de odio y la pornografía son temas extremadamente
complicados en los que las feministas pueden diferir razonablemente (sin
embargo, una debe expresar las opiniones en conflicto con precisión: la
explicación de Butler de MacKinnon es menos que cuidadosa, afirmando que
MacKinnon apoya las "ordenanzas contra la pornografía" y sugiriendo que, a
pesar de la negación explícita de MacKinnon, implican una forma de censura. En
ninguna parte Butler menciona que lo que MacKinnon realmente apoya es una
acción de daño civil en la que mujeres particulares dañadas por la pornografía
pueden demandar a sus creadores y sus distribuidores).
Butler sugiere a sus lectoras que este juego en el status quo es el único
guión de resistencia que ofrece la vida. En realidad la vida, además de ofrecer
muchas otras formas de ser humano, más allá de las normas tradicionales de
dominación y sumisión, nos ofrece muchos guiones para la resistencia que no
se centran de modo narcisita en el acicalamiento personal. Tales guiones
involucran a las feministas (y a otras, por supuesto) en la construcción de leyes
e instituciones, sin que tengamos que preocuparnos mucho de cómo una mujer
muestra su propio cuerpo y la apariencia de género: en resumen, implican
trabajar para acabar con el sufrimiento.