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Del psicoanálisis a la psicología social. Un pasaje necesario


Ana P. de Quiroga 2

Lo que expondré hoy, lo que quisiera compartir con ustedes es, en parte, la trayectoria
de un pensamiento, la elaboración de una concepción en psicología.

Esta concepción es una construcción realizada en común, desde la práctica y la


conceptualización, y tiene su origen en el pensamiento de Enrique Pichon-Rivière.
Fue él quien hizo ese tránsito, ese pasaje del psicoanálisis, a lo que denominó,
polémicamente, psicología social. Digo polémicamente, porque Pichon no apuntaba con
esta denominación a demarcar un territorio de fenómenos a analizar, por ejemplo: los
grupos, las instituciones, los fenómenos de masa, aunque esos procesos fueran también
inherentes a ese análisis.
Pichon, con lo que él llamó psicología social, propone una nueva problemática en la que
situar la pregunta por la vida psíquica, un posicionamiento o lugar teórico desde donde
pensar al sujeto definido como esencialmente social así como a su universo de
experiencia.

Para fundamentar esa redefinición y reconstruir ese pasaje plantearé algunos


conceptos que hoy sustentan nuestro marco conceptual y tienen centralidad en él,
para ir luego a las prácticas e interrogantes que dieron lugar a la génesis del mismo.
¿Qué es hoy, para nosotros, discípulos de Pichon, la psicología social? ¿Qué indagamos,
en qué campo operamos?.
En principio, entendemos que nos concierne un objeto de gran complejidad, ya que no
se trata de “un objeto” sino de una multiplicidad de procesos y relaciones que se
determinan y afectan recíprocamente.

Hace a la especificidad de la psicología social el análisis de una relación, a la que


caracterizamos como dialéctica y fundante: la que se da entre el orden socio-histórico y
la configuración y desarrollo de la subjetividad, así como las mediaciones que la
efectivizan.
Esta relación, en tanto dialéctica, es de determinación y afectación recíproca, ya que el
orden social es condición de existencia del sujeto, condición de existencia de lo humano
y, a la vez, ese orden es un sistema de relaciones objetivas y necesarias entre sujetos.
Es impensable el uno sin el otro, se reenvían recíprocamente.

Esta investigación requiere el estudio de las relaciones sociales que gestan ese orden, las
instituciones y las prácticas que expresan esas relaciones y emergen en ellas, las formas
de pensamiento socialmente compartido.
Cuando hablo de formas sociales de pensamiento me refiero a un horizonte conceptual y
de representaciones, aludo tanto a la ciencia como a las ideologías, representaciones
sociales y mitos que recorren esa estructura e interpretan la experiencia de los sujetos
de la misma.

El análisis de esa complejísima relación exige también indagar las formas de organización
que se dan los hombres en ese orden particular, sus modalidades de vinculación y
agrupación, así como sus formas comunicacionales.

1
Conferencia pública impartida en Madrid, el 23 de noviembre de 2007, organizada por la
Asociación para el Estudio de Temas Grupales, Psicosociales e Institucionales.
2
Ana P. de Quiroga es directora de la Primea Escuela Privada de Psicología Social, fundada
por el Dr. Enrique Pichon-Rivière. Buenos Aires. Rep. Argentina.
Esta complejidad cuasi infinita, compartida como campo de indagación con distintas
ciencias sociales, cuyo aporte recogemos, es abordada desde una perspectiva que a
nuestro entender nos da especificidad en tanto disciplina:
nos interrogamos acerca de cómo operan esas relaciones en la génesis y desarrollo del
sujeto. Sujeto del que la identidad (como integración y continuidad del ser, como
interjuego necesario entre permanencia y cambio, entre multiplicidad y unidad) es rasgo
fundamental.

Serán investigados entonces los distintos mecanismos e instancias que cumplen una
función de mediación, articuladoras entre lo socio-histórico y el psiquismo.
Jerarquizamos entre esos mecanismos el de identificación, internalización, comunicación
y aprendizaje. Consideramos instancias de articulación, fundamentales en la constitución
subjetiva, el vinculo y el grupo, en tanto estructuras en movimiento, omnipresentes en la
experiencia del sujeto.
Pero al tratarse de una relación dialéctica, hace a la pertinencia de la psicología social el
estudio de las modalidades con las que los sujetos producen, desarrollan, sostienen o
transforman esas relaciones sociales, las instituciones, las formas de organización,
representación y comunicación, sus modalidades vinculares y de grupalidad.

Indagamos esa multiforme dialéctica sujeto –mundo teniendo en cuenta que


investigamos a seres concretos, productores e instituyentes de un orden social, material
y simbólico, que a su vez los alberga, constituye y produce. Se afirma así la identidad
de la psicología social como critica de la vida cotidiana, entendiendo a esta como el
análisis científico de los mecanismos por los que cada orden socio-histórico organiza
materialmente la relación fundante entre necesidades y posibilidades de satisfacción y
otorga significación a los sujetos, sus relaciones y sus experiencias.

Sin este análisis, que permite interpelar a los procesos sociales desde un criterio de
salud, sustentado en una concepción de sujeto, se nos escaparía el sentido de los
acontecimientos aparentemente más banales de una conducta, de las vicisitudes
vinculares o de las formas de la grupalidad. Haríamos técnica sin ciencia.

Esta concepción de sujeto, fundamento de lo que llamamos psicología social, y elaborada


por Pichon, lo caracteriza como “ser de necesidades, que solo se satisfacen socialmente
en relaciones que lo determinan.
El sujeto no es solo un sujeto relacionado, es sujeto producido en una praxis, nada hay
en el que no sea la resultante de la interrelación entre individuos, grupos y clases”.

Al decir praxis, señalamos que el hombre por su condición primordial de ser de


necesidades, se constituye en su subjetividad, en su dimensión psíquica y social, en por y
a través de una actividad transformadora de sí y de la realidad.
En tanto configurado y determinado en y por una red relacional, es sujeto producido, en
el sentido de emergente de procesos sociales, institucionales y vinculares, de los que es
síntesis. Es situacional y punto de llegada -en cada aquí y ahora- de una trayectoria
social, familiar y personal.

Hemos dicho que hace a su existencia, la condición básica de ser de necesidades. Es


por ello sujeto del hacer, del conocimiento. Hace a su esencia -como hemos dicho- ser el
productor de su vida material, lo que lo define como sujeto de la historia, creador del
orden social y del universo simbólico que es su escenario.

En consecuencia, si las relaciones sociales hacen, desde sus inicios, a la esencia de lo


subjetivo, a su causalidad interna, podemos decir que tanto en su forma como en su
existencia no tienen, respecto de los procesos psíquicos, una relación secundaria,
azarosa y de exterioridad, sino de interioridad y compleja determinación.
Al analizar la interrelación entre causas internas y condiciones externas, entendemos que
no resulta pertinente hablar de un afuera social, contexto de un adentro psíquico, aun
cuando esto pueda corresponderse con una vivencia de “frontera”(lo que nos remite a
otra cuestión, la de la diferenciación yo-no yo, del límite y de la identidad).
Desde la perspectiva planteada, en el interjuego sujeto –mundo lo externo se hace
interno, y este a su vez se transforma en su opuesto, ya que lo interno se externaliza.

Estamos con lo dicho, en el núcleo de la relación entre intrasubjetividad e


intersubjetividad, uno de los ejes del pensamiento de Pichón.

Insisto en el carácter de ser complejo que reviste el sujeto. La comprensión dialéctica de


su unidad y multiplicidad permite distinguir la especificidad de aspectos o instancias
de lo subjetivo, reconocer su interpenetración reciproca y no fragmentar esa unidad
compleja en supuestas entidades ontológica y epistemológicamente autónomas, tales
como un sujeto social que sea otro que el sujeto del inconsciente o el sujeto del grupo.

Esta concepción de sujeto que fundamenta a la psicología social pichoniana tiene


implicancias en la elaboración del criterio de salud que orienta nuestra tarea.

Al afirmar que el hombre es esencialmente ser-en el mundo, en relación dialéctica con él,
y al caracterizar al psiquismo como sistema abierto al mundo desde su inicio,
constituyéndose en y por su ser, en un universo material, social, vincular, estamos
planteando implícitamente hipótesis acerca de la contradicción salud- enfermedad.
Intentaremos establecer los términos en que se despliega esta problemática.
Como hemos señalado, nuestra reflexión concierne al sujeto de la praxis, sujeto de una
relación de reciproca determinación y transformación con una realidad que lo trasciende
y la que a su vez modifica y produce. La elaboración de un criterio de salud requiere el
análisis de las formas concretas que toma la relación sujeto-mundo. Por ello
indagaremos en los dos polos de esa relación.
Ello implica estudiar las posibilidades del sujeto de realizar una acción transformadora,
una adaptación activa a la realidad, que tenga en cuenta necesidades, condiciones
concretas y potencialidades.
Investigaremos también la flexibilidad o rigidización de la relación mundo interno-mundo
externo, nos preguntaremos por su capacidad de insight, de un conocimiento de sí en
situación, en el universo de experiencia y significación en la que se desarrolla su
existencia.
Esto requiere el análisis de sus vínculos, su conducta, su hacer y representación del
mundo así como indagar el grado de plasticidad y operatividad de lo que Pichon llamo
técnicas del yo, que permiten el encuentro dialéctico e instrumental entre el sujeto y el
mundo, recursos subjetivos que están al servicio del aprendizaje en tanto aprehensión
de la realidad.

Esta aprehensión permite, en un proceso, la elaboración de una visión progresivamente


integradora de hechos y relaciones, superar escotomas, descubrir nuevas articulaciones,
así como reconocer quiebres, vacíos y ausencias, tanto como formas hasta allí
desconocidas de presencia. En síntesis, nos preguntamos por su creatividad, como
potencialidad de recorrer caminos alternativos, de apertura al cambio, con trabajo de
duelo por lo que se pierde y gestación de proyectos.

Sin embargo, no será solo el sujeto el interpelado. Focalizar esa relación exige analizar
el escenario de experiencia en el que debe posicionarse ese sujeto. Nos interrogaremos
por la apoyatura que ofrecen, en ese orden social, aquellas relaciones que lo fundan,
investigaremos si las instituciones, grupos y formas vinculares en ese orden concreto
constituyen dominantemente espacios de sostén o de padecimiento, qué destino tienen
en ellos las necesidades de los sujetos, hasta qué punto son reconocidas o desconocidas,
valorizadas, negadas o descalificadas.
Nos preguntamos, en síntesis, si ese orden favorece el aprendizaje, la relación de
reciproca transformación, o por el contrario la obtura, tendiendo a instalar el estereotipo
o distintas modalidades de pasividad, gestando o ahondando fracturas entre sujeto y
realidad.

El criterio de salud que hemos esbozado, la concepción de sujeto, y el análisis critico de


la cotidianidad han guiado, en los últimos años nuestra inserción en términos de análisis
e intervención en la salud mental, a la que entendemos como construcción social.

Muchos de estos conceptos, que desarrollan la concepción pichoniana, han emergido en


una práctica que debe desplegarse en un mundo en el que, como lo informa la OMS con
estadísticas contundentes, crecen en forma exponencial patologías como la depresión, los
trastornos alimentarios, el pánico y la ansiedad, las adicciones, la violencia ciega y
criminal, las distintas modalidades de sobreadaptación y formas de subjetividad en que
todo es banalizado: los vínculos, el propio destino, la propia existencia.

Un horizonte social de amenaza, impuesto por un nuevo orden mundial y vehiculizado


desde sus instituciones, ha sumido a millones de seres humanos en el terror de
inexistencia, en situaciones de insignificancia, lo que implican un sufrimiento permanente
y a veces inenarrable.
La ruptura de los lazos solidarios y el debilitamiento de las identificaciones son algunos
de los rasgos de una cotidianidad, en la que el otro, lo otro, aparece como peligroso,
como rival a excluir o destruir. El autocentramiento, el encierro en la propia piel y los
propios pensamientos, el individualismo exacerbado, la fragmentación social y subjetiva,
las distintas formas de fundamentalismo, expresan las condiciones de existencia en que
encaramos la lucha contra el padecimiento, en una construcción compartida de salud. No
podemos dejar de ver que también a estos movimientos de destrucción se le oponen
conductas de oposición y transformación de lo hegemónico.
Ha sido ese posicionamiento el que nos ha permitido comprender y operar con cierto
grado de eficacia, en las penosas condiciones de crisis generalizada, de emergencia social
y su impacto subjetivo por las que ha atravesado recientemente nuestro país. Crisis que
emerge con modalidades particulares en distintos lugares del mundo.
Lo expuesto hasta aquí remite a lo actual y en algunas cuestiones centrales, a los puntos
de llegada de Pichón que resultaron para nosotros, sus discípulos, punto de partida.

Al iniciar esta charla he hecho referencia a una historia, a un pasaje y a un autor ¿cómo
llegó Pichon a la elaboración de este marco teórico? ¿Por qué ese tránsito del
psicoanálisis a la psicología social?

Pichon, nacido en Ginebra en 1907, de familia francesa, se radica en la Argentina en los


inicios de la segunda década del siglo xx.
Psiquiatra y neurólogo, su vocación médica estuvo marcada siempre por una inquietud,
de la que nos habla en el prólogo de su obra Del psicoanálisis a la psicología social: “la
trayectoria de mi tarea podría ser definida como la indagación de la estructura y sentido
de la conducta, en la que emergió el descubrimiento de su índole social”. En otros textos
afirma que “siempre he querido saber del hombre y en particular saber de su tristeza.
Creo que no he hecho más que indagar el papel de la melancolía en la psiquis humana”.

En esa búsqueda Pichon encuentra, desde muy joven, y en contraste con el desierto de
saberes que era entonces la psiquiatría, una clave de comprensión de la enfermedad
mental. Más aún, del psiquismo humano: el psicoanálisis.

Recoge como referentes fundamentales tres conceptos freudianos: el del interjuego entre
procesos conscientes e inconscientes, el de conflicto psíquico y el del sentido del síntoma,
que ubica lo aparentemente inexplicable y sin sentido, en la historia particular del sujeto.
Funda la APA a la que preside varias veces y es difusor y formador de psicoanalistas en
distintos países de Latinoamérica.
Su práctica se desarrolla en la institución manicomial, que tan magistralmente analiza
Foucault, así como en clínicas y en su propia consulta privada.
Por una rica experiencia personal, por ese investigar la conducta en sus múltiples
manifestaciones, Pichon era particularmente sensible a la relación contexto-sujeto. Y en
el campo de la enferme mental varios hechos lo conducen a recortar lo que en ese
momento se llamaba “factor ambiental”. Por ejemplo, percibe que los pacientes que por
condiciones económicas podían gozar de mayor privacidad, tenían mayor tendencia a la
cronicidad en el aislamiento interno que los que necesariamente, por convivencia,
interaccionaban. Al trabajar con el retardo mental, discierne dos tipos de patologías: la
oligofrenia, con clara base orgánica y la oligotímia, en que dicha base no era registrable y
en la que los niños con ese trastorno del aprendizaje solían pertenecer a familias que
ejercían sobre ellos una permanente sobreprotección, que no favorecía la experiencia
autónoma, y desde allí el aprender.
A la vez, la población del hospicio estaba constituida, en su gran mayoría, por migrantes
internos y externos que no habían podido construir en su nuevo habitat un sostén
afectivo, y la soledad actual potenciaba el obstáculo para elaborar la perdida de su
habitat, de sus vínculos. En ellos se había congelado, defensivamente, el interjuego
mundo interno-mundo externo.
Estos eran indicios, interrogantes presentes para una línea de investigación. Pero en la
década de los ´40 Pichon es nombrado jefe del servicio de admisión del hospital, lo que
le sitúa en el centro de la situación de urgencia psiquiátrica.
Urgencia psiquiátrica. Crisis. ¿Cómo llega el paciente a la internación?. Fondo-figura, la
familia. Aborda al paciente desde su enfoque psicoanalítico y lo que es un hecho dado,
natural en la internación, en la urgencia, lo transforma en instrumento, dispositivo o
encuadre.
El grupo familiar en el que un integrante se psicotiza esta en crisis. Indagando la
situación, escuchando el discurso, se descubre que esa crisis tiene una historicidad, a
veces transgeneracional, ligada a situaciones de duelo no elaboradas.
¿Qué nos muestra un grupo familiar en esa situación? Alteraciones de la mutua
representación interna, de la inscripción reciproca, lo que implica alteraciones en el
interjuego de adjudicación y asunción de roles. Rupturas o vicisitudes de la
comunicación, malentendidos... rol del secreto, alianzas, exclusiones. Intensas
ansiedades que recorren a los integrantes del grupo... Y esa interacción resulta patógena
a la vez que empiezan a darse mecanismos de proyección o depositación masiva y
control de lo proyectado. Un mecanismo de seguridad patológico.
El trabajo simultáneo entre quien más evidentemente expresa la crisis, el paciente, y el
grupo familiar, permite entender que el acontecer de ese grupo, su dinámica, se
encuentra entre las condiciones de producción de esa patología. Esa relación no es lineal,
sino dialéctica. El sujeto que enferma sufre a su vez intensamente un tipo de conflicto
que lo hace más vulnerable. Núcleo patogenético, ambivalencia, que lo conduce a
hacerse cargo de las ansiedades del grupo y se transforma en portavoz de esa situación
patógena. Su conducta es en si una denuncia que nos remite a una causalidad que lo
trasciende. Víctima–victimario. Una manera de malentender esta situación. Todos
víctimas y victimarios. “La locura es la expresión de nuestra incapacidad de tolerar un
determinado monto de sufrimiento”.
La enfermedad como emergente (primero llamó así al paciente), un observable que
remite a indagar condiciones de producción no explícitas, en el sujeto y en el contexto.
Pichon trabaja ese grupo, que inicialmente generaba patología, para convertirlo en un
instrumento de transformación, desmontando malentendidos, fantasías y argumentos,
aportando a la reparación, estableciendo posibilidades de comunicación y aprendizaje.
Los protagonistas son los integrantes del grupo.
Este es el aspecto de la intervención psicoterapéutica.
¿Qué implicaba a nivel teórico?: un interrogante que para Pichon será fundacional de
un nuevo marco teórico: qué lugar ocupa el otro, su hacer, su presencia, ausencia,
formas de presencia, el vínculo, los grupos, las instituciones, el orden social en la
configuración del sujeto. Ese otro se mueve de hecho, dice Pichon, hacia la gratificación-
frustración. Eso causa efectos. Focaliza la interacción como proceso eficaz. Produce
efectos en el sujeto, en la constitución del mundo interno.
Su práctica le muestra que para entender lo intrasubjetivo es preciso comprender la
intersubjetividad, el escenario vincular. Pero a la vez, no podemos comprender esa
intersubjetividad sin alcanzar grados de comprensión de lo intrasubjetivo, que procesa
esa experiencia. El grupo interno reconstruye pero a la vez no es un reflejo especular.
Intenta una respuesta según su reconstrucción y eso se hace manifiesto en lo observable
del vinculo.
Vinculo y familia no existen per se, aislados, están en un universo social institucional que
los normatiza y da forma.
A partir de comprender la relación sujeto-grupo familiar en el proceso del enfermarse y
en la cura, Pichon abandona posicionamientos centrales del psicoanálisis. Por ejemplo
jerarquiza la eficacia de las relaciones reales, el rol de la interacción, del interjuego
entre sujetos, de su modificación reciproca, lo que lleva a la elaboración del concepto de
vinculo.
Al replantear la concepción de sujeto y otros temas fundantes, Pichon no deja de nutrirse
de lo que le ha aportado el pensamiento psicoanalítico. Pero desde ese nuevo lugar
teórico, lo redefine.
Buscó, sin renunciar a la idea de procesos conscientes e inconscientes como cualidades
de lo psíquico, otras apoyaturas teóricas. La dialéctica materialista es referente
permanente, pero no es teoría psicológica, aunque otorgue lugar teórico. Mead le aporta
a su elaboración del concepto de mundo interno como internalización de un mundo
social, con roles, normas, etc., que redefine la concepción de mundo interno inicial.
Trabaja el concepto de grupo, de institución.
Fue un largo y accidentado camino. Para él supuso una crisis. Pero fue fiel a esa pregunta
esencial, la del lugar del otro, el vínculo, el grupo, el orden social, las relaciones reales.
La psicología social que elaborara -la llamaba así para diferenciar de concepciones que
guardaban marcas de innatismo, la idea de un sujeto que en algún plano podía ser pre-
social y a-histórico, fue el trabajo sistemático de respuesta a esos interrogantes.
Así escribe en los últimos tramos de su vida (1971,72) en un texto que compartimos: “la
psicología social que postulamos tiene por objeto de estudio el desarrollo y
transformación de una relación dialéctica, la que se da entre fantasía inconsciente del
sujeto, asentada sobre sus relaciones de necesidad. Dicho de otra manera, la relación
entre estructura social y configuración del mundo interno del sujeto, relación que es
abordada a través de la noción de vínculo.

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