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Bosquejo de Tesina

Materia: Problemas de Filosofía Política.

Profesor: Eduardo Rinesi.

Alumno: Osvaldo Ares.

En este bosquejo me propongo comentar algunas lecturas que he venido realizando


en cuatro textos en particular, y algunas cuestiones que se han ido planteando a partir de
éstas. Todo lo escrito en este bosquejo se irá modificando, ampliando, complementando,
articulando, con nuevas lecturas que vaya transitando, en estos mismos textos, y en otros
diferentes que se vayan incorporando a la lectura y al trabajo.

Los cuatro textos de esta ocasión son:

 Las formas de la espada, miserias de la teoría política violenta, de Eduardo


Grüner, Ed. Colihue.
 Perón: entre la sangre y el tiempo. Lo inconsciente y la política, de León
Rozitchner, Ed. Biblioteca Nacional.
 Totem y tambú y El malestar en la cultura, de Freud, Ed. Amorrortu.

De una primera lectura de Las formas de la espada, de Eduardo Grüner:

Grüner va a proponer dos tesis, entre otras, en su libro. La primera: “la violencia es
constitutiva de la política, porque es fundadora de la juridicidad estatal” (p. 31). La
segunda: “El Estado moderno y el contractualismo son posibles por la renegación de la
violencia constitutiva de lo político” (p.39). Y luego va a diferenciar entre dos clases
complementarias de violencias en el origen de lo político-estatal: la constituyente y la
constitucionalizante. Violencias, ambas, fundadoras de juridicidad. (p. 48)
En la primera tesis, a partir de los dos estatutos enunciados para la violencia, el de
ser constitutiva y el de ser fundadora, se puede leer que política y juridicidad no coinciden.
Mientras que la afirmación de que la violencia es constitutiva de la política se puede leer
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como que la violencia es intrínseca a la política; o sea, que es necesaria, mas no
(necesariamente) suficiente, para que pueda suceder la política.
Por otro lado, si la violencia es fundadora de la juridicidad estatal, entonces la
violencia es condición necesaria, y suficiente, para pueda suceder la ley. Política y
juridicidad no coinciden (necesariamente) en esta tesis.

Respecto a que se entiende por política, no he podido encontrar en el texto de


Grüner, al momento (en una primera de otras lecturas), más que la siguiente noción: “…la
política, se sabe, es lo contrario a la violencia y a la guerra, mal que le pese al pesimista
Von Clausewitz: la política es paz, consenso, acuerdo, contrato, diálogo, respeto,
comunicación. A lo sumo, algunas astutas mentalidades progresistas se atreverán a
hipotetizar que hay una forma larvada de violencia en lo que se llama “injusticia social”…”
(p.27)
Sobre la juridicidad fundada por la violencia, pienso que puede leérsela en como en
relación a un orden (¿estatal moderno?) de dominación: “…el derecho (y con más razón el
derecho político) no es una mera herramienta del poder: es la forma en la cual la violencia
del poder se inscribe en la sociedad (“incluso en los cuerpo”), dice Foucaullt…” (p. 35), Y
más adelante, encontramos que: “[para Walter Benjamin] el poder político no es otra cosa
que violencia sancionada por el Estado, que reclama su utilización exclusiva porque de esa
exclusividad depende su propia existencia”. (p. 35)
Ahora bien, si aquello de lo cual la violencia la violencia es fundante es (¿siempre?)
un orden jurídico de dominación, en donde no sólo la ley es fundada por la violencia, sino
que la ley incorpora esa violencia como violencia legítima (de los poderosos) y se
convierte, de este modo, en herramienta del poder de dominación, ¿Por qué alguien podría
suponer que la violencia sería la encargada (la partera) de fundar otro orden que no sea de
dominación? Si la violencia, de fundar algo, funda dominación ¿Por qué habría de fundar
algo distinto a (en todo caso otra) dominación?

Es más, si la violencia es anterior a la ley, si está en el fundamento de la ley, y


persiste después de esa fundación; o sea, si hay violencia antes, durante y después de la ley,
si la violencia está siempre ¿Por qué darle la condición de fundadora? ¿Cuál sería la
novedad en ese “estar siempre”, que fuera capaz de fundar algo distinto? ¿Por qué darle el

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estatuto de fundadora a algo que parece ser más del orden de la repetición que del orden de
la novedad?
Si decimos que la violencia funda dominación, y que la dominación es la
continuidad de la violencia por otros medios, en esta misma idea de continuidad hay una
desmentida de la idea de fundación. Si hay continuidad no hay hiato, si hay continuidad no
hay novedad, en definitiva, si hay continuidad no hay fundación.
Pero entonces ¿Hay, puede haber, fundación de algo? ¿El mundo, la realidad,
pueden transformarse?
Si la violencia es continuidad, repetición, más explícita o menos explícita, pero
repetición al fin; si violencia ha habido, hay, y habrá, siempre ¿Cómo podemos nombrar
aquello que, a diferencia de la violencia, no está siempre sino que sucede, precisamente, en
los momentos de fundación, haciendo esa fundación posible? Propongo, con nula
originalidad, que lo nombremos como política.
Este pasaje de términos (des)balancea la ecuación de modo tal que, siguiendo este
otro modo de nombrar a lo fundante, obtenemos la tesis de que la fundadora no es la
violencia, sino la política.
La política funda la violencia constituyente de la que habla Grüner. En ausencia de
política lo que hay es violencia a secas. La política es condición necesaria, y suficiente,
para que esa violencia a secas se transforme en violencia constituyente, momento de
apertura, que luego dará paso a la violencia constitucionalizante, momento de cierre. Es la
política la que, sin cancelar la violencia, abre otros modos de hacer con esa fuerza, con ese
exceso. La violencia es (compulsión de) repetición. La política es novedad, momento de
apertura, de encuentro con lo Otro, y con lxs otrxs.

Todo orden jurídico que tenga como fundamento una violencia anterior,
constitutiva, será un orden de dominación, y en tanto tal, una continuación de esa violencia.
Como todo orden político implica una cuota de violencia, todo orden político es un orden
de dominación. La pregunta es ¿Un orden político se funda solamente sobre un acto de
violencia? O sea, la violencia es parte de la política, porque la violencia es parte de las
mujeres y de los hombres, pero ¿En el fundamento hay sólo violencia? Si sólo hay
violencia entonces todo orden político es solamente un orden de dominación. Ahora bien, si
suponemos que la política es, o puede ser, en determinados momentos, algo más que

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meramente un orden de dominación, debemos suponer que en sus fundamentos deberá
haber algo más que pura violencia.

En el mito de la horda primitiva freudiana, el acto fundante de la cultura no es el


asesinato del padre, sino el encuentro entre los hermanos (y las hermanas) que se reconocen
iguales en tanto pueden sostener una palabra. Encuentro sostenido por la palabra, palabra
sostenida por el encuentro. El acto fundante no es un acto de violencia, es un acto de
palabra. En todo caso, en el origen está la violencia, y también está la palabra. En el
principio está el verbo: el verbo en tanto acción, y el verbo en tanto palabra. El verbo hecho
carne, el cuerpo, y el verbo hecho palabra, lenguaje. Somos cuerpos atravesados por el
lenguaje, o bien, lo que es topológicamente equivalente, lenguaje atravesado por un cuerpo.
Somos la intersección entre dos topos, lo real del cuerpo y lo simbólico del lenguaje, somos
ese borde, esa arista que surge de ese cruce de dos planos. También somos la ilusión
imaginaria que vela esa grieta, ese límite de la palabra por el cuerpo, y ese límite del cuerpo
por la palabra.

De una (también) primera lectura de Perón: entre la sangre y el tiempo, de León


Rozitchner:

La violencia está siempre, está en tiempos de guerra como en tiempos de paz, es “su
modo de aparecer lo que nos produce la ilusión de una oposición radical entre la guerra y la
paz” (p. 96). Es una ilusión la separación absoluta entre la guerra (como violencia pura) y la
política (como pura ausencia de violencia). Por eso, la cuestión no es: violencia o política.
La cuestión es la disyuntiva entre lo Uno Mismo, en tanto ilusión de unidad, y lo Otro, en
tanto apertura.
Del lado de lo Uno Mismo encontramos: la guerra monista de Clausewitz, la
separación ilusoria entre guerra y política, los fenómenos de masa, las cuentas que cierran,
la ilusión de que puede haber acuerdo, el consenso impuesto que reprime toda diferencia, o
bien el aniquilamiento del adversario (el ascenso a los extremos de la teoría de la guerra de
Clausewitz). Del lado de la apertura al Otro están: la “extraña trinidad” de Clausewitz, la no

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separación entre guerra y política, lo social y lo colectivo, la cuenta que no cierra, el
desacuerdo, la hospitalidad derridiana.

“En la concepción abstracta y monista de la guerra que parte del duelo no había
diferencias entre los adversarios. La distinta ubicación real de cada uno de ellos en el
enfrentamiento desaparecería: en la abstracción la ventaja de uno se inscribía
necesariamente como desventaja para el otro. Lo que es “más” para uno es “menos” para el
otro: la suma total sería siempre cero”1 (p. 138)

Que no haya diferencia entre los adversarios puede leerse en el sentido de que, en
realidad, no hay dos, hay Uno. Al no haber una terceridad, un residuo, lo que hay es una
lucha imaginaria a muerte donde no hay lugar para el otro, porque no hay otro, solo hay lo
Uno Mismo.
Sólo hay lo Uno Mismo, ya que el otro es plenamente objetivado como adversario,
lo que es “más” para uno es “menos” para el otro, no hay cuenta que no cierre. El otro, en
tanto plenamente objetivado como adversario, deja de ser otro, y se convierte en una parte
de lo Uno Mismo, en tanto que es comprendido en su totalidad por referencia a ese Uno.
Es por que solo hay Uno que no hay lugar para dos, y es por eso mismo que el
conflicto lleva a lo Rozitchner subraya como el ascenso a los extremos en la teoría de la
guerra de Clausewitz, el aniquilamiento del adversario. Aniquilamiento del cuerpo del
adversario, aniquilamiento del cuerpo del otro, cuerpo que debe ser aniquilado porque no
puede entrar en el lenguaje de lo Uno Mismo, porque de hacerlo, su mera mención
rompería la ilusión de la unidad. Aniquilamiento del cuerpo del otro, cuyo nombre ya ha
sido borrado del campo del lenguaje. Siempre es más “sencillo” aniquilar un cuerpo que no
tiene nombre.

“Lo concreto de la guerra es lo posible definido con referencia a un tercer término –


la decisión–, lo cual significa: el tercer término existía siempre, aunque invisible, y era la
ley común que hacía posible en la paz el entendimiento entre los Estados […] por eso la
guerra es el lugar donde se deshace toda la ley política que implique el común acuerdo2
respecto a ese tercer término”. (p. 139)

1
El subrayado es mío.
2
El subrayado es mío.

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En lo concreto de la guerra aparece un tercer término, hay un terceridad que
posibilita la apertura hacia el otro, lo cual, lejos está esto de querer decir que se pueda
llegar a un acuerdo con el otro. Al contrario, con el otro lo que sólo puede haber es
desacuerdo. Es el momento de la política como la piensa Rancière, es el momento de
política sin separación de la guerra como la piensa Rozitchner. Es porque hay un tercer
término que puede haber dos: topológicamente para que haya dos campos necesariamente
debe haber un tercero, la frontera, el borde, aquello que no es de uno ni del otro, sino que es
del orden de la intersección, del orden del encuentro.
Aquel término tercero al mismo tiempo que habilita la apertura no permite la
mensurabilidad respecto a él, no es una medida a partir de la cual establecer categorías, no
es una norma en base a la cual se pueda (a)normalizar modos de estar, es un
inconmensurable, y en tanto inconmensurable evita que la cuenta cierre. Es condición
necesaria para que la cuenta no cierre.

“… en una guerra donde el pueblo determinara y creara la racionalidad de su fuerza,


es decir donde la política fuese una dirección elaborada en el seno de las pulsiones del
pueblo, y el conductor fuera una forma humana que surge dentro de ellos sólo como un
elemento organizador y orientador de la cooperación, la apariencia entre política y guerra
debería necesariamente desaparecer […] podrá no ejercerse la violencia, pero aún desde la
paz aparecerá siempre política centrada en el reconocimiento y el ejercicio de la fuerza
popular.” (p. 167)

“…la teoría de la guerra [de Clausewitz] implica el descubrimiento de un tránsito,


desde la esencia abstracta (el duelo) hasta alcanzar la realidad histórica concreta (la
“extraña trinidad”). Se trataba, allá, de transformar un contenido restringido a lo individual
y subjetivo hasta encontrar sus condiciones sociales y colectivas.” (p. 179)

Una forma de leer esa terceridad en este libro de Rozitchner puede ser leerla como
el pueblo en tanto colectivo.
El pueblo en tanto colectivo es algo distinto al pueblo en tanto fenómeno de masa.
En Psicología de las masas y análisis del yo Freud describe como, en lo que él denomina

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fenómenos de masa, la multitud se termina transformando en una unidad 3, por lo tanto en
algo del orden de lo individual, de lo indivisible, de aquello que no tiene residuo, de aquello
que no hace lugar al otro. Ya se dijo que la masa está del lado de la guerra monista de
Clausewitz.
El pueblo en tanto colectivo4, en cambio, está del lado de lo concreto de la guerra, es
la terceridad que cuando aparece en escena rompe la unidad ilusoria del consenso, la ilusión
de la cuenta que cierra. Es esta terceridad la que funda la política, porque, siguiendo a
Rozitchner, las fuerzas del pueblo fueron, son, y serán, el fundamento de todo poder (p.
26). Esta terceridad es también, siguiendo ahora a Rancière, la irrupción de la parte de los
que no tienen parte.

De las lecturas de textos de Freud:

En Totem y Tabú Freud, narrando su mito de la horda primitiva, cuenta que, una vez
que el padre había sido asesinado: “Ya no existía ningún hiperpoderoso que pudiera asumir
con éxito el papel del padre. Por eso los hermanos, si querían vivir juntos, no les quedó otra
alternativa que elegir –acaso tras superar graves querellas– la prohibición del incesto, con
lo cual todos al mismo tiempo renunciaban a las mujeres por ellos anheladas y por causa de
las cuales, sobre todo, habían eliminado al padre.” (p. 146)
En el Malestar en la cultura encontramos que “Tras vencer al padre, los hijos
hicieron la experiencia de que una unión puede ser más fuerte que el individuo. La cultura
totemista descansa en las limitaciones a que debieron someterse para mantener el nuevo
estado. Los preceptos del tabú fueron el primer <<derecho>>.”(p. 98)

En ambos textos puede leerse lo que ya había sido mencionado en los comentarios
sobre la lectura de los textos de Grüner, la noción de que lo que funda el derecho no es la
violencia, sino la palabra, la política. El “derecho” está basado en el intercambio de

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La multitudes de yoes a través de la identificación con el líder, pasan a conformar una sólo y misma unidad,
todos son iguales y semejantes al líder, todo son iguales y semejantes entre sí. No hay colectivo, no hay otro,
sólo hay Uno.
4
El colectivo, a diferencia de la masa, no se caracteriza por la ilusión de unidad, al contrario, su característica
es la diversidad, diversidad que posibilita la apertura, el encuentro con otros, distintos a mí. En la masa hay
ilusión de unidad, hay individuo. En el colectivo hay apertura, hay escansión, hay sujeto.

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palabras entre los hermanos y hermanas, ese es su fundamento. El asesinato del padre no
funda la ley, puesto que sin ese encuentro entre iguales en tanto parlantes, sin la mediación
de la palabra, nada impediría la continuidad del orden de la horda primitiva bajo la tiranía
de un nuevo padre déspota que surgiera, a través de la violencia, de entre los hijos. La
violencia está antes, durante y después del derecho, por eso no puede ser pensada como
algo que marque una discontinuidad en el devenir del tiempo y el espacio. La
discontinuidad es la irrupción de la política, ella es la fundante de la ley5. La violencia no
es fundante de nada, en todo caso podrá ser desfondante.

En el origen está la violencia y la política, y una vez que irrumpe la política, en este
origen mítico, la violencia nunca más será pura violencia “apolítica”, ni tampoco la política
excluirá a la violencia. Por eso, de lo que se trata no es de la disyuntiva “violencia o
política”. El asunto es: lo Uno Mismo, o la apertura al Otro. La ilusión de unidad
indivisible (individuo) que no registra otro, o el hacer un lugar y dar lo necesario, al otro,
para que pueda ocuparlo.
La política, pensándola a partir de la lectura de El desacuerdo de Rancère, tiene más
que ver con ésta apertura al Otro, con el residuo que hace imposible que la cuenta cierre,
con ofrecer lugar al otro (ser hospitalario).
Siguiendo esa misma lectura de Rancière, lo que él denomina policía es del orden
de lo Uno Mismo, del orden de la ilusión de unidad (agresiva y violenta) que hoy se
enuncia como “unir a los argentinos”, del orden del consenso impuesto violentamente. La
policía tiene que ver con la guerra monista, con los fenómenos de masa, con el
aniquilamiento del otro, con la guerra separada de la política (política ésta que se llamaría,
en este caso, justamente, “policía”).

La política es la irrupción de lo Otro, es la irrupción de la parte de lo que no tienen


parte, es la irrupción de la palabra en los cuerpos6, y la irrupción del cuerpo en el lenguaje7.
5
Lo cual, ya se dijo, no quiere decir que no haya violencia en la política, en el acontecimiento de la
fundación. Ya se dijo, violencia hay siempre.
6
Podemos pensar que en la concepción monista de la guerra, la guerra pura, separada de la política, es algo
del orden de los cuerpos ajenos al lenguaje (en el momento de la violencia extrema no hay lugar para la
palabra). Así, la política sería la irrupción de la palabra, irrupción que hace caer el velo de la ilusión de la
existencia de cuerpos por fuera del lenguaje. El lenguaje es el otro del cuerpo.
7
Podemos pensar que la ilusión de la unidad a través del consenso es la negación de los cuerpos, negación
del hambre de los cuerpos de los jubilados, del frio de los cuerpos de las personas en situación de calle. Así,
la política sería la irrupción de los cuerpos en una escena de puro lenguaje, la irrupción de las voces de los

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Tal vez, la pregunta que esté guiando mi trabajo no sea acerca de la violencia, sino
sobre el cambio, la transformación, la novedad, aquello posibilitador de una apertura a otros
modos significativamente más felices, para más otros, de estar en el mundo.

Próximos libros que iré sumando para trabjarlos:

 El desacuerdo, El odio a la democracia y En los bordes de lo político, de Rancière.


 El porvenir de una ilusión, Sobre la conquista del fuego, Duelo y melancolía,
Porque la guerra, Lo ominoso, Psicología de las masas y análisis del yo, de Freud.
 La dominación masculina, de Bordieu.
 Vigilar y castigar, de Foucault.
 Otros.

cuerpos que cortan una calle, que llenan una plaza, que se afirman como parlantes, momento performativo
en el que se constituyen como sujetos parlantes. El cuerpo es el otro del lenguaje.

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