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Un proyecto de vida sirve para que como persona podamos alcanzar una serie de
aspiraciones o propósitos que se plantean para mejorar o modificar nuestro estilo
de vida. Esta práctica de planeación del futuro puede ser intencionada y
organizada, pero también puede darse de manera implícita. El ser humano es el
principal actor en el drama de la vida misma. Drama en el que intensamente, día
por día, lucha por llegar a ser lo que puede llegar a ser, vale decir autorrealizarse
o expresar a plenitud todas sus potencialidades. Y es un ser que también lucha
por la autotrascendencia o por la expresión de aquello que va más allá de su
propio ser pero que manifiesta su propia humanidad.
A lo largo de la historia, los seres humanos han demostrado interés por conocer y
controlar el futuro. Por este motivo, parte de la naturaleza humana tiende a
desarrollar planes, especialmente en aquellos ámbitos de la vida que dependen de
sus propias decisiones.
El planteamiento del proyecto de vida depende de la personalidad y el contexto
social de cada individuo. Cada ser humano, de acuerdo a sus experiencias y a la
percepción que tiene de sus propias habilidades, se plantea aquellas metas que
considera puede alcanzar.
El proyecto de vida se basa en las siguientes características:
Desarrolla la responsabilidad
Aprender a planificar también implica desarrollar la responsabilidad. Construir un
plan ayuda a comprender que el futuro está condicionado por las decisiones y las
acciones cotidianas.
Por eso, aunque el proyecto de vida se refiere a grandes metas como una carrera,
un trabajo o una obra, también permite comprender la trascendencia de las
pequeñas decisiones.
Cuando una persona toma consciencia de las pequeñas estrategias o las grandes
acciones que deben desarrollarse para poder alcanzar una meta específica, puede
también asimilar la idea de que todas las acciones tienen consecuencias.