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Allí los náufragos fueron recogidos por un pescador de nombre Dictis, que
los acogió en su casa y crió al niño como si fuese su verdadero hijo convirtiéndose
con el paso de los años en un muchacho de gran belleza e inmenso valor cuyo
principal objetivo era proteger a su madre.
Y ¿por qué de este interés por proteger? Os preguntaréis. Pues porque en esta
isla no todos eran tan bondadosos y desinteresados como el pescador queles
había acogido. Dictis tenía un hermano de nombre Polidectes que era, ni más ni
menos, el rey de Séfiros y que enseguida cobró un papel principal en esta
historia.
Ahora que vuestra salud es excelente y no corréis
ningún peligro debo cumplir con las leyes de
nuestra isla– les dijo un día Dictis.
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Y, ¿qué pasó? Pues lo que os imagináis:
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Desde el mismo instante en que Polidectes vio por
primera vez a Dánae se enamoró perdidamente de
ella.
El rey le ofreció todo lo que estaba a su alcance para conseguir su amor o al
menos su mano, pero Dánae siempre lograba escabullirse. Pasaron los años y el
amor de Polidectes se convirtió en obsesión. El rey se pasaba todo el día
maquinando la manera en la conseguir a su amada. Algo que en los últimos
tiempos se le había complicado mucho, pues Perseo había dejado de ser un niño
para convertirse en el joven más bello y valiente del reino. Un joven que también
tenía una obsesión, en su caso: proteger a su madre por encima de todas las
cosas.
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Tras pensar y pensar Polidectes lo tuvo claro:
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La única manera de conseguir a Dánae era alejar
de Séfiros a su hijo.
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Pero debía alejarlo sin que pareciese una decisión premeditada. Dánae nunca se
lo perdonaría. Así que decidió organizar un banquete e invitar a todos sus
amigos y también, aunque amigo lo que se dice amigo no lo era, a Perseo para
anunciarles la buena nueva de su matrimonio.
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En medio del banquete, el rey les preguntó a sus invitados qué le iban a ofrecer
como regalo de bodas y todos llegaron a la conclusión que el mejor regalo sería
un buen caballo. Todos menos Perseo. El joven estaba demasiado
entusiasmado con la idea del futuro matrimonio del rey que liberaba a su
madre así que no se le ocurrió mejor cosa que preguntarle al propio
Polidectes qué era lo que él realmente deseaba
El rey no desaprovechó la oportunidad y sin dudarlo ni un instante respondió:
El silencio de la sala al escuchar las palabras del rey fue sepulcral. Nadie hay
sobrevivido a las terribles y monstruosas Górgonas que vivían en los confines de
la tierra. Pero Perseo en lugar de amilanarse contestó:
Si eso es lo que usted desea no dude que le traeré
su cabeza.
Mañana mismo partiré en su búsqueda.
Y así fue como el joven héroe inició un viaje que le llevaría hasta el Occidente
extremo, muy cerca del reino de los muertos del que nadie creía que regresaría.
Aunque con lo que no contaban era con que Perseo, como hijo de Zeus, tendría
la inestimable ayuda de los dioses.
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Medusa, era hija de Forcis y Ceto dos divinidades marinas, y junto a sus dos
hermanas Esteno y Euríale vivían en el Occidente extremo, muy cerca del reino
de los muertos. Su imagen era terrorífica: cabeza rodeada de
serpientes, grandes colmillos como si de jabalies se tratase, manos de bronce y
alas de oro que les permitían volar. Aunque lo que mayor terror causaba era…
Su poder capaz de convertir en piedra todo aquello
cuanto miraban.
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Benjamin Lacombe
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Tres monstruos terribles conocidos como las tres górgonas a las que tendría
que enfrentarse Perseo, aunque realmente solo debía acabar con una de
ellas. ¿Por qué? Pues sencillo, Esteno y Euríale eran inmortales, nadie en este
mundo podía con ellas; Medusa en cambio, era mortal.
Ahora sí entendemos el motivo por el cual Polidectes deseaba que Perseo le
trajese como regalo la cabeza de Medusa.
El rey consideraba que jamás volvería de esta
aventura con vida por lo que tendría vía libre para
casarse con la madre de Perseo, su deseada
Danae. (aquí)
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Y es que pese a la supuesta mortalidad de Medusa, nadie había podido hasta el
momento con ella. Todo aquel que se le acercaba acababa convertido en piedra.
¿Podría el joven y apuesto Perseo? La tarea era realmente muy complicada, pero
lo que Polidectes desconocía es que Perseo contaba con una inestimable
ventaja.
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Perseo era hijo de Zeus por lo que iba a disponer
de la ayuda de los dioses.
Y esta llegó muy pronto. Apenas había caminado unas millas cuando un hombre
vestido con casco, sandalias aladas y varita de oro salió a su encuentro.
Era Hermes el mensajero de los dioses que venía en su ayuda.
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Buenos días Perseo- le dijo.
Sé que eres un joven apuesto y valiente, pero este
valor no va a ser suficiente para la hazaña que se
te ha encomendado.
Necesitas las armas adecuadas, de lo contrario
jamás saldrás victorioso. Si te parece te presto mis
sandalias aladas que te llevarán hasta los confines
del mundo donde se encuentra la morada de tu
rival y esta hoz de acero duro y afilado con la que
podrás cortar las escamas que rodean su cuello.
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Y aunque culpables, una por soberbia y el otro por permitirlo, la pena de los reyes
era inmensa. Se pasaban los días viendo la desesperación de su hija sin poder
hacer absolutamente nada más que llorar. Así que cuando
apareció Perseo, ofreciéndoles una alternativa, se les abrió el cielo.
¿Estarían dispuestos a concederme la mano de su
hija si la libero del terrible monstruo frente al que
está encadenada?
La respuesta no se hizo esperar:
Y, ¿qué pasó con la cabeza de Medusa? Pues que esta fue entregada a la
mismísima Atenea, diosa de sabiduría y de la guerra justa, que desde ese día la
colocó para siempre en el centro de su escudo.
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