Sie sind auf Seite 1von 5

Tirso de Molina: El burlador de Sevilla y el convidado de piedra

“El burlador de don Juan: las burlas por la honra y el amparo de la sociedad”

Adrían J. Saez. Universidad de Navarra

Si bien las burlas de don Juan suelen terminar en el acto carnal, este no es su fin, ya
que las burlas no son un fin en sí mismo, sino un medio: desea quitarles la honra a las
mujeres y sus familias, y por ende acrecentar la suya. En esta obra no es un seductor,
es un burlador. Como dice Unamuno (El hermano Juan, 1972): «El legítimo, el
genuino, el castizo DonJuan parece no darse a la caza de hembras sino para contarlo
y para jactarse deello […] Lo que le atosiga es asombrar, dejar fama y nombre». Su
objetivo es destacar frente a los demás. Él mismo señala con jactancia su ambición:

Sevilla a voces me llama

el Burlador, y el mayor

gusto que en mí puede haber

es burlar una mujer

y dejalla sin honor (vv. 1312-1316).

Al querer ser reconocido por estas acciones antiheroicas que realiza, se ve cómo
posee un sentido de honra pervertido. También antepone el honor personal frente a la
lealtad hacia el rey, cuando debiera ser al revés. De esta manera, don Juan considera
al honor simplemente como un capital a aumentar.

Don Juan no es irreflexivo, como se lo ha llamado, sino que es muy pragmático.


Debido a que la honra depende de los demás y debe ser ganada con actos, existe
cierta competitividad en su consecución, porque para que uno la gane otro debe
perderla. Es así que sencillamente burla tanto a las mujeres como a los hombres de
cualquier estrato social. No existe ningún arrepentimiento ni remordimiento en los
actos que realiza, sino que se vanagloria de ellos.

En esta constante violación de normas realizada por don Juan, él se vale


principalmente de la mentira y el disfraz, además de su clase social y atractivo físico.
Sabe aprovecharse de las debilidades de los demás: “Yo quiero poner mi engaño/por
obra” (vv. 2011-2012).

La mentira está presente en todo momento: le miente a su tío para poder escapar, a
Aminta y a Tisbea dándoles la palabra del matrimonio pero nunca cumpliéndola y al
rey. Su relación con el honor resulta contradictoria; actúa como si no lo tuviera,
engañando y burlando, pero al mismo tiempo sintiéndose orgulloso de su
caballerosidad frente a don Gonzalo: “Honor / tengo, y las palabras cumplo,/porque
caballero soy” (vv. 2467-2469). Con respecto al disfraz, el vestido tiene un valor
identificador y diferenciador en la sociedad que puede servir también para ocultar la
identidad personal y social.

Don Juan es considerado por el pueblo como «Héctor de Sevilla» (v. 1086), símbolo
de la valentía y el valor por sus «hazañas», por sus hechos «heroicos» en contra de
las barreras de las leyes y las normas morales, por sus burlas, que al final son el
elemento que más ha atraído al público. “Esta percepción del vulgo del devenir de don
Juan no deja de tener relevancia dramática —aun cuando se trate de una metáfora
tópica— porque frente a sus acciones totalmente reprochables y condenables, entre la
plebe parece causar asombro y fascinación. Obviamente las correrías licenciosas de
don Juan no son un hecho aceptable en la sociedad, pero no puede negarse el grado
de habilidad y destreza que requieren: cualquiera no sería capaz de realizarlas,
aunque ciertamente don Juan goza de una serie de ventajas que la plebe e incluso
otros nobles no poseen”. Luego se convierte en el burlador burlado, por parte del
comendador, de Dios. En realidad, don Juan no conoce la diferencia entre valor y
temeridad, no cabe en su concepción del auténtico valor (no ser considerado cobarde
y no temer) lo que le hace incurrir en un error de imprudencia. Dios es el único con
potestad para vengarse y Aquel al que se debe guardar un justo y respetuoso temor.

La nobleza del personaje también es importante: él no lucha contra el sistema sino que
se aprovecha de la corrupción existente en él y del amparo que recibe de parte de la
sociedad, se vale de sus privilegios para ir contra las normas, traicionando su
condición de caballero. Ramón Ruiz dice que don Juan es más causa que efecto, que
actúa así porque lo dejan y está protegido: “Si es mi padre/ el dueño de la justicia/ y es
privanza del rey, / ¿qué temes?” (vv. 1977-1980).

Los engaños de don Juan a las cuatro mujeres afectadas (más una) pueden dividirse
según una estructura binaria y simétrica: dos nobles y dos plebeyas. Sus burlas se
estructuran según el esquema engaño (bajo falsa promesa o disfraz), posesión de la
mujer y huida (de sus palabras y de sus hechos, de su responsabilidad).

La deshonra a Tisbea es una de las más graves porque viola la hospitalidad, además
de robarle para huir. Pero lo más importante de este episodio es lo que dice ella, que
también le sucederá a don Juan: “Yo soy la que hacía siempre/ de los hombres burla
tanta,/ que siempre las que hacen burla/ vienen a quedar burladas” (vv. 1013-1016).
Don Juan es un pecador, se le pueden imputar varios pecados capitales: la soberbia,
la ira, la envidia y la lujuria.

En suma, don Juan es esencialmente un personaje de gran fuerza teatral, conocido


mundialmente como archiburlador y protoconquistador, que deja tras de sí un rastro
constante de víctimas de ambos sexos, a las que quita el honor para apropiárselo,
según un sencillo esquema de su devenir dramático: burla para lograr honor/fama,
apoyado en una serie de privilegios y cualidades. Por unos es admirado como héroe,
pero realmente es un noble de religiosidad no operativa que se aprovecha de sus
ventajas y de la corrupción reinante en la sociedad para actuar a su antojo en sus
correrías y cuyo castigo exigirá la intervención divina.

Víctor Saíd Armesto: La leyenda de Don Juan : orígenes poéticos de "El burlador
de Sevilla" y "Convidado de piedra"

Don Juan es una figura intrépida y viril, que culmina airosamente en su vencimiento
frente a los demás humanos. En él sólo hay impulsos y apetitos, bajas solicitaciones
que lo hacen indigno de la comunión con Dios y con la vida noble y elevada de la
humanidad, afirmando su yo insolente y altivo, hombre que “con independencia
orgullosa pone su personalidad sobre todas las leyes de la tierra y desafía a todos los
poderes del cielo”

“El carácter de Don Juan será todo lo excesivo, incoherente, malsano y monstruoso
que se quiera. El escalofrío estético que en nuestro espíritu suscita será perturbador,
maléfico y dañino. Pero el íntimo calor del personaje, el ritmo de grandeza agitada que
de todos sus actos se desprende, los prestigios trágicos y anubarrados en que
aparece envuelto, todo ello, en fin, es tan eficaz, y hace de Don Juan un ser tan
sugestivo, tan avasallador y tan brioso, que su magia singular obra en nosotros con
fascinación certera y súbita, con el frenesí que comunica un filtro, y se clava y penetra
en el alma de los públicos como una cuchillada en las carnes”.

Es innegable que esta figura se presenta ante nosotros como la expresión individual
de toda una época, como símbolo y cifra de una generación emprendedora, de
instintos bulliciosos, de orgullo indómito, de potentes arrestos para la acción, para la
guerra, para el libertinaje, hábil en el engaño y una demencia de la juventud.
Maravall: La cultura del Barroco

Capítulo 1: la conciencia coetánea de crisis y las tensiones sociales del siglo XVII

Aparece el llamado hombre moderno, con lo que empieza también a desarrollarse la


capacidad en él de comprender que las cosas, de la economía quizá principalmente y,
también, de otros ramos de la vida colectiva, no andan bien y, lo que es más
importante, empieza a dar en pensar que podrían ir mejor. Es más, esa conciencia de
malestar y de inquietud se acentúa en aquellos momentos en que comienzan a
manifestarse trastornos graves en el funcionamiento social, trastornos que, en su
mayor parte seguramente, son debidos a la intervención, bajo nuevas formas de
comportamiento, de esos mismos individuos, a la presión que, con nuevas
aspiraciones, ideales, creencias, etc., instalados en un nuevo complejo de relaciones
económicas, ejercen sobre el contorno social.

Capítulo 9: Novedad, invención y artificio

“El gusto por lo difícil, que alcanza tal preferencia en la mentalidad barroca, da un
papel destacado, en la estimación de cualquier obra que se juzgue, a las cualidades
de novedad, rareza, invención, extravagancia, ruptura de normas, etc.”.

“Una crisis económica, social, con repercusiones de toda índole, que el hombre del
Barroco vive, lleno de inquietud por las desfavorables novedades que el tiempo le
pueda traer. Es un estado de ánimo particularmente intenso en España. Con ello se
comprende surgiera, en los que temieron verse perjudicados en su situación
privilegiada, una repugnancia a lo nuevo que les amenazaba por doquier”. Por eso es
entendible que al pueblo, gran parte del público del teatro, le interesaran estos temas
novedosos, en particular la ruptura de las normas, que es lo que más se evidencia en
la obra de Tirso. El arte, la literatura, la poesía, siguen exaltando lo nuevo y por el
cauce de estas actividades se le dará salida al gusto por lo nuevo de ciertos grupos
sociales. Nada de novedad en cuanto afecte al orden político-social, pero sí en
aspectos externos, secundarios (intrascendentes respecto al poder), que van a
permitir, incluso, un curioso doble juego: bajo la apariencia, de una atrevida novedad
que cubre por fuera el producto, se hace pasar una doctrina, o incluso ideología,
cerradamente antiinnovadora, conservadora. A través de la novedad es que se intenta
reconstituir los intereses tradicionales (lo monárquico-señorial): don Juan transgrede
las normas y burla a las personas, pero termina siendo burlado él mismo por Dios, lo
que muestra también gran influencia de la Contrarreforma.
Formalmente, el Barroco deja de lado las reglas, pero unas reglas siguen rigiendo
severamente por detrás: sobre los temas, los caracteres, los destinos, no menos que
sobre los sentimientos y modos de comportarse de los personajes, que es lo que
cuenta, se imponen enérgicos preceptos; la moral y la religión, la política que sobre
ambas culmina, hacen valer sus exigentes reglas.

De esa mezcla de sentimientos: el rechazo a la novedad por parte de los estratos más
altos de la sociedad y el pequeño espectro de libertad que eso brindaba, se produce el
entusiasmo por la extravagancia, a raíz de esa “libertad” que en realidad no pueden
aprovechar.

Una de las razones del teatro como espectáculo en el XVII es su carácter de artificio,
en cuanto tal muy particularmente adaptable a los objetivos del Barroco. La dificultad
técnica del artificio es ajena para el hombre medieval; mientras que su apreciación es
decisiva para el barroco: quien prueba un dominio de ese tipo resulta persuasivo,
atrayente en lo que propone. Basándose en recursos técnicos, que un más hábil y
mejor calculado empleo de las poleas hace posible, el hombre del siglo XVII consigue
que, ante el público, actores que representan a las personas divinas, a los santos, a
los reyes y sus alegorías, a los seres superiores, pueblen el espacio superior, lo cual
viene a resultar ante el público una comprobación sensible de su superioridad.

Capítulo 8: Extremosidad, suspensión y dificultad

El autor barroco se dejará llevar por la exuberancia o por la sencillez, puede servirle
sus fines a una cosa o a otra; la única condición es que se produzcan algunas de
estas dos en extremosidad, exageradamente, como recurso de acción psicológica
sobre la gente, ligado a los supuestos y fines del Barroco. La pretensión del artista
barroco es que el espectador o lector se sienta admirado o conmovido por los casos
de extrema tensión que se dan: las “fieras actitudes” de figuras humanas, las fuerzas
destructoras de la vida del hombre y la captación de la violencia en el sufrimiento y en
la ternura. Lo heroico también es extremado, lo que significa que lo antiheroico
también lo es.

Das könnte Ihnen auch gefallen