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^ L O C a ^e S Arequipa, domingo 22 de marzo de 2020
UNA DISTOPÍA EN TIEMPO REAL
UN PLANETA LLAMADO COVID-19
El mundo entero lucha
contra un enemigo
invisible, la guerra recién
ha comenzado.
Por: O rlando M azeyra
G uillén*
«No voy a dejar que este bicho
nos mate», se prometió observan­
do a su madre descansar con un ro­
sario y una estampita de la Virgen
de Chapi entre sus arrugadas ma­
nos. Últimamente ella anda muy
cansada y con leves molestias en la
garganta (sin embargo, había que
sacarse de la cabeza pensamien­
tos negativos).
Él, en un ejercicio masoquista
a más no poder, acababa de revi­
sar la prensa mundial: Ángela Mer-
kel advertía que desde la Segunda
Guerra Mundial los germanos no
habían tenido un reto de tamaña
envergadura; Portugal declaraba
el estado de emergencia —recordó,
por un instante, a la abuela de Sa-
ramago: «¡El mundo es tan bonito,
y me da tanta tristeza morir!»—;
la muerte parece ser ama y señora
de Italia y España; Macron le orde­
na al pueblo francés quedarse en
casa («estamos en guerra», había
repetido hasta el cansancio durante
un elocuente mensaje a la nación).
El día a día parecía convertirse en
una impensable sucesión de episo­
dios de «Black Mirror».
El presidente del Perú precisa­
mente no quería hablar de «toque
de queda» para evitar que la gen­
te recordara la guerra contra el
terrorismo (¿por qué?, ¿para evi­
tar la alarma y el caos?, ¿el eter­
no país adolescente no iba a estar
a la altura de las circunstancias?).
En los disparatados Estados Unidos
de Donald Trump muchos nortea­
mericanos descocados empezaban
a hacer cola para comprar armas
(Hollywood había sido incapaz de
elucubrar una ficción a la altura del
COVID-19, hasta Orson Welles con
la celebérrima invasión, vía radial,
de los marcianos se iba a quedar en
off side). El mundo estaba de ca­
beza. Más que de costumbre, para
que se entienda mejor.
Si él pudiera detener el tiempo o
volver atrás (a principios de año),
entonces le pediría a sus compa­
triotas que fueran más responsa­
bles, que tomaran en serio al co-
ronavirus —Wuhan no quedaba
en Saturno, sino que era parte de
nuestra casa común— y sobre todo
les diría a los jóvenes (al parecer,
los más despreocupados e indolen­
tes) que no era una «gripe fuer­
te» que solo se encarnizaba con
los enfermos crónicos y los «vieji-
tos». Cuando, en febrero, la gente
en el Perú la pasaba muy bien en
la playa y hacía bromas —una llu­
via de memes que, valgan verda­
des, a él también lo hacían reír a
mandíbula batiente— sobre la (en
ese entonces todavía) epidemia él
ya empezaba a hacer anotaciones
sobre un mundo apocalíptico (que
solo quería imaginar, mas no vivir).
«Estamos viviendo los últimos
días, amigo. Alístese para el arre­
batamiento, millones de personas
desaparecerán», le había adverti­
do un Testigo de Jehová que qui­
so saludarlo con la mano antes de
obsequiarle un ejemplar de la re­
vista "Despertad", el pasquín que
anunciaba el fin de los tiempos des­
de que él tiene memoria.
—Parece una película horrible,
¿no? —le preguntó, como para tan­
•ES importante que la población acate las medidas del Gobierno.
•LOS ADULTOS sonas de riesgo en esta pandemia.
tearlo, su madre la tarde anterior
mientras tomaban infusión de co­
ca con miel y limón.
—¿Tienes miedo, mamá?
—Creo que es la primera vez en
mi vida que no sé qué nos va a pa­
sar. Ni los terremotos que he vivi­
do se comparan a esto... Todos es­
tán como locos. Y los que no lo es­
tán van a terminar falseando, eso
sí me da mucho miedo.
—Y la cosa se va a poner peor
en los próximos días. La cuarente­
na tiene para rato: dos semanas no
van a alcanzar.
—Yo tengo que ponerme a tra­
bajar. Si no trabajo cómo voy a ha­
cer para ir a Francia a acompañar a
tu hermana durante el parto.
—Mamá, en Francia la cosa tam­
bién está fregada. Mi hermana ano­
che me llamó llorando diciendo que
con lo de la cuarentena no podrá
hacer los ejercicios previos al par­
to. Me dijo: quisiera despertar y
pensar que todo esto solo es una
pesadilla.
—¿Eso te ha dicho?
—Sí.
—A mí ni me habla, no sé qué
le hice pero no me habla.
—Déjala. Seguro se le va a pasar.
—A tu papá en cambio lo veo
tranquilo. No ha cambiado su ruti­
na: los periódicos, sus libros y su
música. Se ha refugiado en la mú­
sica de su juventud.
—Quizá ya no le te m e .
—¿Al coronavirus?
—A la muerte, mamá. Tal vez ya
no le teme a la muerte.
—Él come harto ajo, avena. To­
ma su cloruro de magnesio. Tu pa­
pá es un toro. creo que la vida lo
ha preparado para todo.
—Y, ¿tú estás preparada? —le
preguntó recordando que la muerte
es el desalmado torero de la plaza
abarrotada de insensibles que ce­
lebran el sacrificio de un animal.
—No. Todavía tengo muchas co­
sas que hacer.
—Y las harás, mamá. Harás to­
do lo que te falta hacer.
—¿Tú ya tienes tus vitaminas
como para unos dos meses?
—Mamá, para esto no hay vi­
taminas. No hay vacuna, no hay
nada.
—Yo le voy a pedir al Señor, Él
todo lo puede y tú también lo sa­
bes.
No le respondió. El solo tiene fe
en el hombre. Hemingway decía
que el mundo era un buen lugar
y que valía luchar por él. Así era.
Vallejo en un brillante poema con­
fesaba que hoy le gustaba la vida
mucho menos, pero que siempre
la gustaba vivir: me gustará vivir
siempre, así fuese de rodillas. Le
gustaba vivir siempre, así fuera en
los tiempos del COVID-19.
***
Es otro día. El anterior había
llovido durante casi toda la noche.
Las calaminas de la fábrica de al
lado lo tuvieron inquieto. Salió al
patio y sintió los intensos prime­
ros rayos de sol (Arequipa ya em­
pezaba a descontaminarse gracias
a la cuarentena). Decidió recostar­
se en el suelo y contemplar el azul
portentoso del firmamento mistia-
no. Era hermoso. Se quedó en si­
lencio, alucinado y sobrecogido. Se
olvidó de todo, sobre todo del en­
cierro y fue libre.
Las nubes eran como volutas de
humo que evolucionaban ocultan­
do imágenes indescifrables. Tuvo la
tentación de fumar un cigarrillo pa­
ra relajarse un rato. «Puede ser mi
último pucho», pensó antes de en­
cenderlo. «Lo voy a disfrutar como
si fuera el último día de mi vida».
—¿Te pasa algo? —le pregun­
tó su madre.
—No. Nada.
—Entonces ¿qué haces en el
suelo, hijo?
—Miro el cielo, mamá. Es espec­
tacular. Más hermoso que tu sonri­
sa, mejor que las historias que me
contabas cuando era niño. No te
olvides de lavarte las manos.
El confinamiento no era nue­
vo para él. La muerte tampoco. La
eterna puta —como la llamaba He-
mingway— podía esperar mientras
él releía "El año de la muerte de Ri­
cardo Reis" de José Saramago. No
pensaba perder esta guerra. Pero
el guerrero era otro, su hermano
menor que trabajaba en el Seguro
Social. La realidad una vez más lo
había fulminado, ¿verdad?
***
Lunes 16 de marzo. Nunca pen­
só vivir en tiempo real el borra­
dor escabroso de una improbable
distopía que ahora lo tenía ence­
rrado en casa enjabonándose las
manos mientras, con mucha pa­
ciencia, contaba del uno al trein­
ta. No obstante, por la mañana pa­
só raudamente por el mercado de
Cerro Colorado en busca de ave­
na, leche deslactosada y quinua. El
panorama de aquel primer día de
cuarentena era desolador: micro­
buses atestados de gente que se
transportaba como ganado, un bo­
rrachín descansando en una banca
frente a la comisaría y una pareja
de enamorados que disfrutaba, co­
miendo con las manos, un chicha­
rrón de chancho con camote ante la
plácida mirada de una anciana que
—también con una grasosa mano
que haría regurgitar hasta al más
impostor de los políticos— les da­
ba la yapa de rigor.
«Mira cómo se me han irritado
las manos de tanto limpiármelas,
¡A cada rato me mandas a que me
las lave!», le dice su madre mos­
trándoselas. En la otra habitación,
su padre escucha las noticias por la
radio portátil mientras lee un perió­
•LA POBLACION viene usando mascarillas.
dico. Seguramente termina un artí­
culo sobre el tema del que hablan
todos, preguntándose en voz alta:
«¿Qué podemos hacer?».
Su amigo Mauricio trabaja en el
Seguro Social y, por el teléfono ce­
lular, lo mantiene informado. Le di­
ce lo obvio: la situación se va a po­
ner color de hormiga: «En un par
de semanas podemos estar peor
que Italia, mano, depende de la
gente. ¡A muchos les llega al hue­
vo! Hasta piensan que es un psi-
cosocial como los de Vladimiro, se
pasan». Por su parte, Víctor, un pe­
riodista calacho, escribe en la red
social un mensaje mucho más de­
solador: «Parecemos personajes de
una novela desquiciada». Era cier­
to: solo un ciego no podía verlo.
¡Tanta literatura y cine apoca­
lípticos!, versiones atroces de un
mundo futuro que le ponen a uno
la piel de gallina. El insoportable fi­
lósofo del clan que se pone a ha­
blar del plan chino para apoderar­
se del planeta a través de esta «ar­
ma biológica», porque «ya no es­
tamos para lanzar bombitas». Al­
guien le quiere enmendar la plana
anunciando que no es China sino
el esperpéntico Donald Trump que
ha propagado el Covid-19 y que
será él mismo quien ofrezca la va­
cuna salvadora para llevarse loas
y una lluvia de aplausos para que
Dios bendiga a Yanquilandia. «No
sean inocentes, se trata de Rusia,
Putin se las sabe todas, es una ju ­
gada maestra y con el perfil ba­
jo». No estaban como para pen­
sar en conspiraciones y menos si
muchos peruanos desinformados
insistían en beber la cerveza del
mismo vaso porque el peruano es
macho, ¡Caracho!, tan macho que
confunde bacterias con virus y di­
ce que si come ceviche en cual­
quier carretilla de la Tía Veneno y
combate la sed con marcianos de
E l Pueblo
dudosa procedencia, entonces na­
da lo puede matar: ¡Al coronavi-
rus me lo mecho sin polo!, asegu­
ran en las redes.
—¿Qué pensarán los marcianos
de nosotros? —pregunta uno caria­
contecido.
—No sé qué pensarán pero fá­
cil los chinos se los comen como a
los murciélagos, cholito.
—Lo que quiero saber es si va­
le siquiera la pena colonizarnos o
salvarnos.
«Estamos cerca del final», pien­
sa sin alarmarse. O del principio de
algo que le cuesta imaginar, pues,
por momentos, el miedo lo supera.
Él siempre vivió con miedo. Mie­
do a la muerte: «la eterna puta»,
la llamaba Papá Hemingway. Pues
parece que la eterna puta ha lla­
mado a la puerta y hay que plan­
tarle la cara, sin temores.
***
Miércoles 11 de marzo. El Perú
ignora que la cuarentena y el caos
están por llegar. Llueve por la tar­
de en Arequipa y él quiere desco­
nectarse del planeta llamado ahora
Covid-19 y tiene la chance de ver
el partido del año (el que recorda­
ría con nitidez como el gran match
antes de la cuarentena): Liverpool
(seguramente el mejor equipo del
orbe) contra el pragmático (algu­
nos dicen mezquino y deplorable)
Atlético de Madrid de Diego Pa­
blo Simeone. Fue una batalla des­
igual, quizá la última de fútbol de
alta competencia que disfrutará en
los próximos meses. El equipo ibé­
rico apela no solo a la suerte —que
a veces sabe dar empujoncitos de­
cisivos—, sino a la eficacia y sobre
todo a dejar la piel en la cancha.
Las autoridades españolas habían
recomendado a los hinchas colcho­
neros no viajar y quedarse en ca­
sa. «Yo quiero presenciar la haza­
ña», dijo un fanático —que como
muchos necios subestimaron a la
pandemia— que estuvo en Anfield
viendo cómo Simeone le despeda­
zaba el manual a Klopp, un entre­
nador alemán que se declara abso­
luto ignorante en todo lo que tenga
que ver con el Covid-19.
—Lando, acabo de ir a visitar
a mis viejos y me han partido el
corazón.
—¿Por qué?
—Me han dicho que se van a
contagiar con el coronavirus y que
se van a morir. Prácticamente se
han despedido de mí.
—Diles que eviten salir de su ca­
sa, llénales el frigider y que estén
tranquilos. Que hagan cuarentena
y que todo va a estar mejor.
—Ellos prácticamente viven en
EsSalud, los dos tienen diabetes. Lo
que me han dicho ha sido más letal
que ese virus de mierda. Me siento
tan impotente y furioso que yo so­
lito me cargaría al mundo entero.
Decide ir de prisa al encuentro
de su madre para hacer lo que no
es recomendable: abrazarla y dar­
le un beso.
—Si el Atlético de Madrid pudo
con el Liverpool, nosotros podemos
contra el coronavirus —le dice pen­
sando en la eterna puta— . Vamos
a ganar esta guerra.
—No sé qué tonteras me hablas,
hijo —le responde ella y le mues­
tra sus ancianas y arrugadas ma­
nos— : Ya me las lavé.
*Los lectores de El Pueblo que
durante la cuarentena quieran leer
un libro de Orlando Mazeyra en for­
mato digital, le pueden escribir a
mazeyra@gmail.com para recibir­
lo por ese medio.
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