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JUAN PABLO II

La inmaculada Concepción en la visión espiritual del P. Kolbe

Homilía en la Basílica de Santa María la Mayor

Roma, 8 de diciembre de 1982

El día de la fiesta de la Inmaculada de 1982, casi 2 meses después de haber canonizado


al P. Kolbe (10-X-1982), y después de haber venerado la imagen de la Virgen
Inmaculada, situada en la plaza de España, de Roma; Juan Pablo II celebró la Eucaristía
en la Basílica de Santa María la Mayor y pronunció la homilía que, traducida al
castellano, tomamos de L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del
día 19-XII-82.
En la misma trazó la visión espiritual que tenía el P. Kolbe sobre este misterio tan
insondable como es el de la Concepción Inmaculada de nuestra Madre, la Virgen María.

«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28).

1. Mientras resuenan suavemente en nuestro espíritu estas palabras del saludo del
Ángel, quiero dirigir la mirada, juntamente con vosotros, queridos hermanos y
hermanas, al misterio de la Inmaculada Concepción de la bienaventurada Virgen María,
con la visión espiritual de San Maximiliano Kolbe. Él vinculó todas las obras de su vida
y de su vocación a la Inmaculada. Y por eso, este año, en que ha sido elevado a la gloria
de los Santos, tiene mucho que decirnos en la solemnidad de la Inmaculada, de la que se
glorió en llamarse «militante».

Efectivamente, el amor a la Inmaculada fue el centro de su vida espiritual, el


fecundo principio animador de su actividad apostólica. El modelo sublime de la
Inmaculada iluminó y guió toda su existencia en los caminos del mundo e hizo de su
muerte heroica en el campo de exterminio de Auschwitz un testimonio espléndido
cristiano y sacerdotal. Con intuición de santo y agudeza de teólogo, Maximiliano Kolbe
meditó con perspicacia extraordinaria el misterio de la Concepción Inmaculada de
María a la luz de la Sagrada Escritura, del Magisterio y de la Liturgia de la Iglesia,
sacando de ahí admirables lecciones de vida. Se presentó en nuestro tiempo como
profeta y apóstol de una nueva «era mariana», destinada a hacer brillar con vívida
luz en todo el mundo a Jesucristo y su Evangelio.

Esta misión que llevó adelante con ardor y entrega, «lo clasifica -como afirmó Pablo VI
en la homilía de su beatificación- entre los grandes santos y los espíritus videntes que
han comprendido, venerado y cantado el misterio de María» (L'Oss. Rom., ed. esp., 24-
X-1971, pág. 15).

Aunque consciente de la profundidad inagotable del misterio de la Concepción


Inmaculada, en virtud de la cual «las palabras humanas no pueden expresar a la que
se ha convertido en verdadera Madre de Dios» (De los escritos de M. Kolbe,
Florencia 1975, v. III, pág. 690), su mayor pesar era que la Inmaculada no fuese
suficientemente conocida y amada, a imitación de Jesucristo y como nos enseña la
Tradición de la Iglesia y el ejemplo de los santos. Efectivamente, amando a María
honramos a Dios que la ha elevado a la dignidad de Madre del propio Hijo, hecho
Hombre, y nos unimos a Jesucristo que la amó como a Madre; nunca la amaremos como
Él la amó: «Jesucristo fue el primero en honrarla como a su Madre y nosotros debemos
imitarle también en esto. Jamás lograremos igualar el amor con que Jesús la amó»
(Ibid., v. II, pág. 351). El amor a María, afirma el P. Maximiliano, es el camino más
sencillo y más fácil para santificarnos, realizando nuestra vocación cristiana. El amor de
que nos habla no es ciertamente sentimentalismo superficial, sino compromiso
generoso, es donación de toda la persona, como él mismo nos ha demostrado con su
vida de fidelidad evangélica hasta su muerte heroica.

2. La atención de San Maximiliano Kolbe se concentró incesantemente en la


Concepción Inmaculada de María, para poder captar la riqueza maravillosa encerrada en
el nombre que Ella misma manifestó y que constituye la ilustración de todo lo que nos
enseña el Evangelio de hoy con las palabras del ángel Gabriel: «Alégrate, llena de
gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28).

Evocando las apariciones de Lourdes -que le sirvieron de estímulo e incentivo para


comprender mejor las fuentes de la Revelación- observa: «A santa Bernardita, que
había preguntado otras veces a la Virgen, le respondió: "Yo soy la Inmaculada
Concepción". Con estas palabras manifestó claramente que era no sólo concebida sin
pecado, sino más aún, que era la misma "Concepción Inmaculada", lo mismo que es
distinto un objeto blanco que la blancura, es distinta una cosa perfecta que la
perfección» (Ibid., v. III, pág. 516). Inmaculada Concepción es el nombre que revela
con precisión quién es María: no afirma sólo una cualidad, sino que delinea exactamente
su persona: María es santa radicalmente en la totalidad de su existencia, desde el
principio.

3. La excelsa grandeza sobrenatural fue concedida a María en orden a Jesucristo; en Él y


mediante Él, Dios la hizo partícipe de la plenitud de santidad: María es Inmaculada
porque es Madre de Dios y se convirtió en Madre de Dios porque es Inmaculada, afirma
lapidariamente Maximiliano Kolbe. La Concepción Inmaculada de María manifiesta de
manera única y sublime lo central absoluto y la función salvífica universal de Jesucristo.
«De la maternidad divina brotan todas las gracias concedidas a la Santísima Virgen
María y la primera de ellas es la Inmaculada Concepción» (Ibid., v. III, pág. 475). Por
este motivo, María no es simplemente como Eva antes del pecado, sino que fue
enriquecida con una plenitud de gracia incomparable, porque es Madre de Cristo, y la
Concepción Inmaculada fue el comienzo de una prodigiosa expansión sin interrupciones
de su vida sobrenatural.

4. El misterio de la santidad de María debe ser contemplado en la totalidad del orden


divino de la salvación para ser captado de modo armónico y para que no aparezca como
privilegio que la separe de la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo. El P. Maximiliano
tiene sumo cuidado en vincular la Inmaculada Concepción de María y su función en el
plano de la salvación con el misterio de la Trinidad, y muy especialmente con la persona
del Espíritu Santo. Con profundidad genial desarrolló los múltiples aspectos contenidos
en la noción de «Esposa del Espíritu Santo», tan conocida en la tradición patrística y
teológica, y sugerida por el Nuevo Testamento: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la
fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el Santo que va a nacer se llamará
Hijo de Dios» (Lc 1,35). Se trata de una analogía, subraya San Maximiliano Kolbe, que
hace entrever la unión inefable, íntima y fecunda entre el Espíritu Santo y María. «El
Espíritu Santo estableció la propia morada en María desde el primer instante de su
existencia, tomó posesión de ella absolutamente y la compenetró con Él de tal modo
que el nombre de Esposa del Espíritu Santo no expresa más que una sombra lejana,
pálida, imperfecta de esa unión» (Ibid., v. III, pág. 515).
5. Al escrutar con admiración extática el designio divino de la salvación, que tiene su
fuente en el Padre, que quiso comunicar libremente a las criaturas la vida divina de
Jesucristo, y que se manifiesta de manera maravillosa en María Inmaculada, el P. Kolbe,
fascinado y arrebatado, exclama: «Por todas partes está el amor» (Ibid., v. III, pág.
690); el amor gratuito de Dios es la respuesta a todos los interrogantes; «Dios es amor»,
afirma san Juan (1 Jn 4,8). Todo lo que existe es reflejo del amor libre de Dios, y por
esto, toda criatura traduce, de algún modo, su esplendor infinito. De manera especial el
amor es el centro y la cumbre de la persona humana, hecha a imagen y semejanza de
Dios. María Inmaculada, la más elevada y perfecta de las personas humanas, reproduce
de modo eminente la imagen de Dios y ha sido hecha, por lo tanto, capaz de amarlo con
intensidad incomparable como Inmaculada, sin desviaciones o disminución. Es la única
esclava del Señor (cf. Lc 1,38) que con su fíat libre y personal responde al amor de
Dios, realizando siempre cuanto le pide. Lo mismo que la de toda criatura, su respuesta
no es autónoma, sino que es gracia y don de Dios; en esta respuesta está implicada toda
su libertad, la libertad de Inmaculada. «En la unión del Espíritu Santo con María el
amor no une sólo a estas dos Personas, sino que el amor del primero es todo el amor
de la Santísima Trinidad, mientras que el segundo, el de María, es todo el amor de la
creación y así, en esta unión, el cielo se une a la tierra, todo el Amor increado con todo
el amor creado... Es la cumbre del amor» (Ibid., v. III, pág. 758).

Ese círculo de amor, que tiene origen en el Padre, y que en la respuesta de María retorna
a su fuente, es un aspecto característico y fundamental del pensamiento mariano del P.
Kolbe. Se trata de un principio que está en la base de su antropología cristiana, de la
visión de la historia y de la vida espiritual de cada hombre. María Inmaculada es
arquetipo y plenitud de todo amor creado; su amor límpido e intensísimo a Dios encierra
en su perfección el frágil y contaminado de las otras criaturas. La respuesta de María es
la de toda la humanidad.

Todo esto no ofusca ni disminuye el que Jesucristo sea el centro absoluto en el orden de
la salvación, sino que lo ilumina y proclama con vigor, porque María recibe de Él toda
su grandeza. Como enseña la historia de la Iglesia, la función de María es la de
hacer brillar al propio Hijo, la de llevar a Él y ayudar a acogerlo.

La continua profundización teológica en el misterio de María Inmaculada se convierte


para Maximiliano Kolbe en fuente y motivo de donación ilimitada y de dinamismo
extraordinario; supo realmente incorporar la verdad a la vida, incluso porque adquirió el
conocimiento de María, lo mismo que todos los santos, no sólo en la reflexión guiada
por la fe, sino especialmente en la oración: «El que no es capaz de doblar las rodillas e
implorar de María en humilde oración la gracia de conocer quién es Ella realmente,
que no espere aprender algo más sobre Ella» (Ibid., v. III, pág. 474).

6. Y ahora, acogiendo esta exhortación final del heroico hijo de Polonia y auténtico
mensajero del culto mariano, nosotros, reunidos en esta espléndida Basílica para la
oración Eucarística en honor de la Inmaculada Concepción, doblemos nuestras rodillas
ante su imagen y repitámosle con el ardor y la piedad filial que tanto distinguieron a San
Maximiliano, las palabras del Ángel:

«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»

Amén.

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