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Colombia, un país que elogia a los avivatos

Por: JUAN LUIS MEJÍA 01 de septiembre 2012, 11:06 p.m.


Hace unos ocho años me solicitaron pronunciar unas palabras con ocasión de una ceremonia de grado en la que obtenían
su diploma, jóvenes de diversas profesiones. Para esa ocasión, traté de hacer la taxonomía de un personaje muy valorado
por la cultura popular colombiana al que, de acuerdo con la región, se denomina avispado, avispón, avivato o vividor.

Para describir el personaje, el nuevo Diccionario de colombianismos del Instituto Caro y Cuervo usa sinónimos como
astuto, aprovechado, hábil, despierto, vivo, persona de inteligencia práctica, hábil para sacar provecho de las
circunstancias, generalmente de modo ilícito.

Por esas circunstancias maravillosas de las nuevas tecnologías, un buen día y sin que nadie lo esperara, el texto,
denominado en ese entonces El culto al avispado, revivió y hoy circula profusamente en la red. Incluso, las últimas
versiones que he leído han sido enriquecidas con frases y conceptos que nunca se me habían ocurrido y que van
transformando el escrito original. La pregunta que me hago repetidamente es: ¿por qué un texto escrito hace tanto tiempo,
cercano ya al olvido, de pronto cobra vida y se reproduce y enriquece permanentemente?

Y una hipótesis planteo como respuesta: en el momento en el que escribí aquellas palabras, el interés del país se
concentraba en el conflicto armado y, por tanto, el sujeto para describir en aquella oportunidad debía de haber sido uno de
los llamados "actores del conflicto". Por este motivo, el avivato pasó desapercibido. Sin embargo, a partir del destape del
'carrusel' de la contratación, el país descubrió que padecía una enfermedad terminal comparable al conflicto: la
corrupción. Y, entonces, a alguien se le ocurrió que para entender el fenómeno era útil rescatar al avispón y ponerlo a
circular en la red. Aquel discurso pronunciado sin ninguna pretensión, escrito con un espíritu descriptivo, más que
pedagógico, de pronto cobró vigencia. La red se ha encargado del resto.

Ser avispado tiene una connotación positiva cuando se le asocia con palabras como astuto, hábil, despierto,
recursivo y vivo. 
De hecho, esas son cualidades que han permitido a más de cuatro millones de colombianos sobrevivir en las difíciles
condiciones del inmigrante. Pero cuando esas cualidades se aplican para burlar los límites morales, para pasearse
impunemente por el articulado penal, la connotación es otra.

En el escrito original traté de hacer una descripción de este personaje de la picaresca criolla: "El avispado tiene profunda
confianza en sí mismo; por tanto, no requiere de preparación, dado que su astucia natural le permite salir triunfante en
todas las situaciones. 'Solo sé que nada sé', repetía Sócrates con humildad. 'Yo me las sé todas', farfulla con arrogancia
nuestro personaje. El avispado no prevé las situaciones, las resuelve en cada momento gracias a su viveza. Para el
avispado, la mejor universidad es la calle y la vida. El avispado no cree en el esfuerzo, pues sabe cómo ganársela de ojo.
El avispado no conversa, se come de cuento a la gente. Para el avispado, no hay mayor alegría que sacar ventaja en cada
negocio y jactarse con suficiencia: 'yo no lo tumbé, él se cayó solo' ".Ç

Desde la primera infancia, en el imaginario social, se descalifica al que obra correctamente y sobresale por sus virtudes
académicas. Los sicólogos escolares conocen perfectamente el síndrome del nerd: el buen estudiante es discriminado,
convertido en objeto de burlas y, en muchas ocasiones, víctima del matoneo. Así, el héroe escolar no es el alumno
excelente, sino el avivato, el más hábil para el pastel o la copialina.

Esta conducta se extiende a la universidad, como lo demuestran los estudios realizados por el investigador Mauricio
García y emulados por otras instituciones de educación superior. Los datos son contundentes: entre el 94 y el 95 por
ciento de los estudiantes de las universidades donde se han aplicado las encuestas han cometido por lo menos una vez una
de las 14 conductas consideradas fraude académico.
Y, por supuesto, esta conducta se proyecta en el resto de la vida cotidiana. El avispado no hace filas, no respeta los turnos
y tiene mil artilugios para burlar cualquier norma social o legal que impida alcanzar sus ambiciones. Las más elementales
normas de convivencia, los semáforos, los códigos, no son obstáculos en su camino. Siempre habrá un atajo para llegar
antes que los ingenuos que respetan la fila, como bien lo ha descrito Antanas Mockus. El refranero popular define
perfectamente la norma para triunfar: 'El vivo vive del bobo'.

El ambiente natural del vivo es el de los negocios. Allí está, parado en una esquina, con su sonrisa de hiena, esperando la
oportunidad, el 'papayazo'. El verdadero empresario mira el largo plazo, dimensiona el porvenir, construye vínculos de
confianza. El avispado es inmediatista, la gran victoria reside en tumbar al otro en cada oportunidad y sacar el
mayor provecho en cada relación.

Estoy en desacuerdo con el término que se acuñó hace algunos años de 'dinero fácil'. Creo, por el contrario, que la
actividad ilegal y el mercado subterráneo ofrecen múltiples dificultades. Por eso, prefiero el concepto de 'dinero rápido'.
En la velocidad para obtener rendimientos está, en buena medida, la clave para entender la nueva economía y el impacto
social que esta conlleva.

El peor daño social que introdujo la economía narco fue el rompimiento de la ecuación esfuerzo/resultado. Los
alquimistas, recuerda Mircea Eliade, pretendían acelerar los lentos procesos de la naturaleza para alcanzar con prontitud
su expresión más perfecta: el oro. Pues esta es, ni más ni menos, la nueva aspiración social.

El otro ámbito de actuación del avispado es la política, donde rompió la frontera entre lo público y lo privado. O,
mejor, capturó lo público en beneficio privado. En este imaginario el
Estado aparece como un lugar de refugio, o de recompensa, para
aquellos que han participado en las campañas (contiendas, dicen
algunos) electorales.
Hace unos años le pregunté a un funcionario público si tenía mucho
trabajo, y con desparpajo me contestó: "Trabajo fue el que me dio
conseguir este trabajo. Ahora estoy descansando". Pero, bueno, ese
todavía es un pecado venial frente a la otra visión del Estado como el
botín mayor, el tesoro de Morgan. Basta recordar la frase de uno de los
procesados del año anterior: "Es más rentable una alcaldía que un
embarque".

El gran interrogante para resolver es: ¿por qué el imaginario popular le ha conferido tal admiración al avivato?, ¿por qué
se valora más la intuición o la malicia que el conocimiento científico, y la solución improvisada que la planeación? A
veces trato de entender los cambios sociales que ocurrieron en la España del siglo XVI, que transformó los héroes de sus
novelas de caballeros andantes en pícaros descarados. ¿Qué cambió en aquel reino entre el Amadís de Gaula y el Guzmán
de Alfarache? ¿Qué ha pasado en Colombia en los últimos 30 años, que, de admirar a Yo y tú, y a Don Chinche,
entronizamos a los protagonistas de El cartel de los sapos y El patrón del mal?

JUAN LUIS MEJÍA


Abogado de la U. Pontificia Bolivariana de Medellín. Fue director de la Biblioteca Nacional y del Instituto Colombiano
de Cultura, y ministro de Cultura. Desde el 2004, es rector de la Universidad Eafit.

Especial para EL TIEMPO


https://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-12186782

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