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CERVANTES BELLO, Francisco Javier, “La

iglesia en la conformación del territorio.


Reflexiones sobre el caso del obispado de
Puebla, siglos XVI-XIX”, en Cervantes Bello,
Francisco Javier (coord.), Puebla: territorio y
globalización. Variaciones sobre un
problema, México, BUAP-ICSyH, 2009, págs.
19-79.

Una de las dificultades más cotidianas a las que el historiador se enfrenta son las
arduas y laboriosas tareas de reseñar, resumir, sintetizar o comentar algún libro,
capítulo o artículo en las que se refleje la comprensión de las ideas o propuestas
centrales de las páginas leídas. Ahora mismo nosotros nos enfrentamos a esta
tarea al comentar un capítulo del libro coordinado por el Dr. Cervantes Bello cuyo
título se expone en la ficha de arriba.

“La iglesia en la conformación del territorio…” es el título que el profesor Cervantes


Bello eligió atinadamente para exponer y reflexionar sobre la importante figura que
tuvo la iglesia en los procesos de conformación territorial en el obispado de Puebla
en los siglos que van del XVI al XIX y que no sólo tiene que ver con un proceso
físico propiamente dicho en donde la dominación y control juegan un papel capital,
sino que también se aborda la construcción de la territorialización del espacio que,
según el profesor Cervantes, es más bien una concepción subjetiva del mismo.

En este sentido, nuestro autor conviene en iniciar su reflexión señalando que


durante la Colonia el gobierno español, entre otras tantas cosas, adquirió
dimensiones espaciales cuya construcción correspondía a una noción hispana y
occidental de los espacios y que, al mismo tiempo, respondía a las necesidades
de dominación. Así pues, la delimitación del espacio era importante si se entiende
en términos de control de la población, de los indios rebeldes que tenían que ser
subyugados. Junto con esta delimitación física, tangible o visible, se construyó una
subjetivación del territorio que Cervantes Bello llama “territorialización”. Dicha
territorialización implicó más bien un “conocimiento social e individual de la las
relaciones sociales en el espacio”. Desde ésta perspectiva el territorio más que
espacio físico definía identidades y emociones que se conglomeraban en la
cohesión social. Este juego de ideas del territorio significó la concepción muy
heterogénea de los espacios tanto públicos como privados.

Por otro lado, una de los objetivos centrales del trabajo es la de identificar la
influencia que tuvo el obispado en la conformación del territorio en la Puebla de la
Colonia y posteriormente en la conformación del Estado Nacional a mediados del
siglo XIX cuyas reminiscencias coloniales aún estaban muy vigentes.

Para dilucidar el punto clave, el Dr. Cervantes propone entender primero el poder
que la iglesia mantuvo en la dominación española que, digámoslo de una vez, fue
extenso y amalgamado con el poder civil. Entonces podemos hablar de poderos
compartido o unidos en donde la iglesia claramente jugó un papel vital en la
cotidianidad de los habitantes sujetos y de las acciones de dominación. Por esto
es que el texto refiere que el aspecto más evidente del gobierno eclesiástico fue
“la instauración de doctrinas y parroquias que impusieron una forma de vida sobre
los asentamientos indígenas y la cabeza de su poblado”.

La potestad eclesiástica tuvo los efectos más positivos para el control y la


dominación que se resumen en tres aspectos: “La confesión como herramienta
para construcción del uno mismo”, “la dirección cotidiana de la conciencia” y el
asumir “funciones sociales relacionadas con el estado de bienestar, bajo las
formas de obras de piedad”. Por otro lado, pero siguiendo la misma línea, la iglesia
influyó directamente en el gobierno de la población mediante lo que hoy podemos
llamar registros civiles: las instituciones eclesiásticas llevaban registros exhaustos
de los nacimientos (bautizos), matrimonios, defunciones y, además, las
confesiones. Por eso es que el cura era quien conocía mejor su territorio
parroquial y a sus habitantes lo que indicaba un control riguroso de los mismos.
Sin embargo, cada una de las instituciones eclesiásticas no gozaba de ningún tipo
de independencia sino que estaban sujetas al obispado y a la ciudad episcopal,
esto es, a la Ciudad de Puebla de los Ángeles que gozó de gran reputación en el
arte de gobernar y en el de la economía colonial con la concentración de todas las
rentas del obispado, tal como se verá más adelante.

El obispado y sus parroquias fueron la única división del territorio físico de la


Nueva España hasta el establecimiento de las intendencias. Puebla, entonces fue
cede del obispado (ciudad episcopal) y cabecera de la intendencia. Aquí cabría
preguntarnos cuáles fueron los efectos que esta doble función que jugaba la
ciudad causó a sus habitantes con respecto a la conciencia del espacio: ¿sabrían
distinguir con claridad la intendencia del obispado? No lo sabemos, pero lo que sí
es seguro es que ambos, la intendencia como el obispado, tenían una tarea en
común: la de gobernar a la población con sus diferentes aparatos
respectivamente.

Ahora bien, habíamos dicho con antelación que cada parroquia se hallaba sujeta
al obispado con sede en la ciudad episcopal, sin embargo ésta última se hallaba,
al mismo tiempo, sujeta a la autoridad imperial. Por eso es que las parroquias
entendidas como centros de flujos controlados debían rendir cuentas a los
obispados para hacer compacta una idea de control generalizado. No en vano los
mecanismos utilizados por el obispo fueron recurrentes, tal como lo menciona
nuestro autor:

 La provisión de curatos que dependían de la diócesis


 El derecho del obispo a realizar visitas pastorales a las parroquias y
hospitales de su jurisdicción
 Definición de vicarías foráneas, entre otras.

Por otra parte, otra inquietud plasmada en el artículo es la conveniencia y


necesidad de entender al obispado como un mero espacio físico, tal como ya lo
dijimos líneas arriba, sino también como un espacio donde las relaciones sociales
se vieron enmarcadas. Una de estas formas de relación sin lugar a dudas fue la de
los dineros que la economía colonial desencadenó y que del que el obispado de
Puebla fue ejemplar. Fue ejemplar por dos razones: a) por concentrar la
contribución decimal de todo el obispado que iba de norte a sur, desde Veracruz,
hasta Guerrero y Oaxaca, y por b) el auge de las rentas eclesiásticas.

Y es que, entre los efectos tangibles que ambas razones dejaron, podemos
enunciar la construcción de los grandes y hermosos templos, colegios y hospitales
que albergó la Ciudad de Puebla como ciudad episcopal. La concentración de la
contribución decimal (esto es el diezmo) que durante siglos arribaron a Puebla de
los Ángeles permitieron la construcción de once conventos de religiosas,
hospitales como el de San Pedro y los seminarios de San Pedro y San Pablo. Es
importante destacar que esta concentración de los dineros eclesiásticos significó
también una concentración de las instituciones religiosas pues, como apunta
Cervantes Bello, en la ciudad de Puebla se levantaron once conventos mientras
que apenas dos fueron construidos en el interior del obispado.

Según este modelo de integración espacial del obispado de Puebla, la ciudad


episcopal se convirtió en un “polo organizador” del que dependían las parroquias
de todo el obispado y más aún las de los alrededores inmediatos, lo cual, más que
homogeneidad, representó la heterogeneidad del obispado que debía ser
absorbida por las instituciones eclesiásticas de la ciudad episcopal. Ahora bien,
este mismo modelo puso en evidencia otra cuestión por demás importante e
interesante para comprender el proceso de territorialización que tanto preocupa a
Cervantes Bello; estamos hablando básicamente de que “Puebla era el único
centro hispano en esa zona que podría amalgamar los flujos de diversos espacios
y concentrarlos…”.

Pero dichos flujos se vincularon con la economía colonial en sus diversas formas.
Una ya la hemos comentado, los diezmos parroquiales que concentró la ciudad
episcopal en sus diferentes instituciones clericales. Sin embargo hubo otras
formas de ingreso que se derivaron en rentas monetarias utilizadas para sostener
a los eclesiásticos.
Las hipotecas, una de esas tantas formas de la obtención de dineros para las
instituciones eclesiásticas significaron el préstamo de dinero en efectivo y el cobro
de intereses con respecto del tiempo en uso por el deudor. Como aval de que el
deudor pagaría la deuda contraída debía presentarse una propiedad. Por esta
razón Cervantes Bello enuncia que este mercado no era un mercado abierto, sino
que se restringía a un grupo de propietarios de la ciudad episcopal y del obispado.
Por un lado, los factores que favorecieron este proceso hipotecario fue sin dudas
que se trataba del acceso a dinero en efectivo con tasas de interés bajas y
estables y, además, constituyó un mecanismo a largo plazo en el que pasados al
menos cinco años se podía pedir redimir la deuda. Sin embargo, para la iglesia fue
mucho más provechoso dejar un plazo indefinido, porque de esa manera era más
probable la imposibilidad para pagar la deuda por los intereses acumulados y
poder hacer uso de las propiedades hipotecadas.

Esta forma de hipoteca fue tan importante que, de acuerdo con el autor, a finales
de la época colonial la iglesia poseía la mitad de las casas de la ciudad de
Puebla. Desde aquí podemos notar el proceso mediante el cual, desde la
fundación de la ciudad, la iglesia pudo “poner valor” a los espacios que eran parte
del obispado de Puebla.

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