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58.

EL FUERTE CLAMOR
VI ÁNGELES que apresuradamente iban y venían de uno a otro lado del cielo, descendían a la
tierra y volvían a subir al cielo, como si se prepararan para el cumplimiento de algún notable
acontecimiento. Después vi a otro ángel poderoso, al que se ordenó que descendiera a la tierra y
uniese su voz con la del tercer ángel para dar fuerza y vigor a su mensaje. Ese ángel recibió gran
poder y gloria, y al descender iluminó toda la tierra con su resplandor. La luz que lo acompañaba
penetraba por doquier mientras clamaba con fuerte voz: "Ha caído, ha caído la gran Babilonia, y
se ha hecho habitación de demonios, y guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de toda ave
inmunda y aborrecible" (Apoc. 18: 2).
Aquí se repite el mensaje de la caída de Babilonia, tal como lo dio el segundo ángel, con la
mención adicional de las corrupciones que se han introducido en las iglesias desde 1844. La obra
de ese ángel comienza a tiempo para unirse a la última magna tarea del mensaje del tercer ángel,
cuando éste se intensifica hasta convertirse en un fuerte pregón. Así se prepara el pueblo de Dios
para afrontar la hora de la prueba que muy pronto ha de sobrevenir. Vi que sobre ellos reposaba
una luz vivísima, y que se unían para proclamar sin temor el mensaje del tercer ángel. 420
Otros ángeles fueron enviados para ayudar al poderoso ángel del cielo, y oí voces que parecía
resonaban por doquier y que decían: "Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de
sus pecados, y ni recibáis parte en sus plagas; porque sus pecados han llegado hasta el cielo, y
Dios se ha acordado de sus maldades" (Apoc. 18: 4, 5). Este mensaje parecía un complemento
del tercer mensaje, que se le unía así como el clamor de medianoche se unió en 1844 al mensaje
del segundo ángel. La gloria de Dios reposaba sobre los santos pacientes y expectantes, que
valerosamente daban la postrera y solemne amonestación, para proclamar la caída de Babilonia y
exhortar al pueblo de Dios a que saliera de ella a fin de huir de su terrible condenación.
La luz derramada sobre los fieles penetraba por doquier, y los que estaban en las iglesias, si
tenían alguna luz todavía , y no habían oído ni rechazado los tres mensajes, obedecieron la
exhortación y abandonaron las iglesias caídas. Muchos conservaron por años en reserva su
responsabilidad frente a estos mensajes, desde que se proclamaron, hasta que la luz brilló sobre
ellos dándoles el privilegio de escoger entre la vida y la muerte. Algunos escogieron la vida y se
unieron con los que esperaban a su Señor y guardaban todos sus mandamientos. El tercer
mensaje tenía que efectuar su obra. Todos iban a ser probados por él, y las almas preciosas iban a
recibir la invitación a salir de las congregaciones religiosas.
Una fuerza impelente movía a los sinceros, mientras la manifestación del poder de Dios infundía
temor y respeto a los incrédulos parientes y amigos para que no se atrevieran a estorbar a quienes
sentían en sí mismos la obra del Espíritu de Dios, ni pudieran hacerlo. El postrer llamamiento
llegó hasta 421 los infelices esclavos, y los más piadosos de ellos prorrumpieron en cánticos de
inefable gozo ante la perspectiva de su feliz liberación.* Sus amos no los pudieron dominar,
porque el asombro y el temor los mantenían en silencio. Se realizaron grandes milagros. Sanaban
los enfermos, y señales y prodigios acompañaban a los creyentes. Dios colaboraba con la obra, y
todos los santos, sin temor de las consecuencias, obedecieron la convicción de su conciencia, y
se unieron con los que guardaban todos los mandamientos de Dios, y proclamaron con poder y
por doquiera el tercer mensaje. Vi que este mensaje terminaría con una fuerza y un vigor muy
superiores al clamor de medianoche.
Los siervos de Dios, dotados del poder del cielo, con sus semblantes iluminados y
resplandecientes de santa consagración, salieron a proclamar el mensaje celestial. Muchas almas
diseminadas entre todas las congregaciones religiosas aceptaron la invitación, y las almas
preciosas salieron apresuradamente de las iglesias condenadas, como Lot cuando salió presuroso
de Sodoma antes que fuera destruida. El pueblo de Dios se fortaleció con la gloria excelsa que
reposaba sobre él en gran abundancia, ayudándolo a soportar la hora de la tentación. Oí por todas
partes multitud de voces que exclamaban: "Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan
los mandamientos de Dios y la fe de Jesús" (Apoc. 14: 12). 422

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