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TECTONICA DE PLACAS Realizado por: Dr. Marcos E.

Escobar Navarro

TECTONICA DE PLACAS
La Tectónica de Placas es una teoría relativamente reciente, la cual ha revolucionado la
manera en la cual los geólogos piensan acerca del planeta La Tierra. Tal teoría surge de la
combinación de dos ideas cronológicamente anteriores a su desarrollo, las cuales son la Deriva
Continental y la Expansión del Fondo Oceánico. En tal sentido, el capítulo correspondiente a la
Tectónica de Placas, abarcará todos estos aspectos. En primer término, se presentará una
discusión concisa acerca de la teoría de la Deriva Continental, sus implicaciones y los procesos o
fenómenos geológicos que le han dado soporte, tales como la ley de superposición de los estratos,
la ley de las asociaciones faunísticas y el paleomagnetismo terrestre. Posteriormente se
contemplará la teoría de la Expansión del Fondo Oceánico, la cual se basa en la idea que la
corteza oceánica se crea en las dorsales centrooceánicas, se expande horizontalmente y
desaparece en las fosas profundas. Finalmente, se harán unas breves consideraciones acerca de la
Teoría de la Tectónica de Placas. De acuerdo con esta teoría, la superficie terrestre está
constituida por varios bloques sólidos a modo de placas, con espesores promedio de 5 Km. en la
parte oceánica y 70 Km. en los continentes, que interactúan entre si. El tamaño y la posición de
tales placas cambian con el tiempo. Los límites entre bloques, que son los lugares geográficos
donde ocurren las principales interacciones entre las placas tectónicas, constituyen sitios de
actividad geológica intensa, en los que ocurren terremotos, volcanes, creación de montañas,
cuencas, arcos de islas volcánicas y otros elementos geomorfológicos de la corteza terrestre.

LA TEORIA DE LA DERIVA CONTINENTAL


El planeta La Tierra está constituido por una serie de capas o envolturas, las cuales han
sido establecidas como tales a través de métodos geofísicos indirectos. Se conoce que el planeta
presenta una corteza exterior, un manto sólido que se extiende hasta una profundidad de unos
2.900 Km. bajo la superficie, un núcleo externo que se supone líquido y, finalmente, un núcleo
interno sólido en el centro de La Tierra. En el manto, constituido por rocas densas tipo peridotita,
las temperaturas de las rocas están tan próximas a su punto de fusión que se cree que las mismas
son capaces de fluir plásticamente. Este es el principio que sustentaría un movimiento hipotético
sobre el manto, de las placas tectónicas que constituyen la corteza.

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La discontinuidad que separa la corteza del manto, recibe el nombre de discontinuidad de


Mohorovicic (Moho). La corteza continental, de entre 30 y 70 Km. de espesor, es mucho más
gruesa que la corteza oceánica (unos 5 Km.). En las regiones continentales, la corteza presenta
una capa superior de rocas graníticas y una inferior de rocas basálticas tipo gabro. La corteza
oceánica posee una delgada capa de sedimentos que suprayace un nivel intermedio de rocas tipo
basalto o gabro y una capa más profunda con rocas tipo serpentinitas. Todas estas rocas aparentan
flotar sobre rocas más densas, tipo peridotita, que conforman el manto. La topografía de la
corteza continental, la cual exhibe una raíz profunda para sustentar su flotabilidad, es la
responsable de que este tipo de corteza no pueda hundirse para formar un océano, y representa la
base para la postulación de la teoría de la Deriva de los Continentes.

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En 1885 y basándose en la distribución de floras fósiles y de sedimentos de origen glacial,


el geólogo suizo Suess propuso la existencia de un supercontinente que incluía India, África y
Madagascar, posteriormente añadiendo a Australia y a Sudamérica. A este supercontinente le
denominó Gondwana. En estos tiempos, considerando las dificultades que tendrían las plantas
para poblar continentes separados por miles de kilómetros de mar abierto, los geólogos creían que
los continentes habrían estado unidos por puentes terrestres hoy sumergidos.

El astrónomo y meteorólogo alemán Alfred Wegener (1880-1930) fue quien propuso que
los continentes en el pasado geológico estuvieron unidos en un supercontinente de nombre
Pangea, que posteriormente se habría disgregado por deriva continental. Su libro Entstehung der
Kontinente und Ozeane (La Formación de los Continentes y Océanos; 1915) tuvo poco
reconocimiento y fue criticado por falta de evidencia a favor de la deriva, por la ausencia de un
mecanismo que la causara, y porque se pensaba que tal deriva era físicamente imposible.

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Weneger creía que Pangea se había mantenido unido hasta finales del periodo
Carbonífero, hace unos 300 millones de años, y que luego se empezó a dividir, terminando en la
actual distribución de continentes. Esta es la idea esencial de la Deriva Continental.

El origen de la idea de Weneger surgió de la constatación de que los contornos de los


continentes encajan como las piezas de un rompecabezas. Tal correspondencia puede apreciarla
cualquiera que observe atentamente las líneas de costa del océano Atlántico. Este simple
concepto fue considerado ridículo en su época porque contravenía la creencia universal de que La
Tierra era inmóvil.

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Para un mejor entendimiento de los procesos básicos de la naturaleza, que llevaron a la


postulación de la hipótesis de la Deriva Continental, es necesario revisar los dos principios
fundamentales, que los geólogos aplican al estudiar la historia de La Tierra:

1.- La ley de la superposición: Si un estrato (o capa) yace sobre otro, el estrato de arriba es más
moderno (más joven) que el de abajo. Esta ley permite detectar las relaciones cronológicas
de las rocas estratificadas de una localidad.
2.- La ley de la asociación faunística: Los estratos que contienen fósiles de las mismas especies
de animales y plantas, se formaron en el mismo periodo. Esta ley permite establecer
relaciones temporales entre estratos dispersos por distintas localidades.

Las distribuciones de rocas cristalinas, rocas sedimentarias y yacimientos minerales


forman patrones que continúan ininterrumpidos en ambos continentes cuando Sudamérica y
África son restituidos cerrando el océano Atlántico. Por ejemplo, las cadenas montañosas
orientadas E-W que atraviesan Sudáfrica continúan cerca de Buenos Aires, Argentina. Los
estratos sedimentarios tan característicos de sistema Karoo en Sudáfrica, que consisten en capas
de arenisca y lutita con mantos de carbón, son idénticos a los del sistema Santa Catarina en
Brasil.

Capas de roca que forman una


columna estratigráfica pérmica han
sido encontradas en partes de
África, Sudamérica, Antártica, e
India. Esta secuencia de rocas fue
depositada antes de la disgregación
del supercontinente Pangea

El estudio de los fósiles recibe el nombre de paleontología. A pesar de las limitaciones del
método, en el sentido que solo es útil durante los últimos 600 millones de años (fósiles
suficientemente complejos como para ser usados para fines de dataciones), y que no aporta
cronologías “absolutas” (solo permite establecer que el estrato “A” es más viejo que el “B”), esta
disciplina posibilitó el establecimiento de afinidades importantes entre especies vegetales y
animales de África y Sudamérica, Europa y Norteamérica, Madagascar y La India. Weneger
interpretó esta distribución como un indicio de que en el pasado existió un único supercontinente
que luego se dividió en varias partes.

Impresiones de hojas de un helecho, Glossopteris, están ampliamente distribuidas en


rocas de África, Sudamérica, India y Australia. La reconstrucción de Gondwana restringe el área
de influencia de Glossopteris a una región contigua del supercontinente. La distribución de

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fósiles de vertebrados terrestres también apoya esta interpretación. La existencia de tetrápodos en


todos los continentes durante el Triásico es una indicación de que había conexiones terrestres
entre las masas continentales. En particular la distribución del reptil fósil Mesosaurus en África y
Sudamérica, dadas sus características tan distintivas y la ausencia de especies similares en otras
regiones es un fuerte indicio de una continuidad entre estos continentes durante el Pérmico.

Figura que ilustra la distribución de distintos fósiles durante el Triásico.

Un aporte adicional a la teoría de la Deriva Continental, esta dado por el magnetismo


terrestre. Se conoce que una brújula apunta invariablemente al norte (o a sus proximidades). Ya a
principios del siglo XIV los marineros aprovechaban este fenómeno para la navegación. William
Gilbert (1.600 d.c.) explicó el fenómeno proponiendo que La Tierra es un inmenso imán esférico,
cuyos polos magnéticos estaban situados casi en los polos geográficos. Independientemente de
las razones por las cuales se establece este fenómeno del geomagnetismo en el planeta, se conoce
también que las agujas de la brújula se desvían un cierto grado del norte exacto. El ángulo de esta
desviación se conoce como declinación magnética. Lo importante, a efectos de la presente
discusión, es que esta declinación cambia con el transcurso del tiempo (variación secular del
geomagnetismo) y que existen evidencias que permiten el reconocimiento de este fenómeno en el
tiempo geológico. Tales evidencias provienen de los minerales magnéticos, como la magnetita
(Fe3O4). La cristalización por enfriamiento de un magma volcánico tipo basáltico, rica en
minerales de hierro, alcanza una temperatura (punto de Curie) por debajo de la cual el momento
magnético de estos minerales especiales se establece en la dirección del campo geomagnético que

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prevalece en aquel momento, y tales minerales quedan “imantados” permanentemente en esta


posición, denominándose tal condición como paleomagnetismo de la roca o el mineral.

Estudios de paleomagnetismo realizados a ambos lados del Atlántico Norte, en Europa y


Norteamérica, permitieron establecer que, si se cierran ambos continentes para restablecerlos a su
posición original, atendiendo a las ideas de Weneger, los polos magnéticos de ambos continentes
coincidían, dando esta demostración un soporte adicional a la teoría de la Deriva de los
Continentes.

A pesar de todas las evidencias presentadas hasta este punto, en favor de la teoría de la
Deriva Continental, uno de los problemas más importantes por resolver, implica hallar un
mecanismo que explique satisfactoriamente el movimiento continental. De las muchas hipótesis
planteadas en su época por Weneger, solo ha sobrevivido una, propuesta por el geólogo escocés
Arthur Holmes en 1928. Esta reza que el manto sufre convección térmica similar a la observada
en un caldero de sopa puesto al fuego; al calentarse la sopa del fondo, esta se expande, se hace
menos densa y sube arriba. Hoy en día se cree que, debido a las elevadas temperaturas y
presiones imperantes en el manto, las rocas que lo constituyen pueden presentar un
comportamiento “viscoplástico”. El flujo de roca debido a la convección, proporcionaría el
mecanismo motriz para la deriva continental. Holmes teorizó que, si el flujo en el manto ascendía
en medio de una masa continental y se bifurcaba en dos corrientes, una a cada lado, el continente
eventualmente se dividiría y ambas mitades se separarían. El océano Atlántico se habría formado
a partir de esta grieta expansiva. El esquema que se presenta a continuación, sintetiza lo expuesto.

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En conclusión, se han presentado los fundamentos esenciales de la teoría de la Deriva


Continental y las evidencias que le han dado soporte en el tiempo, como una base para el
desarrollo posterior de la teoría de la Tectónica de Placas. A continuación, se discutirán los
postulados esenciales de otra hipótesis que sirvió también de base a la Tectónica de Placas,
denominada teoría de la expansión del fondo oceánico.

TEORIA DE LA EXPANSION DEL FONDO OCEANICO


Los océanos cubren las dos terceras partes de la superficie terrestre; por esta razón, la
investigación del fondo oceánico es crucial para una comprensión de La Tierra como un todo. Ya
desde los años treinta del siglo XX, mediciones de la gravedad de los fondos oceánicos revelaron
importantes anomalías en la distribución de la gravedad, que presentan las zonas adyacentes a los
arcos de islas de Indonesia y Japón. En tierra firme, estas zonas especiales no existen. Estas y
otras razones, hicieron evidente en aquellos tiempos que la investigación del fondo oceánico era
indispensable para la resolución de problemas geológicos básicos, tales como el origen de los
continentes, el origen de los océanos y la estructura del manto terrestre.

El desarrollo de la técnica de la reflexión acústica o ecosonda, posibilitó la medición de la


profundidad del océano mediante el envío de ondas sonoras desde un buque y el registro del
tiempo que tardaba en llegar su eco. La cartografía de la topografía del fondo oceánico, permitió
el descubrimiento de importantes cadenas montañosas submarinas, llamadas dorsales
mesooceánicas, las cuales se extienden prácticamente a lo largo de los principales océanos.
Además, los epicentros de la gran mayoría de los sismos oceánicos, se producen a lo largo de
estas dorsales, y las mediciones del flujo de calor en las crestas de las dorsales submarinas,
arrojan valores insólitamente altos.

En el caso particular del Océano Atlántico, la cordillera centrooceánica atlántica posee


una altura promedio de 2.000 m sobre el piso oceánico adyacente, en cual se ubica a unos 6.000
m debajo del nivel del mar. La depresión o megafractura (rift) presente en su cresta, posee unos
30 Km. de ancho y 2.000 m de profundidad. En total, las cordilleras oceánicas y sus respectivos
rifts se extienden a lo largo de más de 60.000 Km. en todos los océanos del planeta.

Otro hecho notable del fondo de los océanos, es la distribución de las fosas submarinas.
Pareciera lógico suponer que la parte más profunda del océano se encuentra en medio de él. Pero
la realidad es que las aguas más profundas están cerca de tierra firme, en los bordes de los
océanos. La zona central del océano es más somera, debido a la presencia de las dorsales
mesooceánicas. Esta distribución anómala también se presenta en los continentes. Con raras
excepciones como los Himalayas, la mayoría de las cordilleras continentales elevadas no están
situadas en medio de los continentes sino en sus bordes, encaradas hacia cuencas oceánicas
profundas. Otro hecho común es que a lo largo del lado continental de las fosas oceánicas,
siempre se encuentran arcos de islas y arcos continentales en los que la actividad sísmica y la
actividad volcánica son vigorosos. Finalmente, y en comparación con las crestas de las cordilleras
centrooceánicas, tales fosas presentan flujos de calor comparativamente muy bajos. Estos hechos
llevaron al geólogo Harry Hess, en el año de 1962, a proponer que en el manto hay un flujo de
material que asciende en las dorsales oceánicas y desciende en las fosas oceánicas. Dicho de otro
modo, en los rifts o megafracturas de las dorsales mesooceánicas “nace” nueva corteza oceánica,

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por enfriamiento de magma ascendiendo de niveles profundos, mientras que otra sección de la
corteza oceánica está descendiendo hacia el manto en las fosas oceánicas presentes a lo largo de
los márgenes continentales.

Tal observación da soporte al modelo de Holmes (1928) sobre las corrientes convectivas
del manto. Las dorsales se corresponden con los flujos ascendentes, el alejamiento a ambos lados
del rift de la corteza oceánica, con el flujo horizontal superior y la subducción de esta corteza en
las fosas, con el flujo descendente de la corriente de convección. La depresión de la cima de las
dorsales centrooceánicas se debe a que el flujo ascendente se bifurca en dos direcciones. Los
terremotos se deben a que la corteza, constituida por rocas rígidas, se rompe al cambiar de
dirección y los volcanes son magma procedente del manto que se cuela entre las fracturas de las
rocas en el área del rift. De esta manera, la corteza oceánica se expandiría, con el tiempo,
separando los continentes.
Simultáneamente a la hipótesis de Holmes, Robert Dietz propuso de modo independiente
un modelo similar. La expansión del fondo marino se debe a que la corteza, junto con la parte
superior del manto, forma una capa rígida llamada litosfera. El espesor de la litosfera en la
corteza oceánica es de unos 50-150 kilómetros (6-12 kilómetros de corteza oceánica), mientras
que en la corteza continental es de unos 100-200 kilómetros (25-70 kilómetros de corteza
continental). Esta capa flota sobre la astenósfera que es la capa dúctil del manto en la cual se
producen los movimientos convectivos. Evidencias geofísicas que soportan estos conceptos,
serán presentadas en el próximo capítulo de este Tema.

Se considera que la velocidad a la cual ocurre todo este proceso, es de varios centímetros
por año (3 cm/año en el Atlántico Norte). Esto supone que para que el fondo oceánico que mana
en las dorsales mesooceánicas se desplace a través de todo el océano y se hunda en las fosas
oceánicas, no se necesitan más de unos 200 millones de años. De este modo, pareciera que el
fondo oceánico no es permanente, sino que se está renovando constantemente, a diferencia de los
continentes, los cuales están constituidos de materiales livianos que no se pueden hundir en el
interior de La Tierra. Bajo este esquema, los continentes se comportan de forma pasiva, siendo
trasladados encima de la corteza oceánica. Así pues, no son los continentes los que directamente
se mueven, aunque sí son transportados.

Esta teoría, la cual fue denominada por Dietz como expansión del fondo oceánico, explica
porque en el fondo oceánico nunca se han encontrado rocas de edades superiores a 150 millones
de años, y también porque es tan delgada la cobertura sedimentaria superficial en la corteza
oceánica, en comparación con las cuencas sedimentarias continentales, en donde puede alcanzar
varios kilómetros de espesor.

Existen dos evidencias importantes que dan soporte a la hipótesis de la expansión del
fondo oceánico. El canadiense J. Tuzo Wilson a principios de los años sesenta propuso que, dado
que el océano Atlántico presentaba una grieta gigantesca (rift) en la zona central de la dorsal
centrooceánica, y que los centros de actividad volcánica (creación de corteza) estaban localizados
en el centro o cercanos a la megafractura, las edades de las islas dispersas por el Atlántico, todas
ellas de origen volcánico, debían aumentar tanto más cuanto más hubieran migrado desde la
dorsal mesoatlántica.

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La correspondiente recopilación de datos, vista parcialmente en la figura, indica


claramente que cuanto mayor es la distancia entre una isla y la dorsal mesoatlántica, tanto mayor
es la edad de la isla. Este patrón coincide perfectamente con la suposición, basada en la teoría de
la deriva continental, de que el Atlántico actual empezó a formarse en el periodo Jurásico, hace
unos 200 millones de años.

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La segunda evidencia importante en favor de la hipótesis de la expansión del fondo


oceánico, esta dada por el descubrimiento de la disposición en franjas de las anomalías
geomagnéticas del fondo oceánico, realizado a fines de los años cincuenta.

En 1963, dos científicos británicos, F. Vine y D. Mattews, propusieron que el patrón de


magnetización cortical que produce la disposición en bandas de las anomalías, se debe no a
variaciones de intensidad de la magnetización, sino a cambios de sentido de esta magnetización.
Bajo las anomalías positivas, las rocas están magnetizadas normalmente en dirección paralela y
en el mismo sentido del campo actual (bandas rayadas en la figura anterior). Bajo las anomalías
negativas, las rocas están inversamente magnetizadas, en sentido opuesto al campo actual (bandas
blancas). De acuerdo con estos dos investigadores, el modelo de franjas de las anomalías
geomagnéticas es una consecuencia lógica de la combinación de dos fenómenos fundamentales;
en primer lugar, la expansión del fondo oceánico, fondo que es creado y mana de las crestas de
las dorsales centrooceánicas y, en segundo término, los cambios de polaridad del campo
geomagnético, polaridad que se invierte cada varios centenares de miles de años, trayendo como
consecuencia los cambios observados del paleomagnetismo de las rocas de la corteza oceánica,
ya discutidos bajo el título anterior. Una de las más importantes aplicaciones de esta
interpretación, estriba en la utilización de la anchura y el espaciado de las bandas magnéticas para
determinar la velocidad de expansión del fondo oceánico.

Otra aplicación importante del estudio de las bandas geomagnéticas, se derivó del
descubrimiento de desencajamientos o desplazamientos espectaculares en las bandas
geomagnéticas del fondo oceánico frente a la costa occidental de Norteamérica. Esto parecía
indicar que entre segmentos adyacentes del fondo oceánico se habían producido desplazamientos
de gran escala. J. Tuzo Wilson (1965) propuso que estos desencajamientos no eran fallas
transcurrentes ordinarias, sino un tipo de falla completamente nuevo, al que llamó falla
transformante (“deslizamiento según el rumbo”), la cual se desarrolla para compensar las
tensiones generadas por velocidades distintas de expansión del suelo marino (corteza oceánica).

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En una falla transcurrente (a), los bloques de ambos lados de la falla se mueven en los
sentidos de las flechas, lo cual provoca el desplazamiento de toda la estructura en cada uno de los
lados de la falla (ver cadena montañosa en figura a). En la falla transformante (b) el
desplazamiento bb´de la dorsal centrooceánica, denotada después de la falla como ab y b´c en la
figura b, aparentemente no difiere del desplazamiento producido por la falla transcurrente. Sin
embargo, la hipótesis de la expansión del fondo oceánico reza que nuevo fondo oceánico está
permanentemente formándose y moviéndose en el sentido de las flechas. Esto implica que,
mientras en la falla transcurrente el desplazamiento BB´ aumentará con el tiempo conforme
prosiga la actividad del fallamiento, en la falla transformante el desplazamiento bb´ no cambiará
en lo absoluto, siempre y cuando los segmentos de dorsal mesooceánica ab y b´c produzcan
corteza marina a la misma velocidad. Además, el desplazamiento entre los bloques situados a
ambos lados de la falla se produce solo a lo largo de la porción bb´, fuera de bb´ no se produce
desplazamiento a lo largo de la falla. Por otra parte, mientras el desplazamiento aparente del eje
de la dorsal se da en el mismo sentido en ambos tipos de fallas, el sentido real de movimiento a
través de cada falla es diferente. Un observador imaginario en el lado sur de una falla
transcurrente verá que la tierra del lado opuesto se mueve hacia su derecha. En el caso de la falla
transformante, el mismo observador vera que el movimiento del lado opuesto es hacia su
izquierda. Wilson descubrió que las fallas que generalmente seccionan dorsales centrooceánicas
tenían que ser de tipo transformante, y que este tipo de falla también se presenta entre una dorsal
oceánica y una fosa, o entre dos fosas.

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El concepto de fallas transformantes llevó a Wilson a revisar la posibilidad de que la


famosa falla de San Andrés fuera una de esas fallas. La presencia de terremotos en la dorsal del
Pacífico oriental llevó a su establecimiento como dorsal mesooceánica. Esta dorsal llegaba hasta
el extremo meridional (sur) del Golfo de California y la falla de San Andrés comienza en el
extremo septentrional (norte) del mismo. Su postulación como falla transformante facilitó la
explicación de los movimientos de cizalla paralelos a la falla, que son comunes en ella, y llevó
además al descubrimiento de las dorsales centrooceánicas de Gorda y Juan de Fuca, frente a la
isla de Vancouver (Canadá).

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Finalmente, se obtuvieron pruebas en favor de la expansión del piso oceánico y de la


deriva continental a partir de la datación radiométrica de rocas de ciertas áreas del Escudo
Precámbrico brasileño y africano. Los geocientíficos europeos fueron los primeros en reconocer
que el Escudo Precámbrico oriental de África poseía dos provincias orogénicas con edades muy
distintas. La primera de ellas, la llamada Provincia Ebúrnea, está ubicada al oeste de Costa de
Marfil y Ghana, con edad de 2.000 millones de años; la segunda, la Provincia Panafricana, está
ubicada al este, con una edad de 600 millones de años. Si Sudamérica hubiera tenido conexión
física pretérita con el continente africano, esas provincias reconocidas en el Escudo oriental de
África deberían extenderse directamente hasta Brasil.
A partir de esas presuposiciones, a mediados de la década de los sesenta un grupo de
geólogos de los laboratorios de geocronología del Instituto de Geociencias de la Universidad de
São Paulo y el Instituto de Tecnología de Massachussets dataron una gran cantidad de rocas del
Escudo Brasileño y de otras partes de Sudamérica. El grupo brasileño, que contó con la intensa
participación del doctor U. Cordani, efectuó dataciones empleando el método del potasio-argón;
el grupo estadounidense, del que formaba parte el doctor Patrick M. Hurley, utilizó la técnica del
rubidio-estroncio. El primer procedimiento consistió en datar una amplia zona de rocas del
Escudo Brasileño, junto a la costa atlántica, particularmente en los alrededores de la ciudad de
São Luís, en el estado de Maranhão.
Los resultados obtenidos fueron espectaculares. Demostraron que el Escudo Brasileño
presentaba dos provincias de edades distintas, semejantes a las encontradas en el Escudo Oriental
Africano, respectivamente con edades de 2.000 millones de años y 600 millones de años.
Además, el límite que separa ambas provincias se encuentra próximo a São Luís, conforme
preveía la teoría. Es lícito suponer, por lo tanto, que las dos áreas del escudo estuvieron unidas en
un pasado remoto.

Si África y Sudamérica son yuxtapuestas, el límite entre la Provincia Ebúrnea (2 000 m.a. -
círculos negros) y la Provincia Panafricana (600 m.a. - círculos blancos) parece extenderse
de África oriental directamente a la localidad de San Luis en Brasil.

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LA TECTONICA DE PLACAS
Los avances tecnológicos de este siglo han suministrado herramientas nuevas y
sofisticadas a los geólogos y les han permitido medir y controlar los procesos terrestres con una
precisión antes inalcanzable. En su teoría básica, el campo de la geología experimentó una gran
revolución con la introducción y el desarrollo de la hipótesis de la Tectónica de Placas, la cual
establece que la corteza de La Tierra se divide en varias placas que se mueven, chocan o se
alejan en intervalos de tiempo geológico. Se considera ahora que las placas grandes empiezan en
dorsales oceánicas y de otros tipos, llamados centros de extensión, y se mueven hacia fosas
submarinas, o zonas de subducción, donde la materia de la corteza desciende de nuevo. Una
revisión de la distribución de los epicentros de los terremotos en el planeta, hace evidente que la
mayoría de los mismos tiene lugar a lo largo de dorsales oceánicas, fallas transformantes, arcos
de islas y fajas orogénicas, como Los Andes y la región Alpinohimalaya. Los lugares de La
Tierra donde se producen los grandes terremotos tienden a situarse en los límites de las placas
tectónicas, lo cual lleva a pensar que la actividad sísmica puede interpretarse como el resultado
de interacciones (esfuerzos) horizontales de éstas. Se concluye que la superficie terrestre está
constituida por bloques resistentes y bastante rígidos (placas) que se mueven unos con respecto a
otros provocando terremotos en sus bordes y dejando intacta la estructura interna de los bloques.

La figura muestra un mapa con la distribución de volcanes activos (triángulos) y sismos


(puntos pequeños) en la corteza terrestre. Nótese su distribución a lo largo de fajas largas y
angostas. Estas fajas de actividad sísmica y volcánica definen los límites entre placas tectónicas.
Estudios muy detallados sobre la propagación de las ondas sísmicas, realizados en los
años sesenta, permitieron conocer mejor la estructura interna superficial de La Tierra, lo cual
posibilitó la postulación de una explicación para el movimiento de las placas tectónicas.
La próxima figura muestra la variación de velocidad de las ondas transversales (ondas S)
en el interior del planeta. Un perfil de profundidades permite observar en primer término un
cambio de velocidad de las ondas S de 3,6 a 4,6 Km./seg. a una profundidad muy somera, que
corresponde a la discontinuidad de Mohorovicic. La velocidad sigue aumentando con la
profundidad hasta aproximadamente 70 Km., donde disminuye a unos 4,2 Km./seg. En
circunstancias normales, la velocidad de las ondas debería aumentar de modo regular con el

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incremento de la presión, razón por la cual se ha propuesto la existencia de un manto


parcialmente fundido, a un intervalo de profundidades entre 70 y 260 Km. La capa reblandecida,
la astenósfera, esta situada a una profundidad aproximada de 70 Km. por debajo de la capa más
externa y rígida que es la litósfera.

En resumen, las capas más externas de La tierra pueden concebirse como una litósfera
rígida, constituida por varios bloques o placas, que recubre una astenósfera subyacente más
blanda. Tanto la deriva de los continentes como la expansión del fondo oceánico pueden
adscribirse a los movimientos de estas placas rígidas. Tal hipótesis, conocida como la Teoría de
la Tectónica de Placas, fue propuesta independientemente por D. McKenzie y R. Parker (1967)
y W.J. Morgan (1968). Las placas principales que conforman la corteza terrestre, son:

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Las principales siete placas tectónicas, serán descritas a continuación:


1) Placa Norteamericana: Comprende Norteamérica y la mitad occidental del Atlántico norte.
Actualmente esta placa está limitada por dos zonas de extensión o dorsales oceánicas
(incluyendo la falla transformante de San Andrés) pero hasta épocas recientes estuvo
sometida en su borde occidental a una fuerte compresión, que dio origen a las montañas
Rocosas. Esta compresión (con subducción de corteza oceánica) persiste actualmente en la
región septentrional del Pacífico, donde se ha formado el arco de islas de las Aleutianas.
2) Placa Suramericana: Comprende Suramérica y la mitad occidental del Atlántico sur. Presenta
un movimiento relativo (respecto a Africa) hacia el occidente. En su borde occidental,
coincidente con las costas pacíficas de Centro y Suramérica, existe una fuerte compresión,
con subducción de corteza oceánica pacífica debajo de corteza continental suramericana, lo
que ha originado la cordillera de Los Andes, frente a la fosa oceánica de Perú-Chile.
3) Placa Pacífica: Está formada exclusivamente por corteza oceánica y abarca casi todo el
océano Pacífico. Está sometida a fuertes presiones y al hundirse debajo de las otras placas que
la rodean, ha dado origen a las cadenas montañosas de Alaska y Rocosas de Canadá; y a los
arcos de islas asiáticos de Japón, Nueva Guinea, Salomón, Samoa, Tonga y Nueva Zelanda.
4) Placa Eurasiática: Formada por el continente Eurasiático, limita al sur y al este por las placas
Africana, Hindoaustraliana y Pacífica. La interacción compresiva con la primera ha dado
origen a las cadenas montañosas Alpinas, el choque de la placa continental de la India con
ella ha sido la responsable de la formación de los Himalayas y la subducción de la placa
Pacífica debajo de ella, ha posibilitado la formación de los arcos de islas mencionados en el
punto anterior, así como de Indonesia.
5) Placa Africana: Comprende el continente Africano y gran parte de corteza oceánica a su
alrededor. Está limitado por la dorsal centroatlántica y la fosa tectónica del mar Rojo, la cual
se prolonga en la dorsal del océano Indigo.
6) Placa Indio-Australiana: Abarca el subcontinente Hindú y Australia, la mayor parte del
océano Indigo y parte del Pacífico sur-occidental. La acción más importante de esta placa ha
sido su desplazamiento hacia el norte, provocando la formación de las cadenas montañosas
del Caucaso y el Himalaya durante la era terciaria, por efecto de colisión entre dos placas
continentales.
7) Placa Antártica: Ocupa el polo Sur con el continente Antártico, limitando con las placas
Suramericana, Africana, Pacífica e Indoaustraliana. Una prolongación de la misma,
denominada Placa de Nazca, consiste de corteza oceánica desplazándose hacia el este y
hundiéndose contra las costas pacíficas de Suramérica, formando la gran fosa oceánica de
Perú-Chile y dando origen a la cordillera de Los Andes.

La anterior figura incluye las placas de Cocos, Nazca y Caribe, todas ellas de mucha
importancia en la definición de la historia tectónica de la región septentrional de Suramérica,
incluyendo Venezuela.

La teoría de la tectónica de placas ha permitido la incorporación de nuevos elementos


tectónicos a la literatura geológica. La mayoría de estos están ubicados sobre, o cercanos a, los
contactos entre placas tectónicas. En tal sentido, se describirán a continuación los tipos de límites
o fronteras entre placas.

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LIMITES ENTRE PLACAS TECTONICAS

Los límites entre placas tectónicas se clasifican, en primer término, en límites activos y
límites pasivos. La gran mayoría de las placas tectónicas poseen una región conformada por
corteza continental más litósfera y corteza oceánica más litósfera. Esto significa que en estas
placas existe un límite pasivo, tal y como se indica en la figura a continuación como “límite
conservador”. Ejemplos de esta situación, incluyen la costa este de Norteamérica, y la costa este
de Suramérica, regiones muy estables del punto de vista tectónico.

Los límites activos están definidos por aquellas regiones en las cuales ocurren
interacciones entre placas. En tal sentido, son zonas comparativamente muy activas del punto de
vista tectónico. Tales interacciones pueden ser de tres tipos; límites convergentes, en los cuales se
destruye corteza; límites divergentes, sobre los cuales se forma nueva corteza y límites
transformantes.

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Los límites divergentes comprenden las dorsales centro-oceánicas, como por ejemplo la
cordillera que surca la zona central del Océano Atlántico. Un clásico ejemplo de límite
transformante, está dado por la falla de San Andrés, la cual constituye la frontera entre la costa
occidental de Norteamérica y la placa del Océano Pacífico.

Las dorsales oceánicas se consideran hoy en día como “grietas” o “ventanas” de las placas
que se producían debido a sus movimientos, y que después esas grietas se llenaban de magma
ascendente procedente del manto. De este modo, las dorsales oceánicas podían migrar y podía
llegar un momento en que chocaran con fosas oceánicas y se destruyeran.

En las dorsales oceánicas brota material caliente procedente de la astenósfera. A medida


que este material se aproxima a la abertura de la litósfera, la presión disminuye, con lo cual la

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fusión parcial se acelera. Entonces, el magma basáltico se separa y se enfría, en forma de lava
almohadillada (enfriamiento rápido de lava en la superficie, por el agua de mar) que brota de la
cresta de la dorsal, o en forma de intrusiones de diques de magma basáltico que rellenan grietas
verticales, formando de este modo la corteza del fondo oceánico. Conforme se va alejando de la
cresta hacia ambos lados, por el alejamiento mutuo de las placas, el nuevo fondo marino se va
enfriando lentamente, a partir de la temperatura T=Ts (temperatura de sólido), siendo esta la
isoterma que separa las rocas que se han solidificado completamente (litósfera) de aquellas que
están parcialmente fundidas (astenósfera). El valor real de Ts depende de la composición
mineralógica del manto superior y de que en él haya o no agua. Se supone que varía entre 1000 y
1200ºC, según que el manto esté seco o hidratado.

Los límites convergentes pueden ser subdivididos atendiendo al tipo de corteza que
interactúa. En tal sentido, se definen tres subtipos; convergencia entre placa oceánica y placa
oceánica; convergencia entre placa oceánica y placa continental; y convergencia entre placa
continental y placa continental.

El primer subtipo, litósfera oceánica “debajo” de litósfera oceánica, genera los arcos de
islas; el segundo subtipo, litósfera oceánica “debajo” de litósfera continental, produce la

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aparición de cordilleras volcánicas tipo Los Andes en el lado continental de la fosa oceánica
profunda. El tercer subtipo, continente contra continente, en el cual no puede haber hundimiento
de alguna placa debajo de la otra, produce cordilleras montañosas tipo Los Himalayas (placa
Hindú contra la placa Euro-asiática) o Los Alpes (choque de África contra Europa). Para un
mejor entendimiento de los procesos asociados a los límites convergentes, particularmente
cuando una placa tectónica se introduce debajo de la otra, se presenta la próxima sección,
dedicada a la formación de los arcos de islas y cordilleras continentales volcánicas, como
consecuencia del proceso de subducción.

ARCOS VOLCÁNICOS Y SUBDUCCIÓN

Ya en la década de 1930, sismólogos estadounidenses descubrieron problemas


geodinámicos particulares de las costas de tipo Pacífico. Mostraron que hay terremotos asociados
a estas zonas en puntos de baja profundidad en el lado exterior (u oceánico) de los arcos de islas
volcánicas, pero que la profundidad de las sacudidas crece hasta alcanzar un máximo de 700 Km.
a una distancia de 700 Km. hacia tierra desde el frente del arco. Analizando con detalle un caso
particular, el geólogo estadounidense Hugo Benioff concluyó que esta geometría representa un
plano de falla que se extiende a través de la corteza hasta el manto superior, inclinado hacia abajo
con un ángulo de unos 45°. En 1906, se propuso la existencia de una estructura similar, la parte
sur de los Alpes penetrando bajo su parte norte. En la década de 1950 se llamó a este proceso
subducción.

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Se ha probado la existencia de planos de subducción similares a lo largo de casi todas las


costas de tipo Pacífico (donde no se han encontrado, hay pruebas geológicas que muestran que
antes había, pero que ahora están inactivas). Durante la subducción, la corteza oceánica penetra
en el manto y se funde. Al reciclarse de forma continua, no hay zonas de la corteza moderna de
los océanos que tengan más de 200 millones de años de antigüedad. Los bloques corticales se
mueven y chocan constantemente cuando son transportados por las distintas placas. Una
consecuencia importante de la fusión de la corteza oceánica subducida es la producción de
magma nuevo. Cuando la corteza se funde, el magma que se forma asciende desde el plano de
subducción, en el interior del manto, para hacer erupción en la superficie terrestre. Las erupciones
de magma fundido por subducción han creado cadenas largas y arqueadas de islas volcánicas
(arcos de islas), como Japón, Filipinas y las Aleutianas. Allí donde una placa tectónica oceánica
es subducida bajo corteza continental, el magma producido hace erupción en los volcanes
situados a lo largo de cadenas montañosas lineales, conocidas como cordilleras, hasta una
distancia de unos 100 Km. tierra adentro desde la zona de subducción (esta zona se sitúa a lo
largo de una zanja submarina situada a cierta distancia del continente). Además de crear y
alimentar volcanes continentales, la fusión de la corteza oceánica subducida es responsable de la
formación de algunos tipos de yacimientos de minerales metálicos valiosos.

Las figuras a continuación, ilustran los principales elementos tectónicos:

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Se incluye en esta figura la posición en la cual ocurren con mayor intensidad los
principales procesos geológicos (sedimentación, metamorfismo, magmatismo, subducción); los
principales tipos de rocas presentes en las cordilleras centrooceánicas (MORB), puntos calientes
(OIB) y volcanes continentales; y la ubicación de la fosa oceánica y la zona de Benioff. Algunos
de estos elementos se reconocen a continuación:

Geosinclinal, en geología, importante rasgo estructural de la corteza terrestre. Un


geosinclinal empieza siendo una cadena de sedimentación muy activa y toma con el tiempo
forma de depresión alargada que puede permanecer intacta durante millones de años, pero en
general los sedimentos depositados en su interior se pliegan y elevan formando una cordillera.

El concepto de geosinclinal fue introducido en la década de 1850 cuando el geólogo


estadounidense James Hall, trabajando en una medición geológica del estado de Nueva York, se
dio cuenta de que las formaciones sedimentarias del Devónico se van haciendo más finas hacia el
noroeste, donde se encajaban en el escudo Canadiense; sin embargo, hacia el sureste las
formaciones eran más gruesas. Asimismo, mientras que las estructuras lindantes con el escudo
eran casi planas, las del sureste estaban plegadas. Se ha descubierto que depresiones parecidas
son las precursoras de muchas cordilleras. El mineralogista estadounidense James Dwight Dana
utilizó el término geosinclinal para describir estas estructuras a partir del término sinclinal (artesa
estructural) y del prefijo geo- (tierra), para denotar su importancia global.

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Posteriormente, se han identificado dos tipos de geosinclinales: los miogeosinclinales,


desarrollados en plataformas continentales, y los eugeosinclinales, formados mar adentro a lo
largo de las explanadas continentales. Los miogeosinclinales, también conocidos como back-arc
basin, o cuenca detrás del arco (retro-arco), se encuentran en posiciones geográficas donde los
ríos aportan muchos sedimentos al mar formando grandes deltas hundidos, como en las
desembocaduras del Nilo, del Mississippi y del Amazonas. Los eugeosinclinales (fore-arc basin,
o cuenca delante del arco), pueden poseen como uno de sus límites las fosas oceánicas profundas
que se forman donde una placa de la corteza terrestre es subducida bajo otra. Sin embargo, el
eugeosinclinal (o verdadero sinclinal) más común, está asociado a las grandes plataformas
continentales que constituyen márgenes pasivos, como es el caso de la costa oriental del
continente Norteamericano.

EL CICLO DE VIDA DE LAS CUENCAS OCEANICAS

Una revisión de las principales cuencas oceánicas a nivel mundial, permite reconocer que
ellas están en diferentes estadías de crecimiento o declive. Se definen seis niveles: Embrionario,
incipiente (joven), maduro, declinante, terminal y reliquia o final.

El sistema denominado Rift de Africa Oriental puede considerarse como una cuenca
oceánica en un estado embrionario de desarrollo. Un rift puede definirse como un sistema de
rupturas intra-continentales, en un llamado “punto triple” (tres geofracturas o sistemas de
grábenes, a ángulos de 120º entre si), el cual ocurre en la proyección superficial de un área del
manto donde divergen dos celdas de convección. El sistema bajo discusión, posee dos brazos que
se están abriendo; el mar Rojo y el golfo de Aden, siendo estos, dos ejemplos de un estado
incipiente de crecimiento de una cuenca oceánica. El océano Atlántico comenzó a formarse
durante el Jurásico Temprano y todavía está en una fase de crecimiento, tipificando una cuenca
oceánica en un estado avanzado de madurez. La corteza oceánica correspondiente al océano
Indigo, ha comenzado a subducir debajo de la isla de Java en su límite oriental, mientras que el
Pacífico esta subduciendo por ambos lados; estos son ejemplos de cuencas oceánicas declinantes.

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El mar Mediterráneo representa actualmente un remanente del océano Tethys, cuya existencia ha
sido propuesta entre los paleocontinentes Laurasia y Gondwana (actualmente entre África y
Europa) y cuyo cierre comenzó durante el Jurásico Temprano. Corresponde a una cuenca
oceánica terminal. Finalmente, la gran falla Indus, la cual atraviesa a lo largo de la cordillera
Himalaya, representa una cicatriz o geosutura (reliquia de una cuenca oceánica que desapareció)
entre las placas de Asia e India, las cuales colisionaron entre si.

Se observa en la etapa A el levantamiento y fractura de la corteza continental, en


respuesta al empuje del material proveniente del manto (hot plume, o penacho caliente), en un
punto donde se presume ocurre divergencia entre dos celdas de convección en la astenósfera . La
etapa B muestra uno de los brazos del punto triple con presencia de un sistema de grábenes,
denominado valle de rift. La separación continuada promueve la formación de un mar interior en
el continente (etapa C), hasta alcanzar la formación de una cuenca oceánica creciente o madura,
con presencia de una cordillera centrooceánica donde se forma continuamente corteza oceánica.

La figura a continuación muestra los primeros estadios de formación de una cuenca


oceánica, utilizando como ejemplo la separación entre África y Sudamérica. Se reconoce el nivel
embrionario (estado B), el nivel incipiente (estado C) y un estado D que corresponde a una
cuenca oceánica en vías de madurez. Nótese en este último estado la depositación, sobre
Sudamérica, de sedimentos de naturaleza carbonática, etapa que precisamente correspondió a la

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gran trasgresión cretácea que afecto el borde norte de este continente, con presencia
predominante de rocas calcáreas.

OROGENESIS

El concepto de orogénesis (fase orogénica), engloba una serie de procesos que incluyen
como fase inicial la formación de una cuenca (oceánica o continental), con sedimentación y
volcanismo, y en etapas posteriores, episodios de magmatismo, metamorfismo, deformación y
levantamiento de montañas. Este último paso es conocido como epirogénesis.

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La anterior figura ilustra este concepto. La etapa primaria, en la cual la placa oceánica
comienza a subducir debajo de la placa continental, se traduce en la formación de una cuenca del
tipo eugeosinclinal, limitada por una fosa oceánica hacia el continente y una cordillera
centrooceánica hacia el océano, con abundante sedimentación a lo largo de la cuenca y
volcanismo asociado al centro de formación de corteza oceánica. Etapas posteriores, en las cuales
la subducción avanza, permiten reconocer episodios sucesivos de plegamientos y metamorfismo,
hasta alcanzar la profundidad a la cual comienza la fusión parcial de la corteza, promoviendo
magmatismo y volcanismo, trayendo todo esto como consecuencia la formación de cordilleras
montañosas tipo Los Andes de Sudamérica en el continente.

PUNTOS CALIENTES

En 1965, J.T. Wilson, el promotor de la hipótesis de las fallas transformantes, publicó una
nueva proposición. Comprobó que en determinados lugares de La Tierra, como en Hawai e
Islandia, los volcanes se mantienen activos durante periodos de tiempo muy largos. La fuente de
magma de estos volcanes se cree que está situada profundamente bajo la litósfera, de manera que
la posición de la actividad volcánica permanece fija respecto al manto. Cuando una placa se
desplaza de este punto productor de magma, los volcanes superficiales se alejan de él junto con la
placa, pero la fuente fija prosigue su actividad, dando origen a un nuevo volcán. A consecuencia
de esto, se formará una larga cadena de volcanes, como por ejemplo la cadena volcánica
hawaiana. Se ha determinado que la edad de las rocas volcánicas crece conforme aumenta su
distancia a la isla de Hawai, actualmente activa, situada en el extremo sudoeste de la cadena.

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Estos sitios activos, denominados puntos calientes, se cree que se deben a acumulaciones
de elementos radioactivos en el manto terrestre, que desprenden una gran cantidad de energía la
cual ocasiona este magmatismo continuado en el tiempo geológico. Cuando uno de estos puntos
calientes se ubica debajo de una dorsal de crecimiento activo, como Islandia, se forman cadenas
de islas o montes submarinos a ambos lados de la dorsal, porque las placas situadas a cada lado
se alejan mutuamente. Wilson identificó varios ejemplos más de estos volcanes y sus cadenas
asociadas de volcanes extinguidos.

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A efectos de la consideración del movimiento de las placas tectónicas, los puntos


calientes, considerados como lugares fijos dentro del manto, constituyen un importantísimo punto
de referencia para establecer el movimiento relativo de las placas de la corteza respecto al manto.

En resumen, la Teoría de la Tectónica de Placas establece que la deriva de los continentes


y la expansión del fondo oceánico pueden adscribirse a los movimientos de las placas rígidas que
constituyen la litósfera la cual recubre una astenósfera subyacente más blanda. Esta hipótesis se
relaciona con el concepto de deriva continental, propuesto por el geofísico alemán Alfred
Wegener en 1912. Fue apoyada más tarde por la exploración de las profundidades marinas,
gracias a la cual se obtuvieron pruebas de que el fondo marino se extiende, creando un flujo de
corteza nueva en las dorsales oceánicas. El concepto de la tectónica de placas se ha relacionado
desde entonces con el origen y el crecimiento de los continentes, con la generación de corteza
continental y oceánica y con su evolución temporal. De esta forma, los geólogos del siglo XX
han desarrollado una teoría para unificar muchos de los procesos más importantes que dan forma
a La Tierra y a sus continentes.

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