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Seminario de organizaciones, instituciones, redes y movimientos.

2004 abril 22-24.

Facultad de Psicología

Universidad Nacional de Rosario.

Puntos de vista en Psicología


Institucional
Cristián Varela
I.

Hablar de psicología institucional resulta en principio algo ambiguo y sujeto a


equívocos. Uno de los sentidos que suele adjudicarse a esa denominación
alude a las prácticas psicológicas que se realizan en contextos
institucionales. A esta acepción se la encuentra con más frecuencia en
ambientes no psicológicos; suele ser desde otros dominios que se denomina
así a la práctica que ejerce el profesional por encargo y bajo control de la
institución. Sin embargo la idea de una psicología institucional como tarea
que es efectuada por la propia institución posee considerable difusión. Tal
es el caso de lo que suele entenderse por institutional psychology en los
Estados Unidos, como trabajo desarrollado por el profesional de la
psicología en tanto que perteneciente a la institución. Ese trabajo se orienta
ya a colaborar en la consecución de los fines institucionales, ya a la
asistencia psicológica –por lo general preventiva y psicosocial– de sus
miembros.  Una acepción similar es la que a veces se encuentra vinculada
con la psicología educacional; en la escuela, la tarea del profesional está en
consonancia con el objetivo de la institución, ya sea como complemento de
la tarea pedagógica o bien en la orientación respecto de trastornos
psicológicos del niño y de su ámbito familiar. En la medida en que esta
actividad se halla en estrecha vinculación con los fines de la institución
existe lógicamente una tendencia a concebirla como una psicología
institucional.

 
Sin embargo hay que decir que no siempre la psicología
institucional vinculada con la escuela es entendida como una práctica al
servicio de la institución; de la misma manera hay que reconocer que no
todo lo que se denomina institutional psychology responde a un esquema
similar. Respecto de lo primero, a  título de ejemplo, basta con confrontar
los trabajos de Lidia Fernández (1998) en los que la Escuela es tomada
como objeto de estudio de la Psicología Institucional. En lo que cabe a la
denominación estadounidense pueden confrontarse los trabajos de Lois
Holzman (1997) donde porinstitutional psychology se entiende ante todo los
modelos que la institución promueve, algo así como su cultura interna. De
todas maneras, más allá de estas objeciones, lo que interesa destacar es que
existe una concepción de la Psicología Institucional en la que ésta es
considerada como una práctica desarrollada en y por la institución. No es
esta la perspectiva que por mi parte sustento; por el contrario me siento
cómodo con una corriente inscripta en la línea que arranca con
la Psicoterapia Institucional que, entre los años ’40 y ’50 de la centuria pasada
planteó la necesidad de darse como objeto de análisis a la institución en sí,
antes que a los sujetos de la institución (Daumezon y Koechlin, 1952). En
consecuencia,un primer punto de vista a sustentar es que la Psicología
Institucional no es aquella que tiene por sujeto que la ejerce a la institución, sino
por el contrario es la psicología que tiene a la institución como  objeto de estudio y
de intervención.

II.

La aserción hecha en el punto anterior puede dar lugar a otro equívoco: si la


Psicología Institucional tiene su propio objeto ¿se constituye como una
disciplina teórica también con su propio corpus conceptual? La respuesta es
aquí simple y negativa, pues este objeto es de naturaleza empírica antes que
de índole conceptual. Si bien la Psicología Institucional cuenta con algunos
elementos teóricos, éstos son extensiones y apropiaciones de conceptos
desarrollados en otros campos, principalmente de la Psicología, pero
también –y en no poca medida– de otras disciplinas. En este sentido se la
puede entender como un campo de aplicación de la Psicología y al mismo
tiempo como una especialización de la misma. En tanto tal, la Psicología
Institucional debe reconocer dos antecedentes directos. Uno que se sitúa en
el campo de la clínica, más precisamente en el de la clínica psiquiátrica
ejercida en instituciones, tal es el caso de la ya mencionada corriente de la
Psicoterapia Institucional de Daumezon, Tosquelles, Guattari et alter;
también es el caso de la Terapia Comunitaria de Maxwell Jones, así como de
los desarrollos de la Tavinstock Clinic (E. Jacques), y de otras experiencias
de índole similar (Laing, Cooper, Bassaglia, etc.). El otro antecedente, más
abarcativo y quizás de mayor pregnancia, es el que le llega desde la
Psicología Social en sus distintas vertientes y desarrollos, antecedente sobre
el que me detendré más adelante.

Si bien cuando se indagan los orígenes de la Psicología Institucional esas


dos líneas antecesoras suelen aparecer confundidas –se verá cómo esto
ocurre en el caso de su desarrollo en la Argentina–, es conveniente
mantenerlas distinguidas por cuanto suponen movimientos distintos. En el
caso del antecedente clínico, el movimiento que da origen a la dimensión
institucional es el que realizan los terapeutas del Hospicio cuando cambian
el foco de atención, desviándolo del paciente para dirigirlo hacia la
institución; se trata, por así decirlo, no de un movimiento de traslación, sino
de un giro efectuado sobre un mismo eje (el del Hospital
Neuropsiquiátrico). En el caso del antecedente psicosocial, en términos
generales el movimiento consiste en un doble pasaje. Hay primero un
pasaje de la psicología del individuo hacia el campo social, dando origen así
la Psicología Social. Luego, en un segundo momento, esta psicología se
aplica al campo institucional, pero sin recortar a la institución como objeto
específico, solamente se aplica a ella como un ámbito más de lo social. Será
luego de un período de experimentación práctica que esta Psicología Social
aplicada a la institución se irá contornando como Psicología Institucional.

Sin duda estas afirmaciones pueden ser contestadas, pero de lo que aquí se
trata, antes que hacer una historia de los orígenes de la cuestión, es delinear
las tendencias generales que hacen al surgimiento de la Psicología
Institucional. Su desarrollo en la Argentina ejemplifica de manera bastante
clara el recorrido recién expuesto. Si se hace centro en la figura de Pichón
Rivière se podrá observar como él participa de los orígenes del Psicoanálisis
en nuestro medio, en tanto teoría y práctica del sujeto individual. Luego se
distancia de ese psicoanálisis para inaugurar su Psicología Social.
Finalmente serán sus discípulos, tales como Bleger y Ulloa, quienes darán
forma a una psicología institucional de contenido psicoanalítico[1]. Un
segundo punto de vista a sustentar consiste entonces en plantear que la
Psicología Institucional se articula con conceptos teóricos provenientes de campos
epistemológicos colindantes entre sí, tanto psicológicos como no psicológicos; y que
esta característica no constituye una carencia, sino que hace a su riqueza
conceptual.

III.

 
Si se afirma que por Psicología Institucional no hay que entender las
prácticas psicológicas que realiza la institución, sino a la psicología que la
tiene por objeto, se abre entonces el espacio de una pregunta, ¿poseen las
instituciones un aparato psíquico que amerite ser abordado por una
psicología? Pregunta que puede resultar ingenua, pero que a la vez es
fundamental pues se sitúa en los orígenes mismos de la Psicología Social,
antecedente –como se vio– de la Psicología Institucional. Para esa misma
pregunta Durkheim ensayó una respuesta: ante la evidencia de que existían
representaciones anímicas metaindividuales, intentó postular la existencia
de un aparato psíquico colectivo que explicara el hecho. Si no pudo avanzar
en la idea es porque para los paradigmas de la época –en los cuales él se
inscribía–  la noción de psiquismo se sustentaba en la neurobiología. Sin
contar con la existencia de un cuerpo orgánico colectivo resultaba imposible
plantear la idea de un psiquismo social, pues para postular una mente
supraindividual se requería identificar su sustrato biológico, corporal
(Durkheim, 1912).

Por otro lado, si la pregunta sobre la existencia de un aparato psíquico


propio de la institución puede parecer ingenua, es porque la noción de
psiquismo ha quedado fuertemente ligada a la de individuo. Aunque en los
desarrollos de Freud se encuentre la respuesta a las preocupaciones de
Durkheim sobre las representaciones colectivas, y si bien conocemos sus 
afirmaciones respecto del carácter social de toda psicología, hay aceptar que
el Psicoanálisis se orientó y se institucionalizó como teoría y práctica del
sujeto individual; lo cual no es de extrañar porque esa era la intención de su
fundador: una clínica para el sujeto que padece. En virtud de la impronta
individualista del Psicoanálisis, la idea de un psiquismo colectivo puede
resultar extraña aún para psicoanalistas abocados a la práctica institucional,
como el caso de G. Mendel[2]. Sin embargo, cuando Freud avanza en la
formalización de su teoría se ve necesitado de plantear una suerte de
isomorfismo, de semejanza de estructura, entre la organización psíquica y la
organización social: la multitud equivale al Yo y el líder al Ideal del Yo. Más
aún, plantea que la organización social es como un psiquismo inacabado, y
que la organización psíquica del neurótico es como una institución
imperfecta[3]. En suma, la organización social es como la organización
psíquica y viceversa. Con apoyo en las formulaciones freudianas, Kaës
(1987) llega a postular la idea de un aparato psíquico institucional, al cual
sitúa en determinados momentos y lugares de una organización social
concreta. Por otro lado, en una perspectiva antropológica influida por la
sociología de Merton, Mary Douglas (1986) sostiene que “las instituciones
piensan”. Lo afirma en el sentido que la institución es una categoría
cognitiva, es un modo lógico o una manera particular de pensar, propia de
una comunidad y que se actualiza en cada sujeto. En tanto tal, el
pensamiento institucional es anterior a la conciencia individual y es
determinante del juicio subjetivo. Como se observa, aquella idea de
Durkheim no resultaba tan descabellada y ha sido retomada por otras vías,
tanto dentro como fuera del psicoanálisis.

           

Como expuse, el movimiento por el cual un psicoanálisis deviene en


psicología institucional supone un paso previo por la dimensión de lo social.
En el caso de Kaës esa dimensión previa tiene la forma de un psicoanálisis
de lo grupal; en Pichón Rivière, la tiene en su teoría del  grupo operativo[4].
La alusión a estas mediaciones sirven para plantear que, en lo conceptual y
en lo operativo, la dimensión de lo psicológico en la institución se constituye
primero como dimensión grupal. Pareciera que recién después de asentarse
la idea –y la práctica– de una dimensión de fenómenos psicológicos
abordable a nivel grupal, puede extenderse lo mismo a nivel de la
institución. En este sentido, la intervención grupal –la eficacia de una
operación psicológica con un sujeto o una subjetividad grupal– es el
laboratorio que permite avanzar en la postulación de una dimensión
institucional que resulte abordable y operable por la Psicología (dimensión
que algunos autores denominan psiquismo institucional).

Por economía expositiva me circunscribo aquí a un recorrido de autores y


corrientes de orientación psicoanalítica, pero si se observa por ejemplo el
desarrollo de las ideas de G. Mead y de K. Lewin, y la contribución que ellas
hacen a una psicología institucional (que mejor se identifica con la
denominación de “organizacional”), se verá cómo esas ideas transitan
primero por una psicología del individuo (Conductismo en el primero,
Psicoanálisis en el segundo) para luego conformar teorías psicosociales
(Interaccionismo Simbólico y Teoría del Campo, respectivamente), pasando
después a teorías de los pequeños grupos, y finalmente aportando a teorías
organizacionales. Un movimiento similar puede observarse respecto de la
actual corriente del  neo-institucionalismo; si se leen en detalle sus
postulados se verá la fuerte impronta que posee del Interaccionismo
Simbólico de los seguidores de Mead[5].

En resumen hay que decir que si bien la noción de un psiquismo


institucional se circunscribe a determinados autores, la idea de que existe una
dimensión de fenómenos psicológicos identificables y abordables a nivel de la
institución, posee suficiente desarrollo y sustentación desde distintas perspectivas
epistemológicas; lo cual legitima la posibilidad de hacer de la “institución” un objeto
de la Psicología, y fundamenta hacer de la institución un  objeto específico, propio
de una psicología específica.  Este es un tercer punto de vista a sustentar.
 

IV.

En el punto anterior hice referencia a la Psicología Organizacional como


campo teórico y de intervención colindante con el de la Psicología
Institucional. No hay espacio aquí para abordar en detalle las diferencias
entre ambas denominaciones, pero a los efectos de precisar mejor lo que
debiera entenderse aquí por institución –en tanto objeto de una psicología–
cabe hacer algunas breves distinciones. Para el lenguaje
corriente organización e institución son términos homólogos; en lo que hace
al discurso teórico las diferencias dependen en gran medida de los autores y
las corrientes que se tengan en cuenta y, un paso más allá, del campo
epistémico desde donde se aborde la cuestión. En términos generales cabe
decir que la institución como objeto es materia de preocupación de la
Filosofía desde épocas tempranas (vg. las Instituciones oratorias de
Quintillano[6]) para luego pasar a incluirse dentro las Ciencias Sociales
cuando éstas surgen a fines del siglo XVIII, principios del XIX: ligada
también al Derecho, a la Iglesia, al Estado y a la cuestión política, la
institución ha sido tema constante y transversal del pensamiento occidental.

Por su parte la preocupación por la organización surge a partir de los


estudios sobre la administración que se inician a principios del siglo XX –
Taylor en los EE.UU. y Fayol en Francia– en directa relación con los
procesos de industrialización, por un lado, y de consolidación de la
burocracia del Estado moderno, por el otro. El avance de las ciencias físico
naturales, especialmente la Biología, dota luego al tema de la organización
de un estatuto de mayor cientificidad. Finalmente, impulsado por el
desarrollo de la organización empresa, y por la preeminencia que ésta cobra
en el mundo contemporáneo, el objeto organización tiende a instalarse
como un objeto conceptual, a mitad de camino entre lo social y lo técnico,
pero sustentado con los avances teóricos de la física, la bioquímica, la
cibernética, y la comunicación.

Si se requiere una rápida distinción entre ambos términos, convendría


entender por institución a las formas y modos de relación entre los sujetos y
con el mundo que toda sociedad establece y sanciona, tanto explícita como
implícitamente (vg. el derecho, le educación, la religión, la familia, el modo
de producción). La existencia de la institución requiere de formas
materiales que indistintamente pueden denominarse instituciones u
organizaciones (vg. un tribunal, una escuela, un templo, una familia, una
empresa). De manera que las organizaciones pasan a ser formas materiales
que responden a un ordenamiento determinado en función de un objetivo y
una racionalidad que las excede, los cuales se sitúan por fuera de ellas en un
nivel que corresponde a la institución[7].

Llevando estas distinciones al campo aquí en cuestión, cabe precisar que la


Psicología Organizacional trata sobre los procesos psicológicos que ocurren
en el interior de las organizaciones, y que en gran mediada sus
formulaciones son herederas de los desarrollos del Neoconductismo, la
Teoría Sistémica y la Teoría de la Comunicación[8]. Por su lado la
Psicología Institucional se ocupa de esos mismos procesos pero sin
circunscribirse al estricto ámbito de las organizaciones; pues si la
institución, en tanto modo de relación, posee una existencia material y
evidente en los espacios organizacionales, existe antes en el conjunto de las
relaciones sociales. Mas aún, Castoriadis (1983) afirma que lo que otorga
existencia a la sociedad es su institución, es el hecho de hallarse instituida.
Finalmente hay que decir que la institución como “forma que adquieren las
fuerzas sociales” no sólo existe en la sociedad misma, y de manera
transversal a las distintas organizaciones singulares, sino también –y esto es
nodal al tema que aquí se trata– posee un estatuto inconsciente (Lourau
1970; 1980). En lo que tiene de inconsciente, la institución es inteligible con
las categorías del Psicoanálisis. En este sentido, no sólo constituye
un objetodel inconsciente, sino que antes bien es su causa[9]. Pero el
constructo teórico del Psicoanálisis no cubre todo lo que la institución tiene
de inconsciente; por ejemplo los desarrollos de Castoriadis sobre lo
imaginario como naturaleza primera de la institución, van en el sentido de
elucidar su estatuto no consciente; lo hace con apoyo en el Psicoanálisis,
pero también mediante el necesario recurso de la Semiología, la Economía,
la Historia y la Ciencia Política.   Un cuarto punto de vista consiste entonces
en plantear, a modo de problema, que la institución como objeto conceptual de
la Psicología Institucional, excede al campo epistémico que lo intenta abordar, pues
ella se sitúa en campos lógicos diversos; entre otras razones, porque su
materialidad es a la vez concreta, pulsional, sociohistórica y significante.

V.

Se ha hablado hasta aquí de la institución en general, lo cual no deja de ser


una abstracción pues las instituciones no existen por fuera de un espacio y
un tiempo. Aún en los casos en que se presenta bajo las formas
más evanescentes (imaginaria,  significante, etc.) la institución no puede
prescindir de las determinaciones materiales y sociohistóricas. En realidad,
las instituciones son formas producidas por la sociedades en la historia (a la
vez que son  productoras de lo social-histórico), hay en este sentido una
dialéctica indiscernible entre sociedad e institución (Castoriadis 1983;
Lourau, 1970).

Por otra parte existe también una relación entre las instituciones de una
sociedad y la reflexión que sobre ellas se hace en esa sociedad. Recurriendo
a la distinción entre una dimensión analítica y otra práctica, se puede decir
que toda actividad de reflexión teórica (dimensión analítica) de un hecho
social se realiza siempre en relación con las contingencias históricas, con la
realidad práctica de esa sociedad. O, dicho a la inversa, es en la práctica
social e histórica donde se producen ciertas reflexiones teóricas sobre la
institución: en determinados momentos y lugares se piensa a la institución
de distinta manera. Así, durante el Renacimiento, el paradigma con que se
la piensa es el de la dominación, y el modelo de pensamiento en juego
encuentra un buen ejemplo en Maquiavelo. En la Modernidad el paradigma
es el de la libertad; y, entre los numerosos pensadores de la época, tal vez se
pueda elegir a Montesquieu como modelo, aunque mal se podría dejar de
lado a Tocqueville y Rousseau por citar sólo a dos pensadores más.

           

La particularidad de la Modernidad es que su modo de pensar (pensamiento


que fue también debate y violencia) dio forma a instituciones distintas,
alumbró nuevas formas de organizar las relaciones sociales y, lo que resulta
inmediato, produjo nuevas formas de subjetivación. En este sentido, el
pensamiento moderno sobre la institución cobra dos aspectos: uno es la
crítica de las instituciones del Antiguo Régimen, el otro refiere al modo de
organizar las libertades adquiridas; se cuestionan las instituciones
existentes y se debate cómo dar forma al espacio social conquistado
(Arendt, 1966); con este segundo aspecto surge la reflexión sobre
la regulación como manera de garantizar la perdurabilidad de los nuevos
derechos y libertades ganados[10]. Aún a riesgo de esquematizar, puede
decirse que de ahí en más quedan instaladas dos líneas respecto de la
institución, una crítica, otra de regulación social; líneas que se mantienen
cuando surge la Psicología Social y luego la Institucional. Respecto de esta
última, la divisoria de aguas tiende a distribuir las corrientes teóricas en
dos psicologías distintas: la que se identifica como organizacional (línea de
conservación y regulación) y la que lo hace con el nombre
deinstitucional (línea analítica y crítica).

Pero las esquematizaciones pueden inducir a errores; si además de


considerar el factor temporal, histórico, se atiende a la otra determinación,
la del lugar donde la institución se realiza y piensa, se verá como la
criticicidad puede perder sentido aunque se sustente en teorías que
surgieron con ese espíritu. Adelantando algo al respecto puede decirse que
cuando la reflexión sobre la institución, generada en un contexto social, se
traslada y se aplica a otro distinto, se pierde en el tránsito el sentido de esa
reflexión. Esta pérdida ocurre porque se interrumpe la relación dialéctica
que liga al campo de análisis teórico con el campo social práctico.¿Se
pueden pensar las instituciones de aquí, con categorías forjadas
allá, sobre y enlas instituciones de allá? ¿hasta dónde sí y hasta donde no?

Con Montesquieu cobra cuerpo la idea de que las instituciones de una


sociedad están determinadas por los hábitos y costumbres del pueblo al que
pertenecen, además de estarlo por la geografía y el clima del lugar en que se
desarrollan. Aunque el pensamiento de Montesquieu es iluminista, esta idea
posee una impronta que adquirirá forma neta  con el Romanticismo alemán
y con la concepción de que hay una continuidad que no puede desconocerse
entre el mundo natural y lo humano social. Del espíritu de las leyes  es también
una reflexión sobre la institución, y si se está dispuesto a leerlo así, se
observará la presencia constante e implícita de una psicología social en las
referencias que hace Montesquieu al temperamento y carácter de un
pueblo, a sus hábitos y costumbres, etc. También está ahí presente la idea
que aportará luego Marx, en el sentido que la naturaleza de las relaciones
sociales está mediatizada por la relación que el hombre mantiene con las
fuerzas naturales. En Marx la fuerza natural es el trabajo,  en Montesquieu
son la geografía y el clima, que determinan el carácter de un pueblo y las
características de sus instituciones. Expresado en clave, actual esto significa que
existe una continuidad entre las condiciones materiales de existencia, la psicología
social de una comunidad y las formas institucionales que ésta se da . Este (quinto)
punto de vista, al que suscribo, debe completarse con el agregado de otra
instancia en la secuencia de ese continuum  recién aludido (sustrato material
– psicología de la comunidad – formas institucionales). La nueva instancia
consiste en la reflexión o teorización que una sociedad hace respecto de sus
instituciones. Dicho de manera directa, la reflexión crítica sobre la institución –
la reflexión que intenta su transformación– no puede efectuarse por fuera de las
determinaciones concretas que determinan al hecho institucional que se analiza.  En
este sentido debe entenderse la afirmación del Análisis Institucional
respecto de que la institución se analiza en sus analizadores (materiales,
sociales y subjetivos)[11].

VI.

 
Las ideas del Romanticismo llegan al Río de la Plata de la mano del joven
Echeverría, se difunden a través su Salón Literario, cobran cuerpo en la
Asociación de Mayo y dan lugar a la Generación del ’37, en la que se forma
el también joven Alberdi. Cuando ya en su madurez este último deba
proponer un modelo para la institucionalización política del país, echará
mano de las ideas románticas para armonizar la perspectiva liberal del
los unitarios con las ideas localistas del bando federal[12]. Pues a partir de
1810, desde Buenos Aires, se venía intentando plasmar un modelo
institucional liberal sustentado en un iluminismo que rechazaba las
instituciones heredadas del virreinato. Un ejemplo paradigmático lo
constituye el gesto de Rivadavia de abolir los cabildos por considerarlos una
rémora del hispanismo, para pasar a sustituirlos por la institución sajona
del juez de paz. En este movimiento se observa clara la ruptura de la
secuencia entre la materialidad concreta, las costumbres psicosociales y la
forma de las instituciones de una sociedad. Pero, en el caso de Sarmiento,
aunque se confiesa continuador de las ideas rivadavianas, hay que
reconocer que no ocurre lo mismo. En el Facundo se observa un interesante
análisis mesológicodonde se vinculan la geografía (el desierto) con las
costumbres y las instituciones de esta parte de América: somos como somos
por el suelo que habitamos y las costumbres que heredamos. El problema es
que en su apuesta institucionalizadora –que en no poca medida gana–
Sarmiento, como conclusión de sus análisis, propone ex profeso la ruptura de
aquella secuencia. No sólo su ruptura, sino también la inversión del
proceso: traer instituciones foráneas para cambiar las costumbres y
modificar la realidad geográfica (cultivar). Alberdi, contemporáneo
pero enemigo intelectual del sanjuanino más ilustre, hará por su parte un
planteo menos drástico, menos liberal y más romántico podría decirse
simplificando los términos de la cuestión. Pues aunque también inscripto en
las ideas liberales, y al mismo tiempo socialistas, el inspirador de nuestra
Constitución intentará una transacción con la realidad telúrica defendida
por el bando federal. De todos modos, las soluciones que aporta el
tucumano en el fondo apuntan a la misma inversión de la
secuencia natural entre hábitat, hábitos e instituciones. Estas soluciones
fueron las que efectivamente materializó la Generación del ’80.

Este rápido resumen tiene por objeto postular una posición al respecto:  el
proceso de institucionalización –que comienza a debatirse al día siguiente
de la Segunda Invasión Inglesa, culmina después de Caseros, y se
materializa en los ‘80– produjo la modernización del país al precio de privar
de representación institucional a una parte considerable de su sociedad y su
historia. A esta dimensión negada Martínez Estrada (1932) la denomina
realidad telúrica o facúndica, y la concibe como a una fuerza inconsciente que
subyace por debajo de la realidad civilizada. Como fuerza,
lo facúndico   trabaja en dos sentidos, por una parte mina a la estructura
instituida vaciándola de contenido, por otra parte, esporádicamente,
emerge como magma volcánico o masa aluvional superando al sistema
institucional. Hay en los textos de Martínez Estrada, posteriores al ’30, un
constante y saludable esfuerzo de construir una reflexión sobre la
institución en la Argentina. Claro que su intento es detectable si se posee la
inquietud de indagar sobre el particular, pues no hace falta indicar que en
nuestro medio es escasa la reflexión explicita sobre lo institucional. Sobre
todo, lo que escasea es una reflexión crítica hecha con categorías que se
adecuen a la singularidad local del problema[13].

En el punto IV se expuso la idea de que el objeto propio de la Psicología


Institucional se sitúa a la vez en distintos campos epistemológicos. Como un
sexto punto de vista habrá que agregar ahora, en primer lugar, que como objeto no
siempre se presenta bajo su propio nombre:  institución, sino que corresponde
indagarlo allí donde se trata de formas colectivas socialmente sancionadas, de
manera explícita o implícita (vg. una Constitución, el carácter de un pueblo, usos y
costumbres, etc.); en segundo lugar, corresponde incluir dentro del campo en
cuestión los procesos opuestos, aquellos donde la institución es negada por la
irrupción de lo nuevo que viene a contradecirla, ya sea que desemboque en una
nueva forma o bien que permanezca en la dimensión de lo  instituyente.

VII.

La mayor extensión comparativa que suponen estos apartados relativos a la


cuestión sociohistórica no debiera inducir a pensar que implican un desvío
en relación con lo específico de la Psicología Institucional. Así como la
dimensión de lo psíquico es inalienable de la condición humana, y lo psicosocial
indiscernible de la dimensión de lo social, toda vez que se trate de la cuestión
institucional –aun bajo la forma más positiva de una ley jurídica como la
Constitución– la dimensión psicológica está ahí presente, tanto más presente
cuanto más se la niega u oblitera . Otro de los supuestos de la teoría del Análisis
Institucional es que la institución no reside tanto en la forma que se
denomina con ese nombre, sino que es aquello por descubrir en la práctica
analítica para sacarla de la “oscuridad en que trabaja”[14]. Esta afirmación
bien puede extenderse a la vinculación de la psicología con la institución,
diciendo que para la Psicología Institucional se trata de elucidar la dimensión
psicológica presente de manera inalienable en toda forma institucional , con lo cual
queda planteado un séptimo punto de vista.

VIII.
Resta aún retomar la cuestión de la reflexión que una sociedad hace
respecto de sus propias instituciones. Con apoyo en el materialismo
dialéctico y en el romanticismo histórico he planteado la continuidad que se
tiende entre: las condiciones existenciales de una sociedad, la psicología
social que le es propia, y las formas institucionales que esa sociedad
produce. Otro sustento posible para explicar esa misma continuidad es el
concepto de transducción, tal como es trabajado por Gilbert Simondon[15].
Lo interesante de su idea es que liga mediante una misma lógica a procesos
de naturaleza diferente. Pero más lo es su afirmación de que el pensamiento
que permite dar cuenta esos procesos no es en raíz distinto de los procesos
mismos. Pues el modo lógico con que opera el pensamiento es transductivo,
como transductivos son los procesos sobre los que el pensamiento piensa:
“la génesis del pensamiento se cumple al mismo tiempo que la génesis del
objeto”.

Producir instituciones y analizar instituciones se nos presentan


comúnmente como procesos distintos, hasta quizás antagónicos; suele
decirse que debe haber ruptura necesaria con el proceso –o en el proceso–
institucional para que haya análisis; que debe haber distanciamiento con el
objeto, y distinción del sujeto que reflexiona, para que haya pensamiento
sobre la institución. Todo lo cual es cierto, pero es precisamente porque
existe de hecho continuidad entre objeto y sujeto, entre el proceso
institucional y el pensamiento, que debe operarse tal distanciamiento[16].
Ahora bien, esta toma de distancia es distinta de un extrañamiento o de una
extranjería del pensamiento en relación con su objeto, pues se trata de una
separación operativa, o aún de una ruptura (crisis), pero que se opera en la
institución; la reflexión sobre la institución es un proceso inmanente a ella,
es una vuelta sobre sí, a la manera de una inversión, donde lo producido se
vuelca sobre el mecanismo de producción para transformarlo.

Este carácter inmanente de la reflexión, necesario para producir efectos en


la institución, no debe sin embargo confundirse con la autorreferencialidad,
la que de por sí es anti-productiva. En todo caso, la afirmación de que el
pensamiento sobre la institución es inmanente al campo mismo de la
institución, es asimilable a la noción de autopoiesis.  Pues ésta supone un
proceso donde se generan en un dominio de realidad nuevas dimensiones
hasta entonces inexistentes. En el campo biológico la autogeneración se
produce como respuesta a las condiciones de entorno, tal como ocurre en el
dominio de los socio-institucional. Pues las instituciones son por naturaleza
sistemas abiertos, aunque se conciban a sí mismas como cerradas. Es
innegable que en la reflexión crítica sobre la institución el factor exógeno
siempre juega (por ejemplo, las Invasiones Inglesas y la consecuente crítica
social que desmorona al sistema virreinal). Pero en un proceso reflexivo
auténtico el factor externo opera como disparador o precipitador ( amorcees
el término que utiliza Ramos Mejía[17]) y no como respuesta ni aún como
categoría o instrumento de análisis (o analizador). La variable endógena no
debe considerarse como productora del cambio, sino como el precipitador
del proceso de transformación. De otro modo, si en el análisis reflexivo –o
en la puesta en crisis real– no son las fuerzas inmanentes a la institución las
que se transforman produciendo así el cambio institucional, si esas fuerzas
no operan su propia transformación para pasar a constituirse en una nueva
realidad, si ellas no integran el proceso de cambio ni conforman el producto
que resulta del análisis (conservación en superación), éste análisis resulta
fallido. De manera inversa, si las categorías analíticas –o la solución ready
made– vienen dadas desde afuera, pueden ocurrir dos cosas: o bien resultan
inocuas y ningún cambio se produce, o bien se produce un cambio pero por
efecto de colonización. En este segundo caso habrá conservación sin
superación de lo existente; y lo que así se conserva operará como
resistencia, que será tanto más resistente cuanto más sordo e inercial sea su
estatuto de existencia.

En resumen, con este planteo queda sustentado como un octavo y último


punto de vista lo que considero una tarea para una Psicología Institucional en
nuestro medio: el desarrollo de categorías de análisis inmanentes a la naturaleza
de nuestras instituciones, habida cuenta las particularidades que poseen, producto
de las contingencias ya referidas de su génesis sociohistórica . Como se expuso, si
se quiere operar transformaciones no alcanza con proveerse de un
pensamiento crítico; pues no está garantizada su criticidad, si ese
pensamiento se forjó en otra realidad sociohistórica.

Abril 2004.

Bibliografía

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[1] Cfr. Balán (1991), Ulloa (1995), Vezzetti (1996), Bleger (1995).

[2] En rigor Mendel arriba al psicoanálisis luego de transitar, y sin nunca


abandonar, la sociología. Por otro lado sus objeciones se orientan hacia la
factibilidad de una operación “clínica” fundamentada en un psiquismo
social; pues habida cuenta lo inasible que resulta la idea de un sujeto
colectivo ¿cómo intervenir con eficacia psicoanalítica –tornar consciente lo
inconsciente– con el instrumental legado por Freud? (cfr. Mendel, 1992).

[3] “... la masa que posee un caudillo y no ha adquirido aún, por una


‘organización’ demasiado perfecta, las cualidades de un individuo”. “...el
neurótico (...) reproduce así las instituciones de la humanidad en un aspecto
desfigurado...” (Freud, 1921, pp. 2592 y 2609).

[4] Aunque en realidad en Pichón Rivière lo social no se agota en lo grupal,


pues su tributación al materialismo dialéctico supone una apertura en
paralelo de su pensamiento hacia un horizonte propiamente social. Pichón
Rivière (1980).

[5] Cfr. North (1993).

[6] Siglo I de nuestra era.

[7] Ver Varela, C. La entrada al terreno institucional,  Tramas, Nº 20,  Ed.


Universidad Autónoma de México, 2004.

[8] Aunque no habría que descartar otros aportes teóricos, como los más
recientes de H. Maturana y F. Varela (1973) surgidos del campo de la
Biología.

[9] No se nos escapa que el peso de esta afirmación requiere exponer su


sustento teórico, pero las circunstancias de espacio nos requieren remitir al
lector a los postulados de Lacan sobre la naturaleza estructurante del
lenguaje, constitutivo del sujeto deseante “hecho de un animal presa del
lenguaje” (Lacan, 1966; 608), el cual es la institución fundante de lo
humano social. Por otro lado están las formulaciones de Käes ( op. cit.) que
con apoyo directo en Freud plantea una función similar para la institución
respecto del psiquismo.

[10] Las figuras de Saint Simón y Comte resultan por demás representativas


de ambos momentos de la Modernidad, el primero como utopista y
revolucionario, el segundo, su secretario, como formalizador del
pensamiento sociológico.

[11] Cfr. Lourau (1970), Lapassade (1966), Varela (2002).


[12] Cfr. Alberdi (1853) Bases; también la reflexión que al respecto hemos
hecho, Varela (2003) La República inconstituida.

[13] Incluso debe hacerse lugar a la crítica que observa en Martínez Estrada


un pensamiento de raigambre europea (cfr. Jauretche, A., Los profetas del
odio y la yapa).

[14] Lourau, R., Implication, Transduction, Paris, Anthropos, 1997 (la


traducción es nuestra).

[15] “Entendemos por transducción una operación física, biológica, mental,


social, por la cual una actividad se propaga de próximo en próximo en el
interior de un dominio” (Simondon, G., L’ Individuation psychique et
collectif, Paris,Aubier, 1987, p.24 – la traducción es nuestra).

[16] Hay que recordar aquí la afirmación de Mary Douglas (1999) en el


sentido que el pensamiento es institución.

[17] Ramos Mejías, José M., Las multitudes argentinas,  Kraft, Bs. As.,


1952.

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