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LA FELICIDAD DEL HOMBRE QUE CREE EN DIOS

Para finalizar esta obra, San Anselmo describe hermosamente la felicidad destinada al
hombre que ama a Dios: “Si todos los bienes son agradables, piensa en cuán alto grado debe
serlo éste, puesto que en él se encuentra todo lo que es agradable en los otros
bienes”[24] Como vemos nuestro autor, tiene una visión positiva de las realidades creadas,
que al descubrirlas como bienes lo hacen aspirar al Bien que ha creado las bondades. La
mirada de San Anselmo se dirige hacia los bienes, las perfecciones y en ese sentido descubre
que al creyente todavía le esperan muchos bienes más: “Si queréis una vida larga y llena de
salud, allí la eternidad será sin enfermedad, y la salud eterna, porque los justos vivirán
eternamente, y también porque la salud viene del Señor. Si queréis ser saciados, serán
saciados cuando aparezca la gloria del Señor. Si queréis embriagaros, se embriagarán con la
abundancia de la casa del Señor. Si buscáis un placer cualquier que no sea inmundo, sino
puros: Señor tú los saciarás con el torrente de tu placer”[25]. Y de esta manera continua
nuestro santo hablando de la sabiduría, la amistad, la concordia, el poder, los honores,
riquezas y seguridad, para terminar exclamando “¡Oh, cuán grande debe ser la alegría allí
donde se encuentra tan gran Bien!”[26]

[pullquote]La realidad del Bien que inunda la Vida de San Anselmo lo lleva a querer conocer y
amar a Dios. Es en este espíritu que finalmente termina su obra suplicándole ferviente al
Señor que le de la Fe para Creer: “Yo te suplico, ¡Oh Señor!: Haz que te conozca, que te amé,
a fin de que encuentre en ti toda mi alegría […]. Que sea lo que hable mi corazón, lo que
hable mi boca. Que mi alma tenga hambre de esa felicidad; que mi cuerpo tenga sed; que mi
sustancia entera la desee, hasta que entre en la gloria del Señor, que es Dios trino y uno,
bendito en todos los siglos. Así[/pullquote]

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