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Lima, la capital del Perú, será la tribuna desde la cual el Libertador vocee el llamado a
reunirse en Panamá. El 7 de diciembre de 1824, antes de la victoria del general Antonio
José de Sucre en Ayacucho, Bolívar dicta la carta circular convocatoria. En su calidad
de jefe de Estado del Perú, Bolívar se dirige en primer lugar a los gobiernos de las
naciones que habían firmado y ratificado los tratados de 1822 y 1823 (que eran sólo, en
aquella fecha, la Gran Colombia y México), y poco después al de Guatemala (América
Central) que estaba entonces en negociaciones para concluir con la Gran Colombia un
tratado similar, el cual fue firmado en Bogotá por Pedro Gual y Pedro Molina en marzo
de 1825. En su comunicación oficial del 7 de diciembre de 1824, conocida
históricamente como Convocatoria del Congreso de Panamá (que refrendaba como
ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores José Faustino Sánchez Carrión) Bolívar
invitaba a aquellos gobiernos a enviar sus plenipotenciarios a la ciudad de Panamá, a fin
de que reunidos con los que enviaría el Perú procediesen a iniciar las deliberaciones del
Congreso General Anfictiónico.
Entre otros conceptos, se expresa así Bolívar: "...Parece que si el mundo hubiese de
elegir su capital, el Istmo de Panamá sería señalado para este augusto destino, colocado,
como está en el centro del globo..." Y agrega: "...El día que nuestros plenipotenciarios
hagan el canje de sus poderes, se fijará en la historia diplomática de América una época
inmortal. Cuando después de cien siglos, la posteridad busque el origen de nuestro
derecho público y recuerden los pactos que consolidaron su destino, registrarán con
respeto los protocolos del Istmo. En él encontrarán el plan de nuestras primeras
alianzas, que trazará la marcha de nuestras relaciones con el universo. øQué será
entonces el Istmo de Corinto comparado con el de Panamá?..."
Si el istmo de Corinto presenció las luchas entre las ciudades de la antigua Grecia, y
Corinto misma, que con ellas rivalizó en diversos campos, especialmente en el
comercial y en los deseos de expansión, al fin cayó y pereció bajo el poder de los
romanos conquistadores; en cambio, el de Panamá presencia algo más trascendente, más
edificante: la consolidación de la amistad entre los pueblos, mediante estrechas y
sinceras relaciones. Si los pueblos antiguos hacían ligas para conquistar, para sojuzgar,
para explotar, para robustecer su poderío naval; los de Hispanoamérica en la cita de
Panamá sólo buscaban vigorizar sus logros en lo atinente a libertad, independencia,
soberanía.
También fue invitado el imperio del Brasil. Con esto, quedaba desvirtuado el propósito
fundamental del Libertador, que consistía en lograr un entendimiento de las Repúblicas
hispanoamericanas a fin de poder negociar luego, en bloque, con las naciones de otras
culturas o de diferentes regímenes políticos. Finalmente, se realizaron gestiones para
que el gabinete inglés se hiciere representar en el Congreso de Panamá por un
observador. El reino de Holanda decidió también enviar otro.
El Congreso se instaló en Panamá el 22 de junio de 1826. Las delegaciones estuvieron
integradas de la manera que sigue: Antonio Larrazábal y Pedro Molina, ambos
guatemaltecos, por Centro América; Pedro Briceño Méndez y Pedro Gual, venezolanos,
por la Gran Colombia; José Mariano de Michelena y José Domínguez Manso, por
México; Manuel Lorenzo Vidaurre y Manuel Pérez de Tudela, por el Perú. Como
observadores y con rango de consejeros, participaron Eduardo Santiago Dawkins, por
Inglaterra, y Jan van Veer, por Holanda. De los delegados de Estados Unidos, uno
Ricardo C. Anderson, falleció antes de llegar a Panamá, y el otro, John Sergeant, llegó a
la sede del Congreso cuando éste había concluido ya sus deliberaciones. Brasil, Chile y
Argentina, no acreditaron delegación alguna. Tampoco estuvo Bolivia representada en
Panamá, aun cuando había designado sus plenipotenciarios; éstos eran José María
Mendizábal y Mariano Serrano.
A partir de ese último día se reanudaron las sesiones conjuntas, que fueron 10 en total,
incluyendo la inaugural y la de clausura. En el transcurso de esta última, celebrada en la
noche del 15 de julio de 1826, los plenipotenciarios procedieron a firmar los
documentos emanados del Congreso: un tratado de unión, liga y confederación
perpetua, una convención de contingentes navales y terrestres y un acuerdo para
reanudar en 1827 las sesiones en la villa de Tacubaya, muy cercana a Ciudad de
México. El tratado constaba de 31 artículos más un artículo adicional. En el artículo
segundo se especificaba del modo siguiente su principal propósito: "...El objeto de este
pacto perpetuo será sostener en común, defensiva y ofensivamente si fuese necesario, la
soberanía e independencia de todas y cada una de las potencias confederadas de
América contra toda dominación extranjera; y asegurarse desde ahora para siempre los
goces de una paz inalterable y promover al efecto la mejor armonía y buena
inteligencia, así entre sus pueblos, ciudadanos y súbditos, respectivamente, como con
las demás potencias con quienes deben mantener o entrar en relaciones amistosas..."
El tercer documento declaraba que las sesiones se reanudarían unos meses después en la
villa de Tacubaya. Algunos han considerado que el Congreso de Panamá fue un fracaso,
concepto éste que está fuera de la realidad, puesto que si bien no se alcanzaron todos los
objetivos propuestos por Bolívar, es innegable que dentro del cuadro de esos objetivos,
hubo logros de alta significación para Hispanoamérica y el mundo. En primer término
porque es la primera vez que un puñado de naciones libres se sientan alrededor de una
mesa a dialogar como hermanas sobre los problemas del presente y los programas a
llevar a cabo en el futuro; segundo, porque se suscribe el Tratado de Unión, Liga y
Confederación Perpetua entre las Repúblicas participantes en el Congreso; tercero,
porque de esa memorable asamblea emerge un nuevo derecho para Hispanoamérica, tal
como lo concibió el Libertador: el arbitraje, o sea el procedimiento pacífico de someter
las disidencias entre 2 naciones a un tercero cuyo fallo pone fin al conflicto. Con esta
modalidad no estaban de acuerdo las potencias europeas acostumbradas a obtenerlo
todo por la fuerza; cuarto, porque se creó una mentalidad hispanoamericanista tendiente
a asegurar la integridad de los respectivos territorios y cooperar a la eliminación del
tráfico de esclavos, y quinto, porque dentro de la mentalidad creada en Panamá se da
singular significación a la amistad y solidaridad que ha de reinar entre las naciones
participantes y la prohibición de intervenir en ligas o tratados con Estados extraños a la
confederación.
Es cierto que en Tacubaya no se logró nada, pues las sesiones no llegaron a reanudarse
formalmente y los tratados de Panamá no entraron en vigencia oficialmente. Sin
embargo, lo de México no ha de tomarse como base del fracaso del que se ha hablado.
Fracasó lo de Tacubaya, pero no lo de Panamá. Lo del istmo no se perdió. El solo
levantamiento de puentes de amistad entre los hombres y los pueblos que allí tuvo lugar
en la primera etapa del histórico Congreso, basta para asegurar que aquella fue una
reunión exitosa, positiva, que ha servido de simiente para el nacimiento en este siglo de
instituciones internacionales que laboran por la paz, la justicia, el derecho, la concordia
y el progreso de los países que pueblan el mundo.
Doctrina Monroe
A principios del siglo XX, EUA ya había consolidado su Estado nacional y afirmado
su "destino manifiesto". Había anexado territorio mexicano, ocupado Cuba, Puerto
Rico, Panamá, Filipinas, Guam y Hawai. Su hegemonía también alcanzaba a la
América Central y el Caribe hispanoparlante. En esa época, el entonces Presidente
de los EUA, Teodoro Roosevelt emitió el Corolario (1904) que lleva su nombre
aseverando que si un país del hemisferio americano, situado en la zona de
influencia de los EUA, actuaba "amenazando" o poniendo en peligro los derechos o
propiedades de ciudadanos o empresas de su país, el gobierno de EUA estaba
obligado a intervenir en los asuntos domésticos del país "desquiciado" para
reordenarlo, restableciendo los derechos y el patrimonio de su ciudadanía o de sus
empresas. Este corolario transformó la Doctrina Monroe, que decía proteger
a los Estados del Nuevo Mundo contra la intervención europea, en una
doctrina de intervención de los EUA en América Latina y el Caribe.