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QUE ARDA TEBAS

Américo del Río Ortega


Personajes (por orden de aparición):

Carmina Montiel, 59 años, actriz, interpreta al personaje de Yocasta.

Rodrigo Abarca, 38 años, actor, interpreta al personaje de Creonte.

Ehécatl Reyes, 27 años, actor, interpreta al personaje de Edipo.

Jimena Higueras, 22 años, actriz, interpreta al personaje de la Esfinge.

Santiago Cruz Mendiola, 28 años, director de teatro, improvisadamente interpreta al personaje de

Tiresias.

Aketzalli Cadena, 21 años, asistente de dirección.

Alberto Rogel, 49 años, actor, interpreta al personaje de Tiresias.

La obra sucede, alternadamente, en un camerino y en el escenario de un gran teatro.

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ACTO ÚNICO

Camerino de un gran teatro. Cinco lugares con sus respectivas sillas y espejos; tres asignados a

los actores (hombres) y dos a elementos de la producción (una máquina de coser, trozos de telas,

máquinas de silicón, tijeras...) En un rincón hay un garrafón de agua. Pegado a una pared, un

botiquín; en otro sitio, un monitor. Los espejos de los actores están sutilmente personalizados: una

vela, fotos familiares, una postal. Junto a una ventana abierta, CARMINA MONTIEL deambula

nerviosamente y fuma un cigarro. RODRIGO ABARCA, sentado en su lugar, se retoca el

maquillaje. EHÉCATL REYES, ayudándose con sillas, hace ejercicios vigorosos en una esquina.

Los tres llevan su vestuario puesto.

CARMINA: La ciudad, como tú mismo puedes ver, está demasiado agitada y no es capaz

todavía de levantar la cabeza de las profundidades por la sangrienta sacudida.

Se debilita en las plantas fructíferas de la tierra, en los rebaños de bueyes que

pacen y en los partos infecundos de las mujeres. Además, la divinidad que

produce la peste, precipitándose, aflige la ciudad. ¡Odiosa epidemia! Ni yo ni

estos jóvenes estamos sentados como suplicantes por considerarte igual a los

dioses, pero sí el primero de los hombres en los sucesos de la vida y en las

intervenciones de los dioses.

Silencio.

RODRIGO: ¿Hace cuánto fue eso, Maestra?

CARMINA: Casi cuarenta años.

RODRIGO: Qué envidia…

EHÉCATL: También fue el mensajero, ¿verdad?

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CARMINA: Así es… con todo y barbas.

EHÉCATL: ¡Ah, con madre! ¿Y a poco se acuerda igual?

CARMINA: Uy, hijo, no creo.

RODRIGO: A ver, a ver: ¡Oh, vosotros, honrados siempre…!

CARMINA: ¡Oh, vosotros, honrados siempre, en grado sumo, en esta tierra! (Pausa.)

RODRIGO: ¡Qué sucesos vais a escuchar…!

CARMINA: ¡Qué sucesos vais a escuchar, qué cosas contemplaréis y en cuánto aumentaréis

vuestra aflicción! Creo que ni el Istro ni el Fasis podrían lavar, para su

purificación, cuanto oculta este techo y los infortunios que, enseguida, se

mostrarán a la luz, queridos y no involuntarios. Y, de las amarguras, son

especialmente penosas las que se demuestran buscadas voluntariamente.

RODRIGO: Los hechos que conocíamos son ya muy lamentables. Además de aquéllos, ¿qué

anuncias?

CARMINA: Las palabras más rápidas de decir y de entender:…

CARMINA Y RODRIGO: … ha muerto la divina Yocasta.

RODRIGO: (Suspira. Pausa.) Que Sófocles nos ampare.

CARMINA: Amén.

EHÉCATL: (Pausa.) ¿Cómo se acuerda todavía, Maestra?

CARMINA: Ya ves, mijito, lo que bien se aprende… dicen por ahí.

RODRIGO: Los clásicos nunca se olvidan, Maestra.

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Al interior del teatro se anuncia: “Respetable público, su atención, por favor. Esta es primera

llamada, primera, primera llamada”. Todos se alarman.

CARMINA: ¡Pero por qué!

RODRIGO: ¡No, no mamen, qué les pasa!

Entra JIMENA HIGUERAS con un libreto en la mano.

JIMENA: (Al borde del llanto.) Güey, no es cierto, ¡díganme que no es cierto!

EHÉCATL: A ver, aguanten…

Entra SANTIAGO CRUZ MENDIOLA.

SANTIAGO: Señores…

CARMINA: ¡No, hijo! ¿En serio dieron primera?

SANTIAGO: Lo siento, Maestra, me acaban de pedir que empecemos ya. Vamos a esperarnos

cinco minutos más y si no llega, ni modo, arrancamos sin él.

RODRIGO: ¿Así de plano? ¿Y si le pasó algo?

SANTIAGO: El productor y su asistente ya lo están buscando por todos lados, los policías del

teatro también. Aketzalli ya llamó a su casa y lo reportó a Locatel, no podemos hacer nada

más.

RODRIGO: ¡Pero no podemos empezar sin él!

SANTIAGO: La gente lleva esperando casi una hora, Rodrigo, y me acaban de avisar que el

Secretario tiene que tomar un avión en tres horas. O empezamos ya y que alguien lea las

partes de Alberto o cancelamos y nos echamos a todo el mundo encima, ¿qué prefieres?

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RODRIGO: ¿Y quién va a leer sus partes? ¿Tú?

SANTIAGO: Yo voy a leer lo de Tiresias, desde la cabina.

CARMINA: ¡Dios Cristo!

RODRIGO: ¿Y lo del coro?

SANTIAGO: Ya habíamos quedado que Jimena.

JIMENA: (Llorando.) ¡No, güey, te juro que no se me pega nada, güey!

SANTIAGO: Seguramente ya te aprendiste algo, nos vamos con eso.

CARMINA: ¡Óyeme, si no son enchiladas, hijo!

SANTIAGO: Yo lo sé, Maestra Montiel. A ver, no nos preocupemos; ocupémonos. Nuestro

espectáculo es versátil, podemos perfectamente integrar esto.

Entra AKETZALLI CADENA.

AKETZALLI: (A SANTIAGO.) Señor, una noticia buena y una mala. La mala es que no nos

trajeron la pistola. Los técnicos me dicen que nos fabrican rápido un cartucho de salva y

que nos prestan la que tienen aquí para detonarla.

RODRIGO: Ah, chingá, ¿y qué pistola te van a prestar?

AKETZALLI: Una que tiene el Venado.

RODRIGO: No, que no mamen, ¡si esa es de a de veras!

CARMINA: ¿Cómo que de a de veras? ¿Tienen una pistola real aquí?

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RODRIGO: Pues el pinche Venado todo paranoico, Maestra. Desde que se metieron a robar…

nomás usted no diga nada.

CARMINA: ¡Dios Cristo!

SANTIAGO: Olvídenlo, entonces, nos vamos sin pistola. Además no tenemos a Alberto para

dispararla.

AKETZALLI: Esa es la buena noticia, que Alberto ya contestó. Dice que llega aquí en media

hora.

SANTIAGO: ¡Cómo que en media hora! ¡¿Pues dónde está?!

AKETZALLI: No sé bien, sólo me dijo lo que ya sabemos, llegó a las cinco, dejó sus cosas y se

fue.

SANTIAGO: Al súper.

AKETZALLI: No creo, Santi.

EHÉCATL: A mí me dijo que al súper.

AKETZALLI: Bueno, el chiste es que está bien, ni lo secuestraron ni nada por el estilo. ¿Entonces

lo esperamos?

SANTIAGO: A ver, espérate, ¿y por qué carajos se tardó tanto en el súper?

EHÉCATL: No habrá encontrado tequila.

CARMINA: ¿Cómo que tequila?

EHÉCATL: Sí, me dijo que se le había antojado un tequila para brindar al final, por eso se fue.

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RODRIGO: ¿Y lo dejaste ir, escuincle pendejo? ¡¿Qué no sabes que el Maestro es alcohólico

rehabilitado?!

EHÉCATL: ¡Tcht, tcht, tcht, a mí no me hables así!

SANTIAGO: ¡A ver, ya, señores! Alberto Rogel ya está bastante grandecito como para saber lo

que hace, ¿no?

AKETZALLI: Tranquilos, yo no lo oí ni tomado ni nada, ¿Qué hago entonces, Santi? ¿Le pido al

Venado que nos retrase las llamadas?

RODRIGO: ¡Hombre, eso estaría muy bien…! Ah, no, que ya dieron la primera, ¿verdad? ¡Chin,

qué le vamos a hacer, ya alborotamos al respetable!

EHÉCATL: Ya bájale a tu mala vibra, cabrón, ¡aunque sea por hoy!

RODRIGO: ¡Ve a bajarle la mala vibra a tu rechingada madre, pendejito! (Conato de pelea.)

CARMINA: ¡Por el amor de Dios! ¡Un poco de respeto, caramba!

SANTIAGO: ¡Ehécatl! ¡Rodrigo! ¡Quietos, carajo! (Se calman.) ¿Qué no ven que estamos en

llamas? Esta es nuestra única oportunidad de que el Secretario de Gobernación, en

persona, vea nuestra obra y escuche nuestro mensaje. Si se nos va, adiós a todos nuestros

esfuerzos. (Pausa.) Ayúdenme, por favor.

Silencio largo.

CARMINA: Vamos pues, Señor, no se diga más. (EHÉCATL asiente, RODRIGO voltea la mirada,

JIMENA baja la cabeza.)

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SANTIAGO: Gracias, Maestra Montiel. Aketzalli, pídele al Venado que dé segunda llamada. Y

si Alberto llega sobrio, que se integre para el coro.

AKETZALLI: (Sale mientras habla por un radio comunicador.) Venadito, ¿me copias? Dame

segunda en cuanto Ehécatl llegue a su marca.

JIMENA: ¿Y si Alberto llega borracho? ¡No me lo voy a saber, baby!

SANTIAGO: ¡Pues le improvisas y sigues con la función, carajo! Querías ser actriz, ¿no? (Pausa.

JIMENA llora en silencio.)

RODRIGO: Ya, ya, Jimenita… Cualquier cosa, le entramos al quite, ¿vale?

JIMENA: Sí, güey, gracias.

SANTIAGO: Bueno, ya… Vengan por favor. (Se toman de las manos en un círculo.) Ya estamos

aquí y no nos queda más que demostrar quiénes somos. Maestra Montiel: gracias, infinitas

gracias por este viaje, tenerla a usted en el elenco ha sido un verdadero privilegio. Rodrigo

… también, muchas gracias por tu trabajo. Ehécatl: ¿Qué te digo, mi hermano? Yo sabía

que este papel iba a ser tuyo algún día, nadie como tú para darle vida a Edipo Rey.

Acábatelos, incendia la escena y ciérrale la boca a todo el mundo. Y Jimena: vamos a

sobreponernos, ¿te late? (Pausa.) No se preocupen por lo de Tiresias… mi voz en off será

como… una voz omnipresente, será la voz del inconsciente colectivo materializado… que

le revela a Edipo la verdad. Queda muy bien con nuestro montaje.

RODRIGO: Va, va, está chido…

SANTIAGO: Sí… (Silencio incómodo.) Compañeros, tengan presente en todo momento la causa

que hoy nos convoca para contar esta historia. Hoy más que nunca el país necesita

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urgentemente un discurso como el nuestro. Óiganlo muy bien: hoy haremos un cambio,

hoy trascenderemos nuestro tiempo. (Pausa.) ¡Que baje el Duende, compañeros, que

refresque nuestras formas, que haga renacer lo viejo, que nos traiga sus milagros! (Pausa.)

Confío en ustedes. Todo saldrá muy bien porque hemos hecho un estupendo trabajo.

Mierda pues. Una, dos, tres:

TODOS: ¡Mierda, mierda, mierda!

SANTIAGO: Bien, a primera posición. (Sale.)

Silencio.

EHÉCATL: Maestra, desde hace años soñaba con trabajar con usted y bendito sea Dios, ya se me

hizo. Míreme las manos, 'ora sí ya me entró el nervio. Pero estando usted, no hay nada

que temer.

CARMINA: Calma, mijito. Nos va a ir bien.

EHÉCATL: Claro que sí, Maestra. Mucha mierda. (La abraza.) Mucha mierda, Jime. Tú tranqui,

nos vamos siguiendo, ¿va? No te voy a dejar caer.

JIMENA: Gracias, Ehec. (Se abrazan.)

EHÉCATL: Mierda, Rodrigo. Vamos a darle, ¿no?

RODRIGO: Con todo, Venga... (Se abrazan por compromiso.)

CARMINA: Mucha mierda, esposo-hijo, nos vemos en Tebas. (Sale EHÉCATL.)

Silencio.

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RODRIGO: (Casi para sí.) En qué momento, puta madre… ¡En qué momento acabamos aquí!

(Se aguanta el llanto.) Qué ganas de dar mis siete días, pero ni hablar. Chingada costumbre

de comer.

CARMINA: Ten piedad de una buena vez, Rodrigo… ¿Qué ganas? ¡Caramba!

RODRIGO: Nada, Maestra. Ni pedo, aquí nos tocó. Mucha mierda, pues. (Sale.)

CARMINA: (Para sí.) Sus siete días. Y el otro: “Que baje el Duende”... ¿Tú qué sabes de duendes,

criatura? (Pausa. Respira con dificultad. Para sí.) Y entonces aquí... Otra más… Dios

Cristo, ¿para qué? (Pausa.)

¡No, por los dioses! Si en algo te preocupa tu vida, no lo investigues. Es bastante

que yo esté angustiada.

JIMENA: ¿Cómo?

CARMINA: ¡Oh, desventurado! ¡Que nunca llegues a saber quién eres!

JIMENA: ¿¿Qué??

CARMINA: Nada, no me hagas caso. (Pausa.) Ya, mija. Las lágrimas, allá. Los gritos y

sombrerazos allá. Nuestros dramas jamás aquí, allá… sobre la tabla. Arréglate rápido el

maquillaje.

JIMENA: Sí, sí... (Se retoca el maquillaje. CARMINA se dispone a salir, pero al dar dos pasos

sus piernas falsean, se sujeta de un lavabo para mantenerse en pie.) ¿¡Estás bien!?

CARMINA: Sí, hija… Me tropecé con algo… (Intenta recomponerse.)

JIMENA: ¡No es cierto, Carmi, ¿qué tienes?! Ven, siéntate…

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CARMINA: No es necesario, Jimena…

JIMENA: ¿Te mareaste?

CARMINA: No.

JIMENA: ¿Quieres un dulce?

CARMINA: No es la presión, hija, así me pasa a veces… Mejor dame agua, ahora se me pasa.

JIMENA: (Sirve agua del garrafón en un cono de plástico.) Güey, ¿no quieres que llame mejor a

un doctor?

CARMINA: ¿Qué no oíste que tenemos que empezar ya? Ahora se me pasa, créeme. (JIMENA le

entrega el cono.) Gracias. (CARMINA bebe. Se mira al espejo.) No he dormido nada en

dos días, ha de ser eso…

JIMENA: ¡Güey, ¿dos días?! Qué fuerte, yo anoche tampoco pude dormir.

CARMINA: ¿Tampoco? Mira nada más, qué caray… (Bebe. Pausa.)

JIMENA: ¿Quieres más?

CARMINA: No, gracias.

AKETZALLI: (En off.) ¡Maestra Carmina y Jimena, nada más las estamos esperando a ustedes!

CARMINA: ¡Ya vamos, gracias! (Pausa. A JIMENA.) Creo que ya estoy bien… (Se recompone.)

JIMENA: ¿Neto?

CARMINA: Que sí, ya pasó, ¿ves?

JIMENA: ¡Güey, qué susto!

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CARMINA: Vamos, que nos están esperando… (Se terminan de alistar.)

JIMENA: Oye, Carmi… ¿qué es eso de los siete días?

CARMINA: Así se dice cuando un actor renuncia a una obra y le da al director una semana para

ensayar a alguien más.

JIMENA: ¡Güey, qué intenso!

CARMINA: Hijita de mi alma, en tu vida me vuelvas a decir “güey”. Si así le dices hasta a tu

mamá, yo no tengo la culpa.

JIMENA: Perdón, Carmi. La costumbre. (Salen.)

Cambio de luz. Se anuncia al interior del teatro: “Su atención, por favor. Esta es segunda llamada,

segunda. Les rogamos de la manera más atenta que apaguen sus teléfonos celulares. Segunda

llamada, segunda”. En otra área, el escenario. Sobre éste, cinco sillas centradas, equidistantes,

de frente al público y alineadas paralelamente a proscenio. Sentados de izquierda a derecha del

espectador: JIMENA, CARMINA, EHÉCATL y en la silla de la extrema derecha, RODRIGO.

Nadie ocupa la cuarta silla. A los pies de cada actor hay una caja grande de plástico, con tapa y

asas. Ellos miran de frente a un punto fijo mientras respiran profunda y notoriamente. Se ponen

de pie por turnos, interrumpiendo la solemnidad de su postura. Toman la caja, se acercan al

público y charlan relajadamente con personas al azar, sin ningún rastro de “actuación”. La última

en ponerse de pie es JIMENA; de su caja saca un megáfono, sube a su silla y comienza a hablar,

un tanto como sobrecargo, otro tanto como maestra de ceremonias.

JIMENA: ¡Su atención, por favor! Este viaje está a punto de comenzar. Les pedimos de la manera

más atenta que saquen sus teléfonos celulares y nos los muestren… ¡Arriba, arriba…!

Eso… Sí, señora, su celular. ¡Todos! ¡Su celular en la mano! Eso, muy bien. El lugar al

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que iremos no tiene cobertura roaming ni wifi ni nada parecido, por lo que no serán

necesarios esos artefactos del futuro. (Ríe.) Ahora, quien todavía no haya apagado su

teléfono, es el momento. ¡Apagados, apagados…! Eso, muchas gracias. Mis compañeros

y yo pasaremos hasta su lugar para recogerlos. No se preocupen, los tendrán de vuelta en

noventa minutos. Como recompensa, vivirán la inmersión total en el reino de Tebas,

ciudad azotada por la peste, lugar de la desdichada casa de Layo. Queda terminantemente

prohibido quedarse con sus aparatos, así que no quieran pasarse de listos. (Ríe.) Por su

atención, gracias. Seguimos en segunda llamada.

Los actores sacan de sus respectivas cajas una macana y un casco de granadero que se colocan

mientras amenazan al público con palabras altisonantes. Se disponen a decomisar violentamente

los celulares de la gente cuando se hace oscuro en el área del escenario. Se ilumina el área del

camerino. Entran AKETZALLI y SANTIAGO. AKETZALLI cierra la puerta con seguro.

SANTIAGO: Ya están decomisando los celulares y todavía no llega Alberto. Voy a tener que…

AKETZALLI: Justo de eso te quiero hablar. Como tú lo dijiste, estamos en llamas. Pero si no

encontramos el origen del incendio nunca lo podremos apagar.

SANTIAGO: ¿De qué carajos me estás hablando, Aketzalli?

AKETZALLI: ¡Espérame! Creo saber por qué se fue el Maestro Beto y cómo podemos

solucionarlo. ¿Ves que a veces mi celular se pone a grabar solito? Pues el día de la primera

lectura se me olvidó al despedirme y escucha… Son Rodrigo, el Maestro Beto y la Maestra

Carmina.

AKETZALLI pone en marcha la grabación de su celular.

RODRIGO: Bye, corazón… ¡A la verga este pendejo! ¿Qué se cree?

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ALBERTO: Rodrigo…

RODRIGO: No, Maestro, por imbéciles como éste estamos como estamos…

AKETZALLI interrumpe la grabación.

AKETZALLI: Me equivoqué, no era aquí…

SANTIAGO: No, no, no. A ver. (Le quita el celular y reanuda la grabación.)

AKETZALLI: No, Santiago…

RODRIGO: …por imbéciles como éste estamos como estamos. Se creen que inventan el hilo

negro con cada mierda que estrenan, como si con ellos hubiera nacido el Teatro.

¿Pues quién se lo quiere coger que le dan todos los apoyos, eh? Esta obra, que yo

sepa, no entró a concurso ni nada.

CARMINA: Ha de haber sido una convocatoria extemporánea.

RODRIGO: Pues él fue el único que se enteró.

ALBERTO: Dale chance, es la primera lectura.

RODRIGO: Maestro, no nos hagamos, este güey no entiende nada de Edipo Rey. ¿Qué no

lo oyeron? Es capaz de cagarse en Sófocles con tal de meter sus choros

intelectualoides. Yo no lo voy a solapar, ¿eh? Si su adaptación es una mamada, yo

sí le armo el pedote de su vida y ni al estreno llegamos.

CARMINA: ¡No seas infantil, Rodrigo! Estamos aquí para trabajar. Él sabrá lo que hace

con la obra, aunque no nos parezca. Pero si empiezas con tus grillas sólo nos vas a

fastidiar a nosotros.

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ALBERTO: Carnalito, en peores cosas hemos estado, acuérdate. Danos chance. Tú estás

soltero, yo tengo a mis hijas…

AKETZALLI: Perdón, ¿eh? Con permiso… ¿No vieron mi celular por aquí?

ALBERTO: ¿Es éste?

AKETZALLI: Sí, gracias… Ay, me están hablando, ¿bueno? Ay, no… ¿Qué…?

Fin de la grabación. Silencio.

SANTIAGO: ¡Aketzalli Cadena, por qué no me enseñaste esto hace tres meses, caraja madre!

AKETZALLI: Perdón, perdón…

SANTIAGO: ¡Ves que tengo al enemigo en casa y tú te esperas hasta ahorita!

AKETZALLI: Pero después ya no hubo problema, Rodrigo ha trabajado muy bien desde entonces,

¿a poco no?

SANTIAGO: ¿No viste que estuvo a punto de madrearse con mi protagonista? ¿Y que siempre le

pone “peros” a todas mis propuestas? Esta era la prueba que necesitábamos para correrlo

y tú apenas me la enseñas, tarada.

AKETZALLI: Discúlpame...

SANTIAGO: ¿Que yo no entiendo Edipo Rey? ¡Por favor!

AKETZALLI: No vayas a decir que yo te dije, ¿sí?

SANTIAGO: ¡Claro! Este imbécil volteó a Alberto en mi contra y por eso dejó de seguir mis

indicaciones. Se aliaron para boicotearme el estreno.

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AKETZALLI: No, espérate, tampoco. Sólo hay cosas con las que no están muy de acuerdo: los

manifiestos sindicales, las máscaras del Presidente…

SANTIAGO: Pues claro, se les frunce el culo. ¿Quién me quiere coger que me dan los apoyos? A

ver si tan chingón, ve tú a la Coordinación Nacional de Artes Escénicas y preséntale a

Guillermo Ramos un proyecto tan ambicioso como éste y luego hablamos, pendejo.

AKETZALLI: Mira, de lo que más se quejan es de que sólo dejaste el 10% de la obra original con

todo lo que le metiste. Apenas antier mandaste los últimos textos…

SANTIAGO: ¡Estamos haciendo Teatro vivo, Aketzalli, no Teatro muerto del que tanto les

encanta!

AKETZALLI: Sí, Santi, perdóname por favor. Sólo se me ocurrió que, si ya estamos en

adaptaciones exprés, les des chance de regresar al original. Se lo saben perfecto y dicen

que ahí está implícito todo lo que quieres decir a nivel político.

SANTIAGO: ¿Y tú crees que el Teatro es una democracia directa o qué carajos? De verdad que

tienes caca en la cabeza. Pero esto no se va a quedar así, por mi cuenta corre que Rodrigo

Abarca no vuelva a trabajar. Y aguas, Aketzalli, síguele de cómplice de este esbirro del

sistema y yo me encargo de que te vaya igual o peor. ¿Entendido?

AKETZALLI: (Casi llorando.) Sí, señor.

SANTIAGO: Pídeles que me prendan este monitor, ya van a dar tercera.

Oscuro. Se anuncia al interior del teatro: "Su atención, por favor. Esta es tercera llamada, tercera,

tercera llamada. Principiamos". Se ilumina el área del escenario; las cinco sillas se mantienen en

sus posiciones, las cajas han desaparecido. EHÉCATL está de pie sobre la silla central. JIMENA,

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CARMINA y RODRIGO están delante de sus respectivas sillas y sostienen un huevo con el brazo

derecho alzado, a la altura de la cara. Todos mantienen la vista en el horizonte y el rostro

inexpresivo.

CARMINA: Nadie combate la libertad; a lo sumo combate la libertad de los demás.

JIMENA Y RODRIGO: La libertad ha existido siempre; pero unas veces como privilegio de

algunos, otras veces como derecho de todos.

EHÉCATL: Los seres humanos hacen su propia historia, aunque bajo circunstancias influidas por

el pasado. Karl Marx.

CARMINA: Ni uno más.

RODRIGO: Ni una más.

JIMENA: Vivas y vivos lucharemos.

CARMINA lanza un grito atronador y estrella su huevo en el suelo. JIMENA ejecuta el mismo acto

y después lo hace RODRIGO. Cambio de luz en el escenario. Salen CARMINA y RODRIGO. En

escena EHÉCATL está sentado sobre el filo del respaldo, con los pies en el asiento, en la pose de

El Pensador de Rodin. JIMENA se despoja de las ropas vaporosas con movimientos de danza

contemporánea hasta quedar semidesnuda; al mismo tiempo se va embarrando los huevos

reventados en el suelo. Mientras tanto EHÉCATL habla vertiginosamente con voz estridente y

monótona.

EHÉCATL/EDIPO: Un camino, una encrucijada, un día soleado me baña la cara, luz, luz, camino

por la encrucijada que me muestra mi destino. Un carro cierra mi paso. Me obligan a

moverme del camino, a cambiar mi ruta. Coartan mi libertad de tránsito. Los veo, guaruras

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trajeados protegiendo a un poderoso, corrupto, bebedor de la sangre de sus gobernados.

El calor se agolpa en mis ojos, el rojo invade todo lo que veo, soy capaz de incendiarme

con tal de defender mi libertad y mi derecho a existir. Es la hora, tu hora, la hora del

mundo. Tomo un palo y comienzo a azotarlos, a teñir de sangre sus lujosos trajes, a

privarlos del derecho del que han privado a sus sojuzgados. Soy el hijo que huye del

infortunio para encontrarse con la inmortalidad y mi ira será el azote de los opresores.

Uno, dos, tres, todos caen, sus almas se escapan de sus cuerpos nauseabundos. Después,

el silencio. El ruido de las aves que no saben lo que ocurre. A lo lejos, el rumor de una

ciudad. Camino, camino hasta que me sangran los pies, el viento del Este me anuncia las

grandezas escritas en mi historia. Llego a una puerta colosal, la urbe se abre frente a mí y

yo siento la opresión del pueblo en el aire. Cada pared de esta ciudad resuena a pena, a

terror de sus habitantes. Gente esclava de una bestia insaciable. Pienso en mi pasado, mi

presente y mi devenir. Tebas es el lugar, Tebas el destino, Tebas el mundo.

JIMENA/ESFINGE: ¿A dónde vas, peregrino?

EHÉCATL/EDIPO: Me pregunta una voz terrible pero sensual, capaz de perder a cualquiera. Es

la Esfinge, es la dueña. Bestia formidable, la emperatriz, la corporación, la marca

registrada. La fabricante de ilusiones, la vendedora de frustraciones que los esclavos de

esta tierra, sedientos de sueños, compran hasta desfallecer de inanición. Tiene la piel

manchada de la sangre de los jóvenes que ha devorado.

JIMENA/ESFINGE: Tengo una pregunta para ti.

EHÉCATL/EDIPO: Me dice desafiante.

JIMENA/ESFINGE: ¿Estás listo?

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EHÉCATL/EDIPO: Me sentencia. Siento correr el sudor frío por mi frente. ¡Estoy listo!, le

contesto.

JIMENA/ESFINGE: Muy bien. Escucha con atención el siguiente enigma, cuya respuesta es la

única capaz de destruirme y de liberar a esta ciudad de mi dominio. Si fallas, como han

fallado todos los que hasta aquí han llegado, te devoraré sin miramientos. Prepárate pues:

¿cuáles son los artículos 3º, 27 y 123 de la Constitución Política de los Estados Unidos

Mexicanos?

Cambio de luz. Camerino del teatro. CARMINA está sentada en una silla; RODRIGO está de pie

y riendo a carcajadas.

RODRIGO: ¡Aaaah, no puedo! ¡Genio, genio!

CARMINA: Ahí vas otra vez…

RODRIGO: Espere… ¿Oye ese crujir en el aire? Son los huesos de Sófocles ¡que se revuelca en

su tumba!

CARMINA: Qué bárbaro, hijo, qué ocurrente.

RODRIGO: No, Maestra, para ocurrentes, nuestro niño prodigio.

CARMINA: Esa envidia te va a matar un día.

RODRIGO: ¿Envidia? ¿Qué le voy a envidiar a un apantallapendejos?

CARMINA: ¡Ya, Rodrigo, por lo que más quieras! Yo no entiendo por qué no te fuiste desde un

principio si estabas tan descontento.

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RODRIGO: (Pausa.) Por idiota, Maestra. Y porque me chingaron mi trabajo y no tengo cómo

pagar mis deudas, básicamente.

CARMINA: ¿Y nosotros qué culpa? Tú al menos tenías tu beca mensual, allá tú que no te supiste

administrar. Yo, antes de esta obra, llevaba ya dos años sin trabajo, hijo. Dos. Y yo no sé

hacer otra cosa. ¿Me has visto restregándotelo en la jeta cada que puedo? No, señor, si ya

acepté estar aquí, por dignidad pongo lo mejor que hay en mí.

RODRIGO: Y por eso nos tienen agarrados de los huevos, Maestra, porque todos somos muy

dignos. ¿Qué importa que el presupuesto se lo den a mocosos imbéciles como este que no

tiene ni idea? Total, detrás de nosotros hay una larga fila de cabrones que tragarán mierda

sin hacer caras.

CARMINA: Así ha sido siempre, hijo, y con tus desplantes no vas a cambiar nada. ¿No te parece

lo que hacen los otros? Tan fácil: ponte las pilas, crea tus propias obras de teatro y deja de

quejarte.

RODRIGO: Si ganas no me faltan, nomás deme la mitad de las palancas que tiene este cabrón y

con todo gusto.

CARMINA: Con palancas o sin palancas, Rodrigo, si realmente tuvieras las ganas, lo harías. Pero

no las tienes, no te engañes. ¿Y sabes qué? Mocositos como este que tanto criticas sí que

las tienen. Por eso ellos pueden hacer y deshacer, y nosotros no.

Entra ALBERTO ROGEL en notorio estado de ebriedad el cual niega constantemente. Va a su

lugar y se comienza a desvestir lo más rápido que sus reflejos se lo permiten, hasta quedar en

calzones.

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ALBERTO: ¡No sean cabrones, si les pedí que me esperaran! ¿Mi vestuario? ¡Dónde está mi

vestuario!

CARMINA: ¡Por Dios!

RODRIGO: Maestro, tranquilo...

ALBERTO: No, carnalito, ya casi tengo que entrar… Mi sombrero… ¿Y mis zapatos? ¡Quién se

los llevó!

RODRIGO: ¡Ah, chingá, si estaban aquí hace rato!

CARMINA: Espérate, Beto, ahora les pedimos que te los traigan.

RODRIGO: (Va hacia la puerta y susurra fuertemente.) ¡Aketzalli! ¡Aketzalli! (Sale.)

ALBERTO: ¿Y mi báculo? Carmina, yo lo dejé aquí. ¡Mi vestuario, por favor! Qué cabrones, les

pedí que me esperaran. Ni media hora me hice, casi choca el taxista de tanto que lo apuré.

(Llora.) Ya lo cagué todo, ¿verdad? No merezco nada. ¡Los dejé, los traicioné, carnalitos!

Perdónenme, por favor.

CARMINA: Siéntate, Betito. Hay tiempo. Lo importante es que ya estás aquí, ¿quieres un cigarro?

ALBERTO: Por favor. (CARMINA saca un cigarro, lo prende, le da una fumada profunda y se lo

da.) No piensen mal de mí. No sé qué me pasó, se los juro.

CARMINA: No pensamos mal de ti. Eres un adorable y todos te queremos, recabrón. Ándele,

fúmele y deje de chillar.

ALBERTO: (Fuma y canturrea.) “Dicen que por las noches nomás se le iba en puro tomar…

dicen que…” ¡Mi vestuario!

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Entran AKETZALLI y RODRIGO.

AKETZALLI: ¡Maestro Beto! (Lo abraza.) ¡Qué bueno que ya llegó!

ALBERTO: No me abraces, bonita, que debo oler a rayos.

AKETZALLI: ¡No me importa, lo bueno es que ya está aquí!

RODRIGO: Con la novedad de que el director se llevó su vestuario para ponérselo, Maestro, que

porque va a entrar al escenario a hacerla de Tiresias.

CARMINA: (Alarmada.) ¿No que lo iba a hacer desde la cabina?

RODRIGO: Pues que siempre no.

ALBERTO: ¡N’hombre, pero qué le pasa!

AKETZALLI: Estábamos muy preocupados por usted, Maestro. El Director prefiere que descanse

y se recupere. No pasa nada. Él lo va a resolver.

ALBERTO: (Se levanta apresurado e intenta salir del camerino.) ¿Dónde está este cabrón?

¡Sebastián! (AKETZALLI y CARMINA lo intentan detener.) ¡Sebastián!

CARMINA: Cuál Sebastián, se llama Santiago. ¡Rodrigo, ayúdanos, por tu alma! (AKETZALLI

cierra la puerta.)

RODRIGO: No, Maestra. Que venga el Sebastián y que nos explique por qué quiere salir a escena,

ahora hasta actor quiere ser.

ALBERTO: ¡Sebastián, Santiago o como te llames, niñito nalgas miadas, quítate mi vestuario y

déjame hacer mi trabajo! ¡Ábranme la puerta! (Pausa.) Me calmo, pero por favor, déjenme

salir. Ya tendría que estar ahí. Ándenles. (Pausa.) ¡Ábranmeeee con una chingadaaa!

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(Pausa.) Ya lo escuché. (Pausa.) ¡No, no, no! ¡Así no, niño! (Pausa.) Un actor, lleven un

actor al escenario para que salve esta masacre. (Pausa.) Ándale, para que veas lo que se

siente, hazte bolas con tu texto todo culero. (Pausa.) ¡Perdónalo, Chófocles! (Se

derrumba. Llora.) Tiresias. Perdóname, mi cieguito. Tan bonito que yo lo iba a hacer…

¿Te acuerdas del original, Carmina? (Pausa.)

Y puesto que me has echado en cara que soy ciego te digo: aunque tú tienes

vista, no ves en qué grado de desgracia te encuentras ni dónde habitas ni con

quiénes transcurre tu vida. ¿Acaso conoces de quiénes desciendes? Eres, sin

darte cuenta, odioso para los tuyos, tanto para los de allí abajo como para los

que están en la tierra…

¿Oíste, Sebastián? ¡Odioso para los tuyos! (Pausa.)

Y la maldición que por dos lados te golpea, de tu madre y de tu padre, con paso

terrible te arrojará, algún día, de esta tierra, y tú, que ahora ves claramente,

entonces entrarás en la oscuridad.

¡Eso es un autor, chinga’o! (Pausa.) Tengo frío. Pásenme mi ropa o ya de perdis una

cobija. Perdónenme, por favor. (Se duerme en el suelo. Sin hablar, AKETZALLI,

RODRIGO y CARMINA improvisan una cama en la zapatera de un rack de vestuario.

Cuando está lista lo acuestan y lo arropan. Mientras tanto, se ilumina el área del

escenario; SANTIAGO hace de Tiresias, con el cuerpo tenso y la voz destemplada. Golpea

una de las sillas contra el suelo hasta romperla, en su afán por actuar intensamente.)

SANTIAGO/TIRESIAS: ¡Te veo, aun sin ojos! ¡Te siento, respiro tu soberbia y tu ignorancia!

¡Me dices ciego, y el ciego eres tú: no ves a diario las noticias, porque no hay noticias que

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te digan la verdad, porque tú te has encargado de acallar a los que hablan en tu contra y

de llenar de poder a los que te alaban! Sí, las televisoras, la prensa vendida, los poderes

fácticos y los demás a los que sirves, sinvergüenza. ¿Sabes acaso de dónde vienes?

¿Quiénes son tu padre y madre? ¡Eres odioso y un día saldrás expulsado de esta tierra y

no verás más! Nada más. Ni uno más. Ni una más. ¡Abajo el mal gobierno! ¡Victoria o

muerte!

Oscuro en el área del escenario. En el camerino, han terminado de arropar a ALBERTO. Entra

JIMENA.

JIMENA: ¡Sí llegó! ¡Ay, güey, no mames! (Se tapa la nariz.)

AKETZALLI: ¡Shhh!

JIMENA: ¡Santi no lo va a dejar entrar así!

CARMINA: Calma, sólo hay que dejarlo dormir un poco.

JIMENA: ¡Güey, fue horrible! Santiago nos cambió todo el trazo y de la nada se puso a madrear

mi silla, güey. ¡Me dio un chingo de miedo! Y luego me dijo en voz baja que me largara,

güey, que porque él iba a hacer lo del corifeo también. ¡No mames, está como loco!

RODRIGO: ¿¡Qué!? ¡No, pero si esto ya es una pachanga! Órale, pues, pongámonos creativos.

Me toca. Pásenme el espray de pelo y el encendedor. (Los toma.) Esto se va a poner

locochón.

CARMINA: ¡Por el amor de Dios, Rodrigo, ve a hacer tus numeritos a otro lado!

RODRIGO: No, Carmina, no te equivoques, no fui yo quien empezó. Ya está suave de solaparle

sus mamadas. ¿El nene quiere acción? Acción tendrá. ¡Que arda Tebas! (Sale.)

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AKETZALLI: ¡Rodrigo! (A ellas.) ¡Les encargo al Maestro! (Sale hablando por el radio

comunicador.) ¡Venado, ¿me copias?! ¡Deténganme a Rodrigo que va a quemar el teatro!

JIMENA: ¡Hay que hacer algo pero ya!

CARMINA: Sí, cuidar a Alberto. Ellos abrieron la caja de Pandora, que ellos la cierren.

Silencio.

JIMENA: Está muy pedo, ¿no? Huele cañón.

CARMINA: En momentos así, doy gracias al cigarro que me atrofió la nariz.

JIMENA: Ya sé. (Pausa.) Oye, Carmina, ¿el público se dará cuenta?

CARMINA: ¿De qué?

JIMENA: De que así no es la obra.

CARMINA: ¿Quién sabe, hija? Con tanto teatro de búsqueda que hay por ahí… Si lo hacemos con

muchas ganas y con mucha seguridad, quizá hasta nos aplaudan.

JIMENA: Ojalá. Bueno, tampoco estuvo tan mal que Santiago rompiera la silla. Despertó a los

que se estaban durmiendo.

CARMINA: Mira nada más. Suele pasar. Si se te duerme el público, destroza la escenografía. O

pega un balazo.

JIMENA: Pff, ya sé.

CARMINA: ¡Ay, Jimena, qué debut te vino a tocar!

JIMENA: Ni me digas, Carmi. ¡Y luego pena mil, güey, con mis papás viendo la función! ¡No me

van a dejar que sea actriz, güey!

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CARMINA: Jimena, ¿en qué quedamos?

JIMENA: ¡Carmina, Carmina! ¡Perdón! (Suena el celular de ALBERTO y CARMINA lo toma.)

ALBERTO: ¡Es el mío!

CARMINA: No, Betito, tranquilo. Jimena, por favor... (Se dirige al umbral de la puerta. JIMENA,

aguantando la respiración, recuesta a ALBERTO. CARMINA contesta el teléfono.)

¿Bueno?... Hola, Laura, soy Carmina…

ALBERTO: ¡Mi mujer…!

JIMENA: Acuéstate ya, Beto…

CARMINA: (Al teléfono.) Todo bien, aquí está con nosotros…

JIMENA: Güey, ¿qué tanto te tomaste, güey?

ALBERTO: Uhh, Jim...niti… dile que le hablo ahori…muhlsf… (Se duerme. JIMENA va a la

ventana para tomar aire.)

CARMINA: (Al teléfono.) Sí, es él… Mejor que te hable después, ahora está reposando… Ya lo

arreglamos, no te preocupes… Sí, bebió un poco, pero… Yo no sé nada... Mira, Laura, no

creo que... Laura, tranquilízate... Sí, te entiendo, pero... No, por favor… Yo lo sé, pero

mejor espérate a que él te diga qué fue lo que pasó… ¡Dios Cristo!... Laura, ya casi entro

a escena, te voy a tener que colgar, pero por favor prométeme que no vas a hacer ningún

disparate… Laura… Te lo estoy pidiendo yo, hazme ese favor, ¿sí?... Gracias, Laura...

Claro que sí, aquí lo cuidamos... Igualmente. (Cuelga. Ve a JIMENA que está jalando aire

fresco con fuerza. CARMINA se sienta en una silla y comienza a llorar. JIMENA se da

cuenta y se acerca a ella.)

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JIMENA: Carmi, ¿qué pasó, qué te dijo? (Silencio.) ¿Todo bien? (CARMINA asiente. Pausa.) No

llores, Carmi, que me vas a hacer llorar a mí también… acuérdate que el llanto en el

escenario… (Se sienta junto a CARMINA, le toma las manos.) ¿Qué tienes, Carmi?

Cuéntame.

CARMINA: Estoy agotada, hija.

JIMENA: Ya sé, yo igual. Todo por no dormir...

CARMINA: No me refiero a eso, Jimena. (Pausa.) Ya no aguanto… Cada segundo me pesa tanto,

hija… Todo se esfuma, todo se tuerce… todo asfixia. Ya no. (Silencio.) Y no hay freno,

mija, siempre hacia abajo. ¿Para qué? (Silencio.) Tú... Eres tan bella, Jimena. Tan feliz,

ojalá nunca sepas… Así es mejor. (Silencio.) Estos niños peleándose por nada… ¡Si

mañana el mundo amanece sin actores, qué más da! No somos útiles. (Pausa.) Los

doctores, los campesinos… los soldados. ¿Pero nosotros? La vida echada a perder por

nada. (Pausa.) No me hagas caso, ya no sé ni lo que digo, pásame un cigarro. (JIMENA

se lo da. CARMINA lo prende y fuma.)

Silencio.

JIMENA: Yo no sé mucho, Carmi. Lo que sí es que a mí el Teatro me ha servido un buen. Tipo,

yo iba a ser bailarina, pero tuve un choque cuando tenía 16 por andar en la peda y me

lesioné cañón y tuve que dejar la carrera. Pasé un chingo de tiempo súper depre mil, así

como tú o más, neto me quería morir, así, morir. Ya luego conocí a Santi en una fiesta y

me invitó a uno de sus talleres, y no mames… Me cambió la vida cañón. Ya después te

vas adentrando en este mundo y te das cuenta cómo está el pedo. O sea, siento que no es

sólo, tipo, vivir otras vidas y así. Con Santi he aprendido que tenemos una responsabilidad

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con nuestra sociedad, güey… ¡Carmi, Carmi! Pinche costumbre, perdón. Eso, o sea,

tenemos mucho por que luchar. Antes del Teatro yo no iba a marchas ni nada, ni leía el

periódico, era una chavita pendeja que nada más se la pasaba, tipo, en el antro y así,

asqueroso. Pero qué fuerte es darte cuenta que todo está de la burger y que nos está

cargando la chingada. Y neta qué mundo le vamos a dejar a nuestros hijos, ¿no? ¿Tú tienes

hijos?

CARMINA: Dios me libre.

JIMENA: ¡Güey, qué fuerte! Pero sí estás casada.

CARMINA: No, “güey”, tampoco. (Ríen.)

JIMENA: ¡No bueno…! ¿Qué pedo conmigo? El punto es que yo sí creo que podemos servir para

algo. No hay que perder la esperanza. Sólo hay que chingarle y luchar bien cabrón. Por

eso a mí me encanta esta obra, porque siento que vamos a conseguir muchas cosas,

despertar las conciencias y así.

CARMINA: Que así sea, Jimena, te lo deseo de todo corazón. Y que siempre encuentres motivos

para levantarte cada mañana. Eso sí que tiene el Teatro, te da un motivo.

JIMENA: Ya sé, neto que no hay nada mejor. Te lo digo muy en serio, Carmi, ya lo decidí: quiero

dedicarme a esto toda la vida y ser la actriz más fregona.

CARMINA: Con que seas la actriz más honesta, hija, con eso basta.

Entra AKETZALLI.

AKETZALLI: ¡Maestra, Rodrigo está como loco tirando llamaradas al aire!

CARMINA: No te preocupes, querida. A ver si se atreve a quemarme. (Sale.)

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AKETZALLI: ¿Cómo va?

JIMENA: Sigue dormido.

AKETZALLI: ¡Ay, Jimenita! Quita esa cara, yo me quedo con él. Tú ve al escenario a ayudarles.

JIMENA: Gracias, nena, es que neta no aguanto el olor a borracho.

AKETZALLI: ¡Pero córrele!

JIMENA: ¡Sí, güey, voy! (Sale.)

ALBERTO: Estd… Ketzali… las noches... nomás se leiba en pur…

AKETZALLI: ¿Qué, Maestro? (ALBERTO ronca.)

Entra EHÉCATL y se pone a buscar por el camerino.

EHÉCATL: ¡¿No está aquí tampoco?!

AKETZALLI: ¡Shhh, no grites!

EHÉCATL: ¡Mira nomás a este cabrón, nosotros en llamas y él, dormidote!

AKETZALLI: ¡Déjalo en paz!

EHÉCATL: ¿Qué no había por aquí un extintor?

AKETZALLI: ¿¡Se está incendiando el teatro!?

EHÉCATL: Poco falta. Necesito el extintor para apagar a Rodrigo.

AKETZALLI: (Se asoma al monitor.) ¡¿Se está quemando?!

EHÉCATL: ¡No él, babosa, para que ya no siga lanzando fuego!

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AKETZALLI: ¡Pídele ayuda a los técnicos!

EHÉCATL: ¡Les estamos dice y dice pero nada! ‘Tan ahi paradotes como vacas viendo pasar el

tren. Primero creí que los pendejos pensaban que el fuego era parte de la obra, pero cuando

fui a pedirles un extintor ni me pelaron. ¡Hijos de la chingada!

AKETZALLI: No me extraña, ya están "hasta acá" de Santiago. Antes van a dejar que nos

achicharremos, que mover un dedo. (Hablando por el radio comunicador.) ¡Venado, ¿me

copias?! ¡Venado, Venado! (A EHÉCATL.) ¡Apagó su radio, el mugroso! Llévate unas

botellas de agua, siquiera.

EHÉCATL: No, ya en ésas, mejor el garrafón. (Toma el garrafón y sale.)

ALBERTO: (Se incorpora.) ¡Oh, qué la chin...! ¡’Ejen dormir!

AKETZALLI: Ya, Maestro, ya se fue.

ALBERTO: …’ta madre… (Pausa.)

Me voy, porque ya he dicho aquello para lo que vine, no porque tema tu rostro.

Nunca me podrás perder. Y te digo: ese hombre que, desde hace rato, buscas

con amenazas y proclamas a causa del asesinato de Layo está aquí.

ALBERTO se recuesta y se vuelve a dormir.

AKETZALLI: Maestro Beto... (Pausa.) Me duele el pecho, Maestro Beto… quiero que me trague

la tierra. Todo fue mi culpa. De haber sabido que esto iba a pasar, no le hubiera enseñado

la grabación a Santi. Yo sólo quería ayudar. ¡Perdóneme, por favor! (Comienza a llorar.)

Nunca logré ponerlos de acuerdo... Y es que yo los quiero mucho, pero no los entiendo,

Maestro, ni a ustedes ni a Santi. (Pausa. ALBERTO ronca.) En momentos así me siento

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inútil... Hasta creo que sería mejor regresar a estudiar Biología, pero no puedo... Amo el

Teatro más que a nada, pero no invente, está bien difícil. Si tan sólo fuera como la

Ciencia... Pero no, aquí todo es subjetivo... (Pausa.) A ver, por ejemplo, ¿cómo saber con

certeza qué es verdadero y qué es falso? ¿Qué actuación es buena y cuál no? Yo soy muy

boba, Maestro, todo me gusta. Mis compañeros de la facultad me hacen burla porque es

como si yo estuviera daltónica y no pudiera diferenciar los colores del buen Teatro y del

mal Teatro. Por eso nunca supe si había que hacer lo que ustedes decían, o lo que decía

Santiago, o un poco de cada uno o de ninguno… ¡yo los veo tan hermosos en escena!

Rodrigo, Ehécatl… usted, Maestro Beto, que lo ilumina todo. Carmina, que es como una

diosa. ¡Hasta Jimena! ¿Y qué si hacemos el texto de Sófocles o la adaptación de Santi?

Con que esté hecho con el corazón, yo soy feliz, ¿ve? ¡Y los errores no importan tanto,

somos humanos! Es como una fiesta, ¿a poco no? Lo importante es que esté sucediendo

en vivo... ¡Sucediendo! (Pausa.) Pero al parecer eso no me sirve; tengo que ser una

espectadora especializada y no lo logro. Todo lo veo hermoso.

Silencio.

ALBERTO: ¿Qué? ¿Dónde estoy?

AKETZALLI: Siga durmiendo, Maestro.

ALBERTO: No, ya me dio calor. Quiero hacer chis. Ah, jijo, ¿dónde me metieron? Ayúdame a

salir, corazón. (AKETZALLI lo hace.)

Cambio de luz. En el escenario, RODRIGO de vez en vez lanza fogonazos con el espray de pelo.

Ya se ha dado tanto vuelo, que hasta ha hecho una especie de coreografía pirotécnica. SANTIAGO

y EHÉCATL se mantienen a una distancia prudente, sin saber qué hacer.

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RODRIGO/CREONTE: Por lo que a mí respecta, no tengo más deseo de ser rey que de

actuar como si lo fuera, ni ninguna otra persona que sepa razonar. En efecto,

ahora lo obtengo todo de ti sin temor, pero, si fuera yo mismo el que gobernara,

haría muchas cosas también contra mi voluntad.

(CARMINA irrumpe decidida en la escena.) ¡Atrás, hermana Yocasta, si no quieres ser

devorada por este brazo de Hefesto! (Lanza una llamarada al cielo para amedrentar a

CARMINA, quien sin embargo no se deja impresionar y avanza con determinación hacia

RODRIGO, le propina una sonora bofetada y le arrebata el espray.)

CARMINA: ¡Su atención por favor, ésta es primera llamada, diez minutos de intermedio! (Sale,

sacando a empujones a RODRIGO.)

Cambio de luz. Camerino, sin gente. Las voces enardecidas se van acercando, hasta que entran

EHÉCATL y SANTIAGO, seguidos casi inmediatamente por CARMINA, RODRIGO y JIMENA.

EHÉCATL: ¡Pero es que si no me avisas antes, Santiago, qué esperabas! ¡Tú sabes que no se me

da la improvisación! Habíamos quedado en que leías a Tiresias desde la cabina, cabrón.

Esto es una falta de respeto a mi trabajo. Yo partiéndome la madre tres meses para que

vengan ahorita a arruinármelo todo. Ni modo, yo así no le sigo.

SANTIAGO: ¡No me chingues, Ehécatl! ¿Y ustedes, qué carajos? ¡Vámonos de regreso en este

momento, en esta obra no hay intermedios!

CARMINA: No, mijo, nadie va a regresarse hasta que nos pongamos de acuerdo. ¿O estás contento

con lo que está pasando? ¡Es el horror!

JIMENA: No tanto, Carmi, yo ahorita que regresé vi al público súper metido.

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RODRIGO: ¡Sí, niña, si destruyes el escenario y luego metes a un elefante y pones a unos

paralíticos a coger, por supuesto que el público va a estar súper metido!

CARMINA: ¡Cállate, Rodrigo, que tú estás peor que todos estos juntos! Niños ególatras, haciendo

y deshaciendo porque pueden, porque son muy creativos. Y los demás, aquí de sus idiotas,

¿no? Por eso estamos como estamos, por machitos como ustedes que se miden el pene en

todos lados. ¡Ustedes son como la peste tebana, Dios Cristo, si Sófocles estuviera aquí

estaría fascinado con sus estupideces! Por su culpa nuestro teatro está enfermo y no existe

el arma de la reflexión con la que uno se pueda defender… ¡Me tienen harta! Grábatelo

bien, Jimena, la parte fea del Teatro son los teatreros.

EHÉCATL: No sea así, Maestra, yo no me puse de creativo, se lo juro.

CARMINA: No, pero eres como un caballo que sólo ve para el frente, mijo. Ahí estás, soportando

la carga y caminando por donde te dicen, sin criterio. Por eso a los actores nos va como

nos va.

SANTIAGO: Muchas gracias por tu aleccionadora regañiza, Carmina. Ahora, si son tan amables,

¡vámonos al escenario!

RODRIGO: Ay, sí, qué fácil, ¿no? Ten los huevos para cancelar la función, cabrón. Y si quedas

en ridículo, ni pedo. Asume tu responsabilidad, ¿para qué le andas jugando al verga?

SANTIAGO: Mira, pinche esbirro, ya sé cuáles son tus verdaderas intenciones. Pero te vas a

quedar con las ganas. Esta obra se hace porque se hace, contigo o sin ti, ¿oíste?

RODRIGO: ¡No me diga, señor director! ¿Y cuáles son mis verdaderas intenciones, oiga?

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SANTIAGO: Boicotear este proyecto a como dé lugar, y mira que te has esmerado, Rodrigo. Como

cuchillito de palo, siempre con el primer comentario envenenando a tus compañeros. ¿Y

por qué? Por miedo a perder tu trabajito si hablamos de cosas fuertes, ¿o me equivoco?

Por eso te quitaron tu bequita, ¿verdad? Por blandengue.

RODRIGO: No, mames, bróder, mi bequita... ¿A poco el varo para esta obra vino de la iniciativa

privada? ¡Si tú mamas chichi del gobierno desde hace años, cabrón!

SANTIAGO: Yo me he ganado mi lugar como artista, Rodrigo.

RODRIGO: ¿Con mierdas como ésta? No, pues chido tu rocanrol.

SANTIAGO: Perdóname por no hacer del teatrito acartonado al que estás acostumbrado.

RODRIGO: No, chavo, también te manejo el posdrama. Lo que me caga es el teatro mal hecho.

¿Quieres hablar sobre el país? ¡Órale! Pero escríbete tu texto, o haz una adaptación

decente, sin ocurrencias mamonas. ¿Colgarse de un clásico? Qué a toda madre, ya tienes

medio camino recorrido. ¿Pero cagarse en él? No nos engañes ni engañes al público.

SANTIAGO: Con el público nunca he tenido problema, ¿eh? Al contrario, le encanta mi trabajo.

Son los pinches grillitos como tú los que están chingue y jode.

CARMINA: ¡Dios Cristo!

RODRIGO: Ya bájale dos rayitas a tu megalomanía, Maestro. ¿Quién te crees, Edipo salvándonos

de la Esfinge? ¡No mames, no eres el centro del universo!

SANTIAGO: ¡Y tú no eres nadie, Rodrigo Abarca, sólo el actor más convencional, previsible y

mediocre con el que he tenido la mala fortuna de trabajar!

RODRIGO: ¡Ay, cabrón, ¿así de plano?! Y si tanto te cago, ¿para qué me llamaste?

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SANTIAGO: Porque a Alberto y a ti me los enjaretó el Coordinador cuando los sacaron del

Sistema Nacional de Actores, ¿cómo ves?

RODRIGO: (Silencio.) Pues te regreso tu chamba, bróder, a mí nadie me hace ningún favor y

menos con una cagada de perro como esta.

SANTIAGO, en su arranque de furia, se le va encima a RODRIGO y lo pone contra la pared. Es

tal su decisión que nadie se atreve a enfrentarlo. RODRIGO se paraliza.

SANTIAGO: Por gente como tú este país no avanza. Burócrata. ¿Ya mejor dinos para quién

trabajas? ¿O por qué te da tanto frío lo que estamos haciendo?

RODRIGO: Ay, Santiaguito... (Pausa.) ¿De veras crees que estás haciendo una revolución?

(Pausa.) Yo voy a las marchas desde que tú eras un escuincle moquiento. Los granaderos

me han apañado como tú ahorita, ¿sabes por qué? Porque yo no voy nomás para tomarme

fotos y subirlas al feis. ¿Burócrata? No, valedor, yo sí le entro a los putazos. Pero el arte

no es una marcha, no te equivoques. (SANTIAGO lo suelta. Silencio tenso. Entra

AKETZALLI.)

AKETZALLI: Santiago, ¿dónde está el vodka del vestuario?

SANTIAGO: ¿Qué?

AKETZALLI: El vodka para quitarle el olor al vestuario, ¿dónde está?

SANTIAGO: ¿Para qué carajos quieres el vodka ahorita?

JIMENA: ¿Es éste, güey? (Toma una botella.) ¡Oso negro, asco mil!

AKETZALLI: ¡Pásamelo, Jimena!

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JIMENA: Güey, tranquila...

SANTIAGO: Aketzalli, tenemos un punto aquí, ¿nos permites?

AKETZALLI: ¡Sí, el punto es que el vestuario no se ha vodkeado todavía, esta botella no tendría

por qué estar abierta!

CARMINA: ¿Y eso qué, hija? Estos niñitos por poco se sacan los ojos y el público está afuera

chiflándonos, porque encima de que no entienden nuestro numerito, no se pueden ir hasta

que les regresemos sus celulares.

AKETZALLI: ¡Alguien le dio de tomar de este vodka al Maestro Alberto Rogel!

RODRIGO, EHÉCATL, CARMINA y JIMENA: ¡¿Qué?!

Silencio.

AKETZALLI: El Maestro está vomitando en el baño, dice que en la mañana no aguantaba la

ansiedad, se fue a comprar una cerveza, y de ahí se la siguió, ¡pero llevaba más de diez

años sin tomar! ¿Qué pasó? Bueno, pues él cree que anoche se llevó por error tu termo,

Jimena. Y cuando le tomó creyendo que era su té, le supo un montón a vodka. Y aunque

lo escupió, si fue vodka, el contacto con el alcohol hizo que su adicción se reactivara.

Silencio.

JIMENA: Güey, a mí ni me vean. Mi termo me lo robaron la semana pasada y cero tomaría Oso

Negro.

CARMINA: ¿Y luego?

Pausa.

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EHÉCATL: Pues alguien más le echó vodka al termo del Maestro.

CARMINA: ¿Pero para qué?

AKETZALLI: Ni idea.

RODRIGO: Nomás por chingar. Algún técnico chistosito.

AKETZALLI: No, ellos no tienen acceso a este camerino.

RODRIGO: ¿Entonces quién? Ni modo que uno de nosotros.

EHÉCATL: Pues en una de ésas, ¿no?

RODRIGO: ¿Y para qué chingados?

EHÉCATL: ¿Cómo que para qué? Pues para boicotear el estreno. (Pausa.) ¿O tú cómo ves,

Santiago?

Silencio.

CARMINA: ¿Rodrigo?

RODRIGO: ¿Qué?

JIMENA: Güey, no es cierto.

RODRIGO: ¡Qué les pasa!

EHÉCATL: Míralo, con razón me la hizo de pedo hace rato.

CARMINA: ¿Es en serio, Rodrigo?

RODRIGO: ¿Yo? No, no se los permito. Podrá no gustarme la obra, pero jamás atentaría contra

el Maestro para sabotearla. Alberto Rogel es como mi tío.

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AKETZALLI: ¡Tú me preguntaste el lunes que si íbamos a tener vodka para los vestuarios!

RODRIGO: ¡¿Y eso qué?!

JIMENA: ¡Güey, antier me preguntaste por mi termo, güey, tú te lo chingaste para hacer todo esto!

EHÉCATL: A huevo que lo hiciste. Estás muy cabrón.

RODRIGO: ¿En serio me están acusando? Puta madre, no es posible.

CARMINA: Júranos que no lo hiciste.

Silencio. RODRIGO lucha por contener el llanto.

RODRIGO: No, Carmina, no voy a jurarles ni madres. Yo hasta aquí llegué. (Toma sus cosas y

sale.)

Silencio.

CARMINA: ¿Y ahora qué hacemos sin Rodrigo y sin Alberto, Santiago? (Pausa. SANTIAGO se

sienta, ve al vacío.)

EHÉCATL: ¿Santiago?

Silencio.

AKETZALLI: ¿Señor?

Silencio.

JIMENA: Güey, no… ¡No mames, baby!

CARMINA: ¿Qué?

JIMENA: No fue Rodri, ¿verdad?

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SANTIAGO: (Pausa.) No.

EHÉCATL: ¿Entonces?

JIMENA: ¿Qué pedo contigo, güey?

EHÉCATL: ¿¡Fuiste tú!?

SANTIAGO: Sí.

CARMINA: ¿¿Qué??

SANTIAGO: Sí, Maestra, fui yo.

EHÉCATL: Voy por Rodrigo. (Sale.)

Silencio.

CARMINA: ¿Por qué?

SANTIAGO: No sé. (Pausa.) Desde hace unos días Alberto no incorporaba indicaciones, no

memorizaba los textos. Tuve miedo de que no llegara al personaje. Y como todos dicen

que Alberto en su época de alcoholismo era un actor bestial… se me hizo fácil.

Silencio largo.

CARMINA: ¿Sabías que Alberto Rogel tiene dos hijas y que en aquella época de alcoholismo que

mencionas, su mujer se separó de él y le impidió verlas por años? El gran triunfo en la

vida de Beto había sido vencer su alcoholismo, ¿y qué crees? En estos momentos su mujer

está debatiéndose entre dejarlo definitivamente o darle la última oportunidad. (Pausa.)

Tengo ganas de ir por la dichosa pistola del Venado y meterte un tiro en la cabeza. Pero

no eres digno de morir en un teatro, mijo, así que dale gracias a Dios. ¿Sabes cuántos de

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nosotros hemos perdido la razón porque a algún idiota se le hizo fácil destrozarnos la vida

para obtener una actuación extraordinaria? ¿Con estas bajezas pretendes lograr una

revolución? Me das horror, Santiago.

Silencio.

AKETZALLI: (Hablando por el radio comunicador.) ¿Qué pasó, Venado? ¡Qué! (Mirando al

monitor.) Les pedí que me lo cuidaran. Agárrenlo, por favor. (A todos.) Alberto está en el

escenario. (Sale.)

Cambio de luz. Escenario. ALBERTO entra cargando el garrafón de agua y una de las cajas del

inicio de la función.

ALBERTO: Por mí síganle con los chiflidos y las mentadas de madre. Yo con gusto me les

sumaba, pero resulta que me tocó estar de este lado. Y, por si no lo saben, a los actores

nos han enseñado a aguantarnos como los machos. Pero yo ya me cansé, así que ustedes

síganle, a ver si así dejamos de hacer estas vergüenzas de teatro. De por sí ya casi ni

vienen, luego andamos actuando nomás para nuestros cuates, y cuando vienen les

presentamos estas madres que ni nosotros entendemos. Aunque ‘ora que lo pienso, ustedes

también tienen la culpa, porque creen que a huevo hay que aplaudir. Así somos los

mexicanos, le aplaudimos a todo, ¿que no? Y nosotros de burros creyendo que nuestros

chous les gustan mucho, cuando nomás están siendo amables. (Entra RODRIGO, poco

después EHÉCATL, AKETZALLI y JIMENA.) ¿Qué pasó, carnalito? Calmantes montes.

Ora, ¿qué hacen aquí todos? No, ya tuvieron su momento y la regaron, ¿no vieron cómo

se puso la gente? Órale, a chingar a su madre, me toca a mí. Denme tres minutitos y se los

arreglo, verán. (Los otros tratan de aproximarse, en un rápido movimiento, ALBERTO

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abre la caja, toma el garrafón y lo sostiene en el aire.) ¡Quietos! ¡En esta caja están los

celulares del público porque a algún pendejo se le ocurrió que sería muy chispa

quitárselos, muy innovador el vato… y ahi van ustedes de mensos a entregárselos,

chinga’o! ¡Bueno, pues si no me dejan hablar, juro que los mojo todos y a ver de qué cuero

salen más correas! ¡Nadie se me ponga pendejo o me los “quebro”! ¡Sálganse, no los

quiero aquí! (Se salen. ALBERTO baja el garrafón.) Dispensen ustedes tanto grito.

Estábamos en que los aplausos, ¿no? ¡Pues no, señores! Si bien que los he visto cómo se

quedan dormidos en las butacas, no se hagan, y a la salida nos felicitan como si de veras

les hubiera encantado. ¡Díganos lo que piensan de verdad, me cae que no nos vamos a

sentir! Les tendrían que repartir tomates podridos a la entrada, como en tiempos de

Chéspir, y al primer momento que te aburriera algo, ¡órale, tomatazo! ¿Que no le estás

entendiendo? ¡Tomatazo! ¿Que a ese actor no le creo? ¡Tomatazo, tomatazo! Más

interactiva la cosa. No que ahora, hasta los despojamos de sus pertenencias con tal de que

aguanten nuestras payasadas. Pero basta: les quiero contar la historia original de Edipo

Rey, porque nuestro joven director se pasó por el Arco del Triunfo el hecho de que a Edipo

sí le causa conflicto haberse encamado a su jefecita. O sea, Edipo se entera que él mató a

su papá y luego que se había estado echando a su mamá por años y hasta que tuvo hijos

con ella. ¡Imagínense! No le queda otra más que sacarse los ojos, me cae. Y esto se llama

tragedia, mis amigos, tragedia ¿Pa’ qué ponernos de originales si Chófocles ya nos hizo

el favor? Nomás hacemos el ridículo. Hombre, que te enteres que te estás cogiendo a tu

mamá y me salgas con que el gobierno tiene que rendir cuentas de sus actos... Bueno, sí,

eso es lo que tiene que hacer el pinche gobierno, no soy quién para defender a esos

culeros… pero al César lo que es del César, y a Dios, que te vaya bien, ¿que no? (Entra

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CARMINA con paso decidido. ALBERTO alza el garrafón.) ¡Ni un paso más, Carmina o

adiós celulares!

CARMINA: ¡Betito, deja ese garrafón! Hablemos juntos con el público

ALBERTO: Nuestro problema, Carmina, es que cualquiera llega a vendernos espejitos. Ya es hora

de que el público aprenda a mentarnos la madre de vez en cuando, porque al fin esto se

hizo con sus impuestos. Si se quedan sin celular, no pasa nada, les salió barata la lección.

CARMINA: Betito, hablando de celulares, el tuyo lleva sonando 20 minutos en el camerino, tu

esposa y tus hijas están preocupadas. (ALBERTO se congela. Después de un momento

baja el garrafón. Comienza a llorar.)

ALBERTO: No me hagan caso, discúlpenme, por favor. Soy un idiota… (Sale. CARMINA va al

centro del escenario, junto a la caja de celulares.)

CARMINA: Les pido un momento más de su tiempo. Antes que nada, les doy las gracias, de todo

corazón, por acompañarnos en nuestro estreno, por regalarnos estas horas de su vida, a

pesar del caos que es vivir en esta ciudad. Gracias. (Pausa.) Esta noche las cosas se han

salido de control. Discúlpenos. Si yo pudiera regresarles su tiempo… pero no puedo. A

cambio, si les parece, les contaré algunas cosas mientras les pongo sus celulares, uno por

uno, sobre el escenario para que después puedan recogerlos. Será como si un pedacito de

ustedes se pusiera en nuestro lugar. (CARMINA toma la caja y mientras habla comienza

a llenar el escenario de celulares dispuestos como en un sembradío.) En estas tablas han

estado los mejores actores de nuestro tiempo. Me gusta pensar que aún resuenan por ahí

los ecos de todos esos colegas, pronunciando las palabras de los más grandes dramaturgos

de la historia. Escuchen un poco. (Silencio largo.) Abrumador. (Pausa.) Yo aquí vi mi

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primera obra cuando era niña. ¡Qué días aquéllos! No recuerdo si fue aquella vez cuando

me enamoré del Teatro. ¡Quién sabe! Seguramente escucharán a muchos actores decir que

desde niños quisieron actuar. Yo no sé cuándo lo decidí. (Pausa.) Actuar es mi vida…

pero no siempre es un sueño como la gente cree. Hay veces que es una pesadilla. Pero qué

caray, como todo, uno trata de vivirla con dignidad, y ya después se compone. Aunque

luego empeora otra vez y luego de vuelta… como en una montaña rusa. (Pausa.) ¡Pero

cuántos celulares, Dios Cristo! Tan bonitos y tan modernos. Yo, por más que me explican,

no les entiendo. Prefiero de los que venden en los minisúpers, sin tanta cosa. No se

desesperen con esta vieja, por favor. (Pausa.) Fíjense lo que son las cosas: Edipo Rey fue

la primera obra que leí en la carrera. Me sorprendí tanto al enterarme de que esta historia

había inspirado al mismísimo Freud… Recuerdo que durante una semana me desperté

sudando frío porque soñaba con sus personajes, con todo lo que sufrieron por una condena

de la que no eran culpables. Pensé que así era la vida: un montón de infortunios

encadenados, con un destino fatal e inevitable. Cuando entendí esto con claridad me

tranquilicé por completo y nació en mí el deseo irrefrenable de interpretar a Edipo. Estaba

segura de que nadie lo haría como yo, de que yo había nacido para vivir esa historia. Aquél

año le pedí al Maestro la oportunidad de ser Edipo en el montaje final y muy lindo me

respondió: “Hija, tú serías perfecta para este personaje… pero no eres hombre”. (Pausa.)

Ese fue el primero de una interminable serie de papeles frustrados. Cuando estaba en edad

para hacer a Hedda Gabler, resultó que no era lo suficientemente rubia; cuando sentía que

podía ser Bernarda Alba, no era lo suficientemente vieja; cuando por fin comprendí la

pasión de Julieta por Romeo, resultó que ya no era joven. Y nunca pude hacer esos papeles

que me estaban destinados porque tenemos un Teatro terriblemente encorsetado por los

prejuicios de la apariencia física. (Pausa.) Esta noche ha sido tan demente que me atrevo

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a pedirles una última locura: olviden por unos minutos que están viendo a una mujer y

permítanme concluir esta obra siendo Edipo, para saldar de una buena vez esta deuda que

tenemos la Vida y yo. ¿Me harían ese enorme regalo? (Silencio.)

Cambio de luz. Camerino. SANTIAGO, sentado en una silla junto a la ventana, bebe de la botella

de vodka Oso Negro. Entra ALBERTO, llorando y apurado, toma su celular y marca. SANTIAGO

al verlo, esconde la botella de vodka.

ALBERTO: (Al teléfono.) ¡Chaparrita!... Estoy bien, ¿cómo están las chaparras?... Al ratito te

cuento… Las amo más que a mi vida… ¿Bueno, bueno?... ¡Laura!... ¡Aaah! (Golpea el

celular.) ¡Nada sirve en este pinche mundo! (Voltea y descubre a SANTIAGO.) ¡Ay,

cabrón! ¡No me espantes, carnalito! ¿Qué haces ahí como un fantasma? (Pausa.) Ya nos

cargó la chingada, ¿verdad?

SANTIAGO: Creo que sí.

ALBERTO: Híjole, mano, me siento muy apenado contigo. Espero que me disculpes. (SANTIAGO

comienza a llorar desconsoladamente.) ¡No te me pongas así que me haces sentir peor!

SANTIAGO: Perdóname, Alberto…

ALBERTO: ¡N’ombre! No seas tarugo… Perdóname tú a mí, Sebastián.

SANTIAGO: Santiago.

ALBERTO: Oh, tú, pues… me caes bien. Eres bien entrón. Tienes unas ideas bien locas, pero eres

buena gente.

SANTIAGO: No, Alberto, soy una mala persona.

ALBERTO: ¿Y ’ora a ti qué mosca te picó?

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SANTIAGO: No, de verdad. (Pausa. Se da valor.) En mi defensa puedo decir que mis intenciones

siempre fueron buenas… (Vuelve a llorar.) ¡Pero es que soy muy estúpido, no me doy a

entender! ¡Todo está muy claro en mi cabeza, pero no sé por qué carajos no me sale como

lo imagino! (Pausa.) Capaz que no sirvo para esto. Capaz que me he estado creyendo que

soy lo que no soy… la joven promesa... (Pausa.) Me siento siempre con mucha presión,

Alberto… y es por eso que a veces hago cosas... no muy ortodoxas que digamos.

ALBERTO: Bueno, ahora que lo dices, sí te la volaste, manito. (Silencio.) Mira que meterte a

hacer mi papel, no se vale. (SANTIAGO vuelve a llorar.) Pero no pasa nada, Sebastián,

con que ya no lo vuelvas a hacer, no hay tos. Porque sí te lo voy a decir con todo respeto,

lo tuyo lo tuyo no es actuar, manito. (SANTIAGO para de llorar de golpe.)

SANTIAGO: Bueno, lo de hoy no cuenta. Además, no estuvo tan mal y eso que no tuve tiempo

para ensayar. En la escuela no era mal actor, los maestros decían que… (Pausa.) Mira,

Alberto, hay algo que te tengo que decir…

ALBERTO: Carnalito, no hay problema, me cae. Aquí el que se echó el numerazo fui yo.

(Comienza a llorar.) ¡Es que me regresó el diablo!

SANTIAGO: No, Alberto, escúchame por favor. Los directores a veces tenemos métodos que

pudieran ser cuestionables para lograr nuestros fines. Verás, nuestro fin con esta obra era

muy noble, una hazaña de gran miga y poderosa resonancia. Por otra parte, nuestras

pequeñas historias no son nada comparadas con las epopeyas que los hombres encaran

diariamente en el concierto de las edades…

ALBERTO: Carnalito, no quiero ser grosero, pero me tomé unos alipuses. Si de por sí soy medio

bruto, ‘ora imagínate… ¿me lo podrías repetir todo más despacito?

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SANTIAGO: Bueno, sin rodeos, Alberto, yo fui quien…

Entra JIMENA corriendo.

JIMENA: ¡Qué bueno que los encontré! Betito, güey, ya que estás mejor, te tengo que pedir una

disculpi. Ayer te llevaste por error mi termo, güey, y mi té chai traía piquete, y yo de

pendeji sin saber que tú eres…o sea, que a ti tomar no te hace bien, baby. Soy una tonti

mil, güey, discúlpame por favor.

ALBERTO: ¡Aaaah, con razón! Desde cuándo te dije que les pusiéramos nuestro nombre a los

termos, ¿te acuerdas? Ah, qué Jimeniti tan borrachiti… Ya ni modo, corazón, quién nos

manda a comprar en el mismo súper.

JIMENA: ¡Ya sé, güey!

SANTIAGO: Jimena…

JIMENA: ¡Ah, y te buscan Rodri y Ehec en el escenario, Carmina está haciendo algo hermoso,

güey, no te lo pierdas!

ALBERTO: ¡¿A poco?! (Sale.)

Silencio.

SANTIAGO: No era necesario, Jimena, ya me iba a hacer cargo.

JIMENA: Ajá. ¿Y luego qué, baby? ¿Que Alberto te matara a golpes? Y con razón. ¿Qué te pasó,

por qué hiciste eso?

SANTIAGO: No tengo por qué darle explicaciones a una actriz debutante.

JIMENA: Soy tu novia, culero.

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SANTIAGO: Ni a mi novia. Ahora soy un criminal, ¿no? Pero si cualquiera de ustedes hubiera

estado en mis zapatos habría hecho lo mismo.

JIMENA: Güey, ni al caso, hay cosas que no se hacen...

SANTIAGO: ¡Jimena, ¿quién te crees para venir a darme lecciones de ética?! ¡Yo sé lo que hago!

JIMENA: No mames, Santiago, no me hables así...

SANTIAGO: ¡No entiendes, nadie entiende! Jamás dimensionaron hasta dónde pudimos llegar.

Cuando yo les hablé de una revolución cultural no era metáfora, Jimena, era real. Y que

me perdone Carmina Montiel, pero en una revolución te manchas las manos. ¿Es horrible?

Pues sí, el mundo no es un lugar lindo.

JIMENA: Estás enfermo, güey...

SANTIAGO: Sí, sí lo estoy, porque estoy hasta la madre de que las cosas en este país no cambien,

y cuando aparece alguien que quiere cambiarlas, sus mismos compañeros le ponen el pie.

¡Acabamos de perder la oportunidad de chingarnos al sistema desde adentro!

JIMENA: Ajá. Chingándole la vida a tus actores.

SANTIAGO: ¡Aquí ya no se trata de ustedes, Jimena, ni siquiera de mí! Lo que aquí teníamos era

el poder y perdóname, pero el poder se ejerce.

JIMENA: ¡¿Cuál poder, Santiago?! ¡Escúchate por favor!

SANTIAGO: ¡Teníamos al Coordinador Nacional de Artes Escénicas de nuestro lado, ¿se te hace

poco?!

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JIMENA: ¡¿Quéee?! (Pausa.) ¿Es neto, Santiago? No mames que todo esto es por el pinche

Guillermo Ramos...

SANTIAGO: A ver, Jimena, te recuerdo que gracias a Guillermo Ramos estamos aquí. Él nos

consiguió al Secretario de Gobernación. Me ha apoyado en este proyecto desde que se lo

propuse hace años. Está arriesgando su puesto y su carrera al programar esta obra.

¿Ustedes qué han hecho, además de amotinarse y ser un dolor de huevos?

Silencio.

JIMENA: Eres un pendejo.

SANTIAGO: (Pausa.) ¿Perdón?

JIMENA: Estás ciego. (Pausa.) No te das cuenta, ¿verdad?

SANTIAGO: ¿De qué?

JIMENA: No ves nada. O no quieres ver... Qué pena me das, güey...

SANTIAGO: ¿De qué no me doy cuenta, Jimena?

JIMENA: (Silencio.) Olvídalo... ya, tienes razón, no entiendo nada. Ahorita nos vemos. (Intenta

salir, pero SANTIAGO la detiene con fuerza.) ¡Güey, qué te pasa!

SANTIAGO: Piensas lo mismo que Rodrigo, ¿verdad? Que soy el protegido de Guillermo, que no

tengo méritos propios, que soy un farsante.

JIMENA: Nunca pensaría eso. Yo te admiro. (Pausa.) Pero no puedes tapar el sol con un dedo...

SANTIAGO: ¡¿De qué no me doy cuenta?!

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JIMENA: (Silencio.) Mira, Santiago, tú eres un chingón. Pero ¿no se te hace muy raro que tengas

todo en charola de plata, que puedas montar lo que se te dé la gana y te den todas las becas

que quieras? (Pausa.) No entiendo cómo no te das cuenta. Tu adorado Maestro Ramos te

quiere mucho, demasiado para mi gusto y el de cualquiera que no esté tan ciego como tú,

¿captas? (Silencio.) ¡Abre los ojos, mi amor, Guillermo está enamorado de ti!

SANTIAGO: ¡No digas pendejadas!

JIMENA: ¿No me crees? (Corre por su celular.) Pues te cuento: yo estoy loca, soy bien pinche

celosa y desde que empezamos a salir te hackeé el celular, perdóname, ¿sí? Pero adivina

qué me encontré hace tres meses... A un puto cabrón tirándote la onda durísimo. ¡El

imbécil de Memo se quiere cobrar los favores que te ha hecho! Si vieras los mensajes que

he tenido que borrar para que no te enteres. ¡Se quiere aprovechar de su poder, cuando tú

lo quieres como a un padre! ¡Cuál revolución para cambiar al país desde adentro, no hay

nada de eso, Santiago, sólo un ruco asqueroso que está obsesionado contigo! Escucha:

(Leyendo del celular.) “Niño prodigio: Este estreno es el producto de nuestros ideales, de

nuestro delirio y, por qué no decirlo, del amor, de ese indecible amor que estuvo antes que

todo y que te impulsa y que me impulsa y que no conoce fin. Sé que llegará el día de tu

correspondencia; tu silencio sólo es dulce espera de dichas infinitas. Mucha mierda, niño

mío, que el mundo es tuyo.” (Pausa.) Y tengo copia de todos los mensajes, por si un día

los quieres leer. (Silencio largo.) O a lo mejor tú ya sabías todo esto y yo de pendeja

creyendo que te estaba protegiendo...

SANTIAGO: Vete de aquí. (Silencio. SANTIAGO saca de nuevo la botella de vodka y bebe.) ¡Que

te largues, carajo!

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JIMENA: (Silencio.) ¿Ya lo sabías, Santiago?

Silencio largo. SANTIAGO, fuera de sí, comienza a gritar y a lanzar objetos. De pronto, irrumpe

a lo lejos el sonido atronador de los aplausos. JIMENA y SANTIAGO se paralizan al oírlos.

JIMENA prende el monitor.

JIMENA: Güey... qué pedo... (Pausa.) La gente está subiéndose al escenario... le están haciendo

un círculo a Carmina... (SANTIAGO se aproxima al monitor y observa estupefacto.

Después de unos segundos, sale apresurado y JIMENA le sigue.)

Silencio en el camerino. Los aplausos no paran de sonar a lo lejos. Luego de unos segundos entra

CARMINA y poco después AKETZALLI.

AKETZALLI: (Buscando en el botiquín del camerino.) Mire, Maestra, por lo pronto huela tantito

alcohol. (Se lo pasa.) También hay dramamine, por si se siente muy mal…

CARMINA: No tengo nada, hija, fue un pretexto para irme de ahí. Ya recibí suficientes aplausos.

Y además moría por un cigarro. (Lo toma y lo prende.)

AKETZALLI: Ah, menos mal… (Llora.) Maestra, nunca había visto algo así. Mire, no paro de

temblar. Cuando usted acabó, durante un minuto podría cortarse el aire con cuchillo, y

luego, los aplausos... Maestra, ¿qué me pasó? Es como si me hubiera arrollado una

avalancha, no puedo respirar bien. (Pausa.) Me duele el alma.

CARMINA: Salió bonito, ¿verdad?

AKETZALLI: No, Maestra. No fue bonito, ¡fue terrible! Edipo era un buen rey, un buen hombre

que vivió tratando de hacer lo que creía que era correcto. Verlo derrumbarse así,

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devastado, sin piedad… Pero ahora entiendo, Maestra. Si uno ve una tragedia y dice “qué

bonito”, es que algo no estuvo bien.

CARMINA: Es posible. Cuestión de gustos. Para todos hay. Pero si a ti te gustó, soy muy feliz.

(Pausa.) ¿Y ahora? Se oye como una kermés.

AKETZALLI: (Viendo por el monitor.) ¡Guau! Todo el público se está subiendo al escenario…

hay dos filas de cada lado, parecen hormiguitas. Los que toman su celular no se bajan,

siguen ahí, como si quisieran sentir la energía que quedó en el escenario. Otros buscan a

los actores para felicitarlos. Hay unos que voltean para todas partes. (Ríe.) ¡Pobres, de

seguro la buscan a usted!

CARMINA: Que sigan buscando, no voy a abandonar este cigarro por diez minutos de fama.

AKETZALLI: ¡Ay, no puede ser! Algunos se están tomando selfis, ¿usted cree? Seguro que

ahorita las suben.

CARMINA: ¡Dios Cristo!

AKETZALLI: Y Santiago está hablando con el Coordinador y con gente muy trajeada, me

imagino que el Secretario y los demás importantes.

CARMINA: ¿Lo están regañando?

AKETZALLI: No creo. ¡Hasta se están riendo!

CARMINA: Pero ¿están locos? ¡Si esto no tuvo ni pies ni cabeza!

AKETZALLI: Pero todos dejaron el corazón en el escenario, Maestra, me consta. Además, como

que había algo raro en el ambiente... una chispa, una magia, no lo sé... Y bueno, al final

usted lo cerró como los dioses.

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CARMINA: Ay, Aketzalli.

Entran EHÉCATL y RODRIGO, aún sollozando.

EHÉCATL: Maestra, a sus pies. (Se arrodilla y RODRIGO lo sigue.)

RODRIGO: Carmina, ¿qué acabas de hacer?

CARMINA: Párense, no sean babosos.

EHÉCATL: Maestra, si yo pudiera actuar siquiera la cuarta parte como usted, me doy por bien

servido.

CARMINA: Ay, hijo.

EHÉCATL: Ya mejor sea usted Edipo.

CARMINA: No, mijito. Tú lo haces muy bien.

AKETZALLI: (Viendo su celular.) Mire, Maestra, ya están subiendo fotos. Hasta hicieron el

hashtag #TodosSomosEdipoRey.

RODRIGO: No mames, ¿te cae? (Toma su celular.)

EHÉCATL: ‘Seas cuento… (Toma su celular.)

RODRIGO: ¡Ah, no te pases! Checa: “Poniéndome en el lugar de los actores…” “¡Gracias por

hacerme sentir viva de nuevo!” #TodosSomosEdipoRey.

EHÉCATL: “Nunca creí agradecer que me quitaran el celular.”

RODRIGO: “Arriba las mujeres, hasta de hombres somos más chingonas”.

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EHÉCATL: “Edipo papuchis. #CarminaMontielHazmeUnHijo.” (CARMINA ríe.) Ah, ya me

había emocionado.

RODRIGO: Cabrón, si tú eres rockstar. Ve: “Ehécatl Reyes no es hermoso, lo que le sigue y de

regreso”. Ay, apá…

EHÉCATL: ¡A huevo, ya ligué!

RODRIGO: ¿No hay ninguno mío? ¡Yo también quiero!

EHÉCATL: Cómo no, mira: “Rodrigo Abarca, el hombre de fuego en su regreso espectacular”

RODRIGO: No mames…

EHÉCATL: Y lo escribió un crítico…

RODRIGO: A ver…

CARMINA: Aketzalli, ven. (AKETZALLI se acerca. Por lo bajo.) ¿Esto que están leyendo quiere

decir que fuimos un éxito?

AKETZALLI: No lo sé, Maestra, supongo que sí. Es que la gente salió muy contenta.

CARMINA: (Suspira.) Somos tontos. Todos somos unos tontos.

EHÉCATL: A ver, escuchen: “Edipo Rey o Sófocles 2.1, de Santiago Cruz Mendiola, es desde

hoy un paradigma que sienta las bases del evento escénico mexicano. Cruz Mendiola parte

de un espectáculo que pareciera anodino -la enumeración de hechos recientes de nuestro

oscuro acontecer nacional puestos como pegote en una deslavada adaptación de Edipo

Rey- y lo transforma en un suceso escénico lleno de sorpresas, vitalidad y complejidad

humana donde cada intérprete se muestra tal cual es, con una transparencia abrumadora

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en un acto de generosidad sin límites. Edipo Rey o Sófocles 2.1 nos habla no sólo del

talento arrollador del joven dramaturgo y director, sino de una comprensión del hecho

escénico como hace mucho no se veía.”

RODRIGO: No estés mamando…

EHÉCATL: “El trabajo de los actores complementa a la perfección la ambición de la propuesta.

En particular destaca el trabajo aguerrido y colérico del mismo Cruz Mendiola…”

CARMINA: Mira nada más.

RODRIGO: ¡¿Quéee?!

EHÉCATL: ¡Espérate! “…el virtuosismo de Rodrigo Abarca y la genialidad de Alberto Rogel…”

¿Ya ves?

RODRIGO: Ah, ¿te cae?

EHÉCATL: “…así como la belleza de Jimena Higueras, y el trabajo cumplidor de Ehécatl

Reyes…” ¡¿Qué?!

RODRIGO: (Le quita el celular a EHÉCATL.) ¡Síguele! “y el trabajo cumplidor de Ehécatl Reyes

como un Edipo Rey que en esta versión es apenas un personaje secundario, hasta que toma

la voz de una de nuestras más grandes actrices y que ya echábamos de menos en la escena

nacional, Carmina Montiel, que termina por hacer de este montaje de Cruz Mendiola, su

obra Maestra.” (Pausa.) No mamar. (Entra JIMENA.) Mira, baby, ¿ya viste? Eres popular

en las redes…

JIMENA: (Malhumorada.) Ah, qué chido, güey.

Entra ALBERTO.

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ALBERTO: Carnalitos, ya que todo salió tan bien, ¿no se les antoja brindar? ¿No hay aunque sea

del vodka para quitar el olor? (Comienza a buscar. RODRIGO y EHÉCATL se coordinan

para tapar la botella y ponerla fuera de la visibilidad de ALBERTO.)

RODRIGO: Creo que no anda por aquí.

ALBERTO: No me hagan güey, si acá estaba, yo me acuerdo.

EHÉCATL: La deben de tener las de vestuario.

ALBERTO: ¡Ya denme esa botella, qué les cuesta!

CARMINA: Espérate, Beto. Mejor cómete algo. (A AKETZALLI.) Hija, no seas malita, llévate a

Alberto a mi camerino, ahí debo de tener algo para que coma.

AKETZALLI: Maestro Beto, venga…

ALBERTO: Si estoy bien…

AKETZALLI: Yo lo sé… véngase por favor… (Salen.)

Silencio.

CARMINA: Un actor reincidente y una obra patas pa’arriba, que resultó ser una obra maestra.

¡Qué belleza!

Silencio. Entra SANTIAGO con un arreglo floral y un libro.

SANTIAGO: Señores…

RODRIGO: Uy, ¿y esas flores?

JIMENA: Se las dio Guillermo el Coordinador, (Sarcástica.) ¿verdad, baby?

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RODRIGO: (Con insinuación juguetona.) Uuuuuuh…

SANTIAGO: Silencio, por favor. Con la novedad de que el Secretario de Gobernación nos felicita

y dice que nuestra obra es lo que necesita el país en estos momentos. Nos aplaude el riesgo,

nos aplaude la provocación, y no nos censura nada. Al contrario, quiere que giremos por

todos los estados el año que entra.

Silencio largo.

CARMINA: ¿Es broma?

SANTIAGO: No, Carmina.

EHÉCATL: Santiago, ¿pero qué nos va a censurar? Esto no fue nuestro espectáculo. Yo ni siquiera

figuré, porque apenas me dejaron arrancar y comenzaron con sus desmadres.

SANTIAGO: Pues ¿qué te digo? Así fue.

EHÉCATL: ¿Cómo que así fue, Santiago? Tenemos que volver a invitarlos para que vean la obra

tal cual es.

SANTIAGO: No pueden venir cada que nosotros queramos, Ehécatl. Además vamos a dejar la

obra así, tal y como salió hoy.

RODRIGO: ¿Qué?

EHÉCATL: No mames, Santiago. ¿Y nuestro discurso? ¿Y las denuncias que íbamos a hacer

frente al Secretario? ¡¿Y mi trabajo, cabrón?! Mañana viene mi familia desde Torreón, no

pueden ver esto.

CARMINA: Hijo, ¿en serio estás insinuando que presentemos esto mañana?

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SANTIAGO: El Secretario me pidió que la obra se presente tal cual la vio hoy, ni tiempo tuve de

explicarle que no era así.

EHÉCATL: Bueno, ¿al menos lo encaraste en corto? ¿Le mentaste la madre, de perdida?

SANTIAGO: ¡Cómo crees, Ehec, no era el momento!

EHÉCATL: ¡¿Cómo que no era el momento, cabrón, no mames?! (Pausa.) ¡No mames!

RODRIGO: ¿Y qué dijeron las demás autoridades?

SANTIAGO: Les fascinó. (Pausa.) Yo sé que les estoy pidiendo algo extraño…

EHÉCATL: No, Santiago, nos estás pidiendo que nos vendamos. ¿O a poco te crees que esto es

lo que necesita el país? ¡Si con esto no le estamos diciendo nada al país!

SANTIAGO: ¡Ehécatl, entiende! Tenemos que ser más inteligentes que ellos. Estos pendejos no

nos van a callar, hasta crees. Nuestra carrera apenas comienza. En la siguiente obra

diremos lo que tengamos que decir. Pero esto que sucedió hoy fue más allá de nosotros.

Bajó el Teatro, bajó el duende, como le quieran llamar, ¿me entienden? La magia se nos

reveló, se le reveló a todo el público y hay que tenerlo en cuenta.

Silencio largo.

CARMINA: Ha pasado un ángel volando. (Pausa.) ¿O habrá sido el Duende que iba de salida?

EHÉCATL: (Pausa.) Si esto es lo que vamos a presentar mañana, yo aquí doy mis siete días,

Santiago.

SANTIAGO: ¿Qué?

JIMENA: O sea que renuncia y te da una semana para que ensayes con alguien más, güey…

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SANTIAGO: ¡Ya lo sé, Jimena! (Pausa.) Yo no quiero que te vayas, Ehec, pero como veas. Es tu

decisión. (EHÉCATL toma sus cosas y sale. Tras él, sale SANTIAGO.)

Silencio largo.

CARMINA: Entonces, presentaremos esto mañana, pase lo que pase.

RODRIGO: Al parecer, Maestra.

CARMINA: (Pausa.) Y durante toda la temporada.

RODRIGO: Así es, cincuenta funciones.

CARMINA: Cincuenta. Más las del próximo año.

RODRIGO: Exacto. Y por todo el país.

CARMINA: Y por todos los estados del país. (Pausa.) Un éxito rotundo.

RODRIGO: (Pausa.) No me lo explico.

CARMINA: No, Rodrigo, no hay nada que explicar. Es lo que es.

RODRIGO: (Pausa.) O lo que no es.

CARMINA: O lo que no es. Nuestro eterno dilema.

RODRIGO: (Pausa.) Pues por lo pronto, Maestra, es lo que hay.

CARMINA: Pues sí. (Pausa.) Es lo que hay.

RODRIGO: Pues sí. (Pausa.) Como dijera Creonte:

No quieras vencer en todo, cuando, incluso aquello en lo que triunfaste, no te

ha aprovechado en la vida.

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CARMINA: Mira nada más, nunca mejor dicho. (Silencio.) ¿Tú tienes novia, Rodrigo?

RODRIGO: No, Maestra. No sirvo de novio, vine defectuoso.

CARMINA: Yo fui igual. Pero a lo mejor no es tan difícil. Inténtalo otra vez. Yo lo haría. (Pausa.)

¿Qué día es hoy?

RODRIGO: 22 de septiembre.

CARMINA: Un buen día. Suena bien, ¿no? Es bonito de decir, veintidós. Y se lee al derecho y al

revés.

JIMENA: Y hoy entró el otoño.

CARMINA: Mira, no sabía. El otoño. Y hay luna llena, ¡qué más se puede pedir!

JIMENA: No, Carmi, luna llena fue la semana pasada, creo.

CARMINA: No, hija. La luna está en el corazón de quien la anhela. En el mío está llena. (Pausa.)

Ninguno fuma, ¿verdad?

JIMENA: No

RODRIGO: No.

CARMINA: Qué lástima. Fumar es un vicio elegante.

JIMENA: Fumar mata.

CARMINA: (Sonríe, pausa.) Entonces la muerte es elegante. Debe serlo. Fumar tranquiliza, la

muerte también.

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JIMENA: Carmi, una vez me dijeron que lo que tranquiliza no es fumar, sino respirar hondo. ¿Ves

que así se fuma? Pues eso tranquiliza un buen. Respirar es vivir, güey. Eso es lo que hay

que hacer, por eso yo mejor medito.

CARMINA: Respirar es vivir. Y para fumar hay que respirar. Pero fumar mata. Así las cosas. Qué

belleza, todo es lo mismo. ¿Qué hora es?

JIMENA: Las 10:18.

CARMINA: Las veintidós dieciocho… Y en cuatro minutos, las veintidós veintidós. ¡Más belleza!

¿Se dan cuenta? Una obra de arte. Una auténtica obra maestra. (Pausa.) Jóvenes

hermosos… ¡Que Dios siempre me los proteja, sobre todo de la mala fortuna que él mismo

suele darnos! Voy por un cigarro más. (Sale.)

JIMENA: ¡Güey, qué intensidad!

RODRIGO: Ya ves. El éxtasis artístico. Quién como ella.

Entra SANTIAGO, seguido de ALBERTO y AKETZALLI.

SANTIAGO: ¿Y Carmina?

RODRIGO: Fue por un cigarro.

SANTIAGO: Bueno, les digo a ustedes: mañana nos vemos a las diez de la mañana para ensayo.

RODRIGO: ¿Nueve horas antes de la función?

SANTIAGO: Tenemos que ensayar todo lo que pasó hoy.

AKETZALLI: Lo que no pasó hoy, más bien.

SANTIAGO: No, Aketzalli, lo que pasó hoy. La obra se queda tal y como salió hoy.

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AKETZALLI: Oye, no, no inventes. ¿No sería mejor hacer lo que teníamos? ¿O suspender esta

semana y reanudar la siguiente con nuevos ensayos?

SANTIAGO: No podemos suspender ni una sola función. Me acaban de decir en la taquilla que

ya se agotaron los boletos de los siguientes dos fines de semana.

ALBERTO: ¡Razón de más para brindar, saquen ese vodka! (Comienza a buscar la botella de

vodka.)

RODRIGO: ¿Y Ehécatl?

SANTIAGO: Ya hablé con él. Continúa con nosotros. Ya viene para acá.

RODRIGO: Pero si vamos a hacer lo mismo, dale más juego, no seas cabrón…

SANTIAGO: Ya veremos.

JIMENA: Yo también salgo bien poquito, Santiago.

SANTIAGO: Tú vas a salir bailando atrás. Es lo que vamos a ensayar mañana.

JIMENA: ¡Ah, va, qué cool!

AKETZALLI: Insisto en que habría que ver la manera de reestrenar la próxima semana…

SANTIAGO: ¡Aketzalli, no organices!

AKETZALLI: No, señor.

ALBERTO: ¡Aquí estaba la botella, cabrones! ¿No que no? ¡Salucita de la buena!

Bebe. Los demás intentan arrebatarle la botella, pero ALBERTO la defiende pegándola a su

cuerpo. En un momento en que todos están trenzados tratando de hacerse con la botella, suena un

disparo. Todos se paralizan y ALBERTO finalmente les arrebata la botella.

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ALBERTO: ¡Pum!

JIMENA: ¿Qué fue eso?

AKETZALLI: Eso no fue un cuete.

RODRIGO: No, fue un disparo.

ALBERTO: “Si tú eres mi linda amiga, ¿cómo no me miras, di? …” (Bebe.)

SANTIAGO: Ha de ser la función del otro teatro.

AKETZALLI: No tienen función hoy.

ALBERTO: "...Ojos con que te miraba, a la sombra se los di…"

Silencio.

EHÉCATL: (En off.) ¡Auxilio! ¡¡Auxilio!! ¡¡¡Auxilio!!!

Salen corriendo SANTIAGO, RODRIGO, JIMENA y AKETZALLI. Se escuchan en off sus voces

dando gritos. Pasos corriendo aquí y allá, alarma y llantos en aumento. ALBERTO se dirige a la

cajetilla de cigarros y toma uno, lo prende. Cierra la puerta con seguro, y al cerrarla, el ruido

cesa. Se sienta en su silla. Fuma y bebe.

ALBERTO: Oh, habitantes de mi patria, Tebas, mirad: he aquí a Edipo, al que solucionó

los famosos enigmas y fue hombre poderosísimo, aquél al que los ciudadanos

miraban con envidia por su destino…

(Pausa.) "Si tú eres mi linda amiga, ¿cómo no me abrazas, di?... Brazos con que te

abrazaba, de gusanos los cubrí." (Pausa.) ¿Tiemblas, corazón? (Llora. Pausa.) Fúmele,

fúmele… y deje de chillar… (Pausa.) Soledad, bendita soledad de los espíritus

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excelentes… Todos mis cigarritos para ti, mi recabrona… hágase tu voluntad. (Pausa.)

Qué terror… y qué alegría... ¡Hágase tu voluntad!

Oscuro final.

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