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DERECHO VIEJO
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Diríase .. que en el cielo nos espera a los argentinos la idea platónica del
tango, su forma universal.

Jorge Luis Borges


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Tokio - Buenos Aires


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La demora, de casi tres horas, en el Aeropuerto de París, por una


intensa tormenta, del vuelo hacia Buenos Aires, puso más ansioso a Pablo
de lo que ya estaba. Había partido de Tokio, más allá de algunas dudas, con
el entusiasmo de un triunfador. Los seis conciertos de tango con el quinteto
LaYumbera, que conformó con cuatro intérpretes de cuerdas europeos,
habían tenido una impensable repercusión en la prensa japonesa, logrando
tres contratos para volver a tocar el año siguiente en Tokio, en Sapporo y
también en Osaka . Su maestro de piano, monsieur Luminié, lo había ido a
despedir al aeropuerto junto a los cuatro concertistas y a Natahalie, que
estuvo a punto de hacer las valijas para irse con Pablo a Buenos Aires.

El apuro por llegar a ver a su abuelo Yumba, a tiempo, comenzó a


demoler, durante el vuelo a Buenos Aires, el estado de satisfacción y de
asombro, por el reconocimiento a la calidad artística del quinteto. En la
revista Aishi Graph, se había publicado una nota, de un poco más de un
cuarto de página, titulada “La Yumbera, magnífica demostración de
shibui”, comentando, que el tango triunfa en Japón cuando logra tocar esa
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fibra tan particular del shibui, de esa apariencia amarga y triste de lo que
es esencialmente hermoso. “Un notable y joven pianista argentino, junto a
cuatro sobresalientes concertistas de cuerdas europeos, nos ha conmovido
“Lo Bello y lo Triste” del maestro Kawabata, parece haber encontrado su
música adecuada. Nos tapamos la boca ante tan grata demostración”. “No
lo puedo creer ¿Qué habrán escrito cuando estuvo la orquestra de Basso, o
la del maestro Salgán? ¿Qué habrán dicho entonces de Pichuco o de
Pugliese? Ni mi abuelo Yumba, se hubiese imaginado un comentario así”,
les había dicho Pablo a sus compañeros del quinteto, en el Aeropuerto de
Narita, al pie del avión, después de leer la nota.

Días antes de abordar el vuelo en Tokio, que lo comenzaba a traer de


regreso, Pablo había hablado por teléfono con su padre que le anticipó que
Yumba, no estaba nada bien de salud. Una neumonía, en medio del
invierno porteño, en un hombre que ya había cumplido ochenta y tres años,
que disponía de pocas fuerzas y sin muchas ganas de reponerse, en general
tiene un sólo pronóstico.

Durante el viaje a Buenos Aires, Pablo no pudo pegar un ojo. Por


momentos no sabía si iba, o si volvía. Hacía tres años que había partido con
una beca y algunos dólares en el bolsillo. No se había preguntado hasta ese
momento, estando arriba de un avión, si su futuro sería seguir con La
Yumbera, si incorporaría a un bandeneonista, si se afincaría definitivamente
en París, en Amberes, o si dejaría a Nathalie e intentaría hacerlo en Buenos
Aires. La idea de futuro le surgía en contraposición a su abuelo, para quien
el futuro ya formaba, de manera inexorable, parte del pasado. Sentado e
inquieto a miles de metros de altura (le había solicitado tres veces a una
azafata que le sirviera whisky), abría y cerraba las manos de manera
constante. Sentía que le pesaban. “Las manos, son lo más valioso que
tengo”, comenzó a pensar. Por momentos, se imaginaba en un taburete
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apretando con todas sus fuerzas las teclas de un piano, hasta hacerlas
estallar por los aires. “Mis manos”, siguió pensando, “son tan importantes,
como las de un arquero de fútbol, como las de Amadeo Carrizo, como las
de Hugo Gatti, como las de Ubaldo Fillol; o como las de un asesino a
sueldo”, recordando una nota, publicada en una revista francesa, acerca de
la marcada gesticulación, con las manos y los brazos al hablar, que se
detectaba en hombres que usaban armas de fuego, recordando, también, las
manos grandes y enérgicas de Yumba, acompañando el ritmo del tango La
Yumba, con él sentado sobre su muslo derecho. Unas manos que ahora
tendrían, sólo, la capacidad de movimientos reflejos, por pura inercia del
sistema nervioso, que no podrían sujetar siquiera un trozo de algodón.

El capitán de la aeronave anunciaba la llegada al Aeropuerto de Ezeiza.


“La temperatura es de tres grados. Buenos Aires nos recibe con una
insistente llovizna”. “Mal augurio, carajo”, pensó Pablo.

En el hall del aeropuerto, divisó a su hermana tomada de la mano por un


muchacho

-¡Acá! ¡Acá, hermanito!

Pablo, se acercó con nerviosismo y cierta tristeza a su hermana.

-¡Hola!- le dijo, mientras la abrazaba y se daban un beso.


-¡Holaa! Te presento a Javier.
-Hola ¿Cómo viajó el famoso pianista que triunfó en Japón?
-¿Papá no vino por que el abuelo está mal?
-Sí y no. El “abu”, sigue internado por una neumonía, casi…Hoy quizás
le dan el alta. Papá y mamá, se quedaron en el Hospital con él.
-¡Vamos para allá!
-No te parece mejor, primero ir a casa. Dejás las valijas, te pegás un
baño, desayunamos y charlamos un rato. Yo también hace mucho que no te
veo.
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-No sé. Puede ser.


-¿Viniste sólo para ver al abuelo? - le preguntó su hermana,
olvidándose de que estaba con su novio.
-No sólo por eso ¡Carajo!. No dormí, en todo el viaje ¡Quería llegar
antes que el avión! - respondió Pablo, atragantado por el llanto.
-¿Tenés novia, allá?
-Algo así.
-Disculpá la presentación Javier. Somos así,. como mi….
-Como el abuelo - les dijo Pablo.
-No sólo como el abuelo - aclaró su hermana, sin terminar de explicitar
a quien o quienes más se refería
Javier abrazó a Pablo como si ya fuese su cuñado. Como si lo conociera de
toda la vida, en un intento de ganar confianza.
-Che ¿el piano lo doblaste para meterlo dentro de la valija?
Pablo se río con ganas, y comenzó a distenderse.

-Vamos primero a casa. Tenés razón, hermanita.


-Las mujeres, casi siempre tenemos razón.
-¡Bueno, bueno!
-Sí. Bueno, bueno - agregó Javier, en un tono que buscaba la
complicidad de Pablo.
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Buenos Aires – París


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Casi tres años estuvo Pablo en París, excepto diez de visita a Buenos
Aires. Una beca para perfeccionarse en piano, otorgada por una fundación
francesa; casi siete años de formación en el Conservatorio, y más de diez
con, Vicenza, su profesor, permitieron la estadía.
Un año antes de terminar el colegio secundario, en Villa Urquiza, Pablo
comenzó a prepararse para la audición de La Fundación, una entidad
francesa, que becaba, anualmente, a un grupo reducido de jóvenes músicos,
para viajar a Francia, en la especialidad de piano y chelo. Ni su padre, ni su
abuelo, ni tampoco él estaban del todo seguros que lo iba a lograr. El
concurso sería por demás exigente, teniendo en cuenta que Pablo cursaba
sus estudios de Bachillerato por la mañana, si bien casi todas las tardes
asistía al Conservatorio desde que había concluído la primaria, y que
tomaba una clase semanal con su profesor. Sólo Vicenza, que desde que lo
escuchó tocar las teclas por primera vez, cuando tenía ocho años, sabía que
viajaría. Vicenza, venía observando desde un principio, que sería muy
buen pianista, que tenía oído, sensibilidad y que por momentos lograba
demostrar cierto talento.

Cuando Pablo cumplió diecisiete años, su abuelo, le regaló un piano de


cola, de una reconocida marca.
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-Papá, dejá que el piano de cola se lo regale yo.


-No. No. Se lo regalo yo.
-Es mucha plata.
-¿Qué boludez me estás diciendo?
-No es ninguna boludez.
-No tengo que vender la casa para comprarle un piano al nene.
-Es un regalo que se lo tiene que hacer el padre. O sea, yo.
-Dejate de joder ¿Dónde está escrito eso? En la Biblia, que yo sepa no.
-En ninguna Biblia, papá. Sentido común.
-¡Sentido común! ¡Sentido común! El sentido común, deja mucho que
desear en este
mundo.

-No. De política no. No trates de involucrarme en una discusión sobre


política para justificarte.
-No necesito justificar absolutamente nada. El piano ya está comprado.
-Si no la ganás…
-Gano concretar un deseo. Tan sólo eso. Cuando lo sentaba al nene
sobre mi muslo derecho, tarareándole La Yumba, ya empecé a comprarle
ese piano. Está pago, en no sé cuántas cuotas. Tenía dos años, el nene.
Pagarlo durante quince años no fue un mal negocio. Y no me digas “sos un
hijo de puta”.
-No. La abuela no tenía nada que ver.
-No vayas a creer. A mi madre, le hubiera gustado que yo hubiese sido
pianista. Amaba la música.
-Estás llevando la conversación hacia otro lado.
-Todo tiene que ver con el nene. Empecemos, si querés por su profesor.
-Sí. Sos amigo de Vicenza desde que eras chico.
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-Cuando era un pibe a Vicenza lo detestaba. Me parecía un boludo. El


boludo era yo. Los dos estudiábamos con el ruso Gregorich Turbenko, un
genio.
… -Si todo es por Pablo… Seguime contando y evito enojarme con vos.
......-Nunca te conté mucho de mi infancia, de ese aspecto de mi infancia.
En esa época había en Buenso Aires, muchos músicos europeos que
enseñaban piano y violín. Don Gregorich, se había ido de Rusia, como
otros tantos, después de la Revolución. Yo a esa edad, ocho años ¿qué
sabía del comunismo? y menos de que me iba a hacer comunista.
-¿Qué paradoja?
-La vida está llena de paradojas. La mayoría de las veces no te das
cuenta de que estás en medio de paradojas. Además, la música no tiene
ideología. O sí: la de la libertad.
-Seguí, viejo.
-¿No te interesa saber que marca de piano le compré?
-La mejor, o una de las mejores. Seguro. Pero si querés, sigamos con
las clases con el ruso.
-Turbenko, era un aristócrata. Tomaba té en tazas de porcelana francesa
¡Lo hacía con una delicadeza! Una taza con té, le podía durar una hora. Lo
bebía de a sorbitos ¡sin hacer el menor ruido! Siempre, estaba vestido con
trajes de casimir inglés; camisas y corbatas, de seda italianas. Lo sabíamos,
por una de la señoras que trabajaba en la casona de Palermo en la que
vivía. Turbenko, no hacía gala de nada. Pero sus pilchas, sus movimientos
suaves y firmes, su hablar pausado, eran señales inequívocas de
aristocracia. Además del Colón, le gustaba mucho el Armenonville, el
cabaret más cajetilla que tubo Buenos Aires. Pensá que ahí cantó Gardel,
que tocó Firpo con Arolas. Turbenko decía, casi de soslayo, que en el tango
había músicos extraordinarios.
-Le gustaba el tango.
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-¡Sí! Mucho. Pero de eso ni una palabra. Lo sabíamos, como te dije, por
que hablábamos con una de las mujeres que trabajaban en la casa de él.
Con nosotros, como te decía, dale con Litz, Chopin, Mozart, Beethoben.
Tchaiskovsky. Nada de Firpo, de Greco, de Goñi, de Bardi, ni de De Caro.
La música clásica había entrado en casa por tu bisabuelo, un tano que era
fana de Verdi y de Rossini.
-¿Por qué, yo escuche tan poco de eso?
-Te debo una, dos tres ¿Que se yo cuántas? Me terminé enganchando
con el maestro Pugliese, por que además de ser comunista, para mí es el
que hizo más presente la música clásica en el tango. Escuhás a esa
orquesta, y notás que hay una pretensión de que suene como sinfónica, con
un toque a pampa, como dice “el maestro”. Te habré hartado de Pugliese,
pero también te hice escuchar a Tchaiskovsky y a Chopin. Me fui de tema.
-¿Qué importa?
-Tenés razón ¿Qué importa? Será el nene el músico de la familia. Te
aclaro que vos no sos inocente al respecto.
-¿Por qué?

-¿Crees que no me dí cuenta, como lo alentaste de chiquito con el


piano? Muy sutil. Es tu manera. Quizás sea mejor que la mía, tan explícita.

-Ahora sí ¿Qué piano le compraste?


-Fuimos con el profesor. El que sabe es él. Yo decidí no saber más. En
esa época, estudiar piano, en el barrio, era casi de maricón. Por eso dejé. O
tal vez, porque creía, que no me daba para ser pianista. Que no tenía con
qué. Talento, o mejor la capacidad de bancarme lo que quería, a eso me
refiero. El profe siguió. Yo, como otros tantos boludos, le decíamos teclita.
“Ahí va teclita, mucha tecla y poca mina” ¿Qué podíamos saber de de
minas si teníamos, catorce o quince años?
-¿Qué piano le compraste?
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-Uno alemán. Un Bechstein de cola, color negro, con una butaca de


pana roja. Con estos pianos tocaron Litz, Wagner y Brahms. Es un mueble
pesado con teclas de marfil, de ochenta y ocho notas. Lo compramos en
una casa de Caballito. El dueño es músico, profesor del Conservatorio y
fanático de Pugliese. Debe tener unos ochenta años. Cuando le bajaron la
tapa, me pareció un ataúd. Sé, que nada tiene que ver un piano con un
ataúd, pero a mí, por un instante, me pareció un ataúd. Cosas de viejo,
quizás.
-No es demasiado papá.
-¿Qué?
-El piano que le compraste.
-Te pregunté, por que no sabía si te referías al piano o la comparación
con el ataúd..
-¡Y dale con el ataúd! ¿No es temprano para eso?
-Es temprano, pero no tan temprano. De todas formas quedate
tranquilo. No te voy a
pedir que el día “que me vaya”, me metan dentro de un piano para
enterrarme.

-De vos puedo esperar hasta algo tan excéntrico como eso.
-No soy un excéntrico.
-No opino lo mismo. Comprarle un piano a Pablo de esas
características, con el peso extra de que tocaron monstruos de la categoría
de Wagner, Litz y Brahms. Me inquieta que semejante piano se convierta
en una exigencia. Todavía siquiera dio su audición en la Fundación. Elijen
entre el diez y el quince por ciento de los aspirantes. Matemática pura. Un
simple cálculo de probabilidades.
-Un buen piano excede a si viaja o no. No creo que le genere más
presión y exigencia de la que ya tiene, que tuvo y tendrá. Es un piano a la
altura de sus expectativas.
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-¡A la mierda! ¿No serán de las tuyas?


-Por supuesto. De las mías, de las de él y de las tuyas también. Las
disimulas poco. Sabelo. Dejá que juegue yo el papel del exagerado.
Apostamos los dos. Si pierde, pierdo yo sólo. Le compré el mejor piano
posible por que el nene ama a la música, va para buen pianista. Es sensible,
es inteligente y muy obsesivo. Tiene una muy buena digitación. Se empezó
a dar cuenta de que la velocidad al tocar, es un pacto con el diablo. No trata
de enfatizar cada nota. Todo esto me lo dijo Vicenza. Él está más seguro de
que viaja, que yo. No es al primero que prepara. El nene tiene pasta y
buena salsa.
-Y salió de buena madera, te faltó decir.
-Lo estás diciendo vos, y estoy de acuerdo. Lo de inteligente y obsesivo
lo heredó de
vos.
-¿Y lo sensible de vos?
-No. De mí sólo no.

Pablo, intuyó que su abuelo le iba a regalar un piano de cola de los


mejores. El comentario que escuchó al pasar de su madre dirigido a su
padre, una semana antes de su cumpleaños: “Tu papá siempre el mismo
exagerado. No es demasiado semejante regalo”, le hizo suponer que el
único “semejante regalo”, para él, podía ser un piano nuevo, un piano con
el que toca un profesional.

El día de su cumpleaños diecisiete cayó sábado. Pablo se despertó a la


madrugada, sin poder volver a dormirse. No se levantó temprano esa
mañana, y no era porque tuviese sueño. No quería mostrarse ansioso antes
sus padres y su hermana. Cuando cerca de las once escuchó, desde su
cuarto, ubicado en el primer piso, el sonido del timbre de la puerta de su
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casa, sin moverse de su cama, prestó atención a todo lo que estaba al


alcance de sus oídos. “¡Llegó, llegó!”, decía su padre. “Con cuidado, por
acá. No me rayen nada muchachos”, decía su madre. “Este boludo no
baja”, decía su hermana”. Pablo, apenas recostado sobre el respaldo de la
cama, se aferró fuerte a la sábana y al acolchado que lo cubrían, recordando
cuando su abuelo, lo sentaba sobre su muslo derecho y tarareaba La
Yumba, golpeando con fuerza los talones, levantándolos unos pocos
centímetros del suelo, acompañando el movimiento subiendo el brazo
izquierdo en forma de letra “ve”, con el puño apretado cuando se dirigía
hacia arriba y adelante, aflojándolo cuando volvía a la posición inicial.
Repitiendo una y otra vez “yum-ba, yum-ba, el primer movimiento fuerte,
el segundo débil”, arrastrando en la pronunciación la “ere” de “fuerte” y la
“e” de “débil”, haciendo casi desaparecer la “ele” final, como si fuera
apagando el volumen. La seriedad y convicción con la que su abuelo
realizaba esta actividad le hacía imaginar, por momentos, a Pablo, la
presencia de una orquesta, con músicos que iban saliendo de las distintas
habitaciones que daban al patio, hasta ubicarse delante de ellos dos.
Quedando, de alguna manera, por ser su cuerpo el destinatario de ese
movimiento, convertido en La Yumba misma.

-¡Bajá! ¡Vení que trajeron algo muy especial para vos!- le gritaron su
madre y su hermana, mientras su padre les indicaba a los fleteros el lugar
del living donde colocar el Bechstein de color negro.
Pablo, bajó las escaleras, descalzo, con una remera de dormir y unos
pantalones cortos desgastados, lenta y vergonzosamente.
-¡Apurate! - le dijo su hermana, al verlo bajar tan despacio.
-Piano, piano - respondió Pablo, sorprendiendo a todos. Quizás un poco
menos a su
padre.
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Pablo, desde el último peldaño de la escalera, entrecerrando sus ojos, se fue


acercando al instrumento. Miró hacia uno y otro lado, como un explorador,
que comienza a atravesar un territorio desconocido. Su madre y su hermana
lo rodearon para abrazarlo, darle un beso y decirle “Feliz cumpleaños. Mirá
lo que te regaló el abuelo”.

-Gracias. Parece que estoy destinado a ser buen pianista. No puedo


creer que voy a sentarme ante esta maravilla.

La plaqueta de bronce con la marca del Bechstein, sobre la tapa, le pareció


de una intensidad y un tamaño mayor al que tenía. Le llamó la atención,
que fuese de color negro, como si el negro impusiera una distancia, una
imposibilidad, que lo hizo detener a centímetros del taburete.

Durante el almuerzo, sus padres le preguntaron cuando iba a estrenar el


nuevo piano. Pablo les dijo que esa misma noche, después de que todos se
fueran a dormir.

-El otro día escuché que Lawrence Olivier, en los ensayos de las obras
más serias, jugaba con el personaje que le tocaba interpretar, como
burlándolo. Ponía una voz finita y encogía el cuerpo para un personaje del
poder. Caminaba como un harapiento si se trataba de un aristócrata. Hacía
chistes si se trataba de un solemne. Una forma de sacarse el peso de
encima, de no caer en estereotipias. Me llamó mucho la atención- le
comentó su madre.
-Nosotros, lejos de ser actores, cuando preparábamos una materia difícil
en Ingeniería, inventábamos ecuaciones ridículas, con lo primero que nos
venía a la cabeza. Nombre de mujeres o equipos de fútbol - agregó su
padre.
-¿Me están queriendo decir que juegue como un chico con ese piano?
¿Que toque La
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Gallina Turuleca o En el Puente de Avignon?

-¿Por qué no?- le respondió su hermana.


-Tal vez, tengan razón. Con esta misma marca de pianos, tocaron
Chopin, Litz, Brahms.
-Te faltó Wagner. También tocaron pianistas que no los conoció nadie,
o que no fueron tan famosos como ellos.
-Es cierto, mamá - agregó su hermana.
-Nadie espera que seas un genio, hijo. Los genios aparecen a los cuatro,
cinco, seis, años. Vos, acabás de cumplir diecisiete - le dijo su padre.
-Digan lo que quieran. Yo sé que todos ustedes ¡Todos, todos!, no sólo
el abuelo, esperan mucho de mí.
-¿De dónde sacaste eso? - preguntó su madre.
-Del único lugar de donde salen las ideas. De mi cabeza. Yo estoy muy
contento de tener un Bechstein, de semejante regalo que me hizo Yumba.
-Hoy es tu cumple ¿qué tenés pensado para esta noche?
-Van a venir mis amigos y Yumba, si quiere. Pero creo que no va a
venir.
-¿Por qué? - interrogó su hermana.
-Por que está el piano en representación de él.
-Parece exagerado y drástico - comentó su madre.
-Sí. La verdad que sí.
-Es así como dice Pablo, mamá - agregó su hermana.
-Disculpen. Me voy a ir a mi habitación a escuchar música. Y no
insistan, ni esperen que toque ese piano antes de que todos se vayan a
dormir. Si se quedan despiertos esperando, pueden pasar la noche en vela.
-Nadie te insiste, hijo - dijo su padre.
-Insisten y lo saben.
Pablo, subió a su habitación. Bajó la persiana de la ventana. Cerró la
puerta con llave. Se colocó los auriculares. Buscó un cassette con nocturnos
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de Chopin y lo puso en el equipo de música. Reguló el volumen hasta


escucharlo como si él estuviese al piano. Apagó la luz. Se recostó sobre el
piso alfombrado. Cerró los ojos, y se dejó llevar por la música. Comenzó a
sentir que su mano izquierda pulsaba los compases graves e inflexibles y
que la derecha se deslizaba en un ir y venir sobre el teclado, generando la
melodía. Primero se imaginó tocando en un salón vacío. A medida que,
fantaseaba el ingreso de gente, que empezaba a escuchar con atención,
comenzó a sentirse asfixiado por el ruido de la respiración impulsiva de
esas personas que le resultaban extrañas. Paralizado, por miradas curiosas.
Mudo, por la presencia de esa pequeña multitud. Con los los músculos del
cuello y de la parte superior de la espalda tensos. Temiendo que se le
endurecieran los dedos de la mano, que las teclas de marfil mutaran en
mármol y que todo dejara de fluir.
Al final de los nocturnos, se reincorporó. Se sacó los auriculares.
Encendió la luz y fue en búsqueda de un cassette de rapsodias de Litz.
Volvió a ponerse los auriculares, colocar el cassette en el equipo de música,
y a buscar el volumen más cercano al que puede sentir quien está
interpretando, apagar nuevamente la luz y recostarse en el piso. Ni bien
cerró sus ojos, sintió que sus manos se deslizaban sobre el piano con
suavidad y energía, pulsando las teclas negras para los semitonos, que dan
mayor expresividad. El salón ahora estaba repleto de oyentes. Las miradas
sobre su espalda que antes lo paralizaban, ahora lo alentaban. Al final de la
última rapsodia todos los espectadores, lo aplaudían de pie.
Por un momento, cuando vino el silencio, en la oscuridad de su cuarto,
imaginó que el Bechstein negro estaba allí, como un potrillo de carrera
color azabache, brillando en medio de la noche, en la soledad de su establo.
La imagen lo sobresaltó. Decidió levantarse, encender la luz e ir en busca
de algo de Pugliese (lo que encontrase estaría bien). Repitió la ceremonia:
auricular, volumen envolvente, luz apagada, cuerpo sobre alfombra, ojos
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cerrados y esperar. Sonaba el tango Gallo Ciego, de Bardi y comenzó a


sentir un estado de confort, sin tensiones ni exaltaciones. Cuando comenzó
El Marne , de Arolas, volvió a imaginarse arriba de un escenario, sereno y
en un tiempo futuro.´

Después de que terminó la reunión de su cumpleaños, a la que habían


asistido unos pocos amigos del secundario y del Conservatorio, pero no
Yumba. Después de haberse negado cinco, seis, diez veces a tocar en el
Bechstein. Después de que las luces internas de la casa se apagaron, se
sentó, con parsimonia, en el butacón de pana roja, estiró cada uno de los
dedos de sus dos manos, se frotó las palmas hasta sentir un calor intenso,
levantó con cuidado la tapa del Bechstein y comenzó a tocar en sordina las
teclas, bajo la tenue luz, que provenía del exterior, ingresando por las
hendijas de la persiana del living. Hacía ya más de media hora que sus
padres y su hermana habían subido a sus habitaciones.

Decidió empezar con Litz. Tocó primero una rapsodia, luego el


Concierto número uno en mi mayor para piano. Se fue sintiendo cómodo y
siguió con una de las polonesas de Chopin. Continuó por ese rumbo, con
dos nocturnos. Luego dio un salto de época y se introdujo suavemente en
Los Beatles, con Let it bee. Finalizado el tema pensó en encender una de
las lámparas del living, pero temió que se desbaratara el clima de intimidad
y ensimismamiento que había logrado (tampoco quería que sus padres se
despertaran, si era que en verdad estaban durmiendo). Probó luego,
manteneniendo la penumbra y a Los Beatles, con Una pequeña ayudita de
mis amigos; al terminar se tentó con Escalera al Cielo, de Led Zepelin, que
lo condujo, sin detenerse en el por qué, como venía sucediendo desde que
había comenzado a tocar, a Cuando comenzamos a nacer, de Sui Generis.
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Su improvisado concierto fue derivando al tango. Primero Mala Junta,


Boedo, El Arranque y Tierra querida, de De Caro. Luego El Amanecer, de
Firpo. Después La Cachila y el El Marne, de Arolas. Hizo una pequeña
pausa, distrayéndose por unos segundos por un reflejo de la luz sobre el
piano, que lo hizo volver hacia la música clásica con Bach: Jesús sigue
siendo mi alegría, tres suites, dos preludios y Tocata y Fuga en Do menor.
Sentía que jugaba, como cuando había comenzado a tocar con Vicenza, su
profesor.

Hacía casi dos horas que estaba tocando y decidió dar por concluida su
primera aproximación al Bechstein, nuevamente con un tango: Derecho
Viejo, de Arolas.

Después de cerrar la tapa del Bechstein, se levantó de la butaca, y


decidió encender la luz de la lámpara que estaba más cercana. Se paró
frente al instrumentó y comenzó a contemplarlo. Se aproximó y empezó a
recorrer con sus manos la textura de la madera de negro reluciente,
acariciándolo por momentos como si fuese el cuerpo de una mujer, por
momentos como si fuese el pelaje de un potrillo de carrera, azabache, como
había imaginado por la tarde. Miró su reloj, cuatro y quince marcaban las
agujas. Subió a su cuarto. Tomó una hoja en blanco, de una de sus carpetas
del colegio, y comenzó a escribirle una carta a Yumba. Bajó las escaleras,
tratando de no hacer ruido, abrió la puerta del living y salió a la calle para ir
caminado las dieciocho cuadras hasta la casa de su abuelo, en la suave y
fresca madrugada de domingo.

Antes de deslizar el sobre por debajo de la puerta de la casa de Yumba,


pensó si no sería mejor llamarlo por teléfono a la mañana , o ir a visitarlo
para decirle lo que había reflexionado. Desitió de hacerlo. Por alguna razón
Yumba no se había hecho presente el día de su cumpleaños. Por más fuerte
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que hubiese tocado el piano esa noche, su abuelo no lo hubiera escuchado,


y no por que no le hubiese gustado ver y oír a su nieto sobre el Bechstein.

Una vez contaste, que cuando estuviste detenido, por comunista, por los
militares de la Revolución Libertadora, en el barco París, y los milicos
amenazaban con matar a todos los que estaban a bordo,te sucedió algo
extraordinario.Escuchaste que estaban tocando el himno nacional. Era
Pugliese al piano, perdón “el maestro”. Dijiste que nunca habías sentido
una emoción igual: la de ver a un hombre que con sus manos tocaba en
consonancia con el universo,sin esperar nada. Sin presente, sin pasado y
sin futuro. Lo recuerdo bien Yumba. Hoy, algo de eso empecé a entender.

Tu querido “nene”

Pablo, veinticuatro horas después de cumplir diecisiete años.

Por la mañana, Yumba, antes de abrir la puerta de calle, para realizar su


caminata diaria, recogió el sobre del piso que no tenía ni destinarlo, ni
remitente; sospechando, sin equivocarse, de la procedencia y de la
importancia del contenido, de un valor similar o aun mayor que el de un
Bechstein; lo abrió y comenzó a leer los nueve renglones que le había
escrito su nieto, emocionado a punto de lagrimear, y con las manos
temblorosas, que no podía controlar. “¡Puta madre! No me arrepiento ¡Puta
madre! No me arrepiento de haberle regalado ese piano. Golpe a golpe, este
pendejo. Lo toreé y me toreo. El nene, ya llegó más lejos y más rápido de
lo que creía. No esperaba, aunque lo pensé, que se diese cuenta de lo que
implicaba regalarle ese piano”. Le dijo al profesor por teléfono, cinco o seis
minutos después de leer, la breve carta.
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El día siguiente, Yumba, fue a cenar a la casa de su hijo. Pablo, tocó un


poco el nuevo piano. También Yumba, que hacía años que no se sentaba al
taburete.

-Lo seguís haciendo muy bieno, abuelo - le dijeron sus nietos

-Es cierto, papá - ratificó su hijo.

-Bueno, bueno ¡Dejense de joder!


-Quiero decirte Yumba, que cuando quieras venís y te sentás al piano –
le dijo Pablo.
-Siempre que no sea a horas exóticas - comentó su hijo.
-Es para no creer, no sabía, antes de haberlo comprado, la historia de
los fabricantes de estos pianos. Los Bechstein estuvieron ligados, en su
momento, al nazismo. Vicenza me dijo: ¡dejate de pavadas! Es un piano
fantástico. No es fácil encontrar una pieza así. Después de todo, “el
maestro”, respetaba la música de De Caro que era un fachista!
-La música, no tiene ideología. Los músicos sí - comentó Pablo,
sorprendiendo a todos, menos a Yumba.
Ni durante, ni después de la cena, abuelo y nieto hicieron mención a la,
breve, carta.
Tampoco nunca después.

El último año del bachillerato, Pablo casi no tuvo momentos libres. De


lunes a viernes, cursaba por las mañanas el secundario. Tres tardes, hasta
las dieciocho, asistía al Conservatorio. Una vez por semana, seguía
concurriendo a las clases con Vicenza, y hasta la hora de la cena,
practicaba con el piano, siendo el último en sentarse a la mesa. Cuando
todos se iban a dormir, se ponía a estudiar las materias del último año. Los
fines de semana y feriados, no dejaba de dedicarle nueve o diez horas al
piano. Se veía poco con sus amigos, a excepción de algún sábado por la
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noche para ir a bailar y de algún domingo por la tarde para ir a ver a River
Plate.

En la de fiesta de fin de curso, en la que se agasajaba a los que habían


terminado el secundario, Pablo le dijo a Patricia, un alumna de cuarto año,
a la que venía seduciendo con intermitencias, pero de manera efectiva, que
quería comenzar a salir con ella. Esa misma noche se fueron caminando
desde el salón, ubicado en Villa Urquiza, hasta la plaza de Barrancas de
Belgrano. Eligieron un banco cercano a la glorieta, para sentarse. Ya le
había dicho Pablo, durante la caminata, que se venía preparando para una
audición, que no sería nada fácil que lo elijeran, que hasta marzo le
dedicaría de diez a doce horas diarias al piano, y lo que significaba su
abuelo para él. Ya le había dicho Patricia, que quería ser arquitecta, y lo
que significaba su padre para ella.

-Parece que no estás tan convencido de que vas a dar bien esa audición
para viajar a Europa dentro de un año. Me gusta que dudes, y me da miedo
que te vayas.
-De lo que estoy convencido es de que me voy a preparar de la mejor
manera posible..
Patricia le tomó las manos y le dijo:

-Tenés los dedos largos y fuertes; y las manos grandes. Creía que los
pianistas tenían manos pequeñas.
-Yo también.
-¿Vas a ser un pianista de música clásica?
-No lo sé todavía. Sé que quiero ser un muy buen pianista y que me
gusta mucho el tango.
-¿El tango? ¿Qué raro?
27

-¿Raro?
-Sí. Le gusta a mi viejo y a mi abuelo.
-A mi abuelo también. Y mucho, como te conté. Desde chiquito lo
llamo Yumba.
-¿Por qué?
-Es una historia muy larga. La Yumba, es un tango muy famoso de
Pugliese. Un gran músico, que siempre formó orquestas extraordinarias,
con un énfasis en lo rítmico, muy particular. Yum, tiene que ver con una
marcación fuerte, y Ba, con una débil. Como me decía mi abuelo: “piano,
viene de pianoforte, piano quiere decir despacio y forte, fuerte.
-¿Vos cómo sos?
-Soy pianoforte.
-Me gusta. Me gusta que seas así - le dijo Patricia de manera risueña y
sensual.
-Me gustas. Me gustas forte.
-Piano, piano.
-Bueno. Hagamos todo en pianoforte.
-¿Me vas a hacer tanguera?
-No lo sé. Sé, que me gustas mucho - le respondió Pablo, mientras
comenzaba a besarla en los labios y a desabotonarle la blusa.
-Piano, piano, te dije.

-Lo estoy haciendo piano, piano.


Los martes, jueves y sábados, Pablo pasaba a buscar a Patricia cerca de
las siete de la tarde. Iban a un hotel alojamiento en Palermo, cercano a las
vías del Ferrocarril San Martín, tratando de no ser vistos por conocidos, y
luego a alguna confitería del barrio de Belgrano. Patricia esperaba que
llegara marzo, para disponer con mayor libertad de Pablo, que parecía estar
preso de aprobar esa audición, tratando de evitar pensar que seguramente
él partiría.
28

Durante los tres meses previos al examen, Pablo trabajó sobre


partituras de Bach, Brahms, Chopin, Litsz, Debussy y Guastavino, con
mayor o menor precisión. A veces le parecía que se perdía en el vértigo
producido por la velocidad de sus dedos, a veces que se detenía por la
lentitud en la ejecución. Por momentos, se sentía como un títere que es
sentado al taburete de el piano para tocar conforme a los movimientos que
un marionetista realizaba de manera caprichosa. “Estoy cansado. Estoy
podrido de esta rutina ¿Quién me obliga? ¿Servirá para algo tanto esfuerzo?
¿Y si mando todo a la mierda? No. No. Voy a seguir”, se decía a sí mismo,
mientras cerraba los dedos contra las palmas de sus manos, repitiendo el
movimiento, como intentado generar una energía que fuera recorriendo
todo su cuerpo. y lo liberarase de toda exigencia. Pablo confiaba en lograr
el equilibrio interior que le permitiera llegar en las mejores condiciones al
examen y lo logró. En marzo fue becado, junto a dos postulantes más, de
los veinticinco que se habían presentado. Patricia, lo acompaño en toda la
travesía de esos meses hasta el examen. Sabía que martes, jueves y sábados
a las siete de la tarde tocaría el timbre de su casa. No lo llamaba. No le
preguntaba acerca del examen. No lo alentaba. De la única música de la
que hablaba con él, era de la que sonaba en las habitaciones del hoteles
alojamiento a los que concurrían, que a excepción de que se tratara de
canciones de Los Beatles, de Police o de Queens, les resultaba melosa.

Una semana antes de la audición Yumba llamó a Pablo para invitarlo a


almorzar. También iría Vicenza.
-Abuelo, no tengo tiempo para ir a almorzar a tu casa. Sabés que todos
los días desde las ocho de la mañana, hasta las seis y media de la tarde,
estudio. Sólo paró quince minutos, al mediodía, para comer apurado,
cualquier cosa. Faltan siete días para la audición.
29

-¿Qué tiene que ver que falten siete, cuatro, quince o un día para el
examen con venir a almorzar a mi casa? Viene el profesor. Un almuerzo,
por más prolongado que sea, no te va a hacer alejar de la música; ni puede
lograr que desaparezca el deseo de conseguir la beca; tampoco te va a
entumecer los dedos, ni va a producirte una otitis infecciosa de tal
magnitud que altere severamente tu capacidad auditiva.
-Yumba, Yumba. Todavía no aprendí a decirte que no.
-No. No. Forzado no. Es una invitación, no una obligación.
-Dale “abu”. Mañana doce y media estoy por tu casa ¿Qué vas a
cocinar?
-Matambrito de cerdo, tiernizado en leche, a la pizza , con papas a la
española.
-Me gusta.
-Mejor. El menú nunca lo deciden los invitados.
El profesor llegó media hora más tarde de lo acordado, lo que permitió que
Pablo y Yumba pudieran hablar sobre algunos temas que no pondrían de
manifiesto delante del profesor.
-¿Cómo va la cosa con tu novia? Si es que la podemos llamar novia.
-Bien. Digamos que la podemos llamar novia.
-Quedemos en que es tu novia. Siempre es bueno tener una novia.
Tener una chica que esté pendiente de vos, que te acompañe y con la que te
puedas relajar.
-Ya vas a conocer a Patricia, cuando crea que sea el momento
adecuado.
-Sí. Sí. No tiene por qué ser algo forzado. Si se da para que la conozca,
mejor.
-¿Cuánto hace que estás solo abuelo?
-Yo no estoy solo. Trato de no estarlo. Desde que murió la abuela, no
me volví a enamorar. Tuve y tengo buenas amigas. Muy queribles todas.
30

Estoy bien así. A veces voy a milonguear, al teatro o a cenar con alguna de
ellas. Preparar una comida en casa para dos. Ya no espero nada. Hace rato
que perdí la esperanza. Trato de disfrutar cada momento hasta que me dé.
Como ahora, almorzar con vos y con Vicenza, que es un gran amigo.
-Yo estoy empezando a vivir. No me pasa nada de lo que decís, no
tengo esas sensaciones, pero creo entenderte ¡No la pasás mal abu!
-Y si me toca pasarla mal pibe, no hago dramas. Es peor. Sigo siendo,
de todas formas, medio cabrón. Medio cabrón en serio, medio cabrón en
broma. A veces, a pesar de los años, me atrapa el personaje. O me dejo
atrapar.
-Yumba, si fallo en el examen no me hago drama. Quiero decir, que me
voy a recontra calentar, pero lo volvería a intentar.
-¡Pará un poco! Con todo lo que estás estudiando. Con la pasión que
tocás. Ya aprendiste mucho más de lo que crees. Sabés, lo que es la
música. Tenés noción, de lo que es ser músico. Ya sos músico. Sos de
corazón caliente y manos disciplinadas, como dicen los rusos de sus buenos
pianistas. Algo de oído tengo.
-Patricia, cree lo mismo que vos.
-O es muy inteligente, o permitiste que te vaya conociendo esa chica
¿Cómo es ella?
-Es muy linda. En serio. Es suave y firme. Parece que te va a dar
siempre la razón, pero no. Sabe esperar. Me hace el aguante. Tiene el pelo
rubio, largo y con rulos.
-Van bien, entonces.
-Creo que sí. Pensé que me ibas a preguntar cómo me sentía antes de la
audición. Con qué músicos me venía identificando más. Cuales me costaba
más interpretar. Si estaba nervioso.
-Se dio así esta charla. El chamuyo verdadero, no se programa. Se da.
31

-Yo, chamuyo con los músicos. Me amigo. Me enojo. Me divierto o me


pierdo en ellos.
-Así es la vida. Si querés certezas cagaste. Es imposible. Muchos dicen
que las letras de tango son lloronas. Algunas, seguro que sí. Pero la
mayoría, son reflexiones. Nos dicen que no existe esa certeza. Cuando
hablan de la mina que le falló a un tipo, o al revés, o de que el mundo no es
como uno querría, están hablando de que nada en la vida es definitivo. Y
duele darse cuenta de que así es la cosa. “Si el mundo fue y será una
porquería”, quiere decir que no es ideal. Si lo sabré yo que creía en el
comunismo. El mundo es como es, por lo tanto los humanos también. Voy
a abrir un vinito. Para vos tengo una Coca Cola. Pero, ahora te voy a servir
un poco de vino para hacer el primer brindis.
-¿Por qué vamos a brindar?
-Porque te veo bien y porque estoy contento ¿Estás de acuerdo?
-Sí. Estoy de acuerdo Yumba.

-Disculpen, por llegar tarde. Tuve que acompañar al padre de un


alumno a comprar un piano para su hijo.
-¿Un Bechstein profesor?

-No. O podría haber sido que sí. Quiero decir que cuando tengo que
recomendar un piano, sólo pienso en quién lo va a tocar. Pianos buenos,
hay muchos, pero no todos son para todos. Hay algo en la personalidad del
pianista, que hace que no sea lo mismo un C. Bechstein, un Steinways, que
un Förster, en un mismo rango de precio. Algunos dirán que es una vana
sutileza. Tal vez lo sea, pero…
-Pero ¿qué te podemos decir profesor? Hace más de sesenta años que
tocás el piano.
-Son y no son tantos.
32

-Profesor, nunca pensé que toca el piano desde hace tanto tiempo.
-Pura insistencia. No es ninguna virtud, tal vez sea sólo una manera de
soportar que vayan pasando los años. Cuando comencé a tomar lecciones
con un profesor del barrio, lo hice porque me daba curiosidad el piano,
también era un desafío para mí. Ustedes dos saben, que en mi casa había un
piano que había comprado mi abuelo materno y nadie lo tocaba. Me dio
ganas, y por qué no obligación. Recién cuando empecé a tomar clases con
don Gregorich Turbenko, me empecé a dar cuenta que quería ser pianista.
-Usted, me lo nombró más de una vez. Comentó que era un aristócrata
ruso, que se fue de su país después de la Revolución.
-Don Gregorich y tantos otros músicos. No es así profesor.
-Así fue. Stravinsky, Raschmaninov entre otros extraordinarios
compositores. Vieron que en Rusia le iban a quitar la libertad.
-La libertad y los bienes. Pongamos las cosas en su contexto histórico.
Todos los que se fueron, como Turbenko, pertenecían a la clase alta, a la
llamada aristocracia rusa. Una revolución es una revolución. Lo que estaba
de un lado iba para el otro lado, el lado mayoritario. Absolutamente todo.
Plata, bienes, ideas y privilegios confiscados. Tengamos en cuenta,
también, que hubo otros extraordinarios músicos como Prokófiev y
Shostakovich que decidieron quedarse.

-Cuéntenme de Turbenko, me da mucha curiosidad.


-Siempre digo que la curiosidad es una virtud. Vos la tenés, aunque a
veces te puede llevar a la confusión o al aturdimiento.
-Hablale vos de Turbenko. Yo lo conocí mucho menos. Estudié sólo
dos años con él. Tenía un porte de aristócrata, que a los diez años me
llamaban mucho la atención ¡Esos bigotitos de punta redonda!, con una
barbilla que le coronaba el mentón, siempre prolija. Con la cabeza firme y
como mirando al horizonte al andar. De trajes y camisas impecables.
Cuando le pifiabas a una nota, entrecerraba los ojos como demostrando un
33

asombro, que te hacía cómplice, que invitaba a la sonrisa, a la confianza.


No había reproche en esa mirada. Quiero decir, que el tipo esperaba que no
lo defraudaras. Un modo de exigir elegante, pero contundente.
-Así es. Sin palabras, te dejaba tranquilo o preocupado. Como decía tu
abuelo, entrecerraba los ojos, fruncía el ceño, juntaba los labios y los
extendía hacia fuera, moviendo con levedad la cabeza a uno y otro lado.
Parecía un actor. Un enorme actor, para mí. No hablaba casi nunca, y no
por que no supiera castellano. Turbenko lo hablaba bastante bien,
demasiado bien. Con el tiempo me di cuenta, que don Gregorich trataba de
inculcarnos que, siempre, se trataba de la música, no de las palabras. La
música, creo, como suele decirse, comienza donde terminan las palabras.
También, nos enseñó, que se toca con todo el cuerpo. Para los actores, el
cuerpo es su instrumento. Para los músicos, también. Cabeza, corazón,
manos. El sistema nervioso en pleno funcionamiento. El oído se comunica
con el sistema límbico, con el campo de las emociones de manera directa.
Lo sabían Bach, Mozart, Chopin, y Litz que puso el cuerpo en escena, en
cada concierto, como una estrella de rock. Pero los músicos, en general, me
incluyo, somos tímidos. Ponemos el cuerpo casi a hurtadillas de nuestra
conciencia para hacernos escuchar, sin gritar, sin palabras, sin arrebatos
físicos.
-¿Le gustaba el tango a don Turbenko?
-Sí y mucho. Sabíamos que iba seguido al Armenonville el cabaret más
cajetilla que tuvo Buenos Aires. Turbenko, consideraba que ese algo
impuro, que tiene el tango tenía un parentesco con la música rusa, que fue
reconocida cuando pudo amalgamar la esencia eslava, campesina y
pagana, con la música clásica, sobre todo romántica y de origen alemán.
-¡Stravinsky, profesor!
-Stravinsky, y otros.Los rusos, habían decidido a mediados del siglo
diecinueve, profesionalizar la música. Decían que la gente, los burgueses
34

para tu abuelo, sólo accedían, por falta de educación del gusto, a la música
etusiasta de Rossini o de Puccini, generadores de melodías alegres. Es
decir fáciles, por lo menos para algunos. Yo no pienso lo mismo. Como te
decía, los rusos decidieron crear un Conservatorio de Música, con dos
cedes: una en San Petesburgo, donde se formó Turbenko, y otro en Moscú.
De esos Conservatorios salieron los más conocidos compositores rusos. Al
rigor, lo consideraban fundamental para la formación musical. Y estoy de
acuerdo con ello. Querían, y lo lograron con creces, generar una música
propia que estuviese a la altura de la europea. Cuando comenzaron a
funcionar los Conservatorios, algunos nacionalistas lo consideraban una
extensión alemana en Rusia. En esa época muchos de los profesores, sobre
todo de piano, eran germanos.
-¡Che! Nos estamos olvidando de Turbenko.

-Tenés razón.
-¿No es lo mismo?
-¿Qué?
-¿Qué?
-Digo, la música rusa y la historia de Turbenko.
-De alguna manera sí, Pablo.
-Sí.
-La historia de la música no es ajena a cada época. Sin embargo,
cuando asumieron los comunistas, si bien todo lo vigilaban, para que nada
de la producción cultural atentara contra la revolución, la música rusa
siguió su propia evolución. Dentro y fuera de la Unión Soviética. El ballet,
al igual que la música clásica, en el caso de los rusos, como en todas las
épocas, conservó la esencia folklórica del lugar, por más que se utilizó ese
hecho como una demostración de nacionalismo político. Turbenko, nunca
dejó de ser ruso. “Disciplina y corazón caliente”, nos decía
35

-La revolución soviética permitió a los trabajadores asistir a conciertos,


después de las tres de la tarde. Imaginate si eso hubiese sido posible acá
¿Qué hicieron cagadas? ¿Qué mataron compatriotas? Pero estamos
hablando de otra cosa.
-¿De qué, Yumba?
-De que le dijeron al mundo que se podía lograr una relación diferente
entre capital y trabajo ¿Fracasó? Sí. Por suerte se empezó a entibiar tanta
frialdad y aplacar tanta locura. Pero vos, nos estabas preguntando por don
Gregorich Turbenko.
-Como decía, Turbenko se formó en el Conservatorio de San
Petesburgo y terminó siendo profesor en esa institución. Se imaginan con
quien pudo haber frecuentado, lo digo en un sentido musical
-¿No sé por qué, ese tipo no puso una academia de música acá?
Conocimientos no le faltaban, plata, menos. La podía haber hecho en el
mismo caserón de Palermo en el que vivía. Un verdadero petit hotel. Dos
entradas, tres plantas, no menos de cuatro habitaciones por piso. Semejante
edificio para vivir con la hermana, dos sobrinos, dos sirvientas y algún
personal de maestranza. Las clases las daba en el primer piso, en tres
habitaciones, cada una con su piano, casi todos comprados en Italia. Más
otro piano enorme, de cola, que estaba en el living de la planta baja.
Siempre, me quedé con la imagen de la hermana, mientras repasaba el
lugar en mi memoria. Mucho más joven que él y realmente hermosa.
Siempre me pregunté si sería su hermana.
-Yo también, como todos sus alumnos.
-Decías Yumba, que era muy linda.
-Bellísima. De cabello negro, tez blanca, un rostro como esculpido por
Miguel Ángel. Yo la miraba de reojo, con cierto pudor, temía que se diese
cuenta don Gregorich, y ella.
-Contabas que él iba a ese cabaret.
36

-Al Armenonville. Sí, lo comentó, durante los dos años que estuve yo,
sólo un par de veces, y con discreción..
-Turbenko no le decía casi nada a nadie. Lo poco que hablaba, lo hacía
dirigiéndose a todos en general.

-Como sea. El Armenonville, donde iba don Turbenko, parecía un


cabaret de París. No podía ser de otra manera ¡Si copiábamos todo de los
franchutes! Ese cabaret, el más lujoso de Argentina, estaba en lo que es hoy
Tagle y Avenida Libertador, donde estuvo por un tiempo la cancha de los
millonarios. Con un salón tipo “imperial”, con una araña de caireles, que
parecía sacada del Palacio de Versalles. Con paredes tapizadas con papeles
traídos de Europa. Con grandes espejos de cinco, seis metros de altura; y
cortinados de terciopelo rojo, detrás de los cuales estaban los “reservados”.
Reservados para la prostitución.
-¿Iría sólo por la música don Turbenko?
-¿Quién sabe hijo? ¿Qué importa?
-Bueno. Siguiendo en este tono jodón. Nos podemos preguntar si asistía
con la “hermanita”.
-¿No se te va a pasar el matambrito y las papas, che?

-Puedo hablar y al mismo tiempo controlar el horno de la cocina.

-Vos cocinás bien, abuelo.

-Cocino bien. Si quiero comer bien, tengo que cocinar bien.

-Yo no cocino nada. Voy a la rotisería y compro lo que haya. Si no, con
un poco de fiambre me conformo, y si tengo ganas de algo distinto salgo a
comer afuera.

-¿Te empezamos a aburrir?


37

-¡No! Con ustedes, no me puedo aburrir. Yumba, vos lo sabés. Y usted


profesor, nunca me da posibilidades de aburrirme. Cuando le hago escuchar
algo que creo tener, más o menos entendido, me sale con otra cosa.
-Lo aprendí con Turbenko, la mecanización es la ilusión de creer que
logramos hacer desaparecer el cuerpo cuando interpretamos.
-No entiendo.
-La música. Su interpretación, creo, estoy convencido paras ser preciso,
es una experiencia corporal.
-Yo lo siento así, cuando toco.
-Ya sabemos que sí. Por eso, tu abuelo y yo, te vemos como a un
pianista ¡Sos un pianista! Más allá del examen para una beca.
-¡Ojo! A no creérsela. Aunque sé que no te la crees, no por humilde,
sino por exigente ¿Saben cómo se define a sí mismo el maestro Pugliese?
-No, Yumba.
-Yo tampoco.
-El tipo dice, les dice a todos los que quieran saber música en serio:
“soy sólo un carpintero que martilla las teclas del piano sin descanso”.
-¿Lo dice porque es comunista?
-Digamos que también.
-Digamos que le cabe a Chopin, a Litsz, a Rubistein y a Marta
Argerich. Se refiere al trabajo incesante. Se martilla hasta cuando no se
toca. Los carpinteros son artesanos. Sos siempre un artesano, por más
técnica que tengas. A eso te referís ¿no?
-No creo que pretendí decir tanto como vos. Es un aporte. Lo voy a
usar.
-¿Se acabó Turbenko?
-¡Dale con Turbenko! Tenés la suerte de tener un profesor que no es
ruso porque se apellida Vicenza. Él es tu Turbenko, por más que vengan
otros después ¿Te contó que estuvo con Rubinstein cuando tocó en el
38

Colón? ¿Te dijo alguna vez que fue pianista de la orquesta del Colón, por
cinco años, y que se fue por una pelea con el director? ¿Sabías que sus
compañeros de orquesta lo consideraban un pianista excelso?
-Bueno. Bueno. Digo lo quiero decir de mí, a cada alumno. Lo del
Colón, lo de la pelea no se la conté a ninguno de los que acompaño en el
recorrido del aprendizaje. Creo, que con decirte, como les digo a todos mis
alumnos, que siempre hay que tocar como si se estuvieras arriba del
escenario del Colón. Aunque te esté escuchando tu mamá, o el verdulero de
la esquina, es suficiente. De Rubistein ya les dije lo necesario. Primero lo
escuchan, después lo siguen escuchando hasta percibir, sentir que se toca
sin amaneramientos, pero de manera sensible, que el sonido tiene que salir
redondo, enérgico. Disculpame, me parece que tengo que bajar el volumen.
-Vos el volumen. Yo, el volumen y la velocidad.
Pablo, se sintió incómodo porque consideró que su abuelo había
expuesto al profesor. También, se dio cuenta de que Vicenza era un
hombre distinto, que amaba más de lo que creía a la música y que además
lo protegía.

-Siempre cuenta poco del Colón.

-Sí. Pero no fue la pelea con Orgambide, lo que motivó mi ida. Aunque
no es lo habitual, o cueste creerlo, sentí en determinado momento, a veces
una pelea te hace pensar en otras cosas, que mi lugar no estaba en el Colón,
el lugar que más respeto en el mundo, si no dando clases en mi casa. Fue
una larga historia. Amores, inhibiciones, tal vez cierta comodidad. Pero a
no confundirse, elegí ser cabeza de ratón, sabiendo muy bien como es ser
cola de león. Para mis alumnos significo, la verdad es así, para los que
tienen pasta de pianista, alguien importante. Son estilos de vida

-Como el de Chopin. No como el de Litsz.


-Algo así.
39

-Usted admira a Chopin, más que a ningún otro músico. Me doy


cuenta.
-Sí. Puede ser. No es al único.
-¿Qué puede ser o no puede ser? Sabemos que es así. Pablo te dijo las
cosas como son.
-Acordate que la velocidad en música puede ser fatal don Yumba.
-No sé si tan fatal. Me refiero a otra cosa. Chopin y Litsz, si se quiere
son complementarios. No soy profesor, pero algo de oído tengo.
-Me parece una opinión arriesgada. Si lo decís en sentido literal, creo
que no. Que se respetaban y admiraban de manera mutua, seguro. Excepto
en el enorme talento, nada los unía.
-Algo así como ustedes dos.
-¡Pendejo de mierda!
-Abuelo ¿la comida para cuando?
-Ya la saco del horno.

-¡Riquísimo el matambrito, Yumba!


-Tu abuelo cocina bien. Parece que se le va a pasar. Que se le va a
quemar y lo saca a punto. Hubiese sido un gran pianista.
-¡No me jodas Vicenza! No me jodas.
-No te jodo. Es verdad. Traje un chanpancito.
-¿Y ahora lo decís? No hay tiempo para enfriarlo.
-Lo puse en el freezer, cuando fuiste al baño. Ya debe de estar bien
frapeé.
-Te dije que no me jodas y me jodiste ¡Grande Vicenza!
-Pareciera que vos fueras Litz y el profesor Chopin.
-Otro que quiere joder.
40

Yumba descorchó la botella del Baron B, con firmeza y alegría. El corcho


rebotó contra el techo y cayó en el centro de la mesa, cerca de la copa
destinada a Pablo.

-Buen augurio nene.

-Servime un poco más Yumba.


-Piano, piano.
-Par mí está bien.
-Brindo por don Litz y don Chopin.
-Sólo por el profesor y por mí. No seas modesto. Vos estás incluído ¡El
futuro sos vos!
-Sí. Sos vos. Nosotros somos el presente en este momento. En realidad
somos el pasado. Desde ya, que sin pasado no hay futuro.
-Por los tres, entonces.
-Por la música.
-Es la primera vez que tomo champagne. Quiero decir, un chapagne
como este.
-Es el champagne del profesor.
-Es sólo un champagne. De un Baron B, para abajo, más vale no tomar
nada.
-¿Qué músicos de tango le gustan más? A Yumba no hace falta
preguntarle.
-Tal vez, no importa. Son gustos y no soy un especialista. Te diría que
desde ya Pugliese, también De Caro, Troilo, Piazzola, y sobre todo Salgán
-¿Te olvidás de Arolas?
-Por supuesto. Arolas, un extraordinario intuitivo.
-¿Por qué lo valoran tanto? A mí me gustan El Marne, Derecho Viejo y
La Cachila.
41

-Son sólo algunos ejemplos de su talento. Su música, es como un


capullo de flor. Una vez que se abre, despliega su color y belleza. Empezó
a componer sin saber música. Tu abuelo sabe más que yo, pero creo que
compuso más de cien tangos en una corta vida. Murió en París. En realidad
lo mataron unos caficios. Era un bohemio, rodeado de mujeres de mala
vida, a las que nunca les sacó un peso. De gran sensibilidad. Como Chopin
que también murió realmente joven.
-Menos mal que te olvidabas de Arolas.
-¿Es para tanto? Digo, que me gustan los tangos que dije ¿Pero es para
tanto?
-Sí, es para tanto. Eduardo Arolas, le aportó al tango más que muchos
que fueron y son famosos.
-Ponele el oído. Pensá que compuso durante catorce o quince años.
Escuchá con atención su música. Es tan importante como la de cualquier
músico clásico. No lo comparé con Chopin, sólo por la edad. Te debe
parecer una exageración, en un sentido lo es, en otro no.
-Nunca me comentó algo así profesor.
-Soy profesor de piano. De música que se denominó clásica. Clásica
por qué ahí está la base de todo. Después, elegirás lo que vaya mejor con
vos. Pero Arolas, llegó muy lejos. No tuvo la suerte de los hermanos De
Caro, a los que el padre mandó a estudiar, o de Pugliese, que también se
formó más o menos solidamente. Ni que hablar de Piazzolla. Arolas, fue un
adelantado, un verdadero vanguardista. Creador del rezongo y del fraseo.
Realizaba armonías fraseando. Además, fue componiendo partes de tangos
en las que un breve tema, marcadamente rítmico, se repite constantemente
a distintas alturas. Ese recurso fue retomado y desarrollado a lo largo de la
composición por Pugliese en La Yumba y menos de una década después,
por Piazzolla como base del movimiento de vanguardia. Y como si todo
esto fuera poco, su orquesta parece haber sido la primera en adoptar el
42

compás del 4/8, que reemplazó de manera definitiva al primitivo 2/4.


Sabemos que eso es cuatro corcheas por compás. Por eso me pregunto, y no
solamente en el caso de Arolas, hijo de unos inmigrantes franceses
iletrados, ¿les habrán canturreado mientras se amamantaban? ¿qué les
habrán cantado sus madres mientras los acunaban? ¿con cuánto deseo, con
cuanta emoción?

El día que Pablo tuvo que dar la audición en la. Fundación, amaneció
con lluvia. Con una intensa lluvia. Su padre, insistió en llevarlo en su
automóvil, pero él no quiso. Tampoco quiso que lo acompañara Patricia,
que había llegado empapada, a las siete de la mañana, a la puerta de su
casa. “Voy solo. Quiero ir solo. No sé si es por cábala o porque estoy
nervioso. Entiéndanme, les pido disculpas. Si llego hecho sopa a la
Fundación, no me importa. Cuando me siente al piano, ustedes me estarán
acompañando. No pretendo que estén de acuerdo conmigo. Es así”.
Patricia, le dio un beso en la boca, para después decirle al oído: “tu
abuelo, te decía una fuerte y una suave, como cuando me hacés el amor” La
frase, enterneció a Pablo. De inmediato recordó el patio de la casa de
Yumba, cuando sentado sobre el muslo de su abuelo esperaba la aparición
de una orquesta.
…..Cuando llegó a la parada del colectivo, ya tenía las zapatillas inundadas
de lluvia y la campera a medio inundar. El paraguas se le había dado vuelta
por el viento. Subió al 140, como si hubiese salido de una pileta de
natación, sintendo que el examen ya había comenzado. Pensó en Chopin,
que tocaba en público a pesar de la inhibición que le producía la presencia
de la gente. Pensó en Piazzolla, que pudo sentirse seguro de su música a
pesar de los cuestionamientos.
43

….El viaje abordo del 140, se demoró por la cantidad de agua sobre el
pavimento. La poca velocidad a la que avanzaba el colectivo, le producía la
sensación que el tiempo también se ralentizaba, y que cuando se sentara al
piano tocaría en cámara lenta, lo que permitiría a sus examinadoras notar
sus defectos en la interpretación. Pero cuando el agua se desplazaba con
cierta violencia contra los frentes de las casas y edificios, por el efecto de
surcar sobre ella los vehículos, imaginaba que sincronizaba variaciones
musicales, golpeando con los dedos, puestos como garras sobre sus muslos.
Pablo, se bajó en la esquina de Corrientes y Alem, y caminó seis cuadras
y media hasta llegar a La Fundación, sintiendo bajo sus pies cierta
inestabilidad de la superficie, como si estuviese andando a orillas del mar.
….La parte de la audición con las partituras y arpegios, que había elegido,
resultó satisfactoria para los examinadores. Llegaba el turno de tocar sin
partitura, cuando comenzó a sentir cierta rigidez en los dedos de las manos,
particularmente en los de la derecha, y cierto zumbido en lo oídos. Temió
paralizarse. “Una fuerte y una suave. Una fuerte y una suave ¡Pianoforte
carajo!”, se dijo.
“¿Vamos con Bartok, dijiste?”, escuchó que le preguntaron como si él no
lo hubiese propuesto.
“¿Czerny les parece bien?”

“Sigo con Bach.”

“Bien. Muy bien los pequeños preludios y fugas”.


“Chopin”.
“Tocás mazurcas, como si lo hicieras desde muy chico”.
Pablo eligió a Debussy entre los músicos alternativos del siglo veinte.
Nuevamente el muy bien se reflejaba en la cara de los examinadores.

-¿Algún compositor argentino?

-Guastavino.
44

-¿Por qué?
-No sé. Es el más argentino.
-¿La música tiene nacionalidad para vos?- le preguntó el examinador al
que creía más exigentes de los tres que lo escuchaban.
-Para mí, sí. Chopin era polaco y por eso compuso Polonesas. Bach
tenía como nacionalidad la religión, a Dios, igual que Haydn. Tchaikovsky,
nunca dejó de componer como un ruso. Creo. Ustedes son los que saben.
Pugliese…
-Sigamos con Guastavino. Sigamos un poco más con Guastavino. En
otro momento hablamos de tango. Acá, estás tratando de aprobar una
audición para una beca de formación en música clásica ¿Lo sabes, no?
Pablo se sintió intimidado. Pensó en su profesor y en el profesor de su
profesor, Gregorich Turbenko. Turbenko lo entendería. Turbenko estaría de
acuerdo con su parecer. Los rusos siempre tuvieron en cuenta el folklore
de su país en su música.

-Estás para viajar el próximo año, te lo confirman la semana entrante.

-Estamos los tres de acuerdo.

-No es así profesor.


-Sí. Pienso lo mismo que ustedes dos.
-Gracias.- les respondió Pablo, tratando de contener la emoción,
recordando que su profesor le había dicho “un buen pianista no se
emociona, transmite emoción”.
….Cuando salió de La Fundación, su padre, su madre y Patricia lo estaban
aguardando. Al verlos se sorprendió, no los esperaba. Los miró a los tres,
levantó el pulgar de su mano derecha e ingresó al automóvil de su padre,
manteniéndose casi en silencio hasta que llegaron a su casa. Se sentía
satisfecho, pero también un poco deprimido, y no tenía ganas de poner de
manifiesto esos sentimientos desencontrados.
45

-Bien hijo. Muy bien. Te felicito.


-Te felicito mi amor.
-Te felicito Pablín. Me siento orgullosa de vos.
-Gracias. Gracias. Gracias. Yo me voy a felicitar cuando me confirmen
que viajo.
-No es mucho Pablo. Parece que en lugar de aprobar un examen, y con
mucho éxito, te hubiesen subido al barco donde estuvo el abuelo, bajo
amenza de fusilamiento.
-Tal vez el abuelo entienda lo que quiero decir.
-No exageren. Parece que entre ustedes tres no hay lugar para las
mujeres.
-Estoy de acuerdo con tu mamá, mi amor.
-Paren un poco. Acabo de dar una audición. Me fue bien. Fue sólo un
examen, no un concierto. Quiero llegar a casa para almorzar, e irme a
dormir la siesta después. Está claro ¿no?

-¿Cómo le fue al nene? - le preguntó Yumba por teléfono a su hijo,


poco después de que Pablo ya se había encerrado en su cuarto.
-Más que bien papá. Le dijeron que seguro le darán la beca. No sé si se
lo confirmaron, y por exigente Pablo dice que tiene que esperar una semana
-Dejalo tranquilo. Si se quiere reasegurar es problema de él. Que haga
su camino.
-¿No sos duro con Pablo?
-¿Duro o contundente?
-No es momento de discutir entre nosotros, papá. No lo es.
-¡Pará! Yo no quiero discutir. Creo que conocés a tu hijo. El nene, no
quiere festejar que lo becaron ¿Qué te asombra? Vos lo sabés ¿Está mal
eso? Él, lo siente así. Como si vos no fueras exigente con vos mismo
¡Carajo!
46

-Sí. Carajo, es la palabra adecuada.


-¡A ver¡ ¡A ver! No hay que obligarlo a festejar nada. El nene, sabe lo
que esperamos de él, que quizás no sea tan diferente de lo que espera de sí
mismo ¿Sabés cuántas veces me pregunto si no lo exijo?
-Vos no lo exigís.
-Estamos de acuerdo. Ni vos tampoco. Tampoco te exigí a vos. O sí.
Uno hace lo que puede como padre. Uno intenta sentirse orgulloso de sus
hijos. De vos, creo, que lo estoy.
-Yo también, creo que lo estoy de vos como padre.
-Mirá de las cosas que terminamos hablando por teléfono.
-La verdad que sí. Es nuestra forma, papá.
-Es la nuestra. La que supimos armar. Para bien o para mal. Otra
familia estaría haciendo un asado esta noche, o iría a cenar a un buen
restaurante.
-Sería para una familia de exagerados.
-En tu familia mandás vos. Yo, ya hice la mía y no le di lugar a la
exageración.
-¿Te parece?
-Sí. Mi único hijo sos vos y exagerado no saliste. Por algo será.
-¿Vos bien papá?
-Sí. Después de esta noticia, mejor.
-¿Cuándo te venís a cenar?
-Cuando me invites.
-El viernes. O sea, mañana.
-Dale. Llevo un buen vino y un mejor postre.
-Hasta mañana. Más tarde llamo al nene.
-Cómo a vos te parezca.
47

…Pablo, se adelantó a su abuelo y lo llamó por teléfono apenas se levantó


de su siesta, si bien había estado en la cama más de dos horas, no podría
decirse que había dormido. Se la pasó escuchando el Concierto para
Piano número uno en mi menor, de Chopin, primero, y el Concierto para
Bandoneón, de Piazzolla, después. Ni bien se colocó los auriculares, y
reguló el volumen del equipo hasta un sonido que lo envolviera, empezó a
imaginarse haciendo el viaje que realizó en colectivo, pero a pie, hasta La
Fundación. Comenzando a caminar, al principio del Allegro Maestoso, a
ritmo de marcha sobre la calle desierta e inundada por el agua, a la que veía
transparente, y que apenas sobrepasaba sus zapatillas, a la espera de que la
corriente de pequeñas olas, que se balanceaban sobre las paredes, cubrieran
sus rodillas, sin que sintiera temor (el sonido de las cuerdas lo
tranquilizaba). Cuando comenzó a escuchar el piano, ya había recorrido
más de trescientos metros y se dio cuenta que había empezado a llover;
decidió que era el momento de zambullirse y lo hizo con displicencia y
convicción. Sobre su cuerpo caía una intensa llovizna, que se intensificaba
hacia los laterales donde las gotas replicaban sobre el agua con más fuerza.
Era un río, que parecía por momentos un mar. Con suavidad vertía una
brazada tras otras, sincronizando sus manos con sus pies, aflojándose por
momentos, para cambiar de estilo de nado, estirando sus brazos hacia
delante para juntar las manos, uniendo sus piernas para poder comenzar a
ondular, como un pez que avanza de manera zigzagueante a puro placer,
hasta que el sonido del piano lo llevó a adoptar el estilo espalda, sintiendo
las gotas intermitentes sobre su rostro, sin precipitarse en el apuro, al ritmo
que el primer movimiento imprimía. Pablo, subía y bajaba acorde a la
altura que las olas determinaban. Había recorrido más de un kilómetro y
medio, cuando se dio vuelta y decidió nadar estilo mariposa, intentando
abrazar cada ola. Cuando se dio cuenta que el agua comenzaba a bajar,
empezó a flotar a la espera del segundo movimiento.
48

….El agua se había aquietado al principio del Romance Largheto, una


calma que lo convocaba a la espera, para asegurarse que estaba excento de
cualquier amenaza. Fueron sólo segundos, no más de veinte, hasta que
comenzaron suaves ondulaciones y el cielo parecía despejarse. Apenas
caían algunas gotas, como si las nubes terminaran de escurrir el agua, que
llevaban a cuesta. La sensación de placer, le dio ganas de que Patricia
estuviese junto a él para compartir ese momento. Casi no sentía el peso de
su propio cuerpo. Con parsimonia, decidió ponerse de nuevo de espalda y
nadar con suavidad, para observar, como un turista, la panorámica que los
frentes de las edificaciones le ofrecían a su vista. Se detenía por momentos
en los balcones con barandas de hierro forjado y color negro, más o menos
oxidadas; en las macetas colgadas de tonos imprecisos, con malvones,
alhelíes o salvias, intentando determinar los matices del rojo, del rosa, del
violeta, del blanco, del amarillo y del lila de los pétalos y del verde de las
hojas, que cobraban mayor intensidad, por el agua recibida por la lluvia. Y
en algunas molduras rectas o en forma de arco, escalonadas de manera
rectilínea u ondulada, que sobresalían de las paredes grises, ocres, blancas
o terracota, sobre las puertas. Y en algunas ventanas de vidrio repartido, de
madera o de metal, con persianas apenas levantadas o abiertas, con sus
cortinas de voil, o de hilo tejidas en croche. Y sobre todo en el cielo que se
abría al celeste, en el medio del gris con nubes blancas que se disolvían en
su intento de dirigirse hacia el este. No había nadie a su alrededor, pero no
se sentía solo. Sabía que podía contarle a Patricia ese viaje. Sabía que ella
disfrutaría casi como él con su relato. Sabía que esa noche le haría el amor
y que ella se dejaría amar. Sabía, sobre todo, que Patricia lo quería y
mucho, sintiendo la seguridad del que sabe amado.
…. De nuevo, imaginaba, que empezaba a llover. Las gotas caían a su
alrededor sin siquiera salpicarlo. Pablo, podía escuchar el sonido del agua
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cayendo sobre el agua, al ritmo de cada nota del piano, hasta hacerse, casi,
inaudible cuando cesó la lluvia.
…..Pablo deseo que el tiempo se detuviera, que esa sensación de plenitud
durara para siempre. Comenzaba a sentir sueño, no quería dormirse, o en
todo caso dormir para soñar con la continuidad de ese momento, cuando
empezaba el tercer movimiento: el Rondo Vivace, que lo invitaba a una
propuesta que, presumía, no defraudaría sus expectativas de mantener su
bienestar.
…..Volvía a llover y su estado de ensoñación parecía, apenas alterarse. El
movimiento ondulado del agua lo invitó a reanudar el nado, ahora en estilo
crol, de forma sincronizada, con algunas brazadas cortas y profundas, sin
terminar de extender sus brazos, alternando con brazadas largas, suaves y
de superficie. La melodía lo llevó a concentrarse en sus pies, como si la
música le indicara que debía acompañarla con un pataleo preciso, estirando
el dorso hacia arriba, intentando que sus pies estuviesen en la misma línea
recta que sus piernas para golpear contra el agua, como la paletas planas de
un remo, mientras el oleaje se desplazaba de pared a pared, lo que hacía no
sólo que le costara nadar en línea recta, sino que lo obligaba a desplazarse
meciéndose hacia los costados. Hacia delante, veía como las olas
descendían para comenzar escurrirse por las alcantarillas de las esquinas,
preanunciando que el concierto estaba llegando a su fin, provocando un
apuro por dar, la mayor cantidad de veces posible con sus extremidades
sobre el agua, más por placer que por ansiedad. Una ola emergió, de
repente, delante de él, con fuerza y altura, sobre la que se comenzaba a
montar una siguiente. Por detrás otras dos avanzaban para encontrarse en
un estallido que hizo elevar el agua hasta los cables de luz, que surcaban
por arriba de las veredas. Un último e inevitable revolcón, tan corto como
un orgasmo, después de girar en tirabuzón en el aire, como un bailarín, en
el final del tercer movimiento.
50

….Pablo, se dejó estar sobre la cama, relajado y semidormido por unos


minutos, para luego con lentitud, sin sacarse los auriculares, levantarse para
retirar el cassette de Chopin y poner el Concierto para Bandoneón, de
Piazzolla. En su mente, la lluvia seguía cayendo, ahora con intensidad
sobre las calles, cuando comenzó el Allegro Marcatto. Aunque corriera
para buscar un lugar donde guarecerse, sabía que no lo iba a encontrar.
Pese a su convicción, no dejaba de acelerar su andar, sin poder decidirse
entre caminar o correr. Por las veredas la gente se desplazaba apurada y
con la cabeza gacha; por la lluvia pensó primero, por no llegar tarde pensó
después, por costumbre luego, tratando de encontrar un sentido, sin que
ninguna de las alternativas de respuesta lo convenciera, siquiera la de dos o
tres de ellas, de manera conjunta. Por las calles los automóviles circulaban,
si bien parecían estar detenidos, a una velocidad casi imperceptible, como
en cámara lenta, aunque los semáforos no dejaban de estar siempre con la
luz verde encendida. Pablo, comenzó a caminar más rápido que el resto de
los transeúntes, por momentos daba unos pasos hacia atrás para luego
comenzar a andar más lentamente, como intentando lograr el mismo ritmo
que los demás, restando metros a los que había sumado por el apuro, sin
dejar de sentirse solo. Cuando los vehículos comenzaron a acelerar, no
emitían ruido alguno, como si hubiesen colocado un silenciador en sus
motores, o como si una cortina, transparente como el aire, bajara desde el
cielo hasta el cordón de las veredas. Pablo, no tenía tiempo de anticipar que
podía pasar, la lluvia que había disminuido comenzaba de nuevo a ser
intensa. Debía apurarse, caminar más rápido, cada vez más rápido cada
vereda, cada cuadra, la música de Piazzolla, así lo indicaba. De golpe el
escenario cambiaba nuevamente, todo se tornaba lento, el andar de la gente
y el de los automóviles, el movimiento de sus músculos y de su
pensamiento. Creyó notar que eran pocas y distantes las personas que
caminaban junto a él; pocos los vehículos que circulaban, como si fuese la
51

madrugada de un feriado sobre una avenida. Tanta lentitud, le hizo darse


cuenta que llevaba tanta agua sobre su cuerpo como la de una toalla
arrojada a una pileta de natación, sin embargo no le pesaban ni sus
zapatillas, ni sus medias, ni su jeans, ni su remera de algodón, ni su
campera de poliester. Cuando decidió detenerse por un instante, pudo
observar que desde el este, en el cielo, asomaban, titilando, rayos de sol, sin
saber si llegaban para quedarse o si se iban para despedirse, y que el viento
comenzaba a sobrevolar sobre su cabeza, proveniente del sur, sin afectarlo,
haciendo correr las nubes hacia el norte, sobre el firmamento uniforme de
gris celeste, que comenzaba a tornarse nuevamente gris. De vuelta la lluvia,
intensa, repetitiva, de nuevo a andar rápido, con la única variación de los
amagues que hacía de frenarse, que implicaban en su acción una verdadera
detención. A correr, sin saber hasta cuándo, ni hasta dónde. Por momentos,
Pablo se tentaba de ponerse a resguardo en la entrada de algún edificio, o
debajo del toldo o de la marquesina de algún negocio, o de algún balcón,
pero sabía que de todas formas se seguiría mojando. El agua impulsada por
el viento caía en diagonal. Los rayos de sol que parecían haberse retirado,
seguían presente asomándose, ocasionalmente, entre las nubes del este.
Sintió ganas de hablar con alguien. Miró a su alrededor y no vio a nadie.
Comenzó a caminar en punta de pies y casi agazapado, como si por alguna
razón estuviese prohibido transitar por las veredas y temiese ser
descubierto y sancionado. El agua comenzaba a cubrir las calles,
nuevamente.

….Llegó el segundo movimiento, el Moderatto. La música comenzó a


cubrirlo de tristeza, el agua se había transformado en una espesa y
luminosa niebla, que lo hacía detenerse y lo predisponía al llanto, como si
hubiese perdido algo que nunca había tenido y que jamás podría encontrar,
como si hubiese pasado más tiempo de su vida de lo que había vivido. La
luminosidad de la niebla se intensificaba; temía que lo encandilara, pero al
52

ver que no aumentaba la diafanidad, sintió confianza. Algo, tal vez cierto
regocijo en su estado melancólico, hizo que comenzara a moverse
lentamente, como un mimo que simula el movimiento de un soldadito de
lata, a cuerda, que va sacudiendo toda su estructura, pareciendo que no se
puede mantener firme y está a punto de caer, y que se detiene cuando
concluyen las revoluciones,.que lo pusieron en marcha

….De nuevo la lluvia. Un aguacero. De vuelta a correr y detenerse, correr


unos metros y apenas detenerse para volver a correr. Así una, dos, tres ,
cinco cuadras, mirando de lado a lado, hacia atrás y hacia delante sin seguir
viendo a nadie, hasta darse cuenta que la gente había decidido guarecerse
en los negocios y en los palieres de los edificios, como si hubiesen dado
una voz de alarma que solo él no escuchó; sin embargo decidió, pese a
cierto desconcierto, seguir su marcha siempre hacia el este, preguntándose
de que estarían hablando: ¿de la lluvia?, ¿de fútbol?, ¿del paso del tiempo?,
¿de las pasiones?, ¿de alguna novia perdida?, ¿de un paseo por el Delta?,
¿del temor al encierro?, ¿de la soledad?, ¿de la humedad en las paredes?,
¿de los dolores de espalda?, mientras esperaban volver a salir y continuar
cada uno con el rumbo prefijado, si bien algunos, por la demora podrían
decidir cambiar su itinerario

.....Agua, y más agua con amagues de cese, al comienzo de Presto, el tercer


movimiento. El estado de la situación revelaba incertidumbre. Imposible
predecir ¿Por qué había espacios de claros en el cielo en medio de la
tormenta? ¿Tenía sentido preguntarse? Mejor andar, y hacerlo con decisión.
Que se venga el cielo abajo, si total después se va a volver a levantar y
ocupar nuevamente su lugar. Qué, mejor que escuchar el sonido de los
truenos y sentirse motivado para seguir ¿A qué temer? Así suena el
bandoneón de Piazzolla
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…De manera abrupta, dejó de llover El tiempo de Buenos Aires, no deja de


sorprender. La gente comenzaba a circular, nuevamente con suma lentitud;
los vehículos, que cubrían cada cuadra ensimismándose entre semáforo y
semáforo, se desplazaban a paso de elefante, como si el abatimiento y el
agobio determinaran sus movimientos. Pablo, que se sentía también
agobiado después de recorrer casi ocho kilómetros, ya no sabía hacia donde
iba. Se detuvo obnubilado. Se restregó los ojos y sacudió todo su cuerpo,
como un perro mojado. Cuando se recompuso la ciudad le pareció distinta.
Un cielo determinantemente gris la cubría. La puerta de hierro forjado, con
vidrio, con arco de medio punto, y columnas redondeadas a los costados, de
un edificio ubicado a cien metros de La Fundación, lo hizo pensar en
París; una ciudad que sólo había visto en algún film, en algunas fotos y en
algún programa de televisión. “París”, se dijo. “París, donde Chopin se
sintió más libre y Piazzolla se decidió definitivamente por el tango”.

-Disculpá hijo que te pregunte si estás seguro de que querés seguir tu


formación afuera. Sos muy joven. Ya sé que hiciste un gran esfuerzo para
ganar la beca y eso me hace sentir muy orgulloso de vos. Pero insisto ¡Sos
muy joven!
-Sí, papá estoy seguro. Prontó tendré diecinueve y cuando viaje ya casi
veinte. Además ¡gané una beca! ¿Sabés lo que eso significa? Ya llevo siete
años en el Conservatorio. Ya aprendí lo que tenía que aprender. Acá hay
excelentes maestros ¡Pero Europa, es otra cosa!
-¿Por tres años?

-Si ya lo sabés.
-No puedo evitar preguntártelo.
54

-No me molesta que me lo preguntes ¿Vos, no estuviste a punto de


quedarte en Estados Unidos para hacer una maestría en ingeniería?
-Sí. Viaje a Estados Unidos a comprar maquinarias, con uno de los
dueños de la fábrica, al poco de recibirme de ingeniero, y me dieron ganas
de terminar de formarme allá. La verdad, es que me arrepentí siempre de no
haberlo hecho.
-Por eso quiero ir. No me quiero arrepentir después. Tengo ganas
también de conocer otra gente, vivir otras experiencias. En París, me voy a
encontrar con músicos de acá, de Latinoamérica, de toda Europa, de Asia.
-¿Ya empezaste a tomar distancia?
-Sí. No me resulta fácil, me da cierta inseguridad. Pero…
-La verdad es que si esperás a estar seguro, no te va más. Dólares para
que arranques allá, vas a tener.
-Gracias, viejo.

-Esta ves, me toca a mí. Yo, soy tu padre.


-Nunca dude de vos, papá.
-¿Y Patricia? No entiendo, cómo se la banca.
-Patricia, no es boluda. Ella sabía que podía irme, desde el primer día.
Sabía, que si se daba la oportunidad no la iba a desaprovechar. Ya me venía
diciendo, medio en broma, medio en serio, “cuando llegues a París te vas a
enamorar de una francesita, lo veo en tus ojitos.”.
-Las mujeres se dan cuenta de señales que le mandamos sin saberlo. Es
así, como la ley de gravedad. Irrefutable.

-No sé. Debe ser como decís. Yo la quiero. Igual ella está muy segura
de empezar Arquitectura. Sabe lo que quiere.

-¿Y?
-Si le decís si cambiaría de carrera por mí, dice que no. Si le digo que
se venga conmigo a París, no agarra viaje. Supongo.
55

-¿Qué suposición, ni suposición? Querés irte solo. Tres, o quizás más


años en Europa, haciendo votos de castidad no te vas a quedar. Seguro, más
rápido de lo que se pueda suponer, con alguna chica te vas a enganchar.
-No pienso en eso ahora.
-Hacés bien. Las mujeres vienen después.

-¿Terminaste de armar las valijas, o le dejaste esa tarea a tu vieja?


-Yumba, ya preparé todo. No veo la hora de que salga el avión.
-Yo, no conozco Europa. Ya no tengo ni tiempo, ni ganas.
-Alguien tenía que hacer ese viaje. Me tocó a mí parece.
-Sí. Te tocó a vos. Por suerte, a vos. Casi, casi, de alguna manera te
prepararon, te preparamos para esto, y no digo porque lo nuestro sea una
porquería. Tu padre, no sé si te lo contó, estuvo ahí de hacer una maestría
en Estados Unidos. Yo no estaba muy convencido, y no sólo por la
ideología, sabés que no me gustan los yanquis, sino por egoísmo. Tu viejo
dudó. Quizás ese intento fallido, haya sido el primer intento. Pasó
inadvertido. Hasta hoy ¿Cómo te llevás con el chico que viajás?
-Con Fabio, muy bien, si bien no lo conozco tanto. Es bastante formal,
y demasiado prolijo. Parece sincero y es dado. Va ser un extraordinario
chelista. Lo dicen todos en el conservatorio. Lo escuchás y te asombra
como toca. Creo que me voy a hacer amigo de él. Amigo en serio.
-No hay con que darle a la amistad.
-Seguro, abuelo. Lo aprendí de ustedes.
-Escuchame nene. Ni te voy a desear suerte, aunque siempre hace falta.
Ni voy a ir a despedirte al Aeropuerto. No me gustan las despedidas.
Aunque esta sea la primera parte de una gran despedida.
-¿De qué me hablás, Yumba?
-Del tiempo. Del paso del tiempo.
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-Vuelvo en tres años ¡O antes! Seguro que en una año, año y medio
vengo de visita.
-En tres años, ni vos vas a ser el mismo, ni yo tampoco. Tengo ochenta
años. Después de los ochenta, las teclas del cuerpo comienzan a sonar
desafinadas.
-Abuelo, no tengo ganas de ponerme triste.
-Disculpá. Estaré empezando a aflojar. No te dije ¡comienza lo
desafinado!
-Vos, nunca aflojás Yumba.
-Si eso te hice creer, tenés una idea de tu abuelo un tanto sobrevalorada.
El tiempo, tal vez con algo de dolor, te ayuda a entender. Primero, recibís
una patada fuerte, que no sabés de donde vino, te revolcás un poco en el
césped y seguís jugando. Después, te dan otras patadas y te volvés a
levantar. Hasta que llega un momento, que ya no querés ni podés recibir
una pata da más ¡Nunca dejés de jugar, Pablo!
-No Yumba, te lo prometo.
-No tenés nada que prometerme.
-Hasta la vuelta, Yumba.
-Hasta la vuelta, Pablito. Sabés que…
-¿Qué, abuelo?
-No la vamos a rematar con un tango llorón.
-Totalmente de acuerdo
-¿A las seis de la tarde sale el avión?
-Sí, a las seis ¿por qué?
-Por nada. Pura curiosidad.

-Patri, seguro que un año, vuelvo por unas semanas ¡Pará de llorar por
favor, mi amor!
57

-No puedo. Soy una boluda.


-Te voy a escribir, te voy a llamar por teléfono. Voy a tratar de venir lo
más pronto que pueda, para verte.
-No. No lo vas a hacer. Lo sabemos los dos. Cuando ese ¡puto avión!
levante vuelo ¡chau! Me preparé para este momento, pero llegó el momento
y de nada me sirve la razón - le decía Patricia, mientras le acariciaba el
rostro y lo besaba con ternura, sentada en el asiento trasero, mientras la
hermana de Pablo, por pudor, miraba por la ventanilla a ningún lado y su
padre conducía haciéndose el distraído de lo que acontecía a sus espaldas,
hablando de cualquier cosa con su mujer. De cualquier cosa, que no tuviese
que ver con el viaje de Pablo.
-Es un poco triste, lo sé Patri. Si no hago lo que siento, salga mal o
bien, sería un hipócrita. Lo dijimos Patri, lo dijimos - le respondía Pablo,
esperando llegar lo más rápido posible a Ezeiza, encontrarse con Fabio y
embarcarse, para sacarse el peso de ese llanto, y lo que ese llanto
significaba.
Apenas, habían podido atravesar un tramo por la Avenida General Paz. El
tráfico, pese a que era sábado, estaba atascado. Habían andado más de
media hora y recién cruzaban la avenida Beiró.

-¡Chau, mi amor! Espero que cuando me vuelvas a ver, me sigas


queriendo igual Que te vaya muy bien.
......-Yo te quiero, te voy a extrañar mucho.
......-Primero sí. Al poco tiempo de que estés en París, te vas a empezar a
olvidar de mí.
Pablo, no supo que contestar ¿Cómo podía asegurarle que la seguiría
queriendo? A modo de respuesta, le dio un beso en la boca esperando
clausurar cualquier interpelación.
58

-¡Chau, hijito! ¡Suerte! Te quiero mucho ¡Escribí! ¡Llamá!

-Chau, hijo. Va ir todo bien. Ya que hayas decidido viajar para crecer,
dice que va ir bien la cosa.

-¡Chau, hermanito! Escribime ¿Sí? Y, ojo con las francesi..

-¡Chau! ¡Chau! Chau Patri, chau mi amor. Chau mami. Chau, viejo.
Chau hermani…Mandelen un beso grande al abuelo.

Durante casi todo el vuelo, Pablo, ayudado por un diccionario, trató de


respondertle en francés a Fabio, que había estudiado tres años en la
Alliance Française de Buenos Aires, cada pregunta o comentario que este
le hacía. Intercalaban, las charlas en francés, con el estudio de un mapa de
París, que habían traído los padres de Fabio de uno de los viajes por
Europa, para tratar de fijar en sus memorias el recorrido del Metro, el
nombre de cada estación, de las principales calles, avenidas y barrios. A
pocas horas de despegar de Ezeiza, parecía que estaban en condiciones de
aprobar el examen para conducir un taxímetro en la capital francesa.
Cuando llegaron al Aeropuerto de Barajas, poco llevaban hablado de
cuestiones personales. Al abordar el avión que los conducía a París, Fabio,
sin previo aviso, le comentó a Pablo que para él había llegado la hora de
definirse.
-¿Qué querés decirme con definirte, Fabio?
-Creo, es una forma de decirlo, que acá en Europa me voy a terminar de
dar cuenta que con las mujeres no es la cosa.
-¿Qué?
-Lo que escuchaste, Pablo.
-¡Me dejás sorprendido!
-¿Estás seguro, de que te sorprendí?
59

-No. La verdad, ahora que lo pienso, no. Patricia me preguntó más de


una vez si tenías novia. Me insistió tanto, que no sólo pensé que te quería
presentar a alguna amiga, sino también que era una forma de decirme algo.
-¿Qué yo podía ser puto?
-¡Pará, boludo!
-No es una boludez. Se piensa así y se dice así. Se pregunta ¿por qué
alguien que es hombre le gustan otros hombres?, y se responde por que es
puto.
-¿Qué sé yo, por qué me gustan las mujeres?
-No te hacés esa pregunta, porque no necesitas responderla. Yo, hace
muchos años que pienso, que me pregunto. La respuesta, está cantada.
-Fabio, lo nuestro son los instrumentos de música, no la voz.

-Con un instrumento sé que hacer. Con mi orto, veremos.


-¿Nunca estuviste, con una mina?
-Sí. Estuve con un par de chicas. Aclaro que se me paró. También, con
un par de chicos y se me volvió a parar, pero sentí otra cosa. Ya sabré.
Creo que ya lo sé.
-Bueno. Acá están a punto de llegar a París, dos boludos. Uno que va a
perfeccionarse, supuestamente, en música clásica, sin definir qué tipo de
música realmente le interesa, pero que algo.sabe El otro, que va a
perfeccionarse, con certeza, en música clásica, sin definir qué tipo de
objeto sexual le interesa, pero que también algo sabe.
-Lo vamos a encontrar Pablo. Vos lo tuyo que es el tango. Sí, acá, en la
loma del ojete, y con eso anticipo mi respuesta. Con la música para mí todo
está muy claro.
-La verdad, es que no estoy tan seguro de lo que vaya a elegir ni de lo
que vos vayas a elegir. Hace un tiempo que te conozco. Ahora un poco
más. Apenas me acosté con una compañera de mi división dos veces, antes
de Patricia. Poco recorrido. Tengo más horas de piano, que de cama.
60

-Estamos iguales. Ahí estamos iguales.

Pablo y Fabio, se alojaron los tres primeros meses en un hotel


económico en el Barrio Latino, a pocas cuadras de La Sorbona. El
hospedaje, estaba regenteado por un hindú que administraba el uso del
agua, como si fuese el capitán de una expedición por el desierto.
A pesar de no poder bañarse a diario, a pesar del olor a humedad de la
habitación, a pesar de la mugre de las alfombras; la mayoritaria presencia
de otros estudiantes, de origen latinoamericano, africano y de jóvenes
turistas, generaba un aire de frescura que neutralizaba cualquier restricción
o inconveniente.
El Instituto al que comenzaría a asistir Pablo, estaba ubicado en el
barrio de Montparnasse, cerca del Cementerio y de la Place de Rochereau,
a unas quince cuadras del hotel, si se atravesaba los Jardines de
Luxemburgo, el camino predilecto tanto de Pablo como de Fabio, que
estudiaba también en Montparnasse.
El profesor de Pablo, monsieur Luminié, al principio le hablaba en
castellano (el idioma lo había aprendido un poco por su abuela española y
otro poco por su admiración a Borges). Pablo, al principio, trataba de
responder, no sin esfuerzo, en francés. Los seis primeros meses, monsieur
Luminié lo centró en Chopin, Schumann y Debussy, dos horas diarias de
lunes a viernes “Por agora Pabló, solo estos tgres. Sin discusió. Oui. El
mes siguientte, vemos”. El primer lunes de cada mes, Pablo le preguntaba
si iban a cambiar de repertorio. La respuesta era “Oui, el mes que viene.
Pabló, no alcánnsa una vida para Chopen sólo”. Pablo, comenzó a
entender que el momento de su verdad, aparecería de manera arbitraria,
fuera de cualquier cálculo, y eso excedía al “Gregorich Turbenko”, que le
había tocado en suerte.
61

Al octavo mes, monsieur Luninié, le propuso un giro inesperado en el


repertorio “Pabló, a partir de hoy, vamos a dedicarle dos hogas a la
semana a dos autores que me interesan. Bardí y Arolás. Quince minutos en
música es muchio tiempo, dos hogas ¡muchísimo!, vergdag.¿Te
sorpregndes?¿Te sorgpregndo?¿Te preguntagás, porg qué tangó? Porg
qué me gusta. Porgque te gusta y porgque escuchio cómo tocas Hay en
eieos melodías exquisititas. Empecemos con El Margne, porg una cuestión
de localiá. Seguro que no conocess la historia del Margne. Durante la
primera gueegra mundial los fragnceses recupegraron el puesto de El
Margne, tomado por los alemánes, evitando el colapso total de Fragncia.
Los padgres de Arolás eran fragnceses e iletrados. Bueno, entonces el
Margne de Arolás y Gallo Ciegó de Bardí. Sé que concoces muy bien
ambos tangós, pero lo vamos a trabajarg como si lo interpretarán Chopen,
Litz y Rachmaninov ¡Olvídate de Pugliése, de Salgán y de De Caró! Por
agora”.

“Ya lo sé, Pabló. Estás hargto. Tres meses con Gallo Ciegó, Nunca
tuvo novio, La Cayila, Degrecho Viejó, El Margne, Una noche de gagrufa.
Vamos bien Pabló, pienses lo que tú pienses. Sábelo”

-Bueno, Pabló agora vamos a comenzarg con otrós tangós, que seguro
conoces: Zorgro Gris, Grecuergdó, Mála Junta y A Fuego Lentó.
-Perdón, monsieur Luminé, y le voy a hablar en español. Usted me
trata como si yo fuese un francés que quiere iniciarse en la música exótica
del tango ¿Qué sabe usted de tango?
-Por favorg, Pabló. No viniste hasta aquí para discutirg, que sé o no
sé. Viniste para preguntargte y respondergte ¿Quiegrés música clásica o
tangó?
62

Pablo, golpeó el piano con el puño de su mano derecha. Se puso de pié y


comenzó a

llorar.

-Bien Pabló. Es el tangó. Para ti, es el tangó.


-Discúlpeme, monsieur Luminié ¡Me voy! Por hoy basta. Mañana
veremos si vuelvo ¿Puede ser?
-Quega aún una hora de clasé, pero a veces el tiempo fluie con más
grapidez de lo espegrado. Puedes volverg o no. Buen trabajo, Pabló.
Vienes haciendo un buen trabajo, pero te hacés como que no te das cuenta.
-Usted dice que me hago el boludo.
-Bueno, sí. Coincido. A veces, es inevitable para darg un pasó.

Fabio, a los cinco meses de ingresar en el Instituto, había conseguido,


por intermedio de su profesor, un contrato para dar conciertos, con una
orquesta de cámara, en Lion, en Burdeos y en Niza. También había
conocido a Philippe, un violinista de origen argelino, del que se enamoró.
Fabio estaba más sorprendido de haberse enamorado, que de haber
decidido estar con otro hombre, y de haber incursionado con tanta rapidez
en el mundo de la música. Philippe, era un mulato con aspecto de
deportista. Alto, de pelo ondulado y ojos castaños claro. Sus músculos
estaban trabajados por haber practicado fútbol en su país, en las inferiores
de un club de primera división. Su madre era negra y nacida en Argelia,
proveniente de una familia de posición acomodada, que podía amar
cualquier expresión de arte que estuviese a su alcance y que de joven había
estudiado piano con un profesor francés. Su padre era un parisino que había
seguido la carrera militar y un apasionado del atletismo (había ganado
varios torneos en competencias del ejército). Luego de terminada la guerra,
63

entre ambos países, se casaron, pese a la oposición de sus respectivas


familias. Como resultado, Philippe, no fue querido por ninguno de sus
parientes, de uno y otro lado del Mediterráneo. Sus padres, habían
sostenido un amor, contra viento y marea. Philippe fue producto de ese
amor y sentía que también de esa tensión. Pensaba que su condición de
mulato era la consecuencia no sólo de una combinación de genes, si no
también era la síntesis de lo que representaban sus padres, ocupados en la
defensa de un amor, que lo había dejado solo, como abandonado en un
playa desierta, mientras ellos luchaban en altamar sin tener tiempo, ni
fuerzas, para ocuparse de él. Si bien, tenía condiciones como
centrodelantero: hábil para sacarse a los defensores de encima, inteligente
para leer una jugada y de una formidable pegada, que le hubiesen permitido
hasta jugar en un club europeo, rechazó ese futuro porque no lo alejaba de
su condición de mulato, por el contrario la reafirmaba. Fue en la música,
donde Philippe encontró un lugar donde podía desplegar su energía, y
dejar en segundo plano su color de piel. Practicaba fútbol, cada vez que
podía, pero sólo como diversión. En Fabio había encontrado a un niño bien,
sudamericano, que no terminaba del todo de aceptar su elección por los
hombres. Fabio resultaba alguien a quien Philippe no tenía que andar dando
explicaciones de su situación existencial para ser entendido y, a su vez,
alguien a quien creía que podía cuidar, sobre todo de los excesos de su
sensibilidad, no por que Philippe no los tuviera, sino por que Fabio se lo
proponía sin pedírselo. Ambos se atraían sexualmente y se respetaban.
Pablo, se hizo amigo de Philippe con naturalidad. El fútbol primero, en
particular la admiración por Maradona, y la música después, dado que a
Philippe le gustaba el tangó, fueron afianzando el vínculo entre ambos,
para suerte y alegría de Fabio.

Fue Fabio, quien los motivó a formar un quinteto para hacer tango,
después de escucharlos tocar a dueto Zum, de Piazzola, Recuerdo, de
64

Pugliese y Mala Junta, de De Caro. Fue Favio, quien los ayudó a buscar a
los músicos que podían formar parte de ese emprendimiento. Fue Favio,
quien convenció a Pablo de dirigir el quinteto que se conformó, sumando a
un violinista francés, un chelista rumano y un contrabajista danés que ya
tenían un recorrido del que carecían Philippe y Pablo. También, fue Fabio,
quien le sugirió a Pablo que el nombre del quinteto remitiera tanto a la
relación con su abuelo, como al estilo rítmico que intuía tendría el
quinteto.

Pablo, dudó de ponerse al frente de un quinteto, al que terminó por


denominar La Yumbera. Se convenció, cuando volvió por diez días a
Buenos Aires, y encontró a su abuelo viviendo en un geriátrico, más
envejecido de lo que suponía.

-Voy a formar, mejor dicho, ya formé un quinteto con cuatro músicos


de cuerdas para hacer tango, abuelo.
-Era hora nene. Llegué a tiempo para saberlo.
-Estoy dudando del nombre.
-Ya se te va aclarar el nombre ¿en qué pensaste?
-En vos y en el maestro Pugliese.
-De lo viejo que estoy me emociono con facilidad. Decime rápido el
nombre, ya es hora de irme a mi habitación.
-¡Pero sin recién terminás de cenar!
-Vivo en otro mundo. Los movimientos son cada vez más lentos, la
cabeza cada vez
mas confusa, y la sensibilidad es como la de un bebé. Me canso rápido y se
nota ¿Qué nombre pensaste Pablito?

-La Yumbera, pienso en ese nombre.


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-¿Y que otro nombre le podías poner? Gracias, espero que vaya bien.
Gracias Pablito por visitarme y por la noticia que me diste. Un regalo.
Chau, me voy a mi habitación.
-Abuelo. Yumba ¡esperá! Hablemos un poquito más.
-Ya está. Para atrás no se puede volver y para adelante, no hay na…
Vivo en una nube
-Chau, Yumba.
Después de la visita al geriátrico, Pablo, llamó a Patricia por teléfono para
decirle que no iba a encontrase con ella, como habían quedado, porque
estaba cansado y un poco triste. Le contó la charla con su abuelo,
intentando justificarse, pero no resultó.
-Lo sabía desde que dijiste que te ibas a París. Ya pasó todo lo que tenía
que pasar entre nosotros. Podemos vernos y charlar, sólo eso. No espero
más que eso.
-Patri, yo…

-Patri fue. Estás hablando con Patricia. Si querés, te encontrás con


Patricia a tomar un café.
-Quiero con Patri, no con Patricia.
-Lo charlamos. Vos, seguro que también cambiaste Pablo. Por eso no te
fui a esperar al aeropuerto, ni fui a la casa de tus viejos.
-Tal vez, es mejor que me quede con el recuerdo.
-Tal vez. Pero uno puede encontrarse con alguien al que quizo. Siempre
queda algo.
-Mañana nos encontramos a las ocho y media en el bar de Triunvirato y
Olazábal ¿Te parece Patricia?
-Me parece bien. Si me ves más linda no te hagas ilusiones. Te lo
anticipo.
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Pablo y Patricia, no habían terminado de vaciar los pocillos de café, cuando


se encontraron en una mirada y en una sonrisa que los condujo al hotel
alojamiento más cercano.

-Quería esto. Sólo esto.


-Ahora que lo decís, me doy cuenta que yo también. Estás mejor que
cuando me fui, y ya estabas más que bien.
-Vos estás un poco más flaco, un poco más como para adentro, pero no
perdiste la ternura en la mirada. Ni te preguntó si te acostás con alguna
francesa, ni me preguntás si estoy saliendo con alguien.
-Si estás saliendo con alguien te acostás. Está bien, sin preguntas.
-¿Nos vemos mañana?
-No Pablo. La estamos pasando bárbaro esta noche y todavía nos
quedan unas horas más. Hagamos el amor ahora, todas las veces que
queramos, pero no nos volvamos a ver. Vos sabés que no tiene sentido.
Hay una línea…
-Sí. Una línea que si la pasás es peligrosa. No la crucemos.

Pablo, ya había conocido a Emilie, cuando estuvo en Buenos Aires. Fue


una tarde de viernes con lluvia, en el Boulevard Saint Germain, cerca del
Musseu D’Orsay. Emilie caminaba paseando debajo de un enorme
paraguas, de un azul estridente, como distraída y liviana; dejándose llevar
por la sensación del puro andar, a salvo del agua y de la intemperie. Estaba
vestida con una chaqueta ajustada de cuero de color negro, una polera gris,
pantalones streech bordó, y un par de botas para lluvia de media caña, de
color azul. Pablo, se había resguardado de la lluvia debajo del toldo de una
pastiserie. Ella, se había detenido junto a él, a observar la vidriera sin
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reparar en su presencia. Pablo, no podía precisar si ella ingresaría al local.


Primero, la pudo observar de perfil: el pelo muy negro, corto y con
flequillo sobre la frente; la tez muy blanca, la nariz con un leve respingue,
y los labios apenas acentuados, pintados de un rojo aterciopelado.

Pablo, comenzó a decirle, un tanto balbuceante, casi en voz baja y con


suavidad, sus primeras palabras, que Emilie no escuchó, no entendió, o
hizo la que no entendía. De golpe ella se le paró de frente, extendió el brazo
que no sostenía el paraguas hacia un costado, levantó sus cejas, junto sus
labios y encogió sus hombros para luego reanudar su marcha. Pablo la
siguió hasta ponerse a su lado, con la mitad de su cuerpo debajo del enorme
paraguas, y repitió la frase, con más convicción.

-¿Vous ètes tojours belle sous la pluie?


-Oui. Si vous dites, je sui belle.
Luego de caminar casi trescientos metros, uno al lado del otro, debajo
del paraguas, con la mitad del cuerpo de Pablo a la intemperie, y sin que
Pablo le dejara de hablar, Emilie le propuso que ingresaran a un bar, muy
cerca de La Sorbona. Una vez que se sentaron, Pablo comenzó a tiritar de
frío, por el efecto de la ropa mojada que, hacía rato, se había pegado a su
cuerpo. Emilie le sugirió que fuese a su hotel a pegarse un baño caliente y
cambiarse de ropa. Por la noche, se volvieron a encontrar.

Emilie, estudiaba dibujo y pintura. Vivía junto a una compañera del


Instituto de Bellas Artes, en un pequeño departamento en el barrio de
Montmartre. Sus padres eran unos humildes agricultores del sur de Francia.

A los pocos meses de haberse conocido, la compañera de Emilie se


mudó a una residencia para estudiantes y ella comenzó a convivir con
Pablo, en el pequeño departamento que tenía una ventana en el estrecho
living, desde la que se podía observar la cúpula de la iglesia de Sacre
68

Cuore, y otra, ubicada, en la cocina desde la que se apreciaba la Place du


Tertre.

Definirse por un estilo musical, formarse de manera sólida en el piano,


vivir en una ciudad que le gustaba tanto o más de lo que había imaginado,
empezar a conformar un grupo para hacer tango, comenzar a pensar la
posibilidad de actuar en público y haber conquistado a una bella francesita,
con sensibilidad por el arte, era más de lo que esperaba cuando partió de
Buenos Aires, hacía poco más de un año. Cuando se encontraban con Fabio
a tomar un café o a cenar, en general en el Barrio Latino, no dejaban de
manifestar el asombro por lo que estaban viviendo.

-No puedo creer como están saliendo las cosas. No sé si es suerte, si es


el destino o es la cara de una moneda de la que todavía no conocemos aun
la otra.

-Comencé a entender Pablín, que hay que vivir el momento. Vivir la


vida, hasta hace poco, no formaba parte de mi repertorio. Sólo era la
música y una duda que comenzaba a convertirse en una eterna tortura. La
verdadera vida la vivían los otros. No sé si cambiará o no mi suerte, pero sé
que yo cambié. Con eso me doy por satisfecho con este viaje. Temo, sin
embargo, perder a Philippe.
-¿Por qué, boludo?
-No sé si por inseguro o porque él tiene un sentido de la libertad del que
no fui dotado. Por eso, trato de vivir el momento.
-¿Lo querés mucho a Philippe?
-Sí, mucho. Nunca había querido a alguien así. Nunca había querido.
-¿Eso te da miedo?
-¿Qué te parece?
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-Te entiendo, o creo entenderte. Yo no siento temor de perder a Emilie.


Me gusta estar con ella, y a ella conmigo. Si mañana alguno de los dos dice
basta ¡a otra cosa!
-No estás enamorado.
-No sé si alguna vez me voy a enamorar. Puede ser que me dé miedo
enamorarme. Soy egoísta. Siempre lo fui. Me da cierta vergüenza
reconocerlo, pero es así.
-Si te abrís, no tiene que ser necesariamente de orto.

-No vengas a hacer gala de tu sexualidad.


-¿Por qué? ¿Está mal?
-No. Sí. Está mal.
-Yo también soy egoísta. Si no fuésemos egoístas no estaríamos acá. Ni
vos hubieras armado un quinteto para hacer tango, ni yo hubiese subido al
escenario a los cinco meses de bajar del avión. Creemos en nuestra
capacidad, así sea tengamos una gota de talento. Somos estudiosos,
responsables y podemos mandar a quien sea a la mismísima merde. Nos
movemos por París como si hubiésemos nacido en esta ciudad, o cómo si
nos estuviesen esperando. No dejamos de pensar nunca en nosotros
mismos. Pero el amor es otra cosa, si te dejás tocar. Digo por el amor, para
que no me mal intérpretes.
-Sí. Debe ser otra cosa. Por ahora me conformo con hacer el amor, por
ahora con Emilie. Fuera de joda, me gusta mucho Emilie.

En menos de un mes, Fabio le había presentado a Pablo a Ejnar, un


contrabajista belga, con ganas de imcursionar en el tango, que tocaba jazz,
y había participado de una gira con Fabio; a Cornel, un chelista rumano de
sólida formación en música clásica, que de chico escuchaba discos de
Gardel en la casa de su abuelo materno, que había sido un reconocido
70

cantante de tangos en Bucarest, antes de la llegada del comunismo; y a


Jacques, un violinista francés, nacido en París, fascinado con la música de
Piazzolla, incapaz de asumir cualquier rutina, en especial la proveniente de
lo establecido, de gran sensibilidad, con gran capacidad técnica y de
improvisación, al que Fabio consideraba, casi, un músico extraordinario.

-Me estás forzando, Fabio.

-¿A qué te estoy forzando?

-Estos tipos, inclusive Philippe, se creen que yo sé de tango. No me


apures.
-No hay ningún apuro.
-¿Cómo que no?
-Esperemos un poco para armar una gira. Sólo te digo que tengo
contactos y hay interés en varios lugares de Francia, Bélgica y Holanda.
-Una cosa es que empiece a conformar un quinteto, otra salir a escena.
Falta para eso. No quiero hacer la del gran argentino, que se las sabe todas.
No vine hasta acá para eso. Ejnar, es un verdadero profesional. Cornel,
está para la Filarmónica de Londres. Jacques, toca el violín como los
dioses, por suerte está un poco loquito y no se la cree. De Philippe, no
hablo. Si digo que toca muy bien, me vas a decir que exagero, si digo que
no toca tan bien, me vas a decir que yo no soy Rubinstein, y si te digo que
toca más o menos, me vas a decir que no me quiero comprometer con mi
opinión.
-No está nada mal el cuarteto de cuerdas que te acompaña. Uno de los
músicos es profesional. El otro podría tocar en cualquier de los mejores
teatros del mundo. Un tercero, como es medio loquito, le puede dar mayor
vuelo a las interpretaciones y a los arreglos. Del cuarto, que es mi pareja,
no sabemos. Finalmente, digo del pianista lo mismo que dijiste de Philippe.
71

-Nunca voy a tocar tan bien como vos, Fabio.


-Pero tenés una ductilidad que yo no tengo. Soy virtuoso con Bach,
Beethoven, Haydn, Boccherini y si querés con Shostakovich, si bien nunca
llegaré a tocar como Tortelier o Casals. Vos sos virtuoso con Chopin, pero
también con Bardi, con Arolas, Pugliese, Piazzolla, Salgán. Volamos a la
misma altura, en aviones diferentes, con destinos diferentes, que se pueden
cruzar en algún tramo del recorrido. Debería llamarte monsieur caca dans
la culotte, como dicen acá. Si querés, ponete un poco melancólico, pero sin
exagerar.
-No soy un cagón. No me entendés.
-Entiendo que podés manejar un quinteto de tango, con la ventaja de los
matices que pueden aportar cuatro músicos que no nacieron en el Río de La
Plata. Por eso te hablo de ductilidad. Podés darte cuenta de lo que puede
aportar cada a uno. Ni vas a revolucionar al tango, ni lo vas a destruir.
Probá. Ensayá como si fueras a tocar dentro de una semana. Sin tantas
vueltas. Si va, va. Si no, habrá sido un intento. Aunque sea al pedo. Al
sonoro pedo.

Pabló, terminó alquilando una sala de ensayos, que compartiría con una
banda de rock, cerca del Moline Rouge, a la que se accedía después de
bajar unos cuantos escalones, con una pesada puerta de entrada de madera,
que se hinchaba con facilidad por la humedad. El local de unos seis metros
por veinte, tenía las paredes cubiertas de restos de un empapelado, que
parecía haber sido de un color violáceo cuando lo colocaron, y pintado
luego de un dorado que se fue enmugreciendo por el tiempo; con un techo
de un tono oscuro impreciso, entre el gris y el verde; con grietas que
cuando llovía permitía filtraciones de agua, que caía sobre el piso de
parquet desparejo, al que le faltaban pedazos de madera; con dos tímidas
72

lamparitas en el centro y tubos fluorescentes en los costados, la mitad de


ellos quemados. La acústica no era la ideal, pero tenía como ventaja el bajo
costo del alquiler y un piano vertical que parecía indemne al paso de los
años. Si bien ambos grupos locatarios, la limpiaban con asiduidad y hasta
con lavandina, cierto olor a rancio parecía inexpugnable, como si se
hubiese impregnado de un pasado que no estaba dispuesto a abandonar el
lugar. Decían, que hasta la segunda guerra mundial, había sido un salón de
baile con alternadoras. Al final de la sala había una puerta de metal por la
que se accedía a un patio de baldosas en damero, negro y ocre, con una
escalera de hierro oxidada, por la que se accedía al primer piso donde había
pequeñas habitaciones en las que, se suponía, los habitués se acostaban
con prostitutas.

La historia del lugar producía entusiasmo a los cuatros músicos de


cuerdas, que acompañaban a Pablo. Ejnar no dejaba de comentar que en un
sitio como ese, se habría creado el tango. Cornel insistía en que su abuelo
había cantado tangos en un cabaret de Bucarest, seguramente de las mismas
características. Philippe no cesaba de preguntarle a Fabio como eran los
prostíbulos en Buenos Aires. Jacques consideraba que lo más adecuado
para tocar tango era una sala como esa, cargada de un pasado lleno de
brumas. Pablo, no trataba de contradecirlos, pero se guardaba para sí la idea
de que si el tango hubiese necesitado de prostíbulos para surgir, sería
oriundo de cualquier ciudad portuaria y no necesariamente de Buenos
Aires. Más bien creía, que se trataba de una música que resultaba de la
confluencia, azarosa, de inmigrantes europeos, cada uno con su propio
folklore, que sin proponérselo terminó por ofrecer al mundo, como
resultado, un idioma musical de esa convergencia, en una ciudad
cosmopolita, con movilidad social y acceso a la educación, que facilitaba la
posibilidad de aprender música y adquirir una guitarra, un violín, un
bandoneón o un piano. Con o sin putas, con o sin arrabales, con o sin
73

orillas, con o sin guapos, con o sin aromas de tristeza, con o sin salidas y
puestas de sol sobre el Río de la Plata. Por momentos, sentía ganas de no
continuar con los ensayos, a pesar de que el quinteto sonaba cada vez mejor
y que se había comenzado a generar una química, que hacía que los tangos
fluyesen en un equilibrio cada vez mayor entre lo individual y lo colectivo.
Cuando Pablo notaba que alguna de las cuerdas se deslizaba en demasía
hacia lo melancólico, frenaba los ensayos de inmediato.

Emilie, se fascinaba cada vez que los visitaba para escucharlos tocar en
ese sótano de Montmartre, y los felicitaba con un pequeño y entusiasmado
aplauso. Philippe, sentía que ejecutaba una música que lo representaba,
como un puente de ida y vuelta entre su pasado y su futuro, como si el
tango expresara la historia de su vida. Jacques, disfrutaba sin sentirse
exigido, por lo que podía desplegar todo su virtuosismo y talento. Ejnar,
comenzaba a comprobar que, como el jazz, el tango le ofrecía una
posibilidad de experimentación, que no dejaba de abrírsele sin temor de
aburrirse, y Cornel, empezaba a comprender el entusiasmo de su abuelo por
el tango, a través de su propio entusiasmo.

Fue Philippe, quien le marcó a Pablo que, por momentos, se


desconcentraba, gracias a su oído, educado por la curiosidad que tenía por
la música en general, que superaba a su capacidad como ejecutante, que
podía ubicarse en la media. Para Pablo, la pieza de sombras o pièce
d’ombres, como decidió denominar, finalmente, al lugar, que comenzaba a
agobiarlo, no representaba la escenografía más apropiada para el tango, a
diferencia de sus compañeros que parecían creer, estar en Buenos Aires de
la década del treinta. Respetaba esa idea porque favorecía al grupo, pero a
Pablo lo predisponía a sensaciones melancólicas que lo distraían, perdiendo
74

a veces el tono por quedarse fijado en lo umbrío del lugar, enturbiando su


estado de ánimo. Más de una vez, les propuso a los cuatros cambiar de sala,
sin poder convencerlos con ningún argumento. Ellos creían que el
equilibrio entre ritmo, melodía y sensibilidad se facilitaba en la pièce
d’ombres de Pablo.

-Philippe, cuando me distraigo no me lo marques ¡Por favor! Me doy


cuenta, no lo puedo evitar. No me expongas. Va en contra del grupo.
-¿Vous allez contre le groupe?
-¿Cómo voy a ir en contra del grupo? No seas boludo. No tenés idea del
enojo que me produce distraerme. Los veo a ustedes sintiéndose en clima,
logrando lo que dudaba que se pudiese lograr. Es un precio muy alto el que
estoy pagando.
-Vous êtes libre.
-Parece. Pero no puedo sentirme libre. No se por qué. .
-Vous êtes tango, Pabló.
-No exageres Philippe. Si les sirve a ustedes pensar así ¡soy el tango!
-Tous pour un, et un pour tous.
-Es lo que quiero. Es la idea de un grupo musical, de la música como la
siento.

Pablo, no lograba que Emilie comprendiera lo que le estaba pasando


(para ser preciso, no compartía su interpretación de los hechos). No
formaba parte, ni de sus convicciones, ni de su capacidad de análisis, que
alguien como Pablo estuviese disconforme consigo mismo, cuando había
logrado algo más que adaptarse a otro país: había podido elegir un estilo
musical, conformado un grupo, tener un amor, comenzar a ser reconocido
como pianista y músico de tango. Ella, a pesar de estudiar bellas artes, por
75

lo tanto estar dotada de cierta sensibilidad, o predisposición, o inquietud


que excedía a lo material, no dejaba de lado un pragmatismo del que sólo
se apartaba cuando hacía el amor con Pablo. Para Emilie, se trataba de que
Pablo se decidiera entre ser un hombre, o seguir siendo un muchacho.

Pablo, no intentaba discutir con ella. No tanto para evitar algún


conflicto, sino porque no podía salir de cierto ensimismamiento, que
distaba del egoísmo. Sólo atinó, y no por haberlo decidido, a comenzar a
ponerse un poco distante de Emilie y manifestar cierto enojo, casi siempre
por motivos de la cotidianeidad de la convivencia, que se insinuaban como
olas de una laguna, de manera constante.

-Vos sabés que nos es tan así ¿Por qué crees que no quiero terminar de
madurar? Puede ser, como decís, que algo de ello haya. Pero no se trata
sólo de eso.
-Vous savez ce, que je pense. Je pense que ce qui arrive à tous les
hommes quand ils choisissent d’être des hommes. Vous n’êtes pas unique.
-¿Es tan difícil de entender que esa piece d’ombres es una merde, una
cueva en la que me voy hundiendo? Como dice un tango “pensando
siempre en lo mismo me abismo”. Y esa sensación, no se la puedo
transmitir a los músicos. Es muy loco, pero me pierdo en el tono, en ese
sentimiento de que parece haber hecho causa el grupo. Ese tono, ese
espíritu es el que quiero para hacer tango. Para hacer música.
-¿Pourquoi ne pas parler à monsieur Luminié ?
-No, con monsieur Luminié no.
-Porquoi?
-Si bien me ayudó No estoy preparado todavía para hablar con él.
-Je pense qu’il est un bon moment pour le faire.
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-Primero voy a hablar con Fabio, y no porque me resulte fácil hablar


con él de estas cosas. Fabio, ya las resolvió. Pero, como Philippe sabe que
me pasa, seguro que Fabio ya esté al tanto.

Pablo, había decidido, de momento, no sentarse al piano. Pensaba, que


lo mejor para él y para el grupo sería escuchar como sonaba el cuarteto de
cuerdas, para hacer las marcaciones necesarias y tomar distancia, para no
sentirse que se perdía. Jacques y Philippe, los dos violinistas, comenzaron a
pedirle que los arreglos los tocara al piano. Al principio Pablo se rehusó,
pero al sumarse al reclamo Cornel y Ejnar, tanto por solidaridad con los
otros músicos, como por cierta necesidad práctica, hicieron que su decisión
se mantuviera sólo por un par de encuentros.

Una noche, después de que se retiraran sus compañeros, Pablo se quedó


solo en la piece d’ombres, para recorrerla en detalle, como si intentara
exorcizarla. Ese rectángulo de más de cien metros cuadrados, incluído el
escenario, tenía las paredes irregulares por la falta de empapelado, en
muchos sectores, y por desniveles en la mampostería que se fue agregando
y cayendo a través de los años. Pablo, caminando como si fuese un
arqueólogo, fue descubriendo que los colores oscuros predominantes, por
efecto de la superposición de pinturas, más que por la acumulación de
humo de la cocina y del alquitrán de los cigarrillos fumados, tenían como
base el azul, cubierto por los vicios de los hombres y el trajinar del tiempo.
Después de haber humedecido con salivas el dedo índice, una y otra vez,
para frotarlo contra la pared, llegó al color de origen, que parecía azul.
Para terminar de corroborar esa hipótesis, mojó una parte de una franela
que estaba sobre del piano, en una canilla ubicada en el patio trasero, y la
restregó sobre la pared. Era azul. Repitió, con obsesión, el procedimiento,
con mayor fruición, y nuevamente azul. Un azul que sobrevivía, que
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parecía esperar ser descubierto. Ese sian, con importante componente de


negro, no había perdido su brillo. Pablo pensó en el azul de la bandera de
Francia, en el azul del uniforme de los Granaderos de San Martín, en el
azul del cielo de La terraza del café de la plaza, de Van Gogh. “El tango es
azul”, se dijo, como si hubiese hecho un descubrimiento fundacional para
él. “El azul parece un color puro, pero no lo es” le había dicho Emilie
cuando observaban un cuadro de Monet en el Museo de Orsay. “El tango
tiene color azul. El tango es contundente como el azul” dijo en vos alta,
como si necesitara ser escuchado por alguien.

Con un repentino cambio de estado de ánimo, en ese instante de


epifanía, para él, Pablo se sentó al piano y comenzó con Bartok, sentiendo
que lo podía dominar. Luego pasó a Haydn, para terminar deslizándose
hacia una improvisación en ritmo de tango, que fluía como sin propósito.
Había tocado durante unos minutos, sin tener noción de cuántos. Cuando
miró su reloj, se dio cuenta que hacía casi dos horas que se habían ido los
integrantes de La Yumbera. Se levantó del taburete, cerró con llave la
puerta y a los pocos metros de caminar sobre la vereda se dio cuenta de que
lloviznaba con intensidad y decidió caminar, con levedad, sin importarle
mojarse, las diez o doce cuadras hasta el departamento donde vivía con
Emilie.

Pablo, abrió la puerta del departamento y se percató de que estaba más


mojado de lo que suponía, al notar que las gotas que escurrían de su cabeza
y de su ropa, habían formado un pequeño charco, debajo del marco. El
living estaba a oscuras, al igual que la cocina. La puerta entrecerrada del
dormitorio insinuaba estar a media luz en su interior. Sólo el baño estaba
iluminado, como si fuera la señal hacia donde se tenía que dirigir. Se
desvistió sin apuro y abrió la canilla de agua caliente de la ducha. Antes de
introducirse en el receptáculo de la pequeña bañera y correr la mampara, se
78

sacó el reloj, miró la hora, eran casi las veintitrés y treinta. “¿Habré
caminado más de las doce cuadras, que hay entre la sala de ensayos y el
departamento sin tener noción?”. Bajo la lluvia caliente de la ducha se dio
cuenta que hacía rato que tenía frío. Se secó, se puso una toalla sobre la
cintura, y otra sobre los hombros. Se calzó unas pantuflas de color blanco
de Emilie y se dirigió hacia la cocina. Encendió la luz y vio sobre la
mesada un plato con un poco más de un tercio de una tortilla de coles, y
una botella de vino blanco, con el corcho apenas puesto, con una cantidad
suficiente para un vaso. Comió, con tranquilidad, de parado, el tercio de la
tortilla con dos vasos de agua de la canilla, dejando la copa de vino como
postre. Abrió la puerta del dormitorio. Emilie, que parecería que dormía,
estaba desnuda y de costado sobre la cama, cubierta parcialmente por la
sábana y el acolchado gastado, que le cubrían el cuerpo en diagonal, desde
el hombro hasta el lado izquierdo de su cadera. Un diccionario francés-
español abierto, yacía sobre el borde de la cama, mitad sobre la superficie
de la sábana y mitad sobre el lomo del colchón.

-¡Est venu, mon amour!


Pablo le respondió con un beso en el hombro, luego de bajar apenas la
sábana y el acolchado, que la cubría. Emilie se dio vuelta hacia el centro de
la cama. Comenzaba a sentirse excitada. Pablo le respondió con un beso en
los labios, arrojó al piso las dos toallas y se introdujo suavemente a su lado.
Los dos cuerpos calientes por el acolchado, y por el deseo, se
ensimismaron.
-¿De qué color es el tango para vos?
-Coleur bordeaux.
-¿Por qué bordeaux?
-Voilà l’indépendance , la création , chic , l’sombre qui se refléte dans
la lumiere ¿Et pour tuoi?
-Hoy descubrí que es azul.
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-Si por vous est bleu. Est bleu


-Sí. Es azul para mí - respondió Pablo, casi emocionado.
Emilie, después de besarle los pómulos, apenas, cubiertos de lágrimas,
volvió a darse vuelta ofreciéndole la espalda a Pablo, que la abrazó con
fuerza y ternura. Si bien él también estaba excitado decidió dejar que ella
entrara, nuevamente, en sueños. Apoyar su miembro entre las nalgas de
Emilie, le resultaba suficiente, como si intentara mantener, como un acorde
detenido en el tiempo, esa excitación que cubría todo su cuerpo. Pero
Emilie no se dormía.

-Ives Klein, peint toujour en bleu. Comme la periode bleu de Picasso.


-Yo pensé en Van Gogh. En el cielo de La terraza del café.
-Bleu est l’intemporelle, l’froid, l’tristesse, la noblesse, la serenité, la
science, la cuoleur de la paix.
Pablo, la volvió a abrazar con más fuerza que antes, apoyando todo su
cuerpo caliente sobre la espalda de Emilie. El diccionario se fue deslizando
del colchón hasta caer sobre el piso de la habitación. Pablo no quería
penetrarla. Emilie, sin darse vuelta dirigió su brazo izquierdo hacia atrás
para introducir el pene de él en su vagina. Pablo, apenas corrió su cuerpo.
Ese leve movimiento fue suficiente para que ella cambiara su intención.
Emilie, tomó el miembro de Pablo con su mano tibia, sin otra pretensión
que la de tenerlo, de sentirlo entre sus dedos y su palma, sin hacer ningún
movimiento de agitación. Pablo, fue deslizando su mano izquierda hasta el
pecho más cercano de Emilie, susurrándole al oído una melodía
improvisada. Emilie, sin decirle nada se fue concentrando en la melodía,
intentado acompañarla en voz muy baja, también. “Yo soy bleu” pensó
Pablo, estando seguro que no hacía explícita esa idea. “Vous ètes bleu.
J’aime le bleu” comenzó a canturrear ella en el mismo tono. Cuando Pablo
intentó responderle, sin decidirse, si decirle si la quería o si la amaba,
Emilie ya se había dormido.
80

Cornel, había entusiasmado a su abuelo cuando lo llamaba por teléfono y


le contaba acerca de los temas que ensayaban, haciéndole revivir su época
de cantante de tangos en los años treinta, cuando era joven y tenía
reconocimiento, mujeres, algo de dinero y si el mundo no era del todo
redondo para él, su vida se parecía bastante a la felicidad. La alegría que se
retroalimentaba entre ambos, parecía una sola. Cornel había comenzado a
estudiar música clásica en Bucarest, sin pensar nunca que podría llegar a
tocar tangos. Pablo, le había dado una oportunidad de la que, con el tiempo,
se fue haciendo consciente de la importancia de su significación.

A Jacques, cuando estaba a punto de cumplir seis años, su padre le había


comprado un pequeño violín, comenzando a tomar clases a los siete. Su
formación, como la de los otros componentes del grupo, había sido dentro
de la música clásica, con la que se sentía a gusto hasta que un día escuchó a
Piazzolla y quedó sorprendido. Jacques tenía una verdadera colección de
discos de Piazzolla, del que sabía mucho más que los otros músicos de La
Yumbera, incluso que Pablo, pero se guardaba para sí sus conocimientos,
tratando de no emitir demasiados comentarios, ni para incomodar a Pablo,
ni para ubicarse en lugar del que prefería permanecer alejado: el del saber,
para no quedar cautivo de ninguna pretensión. Al igual que Cornel, no tenía
inconveniente con el nombre propuesto para el quinteto, si bien pensaba
que quizás más adelante podría formar L’Piazzolla.

Ejnar, que se sentía cómodo con el grupo, y con la música que iban
desplegando, tanto en los aspectos técnicos como emotivos, sabía que se
trataba de una experiencia, con principio y fin, aunque el fin aún estaba
lejos de sus intereses, por lo que le daba igual como decidieran llamar al
quinteto.

Philippe, a medida que avanzaban los ensayos, y de sentirse más seguro


de lo que estaba tocando, después de conocer y estudiar la sonoridad de
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Pugliese, de Troilo, de Salgán, de D’Arienzo, de Di Sarli y de Piazzolla,


comenzó a alentar la esperanza de que algún músico no tan conocido, para
él, pero de importancia en la historia del tango fuese la alternativa
inspiradora del nombre de la formación.

Pablo, comenzó a darse cuenta de que, más allá de alguna sugerencia


que le había hecho Emilie, que tenía la misma intención que el comentario
de Fabio, sobre la historia de él con el tango, es decir con su abuelo, y por
lo tanto con La Yumba, estuviese presente, en la elección de un nombre,
que no podría ser otro que La Yumbera para darle una identidad al quinteto,
que a través de esa denominación pudiera definir, hacia adentro y hacia
fuera, una manera de tocar, una manera de sentir y de hacer tango, La
Yumbera, era su primera creación.

Pero, mientras Pablo comenzaba a deslizar el nombre como una


posibilidad, en los ensayos, Philippe empezó a insistirle a sus compañeros,
que había un músico argentino, muerto muy joven en París, que podría
representar el espíritu del quinteto, sobre todo por la posibilidad que
ofrecían sus creaciones y por ser, de laguna manera, un avanzado en su
época.

-¿L’Arolas?

-No está mal. Pero ¿por qué, Philippe?


-Sa musique est avancé. A une tristesse et sensibilice uniques. Je l’ai
une image. Il ressemble a García Lorca.
-Nadie puede discutir eso, más allá de que no tengo en mente la cara de
Arolas. Nos gusta tocar El Marne, La Cachila, Lágrimas…
-Et Derecho Viejo.
-No me van a mencionar ahora, todos los tangos de Arolas. Los
conozco antes que
ustedes.
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-Argentines de parents française - agregó Philippe.

-Oui, L’Arolas - agregó Jacques


Ejnar, permanecía indiferente a lo que empezaba a convertirse en una
discusión, mientras Cornel, esperaba, en silencio, que Pablo no perdiera la
calma.
-La Yumbera, tiene que ser el nombre. Estamos hablando del punto de
partida de la música que queremos hacer. Si alguno de ustedes hubiese
dicho La Piazzolla, diría que no. Sería un punto de llegada, a lo sumo
podríamos tocar a lo Piazzolla, pero no creceríamos.
El resto del grupo, comenzó a discutir las alternativas del nombre sin
llegar a un acuerdo. Se había puesto en juego no sólo cuestiones de gustos,
de estilos, sino, además, de poder.
Pablo, se mantuvo al margen de la discusión tratando de pensar en el
rostro de Arolas. Creía, haber visto una foto en la casa de su abuelo. Se
esforzaba en recordarla, pero sólo lograba, que la imagen de García Lorca
ocupara, toda, la pantalla de su mente. La homosexualidad, de Philippe, no
le parecía ajena a la elección. Sin tener certeza en el parecido de ambos
artistas, la idea le resultaba forzada. No tenía en mente el rostro de Arolas,
para refutar la idea de Philippe sobre el parecido con García Lorca. Sus
argumentos, si bien habían sido claros en cuanto al estilo de interpretación,
de punto de partida, se iban evanesciendo. Comenzó a sentir, nuevamente,
la intromisión de Fabio, de su presencia a través de Philippe. ¿Quién, si no
Fabio podía saber algo de Arolas?. Si bien, comenzó a suponer, Arolas
había compuesto El Marne, como un homenaje al ejército francés por
vencer a los alemanes con inferioridad de hombres, y que eso fuese tomado
como épico, fascinante y reivindicativo para Philippe, por lo tanto
disparador, no le resultaba razón suficiente. Era cierto, y lo compartía, que
la música de Arolas ofrecía posibilidades para la interpretación, que se
daban en pocos músicos. También, que en Lágrimas o en Derecho Viejo
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subyacía una tristeza, que sin ser estentórea, permanecía casi sobre la
superficie de la melodía, sin dejar de conmover. Tampoco, que una
orquesta que se llamase L’Arolas, podría incomodar a nadie que le
interesase el tango, ni que la apóstrofe, como marca de lo francés (estando,
a favor de este último razonamiento, que el tango triunfó en Francia,
condición casi necesaria para que fuese reconocido en Argentina, como
muestra del paradigma de nuestro país). Además, él al igual que Piazzolla,
había entendido en París que se trataba del tango. Las razones, que se iba
esgrimiendo, agregaban racionalidad. Una racionalidad que conducía
nuevamente a la implicancia de Fabio en sus decisiones. Hasta ese
momento, no había percibido la magnitud que tenían para su vida. De
manera oblicua, sutil a veces, pero lo suficientemente importante para él.
La atmósfera parisina carecía de la humedad, otorgada a Buenos Aires,
pero para Pablo, algo que no se podía asir, que no se podía ver, que no le
impedía el paso, se hacía presente con un peso que comenzaba a agobiarlo,
a limitar su libertad, a meterse en su pensamiento como un quiste maligno
que comienza a expandirse en metástasis.
Cuando le comentó la idea de Philippe a Emilie, ella le dijo que, si bien,
no sonaba nada mal L’Arolas, el nombre que tenía que ponerle al quinteto
era el que é1 había elegido.

-¿Por qué, no vienen con Philippe a cenar el viernes. Emilie va a


preparar sopa de coles?
-¿Cuándo te tengo que contestar?
-¿Por qué?
-Tengo que preguntarle a Philippe. Los viernes llega tarde de la clase de
violín.
-¿A qué hora llega Philippe, Fabio?
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-A las siete y media, ocho.


-¿Eso es tarde? Con el Metro llegan en diez minutos.
-Viste como es Philippe.
-Sí. Lo veo seguido. Siempre está bien predispuesto a todo.
-No lo conocés lo suficiente.
-Es tu pareja. No voy a discutir eso.
-Pará, Pablo. On ne peut pas forcer les choises.
-¿Forzar qué?
-Me llamás para invitarme a cenar, o para discrepar conmigo.
-No quiero enojarme con vos. No invito a alguien a mi casa para
pelearme.
-A la casa de Emilie, querrás decir.
-Me parece que mejor será que nos sentemos a tomar un café para
hablar. Se está generando una tensión de mierda que no esperaba. Mejor lo
aclaramos, hablando los dos solos.
-Tomemos un café cuando quieras. La semana que viene viajo a
Estocolmo. Llamame la otra y arreglamos.
-Te estás poniendo en exquisito, Fabio.
-No seas tonto ¿Qué te pasa? Estoy de gira. Te llamo yo. Ni bien llegue,
vamos a comer sopa de coles ¡Me encanta!
-Dale. Llamame, pero creo que mejor será que tomemos un café antes.
-Si necesitás que tomemos un café, con gusto lo hacemos. Cambiando
de tema ¿No te parece una buena idea la de Philippe de ponerle L’Arolas.
Sabés que no me siento identificado con el tango, como vos, pero tengo
oído y sensibilidad. Arolas fue un pequeño Bach o un pequeño Chopin.
-¿Y?
-Después de todo, el que entusiasmo a Philippe con Arolas fuiste vos.
Empezó con El Marne, un tango que a vos te gusta mucho. Eso se
transmite. Es la pasión lo que le llega al otro. Philippe se enganchó por la
85

batalla del Marne. Se fue hasta una biblioteca, rastreo a Arolas, hasta
encontró, no sé cómo, el acta de su fallecimiento. Tengo una copia a mano.
-Pará, Fabio ¡Ahora, pará vos! Me dijiste que el nombre del quinteto
tenía que aludir a mi historia con Yumba y al estilo musical elegido ¿A qué
viene eso de Arolas?
-Si no entendés lo que te quiero decir, te vas a quedar enojado conmigo.
Sigo, “París, Hospital Bichart. El 29 de septiembre, a las once y cincuenta
y cinco fallece Lorenzo Arolas. Diagnostic Tuberculose Pulmonaire”.
Algunos dicen que lo mataron los macros parisienses, por arrebatarles una
francesita. Arolas era un romántico. Si es que murió de tuberculosis,
terminó su vida por la misma enfermedad que Chopin. Los dos muy
jóvenes y en París. No me quiero entrometer en la elección del nombre. Si
de alguna manera lo hice, no fue mi intención, si es eso lo que te preocupa.
-Bueno. Voy a proponer que se llama L’Chopin tangó ¡Y a la puta que
los parió!
-Sería original.
-Fabio, no me quiero enojar con vos.
-Ya estás enojado, mom ami.
-¡Dejate de hinchar las pelotas! ¿Cómo no me voy a enojar si me estás
boludeando?
Después de terminar la conversación con Favio, Pablo se sintió
apabullado. No podía con Fabio. Nunca había competido con él. Lo
respetaba como músico. Lo quería como amigo. Pero, por alguna razón que
desconocía lo hacía dudar de sí mismo, como si Fabio tuviese una
autosuficiencia de la que él carecía, que lo ponía en falta, que desbarataba
cualquier táctica que quisiera poner en juego con él, llevándolo a un estado
de constate interrogación. Fabio, se había convertido para Pablo, en una
especie de conciencia que tenía todas las respuestas a cualquier pregunta O
Fabio no era el que Pablo creía que era, o Pablo no sabía lo suficiente de sí
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mismo, o las dos cosas. Algo se había instalado en Pablo, así fuese que
Fabio desapareciera de la faz de la tierra. Empezó a pensar que si decidía,
más allá de que no estuviesen de acuerdo los músicos de manera unánime,
ponerle como nombre La Yumbera, al quinteto, ya no sería por que lo
quería, ni por que le parecía el nombre adecuado por el estilo musical, ni
por su historia personal, sino por afirmarse ante Fabio.

-L’Chopin tango, mon amour?


-Te pregunto que te parece.
-L’Arolas. L’Yumbera. L’Chopin tango ¿C’est important? ¿Tu vous
voulez?
-Sé bien lo quiero. Pasa que me perturbo.
-¿Que lest le problème?
-Quiero decir que me encuentro un poco perdido.
-Il est le tango pour vous.
-Ya lo sé.
-¿Bordeaux o blue?-
-Ni azul, ni bordó. Estoy hablando de otra cosa.

-Très argentine.

-¡Dame un beso!

Emilie, trató de generar un encuentro entre Pablo y monsieur Luminié,


que pareciese casual, o al menos que no se notase forzado, convencida de
que en el enojo que mantenía con monsieur Luminié, subyacía un
reconocimiento (después de todo fue con, y a través de él, que Pablo se
decidió, de manera definitiva, por el tango), un saber, que ayudaría a
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orientarlo en un momento de confusión, a consolidarlo en el proyecto, que


creía, era el más importante de su vida, convencida de que a veces, no hay
vuelta atrás: o se avanza, o se queda en el mismo lugar para lamentarse
para siempre, sin permitir movimiento alguno, regodeándose por la
oportunidad perdida, la diferencia entre un hombre y un condenado a la
adolescencia. El estado de turbación en que se encontraba Pablo, la
preocupaba, tanto por su amor a Pablo como por estar, casi convencida, de
que si Pablo, seguía en su ensimismamiento terminaría por optar en dejarlo
(si bien Emilie creía sentirse bastante segura de sí misma, necesitaba que el
hombre que se encontrara a su lado no se desbaratara, casi como un
requisito para poner en juego su feminidad). Emilie, decidió llamar a
Philippe, con el que mantenía una relación de amistad, como la que se da
casi entre mujeres, con la ventaja que, en general, los homosexuales están
pendientes del mundo femenino, quedando por fuera de cualquier rivalidad,
por que el maestro de violín de él, era muy amigo de monsieur Luminié.
Philippe, asistió al encuentro propuesto por Emilie en un bar cercano al
departamento de Montmartre, poco antes de un mediodía. Philippe,
escuchó con atención, la inquietud de Emilie y le garantizó que no le
comentaría nada a Fabio, generándose una solidaridad que los dejaba libres
de sus parejas. A Emilie, se le ocurrió que almorzaran juntos en su
departamento, por cuestiones de economía y por tener, casi siempre, algo
preparado en la heladera, ya sea buñuelos de acelga, escabeches de ave o de
pescado, tortillas o jamón hervido, además de verduras frescas, frutas y
vino blanco Caminaron las cuatro cuadras hasta el domicilio de Emilie, en
estado de complicidad, riéndose de cualquier ocurrencia que tuviese alguno
de los dos, ingresando al departamento como si fuesen una pareja en estado
de ebriedad, que regresaban de una fiesta. Al abrir la heladera, como si
fuese la de su casa, Philippe encontró un plato de buñuelos de acelga, otro
con escabeche de pavita, una botella de vino sin abrir y frutillas. Emilie
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había decidido dejar el almuerzo en manos de Philippe, que extendió sobre


la mesa, ratona del living, un mantel blanco de algodón bordado con
puntillas al croché, que buscó y encontró en uno de los cajones de la
alacena, para apoyar dos copas, la botella de vino blanco, que descorchó
como si fuese un maitre, dos platos con buñuelos y trozos de pavita,
dispuestos en abanico. Philippe, sirvió el vino de mesa, con elegancia y
euforia, haciéndoselo catar a Emilie como si fuese de la cava de un
somelliers, y se ubicó junto a ella en el sillón. Emilie elogió a Philippe por
la calidad del servicio, y Philippe a Emilie por considerarla una verdadera
dama. Después de comer y haber vaciado la botella de vino, Philippe trajo,
de la cocina, un plato cubierto de frutillas que comenzó entregando de a
una con su mano, para hacerlo después con su boca. Emilie, sin esperarlo,
comenzó a excitarse. Luego de las frutillas, Philippe, le pidió a Emilie que
desfilara para él con todo el vestuario que tenía, con la excusa de saber más
que ella de moda femenina. Se ponía en juego una escena, que ninguno de
los dos hubiese imaginado de manera previa. Emilie, se dirigió hasta el
placard que se encontraba en el dormitorio, para luego comenzar a pasearse
descalza por el living delante de Philippe. Primero con un vestido ajustado
negro, luego con otro azul, y después con uno verde, hasta que se soltó el
corpiño y se puso una campera bordó, subiendo el cierre hasta el comienzo
de sus senos, como si estuviese en una reunión donde alguien pome música
y todos, sin preguntar nada, comienzan a bailar. Philippe le pidió que
bajara el cierre de la campera y comenzó a restregarse las manos. Su
entusiasmo se transformó en inquietud y luego en excitación. Emilie, se dio
cuenta de lo que a él le pasaba. Con la campera abierta, y sólo con una
bombacha debajo, se sentó al lado de Philippe, que comenzó a recorrerle
con su lengua el cuello. Luego ella empezó a desabotonarle la camisa.
Philippe, había estado una sola vez con una mujer, pero no había sentido la
atracción que Emilie le producía en ese momento, y se dejó llevar por el
89

asombro. Sobre el sillón los dos quedaron desnudos. A Emilie, el cuerpo de


Philippe le resultaba perfecto: la textura suave de su piel, la marcada
delineación de sus músculos, era la representación misma de lo apolíneo (lo
hubiese elegido, sin dudar, como modelo vivo para una clase de dibujo o de
escultura). Emilie, sintió cierta envidia de Fabio, por poder disfrutar de ese
cuerpo, hasta ese momento, de manera exclusiva. Philippe tomó la
iniciativa final: acostó a Emilie sobre el sillón, y la penetró como si fuese
un experto semental. Hicieron el amor cuatro o cinco veces, en el lapso de
un poco más de tres horas, durante las que casi no hablaron. Emilie,
después del último acto sexual, comenzó a llorar. Cuando Philippe le
preguntó por qué lloraba, Emilie le contestó que nunca se había sentido tan
plena al hacer el amor. Philippe, identificado con la sensación de Emilie
también comenzó a llorar. Con ternura, se fueron secando las lágrimas el
uno al otro, para después quedarse abrazados durante un largo rato, como
intentando protegerse tanto del exterior ante el que podían quedar en
evidencia, y en peligro, como del interior, de cada uno, que había explotado
e implosionado, de manera inesperada. Philippe salió del departamento con
tres convicciones: no dejaría de ser homosexual pese a lo que había
ocurrido, haría lo imposible para lograr el encuentro entre Pablo y
monsieur Luminié, y ,si bien quería a Fabio, también haría lo necesario
para volver a acostarse con Emilie. Emilie, pasó el resto de la tarde en un
estado de ambigüedad, entre el deseo de volver a tener relaciones con
Philippe, sin que ello implicara dejar de amar a Pablo y pensar que había
sido un acontecimiento único, irrepetible.
Después del encuentro, como a veces sucede con los amantes, ambos se
sintieron más excitados con sus parejas, como si la libido hubiese
aumentado en intensidad, como si intentaran encontrar esa satisfacción que
habían logrado, procurando también aplacar o aplanar ese impulso que los
destinaba a un nuevo encuentro. Tal como le había prometido a Emilie,
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Philippe logró que su maestro de violín convenciera a monsieur Luminié de


que se encontrara con Pablo, a pesar del enojo que suponía, sin
equivocarse, Pablo seguía sintiendo hacia él. La buena noticia fue para
Philippe una razón y una excusa para volver a estar con Emilie, quien le
propuso, sabiendo que harían algo más que hablar, encontrarse nuevamente
en su departamento. Apenas llegó Philippe, Emilie lo saludo casi
formalmente y le agradeció lo hecho por Pablo, en concordancia con lo
que ella creía más conveniente. Sin siquiera sentarse, a pocos metros de la
puerta, de un impulso empezaron a besarse, y comenzaron a hacer el amor,
esta vez sobre alfombra del living. Nuevamente con la misma intensidad.
Nuevamente cuatro o cinco veces en un lapso de un poco más de dos horas
y media. Nuevamente sintiendo un estado de satisfacción cercano al
éxtasis. Nuevamente terminando en un llanto de plenitud compartida.
Nuevamente abrazados conformando un capullo. Nuevamente alimentando
la expectativa de un próximo encuentro.

Philippe, salió del departamento de Montmartre con la idea de que había


aún mucho por descubrir en Emilie, y en él mismo, sin saber si se atrevería.
Emilie, se quedó queriendo saber hasta donde Philippe podía llegar en su
intimidad, de la que comenzaba a preguntarse por primera vez. Un deseo,
que no se podía anticipar, se había puesto en juego para ambos. Mientras
Pablo, seguía mascullando su enojo y su impotencia contra Fabio, y Fabio,
tratando de saber como hacer, para que Pablo entendiera que la ironía era
la forma que tenía, como escudo protector, de poder ayudarlo en lo que
quería de su vida.

-Hola Pabló ¿Cómo estás? Quiegro tomar un café contigo.


91

-Hola monsieur Luminié, que sorpresa. No esperaba su llamado ¿De


qué quiere hablar conmigo? Pensé que…
-Io no estoy enojado, ni te dije que te fuegras de mis clases.
-Fue importante haberme ido. No entienda mal lo que quiero decirle.
Me ayudó irme para poder comenzar a…
-¿A comenzarg? Más bien a seguir. El tangó.
-Supongo que algo le habrán dicho. Pero no es para tanto. Estoy
ensayando con una formación. Es recién un principio.
-El prigncipio para ti, comenzó en Ville Urgquiza, en las faldas de tu
grand-père Yúmba.
-Sí. Si le digo que se me fue el enojo con usted, le miento. Si le digo
que creo que no me puede ayudar, también.
-Me alegra muyo que aias empesado este grecogrido. Egres un muy
bien pianista. Tienes oído, ductilidad, equilibgrio. Pero cgreo que para
dirigirg tienes que fortalecergte en orgquestación musical. Cgreo que te
puedo aiudar. Cgreo que tu lo sabes.
-Me dice las cosas sin vueltas.
-La musique no tiene vueltas. Es como el título del tangó “Degrecho
Viejó”. Vueltas tenemos los hombgres ¿Qué dices tu de tomarg un café
juntos?
-No hace falta un café antes. Si me convida uno en sus clases, lo acepto.
Una pregunta, ¿quién le dijo que necesitaba hablar con usted?
-No voy a hacergme el modesto. Fue mi oído musical. Iegó un sonido a
mi oído y escuyé. No más pgreguntas, Pabló. Si tienes alguna otgra duda,
tienes que tolegrarla.
….Pablo no sabía si asombrarse por el llamado de monsieur Luiminié, o
por la aceptación de la propuesta de ayuda. Estaba contento. También
intrigado y con cierto enojo, que aumentaba según supusiese que la
información de su estado proviniese de Emilie o de Fabio, más aun si
92

Emilie había hablado con Fabio, o con Philippe. De todas formas a los
pocos días comenzó a tomar clases de orquestación con monsieur Luminié.
… A Pablo, le comenzó llamar la atención que Emilie le preguntara poco
o casi nada, de una vuelta que ella misma había propiciado. El asombro se
convirtió en sospecha, que se incrementaba porque ella casi no hacía
comentarios, cuando le hablaba de sus clases de orquestación, sospecha que
aun quedaba por fuera de la de las relaciones entre Emilie y Philippe.
-Vas bien con el tema de la orgquestación. Pegro lo que más valoro de
ti es que te has expuesto para lograrg tu objetívo.
-No hace falta que me lo comente, monsieur Luminié. No me resultó
fácil volver aquí.
-Lo comento porg que no cualquierg músico tiene la pregdisposición,
el cograje de volverg a sentargse aquí. Tú también tienes que valorarglo.
-Sigamos, monsieur Luminié.
-Es que hablarg de estos temas, forgma parte del apregndizaje.
-Ya me lo había anticipado. Tengo que tolerar sus clases.
-¿Cuándo voy a asistir a un ensaio? Tengo una idea, que quizás te
llame la atención..
-¿Qué idea?
-Yo tocaré el piano y tu segrás quien digrija.
-Me parece una locura.
-Puede serg. Inclúso sea una boludez. Pero cgreo que vale la pena
intentarglo.

-Monsieur Luminié, está loco. Quiere sentarse a tocar el piano en el


grupo y que yo dirija - le dijo Pablo a Emilie parado frente a ella.
-Il sait ce qu’il fait.
-¿Por qué lo decís con tanta seguridad?
93

-Il sait de musique et de musiciens.


-¡Vos sabés todo! Sabés, con quien tengo que hablar. Sabés, que lo que
me proponga monsieur Luminié es lo mejor para mí. Sabés cómo hacer
para que monsieur Luminié se comunique conmigo ¿Y yo qué? Con Fabio
ya tenía bastante. Ahora parece que vos también intervenís en mis cosas
¿Vos hablaste con Fabio o con Philipp?
-¿Parce que penses tu à Philippe?
-¿Me estás diciendo que hablaste con Fabio para que hablara con
monsieur Luminié?
-¡Non et non!
-¡Me lo estás diciendo Emilie! ¿Cómo qué no?
-¡Non et non!
-¿Con Philippe, entonces?
Emilie se largo a llorar, se tapó la cara con sus manos y se dio vuelta,
para no mirar ni ser vista por Pablo. El llanto entrecortado y la respiración
agitada de Emilie, conmovieron a Pablo, que intentó abrazarla, pero ella
hizo un moviendo hacia un costado y hacia atrás con sus hombros, como
pidiéndole que no la toque, logrando, sin proponérselo, que él se
enojara.aun más.

-¿A qué viene este ataque de histeria? ¿Qué pasa? ¿Qué pasó? ¿Qué
mierda te pasa, Emilie, para que te pongas así? ¡Hablá, por favor! Me estoy
poniendo nervioso.
-Je pas qués ce qui me passe.
-¿Cómo que no sabés lo que te pasa? ¿Qué tiene que ver esto, con lo
que te pregunté?
-Je t’aime Pablo. Plus je ne peux pas dire.
-No te podés poner así porque me querés.¿Qué es lo que no me podés
decir? Acá hay algo más.
-Je n’aime que toi.
94

-Me podés querer sólo a mí y no por eso ponerte así.


Emilie se dio vuelta, y con los ojos cubiertos de lágrimas se acercó a
Pablo, lo abrazó, con fuerza y lo mordió, con toda la intensidad que pudo,
en el antebrazo izquierdo.

Pablo, desconcertado la apartó con un empujón. Cerró los puños y


comenzó a golpear la puerta del baño repitiendo “¿Qué te pasa? ¿Qué
hiciste?” Emilie, parada a menos de un metro de Pablo, sin apartarle la
vista, y sin dejar de llorar, intentó decirle algo: decirle la verdad sin decirle
la verdad, pedirle perdón sin pedirle perdón.

-Je ai parlé à Philippe.


-¡Hay algo más que eso! - le respondió mientras se tomaba el antebrazo
lastimado, empezando a sentir la intensidad del dolor por la mordedura, del
dolor de la casi evidencia, de haber sido engañado.
-Vous ne comprendez pas.
-¿Qué es lo que no entiendo?
-Je étais. avec Philippe
-Si Philippe no fuese puto, pensaría que te acostaste con él.
-Philippe vous aime. Vous respecte.
-¡No puede ser! Explicame que quiere decir que estuviste con Philippe
¡No entiendo un carajo! ¿Me querés volver loco?
-Je étais avec Philippe.
-¿Te acostaste con Philippe? Eso me querés decir.
-Je n’ai pas été infidèle.
-¿Qué hiciste con Philippe, además de ir a buscar a monsieur Luminié?
-Je n’ai pas…
-Vos me cagaste ¡Hija de mil puta! No. No puede ser ¡Me cagaste!
¡Vos y ese puto de mierda!
-Je…
95

-¡Me voy a la mierda, Emilie!


Pablo, cerró la puerta del departamento con un golpe seco, sin poder
parar de llorar y de restregarse el antebrazo izquierdo. El dolor por la
mordedura de Emilie, iba en aumento. Salió a la calle y caminó en
dirección a Sacré Coeur. Bajó la barranca a las corridas. Saltó a la vereda,
sin saber a dónde ir. Cruzó, luego, hasta la Place Saint Pierre. Casi no
había gente y recién comenzaba a oscurecer, el viento frío de principios de
invierno se hacía más intenso en esa intemperie verde. Pablo, pegó una
vuelta a la plaza y decidió dirigirse hacia Gare du Nord, por el Boulevar
de de la Chapelle. En la estación, un cartel le ofrecería las opciones de
Londres, Berlín, Varsovia, Ámsterdamd, Viena o Bruselas para salir del
país; Amiens, Saint Quentin o Boulogne-Ville, sin quería viajar más cerca;
o la de partir hacia las regiones de Laon, Busigny o Beaurias. Desde París,
cualquier lugar de Francia y de Europa era posible. Pablo, sacó su billetera
y se dio cuenta que tenía ciento cuarenta francos. Miró a su alrededor,
como si buscara a alguien que lo consolara o le dijera que hacer. Giro sobre
sí y se mareo un poco por lo alto que le pareció el techo, por lo distante que
notó estaban, una de otras, las paredes y por la cantidad de gente que
deambulaba por la estación. Se sintió pequeño, perdido, maldiciendo el
momento en que había pisado la Ciudad Luz. El cartel con el anuncio de
arribos y destinos que parecían atropellarse entre sí ante sus ojos,
favorecían su desconcierto. Se quedó parado, sin saber que hacer hasta que
decidió ir en busca de un bar. En la barra, una pareja discutía y otra se
repartía caricias, como a punto de dirigirse al hotel más cercano para hacer
el amor. Se sentó en el medio de ambas, intentando distraerse con dos
conversaciones, que podían anticiparse como distintas, mientras bebía
coñac. Pablo, no estaba acostumbrado a tomar en exceso. A la cuarta copa,
sintió ganas de vomitar. Pagó los treinta francos, que le cobró el mozo, y
como pudo salió al exterior, caminó unos pasos y se dio vuelta a
96

contemplar el Arco de Triunfo y las estatuas de la parte alta de la entrada,


de Gare du Nord. Primero escupió al piso, intentando despojarse de la
sensación de relajo producida por el alcohol, luego vomitó y sintió alivio.
Después de andar unos cien metros divisó un pequeño hotel, con un cartel
encendido de luces tenues. Una pareja acababa de ingresar, iban
abrazándose y riendo, con una risa que parecía exceder la alegría, por lo
que le resultó grotesca, como una expresión de burla ante su situación.
Pensó que podía ser cualquiera de las dos que estaban sentadas en la barra
del bar de la estación. Tardó en decidirse a entrar, el frío era intenso y el
viento soplaba con mayor intensidad que en la Place Saint Pierre. Por su
estado de ebriedad y de desconcierto, le costó llegar hasta la habitación
que le otorgaron, ubicada en el primer piso, casi al pie de la escalera. Se
sentó en la cama, como inmovilizado sin saber siquiera si quería recostarse.
La ventana, la puerta del baño y la mesita de luz comenzaron a girar. Como
pudo, llegó hasta la pileta del baño compartido que se encontraba al final
del pasillo. Volvió a vomitar, esta vez a las lanzadas, como si estuviera
intoxicado. Se lavó la cara y volvió a su habitación. Se desnudó y se
durmió, con el cuerpo encogido, tapado con una frazada, un tanto raída,
hasta que le golpearon la puerta cerca del mediodía. Salió del hotel,
desayunó un café con leche con dos croissant. Compró un Le Monde,
buscando alguna información que lo distrajera y se dio cuenta al ver
inscripta la fecha en cada página que ojeaba, que sólo se encontraba a un
día de lo que le había acontecido. Como si se hubiera despejado, caminó
en dirección al departamento de Emilie. Tenía que hablar con ella, sin saber
por qué, ni para qué. Al abrir la puerta llamó a Emilie, fue en vano, ella no
estaba, pero encontró una nota dirigida a él, puesta sobre la mesa ratona,
del living.

Pablo, mon amour


97

C’est la primera vez que escribir en castellano. Algo de mi pasar. Como


una ventana que abrir en una pared, donde yo no la ver. Querer ver fuera
y ver dentro mio. Principio flores con aromas embriagador. Después mas
flores y mucho color que necesitar mas que mis ojos para mirar. Plus tard
abismo, intensité y mas intensité. Volver a superficie, volver abismo.
Temblar. Sigo temblar ahora. Me ir hoy para dejar de temblar. Frío, dolor
et dulce abismo. No querer caer. Je sui accablé, arrumbar. No poder pedir
perdón. C’est la vie. Illusion de la liberté. Pablo, je vous aimais hier,
.aujourd’hoi je t’aime. Tu poder quedar. Tu poder ir. Je sui con toi.

Emilie.

….Pablo, leyó tres o cuatro veces la carta. Sólo entendió, que lo que le
había pasado a Emilie era algo personal, su intimidad había sido
conmocionada. No sabía si esperarla, salir a buscarla, o que comenzara a
formar parte de su pasado. De todas formas, se sintió un poco menos
dolorido, como si el texto de la carta pusiese distancia con Emilie o con la
situación misma, y un poco más sosegado por el aturdimiento que le
producía esa especie de confesión que no lograba descifrar del todo, sin, si
tuviera que hacerlo por alguna razón, acaso de reciprocidad, poder escribir
lo que a él le estaba pasando. Pensó, con la parte suya que comenzaba a
anestesiar el dolor, que la melodía que había empezado a tararearle
aquella noche a Emilie al oído, podía convertirse en un tango. Salió del
departamento con el papel de la nota en la mano, por momentos le pareció
que mejor era dejarlo volar al viento. Si el destino sería el agua, por caer
dentro de alguna alcantarilla, todo se habría diluido; si fuese la vereda, y
alguien lo recogiera para leerlo, tal vez podría descifrar lo que no lograba
terminar de entender. Optó por doblarlo, y ponerlo en uno de los bolsillos
de su campera y enfilar hacía la piece d’ombres. Cuando se sentó en el
taburete, su primera composición tenía los primeros acordes, un motivo, un
98

color y un nombre: Bordeaux et Bleu. Luego de tocar las primeras melodías


que venían en su ayuda, sacó el papel del bolsillo y sobre el reverso de la
carta de Emilie comenzó a escribir las notas. Trabajó sobre Bordeaux et
Bleu, toda la tarde, haciendo paseos musicales, como recreo, por Chopin,
Ravel, Piazzolla, Salgán, Troilo y Los Beatles, para distender la tensión y
no forzar su composición. Cuando concluyó la pieza, eran casi las ocho de
la noche, estaba cansado y sintió hambre, había comido sólo los dos
croissant de la mañana. Salió de la sala de ensayos, con dinero en la
billetera bolsillos como para dos noches de hotel. Se detuvo en la vereda de
la sala de ensayos, durante unos minutos, para decidir qué hacer. Optó, por
volver al departamento, esperando que Emilie no estuviese; esperando que
no volviera nunca, y esperando, también, que así no sucediese. Aunque le
parecía una idea absurda, le hubiese gustado ver a Emilie sentada en la sala
de ensayo, mientras él componía, sin que le dijese una palabra y que
después se fuera, sin saber aun si para siempre.

Pablo, al ingresar al departamento, notó que la luz estaba apagada en


todos los ambientes, y se tranquilizó, era la señal de que Emilie no estaba.
Por las dudas encendió la luz del living y caminó con sigilo para
corroborarlo, primero hasta la cocina, allí no estaba; luego hacia el baño,
allí tampoco estaba; después hacia el dormitorio deteniéndose frente a la
puerta, como si temiera encontrarla acurrucada sobre la cama o acostada
con Philippe. Encendió la luz, y un bulto sobre la cama lo estremeció. No
era un cuerpo lo que había allí, sino el acolchado sin extender, con las dos
almohadas debajo. Por primera vez, imaginó que en ese lugar Emilie había
tenido relaciones sexuales con otro hombre. “¿Con Philippe no podía haber
sido, o sí? ¿Con los homosexuales nunca se sabe? ¿Qué carajo se yo de si a
los tipos como Philippe les calientas las minas?”, se preguntaba. De un
tirón, sacó el acolchado, de otro las sábanas y al final las fundas de las
almohadas. Hizo un bollo. Metió todo en una bolsa grande de residuos y
99

pensó llevarla de inmediato a una lavandería. Ya era tarde para hacerlo,


quedaría para el día siguiente. Sin comer, ya sin hambre, y con la ropa
puesta, excepto la campera, se recostó sobre el colchón e intentó dormirse.
No pudo, a pesar de que se encogía cada vez más sobre sí mismo. No podía
dejar de tiritar de frío. “Yo tampoco puedo parar de temblar”, se dijo, igual
que lo que le había escrito Emilie. Lloró hasta la madrugada, levantándose
a cada rato, por parecerle que alguien golpeaba a la puerta. Cuando se
despertó, poco antes del mediodía lo primero que pensó fue que tenía que
irse del departamento de Montmartre. Antes de terminar de poner sus
pertenencias en una mochila, como si fueran las camisetas, medias, y
calzado de un futbolista después de perder la final de un campeonato, sacó
la carta de Emilie del bolsillo de su campera, la puso del lado de las notas
de Bordeaux et Bleu, la apoyó sobre la mesa del living, y la encabezó con
una frase, arriba del título del tango:

“Esto es lo que fuimos. Queda en este tango, es el primero que escribo.


Con amor y con dolor. Pablo”.

Pablo aumentó sus horas como alumno con monsieur Luminie, y sus
horas como profesor de piano en el instituto de música en el que dictaba
clases desde hacía casi un año. El trabajo y el estudio, funcionaron como un
dique de contención al dolor, y a la tortura de no saber qué hacer con
Philippe y con Fabio. Pese a su estado, no quería perder el contacto con sus
músicos. Se juntaba con cada uno de ellos una o dos veces por semana,
excepto con Philippe, con el que podía mantener sólo conversaciones
telefónicas, que nunca superaban lo anodino, como para evitar entrar en
cuestiones espinosas, tanto para uno como para el otro.

Bordeaux et Bleu, lo escuchó por primera vez monsieur Luminié, cuando le


propuso a Pablo que ya era hora de componer.
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-Ya compuse algo. Necesita algunas correcciones. Se llama Bordeaux


et Bleu. Es un tango.
-¿Porg qué ese nombgre?
-Es algo personal.
-No es posible componerg, sin algo pergsonal, Pabló.
-Espero no tener que sufrir tanto para volver a componer.
-¿Te costó taaanto?
-Me costó un amor.
-Lo lamengto. Pegro, sin emoción no hay musique.
-Es esto. Critique lo que tenga que criticar.
Pablo, tocó Bordeaux et Bleu con nervosismo. No sólo exponía, con
exigencia, su primera composición, también quedaba para ser escuchada,
de alguna manera, su intimidad.
Luego de escucharlo, monsieur Luminié lo aplaudió, sin dejar de expresar
cierto asombro.
-Muy bueno, Pabló. Tiene vagriaciones rígmicas y melódicas. Se hace
sentir cierta eufogria, y cierta tristeza, progfunda. Muy progfunda. Es un
tangó donde hay dolor y belleza.
-Gracias.
-Gragcias a ti, Pabló.
Pablo, en vano intentó contener el llanto que excedía al elogio de monsieur
Luminié, que se retiró de la sala, con la excusa de tener que realizar un
llamado telefónico. Al volver le dijo
-Pabló, ¿cuándo voy a los ensaios? Estoy ansioso de ponergme al
piano, bajo tu diregción.
-Este viernes, yo dirijo.

Pablo, salió ese viernes, pasado el mediodía, rumbo a la sala de


ensayos, con alegría y con la incertidumbre de saber cómo se sentiría frente
101

a Philippe, y Philippe frente a él. Podía, con sospechada razón,


desvincularlo del grupo, o que no fuese necesario porque Philippe, hubiese
tomado la decidión de desvincularse. Desde el pequeño departamento,
recién alquilado en la rue Lussac, en el Barrio Latino, al otro lado del Sena
desde Montmartre, que tenía un piano vertical, había decidido convocar,
para ese día, a todos los integrantes de La Yumbera a retomar los ensayos,
con un entusiasmo que equilibraba su incertidumbre.

Cornel, Ejnar y Jacques llegaron unos minutos antes de la hora


convenida, casi al mismo tiempo que monsieur Luminié. Pablo, hacía rato
que se encontraba en la sala de ensayos. Cuando estaba a punto de hacer
comenzar a tocar a los músicos, llegó Philippe pidiendo disculpas por el
atraso. No se lo veía bien, se lo notaba tenso y distante (no sólo con Pablo),
siquiera se sacó el abrigo, como si en cualquier momento fuera a
marcharse. Pablo, trató de evitar la mirada de Philippe, sin que fuese
necesario, por que este se había parado casi de espaldas a él. La presencia
de monsieur Luminié, entusiasmó al grupo, que nunca hubiese imaginado
que un maestro de música, se pusiese a disposición de La Yumbera y de
Pablo, sobre todo de Pablo.

-Comencemos con Lágrimas, de Arolas. Ya que insisten tanto con


Arolas.
-No conozco esa pieza, pero está aquí su pargtitura - comentó
monsieur Luminié.
-Elle est très belle. Comme tout Arolas – dijo, con timidez Philippe.
Por el comentario que había hecho, no sin ironía, y por la respuesta de
Philippe, Pablo se dio cuenta que le resultaba muy difícil abstraerse de lo
que no podía dejar de pensar. Por momentos se esforzaba en concentrarse
sólo en la música y lo lograba.
102

-Va de vuelta. Le falta profundidad. A Arolas, no se lo sobrevuela. Hay


que zambullirse en su música para transmitir la emoción, y en este
momento no la siento cuando tocan. Probemos sin los últimos arreglos.
Cuando encontremos ese color, vamos con los arreglos.
-Pergdón Pabló. Me dí cuenta que paseé con el piano. Progbemos, sin
esos areglos. Debe ser como tú dices.
Philippe, estuvo a punto de decir algo pero prefirió callarse. El resto de los
músicos se quedaron un tanto sorprendidos por la convicción que
transmitía Pablo, y por el énfasis con que se manifestaba.
-Ahora sí. Se siente. Vamos con los nuevos arreglos.
-Okay, directeur - comentó Ejnar, mientras aplaudía a su lado Jacques.
-Sigamos con Arolas, con El Marne. Es para que se luzca el pianista.
-Okay, directeur - contestó monsieur Luminié.
-Va de vuelta, Esta vez porque quiero escucharlos de nuevo. Salió
bárbaro. Jacques, volá un poquito más.
-¿Et moi?- preguntó Ejnar.
-Volemos todos - respondió Pablo, sabiendo que uno de ellos apenas
podía mantener firme su violín.
-Sigamos con Bardi, Gallo Ciego y Nunca tuvo novio.
-¿Fini Arolas?- preguntó Jacques.
-Por ahora sí ¿A ver si deciden cambiarle el nombre al quinteto?
Esa pregunta, que Pablo creyó, e hizo, en tono de humor, volvió sobre
él. Empezó a pensar en Fabio y en Philippe, en Philippe y Emilie, y en
Emilie, sin poder hacer una sola marcación en ninguno de los dos temas.
Para su suerte, por azar o porque monsieur Luminié, percibió que algo
había cambiado en Pablo, le propuso que pasara al piano con la excusa de
que quería escuchar tocar a los cinco juntos. El cambio de posición
desubicó a Pablo, ayudándolo por un largo rato a conectarse, sólo, con la
música. El rato duró casi dos horas. Hicieron temas de De Caro, de Troilo,
103

de Pugliese, de Salgán, de Rovira y de Piazzolla. A monsieur Luminié, le


parecieron muy emotivas y equilibradas en ritmo y melodía casi todas las
interpretaciones, y se asombró por la versión de A Evaristo Carriego, de
Rovira, músico al que había descubierto a partir de ese tango. Cuando
estaban a punto de comenzar con Zun, de Piazzolla Luminié pidió que lo
tocara Pablo solo. Antes de irse solicitó Bordeaux et Bleu. Pablo se negó
argumentando que faltaba un poco de trabajo en el tema, pero sus
compañeros le insistieron, incluso Philippe, hasta que aceptó. Cuando
Pablo se disponía a comenzar tocar, empezó a sentir vergüenza, como si
sus compañeros pudieran acceder a su intimidad, y un profundo desprecio
hacia Philippe. No podía tocar ese tango en su presencia. Esperaba que se
fuese. Giró sobre el taburete, ladeando la cabeza de lado, ante la mirada de
sorpresa de todos, excepto de Philippe.

-¿Qué sucedé Pabló? - preguntó monsieur Luminié.


-Me desconcentré un poco. Perdón a todos.
-Il n’y a pas de problème. Nous pouvons entendre un autre jour -
comentó Ejnar.
-Sí hay un problema. Es la forma de mirarme de Philippe.
-Vouz regardez a moi.
-No. Sos vos quien me mira con cierto enojo y como escondiendo algo.
-Je vais si vous pensez que… - respondió Philippe.
-No te vas nada. Si lo haces, es de cobarde.

La tensión que se había generado terminó por envolverlos a todos.


Primero Cornel, luego Jacques, plantearon que lo mejor era dar por
concluído el ensayo, y que Pablo y Philippe pudiesen hablar a solas, sin
saber que si algo no podían hacer ninguno de los dos, era hablar con el otro.
Philippe fue el primero en salir de la sala de ensayos. Monsieur Luminié,
trató de controlar su incomodidad y su sensación de mal augurio,
104

manifestando al grupo, que había observado un gran nivel musical, tanto


en lo individual como en lo colectivo.

Antes de despedirse, Pablo, convocó a todos para mediados de la


semana siguiente, para definir el repertorio, ante la posibilidad de una
primera presentación, más preocupado por las consecuencias de la tormenta
que se había desatado, hacia fuera y hacia adentro, que por los temas que
terminarían por elegir. La convocatoria por el repertorio, resultaría además,
una forma de manifestar que la situación no era tan incómoda como
realmente lo había sido. Pablo, se esforzaba por mostrar que controlaba y
que se controlaba, esperando que se marcharan todos. Se sentía a punto de
estallar, como una bomba. Monsieur Luminié, al darse cuenta del estado de
ánimo de Pablo, lo invitó a tomar un café, de manera cordial. Ante la
negativa, le insistió de forma imperativa. Pablo, pensó que había quedado
expuesto (ya algo le había anticipado a monsieur Luminié “me costó un
amor”, le había dicho). Finalmente, Pablo, terminó por aceptar la
invitación, no quería estar solo en ese momento. Caminaron, las primeras
diez cuadras, sin decir palabra. Cuando atravesaban el Pont des Arts,
rumbo al Barrio Latino, monsieur Luminié le dijo.

-Pabló, no quiegro entrogmetergme en tu vida prigvada. Pegro así, no


hay ni vida prigvada ni pública. Así no hay musiciens, ni musique. Tú
decides.

-Usted no tiene ni idea de lo que me pasa, ni de lo que me pasó.


Tampoco quiero que lo sepa. Sólo le diré, que no soporto a Philippe. Sé que
lo tengo que resolver. Estoy ante usted, en inferioridad de condiciones.
-No quiegro saber qué pasó, como tampoco voy a contargte mi vida.
No imporgta eso ¡No!
-No quiero que este grupo se vaya a la merde. La Yumbera, suena como
quería.
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-Suena muy bien. Detalles. Nimiedades. Puedo hacerg grefegrencia a


algunos excesos lígricos, a veces. A veces. Tienen un equilibgrio entre
rigmo y melodía notable. Se zambullen en cada autorg. Es sólo, una
cuestión de grodaje.
-No hace falta un café.
-Oui, hace falta. Allá enfregnte, hacen un muy buen café. Io lo
necesito. Tú también.
Moniseur Luminié había elegido el mismo café donde habían estado
con Emilie, la tarde que se conocieron. Pablo, ingresó con el temor y la
ansiedad de que allí podía encontrar a Emilie. Monsieur Luminié, comenzó
a hablar de música y de músicos. Le sugirió tener en cuenta algunas piezas
de Bach y sobre todo de Ravel, de los trabajos para piano de Ravel, que
según él, era una de las mejores maneras de ejercitar y distenderse, “un
pregcalentamiento casi pergfecto”, le había dicho. Pablo, pudo escuchar
poco y nada de lo que monsieur Luminié comentaba. Desde que se había
sentado en la mesa de ese bar, no podía dejar de pensar en Emilie. Se
criticaba, no haberse dado cuenta antes de que algo le pasaba a ella. Se
criticaba, no haber intentado conocerla lo suficiente. Se criticaba, que le
importase tanto lo que había pasado, si bien no estaba del todo claro, o sí lo
estaba. Se criticaba, no haber sido mejor amante con ella. Se preguntaba,
que era realmente lo que le había sucedido a Emilie. Se preguntaba, donde
estaría viviendo, si había vuelto o no al departamento que alquilaba en
Montparnasse. Se preguntaba, si realmente Philippe se había acostado con
ella. Se preguntaba, si un homosexual podía satisfacer más a una mujer que
un tipo como él, un heterosexual normal. Se preguntaba, si Fabio estaba al
tanto. Las críticas y las preguntas se fueron arremolinando, llevándolo a un
estado de turbación. Por suerte, estaba monsieur Luminié enfrente, no tanto
por lo que le dijera sino porque le resultaba una referencia, una presencia
que le permitía saber que estaba en París por la música, y que la música era
106

lo que más le importaba en la vida, incluso más que Emilie y que las
disputas con Fabio. Cuando salieron del bar, después de haber estado casi
dos horas, ya era bien de noche. Hacia el sur partió Luminié, hacia el este
Pablo. Estaba a cuatro cuadras del pequeño departamento en la rue Lussac.
El trayecto le resultó fatigoso. Sentía que las piernas le pesaban. Por
momentos le faltaba el aire. Temía perder el equilibrio y caer al suelo, a
cada paso que daba. Estaba asustado, era aun demasiado joven para morir.
Intentó calmarse tarareando en voz baja la Quinta Sinfonía, de Beethoven,
sin lograr resultado, probó con La Yumba y el efecto aliviador fue tan
fugaz como una bocanada de humo. Pensó que si hablaba con alguien se
tranquilizaría. Se acercó a una cabina telefónica y comenzó a discar el
número de la casa de sus padres, en Villa Urquiza. Del otro lado escuchó la
voz de su hermana repitiendo “¡hola!”, tres o cuatro veces. Decidió colgar
el auricular, sin darse a conocer. Ya comenzaba a sentirse un poco más
tranquilo. Llegó al edificio de rue Lussac, como si hubiese terminado de
correr una maratón. Mientras subía hasta el segundo piso por escalera, la
señora Pompei, que había salido a recoger su gato, que deambulaba por el
edificio, lo saludo con extrañeza, o al menos eso le pareció a él. Ingresó a
la habitación y se metió bajo la ducha y comenzó a recordar como hacía el
amor con Emilie. La imagen de ella desnuda abriéndose a él, lo excitó.
Primero pensó en arreglárselas solo, después en ir en búsqueda de una
prostituta. Se cambió de apuro y salió a la calle. Sabía en que lugar del
Boulevard Saint Michel, podía encontrar lo que buscaba. La primera que
vio le pareció un tanto gorda y vieja, la segunda demasiado alta, la tercera
un poco insulsa. Fue la cuarta, una mestiza muy joven, de cabello enrulado,
menuda, con piernas bien formadas, pechos bien redondos, y ojos celestes,
con una sonrisa que parecía espontánea, más allá de lo que necesitaba
simular por su trabajo.
-Je dois foire l’amour.
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-Vous ne etes pas françcais.


-Je sui…
-¿Tú eres español?
-Soy argentino.
-¿Cómo te llamas, muchacho que quieres hacer el amor conmigo?
-Pablo ¿Y tú?
-Je sui Sofie.
-¿Cuánto cobras?
-Poco por lo que necesitas.
Pablo quedó asombrado por que hablaba en castellano, por lo joven que
parecía, no mayor a los veinte años y aún más por la respuesta. Sin poder
responder la miró de pié a cabeza, resultándole más bella de lo que le había
parecido a primera vista.
-Vamos aquí cerca. El tiempo lo dispones tu, el precio yo.
-¿De dónde eres Sofie?
-Nací en Argelia, pero me crié en Cádiz y hace unos meses trabajo aquí.
-Eres muy bella, Sofie.
-Se te nota ansioso ¿Has estado ya con…?
-No importa eso. Ya te dije que necesito hacer el amor.
Pablo, ingresó con Sofie a un hotel cercano a su habitación de la rue
Lussac, esperando que ella lograra hacerlo gozar. Hacía muchos días que
no disfrutaba de la vida. Si bien Sofie, estaba vestida con poca ropa (una
pollera roja tableada y corta, una remera blanca con sutiles lentejuelas y
una campera de jeans con algunas tachuelas), tardó en desvestirse. A Pablo,
le gustó la escena que Sofie comenzaba a montar para él, como si ella
supiera que su ansiedad necesitaba calma, suavidad en los movimientos,
darle tiempo a su deseo. Antes que se quitara el corpiño, que pensó que no
llevaba puesto, Pablo le pidió que se quedara un instante como estaba: de
rodillas en la cama frente a él. Sofie, estuvo a punto de preguntarle si era de
108

esos a los que más que nada, les gustaba mirar, pero no lo hizo; sospecho,
sin equivocarse, que ese nuevo cliente, quería, necesitaba como le había
dicho, hacer el amor. Pablo, la observó, tendido a su lado, sin su campera ni
su remera, con el jeans desabotonado y el cierre a medio bajar, durante
cinco o diez minutos. Se deleitaba al contemplarla. La imagen de Emilie se
fundía con la de Sofie, bien podía ser el cuerpo de una, el de la otra.
-Ahora sí - le dijo Pablo, y se quitó los pantalones, y se puso de
rodillas en la cama frente a ella.
-Oui. Ahora sí, Pablo.
Pablo le quitó el corpiño y comenzó a besarla, le pareció que la piel de ella,
era más suave que la de Emilie, y eso lo excitó más. Sofie, cuidó de que
Pablo no se apurara. Ella también había comenzado a disfrutar. Hicieron el
amor cuatro veces. La última como quiso Sofie.

-Me gusta como follas. Lo haces con pasión, con bronca. Debes estar
rendido.
-Rendido a tus pies princesa - le dijo Pablo, y se echó a reír primero, y a
llorar después .
-Esto vale un poco más - le dijo Sofie y comenzó a abrazarlo.
-No pido descuento.
-Cuanta pena hay en ti. Me gusta que los hombres no escondan nada.
-Siempre se esconde algo.
Cuando salieron del hotel, ya había amanecido. La mañana de ese sábado,
se mostraba luminosa y fresca. Por el frío se abrazaron, por el frío y algo
más, que ninguno de los dos ni sabía, ni les importaba saber. Desayunaron
juntos en un bar que recién habría, sobre el Boulevard Saint Michele, y se
pusieron a hablar un poco, mientras tomaban café con leche y comían
croissant.
109

-¿A qué te dedicas Pablo?


-A la música. Soy músico.
-¿Músico de qué?
-De tango.
-Pues que bueno. Por lo poco que he escuchado, se nota que tiene una
tristeza como la del flamenco. Me gusta el flamenco.
-No sólo hay tristeza en el tango, también hay belleza. Transmite
sentimientos: el amor, el dolor, la alegría. Todas las músicas del mundo
intentan expresar lo mismo: el sentido de la vida.
-¡Qué chaval! Piensas como follas.
-Creo que soy mejor músico, que amante.
-Eso no lo sabes tú. Lo podemos saber las mujeres. Más las putas, como
yo.
Pablo, estuvo a punto de preguntarle, por haberse acostado ella con tantos
hombres, que mejor no saber cuántos, si los homosexuales podían
apasionarse también con una mujer. Intentó alguna aproximación a su
inquietud, sin avanzar en demasía sobre el tema. Por lo menos en esta
primera ocasión. Sabía que volvería a follar, con Sofie.
-Te has quedado pensativo. Pareciera que quieres saber algo. Veremos
qué es lo que quieres saber.
-Nada, ¿sólo preguntarte si a los tipos que le gustan los hombres,
pueden excitarse con una mujer?
-¿Qué tiene que ver contigo, eso?
-Curiosidad.
-Nunca me hicieron esa pregunta. No sabría qué decirte. Puede ser. No
me tocó un cliente que fuese homosexual. Y si lo tuve, no me he dado
cuenta. De alguno los sospeché, y ya que esto es un trabajo, decidí
quedarme con las dudas ¡Pero que importa! Mientras gocen, mientras me
traten bien, como tú, y que me paguen por hacer el amor ¿Qué más?
110

-Dejémoslo ahí. Será para otra ocasión.

-De acuerdo. No soy filósofa. Ni sé un coño de filosofía. Sólo algo de


hombres. De hombres follando.
-Sabes bastante, entonces.
-Tú sabes de música, por lo que has dicho. Cuando dijiste músico pensé
en un concertista de piano.
-Lo soy. Elegí el tango. Vine a París para saberlo.
-¿Hacía falta tanto viaje?
-Hacía falta.
-A ti, te trajo a París el tango. A mí, fue el flamenco el que me
emputeció.
-¿Cómo que te emputeció? - le preguntó, con una sonrisa.
-Me enrollé con un músico de flamenco en Cádiz, que además de
cantante se dedicaba al negocio de la prostitución. Me enrollé tanto, que me
convertí en una de sus putas. Y me dí cuenta, de que me gustaba que me
pagasen por follar.
-¿Todavía no me has dicho cuánto me cobras?
-Te cobro todo lo que tú has traído para pagar, más lo que crees que
corresponda por adicionales.
-¿No es mucho?
-Nunca es mucho lo que cobro por lo que doy.
Pablo, volvió a su habitación de la rue Lussac, como si hubiese pasado
un tiempo mayor a las diez horas que había estado fuera de su casa. Había
realizado un recorrido por su estado anímico, que no se correspondía con el
tiempo transcurrido, o al menos, algo de esto sentía. Cuando se miró en el
espejo del baño para afeitarse, la imagen que le devolvió fue la de un
hombre entero, a pesar de que ni Emilie había desaparecido de su mente,
ni que la herida que le había infligido, supuestamente, Philippe se había
restañado, ni de que el enojo y ambivalencia con Fabio se habían
111

esfumado. Sentirse tranquilo, le permitió concentrarse en el piano y tocar


hasta muy tarde, intercalando arreglos en los tangos que propondría,
pensando en cada uno de los integrantes del grupo.
La mañana siguiente intentó ubicar a Fabio. Quería hablar con él, no le
resultaba posible seguir adelante con su proyecto si no ponía en claro ante
Fabio lo que pensaba de él, por las intromisiones en sus decisiones, que si
bien lo habían ayudado, también lo dejaban a su merced. Necesitaba,
además, poner en claro, o intentar ponerlo, lo que habría pasado o seguiría
pasando entre Emilie y Philippe. Cuando llamó atendió Philippe. Pablo,
estuvo a punto de cortar, pero decidió no hacerlo. Le dijo a Philippe que se
debían una charla, pero que todavía no era el momento dado que estaba un
poco confundido, que quería que siguiera en el quinteto, aunque sabía que
resultaba harto difícil para ambos, pero que sí necesitaba juntarse con
Fabio. Philippe, le respondió que Fabio no estaba en París, luego se quedó
callado unos segundos, y con tono dubitativo le dijo que iría al próximo
ensayo. Cuando cortó con Philippe, Pablo sintió la tranquilidad de que, si
bien no había podido hablar con Fabio, pudo manifestar que quería hacerlo
y pudo decirle a Philippe, casi a modo de propuesta, que hubiese pasado lo
que hubiese pasado con Emilie, aunque ella había sido casi explícita
cuando le dijo “je étais avec Philippe”, intentaran seguir con el proyecto
musical que tenían en común.

En el ensayo siguiente, los cinco músicos lograron el ensamble que


Pablo pretendía. No hizo falta que monsieur Luminié se sentara al piano, ni
que hiciera marcación alguna, ni que dejara su lugar de oyente complacido.
Philippe, se mostró distendido, disfrutando de cada acorde. Pablo, no se
dispersó y la sensación de escinción parecía haber quedado atrás. El estado
de ánimo grupal era de alegría. Había valido la pena el esfuerzo, y la
112

tensión del ensayo anterior. Cornel, supuso, al igual que Jacques que Pablo
había hablado con Philippe. Ejnar, quizás por tener unos años más que sus
compañeros, no creyó que la calma y la armonía durasen para siempre.
Monsieur Luminié, tampoco tomó ese equilibrio como definitivo, pensaba
que, como en la música, los ritmos podían ser cambiantes, no se podía
pasar de un tono otro, así por que sí, de todas formas disfrutó, conservando
cierta esperanza con cautela, conociendo cada vez un poco más a Pablo,
que siempre lograba alcanzar lo que se proponía, no sin disonancias. Los
temas para la primera presentación fueron consensuados, sin mayores
esfuerzos. Todos ya sabían que tocarían dos o tres temas de Arolas, seguro
que tres de De Caro, de Troilo y de Pugliese, y dos de Bardi, de Rovira y
de Piazzolla. Tres semanas y seis ensayos habían considerado como
suficientes antes del debut, en un pequeño teatro de Amiens, de buena
reputación por la calidad musical de los espectáculos que se ofrecían en el
lugar.

Las semanas siguientes, el quinteto siguió sonando como todos ellos


esperaban. Pequeñas discusiones acerca de la necesidad de nuevos arreglos,
no alteraron el clima de conjunto. Pablo, no volvió a intentar llamar Fabio,
estaba concentrado en el primer concierto en el que iba a participar. Su
cabeza parecía despejada, y las preocupaciones por Emilie, Philippe y
Fabio, aparecían sólo como si fuesen sombras en el mediodía. En el quinto
ensayo, a poco de empezar apareció Fabio, ingresando casi con sigilo, en el
medio de un descanso. La sorpresa fue de todos, incluso de Philippe. Al
verlo, Pablo se levantó del taburete para saludarlo y ganarle de mano antes
de que dijera una palabra.
-Hola Fabio, no te esperábamos. Aprovechemos que viniste, ya que no
sos músico de este palo, para darnos una opinión más objetiva - le dijo
113

Pablo, apretándole con fuerza la mano, con la mirada fija en él, vacilante
entre el enojo y la necesidad del encuentro.
-Sólo, vine a escucharlos. Me dijeron que están tocando muy bien. Si
sienten que por sola presencia molesta, me voy. Tampoco vine para
quedarme todo el ensayo. Quería escucharlos tocar un par de temas. Yo
también estoy ansioso por el debut de ustedes.
El silencio cubrió la sala, y Pablo que estaba muy atento le dijo: “Me
alegra que te intereses por nosotros. Hacemos algo de Piazzolla y nos das
tu opinión. Será bien recibida”
Pablo comenzó con Zum (hasta ese momento se había decidido que
fuera un solo de piano). A mitad del tema, como si lo tuviese ensayado, lo
miró a Jacques y con un gesto de su cabeza, le indicó que improvisara. Al
terminar Fabio aplaudió.
-Magnífico, los felicito.
-Creo que salió bien. No sé si es una interpretación magnífica.
-Oui ¡Magnifique! - ratifico Philippe
-Vamos de nuevo, ya que sale magnífica. Sumate vos Philippe, como
segundo violín.
Cornell y Ejnar, se miraron entre sí, sin entender lo que estaba haciendo
Pablo, si bien la interpretación merecía elogios. La tensión iba siendo la
nota predominante en la sala de ensayos. La versión en la que se incluyó
Philippe, también sorprendió a Fabio. Pablo, temiendo que el descontrol lo
superara, decidió terminar el ensayo luego de las dos interpretciones de
Zum. Cuando Fabio terminó de saludar a todos para felicitarlos, sin haber
escuchado ejecutar ni a Cornell, ni a Ejnar, Pablo le pidió que se quedase.

-Podemos ir a cenar todos juntos. Vení con nosotros.


-No. Soy ajeno al grupo. En momentos previos a la primera
presentación, no es conveniente..
114

-No es conveniente ¡un carajo! No sos ajeno a este grupo, ni por


Philippe, ni por mí. Fuiste vos quién nos presentantes.
Philippe, habló en vos baja con Cornel, Ejnar y Jacques y les dijo que
Pablo y Fabio, necesitaban hablar.
-Alle vous deux à dîner - les propuso Ejnar.
-Es una buena idea. Aprovechemos que viniste y vayamos a cenar los
dos.
-Tenés razón Pablo.
-Hay un restaurante, acá a unas cuadras que se come bien, y es barato.
-¿Dónde vos digas?

-Hace rato que quería hablar con vos. Después de esa discusión, que
tuvimos por teléfono, no hablamos más ¿Cómo están tus cosas? Supongo
que bien.
-Estás cambiado Pablo. Te veo irritable, a la defensiva e irónico. No
pude escuchar al quinteto, tocaste vos y realmente me encantó, lo sumaste a
Jacques y después a Philippe, que sé cómo toca.
-Sí. Estoy a la defensiva. Además, aprendí algo de ironía de vos. Me
pasaron muchas cosas, o tal vez una sola. Vos tampoco pareces estar bien.
-No del todo. El conejo, se metió adentro de la galera. Por momentos,
siento que a la galera se la llevaron. Se acabó la magia.
-Parece, que la única magia puede estar en la música. Siento que
pasamos de amigos a enemigos, por lo menos para mí, y ahora no se si
decirte que estamos aliados en la desgracia.
-No entiendo una merde. Apenas tomamos un par de copas de vino.
-Me parece que vamos a tomar unas cuantas más.
-Sé que te separaste de Emilie. Una pena.
115

-Un dolor de huevos. Todavía me siguen doliendo. No sé qué mierda le


pasó a esa mina. Algo le movió la estantería. Me dejó pagando. No
entiendo. Quería tratar de decirte que me pasa con vos. Parece que te
anticipas a lo que quiero y eso ¡me rompe las pelotas! A veces pienso que
lo haces a propósito. Por joderme. Pero hay algo peor, que es más grave.
-Pará un poco. Yo no soy fácil. Sé que a veces trato de ayudar y
parezco que me ubico por arriba de los demás. Es un defecto. No entiendo
que me querés decir.
-Quería hablar de un tema que es muy importante para mí. Quiero sentir
que no te entrometés en mi vida. Decirte que no necesito que me trates de
imponer nada:. ni músicos, ni nombres para el quinteto. Y lo hiciste ¡no me
vas a decir que no Fabio!. Lo de L’Arolas lo promoviste vos, directa o
indirectamente. Con Luminié pasó lo mismo. Eso me hace dudar de mí.
Pero eso no es todo, hay algo más ¡Ya no sé si lo sabés y te hacés el
boludo!, cosa que no entiendo por que sería muy grave, ¡o no tenés la
menor idea!
-Ni me preguntaste siquiera, por qué dije que se perdió la magia ¡Sólo
te importa lo que te pasa a vos!
-No levantes el tono. Nos están mirando de otras mesas.
-El que levantó el tono fuiste vos, mon ami. Si vine fue por vos,
entendelo. Me hice el exquisito. Perdón, estuve mal. Lo reconozco. Tenías
razón cuando te enojaste, te histeriquié con la invitación para comer sopa
de coles. Después estuve de gira, y uno, y mil quilombos con Philippe.
Sospecho que se acostó o se está acostando con otro tipo.
-¿Y por qué no con una mina?
-¿Me estás tomando el pelo? Para irónico estoy yo.
-Te vuelvo a preguntar lo mismo.
-Te vuelvo a responder lo mismo.
-Si te digo que Emilie se acostó con un homosexual, ¿me creerías?
116

-¿Qué tiene que ver Philippe con eso?


-¿Philippe, no es homosexual?
-¿Me querés decir que Philippe se encamó con Emilie?
-No estoy seguro del todo. Pero creo que sí.
-¡No podés ser tan hijo de puta! ¿Me querés herir?
-Yo ya estoy herido. Emilie, sé que me engaño.
-Emilie te ama. Hablé con ella.
-O vos sos tan boludo que no te das cuenta, o no entendí que me quizo
decir cuando
hizo referencia a que estuvo con Philippe.

-Estuvo con él. Fue para hablar de vos.


-Sí, habrán hablado para que monsieur Luminié se acercara a mí. Pero,
aparte de hablar, casi seguro que cogieron. Aunque te cueste creerlo tanto
como a mí.
-¡No puede ser!
-Cuando me dijo “estuve con Philippe”, estaba llorando. Ninguna mina
se pone a llorar por reconocer que habló con un amigo. Si lloró y se fue del
departamento, fue por que se sintió culpable. Culpable de acostarse con
otro. Con Philippe. Nos cagaron a los dos. Si Philippe no fuese
homosexual, no tendría ninguna duda ¡La puta que los parió!
-Nunca te escuché hablar con tanta contundencia.
-¡Me cago en la contundencia!
-Lo vengo viendo raro a Philippe, desde hace un mes. Se irrita de nada.
Contesta mal y no me deja que le llegue. Parece que se puso una coraza y
que se va derritiendo por dentro.Me desespera. Siento que lo estoy
perdiendo.
-Si para que vos y yo, nos volvamos a encontrar, tenemos que pagar
este precio, es muy caro.
-Pidamos otro vino.
117

-Sí. Pidámoslo. En una de esas se me ocurre otro tango. Uno sobre la


amistad.

Un día antes de la primera actuación de La Yumbera, la señora Pompei


tocó el timbre del departamento de Pablo, poco después de que él llegara
del ensayo. Eran cerca de las veintitrés, pero consideró que sería de
importancia para Pablo que le informara que una chica había preguntado
por él (la había notado ansiosa y triste, lo suficiente como para darse cuenta
de que se trataba de una cuestión de amor). Pablo, atinó a entreabrir la
puerta y tratar de no mostrar asombro. Tan sólo un “gracias”, al informe de
la señora Pompei. Cuando cerró la puerta, comenzó a sentir ansiedad y
ambivalencia. Sabía que si Emilie se acercó hasta su nuevo domicilio, era
para decirle, a través de otro, por que no se animaba a presentarse ante él,
que le deseaba éxito en la primera presentación y que lo seguía queriendo.
Pablo, deseo salir hacia Montmartre a buscarla, pero se dio cuenta de que
sería puro impulso, una flecha disparada sin blanco, la satisfacción de una
demanda inmediata, una trampa. Decidió, para calmarse, salir hacia
Boulevard Saint Michele, en busca de Sofie.
Cuando logró ubicarla, Sofie estaba hablando de manera entusiasta con
un cliente. Pablo, se quedó parado en la vereda de enfrente contemplando
una escena de la que estaba excluído. Sin embargo, disfrutaba de que ella
jugara con ese muchacho que competía con él, sin saberlo, esperando que
terminara por decirle que no. Pero, cuando su eventual contrincante, la
tomó de la mano a Sofie, dudó entre esperarla, sin saber hasta cuando,
buscar otra prostituta, o volver a su departamento a tocar el piano. Optó,
por volver a su departamento. Tocó el piano, durante dos horas. No tenía
sueño. Entre su ansiedad y su excitación, se podría haber decretado un
empate. Miró el reloj: una y treinta de la madrugada, faltaban dieciocho
118

horas y medias para subir al escenario, tiempo suficiente para acostarse con
Sofie, si la encontraba, dormir un poco, juntarse con sus músicos a las
quince, en Gare du Nord, para llegar a las dieciséis al teatro, en Amiens, y
hacer los ajustes antes de la función.
A eso de las dos de mañana cuando volvió al Boulevard Saint Michele,
vio a Sofie caminando sola. Ya había concluído su jornada laboral, que
había comenzado a las diecinueve. Ya no tenía ganas de más clientes.
-Estoy cansada chabal. Me puedo reír contigo, pero no quiero follar
más por hoy.
-No importa. Te pago por dormir juntos.
-No te creo. Eres muy pasional, argentino ¿No te cansas de la música?
Yo me canso de follar.
-Sofie. Si no quieres follar conmigo, no importa. Necesito dormir
contigo.
-Conmigo o con cualquier mujer que te consuele.
Caminaron hasta el mismo hotel en el que se habían acostado, la primera
vez , riéndose de manera cómplice por decir ambos parte de la verdad,
Sofie porque si bien estaba cansada follaría con Pablo, antes o después de
dormirse; y Pablo por que quería tener sexo con Sofie y también dormir
con ella. Sofie, se descalzó al ingresar a la habitación, arrogó sus botas
cortas de color azul a un costado de la cama, Pablo la imitó y tiró sus
zapatillas Adidas, y sus medias deportivas al otro lado de la cama. Se
miraron con placer, disfrutando el uno de cada movimiento del otro, sin
saber si se iban a terminar de desvestir. Sofie, giró sobre si misma y se
despojó de la campera de jeans que llevaba puesta. Pablo, copió el
movimiento y se sacó la suya. Volvieron a mirarse a pura risa. Sofie, bajó
el cierre de su pollera azul para hacerla llegar hasta el piso con un
movimiento de ondulación de sus caderas y piernas. Pablo comenzó a
mirarla y a excitarse, mientra hacía caer su jean sin la cadencia de Sofie.
119

Con la blusa, también de color azul puesta, se sacó las medias y lo abrazó a
Pablo de la cintura. Pabló la besó en el cuello. Sofie, entrecerró sus ojos,
echó su cuerpo hacia atrás y le fue levantando la remera gris de algodón a
Pablo. Pabló le desabrochó la blusa con cuidado, aprovechando para
deslizar sus manos por el torso y los brazos de Sofie. Cuando intentó
liberar el corpiño, Sofie lo detuvo. Tomó las manos de Pablo y se llevó
cada uno de los dedos a la boca, apretándolos con sus labios y
succionándolos desde la base. Pablo, con los dedos aun húmedos la arrojó
sobre la cama. Acostados, uno frente al otro, se quedaron en silencio.
Cuando Pablo, intentó sacarle la bombacha Sofie le dijo que todavía no era
el momento, que estaba cansada y quería dormir un rato.

-¡Tengo muchas ganas!


-Pues estoy cansada. Lo haremos después, si quieres. Puedes quitarme
el sostén, luego me daré vuelta. Y apaga la luz, así puedo dormir.
-¡Ya no aguanto!
-¡Aguanta! músico.
Pablo contempló a Sofie, que estaba de espaldas a él. Excepto por el
color de piel, creía nuevamente que se parecía a Emilie. Pablo, se fue
deslizando hacia abajo para comenzar a contemplarle los pies. Notó que el
color nácar con los que tenía pintadas las uñas, era similar al que solía usar
Emilie. Pablo, apagó la luz esperando que Sofie durmiera un poco
apoyando todo su sexo sobre ella. Bordeaux et Bleu, volvía del pasado al
presente. Tal vez la escenografía de su primer tango se correspondería a la
de un hombre, acostado en una cama, apoyado sobre una mujer de
espaldas.

Pablo, que también se había quedado dormido, se despertó cuando la


mano izquierda de Sofie se introdujo por debajo de su boxer, decidida. a no
sacárselo y disfrutar de la tibieza del pene de él, cuidando no correr el
120

riesgo de hacerlo acabar. Sofie, que se había quitado la bombacha, retiro su


mano justo a tiempo. Pablo dudó en penetrarla (aunque ella ya le había
puesto un profiláctico), comenzando a recordar la noche con Emilie,
cuando había llegado al departamento de Montmartre creyendo haber
descubierto el color del tango. Sofie no era Emilie. Le hubiese gustado que
lo fuera. Entre dormido y excitado la penetró con contundencia, con furia,
con alegría. La vida debía de continuar aunque sin saber si el pasado ya
había terminado de suceder.

Después de dormir otro poco, Pablo se despertó y comenzó a jugar con


el cuerpo de Sofie, que se hacía la dormida. Rieron. Volvieron a tener sexo
cuando ya amanecía. Al salir del hotel, Pablo seguía pensando en Emilie.
Le resultó extraño, cuando le pagó a Sofie, tener que hacerlo. No por que
fuera una prostituta sino por que la encontraba parecida a Emilie. Esa vez,
no desayunaron juntos. Se dieron un beso de amistad, y se dijeron hasta la
próxima. Pablo se marchó a su departamento, eran cerca de las nueve de la
mañana, en el camino compró tres croissant. Cuando llegó, luego de tomar
un café bien oscuro, y comer las tres croissant de parado, se sentó al piano
hasta cerca de la una del mediodía.

En Gare du Nord, se encontró con Cornell y Ejnar. Los tres, habían


llegado unos veinte minutos antes de lo acordado. Sobre la hora se hicieron
presentes Jacques y Philippe, que venía acompañado de Fabio.

-Espero que no les moleste que vaya con ustedes - dijo Fabio.
-Sos bienvenido. No sé que piensa el resto - respondió Pablo
O por estar de acuerdo, o por que les resultaba indiferente, o por que no
querían contrariar a Pablo, Cornel, Ejnar y Jacques aceptaron la compañía
de Fabio, afirmando con un gesto de sus cabezas, que podría definirse entre
lo leve y la indistinto.
121

La sorpresa de la aparición de Fabio, después de su respuesta de


bienvenida para neutralizarla, cobró su dimensión, para Pablo, una vez que
los cinco, más Fabio, se acomodaron en dos asientos enfrentados. El tener
frente a él el contrabajo de Ejnar, y a un costado la ventanilla del vagón,
hizo que Pablo pudiese ocultar que estaba concentrado en otra cosa que el
debut. Los cuarenta y cinco minutos de duración del viaje hasta Amiens se
la pasó pensando en las razones por las cuales Fabio se había hecho
presente. Las hipótesis, que no eran más que preguntas, se iban sumando y
superponiendo, como olas que rompen contras las rocas y vuelven distintas,
una y otra vez ¿Era una demostración de que Fabio había perdonado a
Philippe?, que lo conducía a preguntarse si debía tener piedad por Emilie
¿Fabio habría creído lo que le había comentado acerca de que Philippe y
Emilie se acostaron o se seguían acostando?, que lo llevaba a poner en
duda si Emilie había tenido relaciones con Philippe ¿Le habría dicho
Philippe que el encuentro con Emilie fue una conmoción para ambos, sin
que implicara un contacto sexual?, que le hacía cuestionar si todo
encuentro entre un hombre y una mujer, que produjeran un efecto en la
esencia de cada uno de ellos, haciendo tambalear toda sus estructuras,
necesitara de la puesta en juego de lo sexual ¿Podía Philippe, por su
condición de homosexual haber percibido algo de la intimidad de Emilie?,
que lo interpelaba como a un amateur con las mujeres, o al menos como a
un incapacitado en darse cuenta por ser heterosexual ¿Fabio era tan
perverso que sabiendo que su pareja se había acostado con su novia, se lo
negaba para angustiarlo?, que hacía que volviera a indagar quién era Fabio
¿Fabio había aceptado que Philippe se acostara con Emilie para no
perderlo?, que lo llevaba a tener que definir dónde estaban los límites
para él. Cuando llegaron a Amiens, se dio cuenta de que si seguía
sumergido en sus pensamientos, el debut tenía como destino el fracaso.
122

El teatro, donde tocarían por primera vez, estaba ubicado en el interior


de un Colegio de Música, en un edificio del siglo dieciocho, parcialmente
restaurado, con capacidad para unas trescientas personas, de muy buena
acústica, con un escenario en abanico en el que había un piano de cola
negro, Steinway & Sons, una fosa para orquesta que parecía en desuso, una
hilera de palcos a los costados, y un cortinado bordó de terciopelo, bastante
conservado. La convocatoria había sido hecha para formaciones de jazz,
clásica y tango seleccionadas de manera exhaustiva, entre una decena de
postulantes que habían enviado sus grabaciones de muestra. La Yumbera,
actuaría luego del grupo de jazz, por lo que Pablo tuvo poco tiempo para
familiarizarse con el piano. El director de la institución, moinsieur
Rocheteau, que conservaba el mismo entusiasmo, por el evento, desde
hacía más de quince años, los acompañó hasta el aula asignada, que estaba
ubicada en el segundo piso, para que se pusiesen en clima, durante las dos
horas y media previa a la presentación. El lugar tenía amplios ventanales y
estaba ubicado al fondo de un corredor, en el extremo opuesto al escenario.
A poco de empezar a repasar detalles de ajustes y arreglos, Fabio llegó con
una bandeja repleta de canapés, y una botella de gaseosa debajo de cada
axila.

-Les traigo esto. No está nada mal. Me voy, no quiero molestar.


-Te podés quedar - le respondió Pablo.
-Oui.
-Oui.
-Oui.
-Oui
-Les agradezco, pero siento que molesta si me quedo.
123

Luego de hablar sobre algunos arreglos, Pablo decidió salir por unos
minutos, porque le pareció escuchar a Fabio conversando con una mujer
joven, que podría ser Emilie. Con la excusa de la necesidad de ir al baño,
salió al pasillo y comprobó que ninguno de los dos estaba allí. Apurado
retomó la charla con el grupo, para evitar desconcentrarse, que era lo que
más temía.

Las butacas, estaban ocupadas en casi sus dos tercios cuando salieron a
escena. Al ver los asientos cubiertos hasta donde les permitía ver la luz del
escenario, los cinco se entusiasmaron. Pablo, pronunció para sus músicos
las dos sílabas que indicaban el comienzo, definían al grupo y al estilo
musical: yum - ba, y el debut se puso en marcha.

Comenzaron con La Cachila, y el aplauso recibido les dio la confianza


que necesitaban para despejar la tensión. Después del cuarto tango, Nunca
tubo novio, se dieron cuenta, por la respuesta del público, que todo fluía,
sin la necesidad de tener conciencia de que estaban allí, y debutando.
Cuando terminaron de interpretar A Evaristo Carriego, Pablo notó que
monsieur Rocheteau, aplaudía de manera efusiva en la primera fila.
Terminaron, como lo habían establecido con Zum de Piazzolla. Pablo, se
sintió con una soltura, que le permitió una breve licencia para jugar con los
semitonos. El solo de Jacques, seguido luego por Philippe, como segundo
violín, coronó la actuación, cautivando, de manera definitiva, al auditorio.
El entusiasmo viajaba de ida y vuelta del escenario a la platea.

Cuando se fueron encendiendo las luces, en medio de los aplausos,


mientras saludaban al público, Pablo vio a Emilie de pie en una de las
últimas filas de butacas, y se fue corriendo del centro del escenario hacia el
costado donde estaba Philippe, para decirle que ella estaba en el fondo de
la sala y que por favor bajase de inmediato a buscar a Fabio, para que la
retuviese, hasta que él llegara. Philippe, sorprendido, divisó a Emilie. Lo
124

primero que pensó fue en no decirle nada a Fabio, pero por culpa, o por
honor, o por acatar una orden, o por el grupo, o por todas esas razones
superpuestas buscó a Fabio, que estaba sentado en medio de la segunda
fila, que de inmediato se dio vuelta y corrió hacia la salida del salón. Emilie
estaba con una amiga, en la puerta del auditorio, y aceptó el pedido de que
se quedara para hablar con Pablo.

Cornel, Ejnar y Jacques, insistieron en ir a cenar todos juntos a algunos


de los restaurantes que habían visto a orillas del río Somme, camino al
teatro. Philippe trató de excusarse por que estaba Fabio, sin lograrlo.
Mientras, Pablo le pedía a Emilie que lo esperase en la estación de Amiens,
hasta poco antes de la medianoche, porque debía compartir con el resto de
los músicos el éxito del debut. Emilie, hizo tiempo con su amiga,
recorriendo la ciudad, que lucía en la noche tan apacible y bella como
durante el día, hasta que la dejó en la estación junto con los integrantes de
La Yumbera y de Fabio.

Cuando quedaron los dos solos, caminaron casi sin decirse palabras que
los comprometieran, pero que insinuaban el principio a la introducción, de
lo que ninguno de los dos sabía, con las heridas que llevaban a cuesta cada
uno: si se trataba del fin de una relación, o de un reencuentro.

-Amiens est bleu.


-Sí. Parece más bleu que bordeaux. Al menos de noche.
-Vous avez dit que ètiez bleu et bordeaux.
-Es sólo un título. Lo que dije está en la música de ese tango.
-Il est de votre façon de dire.
-Ya no hay un puto bar abierto, por acá.
Cuando la Catedral de Notre Dame, de Amiens, estaba al alcance de los
pies de ambos, Pablo se detuvo, como si se pudiese ingresar a esas horas
de la noche. Miró hacia el cielo. Los cuarenta metros de altura de la
125

Catedral lo hicieron pensar en la acústica que tendría el lugar. Se imaginó,


que si tocará el piano allí, la resonancia haría que las notas que se
dispersaran en el aire, le permitirían descifrar que era lo que sentía por
Emilie, mientras bordeaban el edificio para terminar ingresando en el hueco
del portal central, el de “El juicio final”. Las emociones de enojo, de
desprecio, de amor, de desasosiego y de dolor se fueron manifestando, en
ambos, como si fuesen cartas puestas sobre un tapete, que un tahúr iba
dando vuelta de a una, sin poder predecirse el orden de esas barajas.
Emilie, no dejaba de observarlo a la espera de algún indicio, como si lo
que le pudiera transmitir Pablo ordenara sus pensamientos. De lo único que
estaba segura, era de que quería volver a verlo, y Pablo estaba allí, junto a
ella, lo demás pura incertidumbre de saber si podía hacer nuevamente el
amor con él.

Pablo, de un impulso la abrazó, apretándola contra su cuerpo, la miró y


recordó el cuerpo de Sofie. “Es igual, es una puta”, pensó.

Emilie, espero que la besara. Sólo podía dejarse asir por él, como un
objeto, que esperaba fuese de amor.

-Tengo un enorme dolor. Me traicionaste. No supe darme cuenta de


quien eras, ni sé bien quien sos. Me asusta. Me seguís gustando y te haría el
amor a mordiscones. Me metería dentro tuyo, con más fuerza que nunca
¡Te pagaría como a una prostituta! ¡Te cagaría a trompadas! ¡Quiero que
me hagas sacudir el cuerpo y la cabeza, para saber que carajo me pasa con
vos!
Emilie, no dijo palabras. No las tenía. Corría riesgo de quedar degrada
para Pablo, y de que Pablo sufriera por ello, aun más. Si era amor se sabría,
si era desprecio, también.
……-Allez où vous voulez.
-Quiero acá, contra la puerta de esta Catedral.
126

Pablo, la besó con intensidad. Le subió con furia la remera. Le


desabrochó con apuro el sostén. Se bajó con rapidez sus pantalones y luego
su bóxer. Le deslizó, casi con violencia, la bombacha hasta dejarla
suspendida de uno de los tobillos. Le subió las piernas, con ansiedad, para
que se aferraran a su cadera, y la penetró con más fuerza que todas las
veces que le había hecho el amor. Emilie se dejó hacer. De cuclillas contra
el piso quedaron los dos abrazados. El llanto de Emilie intentó ser
contenido, el de Pablo también. Cuando se repusieron volvieron a impactar
sus cuerpos. Emilie se sintió degradada, como si estuviese pagando un
precio, pero también amada por Pablo.

-¿Y ahora qué?


-Je ne sais pas.
-¿Podés intentar hablarme un poco en castellano?
-Sí.
En la noche estrellada, comenzó a soplar un viento frío, del que no
lograban protegerse en la bóveda del portal principal, como si estuviesen
expuestos a la intemperie. Las imágenes del cielo, del infierno, de los
jinetes del Apocalipsis, de los apósteles, y de profetas en los costados, y la
de Cristo Salvador sobre el parteluz superior del portal central, parecían la
escenografía adecuada para dos amantes, a la espera de un veredicto, que
sería, imposible de apelar.

Emilie le dijo a Pablo que se sentía cansada, que era tarde para abordar
un tren a París y le pidió que la acompañase hasta un hotel, y, si él quería,
pasaran la noche juntos. Pablo, sin sentirse despejado decidió dormir con
ella. Habían visto en el recorrido hasta la Catedral un pequeño alojamiento
a orillas del Somme, que parecía económico.
127

El conserje, a desgano, les dio una habitación sin ventanas, con la


alfombra raída y una cama de hierro que parecía del siglo diecinueve por lo
inestable, con sábanas que cualquiera hubiese pensado que no fueron
cambiadas después de la partida de los últimos moradores, y un olor a
humedad que lo impregnaba todo . Emilie, decidió acostarse vestida. Pablo,
en consonancia, se dejó el jean puesto, recordando el hotel donde había
estado la noche anterior con Sofie. Emilie pareció dormirse. Como siempre,
ella había elegido el costado izquierdo de la cama. Sólo se había descalzado
y quitado el suéter de hilo con botones. Pablo, se arrodilló a espaldas de
ella y comenzó a observarla. Primero sus pies con las uñas pintadas de
color nácar, luego sus piernas subiéndole la pollera, para después quitársela
con cuidado. Entre dormida, Emilie decidió quedarse inmóvil, no podía
hacer otra cosa que dejar hacer a Pablo lo que él quisiera sobre su cuerpo.
Cuando comenzó a sacarle la remera, ella apenas se dio vuelta y extendió
sus brazos hacia arriba para facilitar la maniobra. Pablo, se detuvo mirando
el cuerpo de Emilie, una y otra vez, intentando compararlo con el de Sofie.
No le resultó tan parecido como había supuesto. Notaba una sensibilidad de
la que Sofie carecía, el cuerpo de Emilie le parecía más ingenuo, también
más peligroso. Era el cuerpo de Emilie. Seguía siendo Emilie. Sin que la
escuchase comenzó a decirle “no sé si te puedo perdonar, pero vos
perdoname”. Algo había percibido Emilie, en ese momento. Tal vez,
porque algún leve temblor de Pablo mientras le hablaba, de manera silente,
produjo un movimiento sobre el colchón. Tal vez, porque aunque Pablo no
se habría dado cuenta de lo que le decía, podía haber sido escuchado
aunque fuese como un susurro. Tal vez, porque esperaba algo de Pablo que
le permitiera salir de su inmovilidad, que hizo que volviera a darse vuelta,
poniéndose frente a él, para mirarlo con ternura, como pidiéndole que la
rescatara, sin saber de qué. Pablo, la abrazó y le repitió la frase, en fránces:
128

“Je ne peux pas te pardonner. Mais tu pardonne-moi”, para que fuese oída
por ambos.

-Podría decirte que viniste también a escuchar a Philippe, o a


acompañarlo.
-Vous savez que yo sui venu por ti. Solo por ti.
-¿Cómo hago para volver a quererte? ¿Cómo hago para sacarme de la
cabeza que estuviste con Philippe?
-Si vous ne me aime pas ¿que poder hacer? Rien. Rien. Nada. Je tente
d’aprender a cuidar a moi.
-¿Ahora! me decís que te tenés que cuidar? ¿O me estás pidiendo que te
cuide? Sé que no te cuidé. Soy egoísta, pero ya es…
-Silencio mon amour - le dijo Emilie y se acercó para besarlo. Pablo
esperaba que lo hiciese.
Pablo decidió que Emilie tomase la iniciativa, sin que se lo indicara. Y
así fue, Emilie lo besó en la boca, y Pablo se quitó el jean y el bóxer, luego
ella se despojó del sostén y de la bombacha. Emilie le recorrió el cuerpo
con la lengua. Pablo se excitó hasta pedirle que subiera encima de él, y que
se moviera con suavidad. Ella llegó al orgasmo en el mismo instante que él
eyaculaba, y luego se desplomó sobre el cuerpo de Pablo y lo abrazó. Fue
como Pablo quiso que fuera. Emilie, sintió, en ese momento, que estaba
volviendo a Pablo. Era casi una necesidad para ella. Pablo, sintió, en ese
momento, que Emilie podía satisfacerlo, sin que fuese necesario que la
amara, como con una prostituta, como con Sofie. Emilie, no dejó de
acariciarlo, aun dudando de si la perdonaría. Pablo, respondió a las caricias
con caricias. Le seguía gustando la piel de Emilie, el placer de lo táctil al
deslizar sus dedos sobre el cuerpo de ella. Emilie, quería decirle que lo
quería y que lo seguiría queriendo, a través de su entrega corporal. Pablo,
quería decirle que con que lo quisiera no era suficiente, silenciándolo con
su recepción corporal. Ambos, esperaban quedarse dormidos y que al
129

despertar todo fluyera como el agua de un arroyo, que había dejado de


correr por la interposición de un tronco, que por efecto de una tormenta fue
depositado, por azar, en el recorrido. Emilie, se relajó y se durmió abrazada
a Pablo. Pablo, se cobijó de su insomnio, en el cuerpo que lo causaba.
Cuando Emilie se despertó, vio que Pablo estaba con los ojos bien abiertos
y la mirada hacia ningún lado, o mejor dicho hacia adentro. Sintió temor.
Por algo le había dicho “silencio mon amour”.

-Esto es muy denso.


-¿Densó?
-Como la bruma a orillas del Sena en invierno.
-Como l’tango.
-Sí. La densidad musical del tango, si la podés interpretar ¡es lo más!,
pero esto no es música, es mi vida. No me banco esta densidad. Y ahora
estoy acá con vos, con la densidad y sin música. ¿Entendés Emilie?
-Je comprends. Ce n’est pas possible
-No. Pasó lo que pasó. Yo, no lo busqué. Vos, creo, que tampoco. Me
duele todo esto. Es triste. Como dice la letra de Los mareados, pareciera
que “hoy vas a entrar en mi pasado”..
-Je n’ai pas d’autre lugar al’intérieur de toi ¿Je sui morte pour toi?
-Hoy no. Mañana, no lo sé. Pero, tarde o temprano, creería que sí.
-Tu corps, il me dit que suis viva.
-Sí. Me seguís gustando tanto como la primera vez que te vi. Pero, hay
algo con lo que no puedo.
-Vivir aujourd´hui. Ahora.
Pablo la besó, y se quedó abrazado a Emilie, que no paraba de llorar
atragantada
por el llanto.
130

Salieron del hotel agarrados, con fuerza, de las manos, como si


estuviesen expuestos a un huracán que los amenazaba separar y arrojar tan
lejos al uno del otro, que nunca más podrían volver a encontrarse. El
tiempo necesario para que Emilie entrara en el pasado de Pablo, había
comenzado. Durante, las diez cuadras hasta la estación Emilie no dejó de
mirar el rostro de Pablo. En el viaje a París, Emilie se acurrucó en el
asiento contra el cuerpo de Pablo, que no dejaba de ver por la ventanilla,
sin lograr mirar nada, ni de sentir el cuerpo de Emilie, sin atinar a aceptarlo
o rechazarlo. No hablaron, sólo algún comentario, fuera de lugar y de
tiempo. Cuando bajaron en Gare du Nord, volvieron a tomarse de las
manos. Pablo, dudó entre acompañarla hasta el departamento de
Montmartre, dejarla en la estación, o seguir agarrados de la mano hasta que
el cansancio muscular, la voluntad o el tedio los separara. Sabía que si
fuera por Emilie, la mano no se la soltaría.

-Decime algo. Por favor.

-Je t’ ait dit.


Al igual que cuando se había ido del departamento de Emilie, la estación de
Gare du Nord, le parecía, a Pablo, más ancha y alta de lo que era.
Nuevamente se sintió diminuto. Temió que si le soltaba la mano a Emilie,
se sentiría perdido.
-No escuchaste Bordeaux et Bleu.
-¿Écouter? No. Il m’a peur. Miedo.
-A mí también, pero necesito que lo escuches. Vayamos al cuarto que
alquilé, y lo toco para vos. Mientras lo componía te imaginé viéndome al
piano, sentada en un taburete, en silencio.
-Morte ou non. J’etais allí.
-Sí. Estabas ahí.
131

Cuando subían la escalera, la señora Pompei la bajaba. Ante la mirada,


entre pícara y sancionadora, Pablo le dijo que era una compañera del
instituto musical (si bien Emilie había estado hablando con la señora
Pompei, casi dos días antes). Cuando ingresaron a la habitación, Emilie se
sentó cerca de la puerta. Pablo, se puso al piano y ella cerró los ojos para
comenzar a escuchar, entre la ilusión de comprender que sentía Pablo por
ella y el convencimiento de que no habría nada más entre ellos después del
último acorde de Bordeaux et Bleu.

-¿Qué te pareció?
-Il y a tant de amour dentro de ese tango. Fuera, je ne sais pas.
-Dentro de un tema todo es seguro, como en un cuadro, como en un
libro.
-Je suis fuera. Intempérie.
-Yo no sé si saldré alguna vez a esa intemperie. Si asomo la cabeza a la
intemperie, enseguida la meto adentro. Miro por la ventana. Hacer música
es observar por la ventana, y contar lo que estás mirando.
-Je suis así.
Antes que Pablo le respondiera, Emilie, tomo su bolso, que había dejado
apoyado al pie de la silla, y se fue sin decir palabra, cerrando con suavidad
la puerta del departamento. No parecía un acto determinado por el impulso,
no parecía un especulación para que Pablo saliera detrás de ella, siquiera
que no había soportado Bordeaux et Bleu, al que ella le hubiese cambiado
el orden de los colores. Más bien la sensación de que después de
reconocerse en esa música, en los acordes más marcados y rítmicos, de
verse expuesta a la intemperie, decidía regresar sola a su departamento.
Volvería a ver a Pablo, o no, tanto por lo que él decidiera como por lo que
ella decidiera, pero sabiendo que no serían los mismos. Tenía razón Pablo,
132

haber escuchado el tango que para él los representaba, le permitía mirar la


relación entre ambos como a través de una ventana, con la distancia que se
necesita para comenzar a preguntarse qué es lo que se quiere.

Pablo, siguió sentado al piano sin detenerse en que Emilie se había


marchado. Como si no se hubiese dado cuenta; como si con que ella haya
estado allí para escucharlo sin decir palabras, fuese suficiente; como si
intuyera que ella podría entender, a través de su música, de qué se había
tratado para él la relación entre ambos, o, quizás, simplemente, hacer
realidad la fantasía de verla sentada, cuando componía Bordeaux et Bleu.
Había comenzado con el Concierto para Piano en Sol Mayor, de Ravel. El
ritmo intenso del final del concierto, con la mano derecha tecleando en un
mismo lugar y la izquierda cruzando, por arriba, a uno y otro lado del
teclado, a una velocidad que excedía su capacidad técnica, para después
arañar las teclas, como escarbando en busca de un objeto preciado debajo
de la música, lo dejó sin fuerzas. El cansancio que sentía, le pareció que iba
más allá de la exigencia de la interpretación. La energía, desplegada casi
con euforia, se fue esfumando. Su sensación de tranquilidad, o al menos de
estabilidad, ante una avalancha de sentimientos que se superponían,
desapareció cuando prosiguió con los Trabajos para piano, también de
Ravel. Pablo comenzó a angustiarse. El mismo estado de disociación entre
sus músculos y su cabeza que había padecido en la piece d’ombres,
reaparecía. No alcanzaba con tocar, durante una hora y media, necesitaba
de palabras que no tenía. Como se le había hecho costumbre, decidió
ducharse a la espera de que la caída de agua sobre su cuerpo lo atemperara,
o de que lloviese alguna idea que lo sacase de ese marasmo ¿Con quién
133

hablar?, ¿con Fabio?, ¿con monsieur Luminié? ¿O mejor ir en busca de


Sofie y pagarle para poder relajarse?

Semidesnudo y parcialmente seco, se sentó nuevamente al piano


¿Chopin o Piazzolla? Intentó intercalar fragmentos de Nocturnos, de
Chopin, con fragmentos de Invierno Porteño, de Piazzolla. A poco de
tocar, comenzó a sentir un dolor en los músculos que se insertan en los
omóplatos, que le impedían seguir ejecutando. Marcó el número de
teléfono de Fabio, cuando lo atendió, sin la introducción de un saludo, le
preguntó:

-¿Estás con Philippe?

-No ¿Por qué?


-¿Cómo hiciste para perdonarlo?
-¿Qué pasó con Emilie?
-Todo, y nada.
-Nadie está obligado a perdonar a nadie.
-¡Me dejó una sensación de vacío haber estado con ella! Es como verla
siempre desnuda, aunque esté vestida.
-Te sigue calentando.
-¡Qué carajo importa si me sigue calentando! Me pueden calentar
muchas minas.
-¿Estás seguro que te cagó?
-Sí, Fabio. Me cagó. Eso, me desubicó. No sé quién es.
-¿Querés saberlo?
-Me hundiría si lo intento. Vos sos distinto.
-¿Creés que yo no sufrí? ¿Qué no tengo miedo que se vuelva a acostar
con otro u otra? No me preguntes si lo perdoné o no. Estoy con Philippe.
-Yo no puedo.
134

-¿Cúal es el problema si no podés? No tiene más vueltas. El amor no es


fácil.
-¿Por qué me sigue importando lo que pasó si no quiero volver a verla?
¿O me da lo mismo? No lo sé.
-El orgullo y el amor, no son lo mismo. Ni creo que te de lo mismo,
Pablo.
-Es muy triste lo que pasó.
-Para mí estar sólo, ahora, es lo más triste que me puede pasar. Si no lo
tengo a Philippe al cien por ciento, acepto que esté al setenta, al cincuenta.
Si me demuestra que me quiere, con eso me alcanza. Todos tenemos cosas
retorcidas. Por empezar yo. Me conocés.
-No me banco lo retorcido.
-No parece. Vos estás seguro que mi pareja se acostó con tu novia. Sin
embargo, no lo expulsaste del quinteto. Si eso no es retorcido ¿quelle chose
il est-elle?
-Con eso tengo bastante. Bancarme verlo a Philippe.
-Si Emilie fuese músico, quizás no soportaría que toque conmigo. Pero
eso no pasa.
-Me hacés reír.
-Me alegra. Pensándolo bien, me parece que para vos, mi querido
amiguito, que Philippe permanezca en La Yumbera es como hacer de
cuenta de que no pasó nada entre ellos. Vos masoquista no sos. Pero verla a
ella, estar con ella, coger con ella te hace presente que estuvo con otro y ahí
no podés hacer como si nada hubiese sucedido.
-¿Ahora sos psicólogo también?
-Hablando de psicólogos. Empecé terapia hace dos meses.
-¿Me estás diciendo que vaya a analizarme?
-No estaría mal.
-¡Emilie tendría que ir!
135

-¿Qué sabés si ella va o no?


-¿Y si ella fuera que garantía hay?
-¿Para ella o para vos?
-¿Por qué no te vas a la mierda?
-Lucho para tratar de no irme a la merde.
-Yo siento, que camino sobre mierda con todo esto.
-No te acerques a mí hasta que no te laves los pies.
-Lo único que saqué en limpio fue un tango.
-Seguí pisando merde, y tendremos más tangos.
-¿Cuándo nos juntamos a comer?

La charla con Fabio lo alivió, y pudo irse a dormir tranquilo. Durante


la noche soñó con Emilie. Ella tocaba el violín, descalza y en punta de pié
vestida con un solero negro que le llegaba hasta los tobillos, sobre un
escenario circular, suspendido en el aire, que giraba con lentitud. A medida
que ella se elevaba, los sonidos eran más agudos y penetrantes. Pablo,
estaba sentado en primera fila, en un especie de teatro al aire libre. Cuando
Emilie lo miraba, no dejaba de sonreírle. Por momentos el escenario
comenzaba a desplazarse a cierta altura, como un plato volador. Cuando
Pablo creía que la perdería de vista, ella volvía a aparecer. En un momento
del sueño, Emilie salta, sin dejar de tocar el violín, del escenario giratorio
al piso, a poca distancia de donde él estaba sentado. Cuando intentaba
incorporarse para alcanzarla, Emilie subía nuevamente al plato volador,
que giraba sobre su cabeza, él se paraba sobre la butaca donde estaba
sentado para intentar treparse al círculo de madera donde ella tocaba,
logrando apenas rozar el borde con sus dedos. La música, que Emilie
interpretaba le resultaba conocida, pero no podía precisar ni el tema, ni el
género, ni el autor, aunque podía escuchar las notas de cada acorde.
136

Cuando se despertó, por la mañana, recordó el sueño. Pensó que Emilie


seguía siendo bella. Durante semanas recordó varias veces al día la imagen
de Emilie sobre ese escenario, si bien le producía cierta ansiedad, también
le permitía deleitarse.

Monsieur Rochetau, por un lado, y monsieur Luminié, por el otro,


facilitaron la primer gira de La Yumbera por Francia. Durante un mes y
medio, tocaron en Caen, Dijon, Vichy, Niza, Cannes y Marsella. El
espíritu de grupo se fue consolidando, a medida que se sucedían las
actuaciones y la aceptación del público.Cuando llegaron a Niza, sin que
ninguno de los cinco músicos hiciera mención, ya todos pensaban que
estaban para grabar algo más que los dos discos, que, si bien no carecían de
calidad, habían tenido como objetivo la entrega a un potencial contratante y
el ingreso de algo más de dinero por ventas, que el obtenido en cada
actuación. Fue Cornel, quien tomó la iniciativa, al día siguiente de la
segunda función, que los había colmado de satisfacciones por las
interpretaciones y el entusiasmo de los asistentes, de contactactarse con el
empresario musical que los fue a saludar al camarín y les había dejado su
tarjeta. Monsieur Rodez, quien promocionaba formaciones que se
dedicaban a lo que se denominaba música del mundo, según dijo. Rodez,
les había ofrecido la posibilidad de representarlos, garantizándoles una gira
por Bélgica, Holanda y Alemania, y la producción de dos discos con
llegada a toda Francia. Cornel, junto a Pablo y Ejnar, tuvieron un primer
encuentro informal con Rodez, en el que comenzaron a hablar de la posible
gira y de eventuales grabaciones, quedando en volver a encontrarse en
Niza, una vez cumplido con las actuaciones pendientes en Cannes y
Marsella.
137

Philippe y Jacques, si bien confiaban en sus compañeros, manifestaron


cierto desacuerdo durante la cena de celebración, luego de la última
presentación en Marsella y final de la gira, por no ser partícipes del
encuentro con Rodez. La primera fisura se producía en el grupo, dejando de
lado la que parecía haber sido enmendada entre Pablo y Philippe, que tenía
carácter de una postergación en silente acuerdo. Cualquier discusión o
intercambio de opiniones con Philippe, para Pablo ponía en escena a
Emilie, que seguía formando parte de sus pensamientos como una
interpelación acerca del engaño, del perdón, del desconocimiento y del
amor, sabiendo que al haber evitado la presencia de Philippe, en esa
reunión, lo colocaba en incomodidad consigo mismo. Cornel, por ser
propenso a la concordia, reconoció que lo mejor hubiese sido que los cinco
estuviesen presentes, sugiriendo la asistencia de todo el quinteto en la
nueva reunión en Niza. Ejnar, planteó que en nada cambiaba si estaban
presentes todos o algunos, manifestando que no se incomodaría si lo
ausentaban del encuentro. Pablo, fue quien discutió con Jacques y Philippe,
haciendo pesar que el director era él, si bien todo lo concerniente al grupo,
como lo hacían con los arreglos de cada tema, se consensuaba, sosteniendo
que el consenso superaba, casi sin excepción, los pareceres y cualidades de
cada uno de ellos. Jacques, olvidó el enojo a la tercera copa de vino en esa
cena. Philippe no. Se retiró de la mesa quejándose del autoritarismo de
Pablo, que puso de manifesto con menor intensidad de la que sentía.
Pablo, decidió llamar a monsieur Luminié, para saber si conocía a
Rodez, dejando de lado a Fabio porque sabía que Philippe ya se habría
encargado de hacerlo. Philippe, no consultó a su profesor de violín, porque
sabía que Pablo lo haría con monsieur Luminié, y este con su profesor. Por
ambos lados, la información recibida fue la misma: ni idea de quien era
Rodez. Les quedaba el nombre de una banda de rock (que conocían), el de
un grupo de música celta (que habían sentido nombrar), de cierto prestigio,
138

el de una cantante lírica finlandesa (bastante reconocida), y en particular


de una concertista de piano tucumana, que mencionó como al pasar,
llamada Julia Elena Aráoz, con quien estaba casado y había vivido diez
años en España, que explicaba, en parte, su casi perfecto dominio del
castellano.
La mañana siguiente, Cornel y Ejnar decidieron volver a París. El
primero por motivos amorosos, el segundo porque lo habían invitado a
participar en un festival de jazz. Los dos dijeron que les gustaba la
propuesta de Rodez, y que la decisión que se tomara, sería aceptada.
Jacques, que no sabía, como el resto del grupo, de la relación que tuvo
Philippe con la novia de Pablo, pero que algo intuía, decidió no dejarlos
solos a sus dos compañeros, por lo que propuso acompañar a Pablo,
suponiendo que Philippe se abstendría de asistir al encuentro. Cuando
Jacques, esa misma mañana, se enteró que Philippe le había pedido
disculpas a Pablo, manifestando que él también volvería a París, decidió
quedarse en Marsella para viajar junto a Pablo a Niza.
Para Pablo, Jacques era el único del quinteto que tenía talento, también
el que carecía de cualquier virtud vinculada a lo comercial, siquiera a lo
conveniente. De todas formas, marchó junto a él a Niza, convencido de que
al menos la pasarían bien. Tenían dinero suficiente para quedarse más de
un mes, en esa ciudad, en la que Pablo, apenas la recorrió, imaginó ideal
para vivir allí, en un futuro.

Cuando regresaron a Niza, Pablo llamó a Rodez luego de haberse


alojado, junto a Jacques, en un hotel de la parte vieja de la ciudad, que les
había gustado por los colores ocres y rojos, de las edificaciones (huellas de
la pertenencia a Italia hasta mediados del siglo dieciocho), tan distinta a
los grises y tizas del resto de Francia y de la misma Niza. Rodez los invitó
139

a almorzar en el Hotel Negresco, ubicado sobre la Promenade des Anglais,


frente al mar, en uno de sus restaurantes: La Rotonde Brasserie. Al llegar al
lugar, Pablo y Jacques quedaron impactados por el edificio, construído a
principios del siglo diecinueve, con su torreta color salmón en forma de
merengue, dominando una esquina del Paseo. La sensación de asombro fue
en aumento, cuando ingresaron al hotel y apreciaron el vestíbulo oval, al
estilo de Luis XVI; con pisos de mármol; columnas blancas; con una araña
de cristal rodeada de un tragaluz adornado; con paredes con molduras
doradas y querubines de colores, y con amplios sillones estilo francés. La
exuberancia, les produjo cierta gracia, que con rapidez, se convirtió en risa
cuando accedieron al restaurant. Jamás se hubiesen imaginado, sobre todo
Pablo, que iban a almorzar en un carrusel. Caballos blancos de madera,
ubicados en cabinas tapizadas de tela, atravesados por postes torneados,
redondos y dorados, rodeaban en círculo las mesas en la planta baja, y se
asomaban en las balaustradas de la planta alta. Una araña de cairel, que
parecía bañada en oro, colgaba de una plataforma circular con dos líneas de
luces, entre las que se podían apreciar frescos, separados también por luces.
Paredes que simulaban el cielo con leves nubes y pájaros; y cortinas
carmesí, le hicieron pensar a Pablo que allí sólo servirían confituras, tortas,
helados, manzanas e higos recubiertos de caramelo, o celebrarían fiestas de
carnaval, la aristocracia.

Monsieur Rodez los esperaba sentado en una mesa circular, vestido con
un traje de lino blanco, un sombrero Panamá con una vincha negra, y una
camisa de seda celeste desabotonada hasta donde termina el esternón. Una
botella de champagne en un balde, con la correspondiente servilleta
rodeándola, ya había sido descorchada. Mientras Pablo y Jacques, se
sentaban, entre risueña y tímidamente, monsieur Rodez comenzó a verter
el Pommery en dos copas, mientras los saludaba inclinando la cabeza.
140

-Supongo, que no conocían este lugar. Para algunos, todo un exceso -


arrancó la conversación Rodez, en español, forzando a Jacques a entender
lo que decía, si bien había practicado un poco el español en su
adolescencia.
-Tu supposes bien, nous no le connaissions et dans le personnel je vois
que l’on est un excès pur. Ne me moleta pas - contestó Jacques,
sorprendiendo a Pablo por tomar la iniciativa de la conversación, que
ninguno de los dos comenzó a imaginar sin sobremesa
. -Aquí, solía venir Dalí, Louis Amstrong. Estuvieron hasta Los Beatles
entre otros tantos artistas. Si les dicen que lo decoró Dalí, nadie se
sorprendería.
-La Yumbera, es la primera vez que viene. Agregaría que, además de
Dalí, si alguien dice que parece un escenario montado por Fellini, tampoco
llamaría la atención - comentó Pablo, dispuesto a poner en juego su
agudeza y, si resultase necesario, la ironía como arma, en caso de tener que
defenderse, ante un hombre que comenzaba a resultar apabullante.
-Me gusta hablar de mí, de música, de mujeres, de bebidas y de
comida.
-Nosotros vinimos a…. - balbuceó Pablo.
-Por algo están aquí. Trato de ser cordial y mostrarme como soy desde
la primera cita, ya se trate de mujeres o de futuros representados.
-Nous ne sommes pas femmes, et nous verrons si nous réussissons à
décider que tu nous représentes - aclaró Jacques, aumentando la sorpresa
de Pablo, que empezó a darse cuenta de lo poco que conocía a sus músicos.
-Pido perdón. No te pregunté cómo te llamas. Estuve con el director,
monsieur Pablo, y si recuerdo bien con Ejnar el contrabajista, y con Cornel
el chelista.
-Je m’appelle Jacques.
141

-Eres un gran violinista, me conmovió como tocas. Tienes talento.


Mucho gusto Jacques - le decía Rodez mientras le extendía la mano.
-Beaucoup de goût monsieur Rodez ¿quel est ton prénom ?
-Antoine.
-Tu es un homme excentrique Antoine : mais qui existe de toi avec la
musique ?
-Es una larga historia. Se las cuento si quieren. Mientras, elijan que van
a almorzar. Aquí todo es muy sabroso, o al menos eso creo yo - comentaba
Rodez, mientras volvía servir champagne, en las tres copas.
Pablo, eligió filet de bacalao y Jacques lomo de cordero.
-El plato que siempre elijo, Jacques.
… Pablo, comenzó a sentirse fuera de la escena. Pensó, que, dado como se
venía dando la conversación, lo mejor era irse y dejar que Jacques
resolviera el tema por el que habían sido convocados. También pensó, que
si quería trascender, tenía que ser capaz de poder traspasar la barrera que,
parecía, le imponía Rodez, del que nada sabía y, por lo que había dicho y
como se venía comportando, o bien era un farsante, o bien alguien que se
mostraba inabordable en un comienzo para poner a prueba a quienes iba a
representar. No sin dudas, optó por la segunda opción, luego de la tercera
copa de Pommery.
-Somos unos jóvenes músicos, que por iniciativa mía incursionamos en
el tango. Los cinco provenimos de una formación clásica, y como tú diste a
entender el mejor de nosotros, el único que realmente posee talento es
Jacques. Yo, soy un trabajador del piano, un carpintero que golpea las
teclas con más insistencia que brillo, como diría el maestro Osvaldo
Pugliese.
-Escucho a Troilo, a Pugliese, a Salgán, a D’Arienzo, y a Piazzolla
también, cuando quiero disfrutar del tango. Si te consideras un pianista del
montón, creo que no es así, al menos permíteme decirte que tienes
142

ductilidad y que conduces un grupo, que no sólo suena muy bien sino que
además tiene una sensibilidad que logra llegar a la gente. Por eso estamos
aquí ¿Entiendes?
Pablo, entendió lo que le decía Rodez por su literalidad, también que valía
la pena empezar confiar en ese hombre que se parecía a Gerarde
Depardieu , pero de pelo negro y reteñido, con cara de boxeador y de
alcohólico, con el cuerpo de un rugbier después de años de haber dejado
las canchas, y un andar de elefante.
-Estuve pensando, por que algo de oído tengo, por cuestiones de
formación y de experiencia, que…
-¿Eres músico Antoine? - preguntó Pablo, interrumpiéndolo.
-Mira, tenemos tiempo. Les dije que me gusta hablar de mí. No nos
apuremos, habrá champagne, si quieren, hasta que estos caballitos
empiecen a girar ¡Nadie se va de aquí sin ver moverse a estos corceles
alrededor de uno!
-Allons - nous parler des tournées?- le preguntó Jacques, haciendo reír
a Antoine y a Pablo.
-Ya vamos a hablar de giras, Jacques ¡Son peor que las mujeres,
ustedes dos!
-Somos músicos. No contestaste la pregunta que hice - le respondió
Pablo.
-Nos vamos a divertir con La Yumbera. Ya nos estamos divirtiendo.
Buena señal.
-Un signe de quoi? – le preguntó Jacques.
-Sin humor no hay nada que valga la pena. No me gustan los músicos
sin humor, menos aún las mujeres que no lo tienen. Trato de tomarme la
vida con humor, llevo años representando artistas. Cantantes líricos, bandas
de rock, alguna que otra filarmónica, pianistas, grupos de jazz y de música
celta. Sin humor es imposible tratarlos. Por eso sé cómo venderlos.
143

Ni Pablo, ni Jacques tenían la menor idea de lo que era un representante.


Tal vez por eso, ante el comentario de Antoine, se miraron como no
sabiendo que responder. Antoine, lo sabía y jugaba con la inexperiencia de
ambos.
-Están desconcertados, muchachos. Si piensan que soy un filibustero,
no se equivocan. Lo soy, me apropio de la música de mis músicos, la hago
mía, pero siempre para el beneficio de ellos.
-Si tu idea es impactarnos, lo has logrado - le comentó Pablo.
-Sé de música y de mercancías. La música, para mí es la mercancía más
noble, más que el cuerpo de una mujer. Si no, hubiese elegido ser un
proxeneta.
-Antoine, no creo que seamos una mercancía - le respondió Pablo,
intentando ser gracioso sin lograrlo.
-Les dije que me gusta hablar de mí. Eso es lo que estoy haciendo. Si
no les gusta como soy, pues bien, disfrutamos de este almuerzo y et voila.
-Pourquoi voulons nous représenter ?
-Es lo mío. Provengo de una familia de tenderos. Mi bisabuelo ya era
tendero. Él comenzó a generar una pequeña fortuna. Llevo lo comercial en
la sangre. Para ser un buen tendero tienes que saber comprar, allí está la
clave. Tienes que saber distinguir una seda de una imitación. Conocer qué
colores son los que le gustan a la gente. Saber armar una colección; ser
cordial y firme al mismo tiempo; demostrar que entiendes de telas.
Convencer de que es lo más conveniente para cada vestido, para cada
ocasión. Nací en una tienda de París, todavía existe. Me gustaba el negocio,
pero también la música. En mi casa se escuchaba música clásica casi todo
el tiempo. Comencé a estudiar piano a los cinco años. Decían que era muy
bueno. Creo que es verdad. Fui tendero y concertista hasta los treinta años,
nunca logré dejar la tienda del todo, tampoco la música. Y aquí estoy.
Después de separarme de mi primera mujer, me di cuenta que las dos cosas
144

que más me atraían, además de las mujeres, podían confluir en una sola: ser
representantes de músicos, pero no de cualquier músico. Como les dije
aprendí a diferenciar de muy chico, no sólo la seda del percal como se dice
en los tangos, sino la seda de mora, de hilos finos y uniformes, de la seda
bourette que tiene restos de capullo y cola de seda.
-Percal no somos, seda mora tampoco - dijo Pablo, mientras Jacques lo
miraba, sacudiendo la cabeza para compartir la opinión.
-Por lo que los escuché son seda bourette, y no es poco mis queridos
Yumberos. El tango, es pura seda bourette, de las mejores, si fuera seda
mora no sería tango. Seda mora es la música clásica. Es Rubinstein y tu
compatriota Marta Argerich. Ella eligió ser seda mora, sino hubiese
elegido el tango, que interpreta de manera extraordinaria, cuando lo hace.
Por eso les dijo que con seda bourette, es suficiente. La belleza la podemos
encontrar en cualquier música. Eso es lo que busco, como con las mujeres –
expresó Rodez, riéndose con ganas.
-Et va fini à la quatrième bouteille de Pommery ! – comentó, muy
suelto Jacques.
-Todavía, no alcanzan para mí, para que empiecen a dar vueltas los
caballitos.
-Yo, casi los veo girar - dijo Pablo, que comenzaba estar mareado por el
efecto del champagne y de la conversación.
-J’ai vu à l’un des chevaux se mouvoir - agregó Jacques.
-Por hoy ha sido suficiente. Uno de ustedes ha visto moverse a uno de
estos caballitos. Ya saben algo de mí. Evalúen si confían. Si les parece, los
espero pasado mañana a cenar en mi departamento. Está a unas cuadras de
aquí, sobre la misma Promenade des Anglais. Disfruten de Niza, de sus
mujeres. Hay para elegir, vienen de Alemania, Italia, Holanda, Inglaterra.
Hasta hay francesas, que no siempre son las más interesantes.
145

Sin sentir la necesidad de plantearse, si tenía sentido ir al tercer


encuentro con Rodez, Pablo y Jacques, ingresaron al departamento, que
resultó ser un piso con vista al mar, seguros de una sola cosa: de que la
pasarían bien. Habían acordado discutir en grupo, lo que Rodez les
ofrecería cuando regresaran a París, sin bien ambos estaban tentados a
dejarse llevar por ese hombre que parecía considerar la extroversión como
una cualidad fundamental. Rodez, los había seducido. Para Pablo,
comenzaba a representar la contracara de monsieur Luminié y de su
anterior maestro Vicenza, ambos embarcados en la mesura, en los
movimientos corporales acotados, en el tono pausado y leve de sus voces,
en el uso de indumentaria similar a la de un oficinista de la década del
sesenta; poco afectos al dinero, a la fama y a las mujeres. El rostro de
boxeador, por cierto achatamiento de su nariz y ciertas marcas sobre el
rostro, el pelo suelto y un tanto largo no tan común en hombres de esa
edad, las espaldas y los brazos anchos, como el cuerpo de un jugador de
rugby, que dejó el césped hace años, y el andar despojado y un tanto torpe,
hacían que encontrara Pablo, el parecido con el actor Gerarde Depardieu. A
Jacques, Rodez le hacía recordar a un hermano de su madre que tenía una
finca con viñedos en Bordeaux, al que visitaban una vez al año, sólo para
escucharlo hablar de la calidad de sus vinos y de los artículos, de
prestigiosos sommeliers, publicados en revistas especializadas. Sin
comentarle el uno al otro, a quién se asemejaba Rodez, la coincidencia se
daba en el plano de la representación ¿Quién no podría imaginarse a
Gerarde Depardieu, haciendo del tío de Jacques?

Cuando ingresaron al piso, ubicado en un edificio de la Belle Epoque,


les pareció estar dentro de una de las habitaciones del Palacio de Versalles.
Se encontraron con un amplio living, con paredes empapeladas, en su mitad
146

superior, de color esmeralda con dibujos , y en su parte inferior de color


verde musgo, limitadas, a un metro del piso, por un friso de mármol
blanquecino con incrustaciones doradas. Columnas, también de mármol, en
cada esquina de la habitación, coronadas con volutas con forma de cuerno
redondeado de carnero. Cuatro sillones Bergere, con marquetería de
bronce. Un diván, de líneas curvas que no guardaba alguna simetría, con
tapizado de terciopelo celeste con dibujos dorados. Una cómoda de caoba,
de cuatro cajoneras, con base de mármol, manijas de bronce y patas
torneadas sobre la que se apoyaban figuras humanas de porcelana, un reloj
con armazón dorado, y un jarrón azul con dos asas y con incrustaciones
blancas, que parecía proveniente de China o de Japón. Una mesa, también
de caoba, para unos ocho comensales con patas curvas y pies de bronce en
forma de felino y siete sillas de patas torneadas, del mismo color del
tapizado de los sillones. Sobre las dos paredes laterales se observaban dos
cuadros en cada una de ellas: una pintura de Venecia con una luminosidad
y una pulcritud de la que la ciudad carece, que podría ser de Canaletto, y
tres paisajes de bosques luminosos en las que mujeres y hombres parecían.
disfrutar, despojados de todo prejuicio, pintadas tal vez por Wateau o
Boucher, según había aprendido a distinguir Pablo en los museos de París,
de la mano de Emilie.

La impresión de lo que veían, dejó para un segundo tiempo, de la


recorrida visual, lo que se encontraba sobre la mesa. Una docena de copas
de cristal, y platería de alpaca, que distinguió con facilidad Jacques. Una
fuente de cristal, repleta de ostras. Tres botellas de vino blanco y una de
champagne puesta en un balde de plata y una jarra de agua. Y en particular,
la mujer que estaba sentada en una de las sillas, de tez suavemente morena
y un tanto pálida, nariz de base ancha, labios levemente gruesos, con un
toque de rouge; pómulos marcados, cabello corto de color negro; ojos
oscuros y vivaces, con una mirada que costaba diferenciar si era penetrante
147

o estaba fija, que al ponerse de pie lucía su delgadez, debajo de un vestido


negro de seda, ajustado hasta los tobillos; de altura mediana, de manos con
largos y delicados delgados dedos; casi sin maquillaje, que debía ser, y lo
era, Julia Elena, la esposa de Rodez, que aparentaba estar cerca de los
cuarenta años.

-Julie Elena, Jacques. Vous présenter le viloinista extraordinaire - dijo


Rodez, mientras Pablo se preguntaba por qué razón le hablaba en francés,
si supuestamente ella era argentina, como él, como si hubiese sido poco el
impacto que le había producido las características del lugar.
-Beaucoup de goût Jacques.
-Beaucoup de goût madame.
-Et Paul, le grand direteur.
-Mucho gusto Julia Elena - emitió su saludo Pablo en castellano,
intentando desbaratar la escena que, suponía, intentaba montar Rodez.
-Mucho gusto Paul ¿O prefieres que te llame Pablo?
-En Francia, me acostumbré a que me llamen Paul.
Rodez, sirvió Pommery, en cuatro de las copas de cristal, mientras
Jacques, colocaba el estuche de su violín, que había llevado a pedido de
Rodez, en uno de los sillones Bergere.
-Ressemble à la maison de mes grands-pères paternels - comentó
Jacques, con una soltura, de la que Pablo carecía en absoluto, en ese
momento.
-Los cuadros son parte de una colección familiar. Me gusta el estilo
rococó. A Julie, le resulta divertido. Ella eligió casi todos los muebles y el
empapelado.
-Decidimos, generar esta scène, luego de haber habitado tantos años en
Madrid en casas donde lo único que abundaba era lo aburrido. Vivo arriba
de un escenario; cuando desciendo, me gustan los ambientes donde pueda
imaginar. Lo exuberante, tiene la ventaja de que nos permite poder apreciar
148

los detalles sin que necesitemos una lupa. Cada moldura, cada textura, cada
contorno que nunca es lineal; cada diseño de tapizado, me amplían la
posibilidad de cada acorde. Para la moral, y no puedo dejar de pensar en ti
Pablo, porque has nacido, como yo, en Argentina. La ostentación, que a
través del alarde, revela, pone de manifiesto, lo que se ve, está en general
mal conceptuada. A través de este estilo, que fue criticado en su momento,
la aristocracia francesa pudo dar lugar a lo lúdico y a lo sensual. No creo en
los músicos que dejan de lado su capacidad de jugar y su sensualidad. Y
esto no implica que se haga una música dulce e inofensiva. Al contrario,
produce una música que hace emerger los sentidos. Los que en cada uno
despierte. La vie elle-méme.
Por si no resultase poco la exuberancia de Rodez y del lugar, se sumaba
a ello Julie, presentándose con la fuerza de sus convicciones. Pablo,
comenzó a dejar de verla con ese dejo de palidez en su rostro, y como a una
mujer que al primer golpe de vista le hizo creer que pasaba inadvertida por
la vida Tendría por lo tanto que estar a la altura de la circunstancias, lo que
implicaba un esfuerzo que intentó alentar con más copas de champagne,
que con ostras. Jacques, fue quién siguió la conversación como en un
ambiente familiar, que en realidad lo era, para él, por provenir de una
familia adinerada con pretensiones de aristocracia. Rodez, mientras
permanecía callado, no dejaba de observar a Pablo, pensando que si no
lograba integrarse a ese ambiente que le resultaba ajeno y apabullante, no
los representaría, ni Pablo dejaría que los representasen.

-A Julie, le intriga el nombre del quinteto - le comentó Rodez a Pablo.

-Sí. Es cierto ¿Por qué La Yumbera? - le preguntó ella.


-Por mon grand-père, en principio - respondió Pablo, sin decidirse a
continuar explicando los motivos del nombre, por sentirse a merced de las
expectativas de Julie. Ella tendría que seguir preguntando.
149

-Por amor, entonces - le dijo Julie.


-En principio sí, como te dije. A mi abuelo le gustaba escuchar La
Yumba, sentado conmigo sobre sus piernas, marcando el compás con una
de sus manos y levantando los talones. Él, es admirador incondicional de
Pugliese. Ese fue mi bautismo con la música. Después quise aprender a
tocar el piano y se me fue abriendo la cabeza. Ingresé al Conservatorio, y
gané una beca de perfeccionamiento. Y aquí estoy. La Yumbera, es más
que un homenaje a mi abuelo, a Yumba como decidí llamarlo. Es la
elección de un estilo musical que tiene como punto de partida lo rítmico,
con cierta pretensión sinfónica. Es el camino que los cinco integrantes
decidimos transitar.
-Parece que te has bajado de esas faldas sin olvidarlas.
-No me considero melancólico.
-No puedo emitir opinión al respecto ¿Ya has compuesto algo?
-Un tango, Bordeaux et Bleu.
-Me gustaría escucharlo ¿Tú lo escuchaste Antoine?
-No lo sé. No recuerdo todo el repertorio que hicieron aquí.
-¿Por qué un título en francés?
-Porque fue el resultado de una historia de amor con una francesa.
-L’amour! A veces no podemos expresarlo con palabras. Y ahí aparece
la musique.

Luego de haber comido las ostras, y la Bouillabaisse, de restos de


pescados y mariscos combinados con hierbas e hinojo, luego de haber
bebido las tres botellas de vino más de una de champagne, sobre todo entre
Antoine y Pablo, que comenzaba a sentirse más relajado, Rodez, los invitó
a ingresar al cuarto donde se encontraba el piano con el que ensayaba Julie,
y mantenía en forma su digitación y su oído el mismo Rodez. La
150

habitación, estaba revestida en tela de terciopelo gris perla, con capitonés,


que hacía las veces de aislante acústico. Un Steinway & Sons, de cola,
color negro, estaba ubicado en el medio de la sala, que no tenía ventanas.
En una de las paredes se amontonaban fotos de Rodez con Liza Minelli,
con Luciano Pavarotti, con Marta Argerich, con Sting, con Paul
MacCartney, con Serrat, con Frank Sinatra, con Von Karajan, con la
orquesta Color Tango, con los Stones, con Monserrat Cavallé, con
Baremboin, con Chucho Valdés, y para asombro de Pablo y Jacques, varias
con Astor Piazzolla, entre tantos artistas. Todas autografiadas. Además de
la media docena de
fotografías con Julie.

Ante el asombro que transmitían los rostros de Pablo y Jacques, al ver la


fotos, Rodez les comentó.

-No vayan a creer que los he representado a todos ellos.


-¡Por suerte de ellos! - agregó Julie.
-Lo dice la única a quien represento, que está en esta pared. Les
artistes sont étoiles, certains sont morts, mais ils continuent de briller
dans la nuit.
-Tú también eres un artista, Antoine. Continuarás de briller dans la nuit
- dijo Pablo, de manera espontánea.
El comentario, hizo que ni Jacques, ni Julie, ni sobre todo Antoine pudieran
definir si se trataba de una humorada o de un elogio. Antoine, antes de
responder, porque no sabía cómo hacerlo, decidió que era hora de que
comenzara la música.
-Madame Julie, au piano.
-Comme goût suprême.
Antes de que comenzara a tocar Julie, Pablo, que sentía el efecto de lo que
había bebido, se dejó llevar por su estado anímico en el convencimiento de
151

que cuando le tocase sentarse frente al piano no desentonaría, le preguntó


cúal era el repertorio de ella.

-Écletique, Paul. Ginastera, Juan José Castro, Piazzolla, Yupanqui,


entre los nuestros. Chopin, Bartok, Bach, entre los clásicos y Gershwin,
Schoemberg, Glass y la muy joven Kaija Saariaho. Son los que me vienen,
ahora, a la mente.

-Comme Borges qui a écrit d’une manière universelle - comentó


Jacques.
-Cela est très argentin de vouloir comprendre le monde - respondió
Julie.
La reflexión de Julie le hizo pensar a Pablo, que cuando Rodez se había
definido en su primera aparición como representante de artistas que hacían
música del mundo, estaba refiriéndose sobre todo a Julie.
-Je me sens aussi argentin.
-Jacques, creo que también Antoine - le comentó Pablo.
-Van ganando la partida ¿No es así Jacques? - preguntó Antoine.
-Dans le Palais de Versalles, il domine l’esprit argentin. Antoine y a-t-
il plus de champagne?- dijo, preguntando, Jacques.
-D’abord la musique, après plus de champagne.
Julie, sentada al piano comenzó con Libertango, de Piazzolla, y con un
gesto le solicitó a Jacques que la acompañara con el violín. Las
improvisaciones de Jacques, sorprendieron a Julie, que lo felicitó antes de
terminar la pieza.
-¿Por qué no te sientas tú al piano? Quiero escucharlos a ambos.
-Trataré de hacerlo bien - le dijo Pablo, convencido que lo podía hacer
muy bien.
Pablo y Jacques siguieron con Piazzolla: Zun y Tres minutos con la
realidad”. Cuando finalizaron las dos piezas, Julie y Antoine le pidieron
152

que hicieran Bordeaux et Bleu. Sin haberlo hablado, dos dos, esperaban esa
solicitud.

-Nada mal, por ser tu primera composición ¡Cuánto sentimiento, que


has puesto! – comentó Julie, mientras Antoine servía champagne en las
cuatro copas.
-Tal vez, el sentimiento que no pude o no supe poner en juego con
quien correspondía.
-¡Brindemos por La Yumbera! – dijo Antoine, convencido de que su
mujer los había aprobado.

Pablo y Jacques, salieron del departamento bastante ebrios. Al abrir la


puerta del edificio, se veía al sol emerger sobre el Mediterráneo. Corría
una brisa suave, y el cielo parecía más brillante y limpio que lo habitual.
Jacques, desenfundó su violín y comenzó a improvisar sobre la
Promenade des Anglais.

-Lástima, que no traje el piano - le dijo Pablo.


-Comment que tu ne l’as pas apporté? Je l’écoute.

La propuesta que les había hecho Antoine, antes del último sorbo de
Pommery, los sorprendió tanto por lo abultado de la cifra que cobrarían,
como por el alto porcentaje con que se quedaría Antoine de la gira de unos
veinticinco días, por Bruselas, Ámsterdam, Berlín y Múnich. En un mes
ganarían un poco más de ciento cincuenta mil euros. Más dinero del que
podrían juntar los cinco, durante dos años en los trabajos que venían
realizando. El monto definitivo, tal vez podría ser un poco inferior, lo
mismo podría suceder con la cantidad de conciertos. Se trataba del
153

reconocimiento como profesionales, de comenzar a recorrer el mundo, de


haber franqueado la barrera de la adolescencia musical, que tenía un valor
que excedía lo económico y la carga horaria de la gira.

Cuando el grupo se reencontró en la piece d’ombres, Pablo dio por


finalizada la primera etapa de La Yumbera, planteando que era la última
vez que estarían en ese lugar. Emergían al mundo, como el sol que vieron
salir en Niza, sobre el Mediterráneo, esa mañana en la puerta de la casa de
Rodez, sin la presencia de Ejnar, que volvería de participar de un festival
de jazz, a la semana siguiente.

Cornel y Philippe, que no necesitó consultar con Fabio, escucharon a


sus dos compañeros, con entusiasmo y cierta desconfianza. Ni Pablo, ni
Jacques trataron de despejar las dudas que ellos mismos tenían. La
conclusión a la que llegaron quedó sellada en palabras de Cornel “a chose
unique que nous pouvons perdre es l’innocence”, si bien se suponía que
Ejnar, la había perdido hacía tiempo. En el caso de que Ejnar no estuviese
de acuerdo, Pablo, Jacques, Cornel y Philippe, pensaban, sin ponerlo de
manifiesto, que la gira la llevarían a cabo con o sin él.

Pablo y Philippe, desde el episodio con Emilie, habían tenido que


recurrir a mecanismos de disociación para soportar la incomodidad de tocar
juntos; a controlar, no sin esfuerzo, la tensión entre ambos; a convivir con
la imagen de ella que se hacía presente para cada uno por el sólo hecho de
verse, y llevar una herida en la médula de su narcisismo, que no terminaba
de cerrar, en el caso de Pablo, y un sentimiento de culpa que no cesaba de
golpear, como latigazos, en su conciencia, en el caso de Philippe, para dejar
de lado la oportunidad que se les presentaba.

Pablo, al salir de la sala de ensayos, mientras giraba la llave para cerrar


la puerta sintió un ramalazo de nostalgia: el descubrimiento del color azul
en las paredes del lugar, la tarde de lluvia cuando vio a Emilie por primera
154

vez, el cuerpo de ella desnudo atravesado en diagonal por la sábana y el


acolchado cuando había sentido que el tango y ella eran para él, esa frase
correcta pero nunca del todo precisa: “Je étais. avec con Philippe”, y su
primer tango Bordeaux et Bleu. El día se mantenía gris, desde la mañana,
cuando se habían encontrado. Rodez los esperaba en L’Astrance, un
restaurante frente a la Torre Eiffel, donde la exhuberancia, la ostentación y
el aire de aristocracia quedaban de lado, excepto por el menú, que lo
determina diariamente el chef, como atisbo de sofisticación, para intentar
hacer coincidir con lo que esperaban de su representante, pero lejos de los
restaurantes de la zona de Champs-Élysées, como hubiesen imaginado.
Rodez volvía a sorprenderlos. Cuando ingresaron al local, les pareció ver a
un hombre más formal al que habían conocido. No había un balde con una
botella de champagne sobre la mesa, ni gestos de ampulosidad en el saludo.
Pablo, no pudo evitar, nuevamente, pensar en una impostura, pero luego de
charlar un rato con él y haber descartado, según su parecer, la posibilidad
de algo de lo que debiera preocuparse, llegó a la conclusión de que la
formalidad debía ser parte de un acuerdo comercial. El almuerzo duró un
poco más de hora y media. Habían bebido, entre los cuatro, dos botella de
vino y una copa de champagne cada uno, como anticipo de la firma del
acuerdo, que Rodez llevó por escrito, exiguiendo que lo hiciesen ver por
un letrado, antes de sellarlo en cinco días.

La cifra del monto del primer contrato, no difería de lo que Rodez les
había anticipado a Pablo y a Jacques, una semana antes; tampoco los
lugares de presentación, ni la cantidad de actuaciones, ni el porcentaje de
las partes. Se agregaba a lo que habían conversado en el departamento de
Rodez, la grabación de dos discos, con una docena de temas a elección del
representante, en los próximos treinta días de firmado el contrato, del que
recibirían un anticipo, y la exigencia de ensayar tres horas diarias, de lunes
a viernes, hasta el comienzo de los conciertos. La fecha de firma del
155

acuerdo estaba fijada para el 11 de abril de 1994, y la primera actuación


para el 10 de diciembre, de ese año, en Bruselas. Philippe, y sobre todo
Jacques, se incomodaron por la potestad sobre la elección de temas a grabar
por parte de Rodez. Cornel, manifestó que más que representado se sentía
contratado para tener que cumplir una tarea durante ocho meses, después
de grabar los dos álbunes, entre mayo hasta mediados de diciembre, cuando
comenzarían los conciertos. Las dudas de si Ejnar aceptaría el acuerdo,
avanzaban a medida que ponían de manifiesto sus incomodidades por lo
formal y tomaban conciencia de la disparidad de partes en cuanto al reparto
del poder.

Luego del encuentro con Ejnar, que se comprometía a participar de las


grabaciones y de los conciertos, pero no de las tres horas diarias que le
parecían “une stupidité, une énorme congerie bourgeois”, por cuestiones
de ideología y de compromisos laborales, y que Jacques, considerara tan
válido como tan poco probable que Rodez, pudiese controlarlos, y que si
así fuese no sería de relevancia que algún integrante del quinteto, se
ausentara por cuestiones de fuerza mayor del ensayo diario, rematando con
la frase, de la que ninguno de ellos podía estar en desacuerdo “lla une
morale unique pour nous et pour Rodez, c’est la musique”.

Antes de la firma del contrato Philippe le solicitó a Pablo que se debían


una charla. Pablo, le dijo que no tenían nada de que hablar que no fuese lo
concerniente al grupo y a la música, que sabiendo que no era fácil, sobre
todo para él, ambos habían decidido seguir tocando juntos apostando a un
proyecto. Pero Philippe, insistió.

-Ce qui a passé c’a été un tourbillon. Je te respecte. Admire ton


courage et ta conviction. Il voulait seulement le dire.
-¿Qué puedo decirte? Si no coincidir que fue un torbellino, que a ella
no la perdono porque la quería, que contigo me las puedo arreglar y
156

agradecerte el elogio, que en otro momento hubiese considerado una


hipocresía.
-La musique nous unit, bien que nous ne puissions pas être amis.
-Por suerte, la música permite que estemos juntos, sin que tengamos
que ser amigos.
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158

París - Bruselas - Ámsterdam - Berlín – Múnich


159
160

Las repercusiones de los dos discos, superaron las expectativas de los


integrantes de La Yumbera. Habían recibido una elogiosa crítica de la
prensa y vendido uno miles más que los esperados, favoreciendo las
posibilidades de conseguir mayor asistencia de espectadores en cada lugar.
En Bruselas tocaron durante tres noches en el KVS, el Teatro Nacional
Flamenco, un repertorio de diecisiete temas, de los veinticinco elegidos
para toda la gira, luego de idas y vueltas con Rodez, con la sala cubierta en
casi sus dos terceras parte en cada función. La recepción por parte de las
autoridades del teatro, fue cálida, al igual que el trato en el hotel donde se
hospedaron durante cinco días. En Bruselas, todos hablan en francés, por lo
que el aire que respiraban hacía que no se sintiesen alejados de Francia.
Además, excepto Pablo y Philippe, el resto de los integrantes de La
Yumbera, ya habían participado en presentaciones en diversos escenarios
de Europa. Sin embargo Ejnar, que había vivido casi toda su infancia y
adolescencia en Bélgica, fue el único que se sintió extraño y de mal humor
durante casi todo el tiempo y el único que subió al escenario con cierta
tensión, cada noche. Ejnar había tocado jazz en Londres, en Madrid, en
Barcelona, en Roma, en Milán, en Berlín y en casi toda Francia, incluso lo
había hecho abordo de un crucero por el Mediterráneo. La incomodidad
que Ejnar sentía era tal, si bien no se percibía arriba del escenario, que
estuvo a punto de no presentarse al último concierto en el KVS. Ninguno
de sus compañeros podía entender su conducta. Ejnar les había contado que
había vivido desde su infancia hasta entrada su adolescencia en Dinant, un
161

pequeño pueblo a cien kilómetros de Bruselas, donde nació Adolphe Sax,


el inventor del saxofón, razón por la que creía haberse inclinado por el jazz
y por la cerveza; de las novias que había tenido desde la pubertad; cómo
había sido su primer encuentro sexual, a los catorce años, con la hija del
tendero del pueblo, que cursaba el último año del bachillerato, una tarde a
principios de verano, debajo de un puente del río Mosa; de su formación
musical en el Conservatoire Royal de Bruxelles; de sus primeras
actuaciones como bajista en las tabernas más concurridas de la ciudad y de
la nota en el periódico local acerca del “joven gran bajista reconocido en
Bruselas, que enorgullece al pueblo donde nació Sax”. Si bien Ejnar había
nacido en Dinamarca, parecía para todos, al menos así él lo transmitía, que
su patria era Bélgica. Cuando Pablo le insistió, casi le suplicó, que subiera
a escena para la última función, Ejnar le recordó su definición de lo que
ese país significaba para él , dicha como de soslayo en medio de algún
ensayo en París: “Bélgica, es como un pañuelo por lo pequeña, pero un
pañuelo usado; con restos de rouge, de lágrimas, de resfriados, de sudor
frío y caliente. Un pañuelo al viento pidiendo por la paz. Un pañuelo para
evitar que gases dañinos invadan nuestro cuerpo. Un pañuelo para
taparnos la boca y no decir. Un pañuelo utilizado como torniquete para no
desangrar. Un pañuelo que pone en evidencia la realidad con toda su
contundencia. Por eso vine a París. No soporto ese pequeño pañuelo,
aunque en ese pañuelo fui feliz” Tal vez, por ser escuchado, o por haber
expresado lo que sentía, Ejnar pudo terminar de cumplir el compromiso de
las tres funciones en Bruselas.

Después de la última función, después de haber cenado los cinco con


Rodez en el Belga Queen, uno de los restaurantes más caros y exclusivos
de Bruselas, cerca de la Grande Place, después de haber bebido cerveza
por demás, Pablo y Ejnar decidieron no volver al hotel con el resto de sus
compañeros para salir a disfrutar de la noche. Pablo, le había propuesto a
162

Ejnar, salir en busca de un par de chicas para que intentara exorcizar la


ciudad, que había sido y seguía siendo tan suya. A poco de andar, Ejnar se
detuvo frente a una taberna llena de jóvenes, convenciendo, sin dificultad,
a Pablo, de que ingresaran. Ejnar, hacía tres años que no visitaba la ciudad.
Trataba de evitarla, sin bien le quedaban algunos amigos y amigas que lo
recibirían con los brazos abiertos. Los padres de Ejnar, ya de viejos, habían
abandonado Dinant volviendo a Dinamarca. Su único hermano, vivía desde
hacía cuatro años en Londres. Bruselas, lo ataba a un pasado más cercano a
la felicidad que a la desdicha. Una contradicción que ni entendió, ni quería
entender Pablo, pasada la medianoche, en ese momento, en esa taberna,
ocupado en seducir a dos jóvenes belgas, con una cerveza en la mano y
con tantas ganas de llevarse lo más pronto posible a la cama a la rubia a la
que le hablaba, como de levantarse para ir a orinar. Ejnar, parecía más
interesado en contar su vida. La pelirroja, a la que le dirigía la palabra, en
escucharlo. Presentarse como músicos que acababan de dar un recital de
tango en el Teatro Nacional Flamenco, favorecía el acercamiento a esas dos
mujeres, pero detenerse en la música demoraba las intenciones de Pablo.
Ejnar terminó siendo el centro de atención, si bien la otra muchacha, la
rubia, no dejaba de darle señales de simpatía a Pablo. Cuando salieron de la
taberna, porque cerraba, el humor de Ejnar estaba distante de la seducción,
casi borracho, aunque lo disimulaba y bien, insistía en seguir conversando
con los tres. Había contado lo que Pablo sabía y mucho más. El tamaño del
“pañuelo”, fue creciendo hasta convertirse en una sábana debajo de la cual,
parecía claro, al menos para Ejnar, dormiría solo esa noche, aunque
estuviese acompañado. Jacqueline, la pelirroja, propuso que los cuatro,
fueran a tomar un café a su departamento. Las dos parejas que se habían
conformado, caminaron las siete cuadras hasta el domicilio de Jacqueline,
cada vez a más distancia una de la otra, a medida que avanzaban. En dos
oportunidades, Pablo le pidió disculpas a Nathalie, la rubia, por tener que
163

buscar un árbol, para orinar con la mayor discreción posible. Al ingresar al


departamento de Jacqueline, Pablo volvió a pedir disculpas por su
comportamiento infantil de no poder controlar el esfínter de la micción,
manifestando su pudor por haberse expuesto de manera grosera ante dos
mujeres. Jacqueline, no estaba enterada de los pequeños percances de
Pablo, y a Nathalie, le había resultado gracioso, tanto verlo salir corriendo
de su lado para orinar por la cantidad de cerveza que había bebido, como la
cara de fastidio de Pablo, por lo que no podía evitar. Hasta que se sentaron
en dos sofás alrededor de una mesa ratona, para Pablo Nathalie era una
rubia de cabello largo y ojos verdes vivaces, que se podía acostar con
cualquiera que la sedujera hasta despertar sus ganas de que le hicieran el
amor. La había visto como en espejo, proyectando su deseo de tener sexo.
Cuando comenzó a observarla, sin estar tan a merced de sus impulsos, se
dio cuenta de que Nathalie, tenía rasgos delicados, tanto en su rostro, en sus
manos, en sus movimientos, como en su forma de hablar, lejos de Sofie y
de los que le suponía a una chica fácil. Pensó, que ella estaba sentada a su
lado, sólo para acompañar a su amiga que parecía demostrar interés por
Ejnar, que seguía hablando de sí, como si estuviese acostado en el diván de
un psicoanalista, si bien Jacqueline no dejaba de mirarlo de una manera que
oscilaba entre la curiosidad y la atracción. Despejado, en gran parte, el
efecto del alcohol, un poco por el café, un poco por la vergüenza y otro
poco porque se había diluido la sensación de euforia con la que había
arrancado el recorrido nocturno con Ejnar, Pablo se dio cuenta que
Nathalie, quería acercarse a él, y comenzó a demostrar su interés hacia
ella. Supo que tenía veintidós años, que promediaba la carrera de biología,
que le gustaba tocar el piano, y que vivía y estudiaba en Amberes. Esa
noche Ejnar se quedó en el departamento de Jacqueline. Pablo, acompaño a
Nathalie hasta el departamento de otra amiga, a unas quince cuadras del de
Jacqueline, caminando y comenzando a conocerse bajo una nevisca
164

persistente. Pablo la besó cuando llegaron a la puerta del edificio de la


amiga. Quedaron, en que él iría a visitarla a Amberes al día siguiente de
finalizar los conciertos en Ámsterdam.

El prestigio de los teatros donde debían actuar, hizo que Pablo, además
de sentir un reconocimiento, en lo personal, que estimaba superaba sus
condiciones como músico, se imaginara como si tuviese que tocar en
diferentes salas de un solo gran teatro. Recién cuando el tren se detuvo en
la Estación Central de Ámsterdam, tomó conciencia de que el Real Carré,
donde subirían a escena la noche siguiente, no era sólo el teatro más
importante de la ciudad sino que además, cinco años antes, habían estado
allí Pugliese con Piazzolla. Esa actuación, que no había pasado inadvertida
en el ambiente del tango, y que algunos le habían dado, incluso, la misma
trascendencia que a la presencia de Pugliese en el Teatro Colón; de la que
se comentaba que el público terminó aplaudiendo de pie, durante quince
minutos al maestro; de la que se creía que fue un encuentro, de tal
magnitud, que no podría repetirse; del que algunos conjeturaban como el
mayor homenaje al tango realizado por dos de sus mejores hijos, y a su vez
dos de sus mejores padres, que habían llegado hasta los límites de la
expresividad; de que más y mejor que ellos dos no se podía hacer tango; de
la que Pablo estaba al tanto desde que el acontecimiento fue reflejado por la
prensa argentina, sin poder evitar emocionarse, cuando se enteró, de sólo
imaginarlos a los dos juntos, haciendo La Yumba y Adiós Nonino;
expresando en escena, la mutua admiración, según comentrios,
compartiendo la misma búsqueda, manifestando, como consecuencia, que
había más de lo que se suponía en el tango, mancomunados por el talento y
la creencia de que la belleza es posible, y que apareció, en la dimensión de
lo que para él significaba, cuando salía de la estación de trenes, al sentir
que le faltaba un poco el aire, que se le entumecían los dedos de las manos
165

y de los pies, y que escuchaba un sonido indescifrable a su alrededor, que


excedían a la baja temperatura, al viento gélido que soplaba y al idioma
holandés, que desconocía.

Rodez, que no había viajado con ellos, los esperaba, con impaciencia, en
el hotel Toren, donde estarían alojados por seis días. Estando a diez, quince
minutos, de a pie, de la Estación Central, pasada dos horas, de la llegada
del tren, los integrantes de La Yumbera, no se habían hecho presentes.
Pablo, para intentar calmar la ansiedad, de la que comenzaba a sentirse
prisionero, convenció a sus músicos de tomar un café y unas ginebras en
un bar a metros de la estación. La propuesta fue aceptada con alegría por el
grupo, que a pesar de que recién comenzaba la mañana, imaginó que una
copita no vendría mal. Philippe, Jacques y Cornel, con una sola rueda de
ginebra se dieron por satisfechos. Ejnar, acompaño a Pablo hasta la tercera.
A pesar de que todos se dieron cuenta que a Pablo algo le pasaba, él siguió
hasta la sexta, que no se convirtió ni en la séptima, ni en la novena porque
sus compañeros lo frenaron. Cuando llegaron al Toren, Pablo estaba
tranquilo, también borracho. Fue la primera vez, que Rodez se enojó con él.
No resultó convincente, o al menos justificable, que Pablo le argumentara a
Rodez que habiéndolo visto tomar, no era quien para reprenderlo, que no
era ni su asesor moral, ni su padre.

El primer ensayo en el Real Carré, estaba fijado para las trece treinta, y
haber ingresado al hotel casi a las once de la mañana, estando Pablo en un
estado que requería mucho más que el tiempo que mediaba entre la llegada
y la partida hacia la sala teatral para estar en condiciones de tocar, alteró los
ánimos de Rodez y, de a poco, también los del resto de los músicos, a
excepción de Ejnar. Pablo se duchó tres veces, con agua casi helada, y
tomó medio litro de café en el lobby del hotel. Cuando llegaron al Real
Carré, Pablo comenzó a temblar y lagrimear delante de sus compañeros, y
166

de Rodez, sin poder evitarlo. Por pudor, Cornel y Philippe ingresaron al


establecimiento alejándose de la puerta de entrada a una distancia que les
permitía no quedar ajenos a lo que acontecía en la vereda del teatro. Rodez,
comenzó a dar vueltas alrededor de Pablo, que estaba abrazado por Ejnar y
Jacques, como si lo condolieran de la muerte de un ser querido. La
ampulosidad con la que giraba Rodez, parecía más la de un napolitano que
la de un parisino. El abrazo de sus dos compañeros, acentuaron la congoja
de Pablo, más que atenuarla. El hecho de sentirse abrazado, le permitía,
trascendiendo su vergüenza, manifestar su dolor, aumentado por el efecto
del alcohol aun vigente. Un estado compartido por Ejnar y Jacques, más
por identificación con la escena, que podía corresponder a situaciones de de
la vida de cada uno de ellos, sin poder determinarse cuáles, que por
compartir los motivos de Pablo, que si bien los había expresado, de manera
anecdótica, cuando llegando a la Estación Central de Ámsterdam comentó:
“Vamos a tocar donde estuvieron juntos Pugliese y Piazzolla. De alguna
manera fue un homenaje del mundo a los dos”. Esa frase, a ninguno de los
cuatros, tampoco a Rodez, podía hacerles suponer la dimensión emocional
que tenía para él, por más que todos supieran la admiración que Pablo
sentía por esos dos músicos, en especial por Pugliese.

Rodez, les ordenó que ingresaran de inmediato a los tres (habían pasado
diez minutos del horario convenido para comenzar con el ensayo). Ejnar y
Philippe, entraron de inmediato. Pablo, solicitó que lo dejasen dar solo una
vuelta a la manzana del Real Carré, como un principiante en natación que
no se zambulle ante la orden de su instructor, con la escusa de necesitar
recorrer el borde de la pileta antes de ingresar al agua. Rodez, no le
concedió el pedido. Pablo, igual pegó la vuelta para poder ingresar, sin
dejar de temblar, ni de lagrimear.
167

El ensayo resultó satisfactorio, si bien Pablo tubo la sensación de que


tocaba a destiempo y que de no haber sido por sus músicos, hubiese
preocupado a las autoridades del teatro y, de sobremanera, a Rodez.
Cuando interpretaron el vals Desde el Alma, Pablo creyó que no había
respetado los rubatos, tocando las notas sin la lentitud necesaria para
recorrer la melancolía del tema, como estaba preestablecido, produciendo
en consecuencia no sólo la pérdida de la emotividad buscada, sino también
un desacople ente el piano y los violines, sin darse cuenta de que su mano
izquierda había respetado los tiempos escritos de la pieza y su mano
derecha había tocado con libertad la melodía, tal como lo marcaban los
arreglos, como si su cuerpo respondiese a la música, aunque su cabeza se
hubiese fugado hacia un lugar impreciso del tiempo y del espacio. Luego
de finalizado el vals, Pablo pidió perdón a Jacques y a Philippe, sin lograr
que ellos entendieran los motivos. Lo mismo sucedió cuando ensayaron
Zum y Oblivion de Piazzolla. Después de ejecutar las dos piezas,
prácticamente como solos de piano, Pablo recibió la felicitación de Rodez,
sin saber la razón, por haber creído que nuevamente se había extraviado.

La noche del debut en el Real Carré, Pablo subió al escenario casi sin
poder haber dormido durante las últimas treinta y seis horas. Rodez, lo
había invitado a almorzar para intentar aplacar el estado de ansiedad de
Pablo, sabiendo del peso que significaba, que en ese teatro, habían tocado
juntos Pugliese con Piazzolla. Rodez, trató de relativizar esa actuación que
resultaba mítica para Pablo, diciéndole que ni un músico, ni el otro eran
dioses, que impedían que un mortal accediera a ese templo, y que si bien el
Real Carré era un teatro de prestigio en toda Europa, no era ningún templo.
Pablo, entendía lo que Rodez intentaba explicarle, pero sentía que no
estaba preparado para afrontar ese escenario. Presentía, al contrario de lo
que le decía Rodez, que una vez sentado al piano, estaría solo en ese
templo porque los dioses lo habrían abandonado. La única frase, de Rodez ,
168

que lo calmó un poco fue: “bueno, mon ami, alguna vez te tenía que pasar”.
Antes de comenzar la función Pablo le dijo a Rodez, “no te voy a
defraudar”. Fabio y monsieur Luminié, estaban en primera fila, atentos y
preocupados por Pablo, por los que les había anticipado Philippe. En el
primer tema, A Evaristo Carriego, monsieur Luminié notó a Pablo un poco
perdido. En el segundo tema, Lágrimas, Fabio le comentó a monsieur
Luminié los extravíos de Pablo. Recién en el quinto tema Nunca tuvo
novio, Pablo pudo concentrarse en la música, y fue tomando vuelo para
dejar atrás esa soledad que lo angustiaba. La actuación, terminó bien
arriba, cada músico pudo lucirse cuando correspondía, y la orquesta sonó
con fuerza y equilibrio. El público aplaudió con entusiasmo a La Yumbera,
y en particular Rodez, que lo hacía por Pablo, por no haber defraudado a
las autoridades del teatro y sobre todo por Julia Elena, su mujer, quien
había hecho lo imposible para facilitar la presentación en el Real Carré,
haciendo uso de su prestigio como pianista, poniendo en juego su
reputación.

Al salir del teatro, junto al resto del quinteto, Pablo vio, con sorpresa, a
Nathalie, que había decidido asistir a la presentación de La Yumbera, para
demostrarle, por pura presencia, su interés por él. Pablo, se quedó parado
frente a ella, sin saber que decirle.

-Je suis seulement venu à te voir.


-Qu’est-ce qui pouvait plus demander aujourd’hui? - le respondió con
emoción, sintiéndose reconocido por esa mujer, que apenas conocía, y que
parecía saber de él, casi, sin darse cuenta.
Pablo, le insistió en que se quedase esa noche junto a él. Natahalie, le
dijo que se verían en cuatro días en Amberes como habían acordado. Y así
fue.
169

Las tres funciones restantes en el Real Carré, tuvieron nuevamente una


buena respuesta de público, más por los comentarios favorables de la
prensa especializada que por la difusión publicitaria. Si bien el resultado de
los conciertos en Ámsterdam fue en verdad satisfactorio, Pablo no dejó de
sentirse ansioso hasta su partida a Amberes. Algo para él había quedado
atrás, ya no necesitaba contar con los dioses, ya no volvería a tener siquiera
la fantasía de un reencuentro con Emilie. Pero si bien Ámsterdam había
sido el lugar donde traspasó ciertos fantasmas, también era el lugar de
pérdida de esos fantasmas. Mejor irse y no mirar hacia atrás. Por si acaso.

El encuentro con Nathalie en Amberes, resultó una puesta en escena de


la ternura, postergando el de la pasión para el próximo, durante las diez
horas que estuvieron juntos. Natahalie, había hecho de guía turístico.
Visitaron El Museo del Diamante, El MoMu (Museo de la Moda), La Casa
Museo de Rubens, La Plaza Mayor. Pasearon por el Boulevard Meir, que
estaba decorado para Navidad. Comieron en el Elixir d’Anvers platos
preparados con ginebra, y charlaron en un café como si se conocieran desde
hacía tiempo. Pablo se dejó llevar. Necesitaba poder confiar nuevamente en
una mujer. Disfrutó durante esa tarde noche de invierno de ser conducido
por el entusiasmo de Nathalie, un atributo que Pablo fue percibiendo
durante esa jornada, y que sumado a la belleza de esa joven rubia de pelo
largo y lacio, ojos verdes, cuerpo menudo y consistente, y de sonrisa
predispuesta, hicieron que viajara a Berlín, para seguir con los conciertos,
en un estado de beatitud, casi de embriaguez emocional. Pablo subió al
tren, a la medianoche, con los auriculares puestos, escuchando el Concierto
N° 2 para paino, de Beethoven, sintiendo que su alegría se iba desplegando
como la música que sonaba en sus oídos, llevando como souvenir, de ese
encuentro, una botellita de ginebra del Elixir d’Ambers, una postal de un
cuadro de una escena en el paraíso de la Casa Museo de Rubens, y una
170

servilleta en la que Natahalie dejó marcado sus labios para que lo


acompañara en el viaje y le fuese bien en las presentaciones en Alemania.

Cuando se despertó en el tren, poco antes de las seis de la mañana, a una


hora de viaje de Berlín, Pablo pudo observar a través de la ventanilla que
estaba nevando, recordando la melodía que había comenzado a tararear
antes de dormirse, y comenzó a escribir en la servilleta con la marca de
rouge de Nathalie . Pensar en conocer Berlín con nieve lo entusiasmaba,
como si fuese la primera vez que tendría a su disposición un paisaje blanco,
si bien había estado unas vacaciones de invierno en Bariloche, tomando
clases de esquí, y había caminado con Emilie por París con copos blancos
cayendo con suavidad sobre sus ropas. Cuando llegó a la estación, leyó el
papel donde había anotado la dirección del hotel, donde ya estarían
alojados el resto de los integrantes de La Yumbera con Rodez, y se dirigió
en la buscada de un taxímetro. El hotel estaba ubicado a unas veinte
cuadras. Si bien el conductor del Mercedes Benz, era de origen argelino y
podía hablar con él en francés, Pablo se abstuvo de hacerlo, porque estaba
pendiente del paisaje, como si intentara confrontar su estado interior,
cálido, con el exterior, frío, tratando de corroborar su sensación de
felicidad. Más allá de su introspección, pudo darse cuenta que esa ciudad,
en puro estado de invierno, le resultaba austera, seria y en moviento. Un
acople de lo formal con su contrapuesto, que podía divisar a través de la
ventanilla de la puerta del taxímetro, por el gris de los edificios, lo prolijo
de las veredas y por el andar de jóvenes con ropa de colores y cabellos
teñidos de azul, violeta y naranja, que asomaban debajo de sus abrigos y
gorrros. El viaje duró menos de lo que le hubiese gustado. No tendría tanto
tiempo para recorrer la ciudad, pero presentía, sin pretensiones, que algo
había percibido, si bien no era suficiente, pero que alcanzaba para ponerse
171

al tanto, al menos para él, y en ese estado de ánimo, de lo que en Berlín


fluía y de lo que Berlín le ofrecía a su sensibilidad.

Cuando llegó al hotel, Rodez, lo esperaba en el lobby del NH Berlín


Mitte, con cara de preocupación. “Cornel”, le dijo, sin más explicación, en
un tono que resultó suficiente para que se diese cuenta de que algún
altercado, con ese integrante del quinteto, se había producido.

-Yo, no sé qué pasa con ustedes. En Bruselas Ejnar. En Ámsterdam tú.


Ahora este idiota de Cornel, que intentó seducir a mi mujer. Es tan con, tan
débile, que no quiere proseguir con la gira. Mira si yo me voy a preocupar
por esta pequeñez. Sé quién es Julie.
-Recién llego, no sé qué decirte. Estoy sorprendido.
-Tu eres le directeur. No pretendo que manejes los impulsos de cada
quien. Pero sí que haya orden. Soy claro, verdad.
-Sí, eres claro, Antoine. Subo a hablar con él.
-No está aquí Cornel. Salió a caminar con Jacques. Fueron a dar una
vuelta por el Tiergarten.
-¿Dónde? Acabo de pisar Berlín.
-Es un parque, uno de los más importantes de esta ciudad. Sales
caminando hacia tu izquierda por esta calle, Leipziger, doblas a la derecha
en Ebertstrabe, y verás el parque. Ahí está La Porte de Brandenburgo.
-Iré a buscarlos, Antoine.
-A las dieciséis es el ensayo.

Pablo, salió del hotel sin terminar de entender lo que pasaba. Rodez,
parecía haber sido claro: Cornel intentó seducir a su mujer, sin saberse en
que había consistido ese intento: si fue sólo verbal, si quizo besarla, si ella
le había dado sólo alguna señal, si habían tenido sexo. También parecía,
172

que esa manifestación de no importarle se podría pensar tanto como que


no le daba mayor trascendencia al asunto, como que ocultaba su ira. Lo
mismo ocurría con su expresión de saber quién era Julie, tan válido para
suponer que ella nunca lo engañaría, como lo contrario. Pablo intentaba de
acomodar esos interrogantes en su cabeza, mientras trataba de no perderse
y de encontrar a Jacques y a Cornel, mientras miraba el paisaje urbano que
iba recorriendo, como un turista apurado.

A poco de comenzar a dar una vuelta alrededor del parque, al darse


cuenta de que era mucho más grande de lo que podía imaginar, volvió
sobre sus pasos y se detuvo en La Puerta de Brandeburgo, dudando en
internarse en esa variedad de árboles, jardines, lagos y prados, sin que le
dejara de llamar la atención, que a pesar del verde del Tiergarten que
parecía alcanzar el horizonte, el gris predominaba con una sólida
pregnanacia. Ya despojado de ese sentimiento embriagador, que
consideraba proveniente del amor, Pablo comenzó a preocuparse. Se sentó
en la vereda, apoyando su espalda en una de las columnas de los costados
del pórtico y elevó la cabeza hacia la parte superior, para observar la
cuadriga de caballos que tiran de un carro, conducido por un ángel, que
lleva un cetro con una cruz, contenida por un círculo, sobre el que se posa
un águila. A medida que examinaba la imagen, empezó a sentirse
angustiado. El ángel parecía avanzar con sus caballos y su insignia con una
contundencia que lo apabullaba, no porque lo viera amenazante, sino más
bien como portador de una verdad irrefutable, sin posibilidades de duda, en
un estado de eterna permanencia, congelando el tiempo y el espacio.
Pasara lo que pasase estaría definitivamente allí, presente para siempre. El
saludo de Jacques, que estaba parado a menos de un metro de él lo hizo
sobresaltar.

-Salut Paul. Quel kilombo?


173

-¿Y Cornel?
-A continué de prendre une bière dans le parc. Nous t’avons vu passer.
-¿Qué es lo que pasó?
-Ce qui n’avait pas à passer
-¿Y cómo está éll?
-C’est mal. Il veut partir du groupe
-¡La puta madre!
Pablo fue con Jacques al encuentro de Cornel, sintiendo que la situación
se le escapaba de las manos. En sus cavilaciones, al salir del hotel, no se
había detenido a pensar en la posibilidad que se podría considerar era lo
obvio: Cornel se había acostado con Julie. Todo podía terminar de repente,
si bien Rodez parecía no estar dispuesto a cancelar ningún contrato, ni a
mostrarse afectado ante los integrantes de La Yumbera. Recordó,
comenzando a sentir el frío de Berlín, cuando Emilie le dijo que había
estado con Philippe.

Jacques y Pablo, caminaron en medio de tanques soviéticos, estatuas de


soldados rusos (en homenaje a los fallecidos durante la guerra), sin que a
ninguno de los dos le llamase la atención, como si fuese el escenario
concomitante a una situación de amenaza. A diez minutos de caminata,
Pablo pudo ver a Cornel, con un gorro de piel sobre su cabeza bebiendo
una cerveza, apoyando su cuerpo sobre las barandas, que bordearon a un
lago, cubierto de escarcha. La cara de Cornel, expresaba disgusto. Se lo
veía enojado y desanimado. Pablo intentó hablarle.

-No me importa una merde, lo que hiciste con Julie.


-Je ne peux plus. Comment vais-je regarder au visage Rodez, ai j’à
aller?
-Tú no te vas. Ok.
-Je suis le con.
174

-Sí. Sos un boludo, pero del grupo no te vas.


Pablo, comenzaba a perder la paciencia. No lograba convencer a Cornel,
bajo ningún argumento. Por más que intentara exigirle que se quedara, por
más que tratara de relativizar lo que había sucedido, por más que apelara a
la contención del grupo, por más que le dijera que Rodez era un tipo
bastante particular y que tenía una relación con su mujer más abierta de lo
acostumbrado, por más que insistiera que permaneciera aunque sea para las
actuaciones en Berlín (argumentos parecidos a los que, ya, había utilizado
Jacques, con el mismo resultado).

De vuelta al hotel, caminando en silencio, con un frío que no lograban


amortiguar ninguno de los tres. Pablo, comenzó a pensar que si contaba lo
sucedido entre Emilie y Philippe, tal vez Cornel, recapacitara, por pura
identificación con él y decidiera quedarse.

-Philippe, se acostó con Emilie. Eso, me hizo muy mal. Sé, que todos lo
saben, pero hasta ahora no se lo dije a ninguno de ustedes.
-J’ai pensé que tu n’allais jamais le dire – dijo Cornel.
-C’est un orchestre de cocus - comentó Jacques.
-Cocus?- preguntó Pablo.
Y Jacques agachó un poco su cabeza, colocando sus dos dedos índices,
levantados, a cada lado de la frente.
Los tres, rieron con ganas cuando estaban por ingresar al hotel. Al entrar,
para tranquilidad no sólo de Cornel, Rodez, que se encontraba tomando
café en el lobby, los sorprendió con su saludo.

-Bons un jour des messieurs, sont bienvenus à ce monde que nous


avons su obtener.
-Á ce monde que nous avons su obtener- repitió Jacques, tratando, al
decirla en vos alta, de comprender la dimensión de esa aseveración.
175

Al escuchar por segunda vez la frase, Pablo pensó que Rodez al incluirse
en “ese mundo que supimos conseguir”, si bien no dejaba de tener un tono
irónico, y quizás doliente, aceptaba lo sucedido, como algo que podía
pasar, que ya le había pasado, que le pasó ocupando el lugar de Cornel, que
le había pasado a él con Emilie y que por no tener más remedio, o por
privilegiar la música y a sus músicos, decidió comentarlo a sus
compañeros. La vida, entonces, sería así, como el título del tango de
Arolas: Derecho Viejo.

A las dieciséis en punto, los cinco integrantes de La Yumbera, junto a


Rodez, que parecía el sexto integrante del grupo, llegaron para el ensayo a
la Ballhaus Walzerlinksgestrickt. Era la primera vez que tocarían en una
milonga, para mejor un sábado. Excepto Ejnar y Rodez, el resto nunca
había pisado una pista de baile. Al comenzar la gira, Rodez había sido claro
en la necesidad de diferenciar el público que va a bailar, del público que va
a escuchar: “se toca pour le ciel ou pour l'étage, al ras” les había dicho.
Pablo, supuso que no sería difícil tocar para que la gente baile. Los
primeros treinta minutos del ensayo le demostraron lo contrario. El
encargado de la Balhaus, por anticipación, precaución, o indicación previa
de Rodez, había invitado a una pareja de baile al ensayo. Los dos eran
alemanes, que aparentaban tener la edad de Pablo, con bastante experiencia
en la pistas. Comenzaron el ensayo con el vals Desde el Alma, y a mitad de
la pieza los bailarines se detuvieron. Intercambiaron palabras con Rodez,
que se dirigió al grupo de manera paternal y les dijo: “maintenant plus
d’Yumbera que jamais”. Siguieron con la milonga La Trampera de Troilo,
y el resultado fue similar, pero esta vez Rodez fue más contundente: “il est
Troilo, carajo”. Recién en el cuarto tema Los Mareados, al finalizar la
ejecución, la pareja de alemanes asintió con sus cabezas la ejecución.
Pasado ese previa para las pistas, los cinco músicos se relajaron y pudieron
176

soltar el entusiasmo para concluir el ensayo, esperando, sólo, que se


hicieran las veintiuna treinta.

Cuando salieron a escena en la Balhaus, ya unas treinta parejas estaban


bailando, y unas quince se fueron acomodando a los pies de La Yumbera.
Hasta ese momento nunca habían tocado con el público tan cerca. La
primera interpretación: Por una cabeza, tal vez el tango más difundido a
nivel mundial, ayudado por el éxito de la película Perfume de Mujer, en la
que Al Pacino, haciendo de un no vidente, lo baila, funcionó como una
señal de búsqueda de complicidad, en particular, con los bailarines
presentes, que le parecieron a Pablo, que ponían en juego con ese tema un
mayor compromiso corporal, facilitando una ida y vuelta, casi energético,
que retroalimentaba a los que tocaban y a los que bailaban. La música
parecía bajar del escenario a la pista e ir subiendo por el cuerpo de los
presentes, facilitando los movimientos y la expresividad. Con Desde el
Alma, terminaron por conquistar al público y a los dueños de la Balhaus.
Habían pasado unos treinta minutos desde que habían comenzado a tocar,
sin necesidad de que Pablo le dirigiera la palabra a ninguno de sus músicos.
No hacía falta. Siguieron de corrido unos treinta minutos más, muy
relajados, disfrutando, pudiendo jugar y dialogar con el público a través de
la música. En el entreacto, los cinco estaban sorprendidos y con ganas de
seguir hasta que les dijeran basta. Tocaron hasta pasada la medianoche.
Luego de la cena, en el mismo local, Ejnar, Philippe, Jacques, Pablo y
Rodez se quedaron conversando, un poco en francés, un poco en inglés, de
manera prolongada y entusiasta con los dueños de la Balhaus, sólo Cornel
se había excusado, poco antes del postre, aduciendo que estaba muy
cansado, y en realidad lo estaba (había realizado un gran esfuerzo para
sobreponerse del impacto que le había producido el acto, del que era casi
absoluto responsable, que le impidió por un largo tiempo, mirar a la cara a
Rodez, que tanbién evitaba hacerlo). Hablaron sobre todo de música y del
177

tango en particular. Algo, habían percibido en el público los integrantes de


La Yumbera, durante la actuación, que no terminaban de poder poner en
palabras. Sólo podían dar cuenta de la consecuencia de ese algo, que se
parecía a la alegría. Supieron luego, en particular Pablo, que eso que
presentían, tenía que ver con que para los alemanes, como para casi todo el
mundo, el tango remite a lo sensual, a la pasión. Siendo un pueblo
desacostumbrado al contacto corporal con el otro, tan natural en los latinos,
el tango les ofrece la posibilidad de ese contacto, que tiene el plus de
permitir, bajo el encuadre de los pasos de la danza, cierta liberación
pulsional. Para Pablo, fue un doble triunfo: el de poder tocar en una
milonga y el de corroborar, tal como lo comenzó a vislumbrar desde muy
chico, cuando se movía al son de La Yumba sentado sobre las piernas de su
abuelo, que el tango es la puesta en juego de sentimientos, sea la tristeza, el
dolor o el amor, para mostrarlos de manera bella y sensual; confirmando,
además, la hipótesis de Rodez, de que el tango no es seda mora, de hilos
finos y uniformes, sino seda bourette, con restos de capullo y cola de seda.
Se lo había manifestado la contundencia de los cuerpos en movimiento, de
las parejas que bailaban, y el entusiasmo, en la ejecución de sus músicos.

El lunes y martes estuvieron en Potsdam, grabando dos conciertos para


la televisión pública; el miércoles volvieron a la Ballhaus
Walzerlinksgestrickt, para tocar durante tres noches más, que fueron pocas
para la demanda que había generado La Yumbera, por los comentarios que
se fueron difundiendo entre los habitués de las milongas. La última noche
estrenaron el tango Amberes, que Pablo había comenzado a componer en su
viaje, desde esa ciudad a Berlín, intentando reflejar su nuevo estado de
ánimo, que aludía a un comienzo, a diferencia de Bordeaux et Bleu, que
remitía a un final, que pudo escribir, y terminar de arreglar en los intervalos
de los ensayos, más por insistencia de Rodez que por iniciativa del propio
Pablo, que consideraba que faltaba un poco de trabajo para hacerlo rodar.
178

A Múnich, llegaron la mañana del veinticuatro de diciembre. Nevaba


más de lo que habían podido imaginar. Les llamó la atención, al salir de la
estación, la cantidad de gente que deambulaba, a horas tan tempranas.
Cornel, pese al entusiasmo que reinaba en el grupo, después de las
actuaciones en la Ballhaus, y de saber que en Navidad podrían ver por
televisión el recital que habían grabado en Potsdam, seguía ensimismado y
casi en un estado de mutismo, atinando sólo a dar respuestas
monosilábicas. Rodez, por su parte comenzó a ponerse ansioso, luego de
una conversación telefónica con su mujer, que realizó ni bien llegaron al
hotel Torbräu, ubicado en el centro de la ciudad, a unos quinientos metros
de Marienplatz. A todos, los había sorprendido que Rodez elegiera para él
una habitación doble y a cuatro pisos de los integrantes de La Yumbera
(hasta ese momento, si bien mantenía la privacidad de su alojamiento, se
hospedaba en el mismo piso, ocupando habitaciones contiguas a la de los
músicos). Jacques, a modo de chiste comentó que quizás viniera Julie, dado
que era Nochebuena, dejando preocupado al resto de sus compañeros, y en
particular a Cornel, que si algo no quería que sucediese durante la gira en
Múnich, era encontrarse cara a cara con esa mujer.

Casi al mediodía, salieron a recorrer un par de Mercados de Navidad,


que estaban atestados de lugareños y turistas, que compraban subvenirse
navideños, en las tiendas que funcionaban, por el frío, dentro de carpas, y
que consumían salchichas, platos con chucrut, pasteles y de sobremanera
cerveza, como si fuese la última vez que lo harían en sus vidas. Rodez,
había decidido quedarse en el hotel. Cuando regresaron al Torbräu, pasadas
las dos de la tarde, tal como lo había dicho a modo de chanza Jacques,
vieron a Rodez en el lobby, sentado frente a Julie, tomando café, mientra
jugaba con los dedos de su mano izquierda sobre un vaso repleto de
whisky. Al verlos, Cornel los saludó desde el pasillo central, con la mano y
agachó su cabeza, enfilando con rapidez hacia su habitación. El resto de los
179

integrantes se acercó a la mesa, y como si nada hubiese sucedido, dado que


se trataba del à ce monde que nous avons su obtener, saludaron a Julie con
un beso a cada lado de la mejilla, al que ella respondió con naturalidad,
como confirmando que era parte de “ese mundo que supimos conseguir”.

Poco antes de las ocho de la noche, Pablo salió del hotel en busca de un
teléfono público, para hablar con sus padres. Tal vez Yumba, su abuelo,
estaría con ellos a punto de brindar, a minutos de la medianoche en
Buenos Aires, y podría saludarlo también, aunque lo más probable fuese
que estuviese en el geriátrico. Seguía nevando con intensidad. Si bien, no
era la primera Navidad que pasaba fuera de Buenos Aires, los Mercados de
Navidad lo habían impresionado, sobre todo por el entusiasmo de la gente,
que manifestaba una carga de emotividad, que parecía facilitada por el
paisaje de la Marienplatz, rodeada de edificios estilo barroco y rococó
construidos en el siglo XVII, cubiertos de nieve. La imagen, le daba la
sensación de que se encontraba dentro de una de esas postales europeas,
que de chico le hacían pensar que allí se encontraba la verdadera Navidad.
Aunque estaba a miles de kilómetros de su familia, necesitaba creer que se
encontraba a pasos de la casa de Yumba, donde sin excepción pasaba junto
a sus padres y a su hermana las Nochebuenas. Minutos antes de las veinte
horas, Pablo marcó el número de teléfono de su casa. Atendió su madre,
convencida que del otro lado de la línea estaría su hijo. “Feliz Navidad”, se
dijeron de manera simultánea y con la misma emoción..

-Acá en Múnich, no para de nevar, parece que estoy dentro de una


postal. Estoy muy bien. Son apenas, pasadas las ocho. Los alemanes
festejan con ganas la Navidad. Los extraño
-Nosotros también y mucho. El mejor regalo en esta Nochebuena es
que llamaras hijo.
-Para vieja, que me pongo a llorar como un boludo.
180

-Te paso con tu hermana.


-Dale mamá. Un beso grande para vos.
-Hola hermanito ¡Feliz Navidad! Acá nos estamos muriendo de calor y
allá nieva ¡que loco! ¿Tocás esta noche? ¿Cuándo te voy a ver? ¿Seguís de
novio con la francesita? ¿Es lindo Múnich?
-Sos peor que mamá ¡Pará con la ametralladora! Todo bien. Hoy no
tocamos. Mañana debutamos acá en Múnich, que es una ciudad hermosa,
parece preparada para la Navidad. La francesita “ce fini”, conocí una belga,
que me gusta mucho ¿Y vos?
-Me pasan a buscar en un rato. Te paso con papá.
-Hola viejo ¿Están todos en casa? ¿La están pasando bien?.
-La estamos pasando muy bien. Estuvimos, al mediodía con el abuelo,
le llevamos pavita y brindamos con un poquitito de champagne.
-¿No quiso, estar con ustedes?
-Es así Pablo. Estoy orgulloso de vos hijo. Te quiero mucho. Y no
hablo más. Que tengas una ¡muy feliz Navidad!
-¿Ya está? Yo también los quiero mucho a todos. Brindaré por ustedes
con cerveza.

Al llegar al Torbräu, Pablo encontró a Rodez, nuevamente en lobby,


esta vez tomando una gaseosa y charlando con uno de los conserjes.
Parecía repuesto de su estado de ansiedad, hablaba con entusiasmo y con
cierta tranquilidad. Estaba vestido como para ir de fiesta, con un traje de
lana gris oscuro, camisa blanca de seda con gemelos, una chalina, también
de seda, color bordó colgada del cuello; un sobretodo azul que estaba
apoyado en una de las sillas contigüas, en la que había colocado también un
par de guantes de cuero forrado con piel y un sombrero de lana, de ala
ancha, con cuadrillé en tono de grises y una cinta negra. A pesar de que
181

seguía nevando llevaba puesto zapatos de cabretilla con cordones y suela


de cuero.

-Apúrate Pablo, a las nueve tenemos que estar en la Cervecería


Hofbrauhaus.
-Creí, que cenaríamos en un restaurante.
-La Hofbrauhaus, es también un restaurante. Si quieres saber, de que se
trata la Navidad en Múnich, no existe mejor lugar que la Hofbrauhaus.

Rodez, salió del Torbräu, junto a Julie, que vestía como para ir a una
fiesta, en un hotel de cinco estrellas, más que a una cervecería, por más que
fuese Nochebuena, enfurecido por que al preguntar por Cornel, que no
estaba con el resto de los músicos, le dijeron que había decidido quedarse
en su habitación. La ausencia de Cornel, lo irritaba por que ponía en
evidencia la importancia de lo que había ocurrido entre el chelista y su
mujer.

Cuando ingresaron a la cervecería, que Pablo había visto desde afuera,


sin sospechar ni de la cantidad de gente que podía ingresar al
establecimiento, ni de su historia, Rodez, comenzó a perder el enojo. El
bullicio que producían los cientos de muniqueses y turistas que estaban
sentados en largos bancos de madera, compartiendo extensas mesas
cubiertas de jarras de cerveza, platos con salchichas blancas, carne de cerdo
y mostazas, soslayaban la ausencia de Cornel, y la infidelidad de su mujer.
Al rato de haberse sentado daba lo mismo para Philippe, Ejnar, Jacques y
Pablo, estar conversando entre ellos, o con Rodez, o con Julie, que con un
alemán, una alemana, un italiano o un japonés. Todos brindaban chocando
jarras, por puro espíritu festivo, que se iba apoderando de cada comensal y
de cualquiera que ingresara a la Cervecería Hofbrauhaus, como si fuese un
182

hechizo, como tal vez habría sucedido, antes de los años treinta, en ese
mismo lugar, con las proclamas de Hitler, cuando aún no era el Führer.

La noche de Navidad y las dos siguientes, tocaron en el Wirtshaus im


Schlachthof , una milonga, donde ocasionalmente se organizan conciertos
en vivo. Hicieron el mismo repertorio que en Berlín, agregando La
Cumparsita, sobre la que venían trabajando desde hacía meses, después de
haber escuchado todas las versiones que pudieron encontrar, desde las
realizadas por orquestas tradicionales (Fresedo, Di Sarli, Canaro, Firpo,
D’Arienzo), pasando por la versión de Piazzolla y las hechas por orquestas
sinfónicas, para lograr una propuesta que aprovechara las posibilidades que
ofrece la sencillez de su estructura musical, del tango más conocido y
versionado, en el mundo. Una especie de Para Elisa, de Beethoven, o de
Yesterday, de Los Beatles para Pablo, logrando un resultado aceptable para
los cinco, sabiendo que se podría mejorar. La respuesta del público fue
similar a la de Berlín, si bien Rodez argumentaba que era mejor, dado que
los muniqueses, para él, eran más exigentes que los berlineses. La
presencia de Julie, en las tres funciones, se hicieron soportables para Cornel
con la toma de un par de vasos de vodka antes de subir al escenario, en la
creencia de que lo ayudaría a relajarse, si bien el grupo se había
autoimpuesto no beber las horas previas a los conciertos, desde el
comienzo de la gira.

La tarde noche previa a la vuelta a París, actuaron en la Staatliche


Akademie der Tonkunst - Hochschule für Musikic, La Academia Estatal de
la Música y Artes de Múnich, una de las escuelas más antiguas y
tradicionales de música y de teatro en Alemania. Para La Academia, el
concierto de La Yumbera era uno más de los setecientos y tantos, anuales.
183

Para La Yumbera y para Rodez, que había conseguido que actuasen allí,
por haber tocado en su época de concertista y por la influencia de su mujer,
que era respetada como pianista por la institución, era el concierto de
mayor importancia que darían en Alemania. La presencia de Julie, daba
cuenta de la trascendencia de la presentación. Cuando llegaron, para el
ensayo, a la Staatliche Akademie der Tonkunst, que había sido el
Führerbau (Edificio del Führer), del antiguo partido nazi, estaban tan
tensos como si debieran actuar en el Palais Garnier de la Ópera de París,
en la Deutsche Oper Berlín, o en el Teatro Colón de Buenos Aires. La
doble historia del lugar vinculado a la muerte, por el nazismo, y a la vida,
por la música, con la constante, en ambos casos, de la exigencia, los alejaba
de la posibilidad de apropiarse del lugar, sumado a la presencia de Julie,
que comenzaba a convertirse en un obstáculo.

Pablo, trató de mantener la calma. En la puerta de ingreso de la


Staatliche Akademie levantó su mano derecha con los dedos apretados
entre sí, extendiéndola hasta sentir cierta molestia en los músculos de su
brazo, en un gesto que a través de la parodia y el humor buscaba la
distensión de los integrantes de La Yumbera, que comenzaron a reírse,
contagiando a Rodez y a Julie, y lograr despojar el frío que sentían y que
excedía al que podía hacer referencia los termómetros del servicio de
meteorología muniques, dos horas y media antes de la función

-Que nuestro tango complazca al Führer y a sus exigentes músicos


alemanes.

-Tu es un fils de pute. Nous sommes la résistance - le respondió


Jacques.

-Que avance la résistance - contestó Pablo.

-Avançons. Ne reste pas autre - dijo Julie.


184

Nadie más hablo. En silencio se dirigieron al escenario. Templaron los


violines, el chelo y el piano. Las butacas vacías, al estar encendidas las
luces de la sala, enfatizaban que estaban solos, sin dioses que los
protegieran, en un país y en un lugar donde se dictaminó que si se
eliminaba al pueblo elegido de Dios, ese pueblo iba a ocupar ese lugar. Las
miradas entre los integrantes de La Yumbera, denotaban temor, a excepción
de Ejnar, que parecía ajeno al peso de ese imaginario.
Julie, que ocupó el lugar habitual de Rodez, durante el ensayo previo, se
mostraba molesta, en un estado cercano a la intransigencia. No dejaba de
marcar la desconcentración grupal, logrando con ello un resultado
contrario al que esperaba. Primero Ejnar,y luego Pablo, a partir de la
intervención de Ejnar, intentaron acotarla.
-Nous ne sommes pas enfants. Nous avons des poils dans les testicules -
le dijo Ejnar.
-No compliques más las cosas Julie. Somos músicos, no estudiantes del
Conservatorio - agregó Pablo.
-Un pardon à tous. Je veux que tout le meilleur possible sorte. Je les
apprécie beaucoup - respondió Julie, con la mirada dirigida a Pablo,
sorprendiendo a todos y sobresaltando a Cornel, como si enfatizara su
responsabilidad cuando había estado con ella, una semana antes.
-Qui sonne à un tango. Votre directeur est argentin - agregó Julie.
Que Julie comentara que los apreciaba mucho a todos y que remarcara
que Pablo era argentino, acercándolo más a ella, motivaron que él pensara,
ya sin dudas, que Cornel se había acostado con ella y que lo había hecho en
nombre de todos.
Pablo, le solicitó a Rodez que Julie no estuviera presente antes de la
función, sin obtener resultado. A punto estuvieron los integrantes de La
Yumbera, de cancelar el recital. Algo había comenzado a urdirse, por
debajo de las intenciones de las partes. Lo que pasó entre Julie y Cornel,
185

podía leerse tanto como la causa de la tensión entre representados y


representante, o como el producto de una tensión previa, que necesitaba de
un acto con la fuerza necesaria para ponerla de manifiesto. Como fuese,
aunque desde un punto de vista práctico no tenía sentido que se alterara la
concordia preexistente, casi necesaria, antes de la última actuación de la
gira, ninguno de los integrantes del quinteto, con las dudas de Pablo
mediante, estaba dispuesto a continuar el vínculo con Rodez,
justificadamente o no desde un punto de vista objetivo. Para Cornel, seguir
con Rodez era insoportable; para Ejnar era la excusa que sin que
invalidaran las razones a la vista, le permitía volver a obtener cierta libertad
y no sentir la obligación de satisfacer las necesidades de un grupo; para
Philippe significara dejar de lado la exigencia de seguir a Jacques en el
violín, que si bien lo enriquecían, pagaba el precio de un esfuerzo excesivo
y de quedar condenado a un segundo plano, dado que primer violín con
Jacques a su lado, nunca sería.
Todos sabían, que tocar en la Staatliche Akademie der Tonkunst, era lo
más importante de la gira. La mayoría del público, estaría compuesto por
músicos reconocidos, o estarían a punto de serlo. No se trataba de hacer un
listado de quienes habían actuado allí. La cantidad de conciertos anuales
durante tantos años, daba la sensación de que estuvieron presentes en el
lugar todos los músicos del mundo, por lo que la fascinación y el temor de
presentarse se multiplicaba por los referentes musicales de cada integrante
de La Yumbera. Si había fantasmas eran imposibles de contar. A pesar de
cierto aturdimiento, Pablo, luego del ensayo y en medio de deliberaciones,
una hora antes del concierto, tomó en serio la frase con la que distendió al
grupo antes de ingresar y volvió a pronunciarla delante de sus cuatro
músicos “avance la résistance”, convencido de que en ese momento se
trataba de resistir, sin certezas de cómo terminaría la batalla.
186

La sala estaba prácticamente colmada. Los primeros temas tuvieron


como repercusión un tibio aplauso, que se correspondía a lo que
transmitían las interpretaciones, por estar todos, inclusive Ejnar, que
parecía siempre inmune a los escenarios y a los públicos, pendientes de sus
propios temores. Recién en el sexto tema, La Yumbera comenzó a soltarse.
Fue a partir de un solo de Jacques en La Cumparsita, que se reforzó con la
interpretación de Pablo en Zum, que hizo que sobre la marcha modificaran
el orden del repertorio, anticipando Oblivion y A Evaristo Carriego, que
estaban propuestos como anteúltimo y antepenúltimo tema,
respectivamente. Casi sin darse cuenta llegaron al tema diecisiete: Canaro
en París. La respuesta del público los sorprendió. Ninguno de los cinco,
creía que quienes aplaudían con entusiasmo, dando muestras de
reconocimiento, eran músicos de la Staatliche Akademie. El
agradecimiento, con que devolvieron los aplausos fue el más emotivo de
toda la gira. Cuando se dirigían a los camarines ni a Cornel, ni a Ejanr, ni a
Philippe, ni a Jacques, ni a Pablo, les llamó la atención el abrazo que, a
cada uno de ellos, les dio Rodez.
Como si la tormenta hubiese pasado, fueron junto a Rodez, Julie y dos
de las autoridades de la Staatliche Akademie , a cenar al Spatenhaus an der
Oper, un restaurante de estilo alpino,con más de cien años de historia.
Antes de que tuviesen tiempo de hojear la carta, Rodez solicitó una botella
de champagne, mirando a Julie complacido. Todos, a excepción de los dos
alemanes, que desconocían los avatares del grupo con Rodez y su mujer,
sabían que brindarían para celebrar la gira, que desde lo musical,
consideraban exitosa, y para intentar recomponer la relación entre las
partes, si era posible.
-Nous accompagnent Edmund Freimann et Franz Metzger qui, en plus
d'être autorités de l'Akademie ils sont deux grands musiciens, desquels j'ai
187

seulement reçu des éloges pour "La Yumbera" et qui ont un appétit de les
connaître un peu plus.
-Merci Antoine, par cette invitation. Espérons qu'ils reviennent. Tous
sont vous de grands musiciens. Ils font un honneur au tango et à la
musique – digo Franz Metzger.
-Merci pour les éloges. Nous étions très nerveux au commencement.
C'était un honneur pour nous frapper dans l ' Akademie - respondió Pablo,
más por cortesía que por convencimiento, si bien lo que había dicho era
cierto (lo incomodaba, como al resto del grupo, lo protocolar).
-Leur le tango plaît-il? - preguntó Jacques
-Beaucoup, le tango de La Yumbera - respondió Edmund Friedman,
como intentando acercarse al grupo que parecía, y lo estaba, distante de las
autoridades de La Academia y de la dupla Rodez - Julie.
Jacques se convirtió durante esa cena en el portavoz grupal. Pablo
escuchaba la conversación como si mirara una película en su casa yendo
del living a la cocina y de la cocina a su habitación. Conocía los
argumentos de antemano, era Nathalie quien ocupaba su pensamiento.
Cornel, se mantuvo ensimismado, concentrado en la comida como un chico
que es invitado a cenar a una casa que no conoce, y trata de pasar
inadvertido para que no le pregunten nada. Philipe, sólo pensaba en volver
a París para pasar con Favio el fin de año y el año nuevo. Ejnar, no veía la
hora de levantarse para irse a dormir y plantear al día siguiente que la etapa
con La Yumbera estaba concluída.
La monotonía se mantuvo hasta que Fridman y Metzger saludaron,
antes de marcharse, deseando un feliz año a todos, y que Rodez pidiera la
segunda botella de champagne diciendo, que tenía algo muy importante que
decirles, con el mismo tono efusivo que había tenido en el almuerzo sobre
el. Promenade des Anglais, en La Rotonde Brasserie.
188

-Nous n'avons pas vécu des moments faciles à Munich. Mais il y a


quelque chose de plus important : Julie me confirme hier, que nous avons
un contrat pour frapper au Japón. Oui, au Japón.
-¡No lo puedo creer, Antoine! ¿En Japón?
-¿Por qué no, mon ami?
-Oui. Pourquoi non ? Il ne sera pas plus difficile qu'ici - acotó Jacques.
La novedad, los sacó a todos de sus propios pensamientos. La propuesta
resultaba tan atractiva como atemorizadora. Ninguno de los cinco había
pensado en esa posibilidad, quedando igualados en la sorpresa, pero no en
la significancia que comenzaba a tener para cada uno de ellos. Para Cornel,
la idea de viajar a Japón junto a Rodez y Julie lo turbaba. Para Philippe,
Japón no se le hacía posible sin Fabio, sin la contención que Fabio le podía
dar para superar el sentido de inferioridad de tocar con Jacques, que se
agravaría en un país tan extraño. Para Ejnar, Japón se convertía en la
posibilidad de una experiencia tan exótica como exigente, dejándolo en el
plano de la duda. Para Jacques, pensar en Japón era una fiesta para su
curiosidad. Para Pablo, Japón era el lugar donde tocaron todos los grandes
del tango, un lugar para el que no se sentía preparado o al menos que no
merecía todavía ocupar.
-No pareciera que los ha entusiasmado mucho, lo que le acaba de
comunicar Antoine. Nos hemos movido bastante para conseguir ese
contrato. Estoy un tanto desconcertada Pablo - decía Julie, mientras
Amtoine, entrecerraba los ojos y movía el dedo índice de su mano
izquierda, pidiéndole a Julie que no siguiera hablando.
-Quizás, nos sorprendió tanto que aun no hemos podido reaccionar,
Julie - respondió Pablo.
-Excepto Jacques, que se le nota el brillo en los ojos, todos los demás
incluyéndote a tí, parecen que le hubiésemos dicho que conseguimos un
189

contrato en Mozambique. Tu sabes, lo que implica para una orquesta de


tango tocar en Japón. Tu lo sabes bien, mon chéri Paul. Tu más que nadie.
-Me encanta la idea, también me produce temor. Después que cada uno
diga lo suyo. Je suis seul un jeune directeur.
-L'expérience avec La Yumbera a été magnifique. Le Japon en ce
moment me semble lointain. J'ai besoin d'un repos - dijo Ejnar.
-Oui. Nous avons besoin d'un repos – reafirmó Philippe, mientras
Cornel con su cabeza convalidaba lo dicho por sus dos compañeros.
-Ce sont quelques enculés!
-Tienes razón Antoine, somos unos pendejos - contestó Pablo.
Antes de que Jacques intentara matizar la charla, diciendo que estaba
contento con la idea, Antoine pidió la cuenta y se levantó de su asiento,
excusándose de que tenía que ir al baño. Julie, partió tras él, argumentando
la misma razón.
Después de un minuto de silencio, Pablo se dio cuenta que algo pasaba,
que excedía a las dificultades con Antoine y Julie.
-Les diré, que nosotros lo hablaremos. No somos más unos pendejos.
Le pediremos tiempo a Antoine - les dijo.
-Putain cést qui, Antoine? – preguntó Ejnar.
-El puto Antoine, consiguió esta gira y algo más. Para mí es muy
importante. Yo quiero ir a Japón, Jacques también. Propongo que le
digamos que debemos resolver cuestiones pendientes entre nosotros y que
seguiremos charlando en París. Oui des camaredes?
-Oui mon directeur - respondió con ironía Philippe.
Pablo, prefirió no contestarle. Cuando Antoine y Julie volvieron a la
mesa Ejnar se anticipó a hablar, al darse cuenta de que su parecer
perjudicaba sobre todo a Pablo
190

-Julie et Antoine, nous le pensons un peu. Je ne suis pas déjà enculé.


C'est une opportunité unique. “L'Yumbera” ne peut pas la se perdre. Un
pardon aux deux.
-¡Pablo! ¡Pablo! Mon ami, tienes mucha suerte. No todos los directores,
por más pendejos que sean, cuentan con gente que le reponda de esta
manera.
-Bons un jour des messieurs, sont bienvenus à ce monde que nous
avons su obtener. Nous sommes seda bourette – dijo Jacques.
-Ahí tienes el título para tu próximo tango, Pablo - con ironía y no sin
dolor, comentó Antoine..
-Seda bourette, es una buena idea. Cést le tango. Cést la vie - le
respondió Pablo.
-Nos vemos después de año nuevo en París. Une bonne année pour
tous!. La cuenta, como siempre, está paga - cerró Antoine.
191
192

París - Tokio - Sapporo


193
194

La mañana de Fin de Año, los cinco integrantes de La Yumbera,


regresaron a París. En la Gare de l'Est estaba Fabio esperando a Philippe,
también a Pablo. Haber viajado de noche había evitado que tanto Cornel
como Ejnar, pudieran decirle, durante el viaje, a sus compañeros, lo que
casi tenían decidido, y que a ninguno de los dos les resultaba sencillo:
despedirse de La Yumbera. Como si nada hubiese comenzado a ponerse de
manifiesto, los cinco se saludaron entre sí, con un beso a cada de lado de la
mejilla, y con un abrazo, dado con distinta intensidad y por distintos
motivos, y se desearon un feliz año. Cornel, partiría a Bucarest, horas
después, a vistar a su familia, prometiendo volver a París en quince o
veinte días. Ejnar, se iría a Bruselas para pasar el año nuevo con unos
amigos, y se encontraría a charlar con Pablo, apenas volviese a París, sin
especificar cuándo. Jacques, que seguía viviendo en la casa de sus padres,
si bien permanecía gran parte del año sin pisarla, invitó a Pablo, a Philippe
y a Fabio a celebrar el fin de año con su familia. Pablo, sólo pensaba en
encontrarse con Natahalie a la mañana siguiente en Amberes, por lo que
como previa a ese encuentro, la idea de Jacques lo entusiasmó. Amistad,
amor, Japón se sucedían en su línea de tiempo, tratando que ninguna de
esas fases invadiera a otra.
A media tarde, de ese treintaiuno de diciembre, partieron los tres rumbo
a Fontainebleau donde habitaba la familia de Jacques. Antes de que
195

ingresaran a la vivienda, un edificio de tres plantas de estilo neoclásico, con


un frente de piedras; con ventanas de vidrio repartido pintadas de blanco,
con columnas griegas a los costados y con un local a la calle donde
funcionaba una de las charcuterie de la familia, Jacques, que salió a
recibirlos, les advirtió que “ma famille est un peu de fou, mais bons gens,
tous sont aristocrates, mais ils sont de petits bourgeois”. El comentario le
confirmó a Pablo las razones, que había supuesto, explicaban por qué
Jacques se manejaba tan bien con Rodez, y le hizo sospechar que haber
invertido más de trescientos euros, junto a Fabio y Philippe, en tres botellas
de Dom Perignon daría igual que si hubiesen comprado una sola botella de
vino de mesa.
A medida que iban subiendo la escalera de mármol blanco, con barandas
de hierro forjado, pintado del mismo color, la ansiedad de Pablo por
conocer a esa familia un peu fou, aumentaba por la complicidad con Fabio
y Philippe que, de alguna manera, Jacques había promovido. En el living de
paredes blancas, con columnas lisas en los cuatro costados y rectángulos de
color gris con rosetones; con piso de mármol que parecía la continuidad de
las paredes, por los colores y las formas geométricas similares, que se
replicaban en el techo, los esperaban los padres de Jacques, vestidos desde
temprano (eran apenas pasadas las dieciocho horas), de traje azul, camisa
blanca con gemelos y corbata gris perlado, de seda,, y de vestido de soire
negro hasta los tobillos, respectivamente. Lo racional de las formas, las
simetrías y la falta de colorido del lugar contrastaban con la elocuencia de
los gestos de monsieur Charles Edouard y de madame Clodette al
recibirlos.
-Bienvenus à notre maison. Notre maison est la maison de vous – les
dijo madame Clodette extendiendo su brazo derecho, en solicitud del
saludo de Pablo, Philippe y Fabio.
196

-Très bien, ils ont apporté champagne du bon – prosiguió Charles


Edouard.
-Ne nous regardez pas ainsi, il nous plaît de nous habiller pour chaque
occasion – agregó Clodette.
-Rodez et Julie doivent être à cette famille – comentó Jacques, a sus tres
compañeros.
-Beaucoup de goût, je suis Paul.
-Et je, Fabio.
-Echanté, moi je sui Philippe.
-Paul, ¡l'argentin! – dijo madame Clodette, como si él fuese conocido,
o, y es lo que sintió Pablo, un personaje exótico, proveniente del cono sur.
A la hora de haberse sentado a la mesa, ya convencido Pablo, casi en
simultáneo Fabio, y finalmente Philippe, de que el tono de simulación era
el adecuado para la ocasión, llegó primero el hermano mayor de Jacques
con su mujer y sus dos pequeñas hijas, y un poco más tarde su otro
hermano, el menor, con dos amigos, uno de los cuales parecía ser su pareja.
Poco antes de comenzar a cenar aparecieron Annette, una tía de Jacques,
profesora de literatura, hermana del padre y de bastante más edad, junto a
una sobrina, Geraldine, de unos dieciocho años, que vivía con ella, y que,
permaneció en silencio durante toda la cena sin dejar de mirar a Pablo, que
dejó de preocuparse por esa mirada cuando Jacques le dijo, al oído: “Pablo,
elle est vierge, si tu veux la faire débuter en avant”.
La conversación familiar parecía tener una estructura preestablecida de
la que ninguno de sus miembros se apartaba: a cada comentario, realizado
por cualquiera de los integrantes, sobre temas tan diversos como la política,
el trabajo, las vacaciones, las cirugías plásticas, la muerte, las hazañas, el
tedio, el deporte, los vinos, las infidelidades, o las artes, que todos parecían
escuchar con atención, le correspondía una aprobación a través de la
sonrisa, o la risa a veces, confirmando lo que Jacques había anticipado. La
197

excepción, estaba en Annette, una mujer con más de sesenta años, que sólo
sonreía, pero con la mirada en otro lado, en otros pensamientos. Cuando
Jacques comentó que viajarían a Japón, mientras comían el típico postre
Galette de Rois, produciendo las esperadas miradas de aprobación, de grata
sorpresa y de reconocimiento, antes de la risa destinada a sellar lo dicho,
Annette, se apartó del libreto y comenzó a hablar con Pablo, Philippe,
Fabio y con su sobrino, como si no estuviesen presentes sus parientes,
prestando atención a lo que ninguno de sus familiares le daba la menor
importancia.
-Si vous voulez savoir à propos de comment ils sont les Japonais,
commencez à lire des écrivains japonais. À Mishima, Kawabata, Oé,
Akutagawa, Tanizaki.
-Pourquoi, Annette ? – preguntó Pablo, un poco más interesado que
Jacques, Fabio y Philippe, en lo que esa mujer podía aconsejarles.
-Par que les caprices, la cruauté de la femme aimée, la passion
amoureuse, le beau et le triste qu'ils vont de la main dans la littérature
japonaise, sont dans le tangó - respondió Annette, ante la mirada de
aprobación de Geraldine, que ya comenzaba a no parecerle tan tonta a
Pablo.
-C'est une nuit de Réveillon : suffis de parler! Aboutissons à la rue. Dix
minutes manquent pour qu'une nouvelle année commence – interrumpió,
madame Clodette, señalando con un dedo la hora, en su reloj de oro,
mientras su marido, terminaba de acomodarse el sobretotdo, sacudiéndose
como un perro, con una botella de champagne en cada mano.
Las calles de Fointainebleu, como la de todas las ciudades de Francia,
estaban ilumindas para la ocasión, con lamparitas colgadas de cables
enroscados en las ramas secas de los árboles, que hacía que se notase en
toda su intensidad la luz, como para que no hubiese dudas, que se está de
fiesta. Madame Clodette y monsieur Charles Edouard, enlazados por sus
198

brazos y por sus convicciones de mostrarse felices, pese a todo, incluso de


ellos mismos, encabezaron la tropa familiar. Detrás se encolumnaron sus
dos hijos, con sus hijos y sus amigos en cada caso, luego Annete junto a
Jacques, Philippe y Fabio; un poco atrasados, y últimos en la fila, Pablo
junto a Geraldine. La familia de Jacques se fue entremezclando con vecinos
y ocasionales visitantes de la ciudad. Geraldine comenzó a hablarle a
Pablo, de manera desenvuelta, intentando separarlo del resto.
- Je veux feter cette nouvelle année avec toi, Paul¡
-Tu es Geraldine très jolie. Salud, Geraldine! - le respondió Pablo,
chocando las copas que habían llevado, como todos los demás, de la casa
de los padres de Jacques, que habían llenado con champagne ofrecido por
un desconocido.
-Je ne suis pas vierge. Salud par le tango! - le dijo Geraldine, tomando
con una de sus manos, que no estaba tan fría, una de las manos de Pablo,
que se la dejó asir, esperando saber hasta donde lo llevaría Geraldine,
poniendo en suspenso, por un momento, sólo por un momento, hasta que
ese momento concluyera, y era de esperar que antes de la madrugada, para
comenzar a sumergirse en el encuentro con Natahalie.
-Revenons.
-Qué?
-J'ai une clef de la porte de la maison.
-Comment?
-Tu as peur? Tu as des doutes?
-Oui.
Geraldine había acertado en sus preguntas y en la forma de lograr su
propósito. Pablo, temía, que si volvían a la casa podía ser descubierto y
tener problemas, sin saber de qué clase. Pablo, también dudaba, entre
seguir el juego que le proponía una adolescente que, hasta hacía unos
199

minutos, había considerado incapaz de tomar iniciativa alguna, o detener la


partida e irse en busca de sus tres amigos, y de Annette.
Geraldine, abrió la puerta de la casa de los padres de Jacques, sin
encender la luz de la escalera, y se dirigió a la puerta, que se encontraba a
un costado del hall de entrada, que daba a la charcuterie. La luz del
exterior, que se filtraba a través de los vidrios del friso que cubrían todo el
ancho del local, permitía ver en tonos de grises el mostrador, los estantes
con botellas de diferente tipo de bebidas, los jamones y demás embutidos
colgados. Geraldine se detuvo en el medio del campo de luz que se
formaba en el centro del local, arrojando su abrigo al suelo. Pablo, se
acercó a ella, repitiendo el mismo movimiento, lanzando su camperón al
lado del de Geraldine, y fue avizorando el tamaño de sus pechos.
Geraldine se fue quitando la polera de lana color coral que llevaba puesta,
ofreciendole a Pablo, lo que sabía le resultaría infalible. Pablo se avalanzó
sobre el torzo de ella, haciendo que su excitación comenzara a
desbordarlo. Geraldine, dejó que Pablo la terminara de desnudar, como una
continuación de su iniciativa. Cuando la contempló desnuda sobre sobre los
abrigos, Pablo no podía creer que ella tuviese un cuerpo tan suave y
sensual. El primer contacto, Pablo lo hizo subido a ella; el segundo ella se
montó sobre él.
Cuando salieron a la calle, como dos amantes que se retiran de un hotel
alojamiento, como si nada hubiese pasado entre ellos, se entremezclaron
entre el gentío que seguía festejando el comienzo de año. Pablo, no podía
despegarse de la sensación de suavidad, que le produjo al tacto, cuando le
acariciaba el pubis, como si lo hubiese hecho sobre la piel de un bebé o de
un juguete de peluche. A poco de andar se encontraron con Jacques, Fabio,
Philippe y Annete, que había decidido comenzar el año con ellos. A
Philippe, le pareció notar una sonrisa dulce en Pablo.
200

Por efecto del champagne, o por haber estado con Geraldine, Pablo,
partió a París para abordar el tren a Amberes, con dolor de cabeza y
malestar estomacal, esperando que desaparecieran para cuando se
encontrara con Natahalie.

Cuando llegó a la estación de Amberes, Nathalie lo estaba esperando.


También un sentimiento de culpa del que no pudo sobreponerse ese día de
Año Nuevo, dejándola a ella un poco sorprendida, cuando después de estar
siete horas juntos e ir a dormir a un hotel, él dejo pasar la posibilidad de
que hicieran el amor por primera vez ante la incondicional predisposición,
que ella le había demostrado. El dolor de cabeza, el malestar estomacal, y
la culpa habían desaparecido cuando despertó, al día siguiente, junto a
Nathalie, sintiendo que un verdadero encuentro estaba a punto de
producirse. Y así fue en esa mañana cuando tubo sexo y amor con ella.
Siguieron durmiendo juntos, la primera semana de enero, en distintos
hoteles de Amberes; disfrutando del frío con una temperatura máxima de
seis grados, de la llovizna y del aguanieve que les ofrecía la ciudad, como
dos turistas que se entremezclan con otros visitantes ocasionales para gozar
de la libertad de disfrutar de lo nimio, predispuestos al descubrimiento y a
la sorpresa, como una extensión de lo nuevo, en la búsqueda de
coincidencias predeterminadas que constituyen y sustentan el
enamoramiento, para dar paso, cuando sucede, al amor.
Pablo y Nathalie, prosiguieron en París su gira de enamorados durante
una semana, donde nuevamente, quién jugaba de local, en este caso Pablo,
se conducía como si visitara por primera vez la ciudad, manifestando una
sincera emoción al ver de noche la torre Eiffel iluminada por dorados
rayos, o una auténtica exaltación al ingresar por la pirámide al Louvre
como si fuese el acceso a las catacumbas de los tesoros culturales del
201

mundo, o creerse estar viviendo un acontecimiento histórico ante el Arco


de Triunfo, como si fuesen parisinos viendo al general De Gaulle
reconquistando la ciudad en agosto de 1944; y haciendo el amor cuando
apenas despertaban, y después del almuerzo, y antes de cenar, y a poco de
quedar dormirdos, como si el encuentro entre un hombre y una mujer
quedase excento de cualquier duda.
Nathalie comenzó a interesarse por el tango, como si estuviera
observando en un microscopio, de la facultad, una estructura celular
desconocida; tratando de descubrir sus particularidades y sus vinculaciones
con la especie y el entorno; y Pablo por la biología, como si analizara las
características y los sonidos de una nueva música tanto en sus variantes,
como en su conjunto, así como en el arte de sus combinaciones, tratando
de conocer la estructura y la dinámica, con el fin de establecer las leyes
generales que la rigen y los principios explicativos que la fundamentan.Y
se fue dando que esa apertura hacia el otro, donde lo propio de cada uno se
confronta con lo diferente, concluyera como promesa de alcanzar la
plenitud; por pimera vez para Pablo, por primera vez para Nathalie,
reconociéndose él en lo que ella le decía y ella en lo que le decía él, y los
dos en el reflejo de las miradas del otro. Cuando Fabio, le preguntaba a
Pablo si estaba enamorado de Nathalie, este sólo atinaba a responderle que
algo parecido al amor sentía, temiendo que si la respuesta fuese afirmativa,
quedaba expuesto a una confirmación que desbarataba ese anhelo de
plenitud que se mantenía como horizonte. Era como si se dijese a sí mismo
que del tango que hacía con La Yumbera no esperara más de lo que
lograba interpretar. Cuando Jacqueline, la amiga de Nathalie que vivía en
Bruselas, le hacía a ella la misma pregunta que Fabio le formulaba a Pablo,
Nathalie le respondía que se había enamorado y que hasta el horizonte
quería navegar con Pablo.
202

Si vivir juntos en Amberes o en París, lo distraían a Pablo de tomar una


decisión; la sombra de Emilie, de lo que había sufrido por ella, fomentaba
el juego de la duda, de la concesión, de acercarse pero no tanto, de
mantener cierto placer por lo furtivo, de no condicionarse a la certeza para
no terminar de comprometerse. A los seis meses de haberse conocido,
Nathalie le planteó a Pablo que después de la gira de Japón se fuesen a
vivir juntos donde él decidiera.

Pablo, teniendo en cuenta la recomendación de Annete, la tía de


Jacques, eligió, al azar, en una librería del Barrio Latino, a uno de los
autores japones sugeridos, a Kezamburo Oé, una tarde de un frío más
intenso que el habitual para el mes de enero. Cuando consultó al empleado
de la librería sobre libros de Oé, optó, entre los ofrecidos, por uno que no
fuese demasiado grueso de lomo. Una cuestión personal, era un título que
lo interpelaba, como puede interperlar a cualquier lector que se encuentre
con una nominación de esas características, y con la foto de los ojos de una
mujer en la portada que parecen mirar con intensidad, sin poder descifrarse
si lo hace para incitar, para inquietar, o para desnudar a quién decidiera
sumergirse en su lectura. Al salir del local, Pablo comenzó a leer el libro. A
los pocos metros se detuvo, cuando terminó la frase que comenzaba en la
línea once, de la primera página: “Sin embargo, en ese momento la esposa
de Bird rezumaba de dolor, ansiedad y esperanza, desnuda y acostada en
un colchón de caucho, con los ojos cerrados como los de un faisán abatido
del cielo por un disparo”. Volvió a leerla por que cierta sensación de
nostalgia le sobrevino sin aviso, como intentando saber qué palabras habían
producido ese estado de ánimo. Primero pensó en Bird, un apelativo que
bien podría caberle por que el nombre aludía a cierta idea de libertad que
parecía acompañarlo desde siempre; luego en la esposa de Bird rezumando
203

dolor, ansiedad y esperanza, y comenzó a imaginarse a Emilie, acostada en


un colchón de caucho, con los ojos cerrados como los de un ave abatida por
un disparo, y comenzó a sentirse cruel no solamente con ella, si no también
con él mismo por haberla dejado. Cerró el libro y abordó el Metro. Cuando
ingresó al vagón en el que viajaría lo volvió a abrir. Al llegar a la estación
Saint Michel, ya sabía que Bird tenía casi la misma edad que él, y que
intentaba escapar de su propio infierno. “Denso como la letra de un tango
denso” pensó Pablo, mientras habría la puerta de calle del edificio de su
departamento, después de leer la descripción del aspecto de Bird: “Su
figura parecía flotar torpemente como el cadáver de un ahogado, en el
oscuro lago de los escaparates, y seguía pareciéndose a un pájaro. Era
pequeño y delgado…La nariz, bronceada y lisa, sobresalía de su cara
como un pico y se encorbavaba hacia abajo y casi nunca expresaban
emoción alguna, salvo en raras ocasiones…Los labios, delgados y duros
estaban siempre tensos sobre los dientes…Y su cabello rojizo se levaba al
cielo como lenguas de fuego…¿Cuánto tiempo más seguiría pareciéndose
a un pájaro?”. Si bien poco se asemejaba al aspecto de Bird, la imagen lo
intimidaba, como si alguien escrudiñara en su interior y pudiera verlo a él
de esa manera, o, aun peor, como si Bird fuese su propio fantasma del que
huía yendo de Buenos Aires a París y que en Tokio esa imagen la podría
ver reflejada al mirarse en un espejo. Entre la simpatía y el desprecio hacia
ese personaje Pablo fue leyendo Una cuestión personal. Algo parecido le
sucedió con Himiko, la amante de Bird, con la que el personaje se pierde
por unos días en un éxtasis de alcohol, sexo y conjeturas sobre la
existencia, en un estado de absoluta humillación, culpa y vergüenza,
reemplazando la simpatía por la excitación de tener una aventura con una
mujer experta en los quehaceres del sexo como ella. Esa tensión, que se
desarrolla durante unos días de verano en Tokio en la que:“Bird estaba tan
vacío por dentro como un depósito sin mercancías”, alejaba la posibilidad
204

de que Nathalie compartiera el texto, como se lo había propuesto Pablo.


Ella, no sin esfuerzo y con cierto rechazo, llegó a menos de una tercera
parte del libro, unas cincuenta páginas, para dejarlo de manera definitiva,
en la sospecha de que Pablo encontraba cierto placer morboso, que excedía
la búsqueda de pistas acerca de lo japonés y, o algún aporte a su música, si
bien comenzaba a darse cuenta de que el tango estaba más cerca de los
orientales de lo que suponía, por lo que, con esa ambivalencia, guardó sus
sospechas y dejó que Pablo disfrutara e intentara, como lo hacía cada vez
que se sentaba al piano, proseguir con su búsqueda , sin botellas de Jonny
Walkery de por medio, ni Himikos a la vista, si bien ese personaje le
producía cierta curiosidad por saber hasta donde podría llegar en la cama
con Pablo.
Philippe, eligió a Yukio Mishima a partir de saber que era homosexual y
por el final trágico que el escritor decidió darle a su vida. Un libro de
colección de cuentos, La Perla, le llamó la atención, en una librería. La
imagen en la portada de un hombre desnudo y atado con sogas, como un
prisionero o un condenado, que tenía cubiertos los genitales por el mismo
color de la portada, sin poder discernirse si llevaba puesto un taparrabos, o
fue una decisión de censura de la editorial de no mostrar el miembro
masculino, sin saber Philippe, en principio, que se trataba del propio
Mishima. Philippe llevó el libro a su casa, lo colocó sobre la pequeña
biblioteca, en la que había libros de Fabio de historia de la música, una
biografía de Paganini, otra de Mozart, una de Bach, álbunes de estampillas
e innumerables partituras y estudios de chelo, entremezclados con los suyos
de Albert Camus: El Extranjero, La Peste, El Mito de Sifiso, un par de
atlas, revistas deportivas y de interés general, y esperó para abrirlo que
Fabio le insistiera hasta el cansancio en que comenzara a leerlo, casi a los
dos semanss de que La Perla fuese depositado como un objeto decorativo
que brillaba, sobre el mueble, envuelto en papel de regalo. El primer cuento
205

que Philippe leyó, Muerte en el estío, le resultó tan trágico, como cruel y a
su vez reparador: la historia de Tomoko, una mujer que pierde a dos de sus
hijos y a su cuñada a orillas del mar mientras dormía una siesta estival, que
transita el dolor, la tristeza, la culpa, la entereza y la esperanza; y la de su
esposo, Masaru, que sin dejar de lado el deber y la responsabilidad, se
debatió en el más profundo pesar de manera solitaria, y de cómo lograron
ambos que la tragedia dejase de ser propiedad de la familia para convertirse
en un hecho público, sin que por ello el hecho resultase irreductible a pesar
de la llegada de un nuevo hijo. Pero el cuento que más lo cautivó, más allá
del de la descripción de un harakiri que hace Mishima, como si hubiese
puesto un cámara a disposición del lector, para que registre cada detalle de
esa ceremonia de muerte en Patriotismo, fue Onnagata: la historia de
Masuyama, un joven que se une a un elenco de teatro kabuki, en la que los
hombres representan figuras femeninas, por la fascinación que le producía
ver actuar a de Mangiku Sanokawa, a quien consideraba un verdadero
onnagata, por que, como describe Mishima en ese cuento, “era incapaz de
representar con éxito papeles masculinos. Su presencia en escena estaba
colmada de colorido, siempre en tonos sombríos. Cada uno de sus gestos
era la escencia de la delicadeza. Mangiku nunca expresaba nada. Ni
siquiera fuerza, autoridad, entereza o coraje, excepto cuando interpretaba
papeles femeninos. Sólo así podía filtrar todos los matices de la emoción
humana. Ello es la esencia del onnagata”. La frase, al igual que a Pablo
con la de Oé, sobre la mujer de Bird, al leerla por primera vez, lo impactó.
Sin poder definirse como de un espíritu onnagata, Philippe pensó, primero
en Fabio como una presencia colorida, con tonos sombríos, y, luego, en él
mismo tocando el violín con esa misma coloratura para Pablo. La idea se le
imponía, como si de alguna manera se sintiese representado tanto por
Masuyama, como por Mangiku, sujeto a los vaivenes del texto, y por lo
tanto de su deseo. “La belleza femenina que mostraba Mangiku en el
206

escenario había cautivado, sin duda alguna, a Masuyama, como hombre”,


leía páginas después, para comenzar a reforzar y aturdirse con nuevos
pensamientos, en el que comenzaba a aparecer la imagen de Emiliie. Entre
ávido y conmovido siguió leyendo “Aun sin ropa, Mangiku parecía lucir
varias capas de espléndidos ropajes bajo su piel. Su desnudez, era,
solamente, una manifestación fugaz. Cuanto volvía exquisita su presencia
en el escenario, estaba oculto en la intimidad de su ser”, sin saber si en el
espejo, que le ofrecía el texto, en el que intentaba mirarse, se encontraba
Fabio, Emilie, o él, o los tres, de manera superpuesta. A esa altura del
cuento, Philippe, sintió, una fuerte excitación y deseo de conocer un
onnagata, y de vestir a Fabio con un kimono, e incluso de ponerse uno, él
también. El relato parecía condicionar la tensión que Philippe sentía, a
medida que avanzaba: “a menos que el onnagata viva como una mujer su
existencia cotidiana, nunca logrará ser un buen onnagata. Cuanto más se
concentre en interpretar desde la escena esta o aquella actitud
esencialmente, más masculino parecerá”. Cuando se topó con la frase “Sin
embargo, nunca registró allí la sensación que lo acosaba en el camarín de
Mangiku. Nada en aquellas mujeres de verdad, lo hacía sentirse
particularmente masculino”, creyó encontarar la mejor explicación posible
de lo que le había sucedido con Emilie, y se sintió, por un momento,
aliviado. “La seducción del onnagata es sólo un resplandor momentáneo,
pero ello es suficiente como para que exista independientemente y ponga
de manifiesto el eterno femenino”, fue lo último que leyó de ese relato.
Había sido suficiente ese primer acercamiento a la cultura japonesa,
presintiendo que su forma de interpretar podía adquirir matices de una
sensualidad , que aun no había desplegado, y que estaba dispuesto a poner
en escena, aunque temiera exponerse a cierta turbación, en pos de una
liberación interior.
207

Jacques, sabiendo que las vacantes para acercarse a Oé y Mishima,


estaban cubiertas, fue en búsqueda de Yasunari Kawabata. El título Lo
bello y lo triste, cuando consultó a un dependiente de una librería de los
libros disponibles de ese autor, le pareció el más apropiado entre las
alternativas ofrecidas. “Le beau et le triste, il sonne à un japonais et à un
tango”, pensó, creyendo haber hecho la mejor elección, sin haber abierto el
libro aun y sin siquiera haber leído en la contratapa el resumen de la
historia, ni alguna referencia sobre Kawabata. A diferencia de Pablo y de
Philippe, Jacques se acercó a Lo bello y lo triste como si fuese una
partitura, tratando no sólo buscar el tono en cada frase, sino además de
disfrutar de la musicalidad de la escritura. El hecho de que la historia de
Oki, el protagonista de la novela, comience con un viaje a una ciudad de
Japón, Kioto, “con la intención de escuchar las campanas que señalaban
el comienzo del nuevo año”, hicieron que convalidara su espíritu lúdico,
única forma que tenía de entender la música y la vida misma, y que tomara
el violín e intentara con los dedos tañer sobre la cuerdas, el posible sonido
de esas campanas de un templo budista ancestral, para, como refería el
texto, “despertar un eco en su corazón”, que no remitía tan sólo a la
infancia del protagonista sino también a “un acuciante deseo de volver a
ver a Otoko, después de tantos años y de escuchar las campanas en su
compañía”. Jacques, leía con su violín al alcance de la mano, como un
cazador que recorre un campo con su escopeta tiesa, colgando de un
hombro, a la espera de que la presa esté a distancia de tiro, dejando fluir al
texto a merced de su oído, para desenfundar el instrumento y ponerse a
tocar, cuando las frases comenzaban a aparecer como bandadas de patos
sobre una laguna: “recordaba la voz de Otoko: Dejá …yo te haré el nudo.
En ese entonces ella tenía quince años y aquellas habían sido sus primeras
palabras después de haber perdido su virginidad en sus brazos. Oki, por
su parte, no había hablado. No sabía que decir. La había abrazado con
208

ternura, había acariciado su pelo, pero no había logrado pronunciar


palabra. Ella había clavado los ojos húmedos y brillantes, pero no
llorosos. Él evitaba aquellos ojos”. Recién había terminado la página
dieciséis del libro y Jacques ya sentía que podía hacer vibrar las cuerdas de
su violín mientras leía, como si cabalgara al viento, sin montura, sobre un
terreno que no conocía y que le iba resultando propio, por pura disposición
de espíritu.

Una vez por semana Pablo, Philippe y Jacques se encontraban para


cenar, en un pequeño restaurante del Barrio Latino. Alguna de las veces,
también asistía Fabio que se sorprendía por los comentarios de los tres
sobre literatura japonesa, que por la intensidad con que manifestaban sus
consideraciones parecían más estudiantes de letras, o integrantes de un
taller literario, que músicos. En una de esas noches, en general la de los
miércoles, Fabio les sugirió (no había noticias de Ejnar) que se apresuraran
a convocar a un bajista y que tratarán de sumar a la cruzada, en pos de
autores japoneses a Cornel, como una forma de intentar acercarlo
nuevamente al grupo. La idea fue bien recibida. A la mañana siguiente
primero Pablo y luego Jacques telefonearon a Cornel. Pablo no logró
convercerlo de que volviera a La Yumbera, pero supo, si bien tenía alguna
idea previa, de que era un gran lector de Emil Cioran, a quién admiraba y
que por transferencia con el autor rumano había llegado a Dostoievski, a
Proust y a Borges, del que había leído prácticamente todos sus cuentos y
algunos de sus poemas, y que en ese momento se encontraba volviendo
nuevamente a En busca del tiempo perdido, que retomaba por períodos. El
llamado de Jacques, en principio, dado que se produjo horas después del de
Pablo, le pareció a Cornel una insistencia que sólo lo cargaba de presión,
pero el hecho de que le haya comentado el placer que sentía de tocar el
209

violín mientras leía a Kawabata, lo descolocó sin que impidiera volver a


dar por segunda vez, en el mismo día, una negativa, pero decidiendo para sí
dejar abierta la posibilidad de su vuelta, a pesar de que sus dudas acerca
de tener que encontrarse nuevamente con Antoine y Julie seguían
manteniendo casi la misma consistencia. Los planes de Cornel, eran los de
volver a París, a la brevedad, para seguir estudiando e intentar formar parte
de una orquesta de cámara que lo había convocado poco después de
comenzar con La Yumbera. Antes de abordar el tren en Bucarest, comenzó
a sentir ganas de reencontrarse con sus amigos del tango, como los
llamaba. Durante el viaje pensaba en lo que le había contado Jacques sobre
como, con naturalidad, podía articular la literatura con la música. Dos
frases de Emil Cioran se le imponía: “sin Bach, Dios sería una figura
completa de segunda clase", y "la música de Bach es el único argumento
que lo justifica, la creación del Universo no puede considerarse un fracaso
total”, con la misma sensación de revelación que cuando las leyó por
primera vez en el primer año del conservatorio en Bucarest, que lo habían
dejado como en estado de gracia. Llegando a París comenzó a pensar que
su fracaso no había sido total en La Yumbera, estaba la música, el único
argumento, como le decía Cioran, que lo justificaba. No podría
considerarse que Cornel creyera que el tango que hacía con el quinteto era
comparable a Bach, pero sí en el sentido de constituirse en un punto de
partida, para poder hacerlo cada vez mejor, en una búsqueda que, como
pretensión, sería similar a la que tuvieron Bach, Shostakovich, Prokófiev,
Boccherini, y hasta el mismo Piazzolla, como lo había definido Pablo
cuando explicó el por qué del nombre del conjunto. Apenas el tren dejó
atrás la estación de Viena, Cornel comenzó a plantearse, que el encuentro
con Julie, en el que sustentaba su fracaso, tal vez, había sido trascendido
por la música. Llegando a la estación de Múnich, se dio cuenta que el
mismo Rodez se lo había dado a entender. En esa ciudad primero, cuando
210

al regresar al hotel junto a Pablo y a Jacques les dijo, en francés “Bons un


jour des messieurs, sont bienvenus à ce monde que nous avons su obtener”,
y luego en castellano, antes de verlo por última vez “La cuenta, como
siempre, está paga”. Horas antes de llegar a Gare del l’Est, mientras
contemplaba como nevaba sobre la campiña, decidió abrir el libro que
había comprado camino a la estación de Bucarest, Cuentos de amor, de
Junichiro Tanizaki.

El encuentro con Rodez, hacia fines de enero de ese año, tuvo un tono
casi protocolar. No se habían encontrado en un restaurante, como lo habían
hecho siempre, sino en un café cerca del Arco del Triunfo. Hablaron de la
gira por Japón y de dinero. La suma era menor a la que esperaban, pero
ninguno de los cuatro, manifestó una queja, siquiera en tono de humor. La
vuelta de Cornel a La Yumbera, les pareció la condición necesaria para
encarar el proyecto que consideraban más importante, tanto a nivel
personal, como grupal. El único momento de la conversación, que duró
poco más de una hora, de distensión fue cuando Rodez le preguntó a
Cornel, acerca del libro que estaba leyendo.
-Ne se dites pas, mon ami que tu lis des auteurs japonais pour se mettre
dans un climat?
-Les quatre nous lisons les auteurs japonais – respondió Jacques,
riéndose.
- Tu vas le mettre sur le piano, Paul?- preguntó Antoine.
-¡Sobre todo! - respondió Pablo, con una sonrisa incómoda, acortando
la frase para evitar rematarla como la había pensado: “sobre el culo de tu
mujer también”.
211

-Une bonne idée, mes amis en soire bourette - concluyó Antoine, antes
de marcharse y acordar la próxima cita en quince días para firmar el
contrato, a condición de que ya tuvieran resuelto el reemplazo de Ejnar.
Cornel, propuso a un contrabajista francés con el que había tocado en
París, por considerarlo d'une tête ouverte, que podía disfrutar tanto de
Bartok, de Mozart, de Duke Ellington, como de Frank Zappa, de Piazzolla,
o de Pink Floyd. Adrien, antes de ser presentado al grupo, había estudiado
las partituras de los tangos que, Cornel le había comentado, formaban parte
del repertorio de La Yumbera, además de haber escuchado compact disc, de
todas las orquestas de tango que pudo. A Pablo, le pareció que Adrien era
muy buen contrabajista y que interpretaba el sentido rítmico que el
pretendía, además le resultaba simpático, a diferencia de Ejnar, que parecía
siempre estar en otro lado, aunque nunca lo estaba cuando tocaba. Desde el
primer encuentro, Adrien entró en una sintonía, con el grupo, que podría
hasta decirse corporal. La intensidad con la que escuchaba a cada
integrante de La Yumbera, durante los ensayos, mostraba una avidez
musical que se podría suponer que lo desbordaría, al verlo parado y con su
cuerpo moviéndose como atravesado por cada acorde. Su pelo largo, sus
camisas de jeans con tacha, sus pulseras de cuero y zapatillas de color rojo,
naranja o violeta, le daban el aspecto de un músico de rock. Cuando le
comentaron que los cuatro venían leyendo a autores japoneses, Adrien los
sorprendió al decirles que leía haikus, desde hacía unos años por que
lograba encontrar una sencillez, una naturalidad, una libertad que lo
conmovían espiritualmente, y lo predisponían de la mejor manera para
tocar el contrabajo, el único instrumento, según él, en que lo sutil es lo más
importante, y que además se estaba haciendo vegetariano.
212

A partir de la firma del contrato, que incluía dos actuaciones mensuales


en diferentes lugares de Francia, sobre todo en París hasta principios de
julio, cuando partirían a Japón, los integrantes de La Yumbera, se
comprometían a ensayar no menos de ocho horas por semana, en el estudio
de un amigo de Rodez, ubicado en Montmartre, cerca de la pièce d'ombres,
pero lejos de la humedad de sus paredes y de su historia prostibular. En el
trabajo musical fueron incorporando variaciones sobre composiciones de
autores clásicos acorde a las preferencias de cada cual. Pablo propuso
hacerlo sobre nocturnos de Chopin, Jacques sobre conciertos para piano de
Mozart, Cornel eligió algunos preludios y fugas de Bach, Adrien, recien
llegado, tardó en decidirse en proponer piezas de Ravel; sólo Philippe se
salió del molde elijiendo trabajar sobre el tango de vanguardia, de
Eduardo Rovira, que le había hecho escuchar Fabio, del que sólo hasta ese
momento conocía las composiciones El enggobiao y A Evaristo Carriego,
quizás el tema que más lo conmovía e inspiraba tocar tango. Por cuestiones
de sostener la democracia, el grupo, dedicó parte de los ensayos, de manera
equitativa, a los cincos músicos elegidos. Antes de partir a Japón, el
concepto de tango de vanguardia, comenzaba a trabajar de manera
silenciosa y con un peso distinto en cada integrante, no sólo por la
significancia de la palabra vanguardia. El resto del tiempo de que
dispondría cada uno, comenzaba a ocupar un segundo lugar en sus vidas.
Pablo, lo repartía entre Nathalie, un libro sobre introducción a a la biología,
y las clases en el instituto, con el único objetivo de no sentirse ajustado con
el dinero. Cornel, seguía perfeccionándose con su profesor de chelo, dando
clases particulares y dedicándole algo de tiempo a una reciente novia.
Jacques, que no estaba pendiente de lo económico, comenzó a estudiar,
composición y armonía, y castellano con un libro de letras de tango.
Philippe, trataba, en el tiempo libre, de estar con Fabio, escuchar música y
proseguir con sus estudios de violín. Adrien, el nuevo integrate, participaba
213

de esporádicas grabaciones con una orquesta de cámara, y asistía a clases


de yoga. Por su parte Rodez, que ya había viajado a Japón, como
representante de Julie y de una cantante lírica, sintiendo, más allá de los
resultados de esa gira, que podía haberse considerado exitosa, y que si bien
había leído sobre la cultura japonesa y aprendido unas cuantas palabras del
idioma nipón, que no había podido lograr ser percibido en ese país como un
hombre culto, amistoso y expansivo, en consecuencia, sometido a un
repliegue que lo angustiaba, comenzó a leer a los mismos autores que los
integrantes de La Yumbera, con la misma avidez que tomaba champagne,
aturdiendo a su mujer con comentarios sobre citas de Kawabata, Mishima,
Oé y Tanizaki. Sobre su mesa de luz, se fueron apilando, durante cinco
meses, una decena de libros que intercalaba, en sus lecturas nocturnas,
como si fuese uno sólo el libro que funcionaría como una vacuna contra esa
angustia, de la que nada quería saber, dejando un poco de lado su orgullo
de ser francés, que de alguna manera, sin darse cuenta, por su
sobreactuación, siempre había puesto en duda, pero ajeno a lo que podía
implicar ese cuestionamiento, que Julie había percibido desde que lo vio
por primera vez e hizo que confiara en ese hombre, que parecía que el
mundo le quedaba chico, dándose cuenta ella que Antoine mantenía algo de
infantil, que permanecería inalterable al paso del tiempo y de las
circunstancia, como un bloque de hielo antártico donde las tibias
temperaturas no llegan jamás. Primero, de manera simulada, se acercó al
círculo de lectores de literatura japonesa que conformaban los cinco
músicos de La Yumbera, después de manera más abierta y sin prejuicios,
manifestaba ante Pablo, Philippe, Cornel, Jacques o Adrien su entusiasmo
por esa forma de dar cuenta del amor, de la crueldad, de la melancolía, de
la moral, de las pasiones que definen a lo humano en su debilidad, en su
condición misma. Por poco tiempo con Rodez, La Yumbera, contó con un
integrante más. Parecía un equipo de fútbol, de seis que se dispone a
214

participar en un certamen mundial, convencidos que lo mejor que podían


ofrecer era jugar con intensidad y sin especulaciones. En una cena, después
de una de las actuaciones en París, Rodez les expresó “ Si le tango avait
été inventé au Japon il aurait été plus subtil, plus cérémonieux,
demanderait une permission. Faisons un tango intense. C'est ce qu'ils
attendent”. La frase, les llegó a todos. Si algo presentían de Japón, Rodez
se los confirmó.

El avión aterrizó en Narita, bajo una intensa llovizna. El señor Daichi,


el empresario que los había contratado, los esperaba en el hall del
aeropuerto, junto a la señorita Mizuki, su secretaria, que portaba un
pequeño cartel en el que estaba escrito en letras cursiva, y en castellano,
“Bienvenida La Yumbera”. Afuera los aguardaba una minivan que el señor
Daichi había contratado para llevarlos hasta Asakusa, un barrio tradicional
de Tokio, perteneciente al distrito de Shibuya, donde se alojarían por tres
días y darían el primer concierto. El peso del calor y la humedad que sintió
Pablo al salir a la intemperie, durante el trayecto de de unos doscientos
metros, hasta que abordó el vehículo, le hicieron recordar una frase de
Kezamburo Oé sobre Bird: “el único pasajero que sudaba, como si todo el
calor del verano se aglutinaba a su alrededor”. Rodez, comenzó a
manifestar su deseo de tomar sake a poco de sentarse al lado del señor
Daichi, que no podía complacerlo hasta que llegaran al hotel. Jacques,
decidió viajar al lado de Mizuki, tratando de resultarle simpático, sin saber
si lo lograría con su escueto inglés, a pesar de que la chica no dejaba de
esbosarle una sonrisa, pensando al observarla que tal vez así de hermosa
habría imaginado Kawabata, en Lo bello y lo trsite, a Keiko, la joven
sensual, apasionaba y celosa que compartía la vida con Otoko, la antigua
amante de Oki, recordando la frase que ella enuncia “¿Pero cuánto durará
215

esa belleza? A las mujeres nos entristece pensar en eso”, como si al pisar
suelo japonés, se pusiera de manifiesto para él la noción de lo efímero, de
la que se sentía, hasta ese momento, protegido por la música. Cornel, le
comentaba su asombro a Philippe, con el que compartía asiento, tratando de
mitigar cierto vértigo, por la cantidad de gente que se aglomeraba para
cruzar las calles, cuando atravesaban Shibuya, a la hora de la salida de los
trabajos, sin saber que estaba en presencia de los cruces peatonales más
multitudinarios del mundo. Philippe, lo escuchaba, sin compartir el mismo
estado de ánimo; para él todo comenzaba a resultar fascinante, y al
contrario de lo que podía querer hacer Cornel en ese momento, sintió ganas
de bajarse del vehículo y de comenzar a caminar entre el gentío. Adrien,
que estaba sentado, detrás de ellos dos, permanecía en un estado entre la
contemplación y la meditación, como si se anticipara a sus compañeros en
la familiarización, de lo que suponía y,o esperaba encontrar en Japón.
El viaje duró casi dos horas. Pablo, a pesar de la refrigeración de la
minivan, no pudo evitar sentir calor durante casi todo el trayecto. Rodez,
que se hubiese apeado en busca de sake, comenzó a desplegar su
verborragia como si hubiese bebido más de lo suficiente, sin importarle si
era escuchado. Jacques, se fue sintiendo cada vez más inquieto, durante
esas dos horas ante la belleza de Mizuki; en más de una ocasión tuvo que
contener su deseo de acariciarle las manos (apenas atinó a rozarlas como al
descuido, pidiendo disculpas y ruborizándose), yendo a contramano de la
extroversión que lo caracterizaba, quedando nuevamente zambullido en la
historia de Keiko, el personaje que por su belleza inquietante y desenfado
había logrado seducir a Otoko, a Oki y a su hijo. Cornel, continuaba sin
poder controlar su extrañeza y su temor, a los que no les podía poner un
nombre. Philippe, que comenzaba a sentirse molesto por la predisposición
negativa de Cornel, trataba de dominar su excitación que empezaba
desparramarse por todo su cuerpo. Adrien, fue abondanando su estado de
216

concentración, perdiendo la relajación con la que viajaba, para comenzar a


observar por la ventanilla un paisaje de edificios, y automóviles que distaba
del que habitaba en su interior hasta ese momento.
Como fuese, por una u otra razón, el medio día de vuelo sumado a las
horas en la minivan, en el caso los integrantes de La Yumbera y de Rodez,
y del tiempo dedicado al protocolo para el señor Daichi y la señorita
Mizuki, todos descendieron en la puerta del hotel en Asakusa, en un estado
de un inquieto cansancio. Ya era tarde para cenar, pero de todas formas el
señor Daichi, se esforzó para que los atendieran en un restaurante con la
excusa que llevaba a una de las orquestas de tango más importantes de
Europa, dirigidas por un discípulo de Pugliese. Comieron sopa, pescado a
la parrilla y verduras en vinagre. Tomaron sake (mucho sake) permitido en
ese lugar en carácter de excepción, por ser el señor Daichi un cliente
también de excepción. En la sobremesa, que se hizo más larga de lo que los
mozos estaban acostumbrados, y que aceptaron por las propinas que
otorgaba el señor Daichi cuando llevaba a sus invitados, lo que había
quedado en estado incipiente en los ensayos, previos a Japón, tomó vuelo,
como una crisálida que se covierte en mariposa. Lo larvado fue adoptando
su forma definitiva, sin predeterminación. Jacques, que al igual que Cornel,
venían escuchando, casi a escondidas, la música de Rovira, comenzaron un
intercambio de opiniones con Rodez acerca de hasta donde se podía
desarrollar rítmicamente el tango de La Yumbera, planteando las ventajas
de la técnica contrapuntística como concepto integrador, al permitir a cada
instrumentista convertirse en un verdadero solista sin dejar de dialogar con
los otros músicos, y tarareando luego Contrapunteando, de Rovira,
olvidándose por un momento de la presencia de Pablo, que se sentía
descolocado y, a su vez, de acuerdo, con sus dos compañeros.
-Estos muchachos están planteando un cambio, que excede al repertorio
- le dijo Rodez a Pablo.
217

-¿Y por que no, Antoine?.- le repondió Pablo, por reflejo, más que por
haberlo pensado.
-Debe obedecer a la mezcla del sake con el jet lange, mon ami Paul.
-¿Por qué no explorar las posibilidades armónicas y contrapuntísticas
del tango? Cuando le puse a este conjunto como nombre La Yumbera, lo
hice pensando en un punto de partida. Y fue Philippe, por influencia de mi
¡puto amigo Fabio!, que es argentino como yo, quien nos termina de abrir
las puertas a un sentimiento que llevábamos dentro, y que ahora acá en este
¡querido y puto país! se despliega. Me da temor. No creas Antoine, que me
resulta fácil. No ¡La puta que los parió que no! Me gusta el sake ¡Viva el
sake! ¡Carajo¡, como decimos en Argentina.
-Si le tango avait été inventé au Japon il aurait été plus subtil, plus
cérémonieux, demanderaitu. Faisons un tango intense.. C'est ce qu'ils
attendent demanderai, tu nous as dit il y a quelques mois – le replicó
Jacques a Antoine, haciéndole beber su propia medicina.
-Me había olvidado lo que dijiste en ese momento. Esa intensidad, que
nos propusiste es la que encuentra el grupo en Japón ¡Viva Japón! – agregó
Pablo, mientras sorbía sake con los ojos brillosos y una sonrisa que
escapaba a cualquier intento de control.
-No vamos a tocar como Rovira, vamos a tomar ese espíritu de
vanguardia sin irnos a la merde – terminó por aclararle Pablo, mientras el
señor Daichi y la señortia Mizuki se miraban compartiendo la molestia que
les ocasionaba la tensión que se había desatado, pasada, ya, la medianoche.
-Pablo, diles en inglés, a nuestros anfitriones, que si hay que pagar
algún adicional por la extensión del horario y las incomodidades
ocasionadas, lo descuente de nuestro cachet - dijo Antoine, un tanto ebrio
pero sin perder la vergüenza que había comenzado a sentir, ante la risa de
todos, inclusive del señor Dacihi y la señorita Mizuki, que algo de español
entendía, además de francés y de inglés.
218

-Ils peuvent changer un peu le répertoire. Il n'y a pas de problèmes –


comentó la joven, soprendiendo a todos, y dejando a Jacques más fascinado
aún de ella.
A la mañana siguiente, partieron rumbo al Centro de Cultura donde
tocarían por la noche. De común acuerdo decidieron cambiar los climas de
cuatro temas de los diecisiete preestablecidos. La Yumbera, comenzaba a
sonar de manera distinta desde esa mañana, tocando con una mayor
vivacidad rítmica, con una predominancia en el contrapunto que enriquecía
las texturas, con más progresión armónica y cadencia sobre todo en el
piano, avanzando la música por secciones contrastantes, haciendo de cada
integrante un solista a tiempo completo, con cierto academicismo, del que
siempre habían tratado de alejarse, que no les hacía perder ni el vigor, ni
ese algo de tristeza que subyace en el tango. Después de una hora de
ensayo, se miraron complacidos y sorprendidos entre si, como si llegar a
Japón hubiese sido la señal para una nueva fundación de La Yumbera. Al
oído de Rodez, los cambios en algunos temas eran sutiles, en otros casi
corpóreos, y eso lo enfadaba y mucho, por que comenzaba a darse cuenta
que su dominio sobre La Yumbera, se iba diluyendo y por que Japón, se
convertía nuevamente en un lugar inhóspito, en un fracaso, si bien, como
en la gira anterior, comenzaba a entrever que sería exitosa.
La señorita Mizuki, que comenzaba a demostrar su aguda capacidad de
observación, le hizo notar al señor Daichi la disconformidad de Rodez,
quedando para ella totalmente desdibujado como si fuese el fantasma del
Rodez con el que habían llevado a cabo el contrato. Por eso, con cuidado,
poco antes de que finalizara el ensayo se acercó a Antoine.
-Je le vois monsieur Rodez préoccupé. Qu'est-ce qui ne lui plaît pas de
ce lieu? Pouvons-nous faire quelque chose par vous?
-Rien. Tout bien est. Je me sens orgueilleux de ces garçons. Ils sont
grands musiciens.
219

-Ils croissent. Et vous non – le respondió Mizuki, haciendo sentir a


Rodez tan comprendido como humillado, como si no hubiese sido
suficiente ponerse a leer a autores japoneses a la par de ellos, para que una
joven lo pusiese en evidencia diciéndole, casi de forma directa, que se
estaba poniendo viejo.
-Vous avez une expérience qu'ils n'ont pas – agregó Mizuki.
-Une expérience dans que ?
-Dans la vie. Ici nous respectons l'expérience. Au moins en étant au
Japon ne devenez pas triste.
Rodez, pensó por un momento que Mizuki le hablaba como una geisha.
Jacques, que no dejaba de mirarla, se esforzó en tratar de escuchar la
conversación que se daba a pocos metros de donde estaba parado con su
violín. La mirada que le dirigió Rodez a Mizuki mientras volvía al lado del
señor Daichi, le hicieron sentirse celoso y más excitado con ella, de lo que
ya estaba. Philippe, que percibió algo en el rostro y en los movimientos del
cuerpo de Jacques, se dirigió a él para calmarlo temiendo que intentara
increpar a Rodez (desde que la vió en el hall del aeropuerto de Narita,
Mizuki le había hecho recordar a Emilie). Philippe, se había desecho de la
imagen de Emilie, por que le traía intensos recuerdos que lo inquietaban,
hasta que vió el rostro de Jacques. Ya eran tres de los seis a los que esa
chica no les resultaba indiferente, aunque con distinta intensidad y por
distintos motivos.
La actuación en el Centro Cultural, resultó más que satisfactoria. El
público, ya de por sí, bien predispuesto, se encontró con más música de la
que esperaba de un quinteto desconocido que hacía tango, con un nombre
que remitía a Pugliese, según refería el programa, y al tango La Yumba
(palabra de dos sílabas inventada por el autor para dar cuenta, a través de
cada una de ellas de la escencia de su estilo rítmico, con Yum, para de
manera onomatopéyica, enunciar el movimiento fuerte y con Ba para el
220

movimiento suave), facilitando aun más la empatía, que ya era previa. El


señor Daichi, colmó de elogios a Rodez, después de la actuación y felicitó
calurosamente a cada integrante de La Yumbera, para después invitarlos a
cenar a uno de los mejores restaurantes de Asakusa el Koshoan. Jacques se
sentó al lado de Mizuki, que manifestó cierta tensión, que Rodez, que no
dejaba de observarla, notó por como ella contraía, de a momentos,
levemente el rostro. El señor Daichi recomendó, para el que tuviese
inconveniente en comer pescado crudo, solicitar Hamachi Kama
(mandíbula y pómulo de atún a la plancha), y para los que no lo tuviesen ,
Fugu (pez globo cortado en filetes, que debe ser tratado con sumo cuidado
en su preparación por lo venenoso de su hiel). El fugu, fue elegido por
Rodez, por el señor Daichi y por Jacques, que lo pidió por que pensó que
Mizuki valoraría su decisión, y (aprovechando que ella tenía su mano
izquierda apoyada sobre el muslo) comenzó a deslizarse la yema de su
pulgar derecho sobre el dorso, casi en cámara lenta, en una caricia cargada
de sensualidad. Misuki, apretó los labios, giró apenás el rostro en dirección
a Jacques, sin llegar a que sus miradas se encontraran, y después de unos
segundos, retiró la mano acariciada, con suavidad, hacia atrás y la subió
para apoyarla sobre la mesa. Luego de compartir como postres pasteles
rellenos de judías dulces y de brindar con champagne, los ochos
comensales, se dirijieron a pie hacia el hotel donde se alojaban los músicos.
No tenían que caminar más de diez cuadras. Mizuki, hizo de guia y de
traductora, tareas para que la había contratado el señor Daichi, hacía más
de dos años, cuando ella había terminado los estudios previos al ingreso de
la facultad, para seguir la carrera de letras. Pasaron por la Puerta de
Trueno, que conduce al templo Sensoji dedicado a la diosa Kannon. Allí,
Mizuki les contó, de manera breve, la leyenda de los pescadores que en el
río Sumisa enredaron una estatua de la diosa, y que por esa contingencia se
construyó primero un monasterio, con el sentido de la piedad que
221

simboliza la diosa, para dar luego paso al templo. Mizuki, les mostró, la
pagoda de cinco pisos cercana al Sensoji, y les hizo algunos comentarios,
mientras proseguían la caminata por los jardines japoneses, que rodean la
zona. El señor Daichi, aprobaba, con cierto orgullo, la forma gentil y
amena con que su empleada, explicaba a los ocasionales turistas, sin dejar
de observar, con preocupación, a Rodez por haberse percatado de la forma
en que miraba a Mizuki, sin darse cuenta u omitiendo la de Jacques, que
permaneció un poco más distante del resto de sus compañeros y de Rodez
(ubicados a poca distancia de ella), para evitar quedar en evidencia, de lo
que todos ya se habían dado cuenta, pero también para poder observarla
solo, sin tener que compartir con nadie, aunque sea por proximidad física,
ese momento y disfrutar de contemplar ese cuerpo de movimientos sutiles y
ágiles, de brazos largos con manos delgadas, ese pelo negro peinado con
una larga y trabajada trenza; ese rostro blanco y despejado, con una sonrisa
blanda; y esos ojos oscuros y .vivaces que parecían brillar para él a la luz
de la luna, en una noche suave de verano. Cuando estaban a unos cien
metros del hotel, Jacques se dio cuenta que Mizuki demoraba un poco el
paso para quedar última en la fila, detrás del señor Daichi. Jacques,
también lentificó su marcha para estar al lado de ella. Mizuki, lo miró por
primera vez a los ojos, Jacques se acercó lo más posible y volvió a repetir
el movimiento con su mano que había realizado en el restaurante. Mizuki,
esta vez, lo correspondió con una sonrisa y no corrió su mano. Jacques, le
dijo
-Je veux te voir.
-Pourquoi ?
-Pour être à seules avec toi.
-Il ne peut pas être.
-Si, il peut être. Cette nuit.
222

-Cette nuit non. Demain matin – le respondió Mizuki, para decirle


después que a las siete de la mañana lo esperaría en la esquina del hotel.
Jacques, tardó en conciliar el sueño. Durante la madrugada se despertó, y
comenzó a mirar su reloj una y otra vez. A las seis y media, sacudió a
Pablo, que dormía en la cama contigua a la suya, y sin explicarle nada le
dijo que antes del mediodía, casi con seguridad, estaría de vuelta.
Jacques, siguió las precisas indicaciones de Mizuki. Caminaría detrás de
ella a corta distancia, hasta ingresar al edificio de su departamento. Mizuki,
habitaba un monoambiente, decorado con dos reproducciones de bailarinas
de Degas, y una tercera, de arte local, que mostraba a una joven que con
una mano se aferraba al tronco de un árbol y con la otra trataba de sujetar
su capelina para evitar que se la llevara el viento, que se mostraba a través
de hojas suspendidas en el aire; el color, sólo, se le había otorgado al
kimono que vestía la joven y a una flor que decoraba su negra cabellera. El
rostro y los brazos de la muchacha parecían haberse evitado terminar de
pintar. A Jacques, que había visto reproducciones de grabados japoneses, le
llamó la atención por que se asemejaba a Mizuki, y por que quizás Mizuki
representaba esas imágenes femeninas, que había visto desde chico, que le
parecían tan frágiles e inocentes, como incorruptibles y destinadas a la
eternidad de la juventud y del pudor, velando la sexualidad. En unos de los
ángulos de la habitación, estaba ubicado un biombo de dos pantallas de
papel blanco, ilustrados con caligrafía japonesa de gruesos trazos azules
oscuros. Una sillón cama de tapizado de color tiza, con flores negras y
rojas, estaba dispuesto frente al biombo. El monoambiente, tenía un balcón
tipo francés con cortinas de voile claro que permitían que llegasen los rayos
del sol, apenas atenuados, y una biblioteca, que parecía bastante antigua,
con un hueco para un escritorio con mesada de paño rojo, sobre el que se
encontraba un computadora, y un equipo de música, al lado se podía
observar un pequeño placard.
223

Mizuki, lo invitó a sentarse en el sillón cama y le ofreció una gaseosa y


un huevo duro (su desayuno habitual), apenas pasadas las siete de la
mañana. Mizuki, se mostraba agil y silenciosa, sin poder descifrar Jacques
si ella no tenía algo que decirle, si trataba de darle tiempo hasta que se
ambientara, o que había elegido como táctica dejar que las cosas fluyeran.
Jacques, la miraba, también en silencio. Luego de comer el huevo duro y
beber casi toda la botella de Coca Cola, Jacques le dijo:
-J'aimerais de te voir déchaussée et habillée seulement avec un
kimono.
- À tel moi ?
Mizuki, fue hasta el placar, retiró una prenda y se dirigió hacia detrás del
biombo, que permitía transparentar su figura. Jacques, pudo ver como se
despojaba de su remera y de su sostén, como se descalzaba las sandalías,
como se quitaba el jeans y la bombacha, como se colocaba la prenda que
había extraído del placard, como desataba la trensa y sacudía la cabeza para
acomodar el pelo. Jaques, quizo que la imagen se repitiera una y otra vez,
como una película en el cine. Mizuki, salió detrás del biombo con la cabeza
gacha y se quedó parada. Jacques, que parecía emocionado, no sabía si ir
hacia ella o esperarla en el sillón cama. Mizuki, después de unos segundos
decidió avanzar unos pasos. A Jacques, los pies de Mizuko le parecieron
perfectos. Se detuvo un instantes en las uñas nacaradas que parecían brillar
con intensidad por los rayos de luz matinal y empezó a gatear hacia ella.
Mizuki, temblaba en esa calurosa mañana. Jacques, también. La blusa
blanca, le pareció un kimono, cuando los dos acostados sobre el tatami, que
rodeaba al biombo, comenzaron a hacer el amor.
Jacques, llegó casi media hora tarde al ensayo. Rodez, lo esperaba para
increparlo, sopechando el motivo de la tardanza.
-Con pendejos, mi estimado Paul, es difícil pretender profesionalismo –
le dijo a Pablo, mientras miraba a Jacques, que se encontraba desorientado.
224

-Ya estamos los cinco, no es para tanto Antoine – le respondió Pablo.


-Para ustedes mes amis, no. Para mí es de suma importancia – replicó
Rodez.
-Es la primera vez que uno de nosotros se retrasa para un ensayo.
-No es sólo eso. Trop un contrepoint. Un tango d'avant-garde. Ce est
dangereux.
-¿Peligroso para quién?
-Empecemos el ensayo de una vez ¡Commençons des messieurs!
-Faisons un tango intense, tu nous as dit – dijo Cornel.
-Intense. Intense – murmuró Rodez, sabiendo que si seguía su impulso,
pondría demasiado en juego.
La segunda actuación, en un pequeño teatro de Ginza, uno de los barrios
más selectos de Tokio, resultó casi tan buena como la primera. La
diferencia estuvo en que Jacques se había acelerado en dos solos de violín,
y se había perdido en uno de los contrapuntos, detalles que estaban al
alcance de ser percibidos por sus compañeros y por Rodez, que evitó
comentarios después de la función si bien su enojo con el violinista iban in
crescendo. El señor Daichi, nuevamente los invitó a cenar, esta vez, a uno
de los mejores restaurantes de tempura, el Tempura Kondo. La comida y el
lugar, estaban en concordancia con lo que el señor Daichi les había
anticipado. Pablo, al comienzo de la cena estaba pendiente de lo que podía
suceder con Rodez y con Jacques, pero se entretubo viendo al chef y a su
ayudante preparar la comida, observando el decorado que marcaba
austeridad y elegancia; disfrutando de la predisposición a la amabilidad del
personal y escuchando los comentarios de Cornel y Philippe que
aseguraban que los camarones estaban aún vivos cuando les sirvieron los
platos. Mizuki, que se sentó entre el señor Daichi y Adrien, permaneció sin
hablar durante la cena, sólo atinaba a sonreir, como para despejar cualquier
duda. Rodez, por momentos, en medio de su habitual locuaciodad, que,
225

para los integrantes de La Yumbera, significaba que estaba nervioso, la


miraba con intensidad, sin poder evitarlo. Jacques, que sólo quería a volver
a estar con Mizuki, se cruzaba la mirada con la de Rodez, cuando se la
dirijían a ella. El señor Daichi, que comenzó a intuir lo que pasaba se
esforzaba en llamar la atención de Rodez. Probó, con harcelo hablar de
alguno de los artistas que había representado. Probó, con decirle que le
resultaba más que grato hacer negocios con él. Probó, con hablar de la
historia del sake. Probó, con invitarlo a beber whisky después de la cena.
Cuando estaba a punto de darse por vencido, preocupado por la
incomodidad de Mizuki, propusó al grupo una visita al Mercado de
Pescados Tsukiji, el más grande del mundo, para presenciar la subasta de
atún que se realiza a las cinco de la mañana. La idea, fue festejada por
todos, como si hubiese derramado sobre la mesa un coagulador de
tensiones. Rodez, en su sorpresa sintió un fuerte deseo de asitir a esa
subasta. Jacques, por un momento pensó en otra cosa que no fuera Mizuki,
quien celebró la ocurrencia del señor Daichi, porque la ponía a salvo de su
exposición. Pablo, Cornel, Philippe y Adrien aceptaron la invitación por
otro tipo de entusiasmo, el de los turistas. Poco después de las cuatro de la
mañana el señor Daichi, pasó a buscar a los integrantes de La Yumbera y a
Rodez, que lo esperaban desde hacía media hora, a pesar que habían
dormido muy poco, disculpándose por la usencia de Mizuki, argumentando
que por las mañanas ella asistía a la universidad. Jacques, se sintió
decepcionado, también un poco aliviado por la ausencia de Mizuki. De
estar ella allí se sumarían complicaciones, aunque su deseo de verla tenía
la intensidad de un tsunami.
Cuando llegaron al mercado, todos, excepto el señor Daichi, se sintieron
como estudiantes de un colegio secundario en una excursión. Nunca habían
pensado que se podía ver tanta cantidad y variedad de pescados, moluscos
y bivalvos juntos. Si bien era temprano, el calor que se comenzaba a sentir,
226

se contrarrestaba en parte por el frio que, de manera leve, emanaba del


hielo de las bateas donde estaban expuestas las mercancías. La risa, que se
contagiaba y retroalimentaba entre ellos, se contrarrestaba, de a momentos,
por los comentarios de Jacques acerca del aspecto de los peces muertos,
que al estar sobre las bateas, con los ojos y la boca abiertos, daban la
impresión de que en cualquier instante podían comenzar a moverse
nuevamente y perder esa expresión de tristeza y agonía. Rodez, resultó,
como se esperaba, el más elocuente, elogiando a cada paso la calidad de las
piezas, de las cuales seguro, a lo sumo podía reconocer unas quince o
veinte variedades de las cientos que se exhiben en el Tsukiji, sin privarse
de hacerse sacar fotos con los puesteros y sus mercaderías hasta casi agotar
la paciencia del señor Daichi, que estaba más que contento por haber
logrado apaciguar las aguas. Cornel, había contado hasta casi cuarenta
variedades, hasta que perdió la cuenta y su capacidad de diferenciación.
Pablo, se divirtió observando las gamas de rojo, carmesí, púrpura y
morados, de la carne de pescado, pensando que sería del delite de un pintor
esa cantidad de matices. Adrien, contemplaba el movimiento incesante de
los trabajodres llevando de un lado al otro, en carretones de tracción a
sangre y pequeños vehículos a motor, cantidades de tachos, pila de bateas y
trozos de lo que le resultaban animales marinos desconocidos, fascinado en
medio de una multitud que invitaba a seguir andando hasta quedar agotado.
Philippe, en medio de las risas, se detenía a observar los cuerpos de los
hombres trabajando, que ponían a descubierto la musculatura de sus brazos
y de sus toráx, fantaseando con estar acostado con alguno de ellos. Cuando
ingresaron a la zona de la subasta de atúnes, entremezclados con otros
turistas predispuestos a sacar fotos y más fotos, el clima del grupo fue
cambiando, a partir nuevamente de un comentario de Jacques, que hizo
referencia a que esa cantidad de piezas, a las que ya les habían cortado las
aletas, por su forma ovoide parecía un arsenal de bombas, rematando con
227

una asociación de las arrojadas sobre Nagasaki e Hiroshima. El abundante


desayuno de sushi, en uno de los puestos del mercado, los repuso a todos
del madrugón y del asombro. Cuando llegaron a la puerta del hotel, el señor
Daichi le pidó a Jacques, que se demorara un minuto, a la espera de que
Rodez transpusiera las puertas del alojamiento, para entregarle un papel
doblado que le había dado Mizuki, en el que había escrito que lo esperaba
en su departamento. Antes de despedirse, el señor Daichi le dijo, en inglés
y en un tono tan severo, como paternalista: “Myzuki, is not dangerous. To
love with Mizuki, for you yes”.
Jacques, nuevamente le avisó a Pablo que iría a encontrarse con Mizuki,
y le aclaró, por segunda vez, que con seguridad estaría de vuelta en el hotel
antes del ensayo. Pablo, que había comenzado a preocuparse por su amigo,
le dijo:
-No soy un experto en el amor. Soy casi tan “novato”, como vos. Me
preocupa lo que te está pasando com Mizuki ¡Es muy peligroso!
-S'il avait Sida il ne celui-là importerait pas.
-¡Estás loco, Jacques!
-Un peu. Jamais je ne m'ai encouragé à faire front à ma folie.
En el viaje en taxi, hasta el departamento de ella, Jacques se sentía tan
atormentado por las advertencias del señor Daichi y de Pablo, como
excitado por encontrarse nuevamente con Mizuki. Nunca se había
enamorado. Sus experiencias con mujeres, no llegaban a contarse con los
dedos de una mano. Por momentos, hasta había dudado de su interés por el
sexo opuesto. Pero Mizuki, había despertado una inquietud que parecía
sosegarse con más Mizuki, como un alcohólico que vuelve a beber una y
otra vez, por una sed que garantiza a través de la ingesta de bebida, su
eterna permanencia.
Cuando Mizuki, abrió la puerta del departamento, Jacques, al verla sintió
una fuerte sensación de completud, y comenzó a llorar. Mizuki, le pareció
228

una diosa. Llevaba puesto un kimono de seda, de un rosa tenue, que


excedía en el largo a sus pies y se derramaba por el piso, con dibujos de
árboles, flores y pájaros en tonos coral y negro; las amplias mangas, de la
vestimenta, hacían resaltar la delicadeza de sus manos, que estaban
entrelazadas ; su delgado y delicado cuello, por la amplitud del escote,
permitía observar cierta tensión. Su rostro, en forma de corazón, estaba
apenás maquillado. Jacques, pudo contemplar, el brillo y la suavidad de su
piel, sus salientes pómulos, su leve y respingada nariz; sus acotados y
carnosos labios, remarcados con sutileza por un tenue carmesí; sus
arqueadas cejas, que le parecieron dibujadas con tinta china; sus negros
ojos con mirada sensual y compasiba; su azabache cabello recogido, con
dos mechones sobre las orejas, y un leve flequillo, que caía sobre su frente,
que parecían el marco más adecuado para esa belleza que le era ofrecida
por amor. La belleza, por primera vez, se extendía más allá de la música
para Jacques, y el amor, del que todo desconocía, ya había comenzado a
hacer mella en él.

-¡Tu t'es habillé ainsi par moi! Mizuki, comme vais-je faire pour partir
d'ici ?
-Je ne partirai jamais de toi, Jacques. Tu partiras. Tu te dois partir. Tu
es musical. La musique est l'amour, et après l'amour – le respondió
Mizuki, ante la mirada tierna y melancólica de Jacques.
Ella, le entregó esa mañana algo más que su cuerpo y todo lo que sabía
que le podía gustar a un hombre como él, que se atrevía a poner en juego su
sensibilidad y su fragilidad, intentando no lastimarlo ni lastimarse, con más
posiblidades de no lograrlo que de salir ilezos.
-Jacques, tu te dois partir. Aujourd'hui la presse va être. Les critiques
vont - le dijo Mizuki, ya pasado el mediodía, como si fuese una esposa que
le dice a su marido que debe ir a trabajar.
229

-Quand te recommence j'à voir ? – le respondió Jacques, poniendo en


evidencia para Mizuki, lo que temía y suponía: que él comenzaba a hacerse
daño estando con ella.
Jacques, llegó al hotel como si estuviese ebrio, con una sonrisa que no
parecía dirigida a nadie y con la mirada puesta más allá de lo que tenía
delante de sus ojos, moviendo su cuerpo, como si fuese al compás de una
música que sólo él escuchaba. Pablo, Philippe y Cornel, lo estaban
esperando con preocupación, desde hacía casi una hora, por el estado en el
que lo venían viendo, y por Rodez. Sobre todo por Rodez, que parecía
contener su furia, hasta que finalizara la última actuación convenida en
Sapporo. Faltaban más de una semana para ello. Era mucho tiempo, habían
convenido los tres, teniendo en cuenta que se encontraban en un país tan
lejano y ajeno. Para ellos, lo de Jacques con Mizuki había sido la gota que
rebasó el vaso de la paciencia de Rodez. Primero había tenido que soportar
verse expuesto al grupo por el encuentro sexual de su mujer con Cornel,
después atragantarse con la autonomía musical que iba tomando, y puesto
de manifiesto La Yumbera, que admitía cada vez menos su tutelaje y
finalmente tolerar que un pendejo inexperto como Jacques sedujera a una
joven, que lo atraía, delante de sus narices. Si dejarían de tener a Rodez
como su representante, sería luego de analizarlo de manera grupal y de
tomarse el tiempo que consideraran necesario, pero los acontencimientos se
aceleraban ajeno a sus deseos, al menos en lo manifiesto. Al ver a los tres
Jacques, les dijo:
-Je suis bien. Très content, comme si une bouteille m'aurait bu de
champagne. Un peu plus sensible. Mizuki a affiné ma sensibilité.
-Je crains que j'elle détonne – le dijo Cornel.
-Nous avons peur de ce que tu perds – agregó Philippe.
-Je ne suis pas perdu. Je suis amoureux.
230

- En tu caso, es lo mismo estar perdido, que enamorado - le respondió


Pablo.
Rodez, había decidido no hablar con Jacques, a menos de que no le
quedase otra alternativa. Cuando llegaron al ensayo, el señor Daichi, los
esperaba junto a Mizuki y a un joven, que de inmediato fue presentado
como un reconocido crítico musical, y director de una revista de cultura de
gran circulación, entre intelectuales y estudiantes de arte, de filosofía y de
letras.
-Monsieur Daichi et son asitente m'ont parlé très bien de "La Yumbera"
et en particulier du premier violoniste – les dijo el crítico a los cinco
músicos, mirando a Rodez que sintió el comentario como si le pegasen una
trompada en la boca del estómago.
-Ils sont très bons musiciens, mais Jacques est extraordinaire. D'une
sensibilité exquise, comme celle-là d'un acteur de théâtre Kabuki – le
respondió Rodez, con una sonrisa un tanto exagerada, que ruborizó a
Mizuki e incomodó a los integrantes de La Yumbera, en particular a
Philippe.
-Jacques, puede tocar si se quiere con un kimono puesto – comentó
Pablo, en castellano para que lo dicho fuese escuchado sólo por Rodez. Si
bien el resto de los presentes, sin entender del todo la frase comprendieron
la intencionalidad de la respuesta.
El crítico escuchó unos cuatro o cinco temas del ensayo, que le
alcanzaron para darse cuenta de que ni el señor Daichi, ni Mizuki habían
exagerado en sus opiniones, y partió disculpándose por que tenía que estar,
en ese horario en la redacción, para el cierre del semanario.
El tercer recital en Tokio, fue al que asistió mayor cantidad de público.
Los comentarios del crítico de la revista cultural en su publicación, hicieron
que fuese un número importante de estudiantes universitarios que gustaban
del tango, y unos cuantos periodistas, sumados a un público que
231

historicamente recibe con los brazos abiertos a orquestas y bailarines de


tango. Al finalizar la función, una reconocida periodista de un programa
radial de interés general, entusiasmada por la fuerza y sentimiento de la
música de La Yumbera, le solicitó al señor Daichi poder entrevistar al
director del quinteto, al primer violín y al represntante. El señor Daichi
aceptó de muy buena gana, por las repercusiones que podía tener la nota.
Mizuki, que siempre permanecía a su lado, cuando estaban con artistas
contratados, sintió una fuerte contradicción, entre el deseo de que ninguna
otra mujer, en este caso, no tan joven como ella, pero también hermosa y
con fama de seductora, se acercase a Jacques, y el de cuidar los intereses de
los negocios del señor Daichi, del que dependía su trabajo. Como la
periodista no hablaba ni francés, ni español, Mizuki tuvo que oficiar de
traductora. Rodez, no participó del reportaje. Se retiró al hotel con la
excusa de que se sentía afiebrado. En el trayecto de regreso abordo de un
taxímetro, decidió bajarse en la puerta de un bar, que se le antojó el
adecuado para tomar whisky sin que nadie le preguntase nada.
Pablo, fue respondiendo a las preguntas que confirmaban sus
presunciones: ¿por qué le habían puesto como nombre La Yumbera? ¿qué
orquestas admiraban? ¿dónde habían estudiado? ¿qué sentía un argentino al
tocar con músicos europeos? ¿qué significaba para él el tango? ¿qué les
parecía el público japonés? ¿cómo seguiría la gira?, y otras, que cualquiera
hubiese previsto, en un clima de cordialidad y distensión. Pero cuándo les
preguntó si habían encontrado en Tokio algo que no imaginaban, Jacques
se apresuró en responder: “l´amour”, sorprendiendo a Pablo, al señor
Daichi y sobre todo a Mizuki, que al darse cuenta que había hecho la
traducción de manera literal, se ruborizó aclarando sobre la marcha, para
diluir el peso de la palabra amor, que el violinista había querido expresar
que “el público le parecía amoroso”. La periodista, que tenía experiencia,
por su oficio, y por su condición de mujer, captó de inmediato lo que
232

sucedía entre la traductora y el músico, mirando de manera cómplice a


Mizuki, que se hundía en la vergüenza y el pudor, aumentando su
preocupación por Jacques.
Durante la cena, Pablo, Mizuki y el señor Daichi casi no hablaron,
aunque había mucho que celebrar por la respuesta del público y por la
repercusión positiva que tendría en la prensa, la actuación de La Yumbera.
Jacques, que vivía ese momento de su vida sumerguido en su mundo, no
percibió la preocupación que lo circundaba; ni siquiera parecía tener
conciencia de lo que había dicho en la entrevista, disfrutaba de su estado de
ánimo que creía compartían el resto de los comensales, como si todos
festejaran que estuviese enamorado. Cuando llegaron al hotel, dado que
Rodez no había regresado, el señor Daichi le solicitó a Pablo hablar con él.
Cornel, Philippe y Adrien se fueron a sus habitaciones, mientras Mizuki
esperaba en silencio que concluyera la conversación, sentada en una mesa
del lobby, frente a Jacques que sólo atinaba a mirarla con fascinación.
-We are in problema, Paul.
-Yes, mister Daichi. Rodez cannot with itself. Jacques is in danger.
-You are the director of the music. He must be the director of
everything.
-It is too much.
-It is the better thing for you – terminó diciéndole el señor Daichi.
La conversación que fue breve, tuvo la suficiente contundencia para
Pablo, que hizo que pensara, por primera vez en su vida, qué implicaba
llevar a cabo un proyecto. El señor Daichi, era un hombre de baja estatura,
espaldas anchas, manos pesadas como las de un trabajador de la
construcción, casi calvo, con el pelo un tanto renegrido, mirada aguda y un
finos bigotes. A Pablo, le costaba aproximar la edad de ese hombre Podía
ubicarlo en un rango de una amplitud un tanto desmesurada, entre los
cuarenta y cinco y los sesenta años. Cualquier cifra, entre esos dos
233

números, que corroboraran su edad, le parecerían posible. Pablo, después


de esa acotada charla dejó de interrogarse acerca de los años que podía
tener el señor Daichi, fijando su prioridad en las caracteríticas de hombre
justo y que sabía lo que quería. La contracara de Rodez, una especie de
Yumba, su abuelo, pero acostumbrado a la cortesía.
Al día siguiente, después del mediodía, partirían a Sapporo, para
después de tres conciertos dar por concluida la gira. Después del desayuno,
cuando comenzaban un breve ensayo, en uno de los salones del hotel,
Pablo habló primero con Jacques para decirle: “Esto es un trabajo. Lo que
te pasa no justifica tu falta de atención. Si un pelo de concha tira más que
una yunta de bueyes, soltá ese pelo cuando tocás. Creo que soy claro
Jacques”. Luego hizo lo mismo con Rodez: “Antoine, esto no es fácil para
ninguno de nosotros. Tu nos dicho c'est le monde que nous avons su
obtenir. Terminemos bien esta gira. En París, hablamos”. Ambos, fueron
sorprendidos por las palabras de Pablo con distintos efectos. Jacques,
mostró en el ensayo un grado de concentración, que parecía haber perdido.
Rodez, comenzó a darse cuenta de que esa sensación que volvía a reperirse
en Tokio, como si fuese un designio, tenía que ver más con él que con las
circunstancias, si bien no dejaría del todo de recelar a Jacques por el
presente, y a Cornel por el pasado, sabiendo que por lo menos hasta la
llegada a París podría tolerar convivir con ellos.
El señor Daichi, había planeado que los más de mil kilómtros entre
Tokio y Sapporo lo harían en la misma minivan, que los había recogido en
el aeropuerto, para que pudieran hacer un poco más de turismo; pero como
se venían dando los hechos realizar un viaje en un pequeño vehículo en el
que estuviesen juntos Mizuki, Jacques y Rodez, durante dieciséis o
diecisiete horas, podía poner en peligro la continuidad de la gira. Sin poder
conseguir pasajes para ir en avión, decidió que viajaran todos en tren. A
Rodez, le incomodó la propuesta, no por tener que viajar en tren, ni por la
234

duración del viaje que también sería de diecisiete horas. Desconfiaba de


los motivos planteados por el señor Daichi, acerca de que el conductor de
la minivan no le inspiraba la suficiente confianza para un recoorido tan
largo. A Cornel, Philippe y Adrien, la idea los entusiasmo, no tendrián otra
posibilidad de recorrer gran parte del territorio japonés, de combinar
mezclarse con la gente y disfrutar de lo que se podría obsevar por las
ventanillas. A Pablo, también le entusiasmaba la idea, por razones
diferentes: se sentía responsable de que no se produjera ningún altercado
entre Jacques y Rodez. Para Jacques, el viaje era la oportunidad de sumar
diesiete horas cerca de Mizuki, esperando aunque sea la posiblidad de
rozarle la piel, que se fue convirtiendo, desde que salieron de Tokio, casi
en su único pensamiento, del que se distraía de a ratos leyendo el libro de
letras de tango en castellano, que había comenzado en París. Para Mizuki,
la tentación de estar junto a Jacques, se tornó insoportable; cuando más se
proponía contener su deseo, más ansiosa estaba de que Jacques se
introdujera en su camarote (el único con un solo viajero). El señor Daichi,
se aseguró que Rodez, con quien decidió compartir la cabina, bebiera la
suficiente cantidad de whisky, después de la cena, para garantizar que no se
sobresaltara y que durmiera, como un niño de pecho saciado, durante toda
la noche. Cornel, Philipe y Adrien, recorrieron los vagones del tren, hasta
que el cansancio determinó que se fueran a dormir. Pablo, le insisttió a
Jacques, que permaneciera a distancia de Mizuki por que la exponía y se
exponía, como si no tuviese registro que ellos ya estaban expuestos.
Apenás Pablo se durmió, Jacques se dirigió al camarote de Mizuki,
teniendo para ello que atravesar casi todo el tren. De alguna manera, el
señor Daichi había evaluado la posibilidad de que nada impediría que
Jacques y Mizuki pernoctaran juntos, por lo que ubicó a su asistente y
traductora a una distancia, que salvara, al menos, el decoro. Si Jacques,
había supuesto que no lograría mayor intensidad con Mizuki que la
235

obtenida en el departamento de ella, la mañana en que lo recibió vestida


con un kimono, no tenía en mente que podía haber más. Mizuki, al
escuchar que llamaban a la puerta del habitáculo, sacó de su bolso el
kimono, que había comprado para él, despojándose de la remera y de la
ropa interior para colocarse el atuendo que lo tenía por destinatario.
Jacques, llevaba sólo un jeans y una remera, y estaba descalzo, con el
atavio indispensable para circular en sociedad y poner en escena su
disposición a la entrega. En segundos los cuerpos se encontraron para
estamparse la piel y el alma del uno con el otro. Por momentos, las estrellas
que vislumbraban a través de la ventanilla del camarote, a oscuras, les
daba la sensación de estar gravitando en la vía láctea, sin la menor
intención de volver a tierra, sin noción del tiempo y del espacio, ofreciendo
el uno al otro las cavidades de sus cuerpos, para ser exploradas y
penetradas, en un amasijo de sudor, lágrimas, flujo y semen que lamían
sedientos, sin poder discriminar ni la pertenencia de la superficie de sus
cuerpos, ni sus secreciones, como intentando trascender, sin proponérselo,
el imperativo atávico de la diferencia sexual. Jacques, volvió a su camarote
después que los tempranos rayos de sol estival dieron por concluido el
éxtasis, vamboleándose por los pasillos, como si caminara sobre la
superficie de un crucero en medio de un intenso oleaje, después de haber
bebido en exceso. Pablo, se despertó cuando escuchó que Jacques abría la
puerta de la cabina. Al verlo, estando aún un tanto dormido, sintió una
mezcla de pena y envidia. Cuando Jacqques intentó decirle algo, Pablo lo
llamó a silencio y le dijo: “Lo que veo ya es suficiente. Espero que el amor
no te haya perdido como músico”. Jacques, se acostó en su cucheta sin
importarle, lo que Pablo, le había dicho. Como no podía dormirse, como si
sufriese de jet lange, tomó el libro de letras de tango y se puso a leer
Ninguna, de Homero Manzi, y se detuvo en la tercera estrofa “No habrá
ninguna igual, no habrá ninguna, ninguna con tu piel ni con tu voz; tu piel,
236

magnolia que mojó la luna; tu voz, murmullo que entibió el amor. No


habrá ninguna igual, todas murieron en el momento en que dijiste adiós” y
allí se detuvo. Esa última frase lo abismó.La imagen de Mizuki fue
invadiendo el espacio, envolviéndolo como una nube que lo ahogaba.
Cuando la imagen se fue diluyendo, y el aire ingresaba y salía de sus
pulmones con naturalidad, Jacques comenzó a temblar de frío en la
calurosa mañana, mientras pensaba “la fin est écrite”, como si la letra de
Ninguna fuese la voz de un oráculo. Sólo esperaba dormirse, más que por
cansancio, para tratar de ingresar al universo del sueño, donde quizás los
finales se puedan postergar de manera indefinida. Al llegar a Sapporo,
Pablo despertó a Jacques. Se lo veía desmejorado, como enfermo.

La llegada a Sapporo, operó como el verdadero aterrizaje en Japón.


Hasta ese momento, tanto La Yumbera, como Rodez, se habían
desempeñado como en una previa, tal vez necesaria e inevitable. Sapporo,
hizo que tomaran conciencia de la implicancia de sus presentaciones,
cuando se enteraron de que en el Centro Cultural de la Universidad de
Hokkaido, donde darían los tres recitales, las localidades estaban agotadas.
Por primera vez, el temor se hizo presente. Hasta Jacques, que parecía
habitar en otro mundo, se dio cuenta de que formaba parte de un grupo
musical que debía estar a la altura de lo que habían generado, como si
hubiesen permanecidos, hasta ese momento, excentos de responsabilidad.
La ciudad, en nada se parecía a Tokio, excepto en que también allí vivían
japoneses. El paisaje, en el que la naturaleza tenía espacio, no menguaba la
percepción de que eran profesionales. Incluso Pablo, que por instancias del
señor Daichi, tomó conciencia de lo que significaba estar al frente de un
proyecto, sintió el peso de enfrentar un escenario en el que debían dar
cuenta. Los comentarios de la prensa de Tokio, los alentaba y también les
237

sumaba exigencias. Comenzaron a sentir, en distinto grado, que tendrían


que satisfacer las expectativas (las ajenas y las propias). La pérdida de la
inocencia, se producía en Japón, a más de mil kilómetros de Tokio. Para
Pablo, algo tan temido como esperado. Para Rodez, la posibilidad de
hacerse cargo de sí mismo, sabiendo que no tendría muchas chances más,
por pura cronología. Para los demás, que algo de esto percibían, no tenía la
misma contundencia que para Pablo y para Rodez.

El primer concierto en Sapporo, comenzó con el vals Desde el Alma,


con los arreglos inspirados en los que había hecho, quince años antes, la
orquesta de Osvaldo Pugliese, estando también en Japón. El presentador
del espectáculo, al hacer referencia de que los arreglos del tema se habían
realizado en tierra nipona, predispuso a una mejor recepción por parte de
público y a una mayor sensibilidad, a la que Jacques había arribado, aunque
con desmesura, desde que aterrizaron en Tokio. La actuación, resultó
acorde a las expectativas de Pablo, de Rodez, del señor Daichi, del público
y de la prensa. Antes del segundo concierto, más allá de lo que le acontecía
a Jacques, ya comenzaban a extrañar la gira por Japón. Habían logrado,
llegar a una estatura musical que parecía dar con el límite de sus
posibilidades, tanto en lo individual como en lo colectivo. Pablo, empezó a
preguntarse qué pasaría con el grupo después de Japón. Con Rodez, tal
vez, no seguirían. Jacques, que para él era fundamental en el sonido de La
Yumbera, padecía de una inestabilidad emocional que, suponía, no se
compondría en lo inmediato. Una pregunta, lo fue llevando a la otra, hasta
que término por evaluar si él quería seguir. No era momento para
planteárselo al grupo, menos a un a Rodez. Con el señor Daichi, con el que
le hubiese gustado tener cierto grado de confianza, que sólo se logra con el
tiempo, no se animaba a hablar.
238

Horas antes del segundo concierto, Pablo sintió ganas de llamar a


Nathalie y lo hizo. Hablaron, durante casi una hora. Él, le dijo que la
extrañaba, le comentó que la gira venía siendo exitosa, que en una semana
estaría en París. Omitió lo de Jacques, le insinuó las dificultades con Rodez
y, a sabiendas del enojo que produciría en ella, le anticipó que
probablemente viajaría a Buenos Aires, días después, por que temía por la
salud de Yumba. Nathalie, primero le manifestó la reciprocidad del deseo
de estar juntos, luego que estaba estudiando castellano, con el mismo
método que Jacques (con un libro de letras de tango), finalmente le
reprochó que decidiera viajar a Buenos Aires, sin casi tener la posibilidad
de estar una semana juntos, si bien ella entendía el cariño que Pablo sentía
por su abuelo. A Pablo, no le molestó tanto el enojo de Natahlie. Valoraba
su sinceridad que expresaba que realmente lo quería.
Pablo, luego llamó a Buenos Aires, con el presentimiento de que no
recibiría una buena noticia. Del otro lado del teléfono atendió su padre.
-Hola hijo ¡Que ganas que tenía de hablar con vos!
-Yo también.
-¿Cómo estás?
-Estar en Japón es extraño. Aunque parezca mentira, hay algo que me
resulta familiar en este país y no sé qué es. Por otro lado, me resulta tan
ajeno.
-No me inagino estando en Japón ¿Cómo va la gira?
-Muy bien. No puedo creer la críticas que nos hacen acá. Parece que
fuésemos la orquesta de Troilo o la de Salgán ¡Son tan respetuosos y
entusiastas! Me conmueven y eso hace que afinemos la sensibilidad
musical. Disculpá que cambie de tema ¿Cómo está el abuelo?
-¿Viste cómo es la salud a su edad?
-Viejo ¿cómo está?
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-Está internado en el Hospital Italiano. Tiene neumonía. Pero va a salir.


Acabo de llegar de verlo. Hablé con el médico que lo atiende.
-¿Qué dijo?
-Dijo que…
-¿Qué?
-No cree que la cosa esté terminada, por ahora. Eso sí, está muy débil
¡Si apenas come! ¡Si toma la medicación con fórceps!
-En una semana o diez días estoy en Buenos Aires.
-No te apures. No te preocupes tanto. Concentrate en lo tuyo que es lo
mejor que podés hacer por tu abuelo ¿Seguís con la francesita?
-Emilie, ya fue. Ahora estoy con una chica belga. Pero en este momento
lo más importante es esta gira. Crecimos mucho musicalmente. Tenemos
algunos kilombos. Creo que lo vamos a superar.
-Te pasó con mamá. Estamos muy orgulloss de vos hijo. Te queremos
mu…
-Yo también.
-¡Hola mamá! Tengo ganas de verlos.

Después de esa llamada, la melancolía se apoderó de Pablo. En ese


estado, que transmitió al resto del grupo, en especial a Jacques, subió al
escenario para el segundo concierto. El sonido de La Yumbera, transmitió
ese sentimeinto en la mayoría de los temas. Rodez, percibió ese matiz
triste en las interpretaciones con el que se sentía afín, sentado en medio de
la tercera fila, como acostumbraba a hacerlo, al lado del señor Daichi y de
Mizuki. En tres días regresarían a París.
240

El día del último concierto, los integrantes de La Yumbera, fueron


perdiendo la calma, a medida que transcurrían las horas. Ya en el desayuno,
Rodez comenzó a cuestionar a Pablo.
-Monsieur le directeur. Jeune directeur. No estás conduciendo a tu
grupo de manera adecuada¡Ya te lo he dicho! Faltan minutos para salir
rumbo al Centro Cultural para ensayar, y no están aquí todos los integrantes
de La Yumbera.
-Antoine, no quiero discutir contigo. Y no me expongas ante todo el
grupo. No soy el padre de Jacques. Él, ya va a venir, y si no viene, nos
jodemos todos.
-Yo me jodo más que ustedes. Está en juego mi prestigio. Ustedes
recién empiezan.
-Tú nos elegiste.
-A veces me arrepiento.
-No voy a entrar en ese juego. Iremos al ensayo, con o sin Jacques, y
subiremos esta noche al escenario, con o sin él. Si no lo veo en
condiciones, no sube. Está claro.

Cuando estaban a punto de abordar los dos taxímetros, que habían


solicitado, para dirigirse al Centro Cultural, llegó Jacques en otro vehículo
en el que se encontraba Mizuki, ubicada en el asiento trasero, con la cabeza
gacha. Mizuki, apenas levantó la mirada para ver a Pablo, como intentando
decirle algo, antes de que el conductor girara el automóvil para llevarla de
vuelta al hotel donde se alojaba. En el rostro de Jacques, se podían
observar, con facilidad, señales de agotamiento y de dolor. Pablo, estuvo a
punto de insultarlo ni bien lo vió, pero se contuvo, sabiendo que de hacerlo,
sólo empeoraría la performance de Jacques para la última presentación en
Japón. Su preocupación estaba centrada en lo que sucedería en el escenario
esa noche, más que en el estado emocional de su compañero y amigo.
241

A poco de comenzar el ensayo Cornel, comenzó a increpar a Philippe,


por que este había superpuesto algunos acordes del violín sobre el sonido
del chelo.
-Philippe, tu perds l'oreille ?
- Il disculpe, ce n'a pas été mon intention frapper sur cet accord.
-Ce n'est pas la première fois que cela passe.
-Il n'est pas pour tant. Qui te passe Cornel ?
-Rien. Tu comprends dont je parle. ¡Carajo!
-Je comprends que tu exagères ¡Carajo!
-Suffit ¡No rompan más las pelotas! - les dijo Pablo, sin enojo, para que
se callaran.
Comenzaba a corroborar que la gira por Japón había sido una exigencia
para La Yumbera, agravada por las consecuencias del enamoramiento de
Jacques.

Cuando hicieron un alto en el ensayo, Adrien, también se manifestó


enfadado con Jacques por que este no paraba de bostezar.
-Si tu n'as pas dormi, ce n'est pas ma faute. Je ne peux pas me
concentrer si tu te mets à bâiller.
-Un pardon, je ne peux pas l'éviter.
-Mais tu peux éviter perdr la tête par une femme.
-¡La tête de mon pénis! Je peux frapper égal. Un pardon. Un pardon.
Pablo, apenás tercio entre ambos. La discusión le confirmaba lo que
había comenzado a pensar. A la mañana siguiente, llegarían al Aeropuerto
de Sapporo, de allí Tokio, y ya todo habría concluído.
Antes de finalizar el ensayo, después de realizar las pruebas de sonido,
mientras Pablo comenzaba a considerar la posibilidad de interpetrar La
Yumba, por primera vez, a partir de la insistencia de Cornel, Philippe y del
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mismo Rodez, que estaban al tanto del momento que atravesaba su abuelo.
Jacques, le dijo a Antoine.
-Antoine, tu nous maltraites. Je peux entendre ta colère. Mais ce que je
n'entends pas est pourquoi la tournée ne s'est pas étendue s'il nous est allé
bien - con tono de queja, como si Antoine fuese el responsable de su
destino, o al menos pudiese intervenir en el acontecer de su vida.para poder
permanecer en Japón, un tiempo impreciso, junto a Mizuki.
-Je suis, seulement un représentant. Comme le dit notre ami Paul
“Derecho Viejo” - le respondió Rodez, comenzando a reirse con ganas.
La risa, se fue contagiando entre el los integrantes de La Yumbera. La
queja de Jacques, por el grado de inocencia que tenía, distendió al grupo y
al señor Daichi, que había comenzado a preocuparse cuando vio primero a
los integrantes del quinteto y a su representante, entrar a la sala sin hablar
entre ellos, y presenció después las discuciones que parecían la antesala del
final, poniendo en peligro la concreción de la gira para el año siguiente,
que había acordado con Antoine, con un cachet más sustancioso,
haciéndolo dudar, durante toda esa tarde, de que se concretara. Al ver a
todos los que lo rodeaban reírse, Jacques, se sintió, por primera vez, desde
que había estado con Mizuki, que se estaba comportando como un tonto y
comenzó a reir él también.
La escena de cinco músicos, su representante y el empresario que los
contrató, en la que todos reían, segundos después de horas de tensión,
parecía la de un paso de comedia. El mundo estaba a punto de estallar, y de
golpe todo volvía a una natural calma precedente, aunque lo precedente en
este caso no era la calma. Como fuese, el señor Daichi se retiró del ensayo
con tranquilidad, al igual que los integrantes de La Yumbera y Rodez.
Cuando se saludaban con el señor Daichi, para volver a encontrarse unas
horas después, Pablo, recordó lo que le había dicho su padre cuando habló
por teléfono con él, acerca de lo mejor que podía hacer por su abuelo, y les
243

comentó a todos, un tanto emocionado, que estaba de acuerdo en tocar, por


primera vez La Yumba. Hasta ese momento, para él, y en parte para el
resto de los músicos, por que así se los había transmitido, ese tango se
había convertido en un tabú.
Al llegar al hotel Jacques, irrumpió en llanto. Subió a su habitación, que
compartía como siempre con Pablo, y vestido como estaba ingresó al baño,
abrió los grifos de la ducha y se colocó debajo. Parecía alguien que había
bebido en exceso e intentaba, en vano, recuperarse con el impacto del agua
sobre su cuerpo. Pablo, que subió detrás de él, al verlo quedó conmovido.
De alguna manera, sentía cierta envidia de Jacques por animarse a amar a
una mujer con esa intensidad, dudando de si alguna vez él se entregaría sin
ningún condicionamiento. Luego de contemplarlo un rato largo, y observar
que Jacques se encontraba empapado de agua e intemperie, se introdujo al
habitáculo con él y lo abrazó, comenzando a decirle que lo quería, mientras
compartían el chorro de agua sobre sus cuerpos y el llanto por lo que
estaban a punto de perder. Si bien no eran de la misma índole una mujer
que un abuelo, se trataba del amor. Cuando Pablo escuchó que golpeaban a
la puerta de la habitación, cerró las canillas, y mojado como estaba salió del
baño para saber quien llamaba. Era Rodez, que primero se rió y luego sintió
cierta ternura paternalista, cuando vió asomarse a Jacques, tan mojado
como Pablo. Rodez, ni bien ingresó a la habitación, les solicitó a los dos
que se quitaran la ropa y que se secaran de inmediato, después llamó al bar
del hotel y ordenó tres whisky. La delantera en la conversación la llevaba
Rodez. Así había sido cuando se encontaron en el restaurante de Niza para
empezar a conocerse, así debía ser ahora. La experiencia de vida, le daba la
doble oportunidad de reivindicarse consigo mismo en Japón y de ayudar a
los dos músicos más importantes del quinteto que representaba. Sobre la
cama donde dormía Jacques, se encontraba el libro de letras de tango.
Rodez lo tomó entre sus manos, comenzó a ojearlo y se detuvo en la letra
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de Trenzas, de Homero Expósito, y comenzó a leer algunos versos, en vos


alta, para los tres.
“Trenzas, seda dulce de tus trenzas, luna en sombra de tu piel y de tu
ausencia…
¿Adónde fue tu amor de flor silvestre? ¿Adónde después de amarte?
Tal vez mi corazón tenía que perderte…,
y estoy llorando así, cansado de llorar, trenzado a tu vivir con trenzas de
ansiedad
¡sin tí!
¿Por qué tendré que amar y al fin partir?...
Pena, vieja angustia de mi pena, frase trunca de tu voz que me encadena…
Nudo atroz de cuero crudo que me ataron a tu mudo adiós”.
-Jacques, si ce poète a écrit ces ver, c'est qu'il a aimé et beaucoup.
Mais il a fait avec cette douleur un tango.
-Ce tango est Mizuki.
-Trenzas, elle est Mizuki et toutes des femmes que nous aimons. Ce
tango est tous les hommes.
-Je ne peux pas avec cette douleur.
-Avec ces trenzas tu peux faire un tango. Personne ne sait porquoi “tal
vez mi corazón tenía que perderte”, ni “por qué tendré que amar y al fin
partir”. Mais il est tel. Les derniers mots de ce tango sont “tu mudo
adiós”.
-No hay respuestas para eso – comentó, de manera dubitativa Pablo,
recordando que Emilie se había ido de su departamento sin decir palabra.
-No - respondió Rodez.

Mizuki, no asitió al último concierto. Se lo había ordenado el señor


Daichi. Incluso Pablo había hablado con ella por telefóno, para decirle que
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su presencia en el concierto al perjudicar a Jacques, perjudicaba al


quintento. Pero ella ya se lo había autoimpuesto, la primera mañana que
estuvo con Jacques en su departamento.
La sala del Centro Cultural, estaba colmada. Rodez, como siempre, se
sentó al lado del señor Daichi, y de un crítico musical, que había insistido
en compartir el concierto con el empresario y el representante de La
Yumbera. Los tres conversaron con tranquilidad y disfrutaron del concierto.
Por primera vez en esa gira, Rodez se sintió en paz. Arriba del escenario la
música fluía con una fuerte carga emocional, sobre todo a partir de la
interpretación de La Yumba. Jacques, había logrado trasladar su melancolía
al violín. Pablo, al piano. Por identificación, o por contagio musical
Philippe, Cornel y Adrien tocaron con la misma coloratura, logrando, casi
una absoluta, empatía con el público, que se conmocionaba porque
encontraba lo que había ido a buscar, y algo más. Era lo que esperaban que
les pasase con el tango. Después del concierto, las autoridades del auditorio
agasajaron a los músicos, al representante y al empresario, con un austero
servicio de lunch. A la hora del brindis, Jacques estaba ebrio (excepto a las
autoridades, a nadie le llamó la atención). Camino al hotel, Jacques insitió
en seguir bebiendo. Rodez y Pablo lo acompañaron. Dejarlo sólo era
peligroso. Además, tanto Pablo como Rodez, querían agradecerle su
comportamiento sobre el escenario. Ambos, más que nadie, sin contar a
Mizuki, sabían del esfuerzo de Jacques para sobreponerse a su dolor, por
amor a la música.

En el aeropuerto de Narita, nuevamente bajo una intensa llovizna, los


integrantes de La Yumbera junto a Rodez, esperaban el anuncio del vuelo a
París. Todos estaban sorprendidos por la ausencia del señor Daichi, que
había asegurado que iría a despedirlos. A minutos de acceder a la zona
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embarques, Daichi se hizo presente pidiendo disculpas por su demora,


debida a que le había llevado más tiempo del que suponía, conseguir un
ejemplar de la revista Aishi Graph, con una crítica, más que elogiosa,
sobre la actuación de La Yumbera en Japón.

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