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DEL HOMBRE
WOLFHART PANNENBERG
II
III
No puede darse para la fe cristiana otro futuro de salvación
del hombre al lado del que Jesucristo ha abierto. La fe en la me-
sianidad de Jesús está condicionada por el hecho de que, sin Cris-
to, no hay respuesta satisfactoria a las preguntas sobre la defi-
nitiva identidad del hombre, es decir, a la pregunta sobre la li-
bertad así como a la pregunta sobre la totalidad e integridad
de la vida humana. Es, pues, imprescindible para le fe en Cristo
la mirada aguda y desapasionada sobre las ilusiones de los hom-
bres con respecto a la realización de su propio futuro.
Entre las ilusiones más seductoras para el hombre de hoy,
está la ilusoria confusión de libertad con emancipación. Muchos
piensan que sólo impedimentos externos los separan de la amplia-
ción de su libertad, de la total identidad consigo mismos. Las
relaciones políticas, la economía capitalista, el trabajo forzado,
la pobreza aparecen como poderes que impiden al individuo rea-
lizar su libertad. La reacción ante todo esto es el deseo de supri-
mir estos impedimentos. En ello se da por supuesto que el hombre
es ya en sí mismo libre por naturaleza. Precisamente debe el cris-
tiano juzgar tal presupuesto como ilusión. «Si el Hijo os hace
libres, seréis realmente libres», dice el Cristo del evangelio de
Juan a quienes, como descendientes de Abrahán, piensan haber
nacido libres (Jn 8, 36). Algo semejante dice Pablo: «Donde
está el Espíritu del Señor, allí está la libertad» (2 Cor 3, 17). No
se ha logrado todavía la libertad con la emancipación de toda
atadura y relación de autoridad. Pues el hombre es pecador. Por
ello, necesita de obligaciones y también de autoridad. Asimismo,
las instancias que detentan la autoridad están de hecho someti-
das al pecado, y por ello, necesitan de un sistema de mutuo con-
trol. La emancipación de toda atadura y autoridad únicamente